Amor en Altamar- Capítulo 11



A Donghae le temblaban ligeramente las manos mientras amontonaba los platos en la bandeja y limpiaba la mesa del capitán, y eso que sólo había tenido que acarrear aquellos cubos desde la puerta hasta la bañera, gracias a un violento francés que se había alterado muchísimo al verlo volcar agua sobre la cubierta. Sin escuchar sus protestas, ordenó a dos tripulantes que le llevaran los cubos. Donghae protestó porque lo consideraba su obligación; además, supuso que ellos rezongarían por verse obligados a hacer el trabajo del grumete.

Pero no se quejaron. La última observación malhumorada que hizo el frances al respecto fue que era preciso crecer un poco antes de meterse en cosas de hombres. Donghae, estuvo a punto de replicar. Pero tuvo la prudencia de mantener la boca cerrada.

Sin embargo, todavía tuvo que encargarse de parte del acarreo, puesto que los hombres dejaban los cubos ante la puerta, negándose a entrar en el camarote del capitán. Pero no había sido aquella pequeña tarea la responsable de que le temblaran las manos. No, le temblaban porque Kim Hyukjae estaba detrás del biombo quitándose la ropa, y sólo el hecho de saberlo lo ponía mas nervioso de lo que había estado ya durante todo el día.

Por suerte, no tenía que permanecer en el camarote. Aún tenía que devolver los platos a la cocina y recoger su hamaca del castillo de proa, donde se alojaba la tripulación. Pero aún no había salido de la habitación cuando oyó el chapoteo del agua.

Aunque trató de rechazarla, le vino a la mente una imagen de ese corpachón sumergiéndose en el agua caliente, envuelto en el vapor que le humedecía la densa mata de pelo rojizo. El pecho iría mojándose poco a poco, hasta que su piel reflejara la luz de la lámpara que pendía sobre él. Se recostaría hacia atrás, cerrando los ojos por un momento, mientras relajaba el cuerpo en ese calor sedante... y allí acabó la imagen. Simplemente, Donghae no lograba representarse a ese hombre relajado.

Cuando reparó en que estaba dejándose llevar por su imaginación, sus ojos llamearon de indignación. ¿Estaba loco? No, era la tensión de un día absolutamente horrible, que aún no había terminado. Enojado, dejó caer en la bandeja el último plato y la levantó para dirigirse hacia la puerta. Antes de que llegara allí, la voz grave del capitán voló hasta él.

-Necesito mi batín, Dong.

¿El batín? ¿Dónde lo habría puesto? Ah, sí, estaba colgado en el armario; era una ligera prenda de seda color esmeralda que, probablemente, no le cubriría ni las rodillas, ni le abrigaría del frío. Donghae se había preguntado, al verlo por primera vez, para qué lo usaría; para la cama, probablemente, puesto que no había camisas de dormir entre sus pertenencias.

Después de tomar el batín del armario, cruzó el cuarto casi corriendo para arrojárselo por encima del biombo. No había hecho sino girar hacia la mesa cuando oyó otra vez su voz.

-Ven aquí, chico.

Oh, no. No y no. El no quería verlo relajado. No quería ver la piel reluciente que había imaginado.

-Tengo que traer mi hamaca, señor.

-Eso puede esperar.

-Es que no quiero molestarlo cuando la instale.

-No te preocupes.

-Pero...

-Ven aquí, Dong -la impaciencia era perceptible en su voz - Es sólo un minuto.

El dirigió una mirada melancólica a la puerta, su única vía de escape. Si alguien llamase en ese instante le evitaría tener que pasar detrás de aquel biombo. Pero no tuvo esa suerte; no había posibilidad de huir... El había dado una orden.

Por fin se convenció de que debía cambiar de actitud. ¿A qué venía el miedo, al fin y al cabo?

-Dong...

-Voy, por Dios... digo... -Apareció junto al biombo- ¿Qué puedo hacer... por ... usted?

