El Guardaespalda del Príncipe- Capítulo 8



Kyuhyun estaba inmóvil, en un extremo del salón de baile. A pesar de lucir un carísimo esmoquin, no se estaba esforzando por fundirse con la alta sociedad de Seul. Estaba demasiado airado.
         
   No tendría que haberlo besado.

            Ya no solo le resultaba incómodo verlo en brazos de otro, le parecía imposible. No entendía cómo su padre había aceptado a su madre cada vez que volvía. Él no era así. Si Sungmin elegía a otro, a Joonsang, podía quedarse con él.

            Diablos.

            Era obvio que iba a elegir a otro. Esa era la razón de tantas fiestas y eventos de gala. Estaba buscando un marido y él tendría que dar gracias al cielo por no estar en su lista. ¿O no?


            El mero hecho de plantearse esa pregunta le indicaba que tenía que dar marcha atrás. Y lo haría. Consultó su reloj. En quince minutos todo habría cambiado para mejor. Soltó el aire e intentó recuperar la perspectiva.

            Sabía lo que era querer a alguien que no correspondía a ese amor. No podía seguir por ahí. Era como si sus preciadas normas se hubieran derrumbado; en una semana había pensado y dicho más que en veinte años. Si no tenía cuidado, acabaría pensando que la lujuria equivalía al amor y, ¿adónde lo llevaría eso? A sufrir como había sufrido su viejo durante años.

            El cliché era que el cliente se enamorara del guardaespaldas. Lo opuesto generaba problemas, y él solucionaba problemas, no los creaba.

            Decirse que Sungmin era como cualquier otro joven no estaba funcionando. Lo deseaba. No a cualquiera. Lo quería a él.

            Había aceptado el trabajo creyendo que podría controlarse. Pero dos horas antes había demostrado que con Sungmin se controlaba tanto como un tiburón en un baño de sangre.

            Como soldado de operaciones especiales estaba adiestrado para soportar el cansancio y el dolor físico, incluso la tortura. Pero no lo habían enseñado a resistirse a un deseo de la magnitud del que sentía. Podría resistirse, claro, pero una parte de él no quería hacerlo. Y eso lo asustaba.

            Diez minutos.

            Lo buscó en la sala de baile. No era difícil encontrarlo. Si había querido demostrar que estaba disponible, lo había conseguido. Y Joonsang estaba de compras y tenía lo necesario para poder comprar.

            Kyuhyun no. Su vida estaba tan estructurada como la de él: trabajo, parejas, diversión, en ese orden. Era una gran vida. Una que cualquier en su sano juicio envidiaría. Una vida que nunca había cuestionado y que no quería cuestionar. Con el tiempo olvidaría el ruido suave y sexy que Sungmin emitía cada vez que lo besaba.

            Una risotada a su espalda lo sacó de su ensimismamiento. Se preguntó dónde estaba él. La gente le bloqueaba la visión, pero su sexto sentido le decía que no estaba en el salón.

            Un escalofrío recorrió su espalda.

            Miró a la izquierda y captó la mirada de un miembro de su equipo, que actuaba como camarero, quien le hizo una sutil seña hacia las puertas que conducían al jardín. Kyuhyun apretó los labios. Le había dicho que no saliera. Sin duda, el perfecto príncipe de Triole lo había sacado afuera, y eso no iba a ocurrir mientras él vigilara.

            Furioso por su lapsus de concentración, Kyuhyun sorteó a los invitados y salió. Se esforzaba por oír su voz cuando vio el destello de su traje entre los árboles, junto a la raya roja que recorría el lateral de los pantalones del príncipe.

            Joonsang tenía las manos de Sungmin en las suyas y lo miraba con adoración. Tal vez iba a declararse, pero Kyuhyun no esperó a que lo hiciera.
             
             

            –Bonita noche para dar un paseo, Señor.

            Sungmin se tensó al oír la voz de Kyuhyun y liberó sus manos. Sabía que lo estaba reprendiendo por desobedecer sus órdenes, pero le daba igual.

