Hyukjae pasó
gran parte de la tarde en el laboratorio, analizando las muestras de rocas que
le había enviado su equipo. Tras varias horas de análisis, se enderezó en la
silla y se frotó los ojos, que tenía muy cansados. Aún quedaba mucha
investigación por delante, pero lo alentaba la confianza de haber hecho un buen
comienzo. Tendría que viajar a China posiblemente en las próximas semanas, pero
confiaba en su equipo, cuyos resultados preliminares coincidían con los suyos.
Regresó a su
despacho a las cuatro de la tarde. Mientras entraba, le sonrió a Sora, su
secretaria, y arrojó un paquete de galletas de chocolate a su mesa.
—Lárgate,
¿vale?
—Te veo de muy
buen humor. —A Sora le encantaban las galletas de chocolate, y él lo sabía.
—Los resultados
de los análisis son prometedores. Llama y averigua cuándo quieren que vaya.
Creo que lo haré dentro de dos semanas. Pregúntales sobre los progresos que han
hecho y que te digan también si van cumpliendo los plazos. Después, vete a
casa. Has estado todo el día currando.
—Me has
convencido. —Lo siguió hasta el despacho y dejó en su mesa el informe que
acababa de imprimir—. Aquí está el perfil geoquímico de la excavación.
—Genial
—replicó él al tiempo que ojeaba las páginas—. ¿Me han dejado algún mensaje?
—Tienes varios
en el buzón de voz. Sungmin se ha pasado por aquí y quiere un informe detallado
sobre los marcadores biológicos. Le he dicho que lo llamarás esta noche o
mañana.
—Gracias, Sora.
¿Qué haría yo sin ti? —Esbozó una sonrisa tímida al tiempo que se acomodaba en
su sillón y ponía los pies encima de la mesa.
—Perderte. —Le
guiñó un ojo y salió del despacho.
Hyukjae cogió
el teléfono y marcó su código de acceso. No cerró la puerta, nunca lo hacía, de
modo que cuando cogió la pelota de béisbol que guardaba en el cajón superior de
su escritorio y comenzó a lanzarla al aire con el consiguiente golpeteo, Sora
ni se inmutó.
Cerró los ojos
mientras escuchaba los mensajes y seguía lanzando la pelota. Casi todos estaban
relacionados con la prospección, había unos cuantos del laboratorio
informándole sobre los hallazgos encontrados esa misma mañana.
Tras el pitido
que separaba los distintos mensajes, escuchó una voz muy ronca que lo llevó a
enderezarse en el sillón.
La pelota que
acababa de lanzar al aire cayó, golpeándolo en la cabeza.
—Joder —murmuró
al tiempo que se la frotaba. Sin embargo, el dolor se esfumó en cuanto se
concentró de nuevo en la voz.
Una voz
conocida.
La voz de Jungwoo.
Una voz
cortante, de ahí que estuviera seguro de que era la de su hermano. Había oído
ese tono de voz miles de veces. Su forma de pronunciar su nombre, el deje borde
con el que pronunció la palabra «imbécil». Se quedó blanco de repente mientras
buscaba su móvil para poder escucharlo de nuevo. No, era imposible que fuera
real. Se lo estaba imaginando.
Todo era
producto de su fantasía. ¿Qué decía su madre cuando era pequeño? «Cuentos
chinos y tonterías.»
Se le aceleró
el pulso mientras pulsaba la tecla para escuchar de nuevo el mensaje. Era un
mensaje nuevo. Con la voz de Jungwoo. De ese mismo día. Lo escuchó otra vez, en
esa ocasión intentando concentrarse en las palabras y no en la voz. Había dicho
que se llamaba Kim Heechul.
Kim Heechul.
¿El loco de
la editorial? No tenía sentido. Porque conocía esa voz casi como si fuera la
suya. Por su mente pasaron un sinfín de posibilidades y de escenarios.
Descabelladas. Imposibles.
Sin embargo...
se le disparó el pulso. Jamás encontraron su cuerpo. Su asiento estaba junto a
una de las alas. El motor había estallado. No se encontraron restos de los
pasajeros sentados a su alrededor. Todos se habían aferrado a la esperanza de
que no hubiera subido al avión, de que hubiera cambiado de opinión en el último
momento después de que Siwon lo dejara en el aeropuerto. Pero la esperanza
murió cuando Siwon identificó sus pertenencias después del accidente.
Pero ¿y si no
llegó a subirse al avión? ¿Era posible que siguiera con vida? La idea era una
locura. Era ridícula. Totalmente imposible. Sin embargo... no podía pensar en
otra cosa.
