Después de dejar al invitado de su
hermano, Zhoumi siguió recorriendo la casa, un camarero pasó entre la multitud,
con una bandeja con copas equilibrada.
-eh –llamó a su espalda
Era una manera poco elegante de atraer la atención del hombre; sabía que su madre habría enarcado las cejas y lo habría reprendido, pero funcionó. El camarero giró hacia él y Zhoumi tomó la copa de la bandeja. Era corta y gorda, llena hasta la mitad con un líquido ambarino y trozos de frutas.
-arghh –dijo, pero de todos modos bebió otro trago. Donghae llegó flotando en brazos de su marido.
-cuidado –entonó con suavidad-, o se te subirá a la cabeza.
-eh –llamó a su espalda
Era una manera poco elegante de atraer la atención del hombre; sabía que su madre habría enarcado las cejas y lo habría reprendido, pero funcionó. El camarero giró hacia él y Zhoumi tomó la copa de la bandeja. Era corta y gorda, llena hasta la mitad con un líquido ambarino y trozos de frutas.
-arghh –dijo, pero de todos modos bebió otro trago. Donghae llegó flotando en brazos de su marido.
-cuidado –entonó con suavidad-, o se te subirá a la cabeza.
-gracias por el concejo franternal –dijo mientras su hermano se alejaba.
Pero tenía razón. Si no andaba con cuidado, se l subiría a la cabeza. El único de los tres hermanos Wang que aguantaba el alcohol era el menor y no estaba presente.
Dondequiera que estuviera lo mas probable es que estuviera divirtiéndose.
Bueno, iría con cuidado. No quería emborracharse. Después de todo, era un acontecimiento social. Para él no, pero si para todos los demás. En particular para Sungmin y su marido, Cho Kyuhyun. No quería estropearles la fiesta. La fiesta de su hermano. Bueno, no exactamente su hermano. Min era su hermanastro… ¿No?
Se bebió el resto del líquido ámbar y dejó la copa sobre una mesa. Hipó, sonrió y se dirigió a la biblioteca sobre sus pies que parecían envueltos en hule.
-será mejor que tengas cuidado –susurró.
Quizás ya era hora de reducir las copas…aunque todavía no. Al infierno con todo. Tenía sed y era adulto. Podía beber lo que quisiera.
Hipó con sonoridad. Rió entre dientes, se llevó una mano a la boca y dijo “lo siento”, a nadie en concreto.
Alguien rió. Seguro que no de él. La gente en la fiesta reía, eso era todo. La mayoría iba para pasárselo bien. No todo el mundo iba a tratar de olvidar los tontos que les habían hecho parecer, y sentir.
Lo que recitaba en ese momento era un poco de airee fresco. Una brisa fría sobre sus mejillas encendidas. Se encaminó hacia las puertas que conducían al exterior, las abrió y respiró aire profundo.
En cuanto al sexo… ¿como podía mejorar el matrimonio al que para empezar no había sido tan magnifico? El sexo era sexo, eso era todo, no lo que según la gente encendía el cielo.
No obstante, pasado unos meses había llegado a pensar que casarse no estaría tan mal.
Tendría compañía al final del largo día pasado en su despacho de Wall Street. Alguien con quien compartir el periódico del domingo.
Resultó que no había sido él el único en cambiar de parecer. También lo había hecho Calvin, encarnizado enemigo del matrimonio. Era gracioso. Había decidido que quería casarse, pero no con él.
Tragó saliva.
Debía dejar de pensar en eso. En Calvin. En todo lo que a él le faltaba, que Calvin había encontrado en Kihoon.
Lo que necesitaba era comer algo. Hacia hora que no probaba bocado, salvo por el canapé. Y había un buffet maravilloso.
Se preguntó que habría en el menú de la boda de Calvin. Sin duda estómago de víbora, para satisfacer al novio.
Sintió un hormigueo en la nuca. El taiwanés lo había seguido. No le hacia falta mirar: ¿Quién otro podría ser? Ni siquiera pensaba en darle la satisfacción de volverse. Que el señor Maravilloso probara sus encantos con algún otro interesado en esos jugos.
Calvin había estado por encima de los juegos. Al menos eso era lo que Zhoumi había pensado y lo que en un principió le gusto de él.
