Entre el Miedo y el Amor- Capítulo 16



Era otra húmeda mañana de noviembre, y Sungmin se dirigió al lago con su cuaderno de dibujo. El tío Siwon había pasado allí la noche y lo había despedido temprano, prometiendo de nuevo pensar en la sugerencia de él de volver a su casa. Iba a pensarlo o, al menos, iba a pensar en volver a Londres, donde iba a estar más cerca de su familia. Y podría guardar las apariencias trasladándose a la casa de Kyuhyun en la ciudad. Esta era una buena idea. E incluso iba a darle algo que hacer, ahora que tenía restringida las actividades físicas. Podía redecorar la casa de Kyuhyun en Londres, gastar algo de su dinero.

Lo malo era que había venido para disfrutar de la paz de Foresight. Por lo menos había paz cuando Eunhee no estaba. Sungmin también se entendía con los criados. Incluso la señora OH se había doblegado sorprendentemente al enterarse de que esperaba un hijo. Al parecer la señora OH adoraba a los niños. ¿Quién lo hubiera sospechado?

Sungmin miró con tristeza la gris mansión. Podía haber sido verdaderamente feliz. Imaginaba a sus hijos corriendo por los prados, haciendo navegar barquitos en el lago durante el verano, patinando sobre el hilo en invierno. De alguna manera intuía que Kyuhyun era cariñoso con los niños. Suspiró profunda y largamente, subió la caperuza de su capa y lanzó una mirada al pesado banco de nubes que había sobre su cabeza. Ya hacía demasiado frío para dibujar al aire libre.
Dibujaría el lago en otra oportunidad. Fue entonces cuando vio a uno de los criados que corría hacia él, procedente de los bosques, no de la casa.

Al otro lado de los bosques estaba su propiedad. Todavía no la había visitado. La melancolía, provocada por el lugar donde sus padres habían muerto, era demasiado grande. Iría allí de todos modos, se dijo. Alguna vez, sí. Y algún día la mostraría a su hijo. La propiedad había pertenecido a ellos... a sus abuelos.

Al acercarse reconoció al criado como a uno de los hombres que había dibujado el día anterior. Llevaba un enorme saco, sin duda para recoger hojas secas, pensó. El hombre tenía un aire tan extraño. Una vaga sensación de peligro lo invadió.

Tal vez fue el comportamiento audaz del hombre. De todos modos decidió no esperar a que llegara junto a él y corrió hacia la casa.

Pero se detuvo, diciéndose que era una tonto. Dejaba volar a su loca imaginación. Era una tontería. El hombre no era más que un jardinero, después de todo.

Apenas había terminado de pensar esto cuando el hombre llegó junto a él, se tomó un momento para recobrar el aliento, después, de golpe, echó el saco que llevaba sobre la cabeza y los hombros de Sungmin. El primer impulso fue gritar, pero la sorpresa lo dejó mudo hasta que el saco cubrió lo largo de su cuerpo, y su grito fue sólo un leve sonido sofocado.

El asaltante no perdió el tiempo: echó su presa al hombro y corrió de vuelta a los bosques. Un coche lujoso esperaba allí, oculto, con dos briosos caballos grises ansiosos por partir. En el asiento del cochero había un hombre dispuesto a chasquear el látigo, ante la menor señal de persecución. El hombre que estaba en tierra le lanzó una mirada furiosa.

–Al menos podrías mover el trasero y abrir esa maldita portezuela. El podrá parecer tenue como el aire, pero es pesado después de un trecho tan largo.

Seungin rió ante la tosquedad de Sukin, indicando con esto que ya no estaba preocupado por la misión a realizar.

–¿Nadie nos persigue entonces?

–No, que yo sepa. Vamos, dame una mano. Ya sabes que las órdenes del capitán son tratarlo con suavidad.

Depositaron a Sungmin en un asiento acolchado y rápidamente le envolvieron las rodillas con una cuerda para que no se moviera.

–Esto le endulzará el carácter, ¿verdad? Nunca creí que íbamos a pescar tan pronto a nuestro pez.

– te dije que convenía estar listos y esperar que viniese a nosotros por su cuenta. Hemos tenido muy buena suerte. Si esto no alegra al capitán nada podrá alegrarlo, ¿eh?

–El pececito pescando al pez grande.

–Tienes razón. Esperemos que esto tampoco lleve mucho tiempo.

–Irás atrás con él para impedir que se caiga del asiento, o quieres que yo...

–Es un placer que te concedo. No confío en que saques este barco de los bosques en una sola pieza. Esa es tarea mía. –Rió.– ¿Supongo que te agrada el arreglo?

–Como quieras, Sukin.

–Pero no se te ocurra probar algo de la mercancía, camarada. Al capitán eso no le gustaría nada –dijo seriamente el hombre antes de subir al pescante. El coche se balanceó, avanzó.

