Amor en Altamar- Capítulo 13



-¿Te sientes mal, chico?

Donghae, que actuaba con una indiferencia extraña en él, metió una mano en el cesto que tenían entre ambos y sacó otra cuerda para unirla a la que tenía en el regazo, que ya había unido a otras tres entretejiendo los extremos. Había ofrecido ayuda a Donghwa con esa tarea sólo para pasar el tiempo, pero no prestaba mucha atención a lo que hacía. El ya había tenido que deshacer uno de esos empalmes para que él volviera a empezar. Hae ni siquiera se había dado cuenta del fallo.

Donghwa, que le observaba, meneó la cabeza.

-Oh, ya veo que estás mal. Ya no me llevas la contraria.

Eso le hizo reaccionar, pero sólo un poco.

-Nunca llevo la contraria a nadie.

-Siempre, desde que se te metió en esa cabecita embarcarte rumbo a Inglaterra. Desde que se te ocurrió eso, has sido un perfecto incordio.

Ahora sí contaba con toda la atención del joven.

-¡Eso sí que es bueno! -bufó - No tenías por qué acompañarme, ya lo sabes. Podría haber llegado perfectamente a Inglaterra sin ti.

-Sabías perfectamente que no te hubiera permitido embarcarte solo. Aparte de encerrarte bajo llave, no me quedaba otro remedio que acompañarte. Pero empiezo a pensar que debería haberte encerrado.

-Tal vez sí.

Al oír el suspiro, Donghwa resopló.

-¡Ahí tienes: otra vez de acuerdo conmigo! Y has estado actuando de manera muy extraña durante toda la semana. ¿Te hace trabajar demasiado ese hombre?

¿Demasiado? No podía quejarse de eso. Al contrario, de todas las tareas que el capitán le había enumerado en un principio, apenas le pedía que hiciera la mitad.

Cuando se despertaba por la mañana, él ya estaba levantado y a medio vestir. La única vez que Donghae logró adelantársele, Kim Hyukjae se comportó como si Hae hubiera hecho algo incorrecto. Ya empezaba a conocer sus estados de ánimo, desde su burlona actitud habitual a la exhibición de un mal genio horrible cuando algo lo irritaba.

Había conseguido que el normalmente rutinario servicio de vestirlo pareciera un castigo. Sus comentarios, sus modales, todo daba esa impresión, hasta tal punto que Donghae juró ser un perfecto dormilon durante el resto del viaje.

Tenía la esperanza de no verse obligado a pasar por otra experiencia tan desquiciante. Acercarse a aquel hombre ya era bastante desagradable, pero hacerlo en sus momentos de ira... Bueno, hasta ahora no había vuelto a ocurrir. Tampoco había vuelto a pedirle que lo ayudara a desvestirse para su baño vespertino.

Ni siquiera el baño era ya cosa de cada día, como había dicho en un principio. Cuando se bañaba, el capitán siempre quería que le frotara la espalda, pero las dos últimas noches le había indicado que no se molestara en prepararle la bañera; hasta se la habia ofrecido para que la usara. Donghae había rehusado, por supuesto. Aún no se sentía capaz de desvestirse por completo, aunque el capitan respetaba honestamente el letrero que colgaba en la puerta.

Por otra parte, estaba lo del afeitado. Aún no sabía cómo se las había arreglado, aquella primera vez, para no vomitar, cuando sentía que el infierno entero se le había desatado en el vientre. Si hubiera tenido que permanecer más rato afeitándole la mañana habría terminado de modo muy diferente. Pero acabó de afeitarle el mentón con unos pocos toques, le tiró la toalla y salió corriendo del camarote antes de que él pudiera detenerlo, diciéndole a gritos que en un instante volvería con el desayuno.

Desde entonces, sólo había tenido que afeitarlo una vez, y le hizo tantos cortes que él, sarcásticamente, comentó que quizá sería más sensato dejarse crecer la barba. Pero no lo hizo. Casi toda la tripulación llevaba barba, incluido el primer piloto, pero el capitán continuaba afeitándose todos los días, ya fuera por la mañana o al caer la tarde. Con la diferencia de que ahora lo hacía él solo.

Ni una sola vez lo obligó a oficiar de lacayo. Comía directamente de la bandeja que le traía o le despedía con un ademán cuando Donghae trataba de ponerle los platos delante. Y tampoco le despertaba a media noche para pedirle algo, como había asegurado en un principio.