Se habían conocido en una gala benéfica. Al menos media docena de hombres se le habían acercado aquella noche, empleando las frases más viejas del mundo. Calvin se había presentado con la mano extendida y una tarjeta profesional y le había dicho que había oído hablar de él a uno de sus clientes.
-te describió como uno de los mejores consejeros de inversiones de Nueva York.
-no uno – había sonreído Zhoumi- “soy” el mejor.
Ese había sido el principio de su relación. Se vieron a menudo, pero cada uno tenía su vida. Así era como ambos lo habían querido. Existencias separadas, sin dependencia. Sin intercambio de llaves ni cepillo de dientes en el apartamento del otro.
Se preguntó si habría dejado uno en el cuarto de baño de Kihoon.
-diablos – musitó, plantando las manos en la barandilla de teca.
Volvía a tener sed. Sin duda debía haber un bar ahí afuera. ¿Shindong no había dicho algo de una barbacoa en la terraza? Si había una barbacoa, tenia que haber un bar.
-una copa de Sauvignon blanco por favor – le dijo al camarero cuando lo encontró.
De hecho, la lengua se le trabó como le había sucedido a sus pies. Estuvo a punto de reír entre dientes, pero el camarero le miró de forma peculiar, así que lo observó serio, con las cejas enarcadas y ojos firmes.
-¿y bien? – dijo, y esperó.
Al fin le sirvió el vino y le entregó la copa, pero por algún motivo, la mano de Zhoumi temblaba. El líquido dorado se vertió por un lado. Zhoumi frunció el ceño, se lamió la mano, se bebió lo que quedaba y alargó la copa.
-otro – pidió.
-lo siento señor – el camarero movió la cabeza
-si se ha quedado sin blanco, tinto entonces – sonrió para dejar claro que le daba igual. El no le devolvió la sonrisa.
- lo siento de verdad señor, pero creo que ya ha bebido suficiente.
Zhoumi entrecerró los ojos. Adelanto el torso, y ese simple movimiento lo mareó. Estaba en Texas y hacia calor.
-que quiere decir con eso de que ya he bebido suficiente? Esto es una barra, ¿verdad? Usted es camarero. Está aquí para servirle copa a la gente, no para hacer de “policía del alcohol”.
-Será un placer servirle un café.
Habló en voz baja, pero todo el mundo a su alrededor había guardado silencio y las palabras parecieron reverberar en el aire nocturno. Zhoumi se acaloró.
-¿estas diciendo que cree que estoy borracho?
-no señor, pero…
-entonces sírvame una copa.
-señor – el camarero se inclinó hacia él- ¿Qué le parece ese café?
-¿sabe quien soy? – Zhoumi se oyó decir. Hizo una mueca mental, pero su boca parecía haber cobrado vida propia- ¿sabe?
-lo sabe. Y si no cierra esa bonita boca, todo el mundo terminará por saberlo.
La voz surgió justo por detrás de su hombro. Era masculina, ronca y con un leve acento. “El taiwanés”, pensó Zhoumi, volviéndose.
A pesar del acento, no era él. se trataba de alguien a quien no había visto con anterioridad. Achispado o no, y sabía que lo estaba un poco, no lo habría olvidado.
Era alto, delgado, diferente al hombre con quien Donghae lo quería emparejar. Tenía el cabello un tono rojizo, ojos café y una boca que parecía poder ser tan sensual como cruel.
Zhoumi contuvo el aliento. Sobrio, jamás habría reconocido la verdad, ni siquiera ante sí mismo. Achispado quizás.
Y lo que él hacia o decía no era asunto suyo.
-¿perdone? – dijo, irguiéndose. Un gran error. Ya que al respirar hondo fue como si la
cabeza no perteneciera al resto del cuerpo.
-he dicho…
-he oído lo que ha dicho –clavó un dedo en el pecho duro que había bajo el suave algodón- deje que le diga una cosa. No necesito un concejo. Y no necesito que me censure.
El hombre le lanzó el tipo de mirada que lo habría amilanado sino hubiera estado mucho mas allá de la fase de amilanamiento.
-está borracho, señor.
-no soy señor. No estoy casado.
