El Guardaespalda del Príncipe- Capítulo 1



Sungmin, conduciendo, contempló el esplendoroso sol veraniego que iluminaba la exquisita isla coreana y deseó estar a mil kilómetros de allí. Tal vez a un millón. En otro planeta donde nadie conociera su nombre. Donde nadie supiera que el hombre con quien su padre había esperado que se casara iba a casarse con otro y nadie lo compadeciera por ello.
        
    “Es hora de que dejes de perder el tiempo en Seul, hijo, y vuelvas a casa, a Ilsan”.

            Ese comentario condescendiente, de esa misma mañana, le había hecho hervir la sangre. Llenaba su cabeza, apagando la voz que, en la radio, cantaba sobre su anhelo de volver a casa. Su casa era el último lugar al que Sungmin quería ir.

            Por supuesto, la ira de su padre se debía a que lo había decepcionado que el hombre al que había estado prometido en matrimonio desde que era un niño se hubiera enamorado de otro. Le había dicho “¡Un joven de tu edad no tiene tiempo que perder!”, como si estar a un año de cumplir los treinta fuera culpa suya.

            Lo cierto era que Sungmin quería enamorarse. Quería casarse. Pero no con Hyukjae, un amigo de infancia que era como un hermano; él tampoco había querido casarse con Sungmin. El problema era que habían seguido el juego al compromiso ideado por sus padres demasiado tiempo, utilizándose el uno al otro para asistir juntos a eventos cuando les resultaba conveniente.

            A su padre no le habría gustado nada enterarse de eso. De alguna manera, tras la muerte de su madre hacía quince años, su relación con él se había desintegrado hasta el punto de que apenas se hablaban. Todo habría sido muy distinto si ella hubiera sido un chico.

            Muy distinto.

            Habría tenido otras opciones. Para empezar, habría sido el príncipe heredero y, aunque no tenía ningún deseo de gobernar su pequeña nación asiática, al menos habría tenido el respeto de su padre. Su afecto. Algo.

            Sungmin aferró el volante con más fuerza y tomó la estrecha carretera que corría junto a Jewel, la propiedad de Hyukjae.

            Durante ocho años había vivido feliz y de forma discreta en Seul. Había estudiado en la universidad y creado su propia empresa. Solo asistía a los eventos reales cuando Sungjin, su hermano, estaba ausente. Pero temía que eso llegaría a su fin, ahora que Hyukjae, iba a casarse con un amigo suyo.

            Sungmin arrugó la nariz por su estado melancólico. Hyukjae y Donghae se habían enamorado a primera vista dos meses antes y se les veía muy felices. Se completaban el uno al otro de un modo que habría inspirado a los poetas; no estaba celoso.

            En absoluto.

            Su vida iba de maravilla. Su galería, acababa de ser reseñada en una prestigiosa revista de arte y tenía más trabajo que nunca. Era cierto que su vida amorosa era más bien inexistente, pero su ruptura con Sungwoo, el hombre con quien habría creído que acabaría casándose, sucedida tres años antes, lo había dejado emocionalmente agotado y algo temeroso.

            Veinte años mayor que él, le había parecido el epítome del intelectualismo: un hombre al que no le importaba su sangre real y lo amaba por sí mismo. Había tardado dos años en darse cuenta de que el sutil criticismo y su deseo de “enseñarle” cuanto sabía se debía a que era un hombre tan egocéntrico y controlador como su padre.

            Deseó no haber pensado en él, porque se sintió aún peor. Solo se había sentido tan mal cuando paseaba solo a orillas del rio Han y veía a parejas que no podían dar más de dos pasos sin besarse.

            Él nunca había sentido eso. Ni una vez. Se preguntaba si llegaría a sentirlo.

            Tras romper con Sungwoo había decidido salir solo con hombres agradables y con valores familiares sólidos. Pero no le habían inspirado más que amistad. Por suerte, su negocio lo mantenía demasiado ocupado para pensar en lo que le faltaba. Y en cuanto a envejecer...