Oh, cielos, ese era un hombre corpulento y apuesto, a quien no le unía parentesco alguno. Su piel mojada relucía como bronce, envolviendo unos músculos abultados que parecían de hierro... La humedad no quitaba cuerpo a su pelo; era demasiado espeso. No parecía tener una sola parte blanda en todo el cuerpo... salvo una, tal vez. El pensamiento le hizo enrojecer, rezó con fervor por que no se diera cuenta.

-¿Qué demonios te pasa, chiquillo?

Lo había fastidiado, obviamente, al no acudir de inmediato. Bajó la vista al suelo, el sitio más seguro de momento, y con la esperanza de mostrarse suficientemente arrepentido.

-Lo siento, señor. Ya aprenderé a moverme más deprisa.

-Eso espero. Toma.

El jabón, envuelto en el trapo de baño, la golpeó justo en el pecho. El jabón cayó al suelo, pero logró atrapar el paño. Sus ojos se habían agrandado en una expresión de temor.

-¿Quiere que le traiga uno nuevo? -preguntó, esperanzado.

Se oyó un resoplido.

-Ese te servirá perfectamente. Usalo para lavarme la espalda.

Lo que había supuesto... No iba a poder. ¿Acercarse a esa piel desnuda? ¿Tocarla? ¿Cómo? pero eres un chico, Hae, y él, un hombre. Para él, pedirte que le laves la espalda no tiene nada de malo. Y no lo tendría, si tu fueras de verdad un varon.

-los golpes en las orejas te han afectado el oído, ¿verdad?

-Sí... digo, no - suspiró Donghae - Ha sido un día muy largo, capitán.

-Y la tensión nerviosa suele agotar. Comprendo perfectamente, chico. Puedes acostarte temprano. Por esta noche no tienes nada más que hacer... una vez que me hayas frotado la espalda.

Donghae se puso rígido. Durante un segundo creyó que se había salvado, pero no habían sido más que ilusiones. Muy bien, le frotaría la condenada espalda. ¿Qué remedio tenía? Y tal vez pudiera despellejarlo un poco, de paso.

Recogió el jabón y se acercó al extremo de la bañera. El se inclinó hacia delante, presentándole toda la espalda, una, tan... masculina. La bañera era tan grande que toda el agua que había vertido lo cubría apenas unos centímetros por encima de las caderas. Y no estaba turbia. El hombre tenía bonitas nalgas.

El mismo se sorprendió al notar que se había quedado parado mirándolo. ¿Cuánto tiempo debía de llevar así? No mucho, o él habría dicho algo, con lo impaciente que era.

Enfadado por haberlo contemplado de esa manera, y furioso con él por obligarlo a hacer aquello, hundió el trapo en el agua y deshizo el jabón con él hasta hacer espuma suficiente para lavar diez cuerpos como ése. Luego lo estrelló contra la espalda del capitán y empezó a frotar con tudas sus fuerzas. El no dijo una palabra. Al cabo de un momento, Donghae empezó a sonreírse culpable al ver las marcas rojas que le iba dejando.

Disminuyó la presión y, con ella, su enfado. Volvía a mirar fijamente fascinado por el modo en que la piel se erizaba cuando él tocaba un sitio sensible. El paño era tan fino que bien podía no haber nada entre su mano y la piel mojada. Sus movimientos se hicieron más lentos. Estaba repasando las zonas ya lavadas.

Y entonces ocurrió. La comida que había devorado mientras aguardaba a que hirviera el agua, empezó a revolvérsele en el estómago. La sensación era extrañísima, pero no dudó por un momento que fuera a convertirse en náusea declarada. Y seria una mortificación volver a vomitar en presencia de él. ¿Qué puedo hacer, si su presencia me descompone, capitán? Eso le sentaría muy bien, ¿no?

-He terminado, señor -Le devolvió el trapo por encima del hombro.

El lo rechazó.

-todavía no,-dijo - Debajo de la cintura.