            Desde que había salido de su habitación, se había empeñado en que Joonsang le resultara atractivo. No quería que Kyuhyun fuera el único hombre capaz de hacer que se derritiera de pasión. Sabía que él no quería comprometerse y Sungmin quería lo contrario. Esperar más de él era castigarse. Sobre todo porque su expresión cuando había salido de su habitación había denotado cuánto lo molestaba su atracción por él.

            Cuando llegó a su lado, tan viril que le quitaba el aliento, no pudo dejar de pensar en la sensación de estar apretado contra sus músculos. Nunca había creído que un hombre poderoso podía volverle loco, pero eso había sido antes de conocer a Kyuhyun. La química que chisporroteaba entre ellos le hacia desear tenerlo... para siempre.

            –El príncipe Joonsang y yo queremos estar solos, Kyuhyun.

            –Necesito hablar contigo.

            –Ahora no –Sungmin negó con la cabeza. Hablar era mala idea. Lo apropiado era olvidar lo que había ocurrido en la habitación del hotel.

            Kyuhyun miró a Joonsang y Sungmin supo que estaba a punto de ordenarle que se fuera. Solo él se plantearía hacerle eso a un heredero al trono.

            –Kyuhyun, por favor –suplicó, a su pesar. Por la mañana iba a pedirle a su padre que le buscara otro guardaespaldas. Kyuhyun podía seguir al mando si quería, pero era imposible que sintiera más que amistad por otro hombre si Kyuhyun estaba cerca. Pensaba en él a todas horas. Empezaba a temer que ningún otro estaría a su altura. Nunca.

            Kyuhyun apretó la mandíbula, como hacía siempre que se enfadaba con él. ¡Era un tipo imposible! Sus labios se entreabrieron al recordar el beso.

            “No pienses en eso”, se ordenó. Pero Kyuhyun bloqueaba su camino, sin darle otra opción que esperar a que se apartara o dar la vuelta y volver dentro con el rabo entre las piernas, como él quería que hiciera.

            Sungmin se acercó más, pero supo que había sido un error en cuanto captó su aroma de almizcle y hombre, que exacerbaba sus sentidos.

            Se estremeció y Joonsang puso una mano en su hombro. Le pareció fría, mientras que la de Kyuhyun siempre estaba tan caliente que le abrasaba.

            –¿Tienes frío?

            Durante un instante, Sungmin pensó que Kyuhyun golpearía a Joonsang, así que le sonrió y lanzó una mirada asesina a Kyuhyun.

            –Podemos hablar después. Ahora necesito que te apartes de mi camino.

            Él miró su reloj y se hizo a un lado. Pero Sungmin no se sintió como si hubiera triunfado. Frustrado, se agarró al brazo de Joonsang para intentar dejar de pensar en Kyuhyun.

            En realidad, sabía que si Wook no los hubiera interrumpido, habrían acabado en la cama. Y no podía dejar de pensar que se sentía maravillosamente en sus brazos.

            –¿Sungmin? –dijo Joonsang.

            –Disculpa. Estaba... me estabas contando cómo podríamos integrar las redes de telecomunicaciones entre Ilsan y Triole.

            Sungmin dejó que le hablara de las posibilidades, pero no estaba concentrado y, percibiendo el silencio acerado de Kyuhyun a su espalda, deseó escapar de ambos hombres. Lo habría hecho si Kyuhyun no hubiera carraspeado, yendo hacia él.

            –Señor –su voz sonó tersa y oficial–. Tenemos que hablar ahora.

            Sungmin miró de Kyuhyun al hombretón de traje y expresión seria que tenía al lado. Se dijo que tal vez tenía noticias sobre su situación. Así que pidió excusas a Joonsang y esperó a que Kyuhyun hablara.

            –Señor, este es Choi Siwon, un especialista en seguridad que ha trabajado para mí varios años. Se ocupará de su seguridad a partir de ahora.

