Amor en Altamar- Capítulo 7



Había hecho mal en no preguntar a otra persona, dado que el señor Young no podía informarlo. Quizás aún estaba a tiempo. Si se demoraba unos minutos más para intercambiar unas palabras con alguien que se encontrara por ahí cerca, tal vez descubriría que el capitán Kim era el anciano más amable con quien se podía navegar. Entonces las manos dejarían de sudarle y se olvidaría de todas esas horribles posibilidades... Pero en el momento en que giraba sobre sus talones, se abrió la puerta.


A Donghae se le cayó el corazón a los pies. La comida que llevaba estuvo a punto de seguir el mismo camino cuando giró en redondo otra vez, para encontrarse cara a cara con el capitán del Opera; pero fue el primer oficial quien apareció al otro lado de la puerta. En un principio pareció recorrerlo de arriba abajo con unos ojos escrutadores. Aunque en realidad, esa mirada no fue más allá de un mero reconocimiento.

-¡Vaya, si eres un mequetrefe...! Me extraña no haberlo notado cuando te contraté.

-Tal vez fuera porque estaba usted senta...

La palabra se le ahogó en la boca, porque él le sujetó el mentón entre el pulgar y el índice para moverle la cara de un lado a otro. Donghae se puso pálido, pero él pareció no percatarse.

-Ni un pelo de barba -comentó en tono claramente despectivo.

-Sólo tengo doce años, señor - señaló Donghae con tono razonable -Todavía estoy creciendo. Dentro de seis meses no podrá usted reconocerme.

Cosa absolutamente cierta, pues por entonces ya habría abandonado su disfraz.

-Es cosa de familia, ¿no?

La expresión del joven se tornó precavida.

-¿El qué?

-La estatura, chico. ¿De qué otra cosa voy a hablar? No será de las facciones, ciertamente, porque tú y tu hermano no os parecéis en nada.

Y se echó a reír con una carcajada resonante.

-No sé por qué lo divierte eso, señor. Es que somos hijos de diferentes madres.

-Ah, ya me parecía que había algo diferente, sí. Con que las madres... ¿Por eso tú no tienes acento escocés?

-No sabía que para este trabajo tuviera que contar la historia de mi vida.

-¿Por qué te pones tan a la defensiva, pequeño?

-Basta, Sunnie- interrumpió otra voz grave, que encerraba una clara advertencia -No es cuestión de ahuyentar al muchacho, ¿verdad?

-¿Y adónde podría huir? - rió el primer oficial.

Donghae entornó los ojos. ¿Era sólo sus principios por lo que ese inglés le inspiraba antipatía?

-Está enfriándose la comida, señor Xian - advirtió cambiando de tema, sin ocultar su indignación.

-Llévala adentro, pues; aunque dudo mucho que sea comida lo que le apetece al capitán en estos instantes.

En ese momento volvió el nerviosismo, y con fuerza. La voz que había interrumpido la conversación era la del capitán. ¿Cómo había podido olvidar, siquiera un minuto, que estaba esperando dentro? Peor aún; probablemente lo había oído todo, incluidas sus impertinencias hacia el primer oficial, impertinencias imperdonables, aunque hubieran sido provocadas.

Donghae no era más que un miserable grumete, pero había contestado a Xian Junsu de igual a igual como si fuera lee Donghae y no Chang Dong.

Después de ese enigmático comentario final, Xian le indicó que entrara y abandonó el camarote. Hizo falta un gran esfuerzo para que los pies de Donghae se movieran, pero por fin llegó casi volando hasta la mesa que ocupaba el centro de la habitación; era un pesado mueble de roble, alrededor del cual podrían sentarse cómodamente seis oficiales.

Donghae permaneció de pie, con los ojos fijos en la bandeja. Al otro lado de la mesa se erguía una gran silueta frente a las ventanas que iluminaban el ambiente. Sólo podía percibir vagamente su figura, pues era de tal tamaño que bloqueaba la luz que emanaba de los cristales. Pero al menos, pudo distinguir al desconocido capitán.

