El Guardaespalda del Príncipe- Capítulo 7



–Dicen que si apoyas las manos en el tronco puedes sentir sus secretos –le dijo Sungmin.
        
    –¿En serio? –abrió los dedos contra el tronco, junto a él, provocando a Kyuhyun todo tipo de respuestas físicas no deseadas–. ¿Qué sientes?

            –Corteza –respondió Kyuhyun, seguro de que no querría oír lo que sentía en realidad.

            –Y yo creía que ibas a contarme algo profundo y significativo –Sungmin se rio y sacudió la cabeza.

            –No, nada de eso –Kyuhyun volvió al sendero.

            –Creciste en una granja, ¿no?

            –Sí –esperó que la breve respuesta indicara lo poco que quería hablar de su pasado.


            –¿Cómo era?

            –Polvorienta.

            –¡Uf! ¿Sabes que te cierras como una ostra cuando te pregunto algo personal?

            Kyuhyun lo miró y soltó una risita al ver su expresión de disgusto.

            –¿Por qué haces que sea tan difícil conocerte?

            Kyuhyun se libró de contestar a la espinosa pregunta porque su móvil empezó a vibrar. Lo sacó del bolsillo y vio que lo llamaba su hermano.

            –Disculpa, tengo que contestar –pulsó el botón–. Hen, ¿qué pasa?

            –Perdona, hermano. ¿Te he pillado corriendo?

            Kyuhyun tardó un segundo en captar que lo decía porque su respiración sonaba tensa e irregular.

            –Solo trabajando. ¿Tú sigues en la oficina?

            –¿Dónde iba a estar mientras tú vives en un castillo y proteges a un bello doncell?

            Kyuhyun le dijo a su hermano que se cambiaría por él sin pensarlo, pero era mentira. Cambió de tema y hablaron de distintos asuntos de trabajo antes de poner fin a la comunicación.

            –Vaya, qué bien te ha venido eso.

            Kyuhyun miró al hombre que lo estaba volviendo loco y comprendió que, aparte de su hermano, era la única persona que se atrevía a retarlo.

            Acalorado, centró la mirada en el ramito de flores que tenía en las manos, como un novio a punto de caminar hacia el altar. Desechó la desconcertante imagen.

            –Deberíamos volver a entrar –dijo, seco.

            –Bueno –Sungmin olisqueó las flores y empezó a andar–. ¿Ese era tu hermano?

            –Sí –replicó él.

            –Parece que estáis muy unidos.

            –Lo estamos.

            –¿No hay rivalidad entre hermanos?

            –Nos llevamos menos de dos años, así que siempre hicimos todo juntos.

            –¿Viaja tanto como tú?

            –No, está instalado en Toronto.

            –¿Es casado? ¿ tiene hijos?

            –Esto empieza a parecer una inquisición.

            –Solo intento conocerte un poco mejor.

            –¿Haciendo preguntas sobre mi hermano?

            –No contestas a preguntas de otra cosa.

            Eso era porque nunca le había visto sentido a hablar de sí mismo. Y, si era sincero, también porque Sungmin empezaba a gustarle de un modo que trascendía lo físico y eso lo asustaba. Era peligroso establecer vínculos con un cliente. Disminuía la atención y empeoraba el trabajo.

            –Mira, no te preocupes –Sungmin le ofreció una débil sonrisa–. Cuando te pones así... –encogió los hombros–. Olvido que trabajas para mi padre.

            Si hubiera intentado sacarle información o hacerle sentirse culpable, se habría mantenido firme. Pero al enfrentarse a la estoica indiferencia que sabía que el príncipe usaba para enmascarar sus sentimientos, se rindió. O tal vez fuera por lo bello que estaba a la luz de la luna.

            –¿Qué quieres saber? –preguntó, algo hosco.

            –¿Qué quieres contarme?

            Kyuhyun resopló. Era típico de él obligarlo a esforzarse por algo que ni siquiera quería hacer.

            –Mi padre falleció hace diez años.

            –Lo siento. ¿Estabais unidos?

            –A veces –respondió él, tras pensarlo.

            –¿Y tu madre?

            –No sé dónde vive. Se marchó cuando yo era muy joven.

            –Oh. Eso debió de ser muy duro.

