Ocho meses más tarde
Atontado, Hwang Kwanghee miró fijamente la carta en su mano y parpadeó.
Parpadeó otra vez.
No podía realmente estar diciendo lo que pensaba que decía. ¿Podía?
¿Era una broma?
Pero mientras la leía nuevamente por cuarta vez, supo que no lo era. El
podrido cobarde hijo de puta en realidad había roto con él a través de su
propia cuenta de FedEx.
Lo lamento, Kwanghee,
Pero necesito a alguien más acorde
con mi imagen, mi reputación. Voy a muchos sitios y necesito a mi lado la clase
de pareja que me ayude, no que me entorpezca. Te enviaré tus cosas a tu
edificio. Te envío algo de dinero para un cuarto de hotel para esta noche en
caso de que no tengas ningún cuarto libre.
Saludos,
Jongmin
—Tú lo lamentas, servil, chupador de babas de perro —gruñó mientras lo
leía otra vez y el dolor lo sumergía tan profundo que todo lo que pudo hacer
fue no echarse a llorar. Su novio de cinco años rompía con él por carta... la
que había cargado a la cuenta de su negocio.
—¡Condénate en el infierno, serpiente asquerosa! —gruñó.
Normalmente Kwanghee se cortaría su propia cabeza antes que maldecir,
pero esto... esto garantizaba lenguaje serio.
Y un hacha en la cabeza de su antiguo novio.
Luchó contra el impulso de gritar. Y sintió la necesidad de subir a su auto,
ir a la estación de televisión donde él trabajaba y cortarlo en pequeños
pedacitos sangrientos.
¡Maldito!
Una lágrima cayó por su mejilla. Kwanghee la borró y sorbió. No lloraría
por esto. Él sí que no lo merecía.
En serio, no lo merecía, y en el fondo no estaba sorprendido. Durante los
pasados seis meses, sabía que esto pasaría. Lo había sentido siempre que Jongmin
lo ponía en otra dieta o le contrataba otro programa de ejercicio.
Por no mencionar la importante cena hacía dos semanas donde le había
dicho que no quería que fuese con él.
—No hay ninguna necesidad de que te arregles para algo tan aburrido. En
serio. Es mejor que vaya solo.
Él supo, al minuto en que Jongmin había terminado de hablar, que no
estaría con él por mucho más tiempo.
De todos modos lastimaba. De todos modos estaba dolido. ¿Cómo podía
hacerle semejante cosa?
¡Como esto! Pensó con ira, mientras agitaba la carta de un lado a otro
como un loco en medio de su tienda.
Pero entonces lo supo. Jongmin realmente nunca había sido feliz con él.
La única razón por la que había salido con él era porque su primo era gerente
en una estación local de televisión. Jongmin había querido trabajar allí y,
como un idiota, le había ayudado a conseguirlo.
Ahora que él estaba seguramente instalado en su posición y las mediciones
estaban en lo alto, le salía con esto.
Bien. No lo necesitaba de todos modos. Estaba mejor sin él.
Pero todos los argumentos en el mundo no aliviaron el amargo y horrible
dolor en su pecho que le hacía querer enroscarse como un ovillo y el gritar
hasta que estuviera agotado.
—No lo haré —dijo, limpiándose otra lágrima—. No le daré la satisfacción
de llorar. Tirando la carta, asió su aspiradora con saña. Su pequeña boutique
necesitaba una limpieza.
Tu sólo aspira. Podía pasar la aspiradora hasta que la maldita alfombra
estuviese raída.
Kim Kevin se sentía como la mierda. Acababa de dejar la oficina de Lee
Donghae donde el buen, y él usó la palabra con total rencor, psicólogo le había
dicho que no había nada en el mundo que pudiera curar a su hermano hasta que su
hermano estuviera dispuesto a curarse.
No era lo que él necesitaba oír. La palabrería psicológica era para los
humanos, no era para lobos que tenían que sacar sus estúpidos traseros del
Dodge antes de que los perdieran.
Desde que Kevin había salido arrastrándose lentamente del pantano con su
hermano la noche del Mardi Gras, ellos habían estado viviendo en El Empire, un
bar que era propiedad del clan de los osos Katagaria quienes daban la
bienvenida a todo descarriado, no importaba de donde vinieran: humano, Daimon,
Apolita, Dark Hunter, Dream-Hunter, o Were-Hunter. Mientras que mantuvieras la
paz y no amenazaras a nadie, los osos te permitían quedarte. Y vivir.
