Al sentir que se rendía, Siwan lo besó con más dulzura, apelando a su pericia erótica para acariciar y lamer con su lengua hasta hacer que sintiera su corazón a punto de estallar.
—Dios, Heecheol —susurró él contra sus labios a la vez que le pasaba una
mano sobre su pecho deteniéndose en los duros pezones—. O Chelie, como sea que
te llames. No he podido olvidar la última vez que te tuve en mis brazos, y
quiero volver estar contigo de nuevo. Lo deseo locamente — dijo, y levantó la
cabeza para mirarla fijamente a los ojos—. Di que sí.
Al oír a Siwan llamarle Chelie, Heecheol salió de su ensoñación y cayó
en la cuenta de lo vergonzoso de su comportamiento. Sólo Kevin lo llamaba Chelie;
cuando su tía Sunghee se lo presentó como «Heecheol», él declaró que ese nombre
era muy largo y lo había llamado Chelie hasta el día de su muerte. Oír ese
nombre de boca de Siwan le pareció la peor de las traiciones.
—¡No te atrevas a llamarme así! —gritó, y se sacudió hasta que consiguió
liberarse de sus brazos y corrió a refugiarse tras la mesa redonda del centro
de la cocina. Rojo y tembloroso, se agarró al respaldo de una silla para no
perder el equilibrio.
Siwan se dio la vuelta y se recostó sobre la encimera. Al ver la fuerza
con la que agarraba la silla y sus ojos asustados, maldijo entre dientes. No
tenía que haber saltado sobre él con tanta brusquedad, pero lo había enfurecido
al llamarlo cerdo jugador, y había perdido el control, algo muy impropio
de él.
—¿El trago que he ofrecido? —repitió él en tono incrédulo—. ¿Estás loco?
Quiero que salgas de mi casa. ¡Ahora!
—¿Esa es manera de tratar a los invitados? —Siwan dio un paso
adelante—.¿Qué pensaría tu padre si supiera que su hijo se ha comportado así
con el nieto de uno de sus mayores accionistas? Y también está Kwanghee, como
antes has señalado —dijo, clavándole los ojos en el rostro.
—¿Mi padre? ¿Kwanghee? —Heecheol no sabía dónde quería llegar, pero tuvo
la desagradable sensación de que se trataba de una amenaza
—Kwanghee, al igual que casi todo el mundo, cree que estás a un paso de
la santidad y que has vivido como un monje desde que murió tu marido. Y la
verdad es que yo no me dejaría cortar la lengua antes que admitir haberte
tocado, como tú. De hecho, me haría muy feliz contarle a todo el mundo que te
acostaste conmigo el año pasado, aunque tal vez eso estropee tu reputación de
viudo perfecto.
Aquel duro comentario hirió a Heecheol profundamente. Su dolor no era
fingido. Echaba de menos a su marido todo el tiempo; le faltaba su amabilidad,
su cariño, su conversación y la sensación de amor y seguridad absoluta que Kevin
le había aportado. Pero aquel idiota, que probablemente no había amado a nadie
en su vida, tenía la cara dura de burlarse de su pérdida.
El desprecio de Siwan por sus sentimientos, transformó su dolor en
rabia, y Heecheol soltó el respaldo de la silla y cuadró los hombros.
—¿De verdad harías eso? ¿Harías daño a Kwanghee de ese modo? Lo cierto
es que no me sorprende —añadió, sacudiendo la cabeza. Sin esperar respuesta, dijo—.
Sígueme y te serviré ese trago.
Salió de la cocina sin comprobar si lo seguía y entró en el salón. Abrió
una antigua vitrina y de ella sacó un vaso de fino cristal que llenó de whisky.
—Me temo que sólo tengo whisky —y se giró para ver que Siwan estaba tras
él, mirando interesado a su alrededor—. Ten —dijo, y se cuidó de que sus dedos
no se rozaran al pasarle el vaso.