            –¿Dimites? –preguntó Sungmin tras digerir las palabras de Kyuhyun. No lo podía creer. Le había dicho que nunca dimitiría y, en el fondo, él había confiado en que fuera así.

            –No dimito. Reorganizo el equipo para una mejor utilización de nuestros recursos.

            Sungmin no lo creyó. No era una cuestión de recursos, sino de ese beso que habían compartido. Perdido en un torbellino de ideas y sentimientos, dijo lo primero que le pasó por la cabeza.

            –A mi padre no le gustará.

            –Yo me encargaré de su padre –sin darle tiempo a decir más, se volvió hacia el hombre–. Cuida de él, cuando esté seguro para el resto de la noche, llámame y te daré todos los detalles.

            El hombre asintió.

            –Buenas noches, señor –dijo Kyuhyun.
             
             

            Sungmin cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el respaldo de la limusina. Estaba solo porque había prohibido a su nuevo guardaespaldas que viajara con él. No le había hecho gracia, pero le había lanzado esa mirada de superioridad que nunca funcionaba con Kyuhyun y había accedido.

            Se sentía terriblemente solo y anhelaba algo familiar que lo anclara a un mundo que se movía y cambiaba a un ritmo que le costaba seguir. Últimamente había tomado tantas decisiones que estaba exhausto. Los cambios en su vida habían sido demasiado rápidos.

            Dejándose llevar por lo que sabía que Kyuhyun denominaría una “reacción espontánea”, le había pedido al chófer que lo llevara a su galería. Ver las obras de Geunsuk, que llevaban dos semanas expuestas, lo relajaría.

            Sonrió mientras el cambio de planes se comunicaba a los otros dos coches. A Kyuhyun le daría un ataque, pero había dejado su puesto y no podía hacer nada al respecto.

            Cuando el coche se detuvo, Sungmin, sin esperar a que el chófer le abriera la puerta, bajó. Su nuevo guardaespaldas se puso a su lado.

            –Señor, me gustaría que esperara unos minutos antes de entrar.

            –¿Viene Kyuhyun para acá? –preguntó.

            –Sí, señor.

            –Pensaba que tú estabas al mando ahora.

            –Lo estoy, sin embargo...

            –Da igual. No esperaré a tu jefe –giró sobre los talones y cruzó la plaza hacia la hilera de tiendas que conocía como la palma de su mano. Sus pasos resonaron en el silencio nocturno.

            Siwon llegó a la sólida puerta de metal antes que él y extendió la mano hacia la llave.

            –Yo abriré, señor.

            –Puedo hacerlo yo –repuso, testarudo. Un coche dio un frenazo muy cerca, pero lo ignoró.

            –¡Sungmin! –el grito de Kyuhyun hizo que le fallaran los dedos y eso lo enfadó. No iba a permitir que arruinara su última visita a la galería.

            La estúpida llave eligió ese momento para quedarse atascada y, frustrado, la giró hacia el otro lado. Él áspero “Apártate” de Kyuhyun lo confundió. De repente un brazo rodeó su cintura y tiró de él hacia un lado, segundos antes de que se produjera una explosión atronadora.



            Sungmin gritó y se quedó sin aire, se sentía como si un edificio le hubiera caído encima.

            –Asegurad... la... zona.

            La voz grave de Kyuhyun, cargada de dolor, daba instrucciones a sus hombres. Sungmin tosió e inspiró el aire acre que los rodeaba. Intentó ponerse de espaldas y se dio cuenta de que era Kyuhyun quien lo aplastaba con su cuerpo.

            –¿Qué...?

            –Sungmin. No te muevas –sus diestras manos recorrieron su cuerpo con eficacia mecánica. Cuando se aseguró de que no estaba malherido se levantó con torpeza.

            Sungmin vio lo que quedaba de la fachada de su edificio. La puerta contra incendios estaba en el suelo, abollada. Anonadado por el caos y la devastación que la rodeaban, miró a Kyuhyun.