Pero no importaba lo que los osos Ha le dijeran, él sabía la verdad.
Tanto él como Hyunsik vivían bajo amenaza de muerte y no había ningún lugar
seguro para ellos. Ellos tendrían que moverse antes que su padre se diera
cuenta que estaban todavía vivos.
Al minuto en que lo hiciera, un equipo de asesinos sería enviado tras
ellos. Kevin podría enfrentarlos, pero no si arrastraba a un lobo de sesenta
kilos en estado comatoso detrás de él.
Necesitaba a Hyunsik despierto y alerta. Sobre todo, necesitaba a su
hermano dispuesto de luchar otra vez.
Pero nada parecía alcanzar a Hyunsik, quien aún no se había movido de su
cama. Nada.
—Te extraño, Hyunsik —susurró él por lo bajo, mientras su garganta se
apretaba con la pena. Era tan difícil estar solo en el mundo. No tener a nadie
con quien hablar. Nadie en quien confiar.
Quería tanto a su hermano y a su hermana de regreso que con mucho gusto
vendería su alma por ello.
Pero ambos, ahora, se habían ido. No había nadie para él. Nadie.
Suspirando, se metió las manos en sus bolsillos y siguió caminando. Aún
no estaba seguro por qué se seguía preocupando de todos modos. Él bien podría
dejar que su padre lo tuviera. ¿Qué diferencia habría?
Pero Kevin había pasado toda su vida luchando. Era todo lo que conocía o
entendía. No podía hacer como Hyunsik y sólo acostarse y esperar la muerte.
Tenía que hacer algo para recobrar a su hermano.
Algo que pudiera hacer que ambos quisieran vivir otra vez.
Kevin hizo una pausa mientras se acercaba a un tienda de ropa. Este era un gran edificio de ladrillo rojo
adornado en negro y borgoña. El frente entero estaba hecho de cristal que
mostraba el interior de la tienda abarrotado de delicadas cosas de encaje y
mercancías delicadas.
Pero no fue eso lo que lo hizo detener. Fue él.
El joven que había pensado que nunca volvería a ver. Kwanghee.
Él lo había visto solo una vez y sólo brevemente cuando protegía a Lee Sungmin,
mientras vendía sus artesanías a los turistas. Sin hacer caso de él, Kwanghee
había acudido a Sungmin y los dos habían hablado durante unos minutos.
Entonces Kwanghee había desaparecido de su vida completamente. Incluso
aunque él hubiera querido seguirlo, Kevin lo sabía muy bien. Humanos y lobos no
se mezclaban.
Y definitivamente no los lobos que estaban jodidos como él.
Entonces se había sentado muy quieto mientras cada molécula de su cuerpo
había gritado que fuera detrás de él.
Kwanghee había sido el joven más hermoso que Kevin jamás hubiera visto.
Todavía lo era. Cada instinto animal en su cuerpo rugía a la vida mientras lo
miraba otra vez. El sentimiento era primario.
Exigente. Necesario. Y no escucharía razones.
Contra su voluntad, se encontró dirigiéndose hacia él. No fue hasta que
hubo abierto la puerta color borgoña que se dio cuenta que estaba llorando.
La cólera feroz se abrió paso a través de él. Ya era bastante malo que su
vida apestara, la última cosa que quería era ver a alguien como Kwanghee
llorar.
Kwanghee dejó de pasar la aspiradora y alzó la vista cuando oyó a alguien
entrando en su tienda. El aliento se le quedó atrapado en la garganta. Nunca en
su vida había visto un hombre más hermoso.
Nunca.
A primera vista su cabello era marrón oscuro, pero en realidad estaba
compuesto de todos los colores: ceniza, castaño, negro, marrón, caoba. Nunca
había visto un cabello así en alguien. Aún mejor, su camiseta blanca estaba
ajustada sobre un cuerpo que sólo se vería en los mejores anuncios de las
revistas. Este era un cuerpo que anunciaba sexo. Alto y delgado, aquel cuerpo
pedía que lo acariciaran.
Sus hermosos rasgos eran agudos, cincelados, y tenía el crecimiento de un
día de barba sobre su cara. Esta era la cara de un rebelde que no acataba las
costumbres corrientes... alguien que vivía su vida exclusivamente en sus
propios términos. Era obvio que nadie le decía a este hombre como hacer nada.