—Gracias —respondió él, y levantó una ceja de un modo que sólo sirvió
para recordarle que tenía que librarse de él cuanto antes.
—Es de malta irlandesa, y creo que es muy bueno. Yo no lo bebo, pero Kevin
sabía bastante de whisky —dijo, y fue a sentarse en un sofá junto a la gran
chimenea que presidía la sala—. Era su favorito. Ahora, dime qué es eso tan
urgente que tenías que decirme para venir a mi casa —y lo observó caminar por
la sala, súbitamente empequeñecida por su presencia, con el vaso en la mano—.
Puedes sentarte.
—Prefiero estar de pie, gracias —respondió él. Siwan se había dado
cuenta de que aquél era el santuario del desaparecido Jung Kevin... tomó
una fotografía enmarcada de entre otras muchas que adornaban una consola e hizo
una mueca. Era de la boda de Kevin y Heecheol, y él miraba a su marido con una
sonrisa de adoración. El tierno pero triunfante rostro del novio lo decía todo.
El hecho de que fuera bastante guapo, no ayudó a mejorar el humor de Siwan—.
Estabas muy guapo el día de tu boda —le dijo, mirándolo. Heecheol hizo un gesto
con la cabeza, pero no dijo nada.
Siwan dejó la foto en su sitio y miró las demás. Había una foto de grupo
de la boda; estaba claro que no había sido un enlace sencillo. En otra foto la
feliz pareja estaba en una barbacoa con amigos, y en otra, Heecheol al lado de
su marido, junto a una piscina. La imagen de una Heecheol casi desnudo con
aquel diminuto bañador agrió los sentimientos de Siwan aún más.
Frunció el ceño y tomó un trago de la bebida; era cierto que era
bueno, pero beber el whisky de otro hombre y desear a la pareja de un muerto le
dejaba un sabor amargo en la boca. Fue hacia él, que lo miraba con ojos fríos,
y se sentó en el sofá frente a él.
—Tu marido era atractivo. ¿Cuándo lo conociste? —preguntó Siwan, sin
saber muy bien por qué. Pero Heecheol lo tenía fascinado, como ningún otro
joven en años, o en toda su vida. Sereno y bello en el exterior, él ya sabía
que guardaba una pasión ardiente en su interior.
—¿Quieres una historia resumida de toda mi vida? —preguntó fríamente.
—Si eso es lo que quieres darme... sí—aceptó él. Heecheol empezó a
hablar a toda velocidad.
—Conocí a Kevin cuando tenía doce años y él veintiuno. Era becario de
investigación de mi tía Sunghee. Se convirtió en mi mejor amigo, y después en
mi novio cuando yo salí del instituto. Me animó para convertirme en florista y
me ayudó a montar mi negocio con Minwoo. Era amable, cariñoso y siempre estaba
de mi lado. Nos casamos cuando yo tenía veintidós años y cuatro más tarde, él
murió en un accidente haciendo vuelo sin motor.
—Tal vez fuera un modelo de virtud, pero también un poco estúpido para
arriesgarse a perder la vida haciendo vuelo sin motor con alguien precioso,
sexy y apasionado en casa —murmuró él,
A Heecheol no le gustó lo de «sexy y apasionado», que no tenía nada que
ver con él, pero no cambió su expresión.
—No lo conociste, así que tu opinión es irrelevante.
—¿Era un amante apasionado?
—Eso no es asunto tuyo —soltó, ofendido por su atrevimiento—. Y ya que
te he dicho lo que querías saber, ¿te importaría marcharte?
—Me gustaría acabarme el whisky primero —dijo, mostrando su vaso, y tomando
un sorbo. Después estiró las piernas perezosamente.
Heecheol pensó que había sido demasiado ingenuo al creerlo cuando
accedió a marcharse tan rápidamente. Deseó que se atragantara con el whisky,
pero forzó una sonrisa y dijo dulcemente.
—Si tienes que hacerlo...