En resumidas cuentas, Hae tenía muy poco que hacer y mucho tiempo libre. Se quedaba en el camarote cuando estaba desocupado, o en cubierta con Donghwa, intentando evitar al capitán excepto para cumplir sólo con lo necesario. Pero si su comportamiento ya no era el de antes, y Donghwa se percataba de ello, era exclusivamente por culpa de Kim Hyukjae.

La escasa semana pasada a bordo de su barco se le antojaba una eternidad. Vivía en permanente estado de tensión, había perdido el apetito y comenzaba a perder también el sueño. Aún sentía náuseas si el se le acercaba demasiado, cuando lo miraba con aquella expresión y hasta cuando el mismo Donghae se quedaba un rato observándolo.

También las sentía cada vez que el capitán le exhibía su flagrante desnudez, cosa que ocurría todas las noches. No era de extrañar que no durmiera bien y que estuviera hecho un manojo de nervios. Tampoco era de extrañar que Donghwa se hubiera percatado de ello.

El muchacho habría preferido evitar el tema, pues sus sentimientos lo tenían muy confundido. Pero Donghwa estaba ahí sentado, mirándolo fijamente y esperando alguna respuesta.

Tal vez bastara un buen consejo suyo, lleno de sentido común, para considerar sus preocupaciones desde otra perspectiva.

-El trabajo no me exige mucho, físicamente -reconoció, contemplando la cuerda que tenía en el regazo - Lo que me cuesta es verme obligado a servir a un inglés. Si fuera otra persona...

-Sí, comprendo lo que quieres decir. Estabas así, muriéndote por zarpar...

Hae levantó bruscamente la cabeza.

-¿Muriéndome? ¿Cómo que muriéndome?

-Bueno, digamos que estabas impaciente. El hecho es que tenías prisa por dejar atrás Inglaterra y todo lo relacionado con ella. Y ha sido esa misma impaciencia la que te ha atado justamente a aquello de lo que deseabas huir. Que el capitán sea un aristócrata sólo viene a empeorar las cosas.

-Reconozco que actúa como un aristócrata -comentó - pero dudo que lo sea de verdad. ¿No existe una regla fundamental que prohíbe mezclar la aristocracia con el comercio?

-Algo así, pero no todos la respetan. Además, recuerda que no llevamos carga, de modo que no hay comercio, al menos en este viaje. Es aristócrata, sí. Vizconde, según me han dicho.

-¡Mejor para él! - se burló el joven. Pero luego suspiró pesadamente - Tenías razón. Eso empeora las cosas. Un condenado aristócrata. No sé cómo he podido siquiera dudarlo.

-Considera esta experiencia como un modelo de purgar tu impulsividad. Y reza porque tus hermanos lo tengan en cuenta antes de arrojarse sobre ti.

Donghae sonrió con sarcasmo.

-Siempre te las arreglas para animarme.

El mayor dio un resoplido y continuó empalmando cabos. El hizo lo mismo, pero pronto volvió a cavilar sobre sumirse en sus azorados pensamientos. Por fin decidió abordar el tema.

-¿Has oído alguna vez que alguien se ponga enfermo cuando está demasiado cerca de algo?

Los ojos de su amigo se fijaron en él con gesto de curiosidad.

-¿Ponerse enfermo, en qué sentido?

-Bueno, sentirse mal... con náuseas.

La frente del mayor se despejó al instante.

-oh, sí, muchas comidas te causan ese efecto cuando has bebido demasiado. O cuando un joven o mujer está en embarazo.

-No, no me refiero a los casos en que ya te encuentras mal. Supón que te sientes
perfectamente bien hasta que te acercas a determinada cosa.

El volvió a fruncir el entrecejo.

-Determinada cosa, ¡eh? ¿Por qué no me dices qué cosa es esa que te hace sentir mal?

-No he dicho que se tratara de mí.

-Hae...

-¡Oh, de acuerdo! -admitió con fastidio - Es el capitán. Casi siempre que me acerco a el, mi estómago reacciona de una manera espantosa.

-¿Sólo casi siempre?

-Sí. No me ocurre cada vez que lo hago.

-¿Y te has mareado de verdad? ¿Has llegado a vomitar alguna vez?

-Sí, una vez, pero... bueno, eso fue el primer día, justo cuando acababa de descubrir quién era. Me obligó a comer; yo estaba demasiado nervioso para retener la comida. Desde entonces han sido sólo náuseas, a veces leves, a veces fuertes, pero no he vuelto a vomitar... todavía.