Él... era... magnífico.
Kwanghee no podía ver sus ojos por las oscuras gafas de sol que llevaba,
pero sintió su mirada fija. La sentía como un toque ardiente sin llama.
Este hombre era resistente. Feroz. Y esto envió una ola de pánico por su
cuerpo.
¿Por qué algo como eso estaría en una tienda que se especializaba en
accesorios para jóvenes y mujeres?
¿Seguramente no iría a robarle?
La aspiradora, que no había movido un milímetro desde que él había
entrado en su tienda, había comenzado a gemir y a echar humo en señal de
protesta. Soltando su aliento bruscamente, Kwanghee rápidamente la apagó y
abanicó el motor con su mano.
—¿Puedo ayudarle? —preguntó mientras luchaba por ponerla detrás del
mostrador. El calor bañó sus mejillas mientras el motor seguía humeando y
escupiendo. Esto agregó un olor no muy agradable a polvo quemado al de las
velas perfumadas que usaba.
Le sonrió débilmente al dios tremendamente sexy que estaba tan
despreocupadamente de pie en su tienda.
—Lamento todo esto.
Kevin cerró sus ojos mientras saboreaba el ritmo melódico del sur de su
voz. Éste llegó profundamente dentro de él, haciendo que su cuerpo entero
ardiese. Él estaba inflamado por la necesidad y el deseo.
Inflamado por el impulso salvaje de tomar lo que quería, y al diablo con
las consecuencias. Pero ella estaba asustada de él. Su mitad animal lo sentía.
Y esa era última la cosa que su mitad humana quería.
Acercándose, él se quitó las gafas de sol y le ofreció una pequeña
sonrisa.
—Hola.
Eso no ayudó. Al contrario, la visión de sus ojos le hizo poner más
nervioso. Maldición.
Kwanghee estaba atontado. No había creído que él pudiera lucir mejor que
lo que ya lo hacía, pero con esa diabólica sonrisa burlona, lo hacía.
Peor, la intensa y salvaje mirada fija de esos lánguidos ojos le hizo
estremecer y arder. Nunca en su vida había visto un hombre ni la décima parte
tan apuesto como éste.
—Hola —respondió, sintiéndose como nueve variedades de estúpido.
La mirada fija de él finalmente le abandonó y vagó alrededor de la tienda
y de sus varios exhibidores.
—Busco un regalo —dijo él con esa voz profundamente hipnótica. Podría
haberle escuchado hablar por horas, y por una razón que no podía explicar,
quería oírlo decir su nombre.
Kwanghee aclaró su garganta y guardó en su sitio esos pensamientos
idiotas mientras salía de atrás del mostrador. ¿Si su atractivo ex no podía
soportar cómo lucía, por qué un dios como éste perdería el tiempo con él?
Entonces decidió calmarse antes de avergonzarse ante él.
—¿Para quien es?.
—Para alguien muy especial.
—¿Su novio?
Su mirada volvió a la suya y le hizo temblar aún más. Él sacudió su
cabeza ligeramente.
—Yo nunca podría tener tanta suerte —dijo él, su tono bajo, seductor.
Qué cosa tan inusual había dicho. Kwanghee no podía imaginarse a ese tipo
teniendo problemas para conseguir a ninguna pareja que quisiera. ¿Quién sobre
la tierra le diría no a esto?
Pensándolo bien, él esperaba que nunca encontrara a alguien que lo
atrajese. Si lo hiciera, se sentiría moralmente obligado a atropellarlo con su
coche.
—¿Cuánto quiere gastar?
Él se encogió de hombros.
—El dinero no significa nada para mí.
Kwanghee parpadeó ante esto. Magnífico y forrado. Hombre, alguna pareja por
ahí era afortunada.
—Bien. Tenemos algunos relojes y esclavas. Aquellos siempre son un regalo agradable.
Kevin lo siguió a una vitrina, su aroma lo hizo endurecerse y excitarse.
Fue todo lo que pudo hacer para no hundir su cabeza en su hombro e inhalar su
olor hasta que estuviera borracho de él. Él concentró su mirada en la piel
desnuda y pálida de su cuello.
