Último Deseo- Capítulo 1



Missouri, 2 de abril.

Lee Donghae estaba vestido para matar, y si uno de los guerreros Suju más fornido y tatuado trataba de tocarlo, iba a hacer precisamente eso.

El pantalón negro y camisa negra de seda era demasiado elegante para la ocasión, pero le hacía sentirse bien, casi normal. La idea provocó que una risa histérica le burbujeara por dentro. Normal era un concepto tan lejano que ni siquiera podía recordar como era sentirse así.

Dos años. Eso es todo lo que los demonios le habían robado. Nunca podría regresar, pero era libre y decidido a vivir de esa manera.

Se pasó las manos sobre la chaqueta del traje, haciendo caso omiso de la forma en que le temblaban. Lo poco que tenia ya lo tenía embalado. Había recuperado el acceso a las cuentas bancarias. Había perdido la casa –embargada y vendida en subasta- pero encontraría otra. Tenía bastante dinero para vivir mientras encontraba otro trabajo, y a pesar de que el mercado de trabajo estaba difícil, el curriculum que tenía era impresionante. Una buena posición estaba a la vuelta de la esquina. Podía sentirlo.

Todo lo que tenía que hacer era informar a Shindong, el líder de este complejo, de que se iba. Hoy. Ahora mismo.

Donghae se dirigió a la puerta de su habitación. Estaba a salvo aquí. No había demonios vagando por las salas, no había monstruos que acechan en la esquina. Pero había hombres fuera de aquí. Sufriendo, desesperados. Muriendo.

Le habían dicho que podía salvar a uno. Todo lo que tenía que hacer era renunciar a su vida y sumergirse en este mundo de monstruos y magia.

Lo decían como si no fuera nada del otro mundo, como si pudiese ganar tanto con ese extraño vínculo como el hombre que él eligiera. No era cierto. Él era libre ahora. Era infernalmente imposible que renunciara a la libertad después de haberla perdido durante dos años. No se ataría a ningún hombre. Ahora no, no mientras seguía roto y apenas se mantenía entero.

No pienses en eso ahora. Si lo haces, no saldrás de tu suite hoy. Una vez más.

Donghae inspiró largo, profundo y se concentró en su tarea. Simple. Rápido. Estaría en camino dentro de una hora.

Ese pensamiento lo tranquilizó, y le dio espacio para respirar. Podía hacer esto. Tenía que hacerlo. Nadie más podía hacerlo por él.

Cogió lo que le quedaba de confianza en sí mismo y la envolvió a su alrededor como un manto, aferrándola. Hubo un momento en que podía haberse enfrentado a un gentío y hablado con ellos sin romper a sudar, pero esos días estaban muy lejos. Ahora, simplemente, el tener que salir de su habitación le hacía temblar por los nervios.

Era una persona diferente ahora, y no el ejecutivo que ocupaba un alto puesto en una empresa que una vez había sido. Era un refugiado.

No, un superviviente. Eso sonaba mejor. Más fuerte.

Salió de la suite, sintiéndose algo menos miserable. Casi había llegado al despacho de Shindong cuando al doblar una esquina se encontró cara a cara con uno de los guerreros que se llamaban a sí mismos Suju.

El corazón de Donghae se contrajo con fuerza, inundándole el cuerpo con adrenalina. El instinto de supervivencia agudizado en las cuevas donde había estado cautivo le coceó. Se quedó paralizado, esperando que Suju pasara y le dejara en paz como Shindong había ordenado a todos sus hombres que hicieran. Pero este hombre no lo pasó. Avanzó despacio, parándose sólo a unos centímetros delante de él.

—Tú eres el único —dijo, con una voz entrecortada, como si hubiera estado gritando durante varios días.

—Llego tarde a una reunión —mintió.

Su largo brazo se acercó a Donghae, y se echó hacia atrás.

—Permite que te toque. Vamos a ver si es verdad.

El pánico le estalló en el pecho, pero estaba acostumbrado a ello. Había aprendido a la fuerza a ocultar el miedo y el terror, y ahora la habilidad le facilitó el poder hablar.