El día anterior le habían permitido familiarizarse con el camarote y le ordenaron prepararlo para recibir a su ocupante. Sin duda era digno de un rey. Todos los muebles eran lujosos.

Junto a la larga mesa había un único sillón estilo Imperio francés, con engastes de bronce sobre caoba, perfectamente tapizado. El camarote disponía de otros cinco sillones iguales.

El escritorio, de gran finura y elegancia, se sostenía sobre bellas patas ovaladas, pintadas con viñetas clásicas. Pero la cama sí que era una verdadera obra de arte, de altos postes tallados que producían el efecto de columnas arqueadas, toda ella cubierta por un edredón de seda blanca.

En vez de arcón marinero, había un armario chino de teca, similar al que su padre había regalado a su madre al volver del Lejano Oriente después de su casamiento; tenía decoraciones de jade, madreperla y lapislázuli.

En vez de estantes empotrados había una auténtica librería de caoba, con tallas doradas y puertas de vidrio, a través de las cuales se veían ocho estantes completamente llenos.

Había un biombo que separaba un rincón del cuarto, con su paisaje inglés pintado sobre cuero flexible, había una bañera de porcelana que, por su enorme tamaño, debió de haber sido hecha a medida; por suerte no era demasiado profunda, ya que probablemente le tocaría a él acarrear el agua para llenarla.

El resto consistía principalmente en instrumentos náuticos. Las lámparas, todas diferentes, estaban fijas a los muebles o pendían de ganchos clavados en las paredes y el techo.
Nada de es camarote revelaba sobre el capitán Kim, excepto que quizá fuera un excéntrico o que le gustaba rodearse de cosas refinadas, aunque fuera mezclándolas sin orden.

Donghae aún no quería levantar la vista, pero el silencio se prolongaba, crispándole los nervios hasta casi estallar. Hubiera querido salir sin llamar su atención... ya que no parecía estar por él. ¿Por qué permanecería tan callado? Sabía perfectamente que se encontraba ante él, esperando para servirlo en lo que deseara.

-Su comida, capitán...señor.

-¿Por qué susurras? -la voz le llegó en otro susurro tan suave como el de él.

-Me dijeron que usted...es decir, alguien mencionó que usted sufría los efectos de un exce... - carraspeó, elevando la voz para rectificar rápidamente- Un dolor de cabeza, señor. Mi hermano Hyunjoong siempre se queja de los ruidos cuando se ha... cuando le duele la cabeza.

-¿No me dijeron que tu hermano se llamaba Donghwa?

-Tengo varios hermanos.

-Cosa que nos pasa a todos, por desgracia - comentó él, con sequedad - Uno de los míos se encargó anoche de emborracharme. Le pareció divertido dejarme incapacitado para zarpar.

Donghae estuvo a punto de sonreír. Muchas veces había visto a sus hermanos hacerse lo mismo mutuamente. Los pícaros hermanos eran algo universal, desde luego; no existían sólo en Norteamerica.

-Lo comprendo perfectamente, capitán -se le ocurrió decir - Suelen ser bastante fastidiosos.

-Bastante, sí.

Donghae percibió cierta ironía en aquella voz, como si el comentario le hubiera parecido pretencioso. Y en verdad lo era, para un muchacho de doce años. En adelante tendría que sopesar cada palabra con más cuidado antes de pronunciarla. No podía olvidar ni por un instante que estaba haciéndose pasar por un chico. Pero en ese momento le costaba mucho tenerlo en cuenta, sobre todo porque al fin había notado el acento del capitán, decididamente británico. Sería demasiada mala suerte que, además, resultara ser inglés.

Podría evitar a los otros ingleses de a bordo, pero no al capitán.
En el momento en que estudiaba la posibilidad de nadar por sus propios medios hasta la orilla del río, oyó una orden enérgica.

-Preséntate, muchacho, y deja que te eche una mirada.

De acuerdo. El acento podía ser ligeramente afectado. Después de todo, acababa de pasar algún tiempo en Inglaterra. Donghae puso los pies en movimiento y se acercó a la silueta oscura, hasta que pudo distinguir un par de botas relucientes. Los ojos de Donghae no pasaron más allá de la piel visible en medio del pecho, por la honda abertura de la camisa.