La mente de Sungmin volaba. Tenía que tratarse de un simple secuestro. Pedirían dinero y entonces podría volver a su casa. No había motivo para preocuparse.

Hubiera deseado que su cuerpo viera las cosas de esta manera. Pero temblaba con violencia. Lo llevaban ante un capitán que no quería que le trataran mal. Si, un secuestro. Y supuso que se trataba del capitán de un barco porque había un gran puerto en Southampton. La misma empresa naviera de Kyuhyun estaba situada allí.

Se esforzaba en recordar todas las palabras que habían dicho los hombres. ¿Qué significaba aquello del pececito que se traga al pez grande? Puso en tensión todos sus sentimientos, alerta a cada sonido, cada movimiento.

Pasó media hora antes de que disminuyeran la marcha, y supo que estaban en Southampton.

–Unos minutos más y estaréis dentro y más cómodo –le aseguró su captor.

«Dentro», no «a bordo». El apretado saco alrededor de la capa empezaba producirle escozor y calor, ¡y pensar que había creído que ya no iba a tener más aventuras al convertirse en una persona mayor!

El coche se detuvo y lo levantaron con cuidado. No había ruido de agua en los muelles, no se oía el crujir de la madera cerca de un ancla. ¿Dónde estaban? No había planchada que maniobrar, tampoco, pero subían unos peldaños. Después se abrió una puerta.

–Campanas del infierno, Sukin, ¿ya lo has atrapado?

- Bueno, esto no es un lastre, muchacho. ¿Dónde debo ponerlo?

–Arriba hay un cuarto listo para él. ¿Por qué no dejas que yo lo lleve?

–Puedo pegarte sin haceros caer, chico. ¿Quieres probar?

Se oyó una profunda risa.

–Eres demasiado listo para ofenderte, Sukin. Ven, te mostraré dónde queda el cuarto.

–¿Dónde está el capitán?

–No le esperan hasta esta noche, y eso significa que yo tendré que ocuparme de él, ¿no?

–¿Has oído a ese gallito, Seungin? –preguntó Sukin –. Por nada te dejaríamos sólo con él. Eres el único que cree que puede librarse con unos golpecitos porque el capitán es su padre. No pienses en eso cuando yo esté cerca.

–He dicho cuidarlo... en serio... no cuidarlo de cierto modo –replicó el muchacho.

–¿Acaso se ha ruborizado el muchacho, Seungin? ¿Es un rubor verdadero el que veo?

–Vamos – dijo Seungin –. Has puesto en duda su fuerza y hoy no te dejará en paz.

–Bueno, al menos dejadme que vea cómo es.

–Oh, es bastante bonito, chico –dijo Sukin con una sonrisa–. De verdad creo que, cuando el capitán lo vea, olvidará para qué ha querido traerlo aquí. Tal vez lo guarde para él.

Le llevaron al cuarto de arriba, y luego lo pusieron de pie. Sungmin se balanceó y casi cayó. Le quitaron la soga que le sujetaba las rodillas y le sacaron el saco que lo cubría. Pero el cuartito estaba tan oscuro, con las ventanas tapadas por tablas, que Sungmin durante unos momentos tuvo dificultades para ver.

Aspirar profundamente el aire fue lo más importante en el momento. Después enfocó a los tres hombres, sus captores y al muchacho que se dirigían a la puerta. El joven lo miraba por encima del hombro, con la boca abierta.

–Un momento, por favor –dijo Sungmin a los hombres que se iban–. Exijo saber por qué me han traído aquí.

–El capitán os lo dirá cuando venga, milord.

–¿Y quién es el capitán?

–No es necesario dar nombres –dijo el más tosco de los dos, con tono suave en respuesta al altanero de él.

–Pero yo conozco vuestro nombre, Sukin. Y conozco el vuestro, Seungin. Incluso... –se detuvo antes de decirles que los había dibujado a las dos.– Deseo saber por qué estoy aquí.

–Tendréis que esperar a hablar con el capitán. Hay una lámpara sobre la mesa, y pronto os traerán de comer. Quedaos aquí y poneos cómodo.

Sungmin se dio media vuelta, furioso, dándoles la espalda. La puerta se cerró e hicieron girar la llave. El suspiró. ¿De dónde había sacado coraje para actuar con tanta arrogancia?

Eran personajes de aspecto siniestro, pese a sus maneras ligeras y sus voces aplacadas. Bueno, al menos no había mostrado miedo. Un Kim no podía estremecerse de temor. Y esto era un gran alivio.
Se sentó pesadamente en una mecedora, preguntándose, desolado, si aquel sería el único momento de satisfacción en mucho tiempo.

