Amor en Altamar- Capítulo 8



-A propósito, Dong, no te olvides de trasladar tu hamaca y tus pertenencias del castillo de proa aquí. Hazlo en cuanto te sientas mejor. Mi grumete duerme siempre donde se le necesita.

- ¿Dónde se le necesita? - exclamó Donghae, incorporándose en la enorme cama. Luego entornó los ojos con suspicacia para mirar al capitán, que descansaba lánguidamente en la silla que él había desocupado. Por lo tanto, estaba completamente frente a él y observándole- ¿Para qué puede necesitarme en medio de la noche?

-Tengo el sueño ligero, ¿sabes? Los ruidos del barco suelen despertarme.

-¿Y qué tiene eso que ver conmigo?

-Bueno, Dong - adujo él, con el tono que se usa para hablar pacientemente a un niño - podría necesitar algo – el joven ya iba a replicar que podía cuidarse sólo perfectamente, pero el capitán agregó - Después de todo, es tu deber.

Puesto que nadie le había detallado claramente sus obligaciones, Donghae no tenía ningún derecho a negarse. Pero ¿era obligatorio quedarse sin dormir cuando él se desvelaba? Ahora sí que se arrepentía de haber conseguido aquel empleo. Equivalía a servir a un autocrático muro de ladrillos. Decidió no discutir el tema por el momento, pero necesitaba algunas aclaraciones.

-¿Se refiere usted a traerle algo de comer de la cocina?

-Sí, eso mismo. Pero a veces sólo necesito que una voz apaciguadora me ayude a dormir. Sabes leer, ¿no?

-Por supuesto - replicó Donghae, indignado.

Advirtió demasiado tarde que habría podido librarse al menos de una tarea si hubiera respondido negativamente. Eso, en el supuesto caso de que continuara a bordo; en esos momentos deseaba con fervor abandonar el barco. Se imaginó leyéndole en medio de la noche: él, acostado en la cama; mientra Donghae, sentado en una silla, quizá hasta en el borde del colchón si él se quejaba de que no le oía bien. Habría sólo una lámpara encendida; pero al menos, él estaría somnoliento, con las facciones suavizadas por la penumbra, escondiéndole ese aspecto intimidante... Pero ¡diablos! : tenía que buscar a Donghwa cuanto antes.

Sacó las piernas por el costado de la cama, e inmediatamente oyó una áspera orden:

-¡Acuéstate, Dong!

El capitán se había incorporado en la silla y le miraba con el ceño fruncido ; a juzgar por su expresión, si se levantaba él haría lo mismo y además le cerraría el paso hacia la puerta. Y Donghae no tenía suficiente coraje para poner a prueba voluntad tan formidable.

Por amor de Dios, esto es ridículo, se dijo. Pero permaneció tendido mirándolo, casi echando chispas por los ojos. Por un momento apretó los dientes, lleno de frustración. Luego insistió:

-Esto no es necesario, capitán. Ya me encuentro mucho mejor.

-Seré yo quien decida cuándo estás mejor, muchacho -repuso con arbitrariedad, volviendo a reclinarse en el sillón - Todavía estás tan pálido como ese edredón. Te vas a quedar ahí hasta que yo te autorice a levantarte.

La furia iba enrojeciendo las mejillas de Donghae, aunque éste no se daba cuenta. No podía soportar verlo allí sentado, como un aristócrata de vida regalada. Seguro que era un aristócrata, y lo más probable era que no hubiera movido un dedo en toda su vida. Si él se encontraba prisionero en ese barco durante varias semanas, aguantando sus innecesarias atenciones, acabaría con los nervios destrozados y detestando cada momento de servicio.

La sola idea le resultaba insoportable. Pero no había modo de salir de ese camarote, como no fuera desafiando abiertamente su autoridad.
Aceptada esa conclusión, Donghae, inquieto por su incógnita sobre dónde debería pasar la noche, sacó el tema a colación.

-yo creía, capitán, que todos los camarotes disponibles estaban ocupados.

-Y así es. ¿Qué quieres decir, chico?

-Que no sé dónde quiere usted que ponga mi hamaca, si debo estar cerca por si me llama durante la noche.

Sus palabras motivaron una carcajada.

-¿Dónde diantres crees que debes ponerla?

El que se divirtiera a su costa le enfureció tanto como los cuidados que no le pedía.

-En ese corredor lleno de corrientes de aire -contestó - Pero debo decirle, capitán, que eso no me conviene en...

-Basta, chico, que me vas a hacer llorar de risa. ¡Qué tonterías! Dormirás aquí mismo, desde luego, como lo han hecho todos mis grumetes.