Donghae bajó la vista a esa zona, veteada de espuma que había chorreado hacia abajo. No recordaba si la había lavado o no, pero la atacó de inmediato; era un alivio que el agua estuviera ya llena de burbujas, de ese modo no se veía nada. Hasta hundió el paño varios centímetros por debajo de la superficie, llegando hasta la base misma de la espalda; así no podría decir que el trabajo no había sido completo. Pero para eso tuvo que agacharse, acercándose más a él, tanto que llegó a olerle el pelo. También olía su cuerpo limpio. Y no le costó nada percibir su gruñido.

Se echó atrás tan deprisa que chocó con el mamparo. El se volvió con la misma prontitud para clavarle la mirada. El ardor de sus ojos lo paralizó donde estaba.

-Disculpe -jadeó - No era mi intención hacerle daño, lo juro.

-Tranquilízate, Dong -El capitán dejó caer la cabeza sobre las rodillas flexionadas- Es sólo una pequeña... rigidez. No podías saberlo. Anda, terminemos de una vez.

Donghae se mordió el labio. Daba la impresión de que el hombre estaba dolorido. Debería de haberse alegrado, pero algo se lo impidió. Por algún motivo, sentía el impulso de... ¿de qué? ¿De calmar su dolor? ¿Acaso se había vuelto loco por completo?
Salió de allí tan rápidamente como pudo.



Cuando Donghae volvió al camarote, Hyukjae apuraba la segunda copa de coñac. Ya había logrado dominarse, pero todavía le irritaba que el inocente contacto del muchacho lo hubiera excitado con tanta facilidad. Así se iban al traste esos planes que tan bien había trazado.

Su intención había sido obligarlo a enjuagarlo, a alcanzarle la toalla y ponerle el batín, para ver cómo se ruborizaban esas bonitas mejillas. Pero habría sido él el que se hubiera ruborizado, si hubiera llegado hasta ese punto. Nunca en su vida había pasado vergüenza por una honesta reacción de su cuerpo. Tampoco esa vez tenía por qué a avergonzarse, pero Dong habría pensado que su excitación se debía a la proximidad de un chico.

Maldición, qué incoveniente, cuando el juego parecía tan sencillo. El tenía todas las ventajas, mientras el pequeño estaba entre la espada y la pared, completamente vulnerable. Había planeado seducirlo con sus formas viriles, hasta tenerlo tan dominado por la lujuria que arrojara al aire su gorra y le suplicara que le poseyera.

Una fantasía en la que él desempeñaría el papel de macho inocente y desprevenido, atacado por su caprichoso grumete. El, naturalmente, protestaría y éste le imploraría dulcemente el consuelo de su cuerpo. Entonces no hubiera tenido más remedio que portarse como un caballero y ceder...

Pero ¿cómo llegar a todo eso si el viejo pícaro levantaba la cabeza para verlo, cada vez que se acercaba? Si ese pequeño encantador se daba cuenta pensaría que a él le gustaban los chiquillos. ¡Diantre!, había que hacerle confesar quién era antes de que su imaginación se desbocara.

Lo siguió con los ojos. El muchacho iba hacia el rincón que él le había asignado, con un saco de lona bajo el brazo y una hamaca colgada del hombro.

Esa noche, el capitán había podido confirmar alguna de sus sospechas. Tal como Junsu señalaba, el muchacho parecía manejar de modo muy natural la jerga de los marineros, algo que sólo se podía hacer si se estaba familiarizado con los barcos; sin embargo, él aseguraba ignorar todo lo relacionado con la navegación.

Dong debía de tener uno o dos hermanos varones. Los había mencionado espontáneamente sin detenerse a pensar. ¿Qué vínculo tenía con el escocés, entonces? ¿Eran amigos, amantes...esposos? Por Dios, que no fueran amantes. El muchacho podía tener todos los maridos que quisiera, docenas de maridos, eso no le importaba. Pero un amante era algo serio, un papel que él deseaba para sí.

