Entre el Miedo y el Amor- Capítulo 14



–Ah, no lloréis más, tesoro –suplicó Minji -. Vuestros primos vendrán dentro de un momento para ayudaros. Y sin duda no querréis que os vean en este estado.

–No puedo evitarlo –sollozó angustiado Sungmin –. ¿Acaso no es normal que se llore en el día de tu boda?

–Pero habéis estado llorando toda la semana. Y no os ha servido de nada, ¿verdad?

–No. – Sungmin movió la cabeza.

–Y sin duda, especialmente hoy, no conviene que os vean con los ojos hinchados.

Sungmin se contrajo, preocupado.

–Eso no me importa.

Se produjo un silencio.

–No supondréis que él no va a presentarse –dijo Minji conteniendo el aliento, ofendida.

–Oh, estará presente –suspiró Sungmin –. Pero ya te he repetido lo que me dijo.

–Tonterías. Algunos hombres le tienen terror al matrimonio, y vuestro vizconde parece ser uno de éstos.

–Pero juró que no será un marido para mí.

–Lo dijo porque estaba furioso –dijo Minji paciente–. No hay que tomar en serio lo que dice un hombre enojado.

–Pero él puede sentirse atado, ¿comprendes? Oh, ¿cómo puedo haberme equivocado con él hasta este punto? –exclamó Sungmin – ¿Cómo he podido? –Movió la cabeza.– ¡Pensar que alguna vez lo he comparado con Siwon! Cho Kyuhyun no se parece a mi tío. No tiene ni una partícula de sentimiento... como no sea entre las piernas –añadió con amargura.

–¡Sungmin!

–Pues es verdad –replicó –. Fui simplemente un juego para él, otra conquista.

Minji lo miraba con las manos en las caderas.

–Debisteis hablarle del niño –dijo por centésima vez–. Al menos hubiera entendido por qué tenéis que seguir con esta farsa.

–Probablemente no lo hubiera creído. Incluso yo mismo lo dudo. Mírame. Estoy embarazado de cuatro meses y no se nota lo más mínimo. Y no me he mareado, ni... ¿Acaso me voy a atar a ese hombre por nada? ¿Estaré realmente en estado?

–Desearía que no fuese así, pero sabéis que lo estáis. Y repito que deberíais habérselo dicho.

–Soy tan tonto que creí que su pésimo comportamiento era sólo una trampa –dijo Sungmin con amargura. Suspiró–. ¿Sabes, Minji? Todavía tengo cierto orgullo.

–A veces hay que tragarse todo el orgullo, tesoro –dijo Minji con suavidad. Sungmin movió la cabeza.

–Te diré lo que él habría dicho si yo le hubiera confesado que estoy embarazado. Me hubiera dicho que no perdiera el tiempo en una causa perdida y que buscara un padre para mi hijo.

–Tal vez tendríais que haberlo hecho.

Los ojos de Sungmin llamearon.

–¡Nunca cargaré a un hombre con el hijo de otro! Cho Kyuhyun es padre de un hijo en camino y debe pagar su precio, que no puede pagar otro.

–Vos sois quien lo está pagando, Min, con la desdicha y el dolor de vuestro corazón.

–Ya lo sé –dijo ya sin furor–. Pero ha sido porque creí amarlo. Al comprobar hasta qué punto me he equivocado con él, lograré superarlo.

–Estáis a tiempo. Podríais partir para el continente antes de...

–No –dijo Sungmin con tanta fuerza que Minji dio un respingo – Se trata de mi hijo. No me ocultaré avergonzado hasta que nazca para entregarlo después, nada más que para evitarme un desagradable matrimonio...- Luego añadió, pensativo – No es necesario que viva con ese hombre, sabes, si él se muestra muy difícil. Y no tengo por qué estar junto a él para siempre. Pero mi hijo llevará el nombre de su padre. Cho Kyuhyun compartirá la responsabilidad, como corresponde.

–Entonces es mejor que nos apresuremos a ir a la iglesia –suspiró Minji.



Kyuhyun ya estaba en la iglesia, por momentos en un silencioso furor, desesperado en otros. La familia y los amigos estaban llegando, demostrando que la boda iba a realizarse de verdad. Su abuela y su tía ya estaban allí, pero Cho Eunhee era una vez más conspicua por su ausencia. Y esto reforzaba su convicción de que había hecho lo que correspondía al prevenir a su novio.