—Gracias. He de decir que tu marido tenía un gusto exquisito con el
whisky, entre otras cosas —dijo, recorriendo su cuerpo con los ojos en un gesto
muy masculino.
Heecheol estaba allí sentado, tan tímido y frío... y él sabía que no era
ninguna de las dos cosas. Tenía la espalda recta, los brazos cruzados en ese
pecho de lujuria, y las rodillas juntas. No podía estar más a la defensiva, y
él se preguntó el motivo. Ya no era un niño, tenía veintiocho años, y no era
virgen, así que, ¿por qué intentaba negar la química sexual que había entre
ellos?
—¿Te has acostado con algún otro hombre aparte de conmigo después de la
muerte de tu marido? —preguntó él, y sus ojos brillaron de rabia.
—Desde luego que no —respondió sin
pensarlo.
—Ya. ¿Y por qué yo? —repuso Siwan, mirándolo fijamente a los ojos—.
Tengo derecho a saberlo. No me pasa todos los días que elijo a un acompañante hermoso,
le haga el amor y después él se ponga una alianza en el dedo mientras declara
que está casado.
—Los hombres decentes no hacen eso —dijo, enfadado por las preguntas tan
personales.
—Igualmente se podría decir que las parejas decentes tampoco hacen eso —le
espetó él secamente—. Eso nos iguala, ¿no te parece?
Heecheol enrojeció ante el insultante comentario.
—Preferiría no estar aquí hablando contigo.
—Por desgracia, eso no es una opción. No tengo intención de marcharme
hasta saber por qué te acostaste conmigo, aparte de por mis indudables
encantos, desde luego —dijo con una sonrisa torcida—. Por lo que recuerdo
caíste en mi cama por voluntad propia, y lo que siguió fue un encuentro de
pasión salvaje satisfactorio para los dos. Pocas veces he estado con alguien
con el que me haya compenetrado tan bien, así que ¿por qué las mentiras con los
nombres y con lo de tu matrimonio?
Se miraron en medio de un largo silencio cargado de tensión. Habían
compartido un breve momento de apasionada intimidad que Heecheol intentaba
olvidar a toda cosa, a pesar de que su piel se encendía al recordarlo. Y en
cuanto a lo de la compatibilidad... el estómago se le encogió y apartó la vista
de él para dirigirla a la ventana.
No tenía nada en común con aquel millonario sofisticado que era Im Siwan.
Se había educado en una familia de clase media, y fue tras la muerte de su appa
y el matrimonio de su padre con su secretario cuando cambiaron su cómoda casita
por el moderno piso en el centro y la empresa empezó a crecer a instancias de
su nuevo esposo. Fue entonces cuando la familia se hizo muy rica, según su
padre, aunque eso a Heecheol no le afectaba. Él vivía de su trabajo.
—Te he hecho una pregunta —dijo Siwan. Por su expresión adivinó que sus
pensamientos habían volado lejos de él y eso no le gustaba—. ¿Por qué mentiste?
El tono de su voz captó la atención de Heecheol. Pensar en el pasado no
lo ayudaba a superar aquella situación, y su sentido común le decía que Siwan
no se marcharía hasta tener una respuesta. Se levantó y lo miró.
—De acuerdo. Haremos un trato. Te diré lo que quieres saber —su
sinceridad le empujaba a decirle la verdad—. Pero tienes que prometer que
después te marcharas y no volverás a molestarme de nuevo.
—Me parece justo —aceptó él.
A Heecheol no acababa de convencerle su palabra, pero decidió concederle
el beneficio de la duda, aunque realmente no le quedaba otra opción para
librarse de él. Heecheol cruzó la sala, Leesangó su foto favorita de Kevin de
la consola y volvió al sofá. Miró la foto un momento y, al levantar la vista,
vio que Siwan lo miraba fijamente.