Era todo lo que podía apreciar sin abandonar su mansa postura, porque el capitan era muy...y fornido.

-No te pongas a la sombra –indicó- A la izquierda, donde te dé la luz. Así está mejor.- Luego reparó en lo más obvio - Estás nervioso, ¿no?

-Este es mi primer empleo.

-Y no quieres estropearlo. Es comprensible. Tranquilízate, muchachito. No acostumbro arrancar la cabeza a los pequeños. Sólo a los hombres crecidos.

¿Era ése un comentario gracioso?

-Me alegro de saberlo- oh, buen Dios, la respuesta sonaba demasiado atrevida. ¡Cuida esa maldita boca, Donghae!

-¿Tanto te fascina mi alfombra?

-¿Cómo dice, señor?

-Al parecer, no puedes quitarle los ojos de encima. ¿Acaso te han dicho que te convertirás en sopa con sólo mirarme, de tan feo que soy?

Donghae comenzó a sonreír ante aquella broma, obviamente destinada a tranquilizarlo, pero no llegó a hacerlo. La verdad era que se sentía más aliviado. El capitán estaba mirándolo a plena luz y aún no lo había descubierto. Pero la entrevista no había terminado. Y mientras durase, era preferible que le creyera nervioso; de ese modo, atribuiría cualquier otro error al nerviosismo.

Donghae meneó la cabeza como respuesta y levantó el mentón poco a poco, tal como lo habría hecho un niño de su supuesta edad.

Pensaba echarle un vistazo rápido a la cara antes de bajar otra vez la cabeza, en un gesto infantil con el que podría divertirlo y dejar establecida su inmadurez.

No resultó así. Le echó el vistazo y bajó otra vez la cabeza, pero no pudo permanecer así mucho tiempo. Involuntariamente volvió a levantar el mentón y clavó la mirada en aquellos ojos cafe. Los recordaba con tanta claridad como si lo hubiesen estado persiguiendo en sueños. Y algunas noches había sido así.

No era posible. ¿El muro de ladrillos...allí? ¿El arrogante villano con el que no debía cruzarse jamás...allí? No podía ser ése el hombre a quien se había comprometido a servir. ¡Vaya suerte más desastrosa!

Fascinado de horror, contempló una ceja que se enarcaba con curiosidad.

-¿Algo va mal, muchacho?

-No- graznó Donghae casi enmudecido. Bajó la mirada al suelo tan rápidamente que una punzada de dolor le atravesó las sienes.

-no vas a disolverte en sopa, después de todo, ¿verdad?

Donghae logró emitir un sonido negativo.

-¡Estupendo! Dudo que mi estómago pudiera soportar semejante espectáculo en estos momentos.

¿Qué significaba todo aquel parloteo? ¿Por qué no lo apuntaba con un dedo condenatorio y horrorizado? ¿Acaso no lo había reconocido? Y de pronto se dio cuenta de la realidad. Aun después de verle la cara con claridad, seguía llamándolo <>. Entonces levantó la cabeza para examinarlo con más detalle. Ni los ojos ni la expresión del capitán revelaban sospechas ni dudas. Su mirada seguía siendo intimidatoria, pero expresaba sólo diversión ante la conducta nerviosa de Donghae. No le recordaba en absoluto. Ni siquiera el nombre de Donghwa le había refrescado la memoria.

Increíble. Desde luego, el aspecto actual de Donghae era muy distinto del que tenía en la taberna aquella noche. Ahora la ropa le sentaba a la perfección y era toda nueva, hasta los zapatos. Sólo la gorra era la misma. Aquella noche se habían visto con poca luz; tal vez él no había podido observarle muy bien. Por otra parte, ¿qué motivos tenía para recordar el incidente? A juzgar por la rudeza con que le había tratado en la taberna, era posible que estuviera borracho como una cuba.

