Volver a Amarte- Capítulo 1



Existía la tortura y después existía la sensación de pura agonía, como si arrancaran las uñas con pinzas. En ese preciso momento, Kim Heechul estaba experimentando lo último.
O al menos eso le parecía.

Apretó los dientes e intentó pensar en otra cosa que no fuera el sudor que le impregnaba la
piel, el techo, que estaba demasiado cerca de su cara y el hecho de que apenas podía respirar en esa claustrofóbica caja. Nada sirvió. El único pensamiento que ocupaba su cabeza era la certeza de que si no salía pronto de allí iba a volverse loco delante del técnico que se encontraba detrás del cristal a su izquierda.

—Un poco más, Heechul.

Genial. Maravilloso. Justo lo que quería oír. Sabía que no debía moverse, que eso solo prolongaría su desdicha, pero esa prueba estaba llevando más tiempo del que debería. ¿Qué diablos estaba haciendo el técnico, organizar una fiesta?

La paciencia nunca había sido su fuerte. Sus médicos le dijeron que la falta de paciencia seguramente fuera la causa de que no se hubiera muerto, de que se hubiera hartado de esperar a que la luz apareciera al otro lado del túnel y hubiese decidido dar media vuelta y regresar porque se había impacientado. Heechul no estaba seguro de ese dato: no recordaba luz alguna. De hecho, recordaba muy pocas cosas. Pero gracias al personal del Hospital de Gangwon, su «muerte» apenas había durado noventa segundos. Noventa segundos que le habían cambiado la vida por completo.


No conservaba el menor recuerdo del accidente de tráfico que había convertido su vistoso Mercedes en un amasijo de hierros. Ni el menor recuerdo acerca del conductor del otro vehículo que se había marchado mientras que él yacía en una fría camilla luchando por su vida.

En definitiva, no recordaba nada de su vida anterior. Pero había aprendido una lección muy importante ese día: había cosas en la vida por las que merecía la pena luchar.

Su mente voló a Mithra, a su aniversario y a la cena especial que tenía planeada. Siete años... No parecían haber pasado siete años. En muchos sentidos, tenía la sensación de que apenas lo conocía. Los últimos dieciocho meses habían sido un torbellino de pruebas y más pruebas, y mientras tanto tuvo que acomodarse de nuevo a la vida en Gangwon y conocer otra vez a su marido y a sus amigos. «Un efecto secundario del accidente», le dijo él, uno que superarían juntos. Salvo que... él viajaba tanto por cuestiones de trabajo que daba la sensación de que debía adquirir ese conocimiento solo.

Quería suspirar, pero sabía que no podía. De acuerdo, era un hombre entregado a su trabajo. Adoraba su trabajo. La de su marido era una pasión admirable. ¿Qué más daba que su matrimonio no fuera perfecto? Nadie esperaba un matrimonio perfecto. Pero le habían concedido una segunda oportunidad. Y pensaba aprovecharla al máximo.

Se alegró en silencio cuando la máquina volvió a pitar y la mesa empezó a salir del túnel. Terminado. Por fin. Veinte minutos de infierno. Y no había tenido que atacar al técnico después de todo. Esbozó una sonrisa al pensarlo.

El técnico salió de la sala de control y soltó las correas que le inmovilizaban la cabeza y los hombros.

—No ha estado tan mal. ¿Cómo te sientes?

Heechul se sentó y se frotó la larga cicatriz que tenía a un lado del cráneo.

—Como una sardina.

El técnico se echó a reír.

—Me lo dicen mucho. Vas a tener que quedarte un momento mientras comprobamos las imágenes y nos aseguramos de que tenemos todo lo que nos hace falta.

Asintió con la cabeza, ya que se conocía el procedimiento. Ya había pasado antes por eso y no sería la última vez.

