¡DEMONIOS! ¡Era Siwan de nuevo! —maldijo Heecheol colgando el teléfono
mientras miraba a Minwoo—. Parece que mañana me voy de compras con Kwanghee
porque él así lo ha decidido. ¿Es que cree que no sé vestirme solo?
—No —rió Minwoo—. Como buen hombre que es, habrá pensado que eso ayudará
a que Kwanghee y tú limen asperezas. Está claro que está loco por ti y me
parece de lo más romántico que te llame varias veces al día. Si tuvieras un
poco de cabeza, te tomarías el resto de la semana libre y te dedicarías a
mimarte para cuando regrese.
A Heecheol no le parecía que hubiera nada de romanticismo en todo
aquello, pero no dijo nada. El viernes anterior le había dicho a Minwoo que
estaba prometido y le había contado la versión de Siwan de los hechos.
Sorprendentemente, su amigo se había tragado toda la historia y estaba encantado
por él. Ya era martes, y Siwan no volvería hasta el jueves. El viernes se
marcharían a Corea con su familia para asistir a la boda al día siguiente. Si le
llamaba una y otra vez era para mantenerlo informado al minuto de los
preparativos de la boda, como si a él le importase mucho. El teléfono volvió a
sonar y Heecheol dio un respingo.
—Contesta tú, Minwoo, y si es él, dile que he salido —soltó—. Dile que
he ido a hacer la mudanza.
—¿Y lo vas a hacer? —preguntó Minwoo, alargando la mano para responder
al teléfono.
—Sí —dijo Heecheol—. De hecho, me tomaré el resto de la semana libre, como
has sugerido. ¿Estás seguro de que puedes apañártelas?
—Genial. Entonces te veré en la boda, el sábado —y salió a toda prisa de
la tienda antes de que Minwoo pudiera cambiar de idea. Si oía otro comentario
más sobre la suerte que tenía de casarse con un multimillonario tan guapo,
empezaría a gritar. Además, tenía que hacer una visita que no podía retrasar
más tiempo.
Pasó por casa a cambiarse y después tomó camino. No le apetecía contarle
a sus suegros que iba a casarse de nuevo, pero, sorprendentemente, Han y Kibum
se alegraron mucho por él y le dijeron que era demasiado joven para permanecer
soltero el resto de su vida, y que Kevin le habría dicho lo mismo.
Cuando llegó a casa la tarde siguiente después de estar todo el día de
compras con Kwanghee, estaba agotado. Se le acababa el tiempo. Siwan volvería
al día siguiente y no había hecho las maletas ni había organizado la casa.
¿Tenía que hacerlo realmente? Tomó la foto de su boda en la mano y sonrió, pero
ya había tomado una decisión, y la dejó enseguida en su sitio.
Una hora más tarde cerraba la puerta tras él dejando su casa tal y como
estaba. En el maletero de su coche llevaba tres maletas con las cosas
necesarias para los siguientes días.
Sam, el portero, se empeñó en ayudarlo con las cosas y él se lo
agradeció con una sonrisa y una generosa propina. El salón del apartamento de Siwan
era tal y como lo recordaba: frío y desangelado, al igual que la cocina y el
comedor. Las habitaciones no eran muy distintas, aunque el estudio, con sus
altas estanterías repletas de libros y el escritorio antiguo, supuso un cambio
a mejor.
Heecheol tomó una maleta y la llevó a la habitación principal. La última
vez que había estado allí no se fijó demasiado en la decoración, y se llevó una
grata sorpresa. Estaba decorada en color crema e índigo, con una alfombra con
motivos coreanos en el suelo. Las cortinas ocultaban un ventanal que daba a una
terraza amueblada con un sofá, un sillón y una mesita baja. El ambiente en
general era mucho más acogedor que el del resto de la casa.
Al mirar la enorme cama, Heecheol se sonrojó. Rápidamente apartó la
mirada y decidió explorar adonde daban las dos puertas de la pared opuesta a la
cama. Enseguida descubrió un lujoso baño con dos duchas y un jacuzzi, mientras
que en la puerta de al lado había un armario apenas ocupado por algunos trajes
de Siwan, lo que claramente confirmaba que pasaba muy poco tiempo allí. Heecheol
deshizo las maletas rápidamente mientras se alegraba de esto último. Fue a
dejar sus prendas sobre la cómoda, pero no calculó bien la distancia y la caja
y su escaso contenido acabaron en el suelo.