El corazón se le contrajo de dolor cuando Kim Shindong entró a la iglesia, seguido por el novio. Se oyeron exclamaciones entre la multitud, porque él estaba hermoso hasta cortar el aliento, con un conjunto de seda blanca y azul, que se ajustaba al cuerpo. Sungmin permaneció varios minutos a la entrada de la iglesia, enfrentando a Kyuhyun en el fondo del corredor. El no podía verle la cara o los ojos y espero conteniendo el aliento, deseando que se diera la vuelta y huyera.

Pero Sungmin no lo hizo; y empezó la andadura por el centro de la iglesia. Una ira helada, tranquila, se apoderó de Kyuhyun. Por el capricho de aquel niño se veía obligado a casarse. Bueno, que tuviera su día de triunfo. No iba a durar mucho. Cuando se enterara de que se había casado con un bastardo iba a lamentar no haber seguido sus consejos. Irónicamente, Eunhee iba a ayudar en esto. Disfrutaría del perverso deleite de informar a Sungmin de todas las faltas de Kyuhyun. Y el pensaba, con sombrío humor, que ésta sería la primera buena acción de Eunhee hacia él. Naturalmente su madre no sería consciente de lo que estaba haciendo.



Sungmin miraba por la ventanilla del coche, pero sólo podía ver su propio reflejo. Se ruborizó cuando su vientre rugió de hambre, pero no miró a Kyuhyun para comprobar si él lo había oído. El estaba sentado frente a él, en el interior del coche que llevaba su escudo de armas.

La lámpara ardía desde hacia dos horas, pero todavía no se habían detenido en ninguna posada para comer. Sungmin estaba hambriento, pero prefería morir antes que pedirle que se detuvieran.

Los invitados a la boda habían disfrutado un gran almuerzo en la casa de los Kim, pero Sungmin no había participado. Kyuhyun lo llevó directamente de la iglesia a su casa, le dijo que hiciera una maleta con lo imprescindible y que enviara el resto de sus cosas a Foresight. Los dos habían partido antes que llegaran los invitados al almuerzo.

Kyuhyun le había hecho andar toda la tarde y parte de la noche, pero Sungmin no tenía ganas de quejarse, especialmente al verlo allí, tan pensativo, sin mirarlo siquiera. No había despegado los labios desde que salieron de Londres.

Kyuhyun se había tenido que casar y estaba furioso por haberlo hecho. Bueno, al menos esto era lo que Sungmin suponía. Pero era algo prometedor que lo llevara a su propiedad en el campo. El no podía haberlo imaginado. En verdad no sabía lo que esperaba de Kyuhyun.
Su estomago rugió de nuevo, y finalmente se decidió a preguntar:

–¿Nos detendremos pronto para comer?

–La última posada estaba en Montieth. Foresight queda un poco más lejos –replicó Kyuhyun brusca mente.

Le hubiera gustado que se lo hubiera dicho antes.

–¿Es muy grande Foresight, Kyuhyun ?

–Casi del tamaño de tu propiedad, que linda con la mía.

Los ojos de Sungmin se agrandaron.

–¡No lo sabía!

–¿Cómo podrías saberlo?

–¿Por qué estás enojado? Esto es perfecto. Esas propiedades se unirán ahora.

–Es algo que deseo desde hace años. Sin duda tu tío te ha informado. Utilizó tu propiedad para convencerme de que me casara contigo.

Sungmin se ruborizó, furioso.

–No lo creo.

–¿No crees que esa tierra me interese?

–Ya sabes lo que quiero decir –exclamó Sungmin –. ¡Oh!, sabía que había alguna tierra involucrada, y Siwon incluso me dijo que eso te había hecho vacilar, pero... no lo creí. Nadie me lo había dicho. No sabía que tu propiedad limitara con esa tierra que heredé de mi padre. No he vivido allí desde... que murieron mis padres en el incendio que destruyó la casa. Yo sólo tenía dos años entonces. Y nunca he vuelto. El tío Zhoumi ha administrado siempre lo que quedó de la propiedad, y también la herencia que recibí de mi padre.

–Sí, una bonita suma, cincuenta mil libras, que él tuvo buen cuidado de señalar que se ha triplicado gracias a sus sabias inversiones, dándote una buena renta anual.

–Dios, ¿también estás enfadado por eso?

–¡No soy un cazador de dotes!

El enojo de Sungmin casi desbordaba.