Tras vestirse, se dirigió a la sala de espera, donde los televisores mostraban una imagen surrealista. Varias personas estaban reunidas alrededor de las tres pantallas, con la vista clavada en lo que parecía una zona de guerra. Había llamas y mucho humo, sirenas sonando y luces. El miedo le puso el vello de punta a medida que veía las imágenes.

La cámara hizo zum sobre los restos de un avión. En la parte inferior de la pantalla se podía ver un letrero con las palabras ÚLTIMA HORA.

«El accidente sucedió alrededor de las 10.45. El vuelo 524 procedente de Seúl y con destino a Gangwon se estrelló justo después de despegar. Varios testigos afirman que vieron cómo el avión se convertía en una gigantesca bola de fuego a escasos metros de la pista. Varios agentes de la Agencia de Seguridad Aérea se encuentran en la zona y ya se ha abierto una investigación. Las primeras informaciones apuntan a que no hay supervivientes.»

Heechul se quedó sin aliento. Echó mano de su bolsa, mientras buscaba como un poseso entre recibos y barritas de frutas la nota que Mithra le había dejado. Los datos de su vuelo y del hotel donde se alojaría para asistir a la conferencia de Seúl.

—¿Heechul? ¿Pasa algo?

No levantó la vista para comprobar quién le hablaba. Era incapaz de concentrarse. El bolso se le cayó y fue a parar a sus pies con un sonoro golpe. Se hincó de rodillas, rebuscando la nota de Mithra como un loco entre el contenido. No era el mismo vuelo.

No podía serlo.

Seguramente estaría aterrizando en ese preciso momento. Se reiría de él cuando le dijera que había vaciado el bolso en el suelo de la clínica.

—¿Heechul? ¿Qué pasa? ¿Qué necesitas?

A duras penas, se dio cuenta de que la enfermera, lo estaba ayudando. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Movió la cabeza.

—Una nota. La nota de Mithra. Tengo que encontrarla. Tengo que...

—La encontraremos. Tranquilo. Tú respira. Estoy segura de que todo va bien.

Inspiró hondo y soltó el aire muy despacio. Mithra se encontraba bien. Parpadeó para librarse de las lágrimas, escudriñó el suelo y por fin vio la letra torcida de Mithra en un trocito de papel, justo a la derecha de su mano. Le temblaban los dedos mientras se acercaba la nota lo suficiente para poder leer las palabras.

Los datos de mi vuelo: Ida: de Gangwon a Seúl, vuelo # 1498 Vuelta: de Seúl a
Gangwon, vuelo # 524

El papel se le escapó de entre los dedos. La habitación comenzó a darle vueltas. Todo se volvió negro.

El escáner, la cena de aniversario para la que había hecho la compra y los últimos dieciocho meses de su vida, comenzaron a dar vueltas delante de sus ojos. Solo una cosa tenía sentido. Solo un pensamiento prevaleció.

Su vida acababa de dar otro vuelco. Y en esa ocasión, la muerte había ganado.



—Tienes que comer algo, te lo digo en serio. —Gunhee, el vecino de Heechul, dejó una humeante taza de té en la mesa de la cocina, delante de él, antes de sentarse a su derecha.

Heechul no necesitaba mirar para saber que Gunhee tenía una expresión preocupada y apenada. Él adoraba a Mithra. Todo el mundo lo hacía. Ninguno de sus amigos sabía que tenía cambios de humor bruscos. Ni que se mantenía alejado de casa a propósito. O que discutían por culpa del trabajo. Pero no tenían por qué enterarse de todo eso en ese momento. Nadie tenía que hacerlo.

—Gracias. —Con dedos temblorosos, Heechul rodeó la taza, aferrándose a su calidez—. Creo que me pondré a vomitar si huelo una taza de café más.

Una continua procesión de amistades había desfilado por la casa durante toda la tarde y hasta entrada la noche. Ese era el primer momento de tranquilidad del que Heechul podía disfrutar. Y en ese momento... en ese momento se preguntaba para qué lo había querido.