Cinco minutos después, Heecheol seguía buscando de rodillas bajo la
mesa, la última joya que le faltaba por encontrar: la cadena de diamante y
platino.
—Vaya, eso es lo que yo llamo un agradable recibimiento —el cuerpo de Siwan
respondió lleno de entusiasmo al ver el trasero de Heecheol. Había reconocido
ese trasero con alegría, y eso junto con el hecho de encontrar a Heecheol en su
piso, lo puso eufórico. Incapaz de resistir, le dio una palmada.
Él oyó la voz familiar un momento antes de sentir la mano sobre su
trasero. Levantó la cabeza rápidamente y se golpeó con el borde de la mesa.
—¿Qué demonios...? —chilló, y salió gateando de donde estaba, enfurecido—.
Qué poca delicadeza.
—Lo siento —dijo él, entre risas pero sin dejar de observar su precioso cuerpo,
lo que hizo que su pulso se acelerara un punto más—. Pero tienes un trasero
delicioso, Heecheol, y no he podido resistirme —le ofreció una mano para
ayudarle a ponerse en pie.
Sorprendido por su aparición y consciente de su escrutinio masculino, el
corazón se le desbocó. Ignorando su mano, Heecheol se levantó sin elegancia
alguna.
—Pues ya es hora de que lo intentes. No es muy educado darle palmadas en
el trasero a una pareja.
—Heecheol, tal vez tu vida sexual hasta ahora haya sido demasiado
acomodada —le dijo, burlón, lo que hizo que se enfadara aún más.
Lo cierto era que en todas esas noches a solas, con el recuerdo de su encuentro
fresco en la memoria, él había empezado a pensar lo mismo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le dijo, para cambiar de tema—. Se supone
que no volvías hasta mañana.
—He acabado antes de lo esperado —y dio un paso hacia él, ante lo cual, Heecheol
retrocedió, pero la cómoda le detuvo—. No podía esperar más—le puso las manos
sobre la cintura y después le acarició la espalda hasta la nuca—. Para verte...
—inclinó la cabeza, y el instinto de Heecheol fue zafarse de él—. Y hacer
esto...—le dijo, y empezó a deslizar la lengua entre sus labios separados. El
sabor de su lengua le provocó a Heecheol un vuelco en el corazón y olvidó toda
intención pasada de librarse de aquel placer.
Se fundió contra él, intoxicado con su aroma y el poder de su abrazo,
así que cuando se separó, gimió en protesta.
Siwan murmuró algo que él no pudo comprender y lo colocó sobre la
cómoda. Con la boca recorrió su cuello y lamió la suave piel con una intensidad
feroz. Cuando le abrió la camisa de seda, el pezón se irguió casi
inmediatamente contra su palma.
Apartó la mano y Heecheol gimió, pero él cubrió el pezón con sus labios
para volverlo loco con la lengua y los dientes. Después bajó para acariciarle
entre las piernas, por encima de la seda de su ropa interior. Heecheol emitió
un quejido y el levantó la mirada. Sus ojos se encontraron y no fue necesario
preguntar ni responder nada. Él deslizó los dedos bajo la fina tela y volvió a
atrapar su pezón con la boca para seguir dándole la dulce tortura que Heecheol deseaba.
Heecheol nunca había experimentado nada igual, nunca se había excitado
tanto y tan rápido, y separó las piernas por instinto, ya al borde del climax.
En ese momento, él se detuvo, se incorporó y le quitó la ropa con increíble
rapidez.
Heecheol lo miró, deseoso, mientras se bajaba la cremallera. Después, en
un frenesí de pasión, le agarró el trasero y lo atrajo hacia sí para penetrarlo
con fuerza. Se agarró a él rodeándolo con las piernas y sus bocas volvieron a
encontrarse. A cada penetración, sus cuerpos se elevaban y se elevaban hasta
llegar a un climax simultáneo de fuego y calor líquido.
Cuando se detuvo, Siwan maldijo entre dientes. No había tomado a una pareja
tan rápidamente desde que era un adolescente, y lo último que quería era
asustar a Heecheol antes de la boda. Al ver la sorpresa en sus ojos y cómo se acomodaba
la camisa, Siwan se retiró
de su cuerpo.
Sujetándolo con una mano, él se colocó la ropa y se subió la cremallera.
Después lo dejó sobre el suelo para que hiciera lo mismo.
—¿Estás bien?