Kim Hyukjae tuvo conciencia del momento exacto en que el joven se relajó al creer que no lo había reconocido. Existía la posibilidad de que fuera éste quien sacara a relucir aquel primer encuentro; había contenido el aliento al notar que él ya se había dado cuenta de quién era, temeroso de que el muchacho abandonara el juego en ese mismo instante, con otra muestra de aquel vivo genio que desató contra él aquella noche en la taberna. Pero Donghae no sospechaba que ya le había descubierto, y había decidido obviamente morderse la lengua y continuar con su disfraz, exactamente lo que Kim Hyukjae deseaba por el momento.

También él podría haberse relajado, a no ser por la tensión sexual que se había apoderado de él al verlo entrar; era algo que no sentía con tanta intensidad ante un joven desde... ¡ni se acordaba! Los jovenes le resultaban demasiado fácilmente asequibles. Hasta la competencia con Siwon por los más bellos había perdido ya su aliciente mucho antes de abandonar Inglaterra, diez años atrás. La diversión estaba en la competencia, no en la victoria. Conquistar a un joven en especial no resultaba en absoluto emocionante, cuando había tantas para escoger.

Pero ahora se encontraba ante algo muy diferente, ante un verdadero desafío, un reto importante. El hecho de que le importara era algo desconcertante para él, dada su hastiada experiencia. Esta vez no daba lo mismo cualquier muchacho: quería conseguir a ése. Tal vez porque en una ocasión lo había perdido, con cierta frustración de su parte.

La frustración en sí era algo desacostumbrado para él. Quizás el interés radicaba en que ese pequeño constituía un misterio. O, simplemente, en aquel bonito trasero que tan bien recordaba. Cualquiera que fuese el motivo, poseerlo era de suprema importancia, pero no lo tenía tan fácil. Y el luchar por alcanzar esa meta suponía un aliciente que rompía con su habitual aburrimiento. Realmente le provocaba una gran tensión tenerlo tan cerca.

En realidad, estaba al borde de la excitación sexual, cosa que le resultaba totalmente ridícula, considerando que ni siquiera lo había tocado ni podría hacerlo, al menos como lo deseaba, si pretendía llevar el juego hasta el final. Y el juego presentaba demasiadas posibilidades deliciosas como para abandonarlo desde un principio.

Por lo tanto, puso alguna distancia entre sí mismo y la tentación, acercándose a la mesa para examinar el contenido de las fuentes de plata. Antes de que terminara, se oyó el esperado golpecito a la puerta.

- Dong, ¿no es así?

-¿Dice usted, capitán?

Hykjae lo miró por encima del hombro.

-Tu nombre.

-Oh... Me llamo Dong, sí.

Kim hizo un gesto de asentimiento.

-Eso debe de ser que traen mis baúles. Puedes sacar las cosas mientras pico algo de esta comida fría.

-¿Quiere que se la recaliente, capitán?

Percibió en su voz el tono anhelante que delataba sus deseos de abandonar el camarote, pero no pensaba perderlo de vista mientras el Opera no hubiera dejado atrás las costas de Inglaterra. Si el joven tenía una pizca de inteligencia, debía de saber que el encuentro anterior aumentaba el riesgo de ser descubierto y que Hyukjae podía recordarlo en cualquier momento. Por ello no descartaba la posibilidad de que ya estuviera pensando en abandonar el barco antes de que fuera demasiado tarde, incluso a nado, si es que sabía nadar. Y él no estaba dispuesto a permitirle esa alternativa.

-Está bien así. De todos modos, aún no tengo mucho apetito. -Como Hae continuaba de pie en el mismo sitio, agregó - La puerta, chico. No va a abrirse sola.

Reparó en que el joven caminaba hacia la puerta con los labios apretados. No le gustaba que le azuzaran. ¿O era lo seco de su tono lo que le había disgustado? También notó que, al indicar al marinero dónde colocar los baúles, lo hizo con una actitud autoritaria, que le supuso una mirada dura por parte del marinero, ante la cual el joven volvió a adoptar los modales tímidos de un jovencito.

