Último Deseo- Capítulo 4

Donghae intentó acallar el pánico que se amotinaba dentro. ¿Qué diablos estaba pensando al elegir al hombre más frío del grupo?

Al menos no lo decepcionaría. Todos los demás le habían mirado con tal esperanza. Supo que aplastaría sus espíritus. Pero no a Hyukjae. Él sólo lo había mirado, aceptando lo que fuera que él decidiera. No había motivaciones ocultas en su mirada, ningún sueño que fuera a destruir. Era el único hombre aquí que no le estaba exigiendo algo que sabía que nunca podría dar.

El silencio cayó sobre la sala ante el anuncio, entonces explotó en asombro, cólera e incredulidad.

—Eso es todo —gritó Leeteuk sobre el ruido—. Está hecho. Despejar la habitación.

Hyukjae no se había movido de su asiento. Él no hizo más que estremecerse. Siguió mirándole con esos ojos tranquilos y negros que no registraron ninguna emoción.

Finalmente, se puso de pie. El pánico se profundizó. Estaba loco por hacer esto. Certificadamente demente.

Hyukjae dio un paso hacia él y él se escapó, como un pequeño conejo asustado. Se abrió paso entre la multitud hacia la siguiente puerta, ignorando el frenético zumbido de la piel mientras accidentalmente tocaba a los hombres y corrió a través del vestíbulo hacia su suite.

Donghae se escabulló dentro, dando un portazo, entonces se apoyó contra la madera, jadeando. El corazón le estaba latiendo tan rápidamente que apenas podía escuchar. La madera a la espalda vibró con un fuerte traqueteo.

El corazón se le alojó en la garganta otra vez, robándole la poca calma que había logrado recuperar.

—Abre —dijo Hyukjae—. Necesitamos hablar.

—Más tarde —contestó a través de la puerta.

—No. Ahora.

Él tenía razón. Cuanto más se opusiera a esto, peor iba a resultar. Ya estaba temblando y aturdido por sufrir a través de esa ceremonia. Era mejor terminar con esto cuanto antes.

Abrió la puerta y se apartó de ella como si estuviera en llamas. Hyukjae pasó dentro, cerrando tras él.

—¿Qué diablos fue eso? —demandó Hyyukjae. Su boca estaba apretada y su cuerpo temblaba de cólera.

Donghae había visto esa mirada antes. Era la misma que tenía cuando mataba.

Donghae luchó por encontrar la voz.

—Pensé que estarías feliz.

Al menos hasta que se fuera, como había planeado hacer. Se puso furioso y ahora que se estaba enfrentando a esa cólera, no estaba seguro de que quisiera estar en el extremo receptor de la misma.

Su voz se volvió tranquila, pero eso no lo hizo menos frío.

—Hay docenas de hombres que te necesitan más que yo.

—No puedo ser lo qué quieren que sea.

—¿Qué diablos significa eso? Ya eres lo qué quieren que seas.

Donghae negó con la cabeza.

—No. Creen que soy una especie de salvador. Que soy lo que han estado esperando durante toda su vida. Es mucha presión. —Tragó, obligándose a mantener la posición—. Pero no tú. Tú no tienes ninguna esperanza.

Sus ojos negros se estrecharon y él se movió hacia adelante, su andar suave amenazante y depredador. Su voz letalmente tranquila, lo miró con una suspicacia no disimulada.

—¿Qué quieres decir?

Donghae retrocedió hasta que se tropezó con el sofá, el cual le impidió retirarse más.

—Los demás… todos ellos me vieron como si fuera la respuesta a sus problemas. No lo soy. Tú entiendes eso.

—¿Así que me escogiste porque no puedes salvarme?

El negó con la cabeza.

—Porque no pareces querer ser salvado. Me imaginé que cuando fracasara en ser lo que todas estas personas piensan que seré, mi fracaso sería más fácil para ti que para los demás.

—Estás equivocado. Considéralo de nuevo. Escoge a alguien más.

—¿Por qué?

Donghae oyó voces amortiguadas a través de la puerta. Alguien dijo algo sobre abrir la cerradura remotamente y su puerta se abrió de repente. Shindong estaba allí, con Kangin y Leeteuk detrás de él.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto Hyukjae.

—Pareces disgustado —dijo Shindong—. Estoy aquí para no dejarte hacer nada estúpido.

Una fachada de calma cubrió la cara de Hyukjae. Se había ido la cólera que había estado allí sólo hacía un momento, como si simplemente le hubiera permitido alejarse.