Estaba demasiado sorprendido para decir nada y demasiado avergonzado
para mirarlo a la cara. Él estaba completamente vestido, no se había quitado ni
la corbata, y Heecheol había estado completamente expuesto, subido a una cómoda.
Nunca en su vida había sentido tanto deseo.
—Estoy bien —dijo cuando por fin pudo articular palabra. Después se echó
a reír—. Creo que tienes razón y que soy un poco inocente en cuanto al sexo.
Nunca había experimentado una lujuria animal así —le dijo sinceramente—.
Supongo que puedo acostumbrarme, pero creo que prefiero la cama.
—¿Es eso una sugerencia? —sonrió él, apartándole unos mechones de la
cara.
—No —respondió, intentando devolverle una sofisticada sonrisa.
Siwan era todo masculinidad, y él ya sabía de sus proezas sexuales. Lo
que le sorprendía era ser capaz de igualarlo y disfrutar aún sin tener ningún
lazo emocional con la persona con la que estaba teniendo sexo. Tal vez se
estuviera convirtiendo en un joven sofisticado, pero no era momento para pensar
eso... Siwan volvía a mirarlo de ese modo, así que se apartó un poco de él y
cuadró los hombros.
—Antes de que llegaras, estaba buscando algo.
—Por eso estabas agachado y vi tu trasero en esa posición tan
provocativa —rió él.
—Bueno, mi cadena no está bajo la mesa —repuso, que no se lo estaba
pasando tan bien—. Debe haber rebotado por aquí, así que ten cuidado con dónde
pisas. No quiero que se rompa; me lo regaló Kevin cuando cumplí los veintiún
años.
Siwan se quedó helado ante la revelación de Heecheol. Hasta ese momento
estaba más que satisfecho; Heecheol le respondía sexualmente y había accedido a
casarse, pero ya no estaba tan contento. El que él pudiera cambiar de registro
tan rápidamente, de un sexo tan intenso a su marido fallecido en tan poco
tiempo, no resultaba halagador para su ego.
—Te ayudaré a buscar —dijo, pero la triste sonrisa de Heecheol lo enfadó
aún más. Miró a su alrededor y enseguida vio el colgante. Como si nada, dio un
paso y lo pisó—. Oh, vaya. Parece que lo he encontrado —se agachó y tomó el
estropeado colgante del suelo para dárselo—. Lo siento mucho, Heecheol —no
estaba orgulloso de sus actos, pero todo valía en la guerra y en el amor.
¿Amor? ¿De dónde demonios había salido esa palabra? Amor no era una palabra que
estuviera en su vocabulario... —. Tengo que ducharme y cambiarme —dijo,
sintiéndose ahogado de repente—. Te compraré otro colgante.
—No es necesario —respondió él, mirando el último vínculo físico que lo
unía a Kevin. Bueno, aún tenía la casa y no quiso sentirse culpable por mentir a Siwan.
—Como quieras —dijo él, pero no pudo mirarla a los ojos y Heecheol
sintió que había roto el colgante a propósito—. Me apetece una taza de café,
pero no te molestes en preparar nada para comer. Tengo que trabajar un rato y
después podemos salir a cenar —dijo empezando a desabotonarse la camisa.
¡Cómo podía irritarle tanto! No había tenido intención de cocinar para
él y estuvo a punto de decírselo, pero al final se contuvo. No había pensado en
cómo sería el vivir con Siwan, pero estaba obligado a ello. En tres días serían
esposos, y si no quería que su vida fuera un infierno, tendría que ignorar los
motivos de su matrimonio y mantener una relación civilizada. Cerró el puño
sobre la cadena... el fin de una era...
—De acuerdo. Iré a prepararte el café —y salió de la habitación. En su
frágil estado, no necesitaba verlo desnudo, y se marchó corriendo a la cocina.
Más tarde, en un bonito restaurante, disfrutando de una deliciosa taza
de café tras una deliciosa cena, Heecheol se permitió una sonrisa.
—¿Qué es lo que te divierte? —preguntó Siwan tomando un sorbo del licor
de su copa.
—Estaba pensando que es irónico acabar en este restaurante, donde había
pensado traer a mi padre a comer el día de su cumpleaños. Al final, acabé
contigo y dentro de unos días estaremos casados, pero ésta es nuestra primera
cita. ¿No te molesta no saber nada de mí, Siwan?
La cena había sido maravillosa y Heecheol había descubierto que Siwan
era un agradable compañero e ingenioso conversador, cuando no intentaba
arrastrarlo a la cama...