—El día que te conocí tenía que haber sido mi cuarto aniversario de boda
—dijo. Al ver la mueca que hizo él, supo que había marcado un tanto—. Pero no
fue sólo eso, sino una acumulación de... de desastres. Había llegado a Hansan
dos semanas antes, porque mi tía había insistido mucho. Era la primera vez que
iba y ni siquiera sabía que mi tía tenía una casa allí. Ella quería verme por
varios motivos, entre ellos, que el mes anterior, el médico le había dicho que
le quedaba poco tiempo de vida. Yo estaba muy afectado, y ella murió pocos
meses después de una fibrosis pulmonar.
Los ojos de Heecheol se llenaron de sombras
—Esta enfermedad suele estar asociada a la industria del asbestos, y mi
tía debió contraerla años atrás, cuando la protección contra incendios de los
laboratorios eran paredes y techos de ese material. Bueno, no estaban siendo
las vacaciones más felices de mi vida —continuó—, pero tratamos de divertirnos.
Trabajando en el jardín, me cayó una piedra en la mano y los dedos se me
hincharon tanto que tuvieron que cortarme la alianza
Miró a Siwan, que tenía una expresión vacía
—Lo llevé a una joyería del pueblo para que lo repararan e intenté
ponérmelo enseguida, pero aún tenía los dedos hinchados y no me entraba. Tú no
lo entenderás, porque no has estado nunca casado, pero estaba muy disgustado.
Normalmente no bebo, pero pedí un vaso de vino en la terraza de un bar mientras
esperaba al autobús, pero el camarero trajo una jarra. Tomé un par de
vasos, tal vez más, y estaba pensado en Kevin y en nuestra boda cuando...
bueno, ya sabes. Y apareciste tú —se detuvo y le ofreció la foto con toda la
intención—. Échale un vistazo
Él obedeció, pero no dijo nada
—Es mi foto favorita de Kevin, y cuando te miré a los ojos ese día, me
parecieron tan negros y cariñosos como los de él. Por eso te dije que me
llamaba Chelie, que es como él me llamaba. Después, entre la confusión y la
tristeza, te seguí. Admito que mi comportamiento fue lamentable, y para cuando
recuperé la cordura me quedé horrorizado —levantó las cejas—. Tal vez fuera el
reflejo del agua, porque tus ojos no son en absoluto como los de Kevin —dijo, y
al ver que él fruncía el ceño, se dio cuenta de que estaba desviándose del
tema—. Bueno, fui al baño, me vestí y me puse el anillo. Ya sabes el resto.
—¡Dios! —exclamó Siwan, pensando que la furia iba a hacer presa de él.
Oírle decir que se había quedado horrorizado después de hacer el amor con él ya
era bastante terrible, con que el resto... —. ¿Quieres hacerme creer que te
acostaste conmigo porque te recordaba a tu marido? —dejó la foto y se levantó
para acercarse a él—. No me parezco en nada a ese hombre.
Nunca se había sentido tan insultado en su vida y no iba a dejar que
Heecheol pisoteara su orgullo de ese modo. Lo miró de arriba abajo.
Sorprendido por su enfado, Heecheol vio sus mejillas ardientes y su
mirada fría y se dijo que tal vez no hubiera sido buena idea contarle a aquel
hombre tan arrogante toda la verdad. A su ego no le gustaría descubrir que lo
habían utilizado. Entonces recordó su fama de jugador y sonrió.
—No he dicho que te parecieras a él, sino que tus ojos me parecieron a
los suyos- dijo, intentando apaciguarlo—. Pero eso ya no importa, porque me
prometiste que te marcharías en cuanto te dijera la verdad, y eso he hecho.
Heecheol había respetado su parte del trato.
—Desde luego que me marcho —dijo él, y por un momento Heecheol pensó que
ya había acabado todo—. Pero primero te voy a demostrar que no engañas a nadie
más que a ti mismo —y antes de que pudiera reaccionar ante tan ofensiva
declaración, él lo abrazó y lo apretó contra su cuerpo. Su boca sensual atrapó
la de él con una ferocidad punitiva.