—Por supuesto que no estoy enfadado. Sólo estoy ansioso por completar nuestro vínculo. No pensé que fuera correcto hacerlo en público, restregarlo, por así decirlo.

—No habrá vínculo —dijo Donghae.

Cada cabeza giró en su dirección y cuatro pares de ojos descansaron sobre él.

—¿Qué? —preguntó Shindong mientras se movía hacia adelante. Detrás de él, Kangin cerró la puerta.

Donghae estaba siendo intimidado. A él no le gustó. Enderezó los hombros.

—Nuestro trato fue que escogiera a un hombre, no que hiciera ninguna otra cosa. He escogido. Ahora tenéis que dejarme ir. Solo.

—Y una mierda —dijo Hyukjae—. Si vas solo allí fuera, sin ningún poder, serás devorado antes de que salga el sol.

—Shindong me lo prometió —dijo, entonces miró a Shindong—. ¿No es así?

Su cara se retorció de frustración y le miró furioso.

—Me engañaste.

—Deberías haber hecho un mejor trabajo con la letra pequeña.

—Nunca podrás tener una vida normal —le dijo.

Donghae se sobresaltó, sintiendo el golpe de sus palabras hasta la punta de los pies.

—Puedo y lo haré.

—Tiene razón —dijo Leeteuk—. Por favor, sólo piensa detenidamente sobre esto.

Tenía que salir de allí. Ese lugar le estaba matando con todas las expectativas y la presión.

—He pasado semanas pensando en esto. Todo lo que quiero para que mi vida vuelva a algo parecido a la manera en que solía ser. Quiero un trabajo, una carrera. —Una familia. El bebé Eunhae le había dado una muestra de algo que nunca había pensado que querría, pero ahora lo hacía. Aunque no había forma de que fuera a criar a un niño en este lugar. Su hijo tendría una vida normal.

—No es seguro —dijo Leeteuk, en tono gentil.

Donghae miró a Shindong.

—Lo prometiste. Díselo.

Su labio se alzó en un gesto de frustración y cólera.

—El tiene razón. Le prometí que podría salir si escogía a alguien. Ha hecho su parte y a pesar del hecho de que es estúpido, temerario y demente, tenemos que dejarlo ir.

—No lo haré —dijo Hyukjae, su mirada fijada firmemente en Donghae—. Yo no hice ninguna promesa.

—Tú no lo harías —dijo Donghae.

—¿Parezco un hombre que está de broma? Si te vas, yo voy también. Te guste o no te guste, me escogiste. Ahora estás ineludiblemente comprometido conmigo.

—Jamás me pondré tu collar.

Él se encogió de hombros.

—Bien. No lo hagas. Aun así no voy a dejarte morir allí afuera. Te di mi voto y tengo la intención de mantenerlo.

Amable y gentil no eran palabras que Donghae usaría para describir a Hyukjae. Lo había escogido porque él era frío… porque parecía no tener expectativas, pero ahora estaba comenzando a ver el error en la decisión. Esa frialdad no iba a conseguirle cualquier favor o comprensión. Lo mejor que podría esperar por ahora era que eventualmente Hyukjae descubriría que él no valía la pena, y se fuera a buscar a alguna otra pareja.

—Bien —espetó. Fue hacia donde tenía la maleta y levantó el asa para hacerla rodar fuera—. Pero ya he preparado el equipaje y estoy listo para irme, no voy a esperar.

Hyukjae le quitó la maleta. Sus dedos rasparon los suyos y el resultado de su toque fue inmediato. Una serie de burbujas se le deslizaron por las venas y estallaron en puntitos de calor. Se sentía terriblemente bueno, sobresaltándole con fuerza. Tuvo que reprimir el impulso de cerrar los ojos y disfrutar de la sensación, dejándose llenar. Le hizo olvidarse completamente del frío de las cavernas y las cosas que había soportado. La atención estaba en el pequeño sitio de la piel que se conectaba con la suya.

No era correcto. Ni siquiera era real. Tenía que recordar eso y no dejar qué cualquier magia que él poseyera le sacara de su ruta.

Donghae sacudió la mano lejos, ya lamentando la pérdida del contacto.

Su cuerpo se apretó con fuerza, como si él acabara de recibir un golpe, pero siguió mirándole sin pestañear.

Donghae se frotó la piel en un esfuerzo por deshacerse de su toque. No quería sentir nada mágico, sin importar lo bueno que pudiera ser. Todo lo que quería era que todos mantuvieran sus manos sobre sí mismos.