—En absoluto —dejó su copa sobre la mesa y le cubrió la mano con la
suya—. Sé lo que necesito: eres un joven precioso y sexy. Sé que somos
compatibles en lo sexual; hay una química indudable entre nosotros. Te derrites
cuando te toco, y a mí me pasa lo mismo. Eso es un punto a favor en cualquier
matrimonio. En cuanto al resto... Tenemos toda una vida para llegar a
conocernos.
A Heecheol le ardían las mejillas. La tensión sexual volvía a instalarse
entre ellos y suspiró aliviado cuando él calló, pero pronto retomó la palabra:
—Los dos queremos lo mismo: tener uno o dos niños y formar una familia a
la vez que hacemos a nuestras propias familias felices.
—¿Eso te parece bastante?
—Es mucho más de lo que la gente aspira a conseguir en estos días —
repuso él—. La gente tiene hijos sin dar más importancia a la decisión que a la
de comprarse un abrigo, y por eso se liberan de la responsabilidad con la misma
facilidad con que se quitan una prenda —se inclinó hacia delante —. Heecheol,
aunque ahora viajo mucho, en cuanto tengamos un hijo reajustaré mi agenda para
pasar tiempo con él. No seré un padre ausente.
Su comentario lo sorprendió, y no supo decir si le resultaba tranquilizador o no. Entonces Siwan se levantó, dejó varios
billetes sobre la mesa y alargó la
mano para tomar la suya y marcharse.
A la mañana siguiente, Heecheol se despertó en la cama de Siwan,
dolorido en zonas de su cuerpo que no sabía ni que tenía hasta ese momento. Siwan
no estaba por ningún lado, y saltó rápidamente de la cama para meterse en la
ducha. Por suerte, el día anterior se había llevado ropa, y cuando salió del
baño, se puso un pantalón caqui, una camisa a juego y unos mocasines. Después y
con toda su determinación, salió del cuarto.
El piso parecía vacío y Heecheol se preparó un café sin saber muy bien
qué hacer. Acababa de decidir marcharse cuando apareció Siwan, espectacular con
su traje gris, y tuvo que luchar para no sonrojarse.
—Venía a despertarte, pero veo que ya estás vestido. Bien. Mi abogado
vendrá en un cuarto de hora para que firmemos el acuerdo prematrimonial —fue
hacia él, sonriente, y lo besó en la frete—. Todo está listo para la boda. Por
cierto, si no has puesto aún tu casa a la venta, mi gente puede ocuparse de
ello por ti.
Estaba relajado y contento. Una noche de sexo apasionado no tenía más
efecto sobre él que el de ponerle una sonrisa de satisfacción en la cara.
—No, no será necesario. Lo tengo todo controlado —mintió, pero no supo
qué otra cosa podía decir.
El abogado de Siwan era de lo más eficiente y se empeñó en leer todo el
contrato prematrimonial. Básicamente, los dos conservaban lo que tenían por
separado, pero Heecheol no tendría derecho a nada de Siwan si se divorciaban en
los tres primeros años de matrimonio, cosa normal, puesto que él estaría
ingresando dinero en Secret durante ese tiempo. Después, Siwan se marchó con el
abogado diciéndole que volvería a las seis, y Heecheol pudo irse por fin a
casa.
Sin la presencia de Siwan a su lado desde hacía horas, Heecheol miró a
la multitud que lo rodeaba, incrédulo. Se acababan de casar en los jardines de
su casa de Corea, y si eso era lo que él consideraba una fiesta sencilla,
intentaría no estar cerca cuando organizase una grande.
Había cerca de doscientas personas. Llevaba un traje color marfil de un
famoso diseñador. Siwan y él se habían sentado juntos para presidir el
impresionante banquete y después abrieron el baile en el centro de la terraza.
Heecheol miró por un momento a su ya marido. Un grupo de hombres lo
habían arrastrado al centro de la pista de baile, se habían quitado las
chaquetas y estaban bailando una danza tradicional coreana. La música y los
gritos le ensordecían, pero estaba tan sexy que la cabeza empezó a darle vueltas.
Apartó la cabeza y vio el balcón del nivel superior, cuyas columnas de mármol
estaban rodeadas por una vieja parra. Fue hacia allí y se recostó contra una de
las columnas. El frío del mármol le sentaba bien.
Lo había hecho: estaba casado y todo el mundo era feliz. Siwon estaba
radiante. Sonrió al recordar la alegría del anciano cuando lo recibió el día
anterior. El abuelo de Siwan, con su gentileza, lo había ayudado mucho a calmar
los nervios que sentía por casarse con Siwan.