Tenía que
cerciorarse. Marcó su número, pero saltó el buzón de voz. Tras colgar el
teléfono con brusquedad, cogió su chaqueta y corrió hacia la puerta.
Sora se puso en
pie al verlo pasar por delante de ella camino del ascensor.
—Hyukjae, ¿qué
pasa?
Apenas la
escuchó. Porque ya estaba en la escalera. Cuando salió del edificio su reloj
marcaba las cuatro y media. Era imposible que llegara al otro extremo de la
ciudad antes de las cinco. Sorteó el tráfico cambiando una y otra vez de
carril.
Por fin encontró
un aparcamiento delante de Jin Publishing justo antes de las cinco.
Que le dieran
al parquímetro. Ni siquiera se molestó en comprobar si había aparcado en una
zona reservada para minusválidos. Solo tenía una cosa en mente: esa voz tan
familiar, tan irritante y tan dulce.
Atravesó el
edificio a la carrera, soltó un taco en el ascensor porque no llegaba ni a
tiros y decidió subir por la escalera. Cuando llegó a la planta doce, lo hizo
resollando, pero eso no lo detuvo. Fue directo al despacho de Kim Heechul.
La secretaria
se levantó al verlo llegar y frunció el ceño claramente preocupada.
—Señor Lee, ¡no
puede entrar en ese despacho!
Hyukjae pasó
frente a ella y abrió la puerta empujándola con un hombro. La estancia estaba
vacía.
—¿Dónde está?
—Echó un vistazo por el atestado despacho, tan pequeño como su cuarto de baño.
—El señor Kim
no está aquí. No ha venido esta tarde. Si quiere, puedo concertarle una cita.
Hyukjae apenas
la escuchó. Examinó el despacho, si bien no sabía qué estaba buscando. Había
montones de revistas apiladas contra una pared. A su derecha, vio una
estantería cargada de libros de geología y de minerales. El escritorio era un
montón de papeles y la luz de la tarde que entraba por la pequeña ventana
iluminaba cajas y cajas de revistas y libros aún sin desembalar.
Joder, tenía
que haber algo. Algo que le confirmara...
—Señor Lee, no
puede estar aquí —dijo la secretaria, que alzó la voz al verlo rodear el
escritorio—. Voy a llamar a seguridad.
Hyukjae comenzó
a mover los papeles del escritorio, buscando... ¡Mierda, no sabía el qué!
Buscando cualquier cosa. Su mirada se detuvo en la foto que había junto a la
pantalla del ordenador. Y se quedó helado.
¡Joder!
Cogió la foto
enmarcada con una temblorosa mano y se dejó caer en el sillón, apenas
consciente de lo que veía.
El joven se
parecía a Jungwoo. No era la imagen exacta que recordaba de él, pero eran casi
idénticos. Su nariz era distinta y tenía los pómulos más afilados, además de
una cicatriz en una sien. La cara que lo miraba tenía los mismos ojos que su
hermano, la misma barbilla. Y estaba junto a un niño pelinegro.
Un niño que era
la viva imagen de Siwon.
Se quedó
blanco.
—Señor Lee
—dijo la secretaria—, ¿se encuentra bien?
—¿Dónde está?
—logró decir.
—No lo sé. Si
vuelve mañana...
—¡Necesito
saberlo ahora mismo!
La chica dio un
respingo.
—No ofrecemos
información personal. Si vuelve mañana, me aseguraré de que lo reciba.
—¡Joder, esto
no tiene nada que ver con el dichoso artículo que ha escrito! Es un tema
personal. ¿Dónde diablos está?
—No lo sé.
Mire...
Hyukjae apretó
los dientes, consciente de que no iba a llegar a ningún lado con la secretaria.
Se encaminó hacia la puerta con la foto en la mano. La chica corrió tras él,
gritando algo sobre el robo de propiedad privada, pero pasó de ella. Lo
importante era encontrar a Siwon.
Sin pérdida de
tiempo.
Heechul tenía
la impresión de que iban a fallarle las piernas.
Comprobó la
dirección que había conseguido en internet. Donghae le había dicho que no
sacara conclusiones precipitadas, que lo dejara indagar primero, pero después
de que el abogado reconociera a Choi Sulli en la foto, Heechul fue incapaz de
achacarlo todo a una coincidencia.
Había un motivo
por el que Mithra mantuvo esa foto bajo llave en una caja. Un motivo por el que
sintió el extraño déjà-vu al verla. Un motivo por el que había buscado a Park Donghae.
