Normalmente, una vez que Hyukjae se
alejaba de alguien, se desentendía de la conversación y lo olvidaba.
Simplemente no le importaban lo suficiente las otras personas como para cargar
con los problemas de los demás. Pero esta vez era diferente.
No se podía sacar a Donghae de la
cabeza. Se quedó allí, en el fondo de la mente, como un rompecabezas aún sin
resolver.
Su monstruo -la bestia oscura y furiosa
que se escondía dentro de él, siempre amenazando con liberarse y matar-, había
despertado, sus oídos crispados con interés.
Incluso a través de las capas de ropa,
había sentido algo cuando lo tocó. Cierta vibración profunda y resonante que se
coló en las zonas más frías de sí mismo. La mano todavía le hormigueaba y el
dolor punzaba que le atravesaba el cuerpo -el cual había disminuido levemente
al entrar en contacto con él-, había regresado ahora con venganza.
Estaba acostumbrado al dolor. Era parte
de su vida. Lo aceptaba como lo hacía con su propia piel, pero desde que lo
conoció, se dio cuenta de algo más.
Donghae tenía la capacidad de afectarlo
como nadie más podía hacerlo. No es que importara. No podía salvarlo. Él había
evitado que Ho cometiera un error. No había nada que pensar.
Y sin embargo allí estaba, rondando en
un pequeño rincón de la mente, el recuerdo de lo cálido que había sido. Cuando
le había tocado, hubo algo allí, algún cambio sutil en su interior. No podía
saber lo que era, e incluso si pudiera, no habría ninguna diferencia.
Estaba condenado. Sin alma. Nadie sabía
de su peligroso estado, excepto él. Incluso su Luceria tarareaba cuando estaba
cerca de Donghae, como si tuviera la esperanza de un indulto
de la muerte. Al parecer, la cosa no aceptaba que ya era demasiado tarde para
él.
Pero había alguien que aún tenía una
oportunidad: Seungki.
Hyukjae no podía salvar el alma de su
hermano, pero seguro como el infierno que podría retrasar su muerte.
El frío del anillo negro le quemaba en
la mano mientras lo llevaba a través de los pasillos de La SM -el recinto
fortificado que protegía a casi quinientos seres humanos y Centinelas. Podría
haber empujado el anillo en el bolsillo, pero el dolor le recordaba el peligro
de lo que estaba a punto de hacer. Un falso movimiento, y él y otros cuatro
hombres a los que consideraba hermanos, serían condenados a muerte.
La Banda de los Áridos era el único
refugio para los guerreros sin alma, y Hyukjae era el único hombre que sabía
quiénes la componían.
Los había reclutado a todos. Y ahora
había uno más al que tenía que alistar, antes de que fuera demasiado tarde.
Encontró a Seungki en la antecámara
fuera de la Sala de los Caídos, mirando fijamente una espada desgastada en la
pared. Una delicada banda de color gris brillante estaba entrelazada en torno a
la empuñadura bien utilizada.
La espada de Yunho. La Luceria de
Changmin.
La pareja había muerto unas semanas
atrás, y aunque Hyukjae estaba más allá de sentir ningún tipo de dolor por sus
amigos, recordaba el sufrimiento que se sentía. Recordó sentirlo después de la
muerte de su amado a manos de los Saesang. El sufrimiento había sido mucho peor
que cualquier cosa que había experimentado en su muy, muy larga vida, y sin
embargo, por alguna razón no lo había matado.
Durante años, había deseado que lo
hubiera hecho.
Una astilla del hombre que una vez había
sido, anhelaba sentir así de nuevo, aunque sólo fuera porque eso significaría
que una parte minúscula del alma aún estaba viva. Pero la única emoción que
parecía haber dejado era rabia -lo único que había sobrevivido a la muerte de
su alma.
Seungki levantó la cabeza oscura con
sorpresa cuando Hyukjae entró en el lugar de luto y conmemoración. La
habitación estaba en silencio excepto por el crepitar de un fuego. Las oscuras
paredes, alfombras suaves y cómodos muebles fueron diseñados para hacer la sala
acogedora, pero no había felicidad aquí. Ni esperanza.