La noche anterior y a pesar de las protestas de Siwan, le habían dado
una habitación para él solo. Heecheol se había alegrado de tener su propio
espacio después de haber pasado las dos noches anteriores en la cama con Siwan.
Adoptar la actitud sofisticada de cara al sexo de Siwan era mucho más difícil
de lo que había pensado.
Por la mañana y para su sorpresa, Siwon le llevó el desayuno a la
habitación y le dijo básicamente que Siwan era un buen hombre y que estaba
seguro de que lo quería. Pero también sabía que podía ser demasiado agresivo
cuando deseaba algo, y que si Heecheol tenía dudas acerca de casarse con él,
debería decirlo.
Heecheol lo tranquilizó y le pidió disculpas por haberle mentido en Tokio;
la excusa que le dio era que Siwan estaba en esos momentos saliendo con Kwanghee.
Siwon pareció aceptar la historia, pero Heecheol supo que el hombre veía mucho
más allá de lo que Siwan creía.
—Disculpe... —un hombre mayor muy atractivo y con una abundante melena
blanca estaba frente a él—. Me preguntaba si podría hablar con usted.
—Por supuesto... Usted es el señor Kang, ¿verdad? —recordaba su nombre
porque cuando lo había visto en la fila de invitados que acudían a felicitar a
los novios, él había parecido muy sorprendido al verlo. En esos momentos, el
hombre estaba acompañado por su esposa y alguien de la edad de Siwan, más o
menos, en silla de ruedas.
—Usted es... o era... Kim Heecheol, ¿verdad?
—Sí, ¿por qué? —al ver cómo los ojos del hombre se llenaban de emoción, Heecheol
se preguntó si debía hablar con un extraño...
—Usted es el... ¿cómo se dice? ¿Sobrino? De mi preciosa Sunghee,
¿verdad?
Cinco minutos más tarde, Heecheol tenía los ojos llenos de lágrimas
mientras agarraba las manos del hombre entre las suyas. Él había sido el amante
de su tía Sunghee durante cuarenta años, y si no había dejado a su mujer, había
sido por su hijo enfermo. Heecheol habló al hombre del testamento de su tía y
de la casa de Hansan, y los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Disculpa a este viejo, pero ahora sé que mantendrás vivo su recuerdo en
ti y que guardarás nuestro secreto —se inclinó y la besó en la mejilla—. Si
alguna vez necesitas algo, llámame.
¿Dónde demonios se había metido? Siwan, que caminaba hacia la casa, se
detuvo de inmediato. Su esposo desde hacía pocas horas estaba en el balcón con
Kang, agarrados de las manos mientras él le besaba en la mejilla. Demonios,
acababa de conocer a aquel hombre, que probablemente fuera el único en toda Corea
tan rico como Siwan. ¿Qué tenía Heecheol para los hombres mayores? Siwon había
caído presa de su embrujo con sólo mirarlo y Kang, un hombre conservador, lo
había imitado.
—Así que aquí es donde te escondías —dijo, y Heecheol levantó la cabeza
al oír la voz de Siwan.
Él le dijo algo a Kang en Coreano, Kang respondió y después echó a reír
antes de volverse hacia Heecheol.
—Me ha encantado conocerte, Heecheol, pero debo marcharme. Espero que
volvamos a vernos pronto.
—Lo mismo digo —respondió, y lo observó
alejarse.
—Conmovedor, pero ¿por qué tienes que esconderte y flirtear con todos
los hombres mayores con los que te cruzas? —gruñó Siwan.
—No estaba flirteando ni me estaba escondiendo. Sólo pretendía tomar un
poco el fresco —pero ver a Siwan con el cuello de la camisa abierto no ayudaba
en absoluto a refrescarse.
En los últimos días, con Siwan, había aprendido a comprender mejor a su
tía. Al parecer los dos compartían una misma pasión por los hombres coreanos y
por las plantas, pensó, sonriendo.
—Si tú lo dices —repuso él, y se encogió de hombros, pero Heecheol supo
que aún seguía enfadado—. Podrás tomar todo el aire que quieras en el
helicóptero. Es hora de que nos despidamos de los invitados y nos marchemos a Hansan
—y tomándolo de la mano, lo llevó con el resto de la gente.
Poco después, Heecheol bajó del helicóptero que había aterrizado sobre
el tejado de un edificio.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
—En nuestro hotel —respondió él.