Por un segundo, Heecheol se quedó helado de la sorpresa e intentó
librarse de él, pero sólo por un segundo. «Otra vez no», suplicó Heecheol,
furioso contra aquel hombre con modales de cavernícola que no respetaba su
promesa de marcharse. Cerró el puño e intentó golpearlo a la vez que levantaba
la rodilla con fuerza con el objetivo de alcanzar la parte más débil de su anatomía.
Dando una muestra de reflejos, él evitó el golpe, pero perdió el equilibrio y
cayó al sofá, arrastrándolo con él.
Antes de saber qué había pasado, Heecheol se vio tumbado sobre el sofá,
de espaldas, con Siwan sobre él. Intentó zafarse de nuevo, pero le atrapó las
manos y se las sujetó por encima de la cabeza.
—Basta —dijo él—. No toleraré más violencia de un diablo como tú.
—¿Y cómo llamas a esto? —gritó él, revolviéndose, pero como respuesta a
su movimiento, notó su erección creciendo contra su muslo y fue consciente de
su error. Lo último que necesitaba era a Siwan excitado sexualmente.
—Una lección de cómo saludar a tu amante —dijo con una sonrisa, y Heecheol
supo que iba a besarlo.
Apartó la cabeza a un lado para evitarlo, pero eso le dio acceso a su
cuello. Gimió mientras sus labios subían por su piel hasta su oreja.
—Porque —añadió él—, aunque no te guste, yo soy tu último amante, y no
tu marido.
Enfurecido por su comentario, luchó para liberarse, pero el calor de su
aliento en su cuello, su olor familiar y el peso de su cuerpo sobre el suyo le
traían una multitud de recuerdos que había intentado por todos los medios hacer
desaparecer.
Siwan le tomó la barbilla y le obligó a mirarlo.
—Sabes que tengo razón —murmuró, y le besó pidiéndole acceso y que se
abandonara al deseo que había surgido entre ellos desde el primer momento que
se vieron.
Luchó contra el deseo de entregar sus labios a las caricias de su
lengua, y tal vez lo habría conseguido si él no hubiera sido un amante tan
experimentado; cuando le deslizó la mano bajó el sueter para acariciarle el
pecho, una oleada de excitación arrasó su cuerpo para llegar hasta su vientre.
Sus labios se abrieron involuntariamente a la lengua de Siwan, que se
abrió paso con un erotismo que encendió su pasión de un modo incontrolable.
Siwan encontró la rosada punta de sus pezones y la acarició hasta
endurecerlo de placer. Repitió el proceso con el otro a la vez que le devoraba
la boca con pasión.
Él levantó la cabeza y Heecheol gimió levemente. Como si fuera la señal
que Siwan estaba esperando, le quitó el sueter. Cuando Heecheol abrió los ojos,
él ya no tenía la chaqueta puesta y la miraba con ojos hambrientos. Después, él
bajó la cabeza y volvió a besarlo, primero los labios, la garganta y más
abajo... con la lengua empezó a dibujar círculos alrededor de sus pezones
hinchados, para después lamerlos y mordisquearlos.
Heecheol arqueó la espalda en respuesta a la excitación que recorría su
cuerpo. Había pasado mucho tiempo desde que estuvo en brazos de aquel hombre
por última vez, desde que había sentido el exquisito placer de la excitación
sexual y Siwan lo había seducido.
Heecheol lo atrajo más hacia su cuerpo poniéndole la mano tras la nuca,
a la vez que acariciaba su pelo negro. Cerró los ojos al rendirse completamente
a la sensación física. Después sintió que le ponía la mano en el vientre, pero
no recordaba cuándo le había desabrochado los pantalones. No le importó sentir
sus dedos deslizarse bajo su ropa interior y buscar su sexo.
Siwan levantó la cabeza, sus ojos ardientes sobre el cuerpo semidesnudo
de Heecheol. El era tal y como recordaba y tal vez más, y estuvo a punto de
explotar al ver su bello rostro sonrojado de pasión, sus preciosos ojos...
cerrados.