—El té debería ayudar a que te relajaras —comentó Gunhee—. Ha sido un día muy largo. ¿Te apetece un poco de sopa?

Heechul negó con la cabeza. Lo último que le apetecía era comer. Se le revolvería el estómago si lo intentaba. Agitó una mano y parpadeó para contener las lágrimas que amenazaba con derramar. No pensaba ceder al impulso. En ese momento no. Ya se desahogaría cuando estuviera solo. En ese enorme dormitorio en el que estaba acostumbrado a dormir sin compañía.

—No tengo hambre. —Se hizo el silencio en la cocina. Sabía que Gunhee no estaba de acuerdo, pero tenía un millar de cosas en la cabeza que nada tenían que ver con la comida—. Dios, Gunhee. Tengo tantas cosas que hacer.

Gunhee le cubrió la mano con la suya, que descansaba sobre la mesa.

—Hay tiempo de sobra para hacerlo.

—No. Si no me ocupo de todo, me volveré loco. —Se echó hacia atrás en la silla—. No puedo quedarme aquí.

—Tienes que tomarte tu tiempo. No puedes tomar decisiones ahora mismo.

—No. Esta casa fue idea suya. Vivir aquí... —Cerró los ojos con fuerza—. Él tomaba todas las decisiones importantes de nuestras vidas.

—Era tu marido. Y tú has pasado por mucho durante este último año y medio, con lo del accidente. Por supuesto que tomaba todas las decisiones. Es lógico teniendo en cuenta tu historial médico.

Su historial médico. La pérdida de memoria. Había sido la excusa de Mithra para todo. La excusa para ocuparse de la economía doméstica, para encargarse de que él nunca estuviera solo, para escoger la editorial con la que trabajaba como colaborador independiente.

Debería haber insistido a fin de que contara con él a la hora de tomar decisiones. Debería haber tenido un papel más activo porque así habría estado más preparado para lo que debía enfrentar en ese momento. No sabía ni siquiera dónde buscar la póliza de su seguro de vida.

El estómago le dio un vuelco y tuvo que tragar saliva para deshacerse de la bilis que se le había subido a la boca. Se inclinó sobre la mesa y apoyó los codos en ella antes de sujetarse la cabeza con las manos. Sabía que tenía que alejarse de esa casa todo lo posible. Llevaba meses sintiendo esa necesidad, pero la había desterrado por Mithra. Porque su vida estaba allí.
En ese momento... en ese momento ya no sabía qué pensar.

—Era Mithra quien adoraba Gangwon, no yo. —Le dolía la cabeza. Esa noche no iba a tomar el analgésico. No cuando su mente ya estaba abotargada.

—Es tu casa, Heechul. No puedes irte sin más. La familia de Mithra está aquí.

Se le escapó una carcajada carente de humor.

—Su padre y él llevaban más de un año sin hablarse. Ese hombre apenas acepta que tiene un nieto. No es la clase de familia que quiero para Siwan. —En su opinión, era preferible no tener familia.

—Prométeme que no tomarás una decisión impulsiva. Por favor. — Sus ojos rebosantes de preocupación, se clavaron en la cara de Heechul.

Gunhee no lo entendería. Jamás. No entendería la sensación de no pertenecer a ese lugar, una sensación que llevaba mucho tiempo enquistándose en su interior. Que llevaba atormentándole desde el accidente. Y esa noche no era el momento para explicárselo.

Heechul le dio un apretón en la mano.

—Te lo prometo. Ahora mismo no puedo pensar con claridad. —Se levantó y se llevó la taza de té, que no había probado, al fregadero—. Necesito echarme un rato. Gracias por todo lo que has hecho hoy. No sé cómo me las habría apañado sin ti.

Gunhee se puso en pie y le colocó las manos en los hombros.

—¿Te las arreglarás bien esta noche? Siwan ya está dormido en su cama, pero podría llevármelo a casa si necesitas estar solo un rato.