Había vuelto a
su despacho para hacer una búsqueda sobre Choi Siwon en internet. El hombre con
el que Choi Jungwoo estaba casado según le había dicho Donghae. Lo que
descubrió le había revuelto el estómago. Por supuesto que había visto la cara
de ese hombre en las portadas de las revistas de economía, y más recientemente,
en las revistas del corazón, pero lo único que sabía de él era que se trataba
de un hombre guapísimo.
A esas alturas,
sabía muchas cosas más. Había encontrado muchos artículos en internet que lo
describían como el implacable director general de una empresa farmacéutica con
fama de realizar fusiones empresariales muy agresivas y de pisotear a todo
aquel que se interpusiera en su camino al éxito.
La prensa
criticaba su afán por ganar más dinero y también su intransigencia. Tenía la
costumbre de poner cara de asco frente a las cámaras si se le acercaban
demasiado. Sin embargo, no parecía importarle que lo fotografiaran cada fin de
semana con un joven distinto.
Era imposible
que él hubiera estado con un hombre así. ¿Dinero? ¿Poder? ¿Fama? Nada de eso le
importaba. Un hombre obsesionado por esas cosas no le habría resultado
atractivo. Era imposible que hubiera sido su...
Tragó saliva
para deshacer el nudo que tenía en la garganta, incapaz de pensar siquiera en
la palabra, incapaz de pronunciarla. Había tenido un marido. Mithra. Las
náuseas lo asaltaron mientras acariciaba la alianza que aún llevaba en el dedo.
Daba igual que Siwan se pareciera un poco a ese hombre. Todo el mundo tenía un
gemelo, ¿no? ¿No se lo había dicho Donghae unas horas antes?
¡Por Dios, era
una mala idea! Cerró los ojos e inspiró varias veces a fin de tranquilizarse.
¿Qué narices hacía en ese lugar? No debería haber ido a Seúl. No debería haber
visitado a Park Donghae. No debería haber mirado en ese dichoso cajón.
Abrió los ojos
y observó la calle. La carretera de Gangnam estaba flanqueada por enormes
arces. Los jardines se extendían armoniosamente de una propiedad a otra, cada
una de ellas más impresionante que la anterior. Estaba cometiendo un error.
Porque aquello no era real. Debía irse antes de acabar haciendo el ridículo más
absoluto.
Estaba a punto
de marcharse cuando escuchó el timbre de una bici. Al levantar la vista,
descubrió un trío de niñas en bicicleta.
Una de ellas
frenó en seco nada más verla. Sus amigas pasaron de largo, riéndose, pero ella
plantó los pies en el suelo y se aferró al manillar de su bicicleta mientras lo
miraba como si hubiera visto un fantasma, igual que le sucedió a Donghae cuando
entró en su despacho.
Heechul tragó
saliva. La tensión era tal que tenía la impresión de que le estuvieran clavando
agujas por todos lados. La cara... la niña era la misma de la foto.
Ya no podía
marcharse. Tenía que ver. Tenía que saber.
El miedo se
apoderó de él. No sabía qué decir. No sabía qué hacer. Pero algo lo impulsó.
—Hola.
—Tú —dijo la
niña, que aún la miraba con los ojos desorbitados—. Tú... te pareces...
—Me llamo Heechul.
¿Tú eres Sulli?
—Sí. —La niña
entornó los ojos —. ¿Cómo sabes mi nombre?
—Me lo ha dicho
un amigo. — Se produjo un incómodo silencio durante el cual la mirada asombrada
de la niña se le antojó insoportable. Miró hacia la carretera —. He venido para
hablar con tu padre. ¿Está en casa?
La niña bajó de
la bici, como si acabara de recibir una bofetada.
—No está. No
puede verte.
Heechul sintió
que empezaban a sudarle las palmas de las manos.
—Espera...
—¡Sulli! —dijo
un hombre, cuya voz llegó desde el otro lado de la calle—. ¡Es hora de entrar!
La bici de la
niña cayó al suelo mientras ella atravesaba la calzada a la carrera y enfilaba
el camino de acceso a una casa de tres plantas. En el porche había un hombre
pelinegro y guapísimo que al natural era mucho más impactante que en las fotos
que había visto en las revistas y en internet.
Un hombre,
comprendió mientras contenía el aliento, que de cerca no solo se parecía un
poco a su hijo. En realidad, eran como dos gotas de agua.
Siwon sintió el
subidón de adrenalina cuando Sulli corrió hacia él con el pánico, la rabia y el
dolor pintados en la cara.
—¿Qué pasa? —le
preguntó al tiempo que hincaba una rodilla en el suelo delante de ella y la
cogía de los hombros mientras le examinaba el cuerpo para asegurarse de que no
estaba herida.