            Ajustó el volumen de la radio y pisó el freno antes de tomar una curva, pero no funcionó. Suponiendo que había pisado el acelerador, intentó corregir el error, pero el coche entró en una zona de gravilla y empezó a patinar.

            Sintiendo pánico, agarró el volante para mantener el coche recto, pero la inercia hizo que el vehículo chocara contra un árbol. Sungmin gimió cuando su cabeza golpeó el volante.

            Durante un momento, se quedó inmóvil. Después se dio cuenta de que el coche seguía rugiendo, así que levantó el pie del acelerador y paró el motor. Al mirar por la ventanilla comprobó que su coche estaba sobre un montón de rocas y matojos de brezo en flor.

            ¡Menudo fallo de concentración!

            Soltó el aire lentamente y movió las extremidades una a una. Por suerte, había ido demasiado despacio para resultar herido. Eso era bueno, pero se imaginó a su padre moviendo la cabeza con reproche. Siempre le decía que utilizara un chófer para eventos oficiales, pero no le hacía caso. Discutir con él se había convertido casi en un deporte. Un deporte que a él se le daba mucho mejor. Era una de las razones de que hubiera decidido estudiar Bellas Artes en la Universidad de Seul. Si se hubiera quedado en Ilsan le habría sido imposible mantener la promesa que le había hecho a su madre en su lecho de muerte: que intentaría llevarse bien con él.

            Recordó la conversación de esa mañana. Él no podía volver a Ilsan, no tenía nada que hacer allí. No podía pasarse el día sentado mientras esperaba a que su padre le buscara otro esposo apropiado. La idea le provocaba escalofríos.

            Sungmin abrió la puerta con cuidado y salió. Sus zapatos se hundieron en la tierra fangosa.

            Fantástico. Como propietario de una galería, era imperativo mantener un aspecto impecable; no podía permitirse arruinar sus preciados zapatos, porque no podía reemplazarlos. Hacía mucho tiempo que no aceptaba dinero de su padre, otra decisión que lo había irritado.

            Se inclinó hacia el coche para recoger su bolso. El teléfono se había caído con el golpe y la pantalla estaba rota. No se sabía el número de Hyukjae de memoria, así que lo tiró dentro del coche con frustración. Siempre podía llamar al servicio de emergencia, pero entonces su accidente saldría en todos los periódicos. Pensar que “el pobre príncipe rechazado” recibiera más atención esa semana le hizo rechinar los dientes.

            Tendría que ir andando.

            Pero allí de pie, con las manos en las caderas, se dio cuenta de lo lejos que quedaba la verja principal. Destrozaría sus adorados zapatos y llegaría acalorado y sudoroso. Esa no era la entrada grácil y digna que había planeado. Si una de las furgonetas de la prensa que había visto unos kilómetros atrás lo veía...

            Se preguntaba qué hacer cuando tuvo una idea alocada. Por suerte, se había estrellado cerca de una sección del muro en la que solía jugar con su hermano Sungjin, su primo Daniel y Hyukjae en su infancia, durante sus visitas al castillo. Escalar el muro como si fueran espías revolucionarios había sido su juego secreto, e incluso habían creado apoyos para escapar de enemigos imaginarios.

            Sungmin sonrió por primera vez ese día. Era una medida desesperada, pero solo faltaban unas horas para la boda de Hyukjae. Siempre le había gustado escalar de niño; sería aún más fácil siendo adulto.
             
             

            –Hay un hombre en el muro sur, jefe. ¿Qué quiere que hagamos con él?

            –¿En el muro? –Kyuhyun se detuvo en el centro de uno de los pasillos de Jewel.

            –En lo más alto –dijo Eric, uno de los miembros del equipo de seguridad de Kyuhyun.

