Zhou Mi no podía respirar mientras sostenía a su hijo por
primera vez. Sus diminutos puños estaban apretados mientras sus gritos dejaban
saber a todos que estaba aquí. Su rostro estaba arrugado como el de un anciano,
pero aún así era hermoso para Zhou Mi.
—Mira su cabello –dijo, peinando la densa masa de cabello
negro—. Se parece a su padre.
Henry sonrió mientras el bebé envolvía su pequeña mano
alrededor del índice de su padre.
—Tiene tus pulmones.
—¡Oh, por favor! –dijo indignado.
—Confía en mí —le dijo Henry, encontrándose con su
mirada—. Cada Apolita ahora sabe que mis padres no estaban casados cuando nací,
y que si sobrevives a esta noche, planeas convertirme en eunuco.
Él se rió y lo besó mientras sostenía a su hijo.
—A propósito, si hablabas en serio acerca de eso, Zhou Mi
–dijo la doctora, con los ojos bajos—. Tengo un bisturí que puedo prestarte.
Zhou Mi rió otra vez.
—No me tientes.