Siwan emitió un gruñido y se apartó.
—Abre los ojos, Heecheol —le pidió firmemente. El obedeció y lo miró con
ojos ardientes de deseo—. Di mi nombre.
—Siwan —murmuró, casi sin aliento, a la vez que intentaba apartarle la
camisa de los hombros.
—Otra vez —insistió él, para después inclinarse a lamer un pezón,
después el otro, y volver a sus labios. Sintió que se movía y deseó entrar en él,
con dureza, inmediatamente—. Mi nombre, Heecheol —pidió de nuevo.
—Siwan —gimió él—. Siwan, no
pares.
—Bien. Muy bien —y después, apretando los dientes y con un esfuerzo
sobre humano, se apartó y se puso de pie.
Heecheol lo miró con los ojos nublados de pasión e involuntariamente
levantó una mano hacia él. Sintió el aire frío contra su pecho desnudo, pero
esa frialdad no era comparable a la de sus ojos al mirarlo.
—Tenemos que parar porque, aunque dices mi nombre con ansia, no quiero
que vuelvas a confundirme con tu marido ni con ningún otro hombre de nuevo.
Heecheol tembló ante su implacable tono de voz. Algo había ido mal, y al
sentirlo, se sentó.
—Y por precioso que seas y deseoso que estés —alargó la mano y le apartó
un mechón de pelo de la frente—, no tengo intención de hacerte el amor en este
lugar dedicado a la memoria de tu esposo muerto —su voz sedosa fue como un
jarro de agua fría para los sentidos recalentados de Heecheol—. La próxima vez
que hagamos el amor será en el momento y en el lugar que yo elija, Heecheol.
Él lo miró incapaz de creerlo. Reconoció el cínico brillo triunfal de
sus ojos, el deseo que agrandaba sus pupilas y apartó la cabeza. ¿Había hecho
aquello sólo para alimentar su enorme ego? ¿Cómo podía haber sido tan tonto?
En su interior, el deseo y el asco que sentía por ese hombre libraban
una dura batalla. Su mirada se posó en la fotografía de Kevin, en el otro sofá,
y de algún modo le dio fuerzas. tomó aliento y decidió que no le daría la
satisfacción de ganarle la partida; jugarían a su juego.
—Bien pensado —dijo, forzando una sonrisa y levantándose para buscar su suéter—.
Tienes razón. Éste no es el lugar más apropiado—. Se puso la prenda y se tomó
su tiempo para recuperar el control de la situación antes de volver a mirarlo.
Si no sintiera tanta vergüenza, se hubiera echado a reír al ver la expresión de
su cara. Desde luego, él no había esperado que estuviera de acuerdo con él—.
Gracias por recordármelo, y... hablando de momentos... creo que ya es hora de
que te vayas.
Y echó a andar hacia la puerta, pero antes de dar tres pasos, él lo
agarró por el brazo.
—De repente eres muy razonable —le dijo.
—¿Y por qué no iba a serlo? —repuso él encogiéndose de hombros y
apartándole la mano de su brazo para abrir la puerta.
Heecheol salió de casa, cruzó el pequeño jardín y al llegar a la acera
de detuvo. Siwan estaba tras él. Con todo el coraje que logró reunir, lo miró a
los ojos, aunque aún estaba tembloroso de rabia y humillación.
—Después de todo, los dos sabemos que nunca ocurrirá. Porque tú eres
incapaz de hacer el amor —le dijo en voz baja.
—¿Incapaz? —repitió él, asombrado—. ¿De dónde te has sacado esa idea? No
me lo digas... estás frustrado porque no quiero hacerlo ahora —¿por qué seguía
ese joven insultando su capacidad sexual cuando se derretía en sus brazos
siempre que él quería?