            Kyuhyun se tensó. Seguramente sería un reportero que intentaba conseguir información sobre la boda de su amigo con el joven hijo de un controvertido político americano. Llevaban todo el día acechando la mansión como buitres. Pero nadie se había atrevido a saltar el muro antes. Por supuesto, había estado preparado para esa posibilidad y por eso habían atrapado al intruso.

            –¿Nombre?

            –Dice que es Lee Sungmin, joven príncipe de Ilsan.

            –¿Identificación? –Kyuhyun no creía que un principe pudiera intentar escalar un muro de doce metros de altura.

            –No lleva. Dice que tuvo un accidente de coche y seguramente se le cayó.

            Inteligente.

            –¿Cámara?

            –Sí.

            Kyuhyun consideró sus posibilidades. Incluso desde dentro de la mansión podía oír el motor de los helicópteros de la prensa que sobrevolaban el edificio. Aún faltaban tres horas para la boda y pensó que sería mejor aumentar el perímetro de seguridad, para evitar nuevos intentos.

            –¿Quiere que lo lleve a la base, jefe?

            –No –Kyuhyun se pasó la mano por el pelo. Prefería echarlo al otro lado del muro a darle acceso a la propiedad conduciéndolo a la casita que estaban utilizando sus hombres–. Déjalo donde está. Y, Eric, no dejes de apuntarle con la metralleta hasta que llegue –era un justo castigo por intentar colarse en un evento privado.

            –Oh, ¿quiere decir que lo deje en el muro?

            El titubeo de Eric hizo que Kyuhyun comprendiera que era una persona atractiva.

            –Sí, es exactamente lo que quiero decir –podía ser un loco en vez de un periodista–. Y no hables con él hasta que llegue.

            Kyuhyun confiaba en sus hombres, pero no necesitaba a ninguna Mata Hari que los liara.

            –Sí, señor.

            Kyuhyun guardó el teléfono. No iba a poder participar en el partido de polo que había organizado Hyukjae. Maldijo para sí. Se había ofrecido a ocuparse de la seguridad de su boda, y el trabajo siempre era lo primero.

            Cuando salió, Kyuhyun encontró a Hyukjae y a los demás esperándolo en los establos, con los caballos ensillados y listos para ponerse en marcha. Kyuhyun miró el caballo árabe de color blanco que Hyukjae le había prometido. Había estado deseando montar al semental.

            Decidió que podía hacerlo de todas formas. Agarró las riendas y subió con facilidad a lomos del caballo. El semental se removió bajo su peso y Kyuhyun le dio una palmadita en el cuello.

            –¿Cómo se llama?

            –Anchovy. Es un animal de lo más rebelde –Hyukjae torció la boca–. Os llevaréis bien.

            Kyuhyun se rio de su aristocrático amigo. Hacía años que habían formado un vínculo irrompible, cuando entrenaban juntos para formar parte de una fuerza militar de élite. Se habían apoyado el uno al otro en los tiempos difíciles y celebrado los buenos.
Hyukjae solía cantar y bailar para mantenerse despierto mientras esperaban a que ocurriera algo. Por su parte, Kyuhyun, había utilizado un método más sencillo: determinación y fuerza de voluntad. Eso le había sido muy útil cuando cambió las operaciones especiales por el desarrollo de software y creó el programa de espionaje más sofisticado del planeta.

            Wolf Inc. había surgido de ahí, y cuando su hermano menor se unió a la empresa, la expandieron para cubrir todos los aspectos del negocio de seguridad.

            –Eres un soñador Dance.

            –Solo soy un hombre que sabe mantener el equilibrio en su vida, Wolf –replicó Hyukjae con buen talante, utilizando el viejo apodo militar de Kyuhyun. Subió a un caballo castaño–. Tendrías que intentarlo alguna vez, amigo.

            –Tengo equilibrio de sobra en mi vida –gruñó Kyuhyun, pensando en el rubio japones de quien lo había alegrado librarse un mes antes–. No necesitas preocuparte de eso.