UN EXTRAÑO cosquilleo en la espalda fue lo que sacó a Heecheol de un
profundo sueño. Cuando abrió los ojos
vio un pecho masculino frente a él, y suspiró antes de darse la vuelta.
—Por fin te despiertas —dijo él, sonriendo y rodando sobre él—. Empezaba
a pensar que tendría que comenzar sin ti.
Heecheol no tenía duda alguna de su excitación, pues podía notar su
erección perfectamente contra su muslo.
—Eres insaciable —murmuró, sonriendo lánguidamente.
—Tal vez, pero todos tenemos erecciones por las mañanas. Es algo
terrible que soportamos como podemos —explicó él, burlón, mientras le
acariciaba un pezón.
—¿En serio? No lo sabía —respondió, y suspiró ante la deliciosa
sensación que empezaba a inundar todo su cuerpo.
—Entonces tienes que haber sido muy poco observador con los hombres que
han pasado por tu vida. Lo cual me recuerda... —se distrajo jugueteando en su pecho—.
Tuve una charla con Minwoo sobre lo de levantarte a las cinco de la mañana, y
los dos estuvimos de acuerdo en que sería mejor para todos que vuestro empleado
se ocupase de ese turno.
—¿Que has hecho qué? —Heecheol se puso tenso ante aquella declaración—.
No tienes por qué hablar de mi negocio a mis espaldas con nadie. No tengo
ningún problema con los turnos tal y como los tenemos establecidos, al igual
que Minwoo hasta que tú dijiste nada.
—Si hubiera creído que los dos estaban contentos con las cosas tal y
cómo las llevaban, no habría interferido, pero sé que a Minwoo no le gustan
demasiado. Sólo alterna los turnos contigo porque son amigos.
—¿Te dijo eso? —Heecheol estaba asombrado—. Nunca me ha dicho nada.
—Como te he dicho antes, Heecheol, se te da muy bien lo de meter la
cabeza en un agujero y ver sólo lo que quieres ver.
—Pero le he preguntado cientos de veces si le importaba, y siempre dijo
que no...
—Probablemente porque no quiere aprovecharse de su situación de casado y
con un hijo, pero seguro que ha pasado muchas malas noches con el niño y
después ha tenido que levantarse al alba para trabajar.
—¡Demonios! —juró Heecheol. ¿Por qué no le habría insistido más a Minwoo?
Lo cierto era que a él tampoco le gustaba ese turno—. Tienes razón — admitió
avergonzado.
A Siwan se le iluminaron los ojos, y volvió a acariciarle como antes.
—Como casi siempre —bromeó—, pero basta de peleas —le besó suavemente en
los labios mientras le acariciaba el pezón con los dedos. Heecheol se relajó y
se dejó vencer por el placer—. Como consolación, te diré que tú también tenías
razón en lo de que soy insaciable. Y sé que te encanta —vio sus ojos brillar de
pasión antes de que lo besara lenta y sensualmente.
Media hora después, rechazó su oferta de ir a ducharse con él. Con el
cuerpo aún tembloso por el tórrido encuentro sexual que acababan de tener, se
quedó tumbado en la cama un rato más. Era lunes por la mañana y, desde que
llegaron el sábado por la noche, apenas habían salido de la cama.
Siwan le había mostrado una nueva dimensión de su sexualidad mostrándole
algo que desconocía por completo. Había amado a Kevin, y recordaba haber
llorado después de la primera noche que pasaron juntos de la emoción. Hacían el
amor con frecuencia, y aunque no siempre llegaba al orgasmo, no le importaba
porque se sabía amado. Su muerte le había provocado un dolor horrible que casi
no pudo superar, y había decidido no volver a pasar nunca por algo así.
Pero Siwan no le provocaba esas emociones, y ningún deseo de llorar. Le
había conducido por todos los caminos del erotismo hasta volverlo loco de
deseo, pero la única emoción que provocaba en él era un arrebato carnal de
devorarlo entero. ¿En qué lo convertía eso?
Heecheol se levantó y se cubrió con una toalla para ir hacia la ventana
con vistas al mar. Oyó el ruido del agua de la ducha y se imaginó a Siwan
desnudo bajo el chorro.
Se contestó a sí mismo yendo hacia el baño: probablemente fuera el esposo
perfecto para Siwan, el jugador que consideraba el matrimonio como un negocio
más. Los dos querían sacar algo de aquella unión, pero el amor no entraba en la
ecuación. A Heecheol no le parecía mal del todo. Se quitó la toalla y fue a la ducha con Siwan.