Era lo que se temía. Por suerte, sabía que no era algo desacostumbrado. Muchos capitanes alojaban en sus camarotes a los miembros menores de la tripulación, por simple protección hacia éstos. Así lo hacía su hermano Seunghun, desde que a un grumete suyo lo atacaron e hirieran gravemente tres marineros. Donghae no conocía los detalles del caso, pero Seunghun, furioso, había hecho azotar a los tres atacantes. Sin embargo, este capitán sabía que su grumete tenía un hermano mayor a bordo que podía encargarse de protegerlo. Por lo tanto, si quería tenerlo en su camarote era por conveniencia propia. Pero no podía discutir; no le prestaría atención; además, le había advertido que no quería discusiones. Si ésa era la política acostumbrada del capitán, protestar no tenía sentido. Por lo tanto, sólo quedaba una pregunta por hacer:

-¿Aquí mismo?, pero ¿dónde?

El señaló con la cabeza el único rincón desocupado de la habitación, a la derecha de la puerta.

-Supongo que eso bastará. Hay lugar de sobra para tu baúl y todo lo que hayas traído. Ya hay soportes para la hamaca en las paredes.

Donghae vio los ganchos que mencionaba, separados entre sí por una distancia que permitiría tender una hamaca en el rincón. Le extrañó no haberlos visto el día anterior, al inspeccionar el camarote. Al menos, ese lugar estaba lejos de la cama.

-¿Te basta, pequeño?

¡Como si estuviera dispuesto a instalarlo en otro lado, si decía que no!

-Supongo que sí, pero ¿puedo usar el biombo?

-¿Para qué?

<¡Para tener intimidad, pedazo de bobo!> Pero él parecía tan divertido por la pregunta, que Donghae se limitó a responder:

-Era una ocurrencia, nada más.

-Una mala ocurrencia. Usa el sentido común. El biombo está atornillado al suelo, como todo lo demás excepto las sillas. Y justamente una de tus funciones es atornillarlas al suelo a la menor señal de mal tiempo.

En esta ocasión, Donghae percibió de inmediato el rubor que le subía a las mejillas. Eso era algo que él sabía desde siempre: en un barco todo debía estar atornillado, atado o fijo de algún modo, para que no acabara ocupando el sitio que no le correspondía. ¿Cómo había podido olvidar algo tan sabido?

-Es que nunca había navegado hasta ahora -replicó, en defensa de su estupidez.

-Entonces, ¿eres inglés?

-¡No! -La negativa fue demasiado áspera y apresurada - Es decir, he viajado en barco hasta aquí, claro, pero como pasajero.- Al comprender que cada vez parecía más ignorante, agregó con timidez - La verdad es que no me había fijado en esas cosas.

-No importa. Ya aprenderás todo lo necesario, ahora que eres de la tripulación. No vaciles en preguntar lo que necesites saber, chico.

-Pues ya que ahora tiene tiempo, capitán, ¿tendría la bondad de explicarme cuáles son mis obligaciones, aparte de las que ya ha men...?

Se interrumpió, pues una de aquellas cejas se había enarcado, en un gesto de divertida complacencia. ¿Pero qué había dicho esta vez para que ese hombre sonriera como un tonto?

El no prolongó el suspenso.

-¿Qué tenga la bondad? - Ahora reía a carcajadas- ¡Por Dios, chico, no sé de bondades desde que tenía tu edad!

-Es sólo un modo de hablar - adujo Donghae, exasperado.

-Eso es una muestra de buena educación, pequeño. Demasiado buena para un chico como tu.

-¿Así que hay que ser maleducado para ocupar ese puesto? Nadie me lo había dicho.

-No te vuelvas respondón, pequeño, si no quieres que te dé un buen tirón de orejas... aunque te las escondas bajo esa condenada gorra.

-Oh, ahí están, capitán, bien puntiagudas y enormes. Por eso las mantengo ocultas.

-¡Qué desilusión! Creía que era a causa de una calvicie prematura. ¿Así que se trata tan sólo de un par de orejas grandes?

Donghae sonrió a su pesar. Ese tonto le estaba resultando divertido. ¿Y quién habría pensado que un autocrático muro de ladrillos podía ser divertido? Como si no bastara eso para sorprenderlo, ¿de dónde sacaba él mismo el coraje para bromear con el Kim? Y lo más asombroso era que no le hubiera asustado la amenaza de tirarle de las orejas, pese a la seriedad con que la había pronunciado.

-¡Caramba! - exclamó el capitan, respondiendo a la sonrisa de Donghae - con que tienes dientes, después de todo. Ya empezaba a dudarlo. Y blancos como perlas, además. Claro, eres aun pequeño. Ya se te pudrirán.

-A usted no se le han podrido.

-¿Acaso insinúas que, siendo tan viejo, ya debería haberlos perdido?

-Yo no he dicho...- Donghae se interrumpió, confundido- Con respecto a mis tareas,
capitán...

-¿No te las especificó Sunnie al contratarte?