La comida había sido deliciosa, incluso en el estado de nervios en que estaba Sungmin. Comió buena parte. También le sirvieron un delicado vino. Pero, pasada la distracción de la comida, volvió a preocuparse.

Seungin le había traído la comida. Se había puesto una vaporosa camisa de seda muy elegante, y llevaba pantalones negros con botas altas, junto con un largo chaleco con faldones. Dios, sólo le faltaba llevar un pendiente en una oreja. Incluso se había afeitado.

¿Por qué?

¿En qué se había metido esta vez Sungmin ? Sobre la cama pusieron ropa para él. En una cajita había objetos de tocador, cepillo, peine, todo nuevo.

El joven había venido temprano por la tarde para encender el fuego de la chimenea, y Sukin montó guardia junto a la puerta. Le sonrió tímidamente. Sungmin le devolvió una furiosa y helada mirada. Ignoró totalmente al muchacho.

Ahora era de noche, pero se había negado a usar el gran lecho. Iba a pasar despierto toda la noche si era necesario, y no descansaría hasta haber visto al capitán y decirle lo que pensaba.

Alimentó el fuego con la leña que le había dejado el muchacho, después acercó un asiento, y acomodó los pies. El cuarto estaba caliente y empezó a sentir sueño.

Casi no oyó que la llave giraba en la cerradura. El ruido hizo que se levantara, pero no se dio la vuelta. Desde luego, que no pensaba sobresaltarse ante la presencia de Sukin o Seungin.

–Mi hijo me dice que sois una belleza deslumbrante –dijo una voz profunda–. Dejad que vea lo que tanto lo ha impresionado. Presentaos, lord Guixian.

Sungmin se puso de pie y muy lentamente se volvió para mirar. Sus ojos se dilataron de sorpresa.

–¡Tío Hyukjae!

–¡Minnie! –gritó él a su vez. Sungmin fue el primero en recobrarse.

–¡Oh, tío, no es posible que me hayas capturado para pasar otros tres meses divertidos a bordo del Opera! ¿No crees que ya soy algo mayorcito para eso?

Lleno de tremenda confusión, él le tendió los brazos.

–Ven, tesoro, abrázame. Dios, de verdad te has convertido en una belleza deslumbrante.

Sungmin lo abrazó, dichoso.

–Bueno, han pasado tres años, tío Hyukjae, y sólo te vi entonces una hora. No es justo, sabes, tener que escabullirme para ver a mi tío. ¿No te parece que ya es tiempo de que te reconcilies con tus hermanos?

–Lo haría con gusto –dijo él tranquilamente–. Pero dudo que ellos lo quieran, Minnie.

A él siempre le había gustado ser diferente. Su tío, el pirata, lo había robado, ante las narices de sus hermanos, cuando le negaron el permiso para verlo. Y lo había llevado a una fabulosa aventura a bordo de su barco, decidido a pasar con él el tiempo que le correspondía. Tenía entonces doce años, y aquellos increíbles tres meses estaban todavía vivos en su mente.

Naturalmente, ambos habían pagado un alto precio por esto. Hyukjae ya había caído en desgracia por ser pirata. Cuando devolvió a Sungmin, los tres hermanos lo habían golpeado por haberlo puesto en peligro. Fue rechazado por todos, incluso por Siwon, de quien siempre había estado muy cerca. Hyukjae sufría por la disputa, y Sungmin había sufrido por ser la causa de ella. Él nunca le echó nada en cara, pero esto empeoraba la cosa.

Se apartó de Hyukjae y le miró de arriba abajo. El no había cambiado mucho en los tres años transcurridos. Seguía siendo alto y pelirojizo, tan hermoso como siempre... e igualmente raro. ¡Bastaba ver lo que había hecho para llevarlo a su lado!

–Ni siquiera debería hablarte –dijo Sungmin seriamente–. Me has dado un susto terrible. Por lo menos debías haber informado a tus hombres que era el importante capitán Kry quien me había hecho secuestrar.

–¡Los liaré desollar, puedes contar con eso! ¡Maldición! –Abrió de golpe la puerta y rugió:– ¡Sukin... Seungin!

–¡No, tío, por favor! –protestó Sungmin. Las iras de Hyukjae no eran como las de Siwon. A Siwon era posible convencerle. Incluso Shindong, un toro recio cuando estaba enojado, era susceptible de ser aplacado. Pero Kim Hyukjae era aterrador. Aunque nunca se había enfadado con Sungmin, él le temía.

–Tío Hyukjae –dijo–, los hombres me han tratado muy amablemente, y se han ocupado diligentemente de mi comodidad. Yo no estaba asustado –mintió.

–Se ha cometido un error, Minnie, y por tanto no acepto excusas.

Una de las oscuras cejas se levantó agudamente:

–¿Quieres decir que no debían traerme aquí?