—Déjame en paz —advirtió, tratando de hacer que el tono fuera lo más severo posible. Fue un completo farol. No había nada que pudiera hacer para defenderse de él. Estaba débil por el prolongado cautiverio, e incluso si no lo hubiera estado, su abrumadora fuerza era tan evidente, que incluso era ridículo que considerara luchar contra él.

Una furiosa desesperación inundaba su mirada mientras la miraba.

—Me importa unos cojones lo que deseas. Grace se está muriendo. Si te reclamo, podría ser capaz de salvarla.

“Te reclamo”.

Las palabras le dejaron helado, y lo enviaron a toda velocidad de nuevo a las cuevas donde había estado cautivo. Los monstruos que lo secuestraron lo habían tratado como a una cosa –un comedero en el cual se alimentaban, sin más preocupación por él de la que tendrían por la bolsa de papel que se descartaba de una hamburguesa de comida rápida.

No podía pasar por eso de otra vez. No podía permitir que lo usaran o sería consumido por completo, sin dejar nada que pudiera salvarse.

¿Pero que pasaba con Grace?

Donghae había oído rumores sobre Grace. Era una humana que se había sacrificado para salvar a un guerrero Suju que se había quedado paralítico. Ella había tomado sus heridas, liberándole, mientras quedaba atrapada y moría, su cuerpo humano era demasiado débil para luchar contra el veneno que le provocó la parálisis. Nadie había sido capaz de salvarla. Ni siquiera el vampiro –parecido a un sanador que esta gente llamaba Zea.

—Aléjate —advirtió, haciendo todo lo posible para que la voz fuera firme e inflexible. A veces ese tono había funcionado para mantener a los monstruos más pequeños a distancia. Durante un tiempo.

Retrocedió, sosteniendo las manos por delante para empujarle si se acercaba demasiado.

Sus ojos cerrados, como si él estuviera librando una lucha interna. Cuando habló, su voz era suave, suplicante:

—Soy Ho. No voy a hacerte daño. Pero te necesito. Grece lo hace. Puedes ser su única esperanza.

Donghae se tapó las orejas antes de que pudiera escuchar más. No quería ser la única esperanza de nadie. Lo único que quería era recuperar su vida.

—No puedo. Lo siento.

El hombre se precipitó hacia delante y le agarró los brazos. Se movió tan deprisa que ni siquiera se percató de lo que sucedía hasta que fue demasiado tarde. Vibraciones violentas, fuertes le aporreaban la piel allí donde él lo tocaba. Le sacudió los huesos y le provocó que le pinchara por dentro.

Él se quedó mirando el anillo que todos los hombres como él llevaba en la mano izquierda. Un remolino distorsionado de colores erupcionó debajo de la superficie de la lisa banda iridiscente. Donghae vio como su collar a juego hizo lo mismo.

Llamaban Luceria al conjunto de joyería. Dos piezas vinculadas de manera irrevocable por una magia que no tenía ningún interés por comprender. Se utilizaban para unir a las parejas de la manera en que sus hermanos se habían unido a sus maridos -para canalizar la magia de éste. Mientras se enlazaban les permitía a las parejas hacer cosas increíbles, Donghae no quería saber nada de eso. Éste no era su mundo.

Él le cogió las manos entre las suyas y se las llevó hacia su cuello, doblándole los dedos alrededor de su collar.

—Suéltalo. Necesito que lo cojas.

Sentía caliente la resbaladiza banda. Una cascada de amarillos y dorados salió disparada de la punta de los dedos, flotando a lo largo de la cinta lisa.

—No. Déjame en paz.

Sus labios se encresparon con un gruñido.

—No lo haré. No puedo.

Le apretó las manos hasta que empezó a sentir en los dedos un hormigueo por falta de sangre.

—Por favor —le suplicó—. Suéltame.

Una desesperación frenética en su mirada creció hasta que sus ojos estaban febrilmente brillantes. Lo apoyo contra la pared, empujándolo con tanta fuerza que le extrajo el aire.

—¡Hazlo!