Seungki habló con voz profunda y ronca,
como si hubiera estado en un prolongado silencio.
Hyukjae mantuvo la expresión neutra, con
la esperanza de que el otro hombre se lo tomara como algún tipo de dolor. No
podía permitir que Seungki descubriera su secreto, no hasta que estuviera
seguro de lo que los instintos le decían.
—Te estaba buscando.
Los años de batalla habían endurecido su
cuerpo y cincelado a sí mismo su piel. Pequeñas cicatrices salpicaban el dorso
de sus manos, así como unos pocos lugares en el rostro. Los músculos se
tensaban bajo su cuello mientras se movía para hacer frente a Hyukjae.
Un cuello de tortuga era una mala señal
entre los de su raza. Cada guerrero Suju tenía el pecho marcado con la viva
imagen de un árbol. A medida que crecían, también lo hacía su Marca de Vida,
floreciendo y fortaleciéndose cada día con la magia dentro de ellos, magia que
aumentaba y a la que solo una pareja de su raza podía acceder.
Un par de siglos atrás, el enemigo había
atacado, matando a casi todas las parejas. Los varones quedaron solos,
agobiados al contener la magia que seguía creciendo dentro de ellos sin salida.
A medida que el poder que albergaban aumentaba, sus almas comenzaban a
debilitarse y morir. Las hojas caían de sus Marcas de Vida, cada una señalando
la pérdida de quiénes y qué eran.
Los guerreros se volvían más oscuros,
más enfurecidos. El dolor había sido demasiado para algunos, y entregaron sus
propias vidas.
Hyukjae había considerado hacer lo mismo
más veces de lo que podía contar, pero una cosa le detenía de hacerlo: Él era
la respuesta a las oraciones de sus hermanos. Podía salvarlos.
Había encontrado artefactos mágicos que
retrasaban la decadencia de sus Marcas de Vida y les permitían aferrarse a su
alma por unos cuantos años más. Sus esfuerzos no habían salvado a todos, pero
había salvado a Yesung, que ahora estaba felizmente unido a una pareja que
podía usar su poder y quitarle el dolor. Wook había salvado el alma de Yesung,
pero Hyukjae lo había hecho posible.
Tenía la esperanza de ofrecer a Seungki
la misma posibilidad de supervivencia.
Las señales estaban allí. Seungki se
había vuelto más oscuro en el último mes, más tranquilo. Su ropa había
cambiado. Así como sus hábitos. Ya no cenaba con los otros. Se sentaba solo,
ignorando al resto de los hombres que le ofrecían compartir su compañía.
Seungki dejó escapar
un largo y resignado suspiro, y luego se quitó la camisa. Su Marca de Vida
estaba casi desnuda, con sólo unas pocas hojas preciosas aferrándose
precariamente a las ramas vacías.
—No hay otra alternativa. Es demasiado
tarde para mí.
Hyukjae no mostró ningún signo de horror
o sorpresa. Era tal como había pensado.
—He encontrado otra manera, pero antes
de que te diga más, necesito tu voto de silencio.
La confusión frunció su ancho ceño.
—No entiendo, Hyukjae. ¿De qué demonios
estás hablando?
—Te estoy ofreciendo tu vida a cambio de
silencio. ¿Quieres aceptar el trato o no?
Seungki vaciló, pero no fue el primero
en hacerlo. E Hyukjae sabía exactamente qué botones apretar para obtener el
resultado que quería. La vida de su hermano valía la pena más que las reglas
por las que vivían.
—No hay nada que podamos hacer al
respecto. Ni siquiera tú.
—¿Qué pasa si te equivocas? ¿Qué mal hay
en escucharme? En el peor escenario posible, me entregas tu espada y vas
directo a caer en un nido esta noche, si no te gusta lo que
tengo que decir.
Seungki dudó un buen rato. Su mirada se
trasladó a la espada de Yunho, donde la Luceria de Changmin se tejía a su
alrededor.