-Sólo me dijo que debía servirlo a usted, no a los otros oficiales, y cumplir sus órdenes. Pero no me dio detalles.

-Es que a eso se reduce todo, ¿no te das cuenta?

Donghae apretó los dientes hasta dominar su enojo. Por fin las palabras volvieron a su boca:

-Capitán Kim, sé que hay algunos grumetes que tienen que ordeñar vacas...

-¡Por Dios, compadezco a esas pobres criaturas! -exclamó él, con fingido horror. Pero un momento después apareció otra vez su sonrisa - Por mi parte, puedes quedarte tranquilo. No me gusta la leche. Esa no será una de tus tareas.

-¿Cuáles serán, entonces? -insistió Donghae.

-Unas cuantas cosas, podría decirse. Actuarás como criado a la hora de servir la comida, como mayordomo dentro de mi camarote y como sirviente en general. Y como en este viaje no he traído a mi ayuda de cámara, también tendrás que cumplir esas funciones. Nada demasiado agotador, ya ves.

No: sólo servirlo de rodillas, exactamente como Donghae suponía. Estuvo a punto de preguntar si tenía que frotarle la espalda y limpiarle también el trasero, pero se calló. Ya que él había prometido darle un tirón de orejas, era mejor no tentarlo.

De ninguna manera debía descubrir qué había bajo su rustica vestimenta. Realmente, su situación era casi cómica. ¡Pero si el grumete de Hyunjoong se limitaba a servirle la comida!

De todos los capitanes que zarpaban de Londres, justo había tenido que caer en las manos de un condenado inglés. Y no sólo era inglés, sino también un aristócrata inútil.
De todo esto no le dijo una palabra, naturalmente. Estaba irritado, pero no loco.

Hyukjae tuvo que sofocar la risa. El muchacho estaba haciendo un esfuerzo colosal para no quejarse por la carga que él acababa de acumular sobre sus hombros. La mayor parte era puro invento, sobre todo lo del ayuda de cámara; hacía más de diez años que no lo tenía. Pero cuanto más tuviera que hacer en el camarote, menos trataría con la tripulación. No era cuestión de que otros descubrieran el secreto antes que él. Además, cuanto más tiempo pasara en su camarote, más podría disfrutarlo, y su relación se limitaría a ellos dos.

Por el momento, sin embargo, necesitaba poner distancia entre ambos. Al verlo así, acurrucado en su cama, su imaginación ya volaba a ciertas cosas que aún debía esperar.

Disciplina, muchacho- se amonestó a sí mismo - Si no la tienes tú, ¿quién la va a tener?

En ese momento, aquello sonaba a chiste. Hacía demasiado tiempo que no se enfrentaba con una verdadera tentación. El autodominio era fácil cuando el aburrimiento apagaba las emociones, pero todo cambiaba cuando éstas emergían con tanta intensidad.

Donghae decidió que no valía la pena continuar con esa irritante conversación. Además, el hecho de mantenerse en silencio podía inducirlo a buscar alguna otra diversión, como, por ejemplo, dirigir el barco. Quizá de ese modo saliera del camarote. Y en cuanto lo hiciera, sería su oportunidad para escaparse de allí. Lo que no se le ocurrió era que el capitán iba a acercarse a la cama para ver cómo estaba. Últimamente no tenía mucha suerte con los planes improvisados.

Al abrir los ojos lo vio allí, inclinado sobre él.

-Veo que sigues pálido -comentó el capitán- ¡Yo que estaba convencido de que había logrado tranquilizarte y que te encontrabas mejor!

-Oh, así ha sido, capitán -le aseguró Donghae.

-¿Ya no estás nervioso?

-En absoluto.

-Estupendo. Así no tendrás que pasar mucho tiempo en la cama. Pero no hay prisa, ¿verdad? Ahora que lo pienso, no tienes nada que hacer hasta la próxima comida. Te vendría bien una siesta para devolverte el color a las mejillas.

-¡Pero si no me encuentro...!

-¡No irás a discutir cada vez que te haga una sugerencia! ¿verdad, Dong?

¿Era necesario ese rostro agresivo? Con su afable cháchara le había hecho olvidar que, después de todo, era un hombre peligroso.

-Ahora que usted lo dice, anoche no dormí gran cosa.

Al parecer, fue la respuesta adecuada, pues la expresión del capitán volvió a cambiar. No era demasiado afable, aunque en realidad nunca lo había sido, pero sí menos severo. Y una vez más mostraba diversión.

-Eres demasiado joven para haber estado haciendo lo que hacían anoche mis otros tripulantes. ¿Qué ha sido lo que te ha mantenido despierto?

-Su tripulación -respondió - Fuese lo que fuese lo que estaban haciendo, sus carcajadas eran demasiado estruendosas.

Hyukjae se echó a reír.