            –Por Dios, estás herido –ignorando el dolor de las manos y de la cadera con la que había golpeado el suelo, llevó la mano al desgarrón de la manga de su chaqueta. La camisa blanca empezaba a teñirse de rojo.

            –Metedlo... en el coche –jadeó Kyuhyun, quitándose la chaqueta desgarrada.

            –No –Sungmin llevó la mano hacia él, deseando ayudarlo, pero él agitó el brazo en el aire.

            –Ahora –su tono no daba lugar a discusión. Sus hombres lo agarraron y lo llevaron a la limusina. Oía a Kyuhyun dando órdenes y el sonido de una sirena de policía. Voces preocupadas se filtraban entre el polvo y el humo hasta que los hombres de Kyuhyun contuvieron a los curiosos.

            Minutos después de la llegada de la policía, Kyuhyun se sentó a su lado. Llevaba puesta una chaqueta de cuero negro; nada en su apariencia sugería que acababa de lanzarse sobre él y recibido el impacto de cristal, ladrillo y escayola para protegerlo. Parecía sereno y controlado.

            Sungmin, en cambio, no podía dejar de temblar. Era el culpable de lo ocurrido. Kyuhyun le había dicho que no cambiara el itinerario y no le había hecho caso. Había buscado el consuelo de algo familiar. O tal vez vengarse de Kyuhyun por dejarlo, para obligarlo a ir tras él.

            Dejó escapar un suspiro. Lo cierto era que había puesto en peligro a los encargados de protegerlo y se sentía fatal.

            Además, ¡era verdad que estaba en peligro! Había querido creer que Kyuhyun se equivocaba.

            –Lo siento –musitó–. Me siento fatal.

            –No es culpa tuya –dijo él con voz seca.

            Sungmin se sintió aún peor, era obvio que se culpaba a sí mismo. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero se dijo que no era momento de ponerse emotivo.

            –Sí lo es. Tendría que haber...

            –¡No! Yo tendría que haber... –lo miró a los ojos y calló–. ¿Dónde estás herido?

            –Estoy bien.

            –Sungmin –su tono le advirtió que iba a ponerse bruto si no cooperaba, pero él solo pudo pensar en cuánto le gustaba oírlo decir su nombre.

            –La muñeca –admitió. Y la cadera. Y necesitaba un vaso de agua.

            Como si hubiera hablado en voz alta, él sacó una botella del minibar y la abrió.

            –Gracias.

            –Deja que te mire las manos.

            Tembloroso, las extendió y él tocó cuidadosamente los huesos de su muñeca.

            –Creo que no hay huesos rotos, pero tienes las palmas de las manos muy arañadas.

            –Se curarán –dijo.

            –Afortunadamente.

            El teléfono de Kyuhyun sonó y él soltó sus manos para contestar.

            Sungmin cerró los ojos mientras la limusina atravesaba la ciudad. Kyuhyun no volvió a tocarlo ni a hablar, pero deseaba que lo hiciera. Por una vez, no protestó cuando asumió el control de la situación. Era mejor dejarle hacer su labor.

            Miró su perfil de reojo. Tenía el rostro tenso y adusto. Haría cualquier cosa por protegerle porque era su deber, y él quería que lo hiciera porque deseaba hacerlo. De repente, comprendió cuánto confiaba en que cuidara de él.

            –Por favor, no te enfades con Siwon. Intentó detenerme.

            –No estoy enfadado con Siwon –afirmó él.

            No. Estaba enfadado con él. Y con él mismo.

            –¿No lo despedirás?

            –No tienes por qué preocuparte de su futuro. Tu comportamiento de esta noche podría haberle 
costado la vida. Y la tuya... ¡Maldita sea! ¿En qué estabas pensando?

            Aunque lo dijo con ira, su voz sonó devastada. Sungmin se sintió aún más culpable.

            –Quería algo familiar. Una conclusión.

            –¿Conclusión?

            –Me sentí inquieto cuando te fuiste y sabía que no podría dormir. Me pareció buena idea.