—Déjame tratar de ayudarte —dijo Hyukjae.
—Nadie me puede ayudar, pero soy tan
tonto como para escuchar a pesar de todo.
—Júrame que nada que lo que hablemos
aquí y ahora, saldrá de tus labios jamás.
Hubo un largo silencio antes de que
finalmente él dijera:
—Lo juro.
El peso de la promesa de Seungki cayó en
tonel sobre Hyukjae. Él se preparó, sufriendo el peso del voto de su hermano.
Este pasó rápidamente, pero la magia de la palabra de Seungki, no desaparecería
pronto.
Hyukjae miró fijamente a los ojos de Seungki,
deseando que supiera que lo que le decía era la verdad.
—Hay algunos de nosotros, al igual que
tú, que hemos llegado al final de nuestro tiempo. Hace años empecé a buscar una
manera de salvarnos. He descubierto artefactos que tienen el poder de retrasar
el proceso.
—¿Artefactos?
—Baratijas mágicas. La madre de Changmin
habló de ellos una vez cuando yo era un niño. Ella no sabía que yo lo había
oído. Pensé que podría ser simplemente un mito, pero luego encontré uno. Y
funcionó. —Durante un tiempo.
Nada podía detener el flujo del tiempo
para siempre, y la última hoja de Hyukjae hacía mucho que había caído, pero le
había comprado tiempo suficiente para aprender lo que tenía que hacer para
ocultar su estado estéril.
Había aprendido a fingir que tenía un
alma, a fingir que tenía honor. Todo lo que ahora hacía era una cuidadosa
coreografía, un conjunto de mentiras destinadas a engañar a todos a su
alrededor. Y había funcionado.
Había pasado este conocimiento a
aquellos que permitieron que él les ayudara, igual que había pasado los
artefactos que había encontrado.
El anillo negro había sido el primero.
—¿Cómo puede ser eso? Nunca he escuchado
algo como esto.
—Aquellos que crearon
estos dispositivos no querían que se conociera su existencia. Si lo que habían
hecho hubiera sido descubierto, las personas a las que estaban tratando de
ayudar habrían sido condenadas a muerte.
—¿Cómo actúan?
Hyukjae sacó el anillo negro del
bolsillo, haciendo caso omiso de la quemadura fría del mismo, y se lo tendió en
la palma de la mano.
—Éste ralentiza la velocidad a la que
caen tus hojas. No te salvará para siempre, pero te dará tiempo para encontrar
a la pareja que puede salvarte.
Tal vez Donghae. Él no había elegido a
un hombre todavía, pero lo haría. Seungki era un hombre bueno. Podría ser el que
eligiera.
Una oleada de ira se levantó en el
interior de Hyukjae, distrayéndolo por un momento. No entendía de dónde había
venido, pero ahí estaba, quemando profundamente en las entrañas.
La necesidad de desenvainar la espada y
cercenar la cabeza de Seungki se estrelló contra él. En la mente, podía ver el
arco de sangre de su hermano a través de la pared mientras caía de rodillas.
Quería eso. Lo necesitaba. Seungki no podría tocar a Donghae si estuviera
muerto.
Los puños de Hyukjae se apretaron cuando
combatió la sed de sangre. La mano le ardía en deseos de desenvainar la espada.
Seungki era su amigo, y aunque él ahora
ya no sentía nada por el hombre que estaba en el sillón de cuero a la
izquierda, una vez sintió algo. Cariño, tal vez. Era difícil recordar ahora,
especialmente con la ira impulsándolo a actuar, a matar.
Finge que tienes honor.
Eso era lo que decía a sus hombres. Era
todo lo que él tenía que hacer ahora. No era tan difícil. Lo había hecho mil
veces antes. Había sido un buen hombre una vez. Era su deber actuar como si
fuera el mismo hombre ahora. Tal vez más tarde mataría a Seungki, pero no
ahora.
El pensamiento le alivió un poco,
dándole la fuerza para recuperar el control de sí mismo. Apagó las últimas
brasas de rabia con fuerza de voluntad, volviendo su atención hacia su hermano
y lo que había que hacer.