-Dentro de algunos años, muchachito, serás más tolerante.

-no soy tan ignorante, capitán. Ya sé lo que suelen hacer los marineros durante la última noche en tierra.

-¿Ah, si? ¿Así que estás familiarizado con ese aspecto de la vida?



-Por supuesto -respondió Donghae.

Lo veía venir: ese endemoniado gesto de la ceja, y la risa brillando en esos ojos. Pero la previsión no le sirvió de nada al oír la siguiente pregunta:

-¿Lo sabes de oídas...o por propia experiencia?

Donghae se ahogó con su propia exclamación y pasó diez segundos tosiendo, tiempo que el capitán dedicó a golpearle solidariamente la espalda. Cuando por fin logró respirar otra vez, supuso que debía de tener varias vértebras rotas, gracias a los ladrillos que ese muro tenía por manos.

-No me parece, capitán Kim, que mi experiencia o mi falta de ella tengan nada que ver con ese trabajo.

Y aún tenía mucho más que decir sobre esas preguntas poco ortodoxas, pero él le calló con un simple:

-Muy cierto.

Lo cual fue una suerte, pues no estaba pensando en esos momentos como un chico de doce años. De cualquier modo, él no había terminado:

-Tendrás que perdonarme, Dong. Tengo la costumbre de ser despectivo, ¿sabes?, y la indignación ajena sólo sirve para inspirarme nuevos ataques. Trata de no tomártelo a pecho, porque, si he de serte completamente franco, tus demostraciones de mortificación no hacen sino divertirme.

Donghae nunca había oído nada tan...tan ridículo. Y ese hombre lo decía sin pizca de contrición. Todo era deliberado: las provocaciones, los insultos, las bromas. ¡Que el diablo se llevara a ese canalla! Era mucho peor de lo que había pensado en un principio.

-¿Y no podría usted evitar esas provocaciones... señor? -sugirió, apretando los dientes.

El capitán emitió una carcajada que parecía un ladrido.

-¡Me perdería otras joyas de sabiduría como ésa! No, pequeño; yo no renuncio a mis diversiones por ningún hombre, joven, mujer o niño viviente. Después de todo, tengo tan pocas...

-Con que no hay misericordia para nadie. ¿Ni siquiera para los niños enfermos? ¿O por fin me juzga lo bastante recuperado como para levantarme capitán?

-Has acertado con tu primera suposición... a menos que estés suplicando. Eso podría tenerlo en cuenta, ¿Es así?

-¿El qué?

-Si estás suplicando compasión.

Maldito hombre, que le provocaba poniendo en juego su orgullo. Los niños, a la incómoda edad de doce años, tienen muchísimo orgullo, y sin duda él contaba con eso. Un joven de esa edad no se limitaría a pedir compasión; lo haría llorando a mares. Pero un varón preferiría morir a reconocer que no soportaba unas cuantas burlas, por inmisericordes que fueran. ¿Y cómo tenía que reaccionar él, por todos los diablos? ¿Un joven que sólo deseaba abofetear esa cara arrogante, pero que debía reprimirse porque no resultaría adecuado para el papel de Dong que había asumido?

Y allí estaba él, con las facciones inexpresivas y cierta tensión en los hombros y el pecho. ¡Como si la respuesta tuviera de verdad alguna importancia para él! Sin duda estaba preparando otro brillante sarcasmo por si Donghae respondía afirmativamente.

-Tengo hermanos varones, capitán, todos mayores que yo -le explicó fríamente- Para mí no es nuevo ser objeto de bromas pesadas, provocaciones y burlas. A mis hermanos les encanta... aunque sin duda no tanto como a usted.

-¡Bien dicho, chico!

Para fastidio de Donghae, el capitán parecía muy complacido. ¡Oh, si al menos fuera posible darle siquiera una bofetada antes de abandonar el Opera!

Pero en ese momento se sintió repentinamente sofocado por toda una serie de emociones inesperadas, pues el hombre se inclinó para cogerlo por el mentón, tal como lo había hecho el señor Xian al examinarle la cara de lado a lado. Pero a diferencia del señor Xian, lo hizo con mucha suavidad, con los dedos extendidos sobre la mejilla izquierda.

-Mucho coraje en alguien que, como dijo Sunnie, no tiene un pelo de barba a la vista- Los dedos descendieron lentamente por la tersa mejilla hasta la mandíbula. Al menos, ésta fue la impresión de un confuso Donghae, cuyos sentidos estaban desbocados- Servirás, pequeño.

Estaba a punto de vomitar otra vez, a juzgar por la sensación extraña que le agitaba la parte inferior del vientre. Pero sus nervios se aquietaron en cuanto el capitán retiró la mano. Y no pudo hacer otra cosa que contemplar fijamente su espalda mientras él salía del camarote.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...