Donghwa se acarició la barba, mientras meditaba sobre lo que él acababa de decir. Descartó de inmediato lo que sospechaba, sin siquiera mencionarlo. El muchacho detestaba tanto al capitán que no podía sentirse atraído por él, ni mucho menos experimentar algún deseo sexual que estuviera confundiendo con las náuseas. Por fin sugirió:

-¿No podría ser el perfume que usa, niño, o el jabón? ¿Tal vez algo que se ponga en el pelo?

Los ojos de Donghae se abrieron sorprendidos, pero luego se echó a reír.

-¿Cómo no se me había ocurrido?

Se levantó de un brinco dejando caer el montón de sogas que tenía en el regazo.

-¿Adónde vas?

-No es su jabón. Yo mismo lo uso para lavarme. Y en el pelo no se pone nada. Pero tiene una botella de algo que usa después de afeitarse. Voy a olfatearlo. Si es eso, ya puedes adivinar adónde irá a parar.

Era un placer verle sonreír de nuevo, pero Donghwa le recordó:

-Si lo arrojas por la borda, lo echará en faltar.

Hae estaba a punto de decir que ya se preocuparía por eso en su momento, pero realmente no tenía sentido buscarse problemas con esa actitud.

-Bueno, le diré la verdad. Es un bestia arrogante, pero... bueno, no tan insensible como para continuar usando algo que me hace daño. Nos veremos más tarde. Mañana, en todo caso -corrigió, al advertir que el sol comenzaba ya a declinar.

-no hagas nada que le obligue a castigarte, ¿me lo prometes?

Si su amigo hubiera sabido con qué castigo le amenazaba, no habría considerado necesaria aquella petición.

-Lo prometo.

Y lo prometía de verdad. Si era la colonia del capitán lo que le afectaba así, no había motivos para no decírselo. Estaba pensando que habría debido mencionarlo antes cuando chocó contra él en la cubierta inferior.

El estómago le dio un vuelco, provocándole una mueca de contrariedad que no pudo disimular a tiempo.

-¡Ajá! - exclamó Kim Hyukjae al verlo- Pareces haberme adivinado el pensamiento, Donnie.

-¿Por qué, capitán?

-Por tu expresión. Has adivinado que quiero hablar seriamente contigo sobre tus hábitos de baño...o, mejor dicho, sobre el hecho de que nunca te bañas.

Donghae enrojeció de indignación.

-¿Cómo se atreve...?

-Oh, vamos. Ya sé que para los chicos de tu edad el baño es una tortura horrorosa. Yo también fui niño, ¿sabes? Pero como compartes mi camarote...

-No porque yo lo haya pedido -adujo él.

-A pesar de todo, hay ciertas normas que respeto. Entre ellas, el aseo personal o, por lo menos, el olor a limpio.

Arrugó la nariz en señal de enfado. Si Donghae no se hubiera sentido tan furiosamente ofendido, habría estallado en risas. ¿Así que a él le molestaba su olor? ¡Cielos, que ironía! Hasta se hará justicia si ello también le provocara náuseas.

El capitán continuó:

-Y como tú no has hecho el menor esfuerzo por respetar mis normas...

-permítame decirle que...

-No vuelvas a interrumpirme –le atajó, con tono más autoritario - El asunto ya está decidido. De ahora en adelante, usarás mi bañera para asearte correctamente no menos de una vez por semana, o con más frecuencia si te parece. Comenzarás hoy mismo. Y eso, chiquillo, es una orden. Así que te sugiero que pongas manos a la obra ahora mismo, si tu gazmoñería te exige hacer esas cosas en la intimidad. Dispones de tiempo hasta la hora de la cena.

Donghae abrió la boca para protestar contra esa nueva arbitrariedad, pero la elevación de la detestable ceja le recordó que no debía desobedecer una orden.

-Sí, señor -respondió, remarcando señor con el mayor desprecio.

Hyukjae, con el ceño fruncido, lo vio alejarse a paso firme, preguntándose si no acababa de cometer un error colosal. Había creído hacerle un favor ordenándole darse un baño y, al mismo tiempo, garantizándole la intimidad para hacerlo.

Como lo había vigilado estrechamente, sabía que no se había permitido la higiene completa desde el comienzo del viaje. Pero no ignoraba, por su larga experiencia, que los jovenes, en especial los de buena crianza, adoraban bañarse. Estaba seguro de que Dong no se arriesgaba por puro miedo a ser descubierto. Por lo tanto, él se encargaría de obligarlo a hacer lo que tanto deseaba.

Lo que no esperaba era verlo tan indignado por eso. Aunque si hubiera pensado con suficiente claridad, cosa que últimamente le estaba resultando difícil, podría haber evitado la indignación del joven.