Donghae colgó su hamaca de los ganchos, sintiendo la mirada del capitán fija en él. Al volver, lo había visto sentado a su escritorio, pero como él no había dicho palabra, Donghae tampoco había hablado y había desviado la vista hacia otro lado. Sin embargo, la única mirada que le había dirigido...

Kim llevaba puesto su batín esmeralda. La V que formaba el batín al cerrarse era tan ancha, tan profunda, que apenas le cubría el pecho. A la luz de la lámpara brillaba una piel blanca, de tetilla a tetilla, desde el cuello hasta... abajo.

Donghae se bajó el cuello alto de la camisa. Aquel maldito camarote parecía horriblemente caldeado; sus ropas, más gruesas. Pero fueron las botas lo único que se atrevió a quitarse para dormir.
Y aún sentía los ojos de Kim Hyukjae observando todos sus movimientos.

Seguramente, sólo eran imaginaciones suyas... ¿Qué interés podía tener él en contemplarlo? A menos que... Echó un vistazo a su hamaca, con una amplia sonrisa: probablemente el capitán esperaba que cayera al suelo sentado en cuanto quisiera trepar a aquella cama bamboleante. Hasta era posible que tuviese preparado algún comentario idiota sobre su torpeza o su inexperiencia, algo verdaderamente horrible para abochornarla. Pues se quedaría con las ganas. Había menos probabilidades de que cayera de una hamaca que de una cama normal.

-No me digas que piensas dormir con toda esa ropa, ¿eh, chiquillo?

-Pues así es, capitán.

Para gran satisfacción de Donghae, su respuesta pareció molestarlo, pues le vio fruncir el entrecejo.

-Mira, no he querido darte a entender que tendrías que pasar toda la noche levantándote, ¿sabes? ¿Es eso lo que suponías?

-No. Siempre duermo vestido. No recuerdo por qué empecé a hacerlo, pero hace ya tanto tiempo que se ha convertido en una costumbre - Por si acaso él tenía la audacia de sugerirle un cambio de hábitos, agregó - Dudo que pudiera dormir sin toda mi ropa.

-Como quieras. Yo también tengo mis costumbres para dormir, aunque creo que son bastante opuestas a las tuyas.

¿Qué significaba eso? Donghae no tardó en descubrirlo: el hombre se puso de pie y, encaminándose hacia la cama se quitó el batín.

Oh, Dios; oh, Dios; no me puede estar pasando esto. No es posible que este hombre camine así, desnudo y mostrándome una imagen frontal de su persona.

Pero así era, para escándalo de su sensibilidad. Sin embargo, no cerró inmediata y compulsivamente los ojos. Después de todo, eso no era algo que se viera todos los días. No creía haber visto nunca tan espléndido espécimen de masculinidad. Imposible negarlo, por mucho que hubiera preferido verle unos fláccidos michelines, una barriga voluminosa o una irrisoria pequeñez en...

No te ruborices, estúpido. Nadie puede oír tus pensamientos, salvo tú, y ni siquiera los has completado. Si él es de una apostura excepcional en todo sentido, ¿qué importancia tiene eso para ti?

Por fin se obligó a cerrar los ojos; ya había visto demasiado. Esa imagen no era algo que pudiera olvidar en poco tiempo. Por todos los diablos, ese hombre no tenía la menor vergüenza. Bueno tampoco Donghae era justo. Se suponía que estaba con un chico. Y entre hombres, ¿qué importa la desnudez? Claro que para él era una experiencia inefable.

-¿Quieres apagar las lámparas, Dong?

Donghae emitió un gemido sordo. De inmediato le asustó la posibilidad de que lo hubiera oído, pues el capitán suspiró.

- No, está bien. Ya te has acostado. No es cuestión de abusar de la suerte que te ha permitido llegar ahí arriba al primer intento.