Lamió sus labios mientras se imaginaba como sabría Kwanghee. Como se
sentirían sus lujuriosas curvas presionadas contra su cuerpo. Tener sus labios
hinchados por sus besos, sus ojos oscuros y soñadores por la pasión cuando
alzara la vista hacia él mientras lo tomaba.
Es más, él podía sentir el deseo de Kwanghee y eso volvía su apetito aún
peor.
—¿Cuál es su favorito? —preguntó él, aún cuando ya sabía la respuesta.
Había una delgada esclava de oro blanco que tenía su olor por todas partes. Era
obvio que se la había probado recientemente.
—Ésta —dijo él, alcanzándola.
Su pene se endureció aún más cuando sus dedos cada eslabón de la pieza.
Él no deseaba nada más que deslizar su mano sobre su brazo, rozar con la palma
de su mano su suave y pálida piel, hasta alcanzar su mano. Una mano que a él le
gustaría mordisquear.
—¿Usted se lo probaría para mí?
Kwanghee tembló ante el profundo tono de su voz. ¿Qué pasaba con él que
le ponía tan nervioso?
Pero lo sabía. Él era sumamente masculino y estar bajo su directo
escrutinio era tan insoportable como desconcertante
Intentó ponerse la prenda, pero sus manos temblaban tanto que no podía
sujetarlo.
—¿Puedo ayudarlo? —preguntó él.
Kwanghee tragó y asintió.
Sus cálidas manos tocaron las suyas, haciéndolo poner aún más nervioso. Se
miró en el espejo, atrapando la mirada de aquellos ojos que lo miraban
fijamente con un calor que le hizo temblar y arder.
Él era sin una duda el hombre con mejor apariencia que jamás hubiera
vivido o respirado y estaba aquí tocándolo. ¡Era suficiente como para hacerle
desmayar!
Él hábilmente sujetó el broche. Sus dedos se demoraron en su muñeca durante un minuto antes de que él encontrara su mirada en el espejo y se
alejara.
—Hermoso —murmuró él con voz ronca, sólo que no miraba esclava.
Él miraba fijamente el reflejo de sus ojos—. Lo llevaré.
Dividido entre el alivio y la tristeza, Kwanghee buscó alejarse
rápidamente mientras trataba de quitárselo. De verdad, le gustaba esa esclava y lamentaba verlo ir. El lo había comprado para la tienda, pero había querido
guardarlo para si.
¿Pero por qué el desagrado? Era una obra de arte hecha a mano de trescientos dólares. No tendría donde lucirlo. Sería un despilfarro, y podía ser
tan tonto.
Quitándoselo, aclaró de nuevo su garganta y se dirigió a la caja
registradora.
Kevin le miró atentamente. Estaba aún más triste que antes. Dioses, como
quería que nada más le sonriera a él. ¿Qué le decía un macho humano a una pareja
humana para hacerle feliz?
Las parejas lobos realmente no reían, no como la gente lo hacía. Sus
risas eran más taimadas, seductoras. Invitantes. Su gente no reía cuando era
feliz.
Ellos tenían sexo cuando estaban felices y eso, para él, era la ventaja
más grande de ser un animal más que un humano. La gente tenía reglas sobre la
intimidad que él nunca había entendido totalmente.
Kwaghee colocó la esclava en una caja blanca con una
almohadilla de algodón en el interior.
—¿Lo quiere envuelto para regalo?
Asintió.
Con cuidado, él quitó la etiqueta del precio, la puso al lado de la caja
registradora, luego sacó una pequeña hoja de papel que había sido pre-cortada
al tamaño de la caja. Sin mirar hacia él,
rápidamente envolvió la caja y registró su venta.
—Trescientos veintitrés dólares y ochenta y cuatro centavos, por favor.
Él todavía no lo miraba. En cambio su mirada estaba enfocada en el piso,
cerca de sus pies.
Kevin sintió un extraño impulso de agacharse hasta que su cara estuviera
en su línea de visión. Él se contuvo mientras sacaba su billetera y le
entregaba su tarjeta American Express.
Esto era realmente ridículo, que un lobo tuviera una tarjeta de crédito
humana. Sin embargo, este era el siglo veintiuno y los que no se mezclaban
rápidamente se encontrarían exterMiinahdos. A diferencia de muchos otros de su
clase, él tenía inversiones y propiedades. Al infierno, hasta tenía un banquero
personal.