Siwan miró los escalones tallados en la roca y volvió a mirar a Heecheol.
—¿Es el único modo de bajar?
—Hay un muelle ruinoso para acceder por barco, pero eso es todo —dijo,
sonriendo—. Espero que estés en forma.
—No, espera —Siwan lo agarró del brazo—. Deja que baje yo primero para que
pueda agarrarte si tropiezas —no tenía intención de perder a su esposo en
aquellas rocas.
—Oh, qué caballeroso —bromeó Heecheol.
La casa de la tía Sunghee en Hansan era una construcción típica de la
isla, de un solo piso y de unos ocho por dieciséis metros. Estaba situada en
una estrecha lengua de tierra un poco más alta que la playa. Había sido
reformada hacía una década añadiendo otros quince metros para crear una salita
con cristaleras que aprovecharan las maravillosas vistas.
—No está tan mal como pensaba —dijo Siwan al ver la original puerta de
la casa. Heecheol se permitió una sonrisita pensando en la sorpresa que le
esperaba—. He quedado con un arquitecto para que venga a verla el miércoles.
Eso le borró la sonrisa a Heecheol. No quería que nadie viese la casa de
su tía, y mucho menos en su presencia, pensó avergonzado mientras Siwan entraba
hacia la salita.
Heecheol conocía los viejos muebles y la decoración anticuada, pero
sabía que el espíritu de su tía estaba allí. Inquieto, fue a mirar por la
ventana pensando en si ella hubiera aprobado lo que había hecho.
Siwan fue tras él y le puso un brazo alrededor de la cintura. Heecheol
se apoyó contra él, contento por una vez de tener su apoyo.
—No sé por qué decías que no era habitable. Es un poco pequeña, pero
está bien para pasar las vacaciones. Y ya sé por qué Siwon quería volver: la
vista es espectacular.
—Sí —asintió Heecheol, mirando el acantilado que protegía la pequeña
bahía de los elementos. Después miró un caminito de tierra que llevaba al
jardín detrás de la casa.
—Vamos, veamos las habitaciones. Siwon dijo que había dos, pero seguro
que cambiaron esa distribución cuando hicieron la reforma —sugirió él, girándolo
en sus brazos para besarlo.
La ya familiar excitación la pilló casi por sorpresa, y lo rodeó con los
brazos, apretándose mucho contra él, deseoso de su contacto. Por un momento, Heecheol
se abandonó al placer físico que sólo Siwan podía producir en él. Pero sólo por
un momento. Enseguida tuvo una idea mejor.
—¿No querías ver la habitación? —dijo, risueño, y echó a correr hacia el
pasillo.
Siwan lo miró asombrado y lo siguió. Heecheol, sonriente, abrió la
puerta y encendió la luz.
—¡Ta—chán!
—¡Dios mío! —exclamó Siwan.
Su expresión no tenía precio, y Heecheol se echó a reír con todas las
ganas. Las dos habitaciones originales y el baño se habían convertido en una
lujosa suite. Tres de las cuatro paredes aparecían decoradas con murales
representando figuras eróticas desnudas de la antigua Grecia en posiciones inexplicables.
El techo estaba cubierto de seda salvaje y en el centro había una cama dorada
con dosel, con cuatro serpientes talladas en los postes de la cama; el colchón
era redondo.
—Ahora comprendo por qué no querías que Siwon viniera a visitar la casa —dijo Siwan, entrecerrando los ojos—,
pero no sé por qué no te parecía apropiada para nosotros dos.
A Heecheol se le quedó la boca seca y un súbito ardor se le instaló en
el vientre.
—Tal vez porque no te conocía tan bien cuando lo dije —respondió, sorprendiéndose
a sí mismo por su sinceridad, y lo abrazó. La atmósfera del cuarto chispeaba
con la tensión sexual acumulada.
—¿Y ahora que me conoces mejor, te apetece que nos quedemos un rato? —sugirió
él.
—Oh, sí. Yo... —pero él le tapó los labios con su boca antes de que
pudiera decir nada más.
Él lo tomó en brazos y lo llevó hasta la cama mientras Heecheol se
deshacía de sus zapatos por el camino.
—Cada vez que te miro me dan ganas de desnudarte —le confesó Siwan, y
librándose de toda su ropa, fue a reunirse con él en la cama. Después se echó a
reír—. ¡Un dosel con espejo! ¡Esto cada vez se pone más interesante!