Donghae no podía soportar mirarlo y ver su necesidad. Sabía que él padecía dolor y le gustaría ser el tipo de persona que pudiera ayudar, pero había pagado las deudas. Habían usado su sangre como alimento durante dos años. Había mantenido a otros vivos. No podía permitir que este hombre o cualquier otro lo usara ahora, no cuando era finalmente libre.

Su cuerpo contra el suyo. Podía sentir los duros ángulos de los huesos, los músculos y sentirlo vibrar con ira. No le gustó.

El miedo se alzó por dentro, pero estaba tan acostumbrado a él, que apenas se dio cuenta. Tenía los dedos entumecidos y fríos. Trató de empujarle lejos con el cuerpo, pero era como tratar de empujar un tren de carga cuesta arriba. Él no se movió ni un centímetro, y los esfuerzos sólo parecían hacerle enojar más.

—Deja de pelear conmigo. Te dije que no voy a hacerte daño.

—Entonces déjame ir.

Le soltó las manos, envolvió sus brazos a su alrededor y lo levantó del suelo.

—Vamos a ir a ver a Grace. Entonces harás la elección correcta.

No. Donghae no quería eso. No quería ser testigo de más sufrimiento. Estaba harto de ver el dolor y la tortura de los demás.

Dio una patada, consiguiendo un sólido golpe contra su espinilla. Ni siquiera gruñó. En cambio, se lo lanzó por encima del hombro. Sus huesos se le clavaron en el estómago. Luchó para no vomitar sobre su espalda mientras le golpeaba con los puños.

—¡Suéltame!

Una voz baja y tranquila surgió por detrás de ellos:

—Te sugiero que hagas lo que el joven ha pedido, Ho.

Hyukjae. Habría reconocido su voz en cualquier parte. Calmada. Estable. Se deslizó por él, lo que permitió que una sensación de alivio penetrara en las grietas del pánico.

Ho se dio la vuelta y colocó los pies de Donghae en el suelo. La cabeza le daba vueltas, y se acercó a la pared para no caerse. Una mano caliente y fuerte le rodeó el brazo, y por la vibración del toque pudo percatarse que no era Ho. Era más estable, más fuerte, más como el latido de un corazón que el frenético aleteo de las alas de los insectos.

Levantó la vista. Hyukjae lo miró, su rostro estoico. Donghae estaba paralizado, demasiado aturdido para hablar o moverse, simplemente mirando y absorbiendo ese calor como si hubiera estado hambriento de él.

Le deslizó su negra mirada por el cuerpo para luego volver a subirlo, como si buscara signos de lesión. Cuando no vio ninguna, lo miró directamente a los ojos. El contacto era demasiado directo. Muy íntimo.

Como el cobarde que era, bajó la mirada hasta que se topó con su boca. Su labio superior eran delgado, casi bonito.

Ese pensamiento lo sobresaltó tanto que bajó la mirada a su mandíbula, que era ancha y robusta, y luego a su cuello donde no esperaba encontrar nada interesante en absoluto. La Luceria alrededor de su cuello brillaba, ya que vibraba en respuesta a su cercanía.

El mirarla fijamente le recordó que Hyukjae no era un hombre. Por lo menos no humano. Ninguno de estos hombres lo era. Por otra parte, él no era humano, tampoco. O al menos eso le dijeron.

—¿Estás herido? —preguntó.

El orgullo le obligó a mirarlo a los ojos una vez más. No iba a permitir que nadie lo acobardara, nunca más.

No había ni un solo indicio de desesperación en su rostro, y cuando se encontró con su mirada, estaba felizmente vacía de la misma enloquecida esperanza que había visto en tantos otros.

—Estoy bien —acertó a graznar.

Hyukjae asintió y dio un paso adelante, poniendo su ancho cuerpo frente a él, de modo que lo mantuvo fuera del alcance de Ho. Hizo una pausa durante un segundo, su cuerpo se contrajo fuertemente como si le doliera. Luego continuó como si nada hubiera pasado:

—No puedes hacer esto, Ho.