Sacudió la cabeza. Heecheol era el joven más irritante que había conocido
y no necesitaba a alguien como él en su ordenada vida cuando podía elegir entre
docenas mucho más dispuestos. ¿Y cómo demonios había conseguido sacarlo a la
acera?
Heecheol vio cómo él se estiraba de rabia y le dio igual. Ya era hora de
que ese arrogante oyera unas cuantas verdades.
—No lo digo por frustración, sino porque es la verdad —declaró secamente—. Tú no haces el amor,
sólo tienes sexo, y mucho, con muchos. Supongo que es lo normal, teniendo en
cuenta tu riqueza. Para ser sincero, he
de reconocer que parece que sabes qué botones tienes que apretar —declaró—,
pero te falta mucha sensibilidad. Y, puesto que yo sé lo que es el amor de
verdad, no me voy a conformar con menos que eso —acabó, sin molestarse en
ocultar el desprecio que se adivinaba en su tono de voz.
Siwan deseó agarrarlo por los hombros y sacudirlo hasta que le
castañetearan los dientes. Estaba enfurecido por la disección brutal que había
hecho de su carácter, aunque en parte también estaba enfadado consigo mismo,
porque no podía negar completamente lo que había dicho Heecheol. tomó
aliento y luchó para controlar su temperamento.
—Eso dices ahora, Heecheol, pero «nunca» es mucho tiempo —y sonrió
incómodo—. Y tal vez no te quede elección.
—Siempre hay elección —aseguró Heecheol, y estuvo a punto de añadir «y
nunca te elegiría a ti», pero vio un brillo amenazador en sus ojos y contuvo su
lengua al sentir un escalofrío que le recorría la espalda.
—Cierto... pero a veces no se puede elegir entre lo bueno y lo malo, lo
correcto o lo incorrecto —siguió mirándolo—. A menudo hay que elegir lo menos
malo, como sin duda aprenderás.
Heecheol lo miró mientras se ponía la chaqueta, le dedicaba una mirada
de superioridad y se daba la vuelta. Fue hacia su deportivo negro aparcado a
pocos metros y no volvió la vista atrás ni una sola vez.
¡Por fin! Al verlo marcharse, pudo respirar aliviado. Se había librado
de él, y tenía que haberse sentido bien, pero al entrar en casa, lo único en lo
que podía pensar era en su expresión justo antes de darse la vuelta. ¿Qué había
querido decir con eso de no tener elección?
Media hora más tarde y con una taza de té en la mano, Heecheol se sentó
en el sofá y miró a su alrededor.
Las fotos y el resto de objetos que hasta entonces le habían hecho
sentir seguro allí, ya no tenían el mismo efecto. Era como si la presencia de Im
Siwan hubiera alterado el equilibrio del lugar irremediablemente.
No, eran imaginaciones suyas. Intentó distraerse viendo un rato la tele,
pero sólo aguantó diez minutos. Después se levantó y caminó por la sala sin
acabar de sentirse cómodo. Por fin decidió subir a ducharse y acostarse pronto.
Al día siguiente le tocaba ir al mercado de flores a las cinco de la mañana.
Dos horas más tarde, en la cama que había compartido con Kevin, aún no había
conciliado el sueño. Todavía notaba en los labios los besos de Siwan y no podía
quitarse de la cabeza las imágenes de su azaroso encuentro.
Le había sorprendido encontrarse de frente con su atractivo rostro en la
fiesta del día anterior, pero entonces empezó a imaginarlo arrodillado entre
sus piernas, en otra cama y en otro país, y empezó a acalorarse. Gruñó y
enterró la cabeza en la almohada para ahogar los recuerdos, pero sin resultado.
Los fantasmas del pasado habían vuelto para atormentarlo en el cuerpo de Im
Siwan.