Hyukjae estuvo a punto de lanzar una carcajada, pero comprendió que el muchacho iba a tener problemas con su genio si olvidaba su papel cada vez que se alteraba. La tripulación no soportaría aires tan altaneros en un supuesto muchacho. Sin embargo, aparte de anunciar que el mocito estaba bajo su protección personal, con lo cual los miembros nuevos de su tripulación empezarían a burlarse a sus espaldas, los antiguos a mirar con más atención al chico, y Sunnie a revolcarse de risa en cubierta, la única opción era vigilar de cerca a Chang Dong. Claro que eso no sería nada desagradable: resultaba encantador con esa ropa.

La gorra de lana que él recordaba. La chaquetilla blanca era de mangas largas y cuello alto; como le llegaba casi a medio muslo, ocultaba bien su trasero. El chaleco sí que era una prenda ingeniosa, ideal para sus fines. La chaquetilla ocultaba el resto, dejando a la vista parte de los pantalones de color ante, que terminaban justo debajo de la rodilla, donde las gruesas medias de lana disimulaban la esbeltez de las pantorrillas.

Hyukjae lo observó en silencio. El joven revisó meticulosamente todas las prendas de los baúles y les buscó espacio; si no cabían en el armario, se preocupaba de colocarlas en el ropero. Su grumete anterior, habría tomado la ropa a brazadas para meterla en el cajón más cercano; Hyukjae se había cansado de chillarle por hacer eso. Pero este pequeño se delataba por su pulcritud. Probablemente no se daba cuenta, pues probablemente era su manera natural de actuar. ¿Cuánto tiempo podría mantener su disfraz con pequeñas torpezas como ésa?

Trató de observarlo como lo haría alguien que ignorara su secreto. No era fácil. Si no lo hubiera sabido de antemano... ¡caramba, no habría sido nada fácil descubrirlo!. Sunnie tenía razón; no aparentaba más edad que un niño de doce años. ¡Diablos!, ¿y si era demasiado joven para él? No, no podía serlo después de lo que le hizo sentir aquella noche, en la taberna, con aquella boca sensual y aquellos ojos que inundaban el alma. Quizá fuese joven, sí, pero no demasiado.

Donghae cerró el segundo arcón vacío y le echó un vistazo.

-¿Los llevo afuera, capitán?

Kim sonrió contra su voluntad.

-Dudo que puedas, pequeño. No te molestes en forzar esos flacos músculos. Alguien vendrá por ellos más tarde.

-Soy más fuerte de lo que parezco -insistió, con obstinación.

-¿De veras? Mejor así, porque cada día tendrás que mover uno de estos sillones tan pesados. Suelo cenar con mi primer oficial.

-¿Sólo con él? -echó un vistazo a los cinco sillones restantes- ¿Y con los otros oficiales no?

-Este no es un barco militar -apuntó él - Además¡, me gusta la intimidad.

La expresión del joven se iluminó de inmediato.

-En ese caso, me voy...

-no tan pronto, chico- lo detuvo- ¿Adónde vas, si todas tus obligaciones están en este camarote?

-Yo... bueno, supuse...es decir... Usted ha hablado de intimidad.

-¿Ha sido por mi tono de voz? ¿Demasiado áspero para ti, chico?

-¿Co... cómo, señor?

-Estás tartamudeando.

Donghae inclinó la cabeza.

-Disculpe usted, capitán.

-No me vengas con ésas. Cuando te quieras disculpar, mírame a los ojos. Pero no tienes por qué pedir disculpas... todavía. No soy tu padre para darte un coscorrón o un azote. Soy tu capitán. No hace falta que te encojas cada vez que levanto la voz, o si estoy de un humor horrible y te miro contrariado. Haz lo que se te indique, sin discutir, y nos llevaremos estupendamente. ¿Entendido?

-Entendido, señor.

-Muy bien. En ese caso, ven aquí y acaba esta comida. No quiero que el señor Young piense que no aprecio sus esfuerzos. De lo contrario, vete a saber qué encontraré en mi plato la próxima vez.