            Anchovy relinchó y levantó la cabeza, retador.

            –No me uniré a vosotros todavía. Tengo que comprobar un asunto –mantuvo el tono tranquilo para no alarmar a su amigo, que tenía que concentrarse en por qué estaba entregándose a un joven en matrimonio, no en el joven que estaba sentado en uno de los muros del castillo–. Achovy y yo nos uniremos a vosotros en un rato.

            El caballo tiró con la cabeza y Kyuhyun sonrió. No había nada como utilizar su destreza para dominar a un animal difícil. Le gustaba la bestia.
             
             

            Sungmin admitió que no era más fácil escalar un muro siendo adulto. De hecho, le había dado mucho miedo y le había demostrado su falta de forma. Le dolían los músculos de los brazos. Además, había descubierto que habían talado el viejo árbol con el que había contado para el descenso, y dos guardas de seguridad le apuntaban con metralletas.

            No había pensado que Hyukjae habría contratado seguridad adicional para la boda. Por supuesto, los hombres no se habían creído lo del accidente de coche. Lo único que faltaba para completar el día era que los helicópteros de la prensa lo vieran.

            Mirando el terreno irregular donde había estado el magnífico árbol, se dijo que todo era culpa de Hyukjae. Y sin duda habían elevado el muro desde que lo había escalado con doce años.

            –Si recorréis unos doscientos metros por la carretera, encontrareis mi coche y sabréis que digo la verdad –les dijo a los dos guardias, intentando contener el mal genio del que tanto se quejaba su padre.

            –Lo siento, señor. Son órdenes del jefe –dijo el que tenía un aspecto más compasivo de los dos.

            –Ya. Pero tengo dolor de cabeza y me gustaría bajar.

            –Lo siento, señor...

            Sungmin se preguntó qué harían los dos hombres si decidía saltar. No era una opción práctica, porque probablemente se rompería un tobillo. Cerró los ojos y se tocó la frente. Tenía un chichón tan enorme como un huevo.

            Una ola de irritación estuvo a punto de hacerle caer. Se dijo que era irracional enfadarse con los hombres, dado que era culpa suya. Pero se sentía como un tonto sentado en el muro.

            –¿Y dónde está ese jefe vuestro? –preguntó.

            –Llegará pronto, señor.

            También llegaría la Navidad. En cuatro meses.

            Un ruido hizo que Sungmin girara la cabeza. De repente un destello blanco entre el verdor captó su atención. Sungmin se quedó absorto mirando al bello semental que llegaba al galope. El jinete lo dejó sin aliento.

            El pelo castaño y revuelto enmarcaba un rostro orgulloso. Su torso delgado estaba cubierto por un polo negro ajustado. Las piernas largas, perfectamente delineadas por los pantalones y botas altas de montar.

            Percibió que estaba furioso, aunque él no había movido un músculo de la cara. Lo miraba con la intensidad de un depredador. Incluso cuando el caballo se removió con impaciencia y agitó la cola, el hombre siguió inmóvil.

            Sungmin, con el pulso acelerado, se agarró al muro. El calor estaba relajándole las extremidades. Se dijo que era culpa del sol, no de aquel que le miraba con una arrogancia casi insolente.

            –¿Eres la razón de que aún siga en este muro? –dijo, sin pensarlo. Se arrepintió de inmediato. Había pretendido ser agradable, poner fin a la situación cuanto antes. Pero al ver como él tensaba la mandíbula supo que eso no ocurriría.
             
             

            Kyuhyun no movió un músculo mientras examinaba al hombre. Se había equivocado. No era atractivo. Era increíblemente atractivo. Tenía pómulos altos, piel dorada como la miel, ojos oscuros como la noche, pelo oscuro recogido en una cola y una boca que daba la impresión de estar esperando ser besada.
   
         Por él.