Kwanghee tomó la tarjeta y la pasó por su terMiinahl de ordenador.
—¿Usted trabaja aquí solo? —preguntó él, y rápidamente comprendió que eso
fue inadecuado, ya que el temor del joven le llegó con un olor tan fuerte, que
casi lo hizo maldecir en voz alta.
—No.
Le estaba mintiendo, podía olerlo.
Bien hecho, imbécil. Humanos. Él nunca los entendería. Pero claro, ellos
eran débiles, sobre todo sus parejas.
Kwanghee le dio el recibo. Molesto con él por hacerle sentir hasta más
incómodo, él firmó con su nombre y se lo devolvió. Comparó su firma con la
de su tarjeta
—Kim Kevin
—Si.
Sus ojos brillaban sólo un poco mientras le devolvía la tarjeta. Metió
el recibo en su cajón, luego colocó la caja envuelta en una pequeña bolsa con
manijas de cuerda.
—Gracias —dijo tranquilamente, poniéndola sobre el mostrador delante de
él—. Que tenga un día agradable, Señor Kim.
Él asintió y se dirigió a la puerta, con su corazón aún más pesado que
antes, porque no había logrado hacerlo feliz.
—¡Espere! —le dijo cuando él tocó la perilla de la puerta—. Se olvida su regalo.
Kevin se volvió para mirarlo una última vez, sabiendo que nunca lo
volvería a ver. Estaba tan hermoso allí con sus grandes ojos. Había algo en él
que le recordaba a un ángel. Era etéreo y encantador.
Y lejos demasiado frágil para un animal.
—No —dijo él quedamente—. Lo dejé con la persona que quiero que lo tenga.
Kwanghee sintió que su mandíbula se le caía mientras las palabras de él
pendían en el aire entre ellos.
—No puedo aceptarlo.
Él abrió la puerta y se dirigió a la calle. Tomando la bolsa del
mostrador, Kwanghee lo persiguió. Él se dirigía rápidamente por la pendiente el
centro y esto hizo que debiera apresurarse seriamente para alcanzarlo.
Lo tomó de su brazo, asombrado por la tensión de su bíceps mientras
tiraba de él para que se detuviese. Sin aliento, alzó la vista hacia él y a
esos seductores ojos.
—No puedo aceptar esto —dijo otra vez, dándole la bolsa—. Es demasiado.
Él rechazó tomarla.
—Quiero que usted lo tenga.
Había tanta insondable sinceridad en aquellas palabras que no podía hacer
nada más que mirarlo atónito.
—¿Por qué?
—Por que los jóvenes hermosos merecen cosas hermosas.
Nadie que no estuviera relacionado con él había dicho nunca nada tan
amable. Hoy más que cualquier otro día, necesitaba oírlo. Nunca había pensado
que algún hombre jamás pensaría así de él. Y oír eso de este magnífico extraño
le significó el mundo.
Esas palabras le llegaron tan profundamente dentro de él que... que...
Se echó a llorar.
Kevin se quedó allí parado sintiéndose completamente perplejo. ¿Qué era
esto? Los lobos no lloraban. Una pareja lobo podría arrancar la garganta de un
hombre por haberle molestado, pero nunca llorar y sobre todo no cuando alguien
le elogiaba.
—Lo siento —dijo él, completamente confuso por lo que había hecho mal—.
Pensé que esto le haría feliz. No pensé herir sus sentimientos.
El lloró aún más.
¿Qué se suponía que debía hacer ahora él? Miró alrededor, pero no había
nadie a quien preguntar.
Joder con su parte humana. No comprendía esa parte de él, tampoco. En
cambio, escuchó a la parte de animal que sólo sabía instintivamente cómo cuidar
de alguien cuando estaba herido.
Él lo tomó entre sus brazos y lo llevó hacia su tienda. Los animales
siempre se mejoraban en su ambiente natural, así que también podría funcionar
para un humano. Era más fácil arreglárselas con cosas familiares alrededor.
Kwanghee se abrazó a su cuello mientras él lo llevaba y lloró aún más
fuerte. Sus lágrimas calientes provocaron escalofríos sobre su piel y sufrió
por él.
¿Cómo podría hacerlo sentir mejor?
Creo que se sentiria mucho, pero mucho mejor con un beso candente y haciendo el amor de forma salvaje y exitante, sip creo que siii con eso estaria mas que bien....
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