La pérdida de su toque le dejó una sensación de frío y debilidad. Era ridículo, por supuesto, sólo un truco de la mente o algún tipo de ilusión que le infligió La Luceria.

Por lo menos Hyukjae no le había tocado la piel desnuda. Había aprendido que el tejido amortiguaba los efectos del contacto con estos hombres, y nunca estuvo más agradecido por las mangas largas de lo que estaba en estos momentos. Al menos eso es lo que se dijo, mientras se cubría con una mano el punto que había soltado, tratando de mantener el calor que había dejado atrás.

La voz de Ho salió dolorida, casi un sollozo:

—Tengo que reclamarlo. Él puede salvar a Grace.

—No sabes eso —dijo Hyukjae—. Tampoco sabes si no puede —el tono de Hyukjae era de dialogo, sin acusación—. Así no es como hacemos las cosas. ¿Qué diría Grace si te viera acarrearlo de esa manera? ¿Dónde está tu honor?

Los ojos de color ámbar de Ho se llenaron de lágrimas.

—Grace se merece la oportunidad de vivir.

—Ella hizo su elección. Te salvó la vida. No degrades su sacrificio siendo un idiota.

—No puedo verla morir.

—Entonces no lo hagas —dijo Hyukjae, mirando directamente a los ojos del hombre más alto—. Márchate. Vuelve cuando se acabe.

Ho puso cara de desprecio y lanzó con los dientes apretados:

—¿Abandonarla para que muera?

—Está en coma. No sabe que estás ahí.

La mandíbula de Ho se tensó.

—¿Qué pasa si te equivocas?

—Entonces eso es una razón más para que te marches. ¿Si de alguna manera ella puede sentir tu sufrimiento, realmente quieres someterla a eso?

Ho se agarró la cabeza entre las manos y se inclinó. Un gemido, como el de un animal herido se alzó de su pecho.

—No puedo hacer esto, Hyukjae. Es mucho pedir. Tengo que salvarla.

Donghae trató de no escuchar. Ya había visto demasiado sufrimiento. No quería ser testigo del de Grace, también. Era egoísta desear la dicha de la ignorancia, pero no podía salvar a todos.

Y eso, en pocas palabras, era por lo que tenía que irse.

—Has hecho todo lo posible —comentó Hyukjae—. Déjalo marchar.

—Obviamente nunca has perdido a la persona que amas —gruñó Ho.

—Sí. Lo hice. Yo sé lo que es… el dolor, la culpa. Lo superarás con el tiempo —su tono estaba desprovisto de emoción, como si estuviera exponiendo los hechos de la vida de otro.

Donghae casi se preguntó si estaba mintiendo, pero algo en las entrañas le dijo que no lo hacía. Hyukjae no parecía el tipo de hombre capaz de amar. Parecía demasiado frío para eso, demasiado impasible.

—No se puede superar algo como esto —casi gritó Ho.

—Ahora no puedes ver el camino delante, pero lo encontrarás. Date tiempo.

—Eres un frío cabrón de mierda, ¿lo sabías, Hyukjae?

—Lo sé. Y en el momento en que superes lo de Grace, también lo serás tú. Por eso, lo siento de verdad.

Donghae se quedó allí, sin saber qué hacer. Esta conversación no tenía nada que ver con él, y sin embargo no se atrevía a escabullirse como un cobarde sin dar las gracias a Hyukjae por detener a Ho.

Respaldado, fuera del alcance de su mano. Ho se marchó, haciéndole estremecer al pasar.

—Creo que él te dejará en paz ahora —dijo Hyukjae. No se movió para tocarlo otra vez, como tantos hombres hacían. Se quedó quieto, simplemente respirando, mirándole con ojos serenos y negros.

No era tan alto como Ho, pero si más que él. Sus hombros parecían llenar el pasillo. Incluso vestido con ropa informal, el poder manaba de él en ondas palpables. Sus brazos y piernas estaban cubiertos de músculo, el pecho estratificado con ellos. El vaquero desteñido se aferraba a sus caderas, el cinturón ligeramente inclinado por el peso de su espada, que no podía ver, pero sabía que estaba allí.