            Desechó con impaciencia el inesperado pensamiento y bajó la mirada hacia la camisa blanca que el viento pegaba contra su pecho y los vaqueros que se ajustaban a sus piernas. Descubrió que estaba descalzo.

            Anchovy agitó la cola como si a él también lo perturbara la visión. Entonces, la mente de Kyuhyun registró la altanera pregunta que le había hecho y recuperó el control. Era un intruso y estaba arruinando su partido de polo, si estaba molesto tendría que aguantarse.

            –No –replicó–. Tú eres la razón de que sigas en ese muro.

            Ignorando su siseo de irritación, desmontó y se aproximó a sus hombres. Notó que el joven lo seguía con la mirada y se preguntó de qué color serían sus ojos, lo que lo irritó aún más.

            Esperó a que Eric le explicara cómo lo habían encontrado y después le pidió que le entregara el bolso que tenía en la mano.

            –¿La metralleta es imprescindible? –preguntó él desde arriba, con tono de aburrimiento.

            –Solo si tengo que dispararte con ella. Deja las manos donde pueda verlas.

            –¡No soy ningun criminal!

            –¿Has encontrado algo de interés? –le preguntó a Eric, ignorándolo.

            –No, jefe. Las típicas cosas. No hay tarjeta de identificación, como ya le dije.

            –Ya les he dicho a tus perros guardianes que tuve un accidente y la billetera debió de caerse.

            –Muy conveniente.

            –¿Para quién? ¿Para ti?

            –Tienes una lengua muy afilada para alguien en tu situación –Kyuhyun le lanzó una mirada que habría asustado a muchos hombres. Deseó que dejara de hablar. El tono de su voz, levemente acentuada, estaba teniendo un efecto inesperado en su cuerpo.

            –Soy el joven príncipe Lee Sungmin de Ilsan y exijo que me dejes bajar de aquí de inmediato.

            Kyuhyun volvió a recorrerlo con la mirada, por puro placer y porque sabía que eso lo pondría en su sitio.

            –¿Qué haces en un muro, principe? ¿Aprender a volar?

            –Soy un invitado a la boda y perderás tu trabajo si insistes en dejarme aquí arriba. Es probable que ya esté quemado por el sol.

            –Lo dudo –el sol no brillaba con fuerza–. Y los invitados suelen llegar por la puerta principal. ¿Para qué medio trabajas?

            –Yo no... –arrugó la frente.

            –¿Periódico? ¿Revista? ¿Televisión? Bonita cámara. ¿Te importa que eche un vistazo?

            –Sí, me importa.

            Él dejó el bolso en el suelo y empezó a mirar las fotos.

            –He dicho que sí me importa.

            –Eso me da igual.

            –¿Y por qué te has molestado en preguntarlo?

            –Modales –dijo él, sonriendo al oír la exasperación de su voz.

            El joven emitió un ruidito que dejó claro que él no sabía lo que eran los modales.

            –Bonitas fotos de famosos –dijo mirándolo de nuevo–. Repito, ¿para qué periódico trabajas?

            –No soy un paparazzi, si es lo que sugieres.

            –¿No?

            –No. Soy propietario de una galería de arte. Esas fotos son de una inauguración. Pero no es asunto tuyo.

            –Dada la situación en la que estás, yo diría que sí lo es –Kyuhyun se frotó el mentón.

            –Entiendo lo que parece esto –parecía estar conteniendo el mal humor a duras penas–. E incluso aprecio lo eficaces que han sido tus hombres al verme...

            –Eso me alegra mucho.

            –Pero –siguió él–, soy quien digo ser. Mi coche está a unos doscientos metros y tus hombres ya lo sabrían si se hubieran molestado en ir a buscarlo, en vez de apuntarme con sus armas como si fuera un terrorista.

            –Oh, lo siento –Kyuhyun le dio la cámara a Eric. No se molestó en ocultar el desdén que sentía por los príncipes altaneros, reales o imaginarias, que creían que sus necesidades estaban por encima de las de los demás–. ¿No te lo había dicho? Mis hombre aceptan órdenes de mí, no de ti.