Heechul miró la escalera que conducía de la cocina a la planta alta de la casa, donde su hijo de cuatro años estaba dormido, y después negó con la cabeza. Todavía no le había contado la verdad. No quería que se enterase por los vecinos.

—No, gracias. Tengo que quedarme con él por si se despierta. Estaremos bien.

—Puedes contar conmigo para lo que necesites, Heechul. Que no se te olvide. Si necesitas algo, solo tienes que cruzar la calle.

—Gracias. —Heechul se obligó a esbozar una sonrisa forzada.

Tras darle un breve abrazo, Gunhee se dirigió a la puerta Nada más escuchar el sonido de la puerta de roble al cerrarse, Heechul se volvió y contempló la casa vacía. Estaba solo.
Totalmente solo. Ningún coche llegaría en mitad de la noche.

Mithra no entraría con paso vivo por la puerta, disculpándose por haberse perdido otra cena. No volvería a ver su cara ni volvería a sentir sus abrazos. Daba igual que fuera un marido espantoso. Era su marido. Y ya no estaba. A partir de ese momento, solo estarían Siwan y él.

Exhaló un trémulo suspiro. Desterró el dolor que amenazaba con abrumarle de nuevo. Aunque casi era medianoche, sabía que le resultaría imposible dormir, bien o mal.

Se dirigió al despacho de Mithra mientras se frotaba los brazos para mantener a raya el frío. Una vez allí, se sentó tras el escritorio y dejó que la mullida tapicería de cuero envolviera su dolorido cuerpo. Con dedos temblorosos, acarició la madera oscura.

Recorrió la estancia con la mirada. Una alta estantería decoraba una de las paredes. Las baldas estaban llenas de tomos de medicina, desde el suelo hasta el techo. La pantalla de un ordenador parpadeaba en el tramo más corto del escritorio con forma de ele. Una foto de un sonriente Siwan, tomada en verano, le miraba.

El despacho de Mithra, las cosas de Mithra. Casi nunca había entrado allí porque era su habitación privada. Una extraña sensación, muy inquietante, se apoderó de él mientras estaba sentado en su sillón.

Encendió la lámpara situada junto al teléfono y ojeó las cartas que había en el rincón del escritorio. Esa tarea tan mundana consiguió distraerlo de los detalles de los que todavía tenía que encargarse y calmó sus destrozados nervios.

Tiró el correo basura en la papelera que tenía junto a la rodilla y clasificó el correo profesional de Mithra en un montón y el correo personal de ambos en otro.

Fue a coger el abridor de cartas que solía estar en el lapicero, pero no lo vio. Abrió un cajón y rebuscó en su interior, y, al no encontrarlo, procedió a hacer lo mismo con otro cajón.

Lo localizó al fondo del tercer cajón, junto con otra carta sin abrir. Heechul meneó la cabeza mientras una sensación melancólica acrecentaba su tristeza. Seguramente Siwan había metido esas cosas allí. Siempre metía cosas donde no debía. Y Mithra siempre se molestaba cuando Siwan le cambiaba las cosas de sitio.

Claro que ya nadie tendría que preocuparse por eso nunca más. Con más tristeza si cabía, abrió la carta y miró la factura que tenía en la mano. Frunció el ceño al ver su nombre.

Cogió el sobre que acababa de abrir. Aunque la dirección a la que iba dirigida era la de la consulta médica de Mithra, era evidente que se trataba de una factura por el tiempo que había pasado él en el hospital después del accidente. Un cuadro de balance mostraba que aún se debían diez mil dólares.

Mithra le dijo que el seguro lo había cubierto todo. Al leer la carta con más detenimiento, se dio cuenta de que no era la factura de un hospital, sino de una clínica privada.

¿Una clínica privada? No podía ser. Él había estado algo más de una semana en el hospital. Cuatro días en coma en la UCI, otros tres antes de que lo trasladaran a planta y después cinco más en la planta de recuperación de cirugía para recuperarse de sus heridas.