            –Las cosas son como son –captó su mirada y supo que estaba aventurando más de lo que él habría deseado.

            –¿Es esa la razón de que evites las relaciones a largo plazo?

            Siguió un largo silencio. Hasta las cigarras habían dejado de cantar, como si esperaran.

            –¿Y el amor? –insistió Sungmin.

            –El amor es el sentimiento más inestable que me he encontrado nunca –dijo él con voz fiera. Era hora de poner fin a la conversación–. Mi madre no se marchó una sola vez, sino muchas. Siempre que volvía nos decía cuánto nos quería. Pero solo lo decía entonces.

            Se arrepintió de lo dicho de inmediato. La mirada compasiva de Sungmin hizo que se sintiera diez veces peor.

            –¿Adónde iba?

            –Nunca lo supimos. A veces conocía a un hombre y se iba, otras se tomaba “unas vacaciones”.

            –Es terrible. ¿Qué decía tu padre? ¿estaba allí?

            –Estaba. Pero no decía nada. Cuando volvía, a veces meses después, simulábamos que no se había ido.

            –Eso es lo que más duele, ¿no? Solía odiar que mi padre se fuera de viaje, o se encerrara en sus reuniones, y luego ignorara cómo nos hacía sentir.

            –A mí no me dolía. A Henry sí. Siempre que se iba, él se escapaba para ir a buscarla –Kyuhyun odiaba recordar las horas pasadas buscando a su hermano, preocupado por si lo encontraría vivo o muerto en el árido terreno que rodeaba la granja.

            –¿Y tu no?

            –No. A mí no. Era más mayor. Lo entendía.

            Kyuhyun sintió un gran alivio al ver que estaban junto a la entrada del palacio. Sungmin le lanzó una mirada penetrante que lo tensó de arriba abajo.

            –¿Qué entendías, Kyuhyun? ¿Que eras un niño que no podía confiar en el amor de su madre?


             
            Sungmin dudaba entre los esmoquin que había sobre la cama del hotel. La ventana abierta dejaba entrar el fragrante aire de Seul. Afuera, el cielo estaba teñido de rosa y naranja y el Han brillaba a la luz de las farolas que acababan de encenderse.

            Mientras escuchaba su disco de jazz favorito, intentaba relajarse respecto a su cena con el príncipe Joonsang de Triole y no preguntarse adónde había ido Kyuhyun la noche anterior.

            Apenas le había dirigido la palabra durante una semana, desde que le había hablado de su infancia y él había hecho el comentario sobre su madre. Lo había dicho sin pensarlo, porque se había sentido indignado por él. Y era obvio que sus palabras lo habían indignado, porque había dejado de sentarse a su lado en las reuniones y ya no le llevaba su taza de té. Eran cosas sin importancia, pero que habían, llegado a significar mucho. En algún momento había olvidado que solo era su cliente. Que, aunque habían sido amantes, no había nada entre ellos.

            Una vocecita endiablada le decía que Kyuhyun había salido con algún joven o alguna mujer. Que era un hombre con un gran apetito sexual que no había satisfecho en semanas. Cerró los puños y se obligó a no pensar en eso. Tenía que concentrarse en elegir un traje para la velada. Sonrió a Wook, que tenía una expresión soñadora en el rostro.

            Desde que Sungmin había aceptado los cambios en su vida, Wook y él se habían hecho amigos.

            –¿Qué opinas, Wook?

            –Depende de lo que busques. El gris es elegante y discreto, el negro grita “mírame”. Es muy atrevido.

            Sungmin no pudo impedir preguntarse cuál preferiría Kyuhyun. El gris. Él querría que se fundiera con el entorno, que pasara desapercibido.

            –El negro –afirmó. No tenía que vestirse para complacer a Kyuhyun. Y algo “atrevido” tal vez lo animara un poco.

            –Buena elección –Wook sonrió–. ¡El príncipe Joonsang te encontrará irresistible!

            La música se apagó de repente y las palabras de Wook resonaron en el silencio.

            –¡Sr. Kyuhyun! –gimió Wook, sobresaltado.

            –Déjanos, Wook –ordenó Kyuhyun con voz fría.

            Wook titubeó. Sungmin le dio el conjunto negro.