Shindong abrió la boca, pero Leeteuk le agarró del brazo, deteniéndolo antes de que pudiera hablar. El se inclinó y susurró algo en su oído. Shindong asintió con la cabeza, entonces clavó los ojos en Donghae especulativamente.

—Te veremos cuando regreses —dijo Shindong.

—¿Qué fue eso? —preguntó, mirando a su medio hermano.

—Nada —dijo Leeteuk—. Vayan a hacer lo que necesitan hacer. Siempre tendrás un sitio aquí siempre y cuando lo quieras.

Donghae no estaba seguro de lo que estaban haciendo, pero dudaba que le gustara si lo supiera.

—No planeo regresar.

—Lo sé —dijo Leeteuk—. Pero espero que cambies de idea. Te extrañaré mientras estés ausente.

Donghae no podía soportar ninguna despedida emocional. Leeteuk era su hermanastro, pero eso era todo. No se conocían. No tenían ninguna conexión, ninguna historia compartida. Todo lo que tenían era una afección similar... una enfermedad mágica que atraía a estos hombres hacia ellos... una para la que Donghae esperaba poder encontrar una cura o con la que pudiera llegar a vivir eventualmente.

—¿A dónde irás? —preguntó Shindong.

—Al sur —mintió—. Florida, Tal vez.

A su lado, Hyukjae gruño incrédulamente.

—Es pleno día. Si piensas en serio lo de irte, necesitamos hacer algunos kilómetros antes del anochecer.

Donghae miró a Leeteuk, viendo sus ojos llenarse de lágrimas.

—Lamento no poder ser lo que quieres... lo que cualquiera de ustedes quiere.

—No quiero que seas nada sino feliz —dijo Leeteuk.

Donghae no estaba poniendo sus miras tan alto. Estaba satisfecho con simplemente ser libre.

Henry levantó la capucha sobre la cabeza, empujó las gafas de sol robadas sobre la cara y caminó a través de los pasillos de la SM como si perteneciera al lugar. Mantuvo la cabeza agachada, sin mirar a nadie mientras hacía su huida.

Oyó voces de niños mientras atravesaba el comedor abierto y la zona de ocio. El olor a café -algo que le recordaba a su madre muerta- le inundó la nariz, dándole una punzada de dolor. Su madre se había ido hacía mucho tiempo. Los demonios la habían matado y devorado cuando Henry tenía ocho años, la noche que había sido secuestrado por los monstruos y su vieja vida había terminado.

La luz que se filtraba debajo de las gafas le quemó los ojos. O tal vez eran lágrimas. No podía decirlo. Había demasiada luminosidad para él. Todos esos años bajo tierra le habían sensibilizado los ojos. Tristemente, estas personas estaban tan ciegas que necesitaban iluminar este lugar como la superficie del sol solamente para poder ver sus propios pies.

No importaba. No se quedaría allí por mucho tiempo. Sólo tenía que tolerar la luz tanto como le llevara llegar al coche de su hermano Heechul. El sol se estaba poniendo. Estaría oscuro pronto y el ardor detrás de los ojos se aliviaría.

Sooman -el señor Saesang que lo había enjaulado y torturado durante años-estaba dormido ahora, escondiéndose como un cobarde, pero él todavía podía sentirlo recorriéndole las venas, riéndose con cada latido del corazón. Sooman estaba débil ahora. Cerca. Podría encontrarlo y capturarlo antes de que alguien se diera cuenta incluso de que se había ido.

La bolsa en el hombro pesaba, retrasando el avance hacia el garaje. Durante las últimas semanas, había recopilado todo lo que necesitaría: cuchillos, sogas, fósforos y otras herramientas que podría usar para convertir la vida de Sooman en el infierno viviente que él había hecho de la suya. Había gastado bastante tiempo pensando únicamente en cómo iba a torturarlo antes de que lo dejara morir. Encontrarlo y hacerle pagar, era todo lo que importaba.

El dolor no era suficiente. Tenía que causarle miedo, también. Infinidad de éste, tanto como él le había provocado y a los demás durante su infancia. Desde el rescate, había pasado casi cada momento de vigilia inventando formas diferentes para hacerle gritar. No sólo quería que él sufriera... lo quería destruido, roto y suplicando por su vida. Entonces y sólo entonces, después de que el eco de su último grito se hubiera extinguido, podría descansar. Finalmente y verdaderamente sería libre de él.