            –Muy conveniente –dijo el joven con un mohín que hizo que su boca pareciera aún más sexy.

            Él no estaba de humor para apreciar su pulla y se planteó tirarlo al otro lado del muro antes de verificar su identidad.

            –Eric. Kangin. Id en el jeep a buscar su coche. Si es que existe.

            El rezongó y cambió de posición. Tenía que estar muy incómodo, pero se lo había buscado.

            –He dicho que dejaras las manos donde pudiera verlas –dijo él.

            –¿Crees que podría esperar en el suelo a que regresen tus hombres? Prometo no atacarte.

            El aire parecía zumbar con el calor antagonista que le provocaba. Su acento daba a sus palabras sarcásticas un tono sexy. Era una mezcla perfecta de belleza y espíritu. Le costaba controlar su libido y eso lo molestó mucho.

            –Creo que podré manejarte.

            El miró su boca y Kyuhyun sintió que la lujuria lo recorría de arriba abajo. Esperó, sin aliento, a que el calor que sentía en la entrepierna se disipara, pero empeoró. Después, sus ojos se encontraron y la química que había estado intentando evitar fue como una corriente eléctrica.

            El modo en que se ensancharon sus ojos le hizo pensar que tal vez había leído sus pensamientos. Pero era imposible. Tras catorce años en el negocio, Kyuhyun sabía ocultar sus sentimientos; había sabido hacerlo al poco tiempo de empezar a andar.

            Quizás el otro hombre había sentido la misma quemazón que él. Y no le había gustado, a juzgar por su mirada. Eso le dio qué pensar. Si fuera un periodista o, peor aún, un activista político, ya habría utilizado esa conexión para manipularlo, no lo miraría como si le hubiera quemado.

            Miró las muñecas que salían de los puños de la camisa y luego las manos, con una manicura perfecta. Era obvio que no trabajaba con las manos.

            Supo instintivamente que era quien decía ser. Se veía en su apostura real, su aire altanero y en que lo miraba como si fuera un empleado. Su madre había mirado a su padre así y Kyuhyun siempre había sentido pena del pobre bastardo.

            –¿Tienes alguna sugerencia sobre cómo puedo bajar de aquí?

            –¿Te gustaría que sacara mi escalera plegable del bolsillo trasero? –se burló Kyuhyun–. Oh, cielos. La dejé en casa –abrió las manos con las palmas hacia arriba–. Supongo que tendrás que saltar a mis brazos, principe. Qué ilusión.

            –¿Te consideras el nuevo Zorro? –le preguntó él con dulzura.

            –Solo porque dejé mi cinturón de herramientas de Batman en casa.

            –¿Con batichica?

            –Muy listo –a pesar de su malhumor, soltó una risita–.Tirate

            –Tengo una idea mejor. ¿Por qué no bajo por donde he subido?

            –No.

            –Tiene más sentido –el joven apretó los labios.

            –Inténtalo y te disparo.

            –No tienes un arma.

            –Sí que la tengo.

            El hizo una pausa y Kyuhyun supo que estaba evaluando si decía la verdad o no. Recorrió su torso y sus piernas con la mirada y él sintió una oleada de excitación, como si lo hubiera tocado.

            –Estás siendo muy obtuso –rezongó.

            –Aún no –Kyuhyun consiguió controlar la irritación por su respuesta física hacia un joven que ya le desagradaba–. Pero estoy cerca de serlo.

            –Si me dejas caer te demandaré.

            –Si no te das prisa en bajar de ahí, seré yo quien te demande a ti.

            –¿Por qué razón?

            –Por impacientarme. Ahora, baja –advirtió él.

            –Preferiría esperar a una escalera.

            Él también lo habría preferido.

            –Entonces, acomódate. Dirijo el equipo de seguridad, no el de rescate.
       

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...