—Yo... Entra en
casa, papá. ¡Entra en casa!
—Sulli, tranquilízate.
¿Qué pasa? Dime qué ha pasado. —Su mirada voló de su hija a la bicicleta, que
estaba tirada en la calle. Y después a la persona que se encontraba en mitad de
la calzada, mirándolos. Al joven que se parecía a...
Se quedó sin
aliento. Se le aflojaron las rodillas, como si fueran de gelatina.
—¡Dios mío!
—¡No, papá! —Sulli
lo aferró de los hombros e intentó empujarlo hacia la casa mientras él se ponía
en pie muy despacio—. No, papá. No es él. No es él, papi. Solo se parece a él.
Por favor, papi, por favor. Mírame.
Bajó la mirada
a la cara bañada en lágrimas de Sulli. Tenía los ojos desorbitados por el
pánico, pero apenas si se daba cuenta. Con manos temblorosas, la apartó de su
camino y miró hacia el joven de pelo castaño que estaba parado como una estatua
en mitad de la calle. Observándolo de la misma manera que él le observaba.
Empezó a darle
vueltas la cabeza. Se le desbocó el corazón. Era imposible.
Apenas fue
consciente de que un coche se paraba en seco junto a la acera, de que Hyukjae
salía de su Land Rover, de que Sulli seguía gritando histérica mientras
intentaba meterlo en casa, pero era incapaz de sentir sus manos. Parecía
incapaz de impedirles a sus pies que siguieran andando. Tenía la sensación de
flotar en una nube. De estar sumido en un sueño.
Como si
estuviera alucinando a plena luz del día.
Consiguió bajar
la acera de algún modo y se detuvo delante de él. Lo observó, alucinado. A su
lado escuchó que Hyukjae mascullaba:
—Madre del amor
hermoso.
Nadie habló.
Durante un minuto entero solo hubo silencio. Y miedo, esperanza y absoluta
incredulidad. Y después el corazón le dio un vuelco en el pecho.
—¡Dios mío!
—Acortó la distancia que los separaba, le tomó la cara entre las manos y le
acarició con los dedos la delicada piel del mentón. No podía ser real. Tenía
que ser un sueño.
Los recuerdos
lo bombardearon, se condensaron en su pecho y le formaron un nudo mientras lo
miraba. Mientras sentía el pulso que latía debajo de sus dedos. Mientras el
calor de su cuerpo lo rodeaba, mareándolo y abrumándolo.
Él era real. Lo
sentía cálida y suave, y viva, bajo los dedos. Era... Jungwoo.
Lo estaba
mirando a la cara. Vio que sus ojos lo reconocían. Y la conexión que sintieron
desde el principio, desde que se conocieron tantos años antes, refulgió con
fuerza, calentándole lugares que no sabía que estaban congelados.
Todo ese
tiempo. Todos esos años...
—Jungwoo
—susurró.
Los ojos del
joven se oscurecieron. El reconocimiento desapareció. Reemplazado de inmediato
por la confusión y el... miedo.
Antes de que
pudiera impedírselo, él se soltó de sus manos y retrocedió un paso. Extendió
los brazos en un gesto inconfundible para que no la tocase.
—No. —tragó
saliva mientras miraba de una cara a otra, con el ceño fruncido, antes de
retroceder otro paso—. No, me llamo Heechul. Kim Heechul.
El dolor lo consumió.
Intentó volver a tocarlo, pero Sulli le dio un fuerte tirón del brazo,
impidiéndoselo.
—Papá, ya te he
dicho que no es él. Solo se parece a él. Papá, papi, escúchame. No es él.
¿Que no era él?
Tenía que ser él. Tenía que ser...
—Jungwoo...
Él se zafó de
sus manos. Y tuvo la sensación de que el corazón se hacía trizas contra la
calzada, a sus pies.
—Yo... confiaba
en poder hacerle unas cuantas preguntas. Pero me doy cuenta de que no es el
mejor momento. Me iré y...
—¡No!
—exclamaron Siwon y Hyukjae al unísono.
El joven dio un
respingo. Y se quedó helado. Antes de mirar a uno y a otro con expresión
aturdida.
¡Por el amor de
Dios! Tenía que ser él. Hablaba como él. Siwon jamás olvidaría esa voz. No
sabía qué diablos estaba pasando, pero no quería ahuyentarlo. Para evitar la
tentación de tocarlo, se pasó una mano por la cara. Cerró los ojos, sacudió la
cabeza y volvió a abrirlos. Él seguía allí. No era un producto de su
imaginación.