Él empezó a protestar, pero el capitán le interrumpió:

-Pareces medio muerto de hambre, qué diablos. Pero pondremos algo de carne en esos huesos antes de llegar a Jamaica. Puedes creerme.

Donghae tuvo que hacer un esfuerzo para no fruncir el entrecejo, sobre todo al ver que él apenas había tocado la comida; pero arrastró un sillón hasta la mesa. En realidad tenía hambre, pero ¿cómo comer con aquel hombre allí sentado, mirándolo continuamente?
Además tenía que buscar a Donghwa, en vez de perder un tiempo precioso sin hacer otra cosa que comer. Tenía que darle la asombrosa noticia, revelarle quién era el capitán antes de que fuera demasiado tarde para encontrar una solución.

-A propósito, chico, cuando hablo de intimidad no me refiero a ti -continuó el capitán, mientras le acercaba la bandeja repleta de comida fría- Después de todo, tu tarea es atenderme constantemente. Además, dentro de pocos días ni siquiera repararé en tu presencia.

Eso resultaba alentador, pero no cambiaba el hecho de que en esos momentos el hombre tuviera fija en él toda su atención esperando verlo comer. Donghae se sorprendió al ver que no había grasa endurecida en el pescado; acompañaban a éste hortalizas cocidas al vapor y fruta fresca. Aun fría, la comida parecía deliciosa.

Cuando antes terminara, antes podría irse. Comenzó a engullir la comida a una velocidad asombrosa, aunque al cabo de pocos minutos comprendió que había sido un error: estaba sintiendo náuseas y ganas de vomitar. Con los ojos dilatados de horror, voló a la cómoda en busca del orinal. Su máxima preocupación en esos instantes era que ese orinal estuviese vacío y limpio. Si no, no podría evitar un desastre mayor. Por suerte, lo estaba. Llegó a sacarlo justo a tiempo, mientras oía vagamente la protesta del capitán:

-¡Jesús, no me digas que vas a...! Bueno, ya veo que sí.

Poco le importaba lo que él pensara en esos momentos; su estómago estaba arrojando hasta el último bocado ingerido a la fuerza. Antes de que todo terminara, sintió en la frente un paño mojado, y en el hombro, una mano pesada y solidaria.

-lo siento, pequeño. Tenía que haber comprendido que estabas demasiado nervioso para llenarte el estómago. Anda, deja que te ayude a llegar hasta la cama.

-No, yo...

-No discutas. Probablemente no volveré a ofrecértela, y es una cama muy cómoda.
Aprovecha mis remordimientos y echate.

-Es que no quie...

-¿No te he dicho que debías cumplir mis órdenes sin discutir? Te ordeno que te acuestes en esa cama y descanses un rato. ¿Necesitas ayuda o puedes llegar por tus propios medios?

De la dulzura a la autoridad, y luego a la impaciencia. Sin responder, Donghae corrió a la enorme cama y se tumbó en ella. Obviamente, ese hombre se portaría como un autócrata, uno de esos convencidos de que el capitán de un barco era un dios omnipotente. La verdad era que se sentía terriblemente mal y necesitaba acostarse. Pero no en esa maldita cama.

Un momento después lo vio de pie a su lado, inclinado hacia él. Ahogó una exclamación y rezó de inmediato para que no le hubiera oído, porque el capitán no había hecho otra cosa que ponerle el paño frío en la frente.

-Tendrías que quitarte la gorra y el chaleco; los zapatos también. Así te sentirás más cómodo.

Donghae palideció de súbito ¿Iba a tener que desobedecerle desde el principio? Tratando de no mostrarse sarcástica, lo dijo con toda claridad:

-Aunque usted piense lo contrario, capitán, sé cuidarme solo. Así estoy bien.

-Como gustes -replicó él, encogiéndose de hombros.

Para alivio del joven, le dio la espalda. Pero un momento después se oyó su voz desde el otro extremo de la habitación:

-A propósito, Dong, no te olvides de trasladar tu hamaca y tus pertenencias del castillo de proa aquí. Hazlo en cuanto te sientas mejor. Mi grumete duerme siempre donde se le necesita.

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...