Seungki le dirigió una mirada escéptica.
—¿Cuántos de vosotros hay por ahí?
—No necesitas saber
eso. Sólo lo sé yo, y si estás de acuerdo en unirte a nuestra Banda de los
Áridos, te juro que nunca te revelaré como un miembro, al igual que nunca te
revelaré quienes son los otros.
Seungki se quedó mirando el anillo, la
esperanza dibujándose en su cara.
—¿Qué pides a cambio de salvar mi vida?
—Sólo que vivas por el código que he
creado para todos nosotros. Nuestras vidas dependen del secreto. Si Shindong se
enterara, tendría que enviarnos a todos a los Tvxq para nuestra ejecución.
Tenemos que aparentar estar bien, amigo mío. Debes actuar como si estuvieras
bien, como si tuvieras honor, sin importar lo oscuros que se conviertan tus
pensamientos.
—¿Qué ganas tú con esto?
Hyukjae no estaba seguro. Al principio,
simplemente había querido salvar a sus hermanos, pero ahora incluso la
satisfacción que obtuvo era un recuerdo lejano. Sus acciones se limitaban a los
hábitos de hacer las cosas porque siempre las había hecho, sin pensar el
porqué.
Pero esa respuesta no era lo que los
miembros de la Banda necesitaban escuchar. Necesitaban esperanza de que podían
aguantar un poco más, luchando contra el mal como habían jurado hacer.
—¿Qué no harías para salvar a uno de tus
hermanos? —preguntó Hyukjae—. Estamos en esto juntos.
—Va en contra de las reglas.
—Necesitamos a todos los guerreros que
podamos conseguir si queremos tener la más mínima oportunidad de ganar esta
guerra, incluso si eso significa romper algunas reglas.
—¿Has dicho que esto hace más lento el
progreso?
—Correcto.
—¿Cómo sabes cuándo es demasiado tarde?
¿Cómo te detienes de herir a otros, por haber esperado demasiado tiempo para
abandonar la lucha?
—Mantengo un ojo atento en todo el
mundo. Si te vas de la raya, o haces algo que ponga en peligro a los demás, te
mataré yo mismo.
Hasta el momento esta última instancia
no había sido necesaria. Incluso Yesung, quien había sido peor que la mayoría,
se las había arreglado para encontrar la salvación a tiempo. Sólo Hyukjae había
esperado demasiado, y no quedaba bastante del hombre que solía
ser para preocuparse sobre que debería haber ido a la muerte hace mucho.
Si moría, ¿quién reclutaría a los que se
estaban acercando al final de su tiempo? ¿Quién iba a cuidar de ellos? No podía
entregar esa carga a otra persona. Era el único lo suficientemente fuerte como
para resistir los oscuros impulsos.
Un día caería luchando, pero se negaba a
darse por vencido. Podía no tener las gentiles emociones que componían lo que
pasaba por una conciencia, pero sí tenía honor. Se acordaba de lo que era amar
a alguien tan completamente que nada más importaba.
Shinyoon se había ido, pero sus hermanos
habían llenado el vacío, dándole un propósito para sustituir la esperanza que
había perdido mucho tiempo atrás.
Seungki asintió y le tendió la mano.
—Está bien.
Hyukjae extendió el anillo.
—Quema como el infierno.
—Estoy acostumbrado al dolor.
—Cuando encuentres a tu pareja,
asegúrate de quitártelo y devolvérmelo. No serás capaz de unirte a ella
mientras lo uses. Puedes incluso no ser capaz de detectar compatibilidad. —Yesung
había llevado el anillo y descubrió ese pequeño detalle de la manera difícil.
—Entiendo.
Seungki se deslizó el anillo en un
grueso dedo y apretó su mano en un puño. Si sintió el frío ardiente que
desprendía el metal, lo ocultó bien.
—Bueno. Ahora siéntate y deja que te
diga lo que tienes que hacer, lo que evitará que seas enviado a los Tvxq.