¿Por qué no se
arrojaba a sus brazos? ¿Por qué estaba allí plantado, mirándolo como si fuera
un desconocido?
—No —repitió Hyukjae,
que extendió las manos—. Ahora es un buen momento.
Él se volvió
hacia Hyukjae.
—¿Quién es
usted?
¿No conocía a Hyukjae?
Tenía que conocer a su hermano. Era Jungwoo.
—Lee Hyukjae.
Soy su... cuñado. —Señaló a Siwon con la cabeza—. Su... soy el hermano de Jungwoo.
El joven frunció
el ceño antes de que pusiera los ojos como platos.
—Lee Hyukjae.
¿El geólogo?
Hyukjae esbozó
una sonrisa ladina.
—Ese mismo.
—Ah. En fin...
—Su rostro adoptó una expresión nerviosa. Un rostro que Siwon por fin reparó en
que era distinto a como lo recordaba. Distinto, aunque muy familiar—. Esto es
un poco incómodo. Yo... no tenía ni idea. —Se pasó una mano por el pelo.
A Siwon se le
formó un nudo en el estómago. Era el mismo tic nervioso que Jungwoo tenía
cuando se ponía nervioso.
—Yo tampoco
—repuso Hyukjae. Se estudiaron durante un minuto—. Me han pasado su mensaje.
El joven se
ruborizó.
—Bueno... usted
parecía un poco... molesto por el artículo. Supongo que respondí... de mala
manera, diría ahora mismo, a tenor de la situación.
Hyukjae sonrió.
¿Por qué diablos sonreía?
—¿De qué están hablando? — preguntó Siwon, sin dejar de mirarlos. Él tenía la sensación de que
una panda de luchadores profesionales le estaba dando una paliza y ellos se
comportaban como si se conocieran. Si Hyukjae sabía que Jungwoo estaba tan
cerca y no se lo había dicho...
—Es el editor
del que te hablé el otro día, Siwon. El que escribió ese artículo.
Siwon lo miró
una vez más... miró a su Jungwoo. Miró al joven que solo podía ser su Jungwoo.
¿Por qué se comportaba como si no lo conociera? ¿Por qué no estaba aferrado a Sulli,
abrazándola con fuerza? ¿Por qué no lo abrazaba con fuerza a él? ¿Por qué no lo
abrazaba como él necesitaba abrazarle?
Mientras un
sinfín de preguntas se agolpaba en su cabeza y examinaba su cara de nuevo, se
dio cuenta de las diferencias. Su nariz era más fina, sus pómulos estaban un
poco más definidos y lucía una cicatriz en la sien que no recordaba.
«Editor. El que
escribió el artículo del que te hablé. Kim Heechul.»
El nudo que
tenía en el pecho creció. ¿Sería posible que ese joven no fuera Jungwoo?
Recordó la
conversación que mantuvo con Hyukjae en su despacho y la confusión reemplazó a
la estupefacción.
—¿El loco?
—¿Perdone? —él lo
fulminó con la mirada.
Hyukjae se echó
a reír.
—No, no. No es
nada. Solo una broma. Ah, esto es un poco incómodo. Usted... se parece mucho a
mi hermano. Creo que estamos todos un poco aturdidos.
¿Qué decía Hyukjae?
Era su hermano. ¿Verdad?
—¿Por qué no
entramos? — sugirió Hyukjae—. Puede contarnos a qué viene esto. Vamos. —Señaló
la casa.
El joven miró a
Siwon con recelo antes de rodearlo para que no pudiera tocarlo y colocarse
junto a Hyukjae.
Siwon se volvió
y los miró fijamente mientras se dirigían a la casa. Intentó aclararse las
ideas. ¿Sería posible que otra persona se pareciera tanto a su esposo? ¿Que hablara
como él? Si no era Jungwoo, ¿qué estaba haciendo allí? ¿Quería gastarles una
broma de mal gusto?
El contoneo de
sus caderas le llamó la atención. Y su corazón dio un vuelco muy doloroso.
Tenía la constitución de Jungwoo, las mismas piernas torneadas y el mismo
trasero perfecto. Incluso andaba como él.
El destino no
podía ser tan cruel. Dios no podía ser tan cruel. Tenía que haber una
explicación.
Santa madre
ResponderEliminarno,el destino no es cruel,por eso se lo esta devolviendo.
omg......todos los encuentros en un solo día,la niñña,siwon,hyuk y hae....dios,que impactante debe ser tener una perdida y tiempo despues tenerlo frente ati,pero creyendo que no puede ser,y que es alguien más