–Bueno, basta. ¿Quién que esté en su sano juicio puede acusarte de eso? No eres precisamente un desposeído.

–No es un secreto que yo ambicionaba tu tierra, tierra que, según creía, pertenecía al conde de Sheng, ya que el conde fue la última persona que habitó allí.

–Allí vivió mi padre, no el conde actual pero, como la tierra llegó a él por intermedio de mi madre, no fue traspasada a Sheng. Además, el deseo de mis padres era que yo la heredara.

–Ahora lo sé. A tu tío Zhoumi le pareció muy divertido informarme cuando salí de la iglesia que ya no necesitaba preocuparme acerca de la compra de la propiedad. Se le hacía largo el tiempo para decírmelo. Dijo que quería aligerar mi mente. Maldición. ¿Sabéis que aspecto tiene esa tierra, señor?

–¿Os dais cuenta de que me estáis insultando, señor?

Kyuhyun tuvo la decencia de mostrarse sorprendido.

–No he querido decir...

–Claro que has querido decirlo. Es eso de lo que te quejas, ¿verdad? Te preocupa que la gente piense que te has casado conmigo por mi herencia. Bueno, te lo agradezco. No sabía que esta era mi única manera de conseguir un marido.

El entrecejo de Kyuhyun se frunció y dijo fríamente:

–¿Tenemos que discutir ahora cómo has conseguido un marido?

Los ojos de Sungmin lanzaron chispas y, por un solo momento, temió perder el control. Logró, apenas, guardar silencio, y Kyuhyun se contuvo también y no lo provocó. Ambos se sintieron aliviados cuando el coche se detuvo justo en aquel momento.

Kyuhyun saltó afuera y tendió la mano para ayudarle a bajar. Pero, en cuanto estuvo en tierra, Kyuhyun volvió a subir al coche. Sungmin le miró fijamente, sus ojos agrandados de incredulidad.

–No puedes... –dijo sin aliento.

- No sé por qué te sorprendes. Después de todo soy hombre de palabra.- dijo Kyuhyun amargamente.

–No puedes dejarme aquí... al menos esta noche.

–Esta noche o mañana... ¿qué diferencia hay?

–¡Bien sabes dónde está la diferencia!

–Ah, sí, la noche de bodas. Pero nosotros ya hemos tenido nuestra noche, ¿verdad, amor?

Sungmin contuvo el aliento.

–Si haces esto, Kyuhyun –dijo trémulo– juro que jamás te lo perdonare.

–¿Entonces estaremos en paz, verdad, si ambos cumplimos con nuestros juramentos? Ya tienes lo que querías. Llevas mi nombre. Ahora te doy mi casa. Pero en ninguna parte está escrito que deba compartirla contigo.

–¿Esperas que me quede aquí mientras tú sigues con tu vida de siempre, viviendo en Londres y...?

Kyuhyun movió la cabeza.

–Londres está demasiado cerca. No, me iré de Inglaterra. ¡Ojalá lo hubiera hecho antes de conocerte!

–Kyuhyun, no puedes. Yo estoy...

Sungmin se contuvo antes decir la frase que podía hacerle cambiar de idea. Su orgullo se afirmó tercamente. No iba a seguir el camino de miles de jóvenes para mantener a un hombre a su lado. Si él no se quedaba porque deseaba hacerlo...

–Estás... ¿qué dices amor?

–Soy tu esposo –dijo suavemente.

–Es verdad –asintió él y su boca se apretó hasta formar una línea dura–. Pero recuerda que te pedí que no lo fueras, y te avisé para que no apresuraras el casamiento. Siempre he hablado claramente de esto, Sungmin.

Cerró la puerta del coche y golpeó en el techo para indicar al cochero que continuara viaje. Sungmin quedó mirándole incrédulo mientras se alejaba el coche.

–¡Kyuhyun, vuelve! –gritó– Si te vas... ¡Kyuhyun! ¡Oh, te odio! ¡Te odio! –gritó lleno de frustración, aunque sabía que él ya no podía oírlo.

Abrumado, se volvió para observar la gran casa de piedra gris. Parecía un castillo en miniatura, un castillo sombrío en la oscura noche, con su torre central y sus torreones en los extremos, pero estaba muy cerca y no podía ver cómo se extendía hacia atrás, a los lados del bloque principal, en elevaciones y formas asimétricas. Incluso había un gran invernadero en forma de cúpula en el fondo de la casa, elevándose sobre el ala de los criados, a la derecha.