            –Wook, por favor, haz que lo planchen y lo devuelvan cuando esté listo.

             Sungmin notó de inmediato que Kyuhyun estaba de muy mal genio; su rostro amenazaba tormenta.

            –No te he oído llamar –le dijo, cuando Wook salió y cerró la puerta tras de sí.

            –Eso es porque no he llamado –cruzó la habitación y cerró la ventana. Buscó sus ojos y Sungmin quedó hipnotizado–. ¿Una gran noche? –preguntó, mirando el esmoquin gris.

            –Una cena de estado siempre es importante –se sentó frente al espejo arreglando su cabello, que había recogido para bañarse. Al menos eso le daba algo que hacer. Sabía que Kyuhyun estaba enfadado, pero no sabía por qué–. ¿Querías algo?
             

             
            Eso sí que era una pregunta cargada. Pero Kyuhyun no tenía ánimo para contestarla. No mientras Sungmin llevara un ligero kimono azul noche nada más.

            Estaba de mal humor y sabía por qué. Lo frustraba no haber avanzado en el caso y estaba frustrado consigo mismo. Había perdido el norte la semana anterior y había dejado de pensar en Sungmin como cliente. En algún momento había empezado a admirar su ética de trabajo, su empeño en aprender a cumplir un deber que nunca había creído sería suyo. Y encima, él había exacerbado la situación hablando de sí mismo.

            “¿Qué entendías, Kyuhyun? ¿Que eras un niño que no podía confiar en el amor de su madre?”

            Kyuhyun maldijo para sí, rememorando la pregunta. Eso era lo que se conseguía abriéndose a Sungmin: psicología barata y dolor de cabeza.

            Había cometido muchos errores con él, pero el de aquella noche tenía que ser el último.

            Había creído que tomarse la noche anterior libre lo ayudaría. Había quedado con un colega en un club que le disgustó desde que atravesó la puerta. Cuando llegó a la pista de baile con un italiano supersexy, empezó a dolerle la cabeza por el ruido y casi había bostezado de aburrimiento. ¿Aburrimiento un hombre habría vuelto loco a cualquier hombre normal? Era ridículo.

            –¿Kyuhyun?

            Oír su nombre de los deliciosos labios de Sungmin era una invitación para los sentidos. Se lo imaginó levantándose del taburete. Desatando el cinturón de la bata, que se abriría hasta chocar con su pecho, revelando su vientre plano y aquella zona púbica que anhelaba besar. Sungmin lo miraría a los ojos e iría hacia él. Después, rodearía su cuello con los brazos y lo obligaría a besarle.

            Por supuesto, no hizo nada de eso.

            Empezó a cepillarse el cabello lentamente.

            Durante tres semanas había conseguido controlar su deseo por él. Pero en ese momento tiraba de él y lo hacía sudar. Y sabía por qué.

            Joonsang, príncipe de Triole, lo deseaba, y su padre había decidido que era el hombre ideal. Había pedido a Kyuhyun que le hiciera un control de seguridad para darle vía libre. Esa noche Joonsang intentaría conseguirlo. Consciente de cuánto le importaban a Sungmin la aprobación de su padre y su deber para con el país, temía que le siguiera el juego. Eso no tendría que importarle porque, al fin y al cabo, él no se había declarado.

            –¿Kyuhyun? –repitió, preocupado por su silencio–. ¿Tienes noticias de quién provocó el accidente de Sungjin?

            –No –masculló Kyuhyun, levantando un papel arrugado–. He venido por esto.

            –¿Se supone que debería saber qué es “esto”?

            –Tu itinerario.

            –Ah, eso –volvió a centrar la mirada en el espejo–. Me pediste que te advirtiera con antelación cuando quisiera hacer algún cambio.

            –Recuerdo haberte dicho que era peligroso.

            –Mañana va a hacer un día precioso y...

            –Ya has estado en Seul –interrumpió él con impaciencia–. Has vivido aquí ocho años. ¿Por qué tienes que hacer una visita guiada a pie?

            –Hace casi un mes que no estoy aquí. Quiero ver la ciudad de nuevo.

            Kyuhyun se tragó la retahíla de maldiciones que le provocó su expresión testaruda.