Miró la factura una vez más.

Seúl.

No, eso tampoco podía ser. Jamás había estado en Seúl. Las fechas de la factura también estaban mal. Cubrían más de dos años.

Le temblaban las manos al dejar la factura en el escritorio. Tuvo un mal presentimiento.
Informes médicos. Mithra era muy meticuloso con sus archivos.

Se volvió hacia el archivador y revisó las carpetas en busca de una con su nombre.

Nada.

Abrió el segundo cajón. Impuestos, información catastral sobre la casa y revistas médicas a las que estaba suscrito. Ese hombre incluso tenía una carpeta con todas sus notas, desde el instituto hasta la universidad. Era un obseso del orden absoluto.

Pero ¿dónde estaban los documentos referentes a él?

La impaciencia se apoderó de él, así como un mal presentimiento que no quería reconocer. Abrió el tercer cajón de un tirón y respiró aliviado al ver las carpetas con la información médica de Mithra, de Siwan y las suyas.

Sí, todo estaría allí. Alguien había metido la pata y le había mandado la factura a la persona equivocada.

Abrió su carpeta y la dejó sobre el escritorio, tras lo cual comenzó a examinar el montón de papeles. Documentos y evaluaciones médicas que se extendían durante el último año y medio de su vida, y nada más.

Ningún informe de su embarazo, ni del nacimiento de Siwan. Nada sobre su estancia en el Hospital de Gangwon, donde lo habían tratado después del accidente.

La documentación tenía que estar en otra carpeta. Algo separado, marcado como «parto» y «accidente». Cerró el cajón e intentó abrir el último. No pudo.

Volvió a tirar, pero en ese momento se dio cuenta de que estaba cerrado con llave.
Rebuscó en los cajones del escritorio para encontrar la llave. Una extraña sensación de urgencia le instaba a seguir. Probó con todas las llaves que encontró, pero ninguna encajaba. Tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta, buscó por los estantes.

Ni rastro de la llave.

Se le subió la sangre a la cabeza, intensificando el dolor punzante que sentía alrededor de la cicatriz.

Corrió hacia el dormitorio que tan poco habían compartido y abrió de un tirón los cajones de su cómoda, rebuscando entre calcetines, calzoncillos y camisetas viejas.

Tenía que estar en alguna parte. Era imposible que hubiera tirado la llave después de cerrar el cajón. Sus dedos acariciaron las prendas de algodón hasta que por fin dieron con algo metálico y frío.

Se le formó un nudo en el pecho al sacar el llavero del fondo del cajón. Dos llaves relucían a la mortecina luz, una más grande que la otra. Regresó al despacho con piernas temblorosas y se arrodilló delante del archivador.

«No lo abras. Olvídate de la llave. Olvídate del cajón. Olvídate de esa ridícula factura. Nada bueno puede surgir de esto. Ya has pasado suficiente por hoy», se dijo.

Tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta. Antes de poder cambiar de idea, giró la llave en la cerradura. El cajón se abrió con un chasquido.

En el interior había una caja metálica alargada. La dejó con cuidado en el escritorio antes de volver a sentarse en la silla y secarse el sudor de las manos con las perneras de los pantalones. La segunda llave entró en la cerradura de la caja con facilidad.

Inspiró hondo y levantó la tapa. El interior estaba lleno de informes médicos, evaluaciones y facturas. Sacó cada papel por separado para leer las fechas y el contenido. Todos hacían referencia a una clínica privada en Seúl. Todos mencionaban fechas que iban desde hacía cinco a dos años atrás.

Según esos documentos, él había estado en coma casi tres años, no cuatro días. Siwan nació mientras seguía en coma.

Cerró los ojos. Era imposible. Había sufrido un parto larguísimo: más de veinticuatro horas. Mithra le había sostenido la mano durante todo el tiempo. Lo habían llevado al quirófano en silla de ruedas. Mithra estuvo con él en cuanto le sacaron a su hijo.