-en mi país tratamos por igual, esté o no casado, señor – cerró la mano en el codo de Zhoumi. Éste lo miró con ojos centelleantes y trató de soltarse, pero él lo apretó aun mas- Y no nos gusta verlos ebrios y haciendo espectáculos.
Zhoumi supo que hablaba en voz baja de forma deliberada, para que ninguno de los espectadores curiosos que observaban la pequeña escena pudiera oír lo que decía, y se dijo que debía imitarlo y alejarse del bar, pero esa noche no pensaba aceptar ordenes de nadie, y menos de un hombre.
-no me interesa su país, ni lo que hacen o les gusta que hagan. Suélteme.
-señor, escucheme…
-suélteme – repitió, y lo cual él no lo hizo, entrecerró los ojos, alzó el pie y lo pisó con fuerzas.
El desconocido no movió ni una pestaña. A cambio, tomo a Zhoumi colocándolo en su hombro y entre una risa general y algunos aplausos, atravesó la terraza y bajó los escalones, alejándose de la casa iluminada en dirección a la oscuridad del jardín.
-¡ca…canalla! – gritó Zhoumi mientras le golpeaba la espalda- ¿Quién demonios cree que es?
-Henry Lau –repuso con frialdad- Y usted, señor Wang, es la viva imagen de un malcriado…
“ ¿Henry?”, los ojos de Zhoumi se abrieron. Miró ciegamente la luz. “Henry, ¿Dónde estas?”
“lo perdemos”, dijo una voz con tono urgente, y entonces reinó solo el silencio.
Hualien County, Taiwan 4 de Mayo
Henry Lau se irguió de golpe en la cama; el corazón le martilleaba y tenía el cuerpo desnudo cubierto de sudor. Había estado soñando, pero ya no recordaba con qué.
La respuesta no tardó en llegar.
Había estado soñando otra vez con el hombre y la única vez que había estado con él.
Apartó la sabana y se sentó.
Se preguntó por qué. Él y la noche no eran más que un recuerdo de casi nueve meses de antigüedad. No obstante, el sueño había sido muy real, y no el mismo, como siempre. En ese, aquel hombre había resultado herido. En un accidente, tal ves. Y lo llamaba.
No es que importara. El hombre no significaba nada para él. Además, no creía en los sueños. Lo que importaba era lo que un hombre podía ver y tocar. Los sueños eran una necedad, y solo conducían al dolor.
Se puso de pie, se estiró y fue a la ventana. Era bueno que se hubiera levantado temprano. Esa mañana tenía que volar a Taipei para una reunión de negocios, y luego había quedado a comer con Mark. Le había dicho a su piloto que tuviera el avión listo a las ocho.
Después de ducharse, afeitarse y vestirse, el sueño estaba olvidado. Bajó, saludó a su ama de llaves, aceptó la taza de té y se dirigió a su despacho.
Veinte minutos más tarde, apagó el ordenador. No era capaz de concentrarse. Pensaba otra vez en el sueño. Y en el hombre. ¿Es que nunca podría quitárselo de la cabeza?
Descolgó el teléfono.
Bien podía adelantar la partida… pero en cuanto tuvo al piloto en la línea, canceló el vuelo. Después telefoneó a Taipei, dejó mensajes de pesar en el contestador automático del hombre con el que pretendía reunirse y luego en el de Mark. Nunca se levantaba hasta bien entrada la mañana; aun lo recordaba. No había motivo para creer que Mark había cambiado, incluso en los cinco años desde que Henry había puesto fin a su compromiso.
Sabía que su comportamiento era atípico. No había construido su imperio de caballos, ganado y bancos haciendo las cosas precipitadas, pero, ¿Qué lógica había en tratar de concentrarse en los negocios cuando sus pensamientos no estaban en Taiwán, sino enmarañado en un sueño que no tenia sentido?
Aunque Zhoumi estuviera metido en problemas, Henry sabía que él era el último hombre en la tierra a quien querría ver.
Se cambió de ropas; se puso una camiseta negra, unos vaqueros y las viejas botas de montar. En los establos sacó su caballo ensillándolo él mismo. Lo montó y emprendió el galope.