Capturar a Sooman iba a ser difícil, pero sabía que él y sus guardias eran más débiles durante el día, atrapado bajo tierra, lejos del sol. Podría entrar a hurtadillas en sus cavernas de forma inadvertida. Después de todos los años que le obligó a tomar su sangre, empujándola en las venas, haciéndole beberla, incluso olía como uno de ellos. Kevin se lo había dicho así a Hyungsik cuando habían pensado que él estaba durmiendo.

Al principio había intentado restregarse para limpiarse, pero sin importar cuántas veces se lavara, sin importar cuántos jabones utilizara en la piel, el hedor estaba todavía allí, rezumando por los poros.

Ahora comprendía eso como el regalo que era. ¿Quién más podría escabullirse en una caverna Saesang sin ser detectado?

Sooman probablemente no había comprendido lo que había hecho y ahora iba a regresar para cazarlo.

Una sonrisa lenta de excitación le tiró de la boca mientras apresuraba el paso. Kevin podría ir a verle tan pronto como se despertara, así que tenía que estar lo suficientemente lejos para entonces.

Sin importar lo arduamente que él lo hubiera intentado, sin importar cuántas veces había llegado a él con palabras suaves y ojos amables, todos sus esfuerzos para limpiarle la sangre habían fallado. Lo había dejado débil y tembloroso, su boca llena de ampollas por la sangre.

Él era una de ellos, un monstruo. Un Saesang. Su sangre estaba dentro de él, ardiendo en las venas y llamándolo de regreso a ellos.

Parte de él quería responder a esa llamada.

Henry giró la última esquina y casi chocó con uno de los Suju. El miedo dio bandazos en el pecho y comenzó a darse la vuelta para correr, los instintos gritándole que escapara. Antes de que diera siquiera un paso, él se movió para bloquearle el camino.

—Vaya —dijo él—. Baja la velocidad.

Las palabras se le alojaron en la garganta. El corazón estaba latiéndole rápidamente y se escuchó a sí mismo jadeando. En este momento debería haber sido mejor escondiendo el miedo, pero él le había sorprendido y no parecía mantener muy bien el control de sí mismo desde que llegó aquí. Estas personas eran demasiado agradables. No estaba acostumbrado a eso, lo cual le dejaba confuso y suspicaz. En cualquier momento, sabía que se volverían contra él y estaba aburrido de esperar que sucediera.

Levantó la mirada y vio la cara del hombre. Él estaba tratando de sonreírle. Tenía brillantes ojos y cabello igual de oscuro que el del marido de Heechul.

—¿Dónde ibas tan rápido? —preguntó él, su voz tranquila y suave como si estuviera tratando de no asustarlo.

—Sólo tengo que hacer algo de ejercicio.

Él sacó un teléfono de su bolsillo y comenzó a jugar con él, sus dedos gruesos volando rápido. Lo observó a él y no lo que estaba haciendo.

—La única cosa al final de este corredor es el garaje. No estarías tratando de escabullirte, ¿verdad?

Lo había pescado. Estaba arrinconado. Atrapado. El pánico rastrilló sobre la piel y comprendió que había una única cosa que podía hacer para escapar.

Henry se movió rápido, sin darle tiempo de reaccionar. Sacó un cuchillo para cortar carne de la bolsa y se lo clavó en el tórax.

Zhoumi se quedó mirando con incredulidad el cuchillo enterrado en su pecho. El dolor irradió fuera de la herida, pero no era nada comparado con el dolor que soportaba cada día mientras el poder crecía. Nada se comparaba a la traición que sintió.

Henry lo había apuñalado. Todo lo que había querido hacer era impedirle salir y llegar a ser herido o asesinado. Diablos, ni siquiera lo había tocado, a pesar del deseo de ver si él sería el que podría salvarle la vida.

Donghae sin duda no lo había querido. No es que él lo culpara.

La mano pequeña de Henry estaba todavía envuelta alrededor de la empuñadura de madera del cuchillo. Cuando él lo sintió cogerlo, probablemente para arrancarlo y apuñalarlo otra vez, cubrió su mano con las dos de él, sujetando el cuchillo en el lugar.

El dolor que el poder creciente causaba pareció mitigarse. Los bordes se redondearon y la presión acumulada detrás de los ojos se alivió. Todo dentro de él se volvió calmado y tranquilo, hasta el corazón se le detuvo por unos cuantos segundos eternos.

Henry era compatible con su poder. Él podría salvarle.

Él no había estado tan cerca de Henry antes, pero ahora que estaba mirándolo, se dio cuenta de que solamente era un niño. Un niño feroz, desquiciado.