            –Tendría que haberle dicho a Siwon que utilizara la fuerza para detenerte.

            –¿Por qué no lo hiciste?

            –No quería que te pusiera las manos encima –lo miró con intensidad. Sungmin tragó saliva ante esa admisión–. Solo ha sido un error más por mi parte –resopló y, cerrando los puños, volvió la cabeza.

            –¿Crees que se habrá salvado algún cuadro?

            –Lo dudo. La puerta corta fuegos lanzó la mayor parte de la explosión hacia el interior, en vez de hacia el exterior. Eso indica que el autor era más amateur que profesional.

            –¿Tienes idea de quién pudo ser?

            –Si la tuviera, tendría mis manos en su cuello.

            –Yo también.

            –Eres un jovencito muy duro, príncipe –movió la cabeza y esbozó una leve sonrisa.

            Sungmin arrugó la nariz. No se le daba bien aceptar cumplidos, ni siquiera cuando eran merecidos, pero las palabras de Kyuhyun lo reconfortaron.

            Cuando el coche se detuvo, vio que estaban en una especie de pista de aterrizaje, pero la única luz provenía del avión privado de Kyuhyun.


            Kyuhyun esperó a que sus hombres flanquearan el coche antes de abrir la puerta. Miró a su alrededor, escrutando la oscuridad.

            –Por aquí –le dijo, inclinándose hacia él.

            Sungmin se deslizó por el asiento de cuero aún caliente por su cuerpo. Kyuhyun lo alzó en brazos.

            –Puedo andar.

            –Será más rápido así.

            Sungmin no tenía energía para discutir y no sabía si podría subir los escalones. Suspiró, cerró los ojos y apoyó la cabeza en su pecho. Sin duda lo llevaba de vuelta a Ilsan, pero habría preferido ir a una isla tropical, lejos del mundanal ruido.

            Ya en el avión, Kyuhyun lo depositó en un colchón. Un médico esperaba para examinarlo. Comprobó los huesos de su muñeca y luego limpió y vendó las raspaduras de las manos.

            –Te dolerán un par de días, pero curarán bien.

            –Echa un vistazo a su cadera izquierda. Le molesta –dijo Kyuhyun.

            –No le pasa nada –dijo Sungmin sorprendido. No le había mencionado que le dolía.

            –Compruébalo.

            Sungmin hizo un gesto de dolor mientras le examinaba pero, por suerte, solo era un cardenal.

            –¿Y qué me dices de ti? –preguntó Sungmin.

            –Yo estoy bien. Gracias, Kangin. Dile a Jonghyun que despegue lo antes posible.

            Segundos después, estaban volando.

            –Estás tiritando –Kyuhyun miró su ropa rasgada y sucia. Sacó una camisa nueva de un pequeño armario–. Toma, no tengo ropa de tu talla. ¿Puedes cambiarte solo?

            Sungmin miró la camisa y los sucesos de la noche lo aplastaron como una tromba. Se mordió el labio inferior. Se sentía vulnerable y necesitado.

            –Ven aquí –dijo Kyuhyun, con voz suave.

            Kyuhyun agarró sus hombros, pero Sungmin temía que si se rendía al consuelo que le ofrecía, se echaría a llorar y no querría soltarlo.

            –Necesito usar el baño. Estoy sucísimo.

            –Está allí –Kyuhyun señaló una puerta.

            Una vez en el cuarto de baño miró la ducha con cansancio. Tardaría demasiado en ducharse con las manos vendadas, pero le habría gustado librarse de toda la noche bajo el agua.

            “No pienses en ello”, se ordenó. “Quizás así desaparezca”.

            Tenía ganas de llorar.

            Llevó la mano a su pantalón y gruñó mientras forcejeaba con la cremallera. Oyó el tejido rasgarse y sollozó. El pantalón cayó al suelo y a él le costó mantenerse en pie.