Hacia meses que había desterrado de sus pensamientos al hombre Wang. Éste le había dejado claro que lo que había sucedido no significaba nada. Solo lo había querido únicamente una hora…una hora, en la que había ocupado el lugar de otro hombre.
No es que él hubiera querido más. Solo había ido a buscarlo porque así lo exigía la cortesía. Había sido un invitado a una fiesta a la que no había tenido deseo real de asistir, y uno de lo hijos de su anfitriona, el esposo de un amigo, el mismo que lo había presentado a Kim Shindong y le había dado acceso a los establos Kim, había dicho que esperaba que conociera a su hermano.
El resto de los Kim había insinuado lo mismo.
-va a haber muchas personas atractivas en la fiesta – había dicho Shindong con una sonrisa- a mi me parece un buen fin de semana, Lau. Pasa el día inspeccionando ese semental que te interesa y la noche comprobando a algunas de las mejores yeguas de Texas.
Kim Nari había sonreído cuando Shindong le entregó un trago.
-mi marido tiene razón. Habrá algunos jóvenes encantadores en la fiesta. Estoy segura de que todas querrán conocerte.
-que agradable – había mentido por educación. No sabia porqué las mujeres de determinada edad parecían considerar a todos los varones solteros como un desafío.- pero no había planeado quedarme en la fiesta…
-¡oh por favor quédate! –Lee Donghae tomó le brazo de su marido-. De verdad, Henry, será divertido. Mi hermano, Zhoumi, vendrá desde Nueva York. ¿Te lo había mencionado?
En su cabeza sonaron unas campanas de advertencia. Conocía esa sonrisa y ese tono casual de voz.
-no – había respondido aún con más cortesía-, no lo mencionaste
-ah, pues vendrá. Y estoy convencido de que os llevareis de maravilla.
-no me cabe ninguna duda- había coincidido él.
Esa había sido la mentira numero dos. Pero ya conocía ese camino. Las madres, las tías, las esposas o esposos de sus conocidos de negocios…había momentos en los que podía creer que todos a su alrededor tenían a alguien que creían que le iba a encantar.
Después de todo, poseía dinero y propiedades, y tenia una edad adecuada para el matrimonio, y según lo que le decían en la cama, suponía que tenia lo que se conocía como atractivo. Lo único que no tenia era un esposo y no sabia para que podía querer uno.
No obstante, no quería insultar a sus anfitriones, a su amigo y su esposo. De modo que se había quedado en la fiesta y había salido a buscar a ese hombre. Un saludo educado, seguido de una disculpa educada por tener que retirarse temprano, había parecido algo bastante sencillo.
Excepto que no había funcionado de esa manera.
Tiró las riendas de su caballo y clavó la vista en la distancia. En vez de encontrar al hombre, había encontrado a un gato montés, furioso y salvaje.
Y se lo había llevado a la cama.
Había estado con muchas personas en la vida. Algunos dirían que mas de las que le correspondía, pero jamás con una como Zhoumi.
El modo en que había entrado a sus brazos…como si él fuera el único hombre al que una vez había deseado. La vehemencia de los besos. El modo en que el cuerpo le había vibrado bajo sus manos y su boca. Dios, lo había encendido.
El clímax alcanzado por Zhoumi lo había hecho sentir omnipotente como un Dios; el suyo, segundos mas tarde, lo había sacudido hasta las profundidades de su alma. Pero cuando había intentado acercarlo, Zhoumi se había liberado de su abrazo y le había pedido que se marchara, de un modo que había dejado claro que había servido a su propósito y ya no era necesario.
Zhoumi había entrado en el cuarto de baño. Él había oído el clic del cerrojo y durante un momento loco se le había pasado por la cabeza tirar la puerta abajo, llevárselo otra vez a la cama y demostrarle que no podía utilizar a un hombre para luego descartarlo como si fuera basura…
Apretó los labios.
En niño que había sido una vez habría hecho eso. El hombre en el que se había convertido no lo haría. Se había vestido en la oscuridad para irse a su habitación en la casa silenciosa y dormida…
El caballo bufó y movió las patas. Henry le palmeó el cuello arqueado. Wang Zhoumi no solo era un recuerdo lejano, sino que era un recuerdo desagradable.
“Entonces, ¿porque no puedo quitármelo de la cabeza?”
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