Ho estaba al lado de Grace. Había
adelgazado tanto, estaba tan pálida. Toda la belleza y la vitalidad que una vez
había llenado sus movimientos ahora se habían ido. Con cada día que pasaba ella
se alejaba más de él.
La máquina que respiraba por ella
silbaba quedamente, rompiendo el silencio de la habitación.
Hyungsik entró en la habitación con su pareja,
Minwoo, a su lado.
—¿Qué has averiguado? —preguntó Ho.
La expresión sombría de Hyungsik lo
decía todo. Incluso la belleza sobrenatural de su raza no podía enmascarar la
fea verdad.
—Fui incapaz de encontrar ayuda. Lo
siento.
—¿Qué quieres decir?
—Kevin es el sanador más fuerte entre
nosotros. Sólo hay dos más en el mundo cuyas habilidades superan las suyas. Uno
de ellos murió unos días atrás. El otro está durmiendo.
—Entonces despiértalo.
—No es tan fácil, Ho. Se fue a dormir
porque estaba demasiado débil para continuar.
—Le daré mi sangre.
Él puede tenerla toda. —No le importaba si moría, siempre y cuando Grace
viviera.
—No es suficiente. Lo siento. Tienes que
dejarla ir.
—Hablas como Hyukjae. Actúas como si
ella fuera una cosa que fácilmente puedo tirar. Te equivocas. Si la pierdo no
sobreviviré a eso.
La boca de Hyungsik se curvó con
compasión.
—Lo harás. No puedes ver claramente
ahora, pero lo he visto antes. Ésta es la naturaleza de las cosas.
Ho se levantó, apretando las manos para
evitar envolverlas alrededor del bonito cuello de Hyungsik. Miró a la nueva pareja.
—He oído hablar de que puedes ver el
aura, que puedes leer a las personas.
—Puedo —dijo Minwoo.
—¿Está ella sufriendo?
La mirada de Minwoo se movió de él a
dónde Grace estaba en la cama.
—Está confundida. Triste.
—¿Así que todavía está allí?
Minwoo asintió.
—Apenas. Está débil.
—Es una luchadora. Superará esto.
Solamente tenemos que encontrar a alguien lo suficientemente fuerte para poder
sanarla.
Hyungsik suspiró.
—¿Y qué si no hay nadie? ¿Cuánto tiempo
la obligarás a quedarse aquí, atada a este lugar?
Echó a Hyungsik una dura mirada,
advirtiéndole a la sanguijuela que se echara atrás.
—Tanto como sea necesario.
Tan pronto como la puerta se cerró a
espaldas de Hyungsik, Minwoo le agarró para detenerlo. El dolor que atormentaba
sus ojos, fue demasiado para que Hyungsik se resistiera. El quiso borrarlo,
hacerlo reír otra vez. Realmente no estaba listo para revelarle su sorpresa,
pero quizás era mejor decírselo cuanto antes. Cualquier cosa por verla feliz.
—No te hagas esto a ti mismo —le dijo—.
Prométeme que no volverás aquí a presenciar el sufrimiento de Ho.
—Quiero ayudar. Necesito ayudar.
—No hay nada que nadie pueda hacer.
Consolaremos a Ho cuando Grace se haya ido. Él va a necesitarnos.
Minwoo negó con la cabeza.
—Eso justamente es lo triste, ¿sabes? Es
tan injusto.
Hyungsik lo tomó entre los brazos y lo
abrazó con fuerza.
El ver a Ho le recordó cuán afortunado
era, cómo de preciado era Minwoo para él. Si algo le ocurriera alguna vez…
Él no podía pensar en esas cosas. Éstas
hicieron un remolino oscuro, el mal profundamente dentro de él, amenazó con
liberarse. Minwoo estaba bien. Era suyo.
Todo estaba bien.
—He estado pensando
en ello mucho tiempo —dijo Minwoo—, no quise decir nada delante de Ho, pero
creo que podría tener una idea.
Hyungsik se echó atrás lo suficiente
para mirar hacia abajo a su hermosa cara. Tan dulce, su Minwoo. Nunca se
cansaría de mirarlo.