            Se quitó su camisa y metió los brazos en la camisa de Kyuhyun. Supo, por el olor, que nunca la había usado y sintió aún más ganas de llorar.

            Limpiándose las inútiles lágrimas, estuvo a punto de gritar cuando vio que no podía abotonar la camisa. Por culpa de las manos vendadas y el largo excesivo de las mangas

            –Maldición, maldición, maldición.

            –¿Sungmin? ¿Estás bien?

            –Si. Estoy bien.

            La puerta se abrió y Kyuhyun lo miró, con las manos en las caderas. Se había puesto una camisa limpia y vaqueros. La palabra magnífico no empezaba siquiera a describirlo.
             
             
             Kyuhyun se sintió como si alguien le estrujara el corazón al verle en el centro del cuarto de baño, pálido y regio, sujetando los bordes de la camisa, con la ropa sucia y rota a sus pies. Tenía rastros de lágrimas en el rostro sucio y le temblaba el labio inferior.

            Era bello, fuerte y... especial. La palabra se ancló en su cerebro. Además, estaba de lo más sexy con su camisa.

            –No puedo abrochar los malditos botones –se quejó él, intentando controlar las lágrimas.

            –Oh, nene –Kyuhyun no tenía mucha experiencia con jóvenes llorosos pero, por puro instinto, entró y lo envolvió en sus brazos. Tuvo una sensación muy satisfactoria cuando él hundió la cabeza en su pecho y se sorbió la nariz. Era como si ese fuera su lugar. Rechazó el pensamiento de inmediato, iba contra sus normas.

            Cuando los brazos de Sungmin rodearon su espalda, ignoró el pinchazo de dolor en los músculos sobre los que había caído parte de la pared de su galería.

            –¿Sabes por qué elegí Seul?

            La voz de Sungmin sonó apagada contra su camisa, y le recordó a los conejitos recién nacidos que su hermano y él habían encontrado abandonados en un cobertizo solitario. Henry y él los habían alimentado en secreto hasta que se hicieron demasiado grandes para ocultarlos. Su padre había querido ahogarlos, pero le habían suplicado hasta que les permitió hacer un cartel y llevarlos al centro comercial. Pasaron allí el día entero, hasta regalarlos todos.

            El recuerdo le hizo sentirse vulnerable, así que carraspeó y acarició la espalda de Sungmin.

            –No. ¿Por qué?

            –Era la ciudad de mi madre. Creció allí. Tras su muerte mi vida se convirtió en algo sacado de una novela de Dickens. Mi padre no sabía cómo tratar a un joven  adolescente, así que me ignoraba. Y como Sungjin estaba en la escuela militar, yo...

            –No tenías a nadie.

            –No –dejó escapar un fuerte sollozo. Kyuhyun, recordando su estoica reacción a la muerte de Sungjin, adivinó que no se había permitido llorarlo. La destrucción de su galería sería otra tragedia más que añadir a su lista de pérdidas.

            La necesidad de confortarlo pudo con su instinto de conservación. Lo apretó contra él, absorbiendo su dolor. Cuando pasó la tormenta, Sungmin se apartó un poco.

            –Debes de pensar que soy un débil... Oh. ¿Por qué no me dijiste que tenía este aspecto?

            Kyuhyun miró por encima del hombro y vio el reflejo de su expresión de horror en el espejo. Le apartó el pelo de la cara.

            –Pensaba que querías presentarte al concurso de Panda del Año.

            –Sí. Claro –rezongó él, pasándose el dorso de la mano por el rostro. Con la otra mantenía cerrada la camisa.

            –Deja, yo lo haré –Kyuhyun mojó una toallita con agua, alzó su barbilla y limpió el polvo y los manchurrones lo mejor que pudo.

            Sungmin empezó a luchar con los botones de la camisa. Kyuhyun maldijo para sí al darse cuenta de que también iba a tener que hacer eso.

            –Será más rápido si lo hago yo –apartó sus manos y alcanzó el botón superior. Los ojos enrojecidos buscaron los suyos y él empezó a sudar. Tenía que pensar en otra cosa, así que, mentalmente, empezó a idear un sofwart.