–Claro que no. Hubiera ido a verte antes de volver a salir de Inglaterra. Y no te hubiera traído aquí a reunirte conmigo... al menos de esta manera.

Los dos inculpados aparecieron en aquel momento en la puerta, inquietos ante la mirada helada y furiosa de Hyukjae.

–¿Nos habéis llamado, capitán?

–¿Sabéis a quién me habéis traído? –preguntó Hyukjae con suavidad. Era su tono más temible. Seungin fue el primero en adivinar el error.

–¿Nos hemos equivocado de joven?

–Caballeros, dejad que os presente –y Hyukjae extendió el brazo hacia la puerta–¡a mi sobrino!

–¡Mierda!

–Ay –suspiró Sukin.

Otro hombre se presentó en la puerta.

–¿Qué diablos estás gritando, Kry?

–¡sunnie! –gritó Sungmin con placer y corrió a abrazarle.
Xian Junsu, el amigo más íntimo de Hyukjae en la infancia era ahora primer piloto del Opera. Nunca había existido un pirata más sinvergüenza y adorable.

–¿Eres tú Minnie? –rugió Junsu - ¡Qué me cuelguen si no eres tu ! –Y lo abrazó con fuerza.

–Hace años y años...

–¿Verdad que sí? –rió Junsu. Finalmente vio la cara furiosa de Hyukjae y se aclaró la garganta–. Yo... creo que no deberías estar aquí, Minnie.

–Es lo que parece. –Se volvió hacia Hyukjae - Bueno, tío, aquí están los canallas. ¿Los harás azotar por este tremendo error? Si es así, quiero ser espectador.

–Minnie...

–¿No vas a hacerlo? –Miró a sus secuestradores.– Bueno, señores, es una suerte que mi tío se muestre hoy tan caritativo. Os deja libres a poca costa. No dudéis de que yo os hubiera desollado.

–Está bien Minnie, has ganado –se sometió Hyukjae , e hizo una breve inclinación de cabeza para que Sukin y Seungin.

–¿ no ha cambiado nada, verdad Hyuk? –Junsu rió cuando la puerta se cerró tras los dos secuestradores.

–Un muchachito muy astuto –gruñó Hyukjae. Sungmin le sonrió a ambos.

–Vamos, ¿no os alegráis de verme?

–Déjame que lo piense.

–¡Tío Hyukjae!

–Claro que sí. Pero realmente has creado un problema aquí. Yo esperaba a otra persona, y ahora supongo que pondrán vigilancia en Foresight.

–Por favor, te ruego que me expliques qué es esto –pidió Sungmin.

–No es nada que pueda interesarte, Sungmin.

-No te escabullas, tío. Ya no soy un niño, ¿sabes?

–Ya veo –sonrió–. Míralo, Junsu. Es el vivo retrato de mi hermana, ¿verdad?

–¡Pensar que hubiera podido ser mi hijo! –dijo Junsu tristemente.

–Oh, ¿tú también, sunnie ? –preguntó suavemente Sungmin.

–Todos amaban a tu madre, incluido yo –reconoció Junsu de mala gana.

–¿Por eso me tomaste bajo tu ala?

–Ni lo sueñes. Tú te ganaste mi corazón por tu propia cuenta.

–Entonces te ruego que me expliques qué es todo esto.

–No, – Junsu movió la cabeza, sonriendo a Hyukjae – Todo es obra de él. Si quieres saber, vuelve hacia él tus grandes ojos negros.

–Tío Hyukjae...

–Es... un asunto sin terminar que tengo aquí. Nada que deba preocuparte.

–Tiene una cuenta que cobrarse, Minnie –explicó Junsu – Pero parece que el destino ha intervenido.

-porque?, a quien esperabas entonces tio ? .

- al joven conde de Guixian. Es al vizconde a quien busco.

–¡Cho Kyuhyun ! –exclamó Sungmin.

–Lo has dicho. ¿Le conoces?

–Muy bien –dijo Sungmin.

–Entonces quizás podrás decirme dónde está. Dios sabe que nadie ha podido hacerlo hasta ahora, aunque he buscado en todas partes. Juraría que el muchacho se está escondiendo de mí... y por buenos motivos.

–Dios mío –dijo Sungmin sin aliento–, me secuestraste para que Kyuhyun llegara hasta ti, ¿verdad?

–Tú no Minnie –le aseguró Hyukjae– Esos idiotas creyeron que eras el esposo de Cho.

Sungmin se acerco a Junsu, aspiró profundamente y luego dijo, vacilante:

–Tío Hyukjae, tus hombres no cometieron ningún error.

–Ellos...

–... no se equivocaron –terminó –. Soy el esposo de Kyuhyun.


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 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...