—¿Qué quieres decir?
—Mis recuerdos de Temprocia han
continuado volviendo.
Temprocia, el mundo donde él había
nacido y fue criado. Sus recuerdos sobre el lugar habían sido retirados por su
protección, pero habían ido regresando lentamente desde que había tomado su
sangre.
—¿Cómo ayuda eso a Grace? —preguntó.
Sus cejas rubias se juntaron con
concentración.
—No recuerdo todo, pero recuerdo a una
mujer, una curandera. No puedo recordar su nombre, pero puedo ver su cara. Ella
no tenía arrugas, pero había sabiduría en su mirada, una especie de
inteligencia atemporal como si conociera todos los secretos del mundo. Recuerdo
que la miré y supe que podría hacer cualquier cosa. ¿Y si ella puede ayudar a
Grace?
Las advertencias sonaron en la cabeza de
Hyungsik. Minwoo había demostrado que estaba más que dispuesta a ponerse en
peligro para salvar a otro. Él no lo quería en ninguna parte cerca del riesgo
otra vez.
—Tal vez podría, pero ya no hay forma de
llegar a ella, es mejor si no mencionamos esto delante de Ho.
Minwoo alejó su mirada de él y clavó sus
ojos en el suelo.
—¿Qué pasa si hay una forma?
—El hecho de que no me mires a los ojos
cuando me lo dices me indica que es demasiado peligroso incluso para
considerarlo. Grace se está muriendo. Tenemos que aceptarlo y seguir adelante.
—No puedo. Tengo tantas cosas. Mi vida
es plena y feliz. ¿Qué clase de persona sería si no tratará de dar esa
oportunidad de ser feliz a otra persona?
Esa era sólo una razón más por la que lo
amaba.
A pesar de que se arrepentiría de
preguntarle, lo hizo de todos modos.
—¿Qué estabas pensando?
—Yo he venido aquí a través de la Piedra
Centinela en el edificio Star.
Él desesperadamente esperaba que lo
hicieran también. Sus compañeros Zea se estaban muriendo de hambre, y había
algo especial en la sangre de Minwoo que quitaba el hambre. Por lo menos lo
había para él.
El era lo que su raza debería haber sido
si ellos no hubieran sido maldecidos antes de su nacimiento. No tenía sed de
sangre. Minwoo podía caminar bajo el sol. Y mientras Hyungsik deseaba también
tener esas libertades, no había otra persona que prefiriera ver feliz que a Minwoo.
—¿Qué ocurre si en cierta forma podemos
pasar un mensaje a través de la piedra? Podríamos llamar para pedir ayuda.
—Asumiendo que podamos, ¿cómo ayudaría
eso?
—Estoy teniendo destellos de recuerdos,
sólo pedacitos que parecen tomarme el pelo. Hay algo ahí, y si puedo
descubrirlo, creo que sabré como hacer funcionar la piedra.
—Los Portales son cosas delicadas. Cosas
peligrosas.
—Puedo hacer esto Hyungsik. Solamente
necesito tu ayuda.
A él no le gustaba esto. No le gustaba
nada que lo pusiera en peligro. Pero sabía que no podía negarse. Si no lo
ayudaba, Minwoo encontraría a alguien que sí lo hiciera. No dejaría pasar esta
oportunidad, no mientras la vida de Grace pendiera de un hilo.
Hyungsik asintió con la cabeza.
— Si quieres, yo te ayudo, pero tienes
que prometerme que no harás nada sin mí.
Minwoo sonrió y el mundo entero de Hyungsik
se iluminó.
—Te lo prometo.
Su promesa establecida suavemente sobre los
hombros le reconfortó.
—No menciones esto a nadie. Si Ho
obtiene un indicio de nuestro propósito, será implacable. No le tendré
empujándote más allá de lo que es seguro.
—Estoy de acuerdo. Haremos esto a solas.
Si funciona, entonces se lo diremos.
Y una vez que terminaran el intento de
salvar la vida de Grace, él le diría lo que había hecho y le daría lo que
esperaba que fuera su regalo de bodas.
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