Sus ojos se ampliaron con asombro y entonces un gesto rabioso deformó su cara y un gruñido bajo de advertencia fluyo de sus labios.

En ese momento, él se dio cuenta de que su compatibilidad no importaba. No podría pedirle nada. Había estado allí la noche en que había sido rescatado. Sabía por lo que había pasado. No era justo pedirle que hiciera nada más que curarse y fortalecerse.

Zhoumi ignoró la inútil oleada de esperanza, empujó a un lado el dolor de la herida y no mostró ninguna debilidad. El tono cobró la misma cualidad desilusionada, represiva que su padre había usado con él demasiadas veces cuando era un niño.

—¿Qué diablos piensas que estás haciendo? No puedes ir por ahí apuñalando a las personas así.

Henry intentó arrancar con fuerza su mano y retorció el cuchillo, quemando como fuego. Sus labios retrocedieron, dejando al descubierto sus dientes.

—¡Déjame ir!

—Ni lo pienses. Te quedarás justo aquí hasta que Heechul aparezca.

—Él piensa que estoy durmiendo. Yo me escabullí fuera mientras estaba en la cama con Siwon.

—Lamento decírtelo, muchacho, pero le mandé un mensaje. De hecho…

El ritmo pesado de pasos llegó golpeando por el pasillo. Heechul rodeó velozmente la esquina, con cara sonrosada y casi descamisado. Siwon estaba a sólo un par de pasos detrás, él estaba sin camisa y descalzo.

Henry dejó escapar un grito de frustrada afrenta.

—Gracias por venir —dijo Zhoumi—. Ahora que estáis aquí para lidiar con él, puedo quitarme este cuchillo. Sugiero que penséis en algo que hacer con él antes de que lastime de verdad a alguien la próxima vez.

Él no esperó a ver cómo se acercaba Heechul a su hermano desquiciado. No era asunto suyo. Tanto como deseaba otra cosa, tanto como gustosamente habría alterado su vida para ayudar a Henry a curarse, todo lo que le podía ofrecer era la carga añadida de salvarle la vida a él.

Daba igual. Era demasiado joven para que pensara en él como cualquier cosa que no fuera un niño y demasiado inestable para cualquier clase de relación, aun si pudiera pasar por alto su edad. No importaba lo paciente o suave que fuera él no viviría lo suficiente para ayudarlo.

Henry obviamente era la clase de chico que le clavaría a un hombre un puñal durante el sueño. El Saesang lo había convertido en eso, despojándolo de la vida que pudiera haber tenido.

Esperaba que Heechul improvisara algo pronto. Henry era un peligro para sí mismo y para los demás y a menos que quisieran que las personas fueran lastimadas, iban a tener que encerrarlo. Había pasado su infancia secuestrado por los Saesang, siendo torturado y habiéndose alimentado de su sangre. No creía que la cautividad fuera a sentarle bien.

Sólo el pensamiento le ponía enfermo.

Él sólo podría ser suyo. Dentro de algunos años. Cuando fuera mayor y se hubiera curado.

No estaba seguro de que tuviera tanto tiempo disponible. Su Marca de Vida se estaba muriendo. La asiduidad con la que las hojas estaban cayendo había aumentado recientemente. No había manera de saber cuánto tiempo le quedaba, pero él estaba medianamente seguro de que no sería el suficiente para que Henry sanara de verdad.

El dolor latió en los huesos de Zhoumi. Era peor ahora de lo que había sido hacía sólo algunos minutos. Apenas podía incluso sentir el cuchillo asomando de él. Poner un pie delante del otro le requirió de toda la concentración. Quiso correr de regreso hacia él para que pudiera hacer que el dolor se detuviera.

¿Qué pasaría si no pudiera controlarse mientras el dolor crecía? ¿Qué pasaría si él le obligara a hacerlo detenerse?

Zhoumi había visto lo que le sucedió a sus hermanos mientras alcanzaban el final de sus vidas. Se volvían más oscuros, furiosos y desesperados. Había visto que hombres buenos hacían cosas malas. ¿Qué pasaría si él hiciera lo mismo con Henry?

Había una única cosa en la que él podía pensar en hacer... sólo una forma para conservarlo para sí mismo.

Tan pronto como Kevin le hubiera sanado la puñalada, iba a negociar con el Zea... para hacer que le retirara el recuerdo de los últimos minutos pasados, darle cualquier cosa que él le pidiera. Si no sabía que Henry podría salvarle, Henry estaría a salvo. Era la única manera en que él pudiera estar seguro.