Las ventanas ojivales ambos lados de la puerta estaban oscuras. Tal vez no había nadie en la casa. Espléndido. Abandonado en su noche de bodas y en una casa vacía.

Bueno, no podía hacer nada. Irguió los hombros, forzó una sonrisa y se acercó a la puerta de entrada, como si fuera muy natural que un recién casado llegara sin su marido. Llamó, primero despacio, después con fuerza.

Cuando la puerta se abrió finalmente, Sungmin vio la cara atónita de una muchacha joven, una doncella de servicio. No tenía mucha experiencia en esto de abrir puertas. Aquello correspondía al mayordomo. Un hombre que se tomaba a sí mismo muy seriamente. Era capaz de desollarla si se enteraba de que ella había usurpado sus atribuciones.

–No esperábamos visitas, milord, si hubiera sido así el mayordomo os habría salido a recibir. Habéis llamado tan suavemente... apenas he podido oíros. ¿En qué puedo serviros?

Sungmin sonrió, sintiéndose mucho mejor.

–En primer lugar, podéis dejarme entrar.

La muchacha abrió más la puerta.

–¿Venís a visitar a la condesa, a lady Eunhee?

–He venido para vivir aquí... al menos por un tiempo. Pero supongo que puedo empezar viendo a lady Eunhee.

–Dios, ¿habéis venido a vivir aquí? ¿Estáis seguro?- Esto fue dicho con evidente sorpresa, y Sungmin rió.

–¿Qué pasa? ¿Hay aquí fantasmas y dragones?

–Hay uno del que podría hablar... dos si contamos a la señora OH –dijo la muchacha, sin aliento y después se puso muy colorada–. No he querido decir... perdonad, milord.

–No te preocupes. ¿Cómo te llamas?

–Kristal, señor.

–Entonces, Kristal, te agradecería que informaras a lady Eunhee que he llegado. Soy el nuevo joven conde de Guixian.

–Dios mío. –Kristal se estremeció.

–Exacto. Ahora, ¿quieres decirme dónde debo esperar a lady Eunhee?

La doncella hizo pasar a Sungmin.

–Diré a la señora OH que estáis aquí, y ella informará a la condesa.

El vestíbulo de entrada tenía suelo de mármol y era estrecho, con sólo una larga mesa de refectorio contra la pared. Una ornamentada bandeja de plata estaba en el centro de la mesa para dejar tarjetas de visita, y un precioso tapiz colgaba detrás. Y un par de puertas dobles cerraban la pared de enfrente.

Kristal abrió las dobles puertas que daban a un vestíbulo mucho más grande, del alto de dos pisos, con un magnífico techo en forma de cúpula. La escalera principal estaba en el centro de la pared de la derecha. En el fondo del salón se abrían unas puertas que llevaban a la antecámara, y Sungmin vislumbró ventanales con vidrios de colores que casi cubrían la pared exterior. La impresión era la de una casa enormemente grande.

En el extremo del salón, a la izquierda, estaba la biblioteca, y allí fue donde lo condujo Kristal. La biblioteca tenía unos altos ventanales en la pared del fondo, que dejaban pasar ampliamente la luz del día. Las otras tres paredes estaban cubiertas de libros, y enormes retratos colgaban en lo alto de las estanterías.

Había una chimenea y sillas hermosamente talladas, divanes y mesas estaban colocados para leer cerca de las ventanas. Un escritorio sobre un pedestal ocupaba el extremo del cuarto, con sillas alrededor, y había un biombo de cuero pintado que podía convertir aquel lejano rincón en un cómodo estudio separado del resto de la habitación.

–No tardará mucho, señor... –dijo Kristal –. La condesa... Oh, Dios, ahora es la condesa viuda, ¿verdad? Igual que su Señoría, la abuela de milord. Pero estoy segura de que lady Eunhee se apresurará a daros la bienvenida... –dijo cortésmente, aunque no sonaba muy convencida–. ¿Necesitáis algo? Hay brandy sobre la mesa y licor de frambuesas, que le gusta a la condesa.

–Gracias, simplemente me pondré cómodo –replicó Sungmin con una sonrisa.

–Como gustéis, señor. ¿Permitís que sea la primera en deciros que me alegro de vuestra venida? Espero que esto os agrade.

–Yo también, Kristal –suspiró Sungmin – yo también.

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