            Le temblaban los dedos mientras introducía los botones en los ojales. Se detuvo cuando rozó accidentalmente la piel de su pecho. El sofwart no podía competir con el recuerdo de sus caricias y, rindiéndose, se permitió conjurar la textura de sus pezones erectos, su color, su sabor. Cuando por fin llegó al último botón, Kyuhyun, asqueado consigo mismo, se alegró de no tener delante su arma, o se habría pegado un tiro.

            Después, lo alzó en brazos, fue al dormitorio del avión y lo dejó sobre la cama. Iba a decirle que lo dejaría descansar cuando se dio cuenta de que no se había movido. Seguía sentado donde lo había dejado.

            –Sungmin –suspiró. Parecía tan cansado e infeliz que apoyó una rodilla en la cama y acarició sus hombros–. Nene, túmbate.

            Sungmin movió la cabeza, tembloroso de nuevo.

            –Vamos, príncipe. Es hora de dormir.

            Lo tumbó sobre la cama y le apartó el pelo del rostro, pensando que ese sería el último contacto.

            –Kyuhyun –musitó él–. ¿Podrías quedarte conmigo? Al menos unos minutos.

            “¿Podía quedarse con él? Claro. ¿Debería quedarse con ella? No”.

            Kyuhyun cerró los ojos. Sería un error monumental acceder. Quería quedarse, y mucho. Razón de más para no hacerlo.

            –De acuerdo –acarició su pómulo y su barbilla. Sin pensarlo más, se echó a su lado y apoyó la espalda en el cabecero. Sin decir palabra, lo atrajo hacia él y notó como su cuerpo se relajaba y amoldaba perfectamente al suyo, como si estuviera diseñado para él.

            –Duerme, príncipe. Estaré aquí –una sensación de calidez se extendió por su pecho y sintió un nudo en la garganta. Se había prometido mantener la distancia física, pero allí estaba.

            Tendría que retomar ese plan cuando llegaran a su isla. Su casa era lo bastante grande para perderse en ella. Cuando Sungmin estuviera a salvo, podría encerrarse a trabajar.

            Se quedaría con él hasta que se durmiera y luego iría a estudiar la información que su equipo le habría enviado sobre la bomba. Sospechaba quién estaba detrás del atentado, dada la gente a la que había filtrado un itinerario falso, y era hora de averiguar si su intuición era acertada.

            Soltó el aire lentamente y obligó a su dolorido cuerpo a relajarse. Cuando había visto a Sungmin ante el edificio, había volado más que corrido para alcanzarlo. Su instinto le gritaba que tendría que haber enviado alguien a revisar la galería esa tarde. No lo había hecho, otro error para su cuenta, y casi lo había perdido. Hasta un novato lo habría protegido mejor.

            Sungmin emitió un ruidito, entre sueños y él se dio cuenta de que había estado acariciándole el pelo. Apartó los dedos y retiró la mano. Se dijo que era hora de dejar de fantasear con sus ojos y con el sabor de su boca. Él era su cliente.

            Maldijo al darse cuenta de que no era la primera vez que se decía eso a sí mismo.

            Contempló el rostro de Sungmin y volvió a sentir un nudo en la garganta. Tenía que distanciarse. Si no le interesaban las casitas con verjas blancas, menos aún los castillos con foso. Pero nada paliaba la emoción que había aflorado al verla en peligro. Haría cualquier cosa por protegerlo. Lo sabía. Y lo sensato era odiar esa sensación.


            Iba a bajarse de la cama cuando Sungmin estiró un brazo y lo colocó sobre su cintura. Impotente, Kyuhyun lo observó dormir.

1 comentario:

  1. Oh! Me quedé aquí. Cuando Min c asi desaparece...pero es que esto no puede pasar. El que está detrás de él sabrá que Kyu lo cuida? Le importará? Sigo!

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...