Se lo había contado todo. Le había contado tantas veces la historia del nacimiento de Siwan que se lo imaginaba perfectamente.

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Volvió a mirar los documentos mientras su cabeza se debatía entre lo que le habían contado y los hechos que tenía delante.

No había fotografías. No había fotos de su embarazo. En ninguna parte de la casa. Mithra le había explicado que se debía a que detestaba estar embarazado y no quería recordar su aspecto.

Sin embargo, tampoco había fotos con el camisón del hospital, sonriente y con su hijo en brazos. Había creído a Mithra cuando le dijo que se le había olvidado la cámara de fotos el día que Siwan nació.

Corrió hacia el salón, sacó los álbumes de fotos de la estantería y comenzó a hojearlos. Mithra acunando a un Siwan recién nacido. Mithra bañándolo. Mithra dándole de comer sus primeros alimentos sólidos. «¡Dios mío!», pensó. Mithra sonriéndole en su primer cumpleaños. En todas las fotos aparecía Mithra. No había ni una sola de Siwan y de él hasta después de su segundo cumpleaños.

El pánico le atenazó. Siempre había supuesto que fue él quien hizo las fotos. Nunca se había planteado otra posibilidad. Se frotó una mano sobre el nudo que tenía en el pecho, intentó encontrarle una explicación lógica a todo eso.

No pudo.

Mithra era médico. Era su marido. Había creído en su palabra. Nunca se le había pasado por la cabeza no hacerlo. ¿Por qué? ¿Por qué le habría mentido?

«No, no, no. No puede ser verdad», se dijo.

Aunque las piernas amenazaban con flaquearle, regresó al despacho. Clavó la mirada en la evaluación de un neurocirujano cuyo nombre desconocía.

«Daños en el córtex lateral del lóbulo temporal anterior como resultado de un fuerte traumatismo. Pronóstico: pérdida de memoria, posiblemente permanente e irreversible.»

Pérdida de memoria permanente. Coma. Tres años.

Ahogado por las lágrimas, siguió leyendo los informes. Se le cayó el alma a los pies al ver la firma de Mithra en varios documentos. Había sido uno de los médicos de la clínica privada.
Concretamente, el médico que le atendió.

«No, no, no», se repitió. Jamás le habrían permitido a su marido que supervisara su recuperación. Jamás. Ni en un millón de años. Él no era doctor, pero conocía las reglas.

Sintió un reguero de sudor que le bajaba por el cuello hasta empaparle la espalda. Tenía que haber una explicación. Algo. ¡Cualquier cosa!

Sacó cada uno de los documentos que contenía la caja, impulsado por la frenética necesidad de saber la verdad. Su mente era un hervidero de preguntas y de recuerdos que ya no sabía si eran ciertos o inventados. Cuando sacó el último papel de la caja, creyó que el suelo se abría bajo sus pies.

Le fallaron las piernas y se dejó caer en el sillón. En el fondo de la caja había una foto. Se le atascó el aliento en la garganta. Con dedos temblorosos, sacó la foto al tiempo que sentía una punzada en el corazón.

Era la foto de una niña, de unos cinco años de edad. La cara de la niña le resultaba inquietantemente familiar. Heechul vio en ella sus propios ojos. La misma forma, el mismo tamaño, el mismo color... exactamente los mismos ojos que Heechul veía todos los días en el espejo.

«¡Dios mío! ¡Dios mío!»

Se quedó sin aliento. Y en un recóndito lugar de su interior supo que esa niña solo podía ser su hija.



1 comentario:

  1. Wow wow wow wow
    que onda? Quele paso? Que le dijeron? Quehicieron con hee mientras estaba en coma?
    matrimonio,muerte,un hijo,accidente,estado en como,clinica privada,una hija.....como?
    y el maridi muerto y sin darle explicación alguna.....dios

    ResponderEliminar

yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...