—¿Verdad? —le pasó la mano por los bíceps y el pecho, y al sentir la
dureza de sus músculos, la necesidad lo embargó.
—Me encanta que me acaricies, pero tenemos que ir despacio —le dijo.
Después lo tumbó en la cama y lo desnudó lentamente sin dejar de mirarlo.
Heecheol se quedó sin aliento al sentir la ferocidad de su erección.
—Es para ti —sonrió él, travieso e increíblemente seductor a la vez—.
Pero aún no —le tomó las dos manos y se las puso a los lados del cuerpo—.
Quédate así —dijo, mientras bajaba la mirada desde su pecho hasta su
entrepierna.
Heecheol se aferró a las sábanas de seda, tembloroso como una hoja al
viento, mientras él le tomaba los pezones entre sus dedos acariciándolos hasta
que no pudo contener más un gemido de puro placer.
—Tranquilo, Heecheol, quiero aprovechar esta fantástica habitación
—dijo, y empezó a hacerle cosquillas en la boca con sus labios y su lengua
antes de profundizar el beso con una pasión que hizo que su sangre fluyera
ardiente y viscosa como la lava de un volcán.
Cuando levantó los brazos para abrazarlo, él volvió a colocárselos sobre
la cama.
—No me puedes tocar —dijo—. Aún no.
Y empezó a juguetear con sus pezones, esta vez con la boca, succionando
con fuerza a la vez que le acariciaba sexualmente todo el cuerpo, hasta que
gritó su nombre.
—¿Te gusta?
—Sí —susurró mientras él empezaba a deslizar las manos. Sus dedos
buscaban los húmedos pliegues para su entrada con sabiduría.
—Oh, sí —gimió, sintiendo su cuerpo arder. Entonces abrió los
ojos, vio su imagen en el espejo
y se quedó sin aliento.
Estaba abierto bajo él, prisionero del tormento que le inflingían sus
caricias. Vio el sudor correr sobre el cuerpo de Siwan y su potente erección.
Tembloroso de deseo, abrió más aún los ojos al ver a Siwan retirarse
ligeramente para después hundirse en las aterciopeladas profundidades de su
cuerpo.
Con las rítmicas penetraciones, perdió el control. Le clavó las uñas en
la espalda y sus músculos internos se aferraron a él en toda su longitud.
—Heecheol... —gimió, retirándose.
—No pares —suplicó.
—Ni lo sueñes —lo besó—. Pero ahora me toca mirar a mí.
Él se giró para ponerlo sobre él, cabalgándolo, con los ojos ardientes
como carbones.
Heecheol dejó caer la cabeza hacia atrás y se perdió en el balanceo de
sus cuerpos unidos. En una mezcla de brazos y piernas, él lo volvió en la cama
para penetrarlo con fuerza en el momento final, cuando un rugido desgarrado
surgió de su garganta y todo el mundo explotó alrededor de Heecheol en oleadas
de éxtasis tan sublime que pensó que iba a morir de placer. Apenas consciente
de que estaba sollozando su nombre, vio a Siwan sobre él de nuevo
estremeciéndose, y su mente se deslizó a un estado de semiinconsciencia.
Ya se casaron!????
ResponderEliminarWau!!!!
Ahhhh
Jajajajajajajaja tiene un encanto para los hombres mayores!!!!
Jajajajaja
Venga, por que mas dos habitaciones se convirtieron en una suite pornográfica!?????
Jajajajaj
Estos sí que son rápidos
ResponderEliminarYa se casaron😂😂😂😂😂😂
Los celos de Siwan en olema boda...que no se pase jajaja
Bueno...ya Siwan conoció la dichosa casa...ya enriende por qué Siwon la quería de regreso.
Waaaa...le ha gustado lo nuevobde la casa,la veía muy feita de fuera,pero le ha encantado por dentro...y más la habitación
Y le estan dando buen uso👌
Ya estan casados pero parece que Hee aun no esta del todo convencido :/ espero que Siwan no se entere que aun no vende la casa si no se le arma a Hee
ResponderEliminarSiwan es demasiado celoso mira que destruir el dije de Hee ¬¬ a mi parecer eso estuvo mal :/ pero bueno esperemos a ver como resultan las cosas al menos ambos saben que se atraen y ya estan casados eso ya es ganancia solo falta que se digan que se aman :P
disculpa que no haya comentado pero era final de semestre TvT practicamente fui absorbida uf!
Gracias por el cap :)