Aún podía recordar el hormigueo que sus dedos le habían provocado la noche que lo había sacado de la jaula. Cada Suju de aquí que lograba tocarlo le producía el mismo efecto desconcertante, pero con Hyukjae, había sido diferente. No estaba seguro de lo que él tenía para calmarle el caótico nerviosismo, pero lo hacía, e independientemente de lo que fuera, se encontró esperando que no se alejara rápidamente como había hecho tantas veces antes durante sus pocos y breves encuentros.

Miró al suelo, sin saber qué decir.

—Gracias. Por detenerlo. Obviamente no es él mismo en estos momentos.

—Es muy amable por tu parte excusarle, pero eso no le va a ayudar a largo plazo. Él tiene que enfrentarse a los hechos. Como tú.

Enderezó la columna vertebral por la indignación. El fue la víctima aquí. ¿Quién infiernos era él para tratarlo como si hubiera cometido algún error de juicio?

—¿Cómo dices?

—Ya me has oído. Vagas por aquí, actuando como si no fueras un catalizador para la violencia.

—¿Crees que pedí esto? ¿Qué lo provoqué? Ho fue el que se sobrepasó. Acababa de salir de mi suite.

—Eso es todo lo que se necesita. Estás torturando a estos hombres, haciéndoles pensar que tal vez tengan una oportunidad contigo. Si tuvieras algún sentido, escogerías a uno de ellos y se acabaría de una vez.

Uno de ellos. No uno de nosotros. Se percató de la sutil distinción y le pareció intrigante. ¿Por qué no se incluía con el resto de los hombres? Seguía llevando las dos partes de la Luceria, lo que significaba que estaba disponible.

Tal vez tenía algo que ver la persona que había amado y perdido, aquella cuya muerte le había convertido en un frío cabrón autoreconocido.

Se obligó a mirarlo a los ojos mientras le mentía, inclinando la cabeza hacia atrás para hacerlo posible.

—Escogeré a alguien cuando y si estoy listo.

—¿Sí? Bueno, esperemos que nadie muera mientras te tomas tu tiempo.

—No llegará a eso.

—¿Y qué vas a hacer para detenerlo? Estás tratando con grandes y armados guerreros, no con los trajeados hombres pusilánimes a los que estás acostumbrado.

¿Cómo lo sabía? No le había contado a nadie nada de su vida anterior. No confiaba en nadie lo suficiente como para arriesgarse a proporcionar más información de la necesaria.

—¿Me has investigado?

—Te he buscado en Google. Pensé que alguien debía saber quién eras en realidad, en lugar de la fantasía que les gustaría que fueras.

—¿Y?

—¿Y qué?

—¿Has encontrado un montón de esqueletos escondidos en mi armario?

Cruzó los brazos sobre el pecho, lo que estiró su camisa para contener sus músculos. Las puntas de varias ramas desnudas de su tatuaje del árbol asomaron por debajo de la manga.

—Eres inteligente. Culto. Una barracuda, cuando se trata de negocios. La gente te respeta. Te teme.

—Lo dices como si fuera una buena cosa.

—En nuestro mundo, lo es. Por supuesto, no veo ningún signo del hmbre. Todo lo que veo es a una chico atemorizado que prefiere ocultarse antes que hacer lo correcto.

—He pasado por mucho en estos últimos dos años —rechinó con los dientes apretados.

—¿Quién no? La vida es dura. Asume tu jodida ración. —Con eso, se giró sobre sus talones y se alejó caminando.

Donghae lo vio alejarse, temblando de ira. Y sólo había una razón por la que estaría tan enfurecido como estaba por sus palabras: Estaba en lo cierto. No era más que una cáscara de sí mismo, y que no le gustaba en lo que se había convertido. No le gustaba tener miedo todo el tiempo y no sólo de los monstruos, sino de la gente que vivía aquí. Y de su futuro.

Se recompuso para recorrer los últimos metros a la oficina de Shindong. Era el momento de recuperar su vida.

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...