Donghae contuvo su irritación. Siempre tenía que encontrar algún motivo para fastidiarlo. Aquel hombre era un verdadero demonio. Estuvo a punto de hacerse cargo de las lámparas, sólo para demostrarle que la suerte no tenía nada que ver con su hamaca. Pero para eso tenía que abrir los ojos y él aún no se había metido bajo las sábanas. Y encontrarse cara a cara con él, desnudo... Bueno, sería mejor que no ocurriera...

De todas maneras, no pudo evitar que los ojos se le abrieran un poquito. La tentación era demasiado grande. Además, si el hombre quería dar un espectáculo, era justo que tuviera público para apreciarlo. Eso no significaba que Hae lo apreciara, desde luego. No. Era sólo fascinación y curiosidad, por no mencionar el instinto de supervivencia. Si uno tiene una serpiente cerca, la vigila ¿no?

Por muy interesante que le pareciera esa desacostumbrada experiencia, rogó que el hombre se diera prisa. Empezaba a sentir náuseas otra vez, aunque él ni siquiera se le acercaba.

¡Caramba, qué bonitas nalgas! ¿Era posible que el cuarto se hubiera caldeado más aún? Y esas piernas largas, esos costados tan firmes... Su virilidad era sobrecogedora, descarada, intimidante.

Oh, por Dios, ¿acaso venía hacia él? ¡Sí! ¿Por qué? Ah, la lámpara instalada encima de la bañera. Maldito, no debería asustarle de esa manera. Esa parte del camarote se sumergió en la oscuridad; sólo quedaba una lámpara encendida junto a la cama. Donghae cerró los ojos. No quería verlo meterse en aquella cama beatíficamente suave. Bien podía ser que él no usara cobertores.

La luna ya alumbraba la cubierta, y su luz acabaría por entrar en el camarote a través de la hilera de ventanas. Donghae no abriría los ojos ni para salvar su alma. Bueno, eso era un poco exagerado. Tal vez para salvar el alma sí. ¿Dónde estaba? No se lo oía caminar hacia la cama.

-A propósito, hijo, ¿Dong es tu nombre de pila o sólo un nombre cariñoso que te ha puesto tu familia?

No es posible que esté a mi lado, completamente desnudo. ¡No es posible! Lo estoy imaginando, lo estoy imaginando todo. Pero si nunca lo he visto sin ropa. Además ya hace rato que estamos durmiendo.

-¿Cómo dices? No te oigo, chico.

¿Qué era lo que no oía, si no había dicho una palabra? Tampoco pensaba decirla. Que le creyera dormido. Pero ¿y si le tocaba para despertarlo, sólo para que respondiera a esa pregunta estúpida? Tenso como estaba en ese momento, lo más probable era que se le escapara un grito ensordecedor. Y eso no le convenía. ¡Respóndele, tonto, sólo para que se vaya!

-Es mi nombre... señor.

-Lo que me temía. No te va bien, ¿sabes?, pero no te preocupes, chico. Aunque sea el nombre que te hayan impuesto, yo he decidido llamarte Donnie. ¿ te parece?

Le importaba un rábano lo que él pensara. Y a él le importaba aún menos lo que opinara. Pero no pensaba discutir con un hombre desnudo que estaba de pie a pocos centímetros.

-Como usted guste, capitán.

-¿Cómo yo guste? Me complace tu actitud, Dong; me complace de verdad.

Mientras él se alejaba, el muchacho suspiró. No se preguntaba siquiera por qué el hombre se reía por lo bajo. Y pese a su firme resolución, al cabo de un momento volvió a entreabrir los ojos. Esta vez era demasiado tarde; el capitán estaba en la cama y decentemente cubierto. Pero el claro de luna inundaba el camarote, permitiéndole verlo estirado en la cama, con los brazos cruzados tras la nuca y sonriendo. ¿Sonriendo? Debía de ser un efecto de la luz. ¿Y qué importaba a fin de cuentas?

Disgustado consigo mismo, se volvió hacia el rincón, para no enfrentarse a la tentación de mirarlo otra vez. Suspiró de nuevo, sin darse cuenta de que, esta vez, en ese suspiro había un amago de desilusión.


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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...