Al pensarlo fríamente se dio cuenta de que había resultado un extraño
giro del destino lo que les había llevado a él y a Siwan a conocerse. La muerte
de su amado esposo el año anterior, la enfermedad de su tía y el disgusto por
la alianza lo habían dejado en un estado bastante lamentable. La torpeza de
aquella gente al golpear su mesa y derramar la botella de vino, habían sido la
gota que colmó el vaso y que hizo que viera a Siwan como su caballero al
rescate. Por eso creyó ver en él los ojos de su esposo.
Después, Siwan lo había acompañado a su lujoso yate, y le había ofrecido
una bata de seda de su armario.
—Puedes quitarte la ropa, ducharte y ponerte la bata. Haré que limpien
tu ropa mientras.
Como un autómata, Heecheol accedió y diez minutos más tarde salió del
baño vestido sólo con su ropa interior y toda su ropa, manchada, en la mano.
Justo en ese momento llamaron a la puerta del camarote y Siwan asomó por la
puerta. Él dijo algo en coreano que no pudo comprender, pero el brillo de sus
ojos tuvo un efecto paralizante sobre él. Por eso, cuando fue hacia él y le
puso la mano sobre la mejilla diciendo: «eres precioso, Chelie», él ni se
inmutó.
Volviendo sobre los hechos, Heecheol se dio cuenta de que debía estar en
estado de shock. Ningún hombre lo había visto desnudo más que Kevin, y nadie
más que él le había dicho nunca que era precioso ni lo había llamado Chelie.
Por eso no resultó sorprendente que cuando Siwan lo había besado con una
ternura casi dolorosa, él hubiera respondido del mismo modo.
Heecheol se revolvió en la cama y volvió a gruñir. Por más que se
empeñara en negarlo, lo que había pasado después en la cama con Siwan, no había
tenido nada que ver con lo experimentado junto a su marido.
Siwan le había acariciado todo el cuerpo y le había besado de un modo
que encendió un fuego en su cuerpo que nunca había conocido hasta entonces.
Cuando se apartó de él fue para quitarse la ropa a toda velocidad mientras él
temblaba con violencia, fascinado al ver su cuerpo desnudo. Antes de que
pudiera recuperar el sentido, Siwan lo había tomado en sus brazos
susurrándole palabras cariñosas al oído. La pasión explotó entre ellos cuando
él volvió a besarlo, y con unas pocas caricias más, entró en un estado de
erotismo salvaje desde el que no había marcha atrás. Había cerrado los ojos a
todo lo que le rodeaba y por unos minutos su mundo fue el hombre que lo tenía
en sus brazos, que lo deseaba. Se tocaron y se saborearon el uno al otro en
medio de un estado de frenesí que terminó en un maravilloso climax que los dejó
sudorosos, saciados y sin aliento.
Recordar aquello fue demasiado para Heecheol y, perdida toda esperanza
de conciliar el sueño, bajó a la cocina a prepararse una taza de leche
caliente.
Por la mañana vería aquello con una luz distinta, se dijo. Im Siwan se
había ido y probablemente no volviera nunca, teniendo en cuenta cómo lo había
insultado. Y dado que era el novio de Kwanghee, sería inofensivo. Si Heecheol
volvía a cruzarse con él en casa de su padre, con intercambiar con él un par de
comentarios educados sería suficiente.
Todo mal hacen de veras
ResponderEliminarCon una palabra se arruina todo...tonto Siwan,qué tiene que andar alardeando de esto y de lo otro...ㄱㄱ
Tan sincero Heecheol diciendolo del por qué se fue con él y por qué accedio a acostarse con él...bueno,a Siwan no le gusto escucharlo,pero fue la verdad y él la quería.
Ahora los dos se han puesto un objetivo personal...en qué acabará cuando se encuentren la próxima vez.
Porque seguro que se veran muy pronto,nada más que a Siwan se le aclaren las ideas y sepa que hacer
juro que la historia se pone cada vez mejor :) La pareja de Hee y Siwan es una joyaa pero swian es muy tonto para tratar con Hee dberia de bajarle los humos a este chico espero y Hee lo logre :)
ResponderEliminarGracias