            –Mira por la ventana –señaló una, sin mirar.

            –¿Has paseado por Seul, alguna vez Kyuhyun?

            –Claro. Del aeropuerto al coche y del coche al edificio al que necesitaba ir.

            –Eso explica que no entiendas mi necesidad de reconectar con la ciudad –dijo–. Estaré fuera un buen rato, y quiero subir y ver la nueva exposición de mi galería antes de que la desmonten.

            –Accediste a dejar que fuera yo quien decidiera cuándo podías visitar tu galería.

            –He cambiado de opinión.

            –Te irrita que sea yo quien decida.

            –Eso no viene al caso. ¿Te divertiste anoche?

            La inesperada pregunta lo desconcertó. Sungmin se levantó y fue a apoyarse en el poste de la cama, con una pose involuntariamente provocativa.

            –Puedo encajar lo del paseo por el rio, pero no vas a pasear por Gangnam y tu galería está prohibida hasta que yo lo diga.

            Él había filtrado un itinerario falso a un par de sospechosos, y el que Sungmin había diseñado se parecía peligrosamente al suyo. Dejar que se saliera con la suya lo pondría en peligro, y no podría vivir consigo mismo si le ocurría algo.

            –Mírate –dijo Sungmin, hiriente–. Estás frustrado y airado conmigo, pero no lo demuestras. Siempre controlado y frío bajo presión. Tal vez los rumores sean ciertos y estás hecho de hielo.

            Se dio la vuelta, con uno de esos gestos que retaban a dejarse llevar por sus instintos más básicos. Kyuhyun no estaba de humor para dejar pasar un reto tan directo. Un segundo después estaba a su lado y daba un golpe en la puerta del armario que él estaba a punto de abrir.

            –¿Crees que estoy hecho de hielo, príncipe? Olvidas muy rápido.

            Sungmin giró en redondo, con los ojos muy abiertos. No supo si sus pupilas dilatadas mostraban miedo o excitación. Incapaz de contenerse, deslizó una mano entre su pelo e inclinó su rostro para que lo mirara. Sus ojos se encontraron en una batalla de voluntades. Aunque se ordenó dar marcha atrás, miró su dulce boca y solo pudo pensar en besarlo. En hacerlo suyo.

            En vez de aplastar sus labios, los rozó con suavidad. Una vez. Dos veces.

            Sungmin gimió e intentó atraer su lengua, pero él llevaba semanas pensando en besarlo y no iba a dejar que le metiera prisa. Puso el otro brazo alrededor de su cintura y lo atrajo, sin dejar de frotar los labios contra los suyos. El príncipe se removió en sus brazos, como si estuviera tan desesperado por sentir el contacto como él. Deslizó las manos por su espalda, hasta ponerlas en su trasero y atraerlo para que sintiera su erección.

            Las manos de Sungmin estaban igual de ocupadas, acariciando su pecho, curvándose sobre sus hombros, abrasando la piel que tocaba.

            La sensación de su lengua aterciopelada contra la suya casi lo hizo caer de rodillas. Lo apretó contra el armario e introdujo una pierna entre sus muslos. Después, lo urgió a abrir más la boca. Era como seda en sus brazos, deslizándose contra él, pidiéndole más con gemidos roncos.

            Kyuhyun había sentido que perdía el control en cuanto entró en la habitación. Ya no quedaba rastro de él. Incluso el fino tejido de seda que lo apartaba de su príncipe le parecía excesivo, así que lo apartó y buscó la perfección de su pecho.

            Solo Dios sabía cuánto tiempo estuvo perdido, esclavo de sus sensaciones. Esclavo de su aroma y de su cuerpo. De su calor y de los dedos que tiraban de su pelo.

            A su espalda oyó el sonido del pestillo de la puerta que se abría. Empujó a Sungmin a su espalda y giró, con el arma ya desenfundada. Aun así, supo que lo hacía al menos dos segundos tarde.

            Su ayudante gimió, a punto de desmayarse. Se habría oído el ruido de una pluma al caer.

            “Y decías que no cometerías más errores, Wolf”.


            No podía haber un ejemplo más claro de lo mal que estaba haciendo el trabajo de proteger a Sungmin.

1 comentario:

yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...