¡Cómo puedes decirle a un joven señor que huele mal, pedazo de idiota!, se reprochó.


El enfado de Donghae se diluyó en el agua caliente en cuanto se reclinó en la bañera. Eso era el paraíso, casi tan agradable como los baños que tomaba en su casa. Lo único que echaba de menos era el aceite perfumado... y, por supuesto, la seguridad de que no iban a molestarlo.

Pudo sumergirse por completo, sentía el júbilo de sentirse totalmente limpio, su cuerpo libre de aquellas ropas anchas y sucias. Si el capitán no hubiera insistido...

¡Oh, qué diablos, se alegraba de que lo hubiera hecho! De lo contrario habría tardado, por lo menos, una semana más en reunir el coraje necesario para hacerlo por su cuenta. Y últimamente se sentía pegajoso debido al aire salado y el calor de la cocina, por no mencionar ese inexplicable aumento de temperatura que invadía el camarote cada vez que el capitán se desnudaba.

Un apresurado frotar de esponja no era suficiente.

Por mucho que lo deseara, no podía seguir deleitándose en el agua. Tenía que volver a disfrazarse antes de que fuera la hora de cenar. También existía la posibilidad de que el capitán necesitara retirar algo del camarote; en ese caso, difícilmente respetaría su letrero de advertencia. A pesar de tener el biombo, ocultándolo, la sola idea de estar completamente desnudo en el mismo cuarto que él lo ruborizaba.

Sin embargo, para cuando el capitán bajó, Donghae ya había cenado y le había servido la comida; había suficiente para dos, aunque esa noche Xian Junsu no le había acompañado.

Justo al salir en busca del agua para el baño del capitán se acordó de la botella de agua de colonia que él usaba. Decidió olfatearla en cuanto él estuviera tras el biombo, pero Kim le ordenó traer un poco más de agua para enjuagarse el pelo y, cuando Donghae regresó, ya estaba listo para que le frotara la espalda.

Fastidiado, por haber desperdiciado la oportunidad de oler la botella en ausencia del capitán, Donghae abrevió la tarea de lavarle la espalda. Así dispondría de algunos momentos mientras él se secabas. El pensar en eso en vez de pensar en lo que estaba haciendo le ayudó a dominar las náuseas, aunque ni siquiera se dio cuenta de que no las sentía.

Como siempre se retiró en cuanto hubo vertido el último cubo de agua por su espalda y se encaminó directamente al armario. Con la mala suerte que le perseguía en los últimos tiempos, no le extrañó qué él saliera de detrás del biombo mientras todavía estaba allí, con la botella en la mano.

Y si le había sorprendido fue debido a que se había desilusionado tanto al oler la colonia que la decepción le había impedido dejarla inmediatamente en su sitio. El aroma era especiado, con un toque de almizcle, pero no le había provocado la repulsión que esperaba. Era el mismo capitán quien le despertaba esas náuseas, no su olor.

-Espero que no hayas desobedecido mis órdenes- advirtió el capitan, con voz aspera.

-¿Cómo señor?

-¿Qué estabas haciendo con esa botella?

Donghae comprendió entonces lo que él estaba dando a entender y se apresuró a dejar la botella en su sitio.

-No lo que usted cree. No iba a usar su colonia, capitán. No había ninguna necesidad, si ya me he bañado, se lo aseguro. Ya sé que algunas personas disimulan el mal olor con un poco de perfume, pero yo no soy tan estúpido. Prefiero estar limpi... Es decir, no hago esas cosas.

-Me alegra saberlo, pero con eso no respondes a mi pregunta, chico.

-Ah, su pregunta. Sólo quería...-¿Olfatearla, porque él la usa siempre? No se lo va a creer, Donghae. ¿Y qué tiene de malo si le digo la verdad? Después de todo, él me dijo con toda su desfachatez que mi olor le parecía ofensivo - En realidad, capitán...

-Acércate. Quiero juzgar por mí mismo si me has dicho la verdad.

Donghae apretó los dientes exasperado. Aquel bastardo quería olfatearlo y de nada serviría protestar. No haría más que irritarlo. Y sólo tenía puesto aquel batín indecente. Empezó a sentir otra vez el acostumbrado acaloramiento...

Rodeó lentamente la cama, retorciéndose las manos. El no se anduvo con rodeos. Se inclinó hasta tocar ligeramente su nuca con la nariz, y olfateó. Donghae habría podido aguantar la prueba sin problemas si la mejilla del capitán no hubiera rozado la suya.

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...