El jueves por la tarde, Heecheol volvió a la casa que compartió con
Kevin con una caja de cartón en las manos. Allí olía a cerrado y a vacío,
como huelen las casas donde no vive nadie. El martes por la mañana, después de
una noche entera dando vueltas y pensando en Siwan, había tomado la decisión.
Se había mirado a sí mismo y no le había gustado lo que había visto; aceptó
casarse con la esperanza de tener un hijo y con el sexo como base de su
relación. Estaba tan decidido a no implicarse en su relación con Siwan más allá
de un nivel superficial, que no había sabido cuándo era su cumpleaños, ni se
había preocupado de preguntárselo.
¿Cuándo había empezado a tener miedo a implicarse emocionalmente con la
gente? Se dio cuenta de que había sido tras la muerte de su appa. No había
intentado acercarse al nuevo esposo de su padre ni a su hermanastro, y prefirió
aferrarse a su tía y a Kevin. Al perder a Kevin había quedado destrozado, y el
perder a su tía, fue la gota que colmó el vaso.
Desde entonces no había dejado que nadie intentara romper la barrera de
protección que se había construido a su alrededor, como había hecho Siwan.
Había temido dejar que se acercara a él demasiado, había temido el dolor que
seguiría si lo perdía a él también.
Esa madrugada, se había dado cuenta de que no podía seguir mirando al
pasado y negándose un futuro maravilloso con Siwan. Tal vez estuviera
embarazado, y su hijo se merecía una appa que no fuera tan débil
emocionalmente.
Dejó la caja sobre la mesa del salón y empezó a hacer lo que sabía que
tenía que haber hecho hacía mucho tiempo. Recogió unas cuantas cosas, miró a su
alrededor y se dio cuenta de que no había mucho más que quisiera conservar,
aparte de algunas cosas que conservaba en un cajón en su habitación. Después
limpiaría un poco el polvo y pasaría el aspirador, y habría acabado.
Heecheol no oyó que la puerta de la entrada se había abierto, ni los
pasos de alguien que subía las escaleras. Estaba sentado sobre la cama,
llorando por una caja que había encontrado llena de recuerdos de su infancia:
una colección de caracolas que había recogido en las últimas vacaciones que
pasó con su appa, y algunas cosas similares.
Secándose los ojos, cerró la caja y se puso en pie. Ya no le quedaba
tristeza, sino bonitos recuerdos. Fue hacia la puerta y se quedó helado.
Siwan estaba allí, vestido con ropa informal, y el corazón le dio un
vuelvo de sorpresa y placer.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¡No te esperaba hasta dentro de diez días! —
dijo, sonriente.
Sus ojos lo miraron enigmáticos, pero algo en su lenta sonrisa lo puso
muy nervioso.
—Pensé en darte una sorpresa, y al no encontrarte en el piso, llamé a la
floristería. Jian me dijo que habías ido a tu antigua casa —dijo suavemente—.
Pensé que la habías vendido hacía mucho tiempo, pero debí suponer que no tenías
intención de deshacerte de este mausoleo de tu marido.
—No, te equivocas —intentó corregirlo.
—¿En serio? —preguntó él, dando unos paso y mirándolo con insolencia—.
Seguro que duermes aquí siempre que yo no estoy.
—No —repuso, perplejo al verlo tan enfadado—. He venido hoy a recoger
algunos recuerdos porque el tasador vendrá mañana.
Él levantó una ceja en un gesto muy sarcástico.
—Vaya, creía recordar que ya quedaste con un tasador el año pasado.
—Sí, bueno —Heecheol se sonrojó—. Fue un error. Nunca llegué a
decidirme.
—No te molestes en mentir, Heecheol. Ya me sé la historia —lo agarró por
la muñeca y lo obligó a acercarse a él.
—No era una mentira, pero no parabas de presionarme —trato de explicarse,
sintiendo placer al estar tan cerca de su cuerpo.
—¿Que yo te presioné? Creo recordar que te metiste en mi cama en cuanto
pusiste los ojos sobre mí, y la segunda vez tampoco necesitaste mucha insistencia
—dijo amargamente—. ¿Te crees que soy un idiota? Yo no soy segundo plato de
nadie.
Heecheol lo miró asombrado al ver lo furioso que estaba sin poder
comprender... ¿Estaría celoso?
—Yo nunca...
—¡Calla! —le gritó—. No puedo seguir soportando tus mentiras. Te agarras
a tu pasado como un cojo a sus muletas, pero tu cuerpo no siente esas
limitaciones, ¿o sí, esposito mío? —y lo levantó en brazos—. Podría tomarte en
esa cama en un segundo.
Siwan le sujetó la cabeza de modo que estaba totalmente inmóvil.
—Siwan, por favor... —gimió.
Antes de decir nada más, su boca capturó la suya lo besó con brutalidad.
Cuando se retiró, Heecheol intentó apartarse, temblando de pies a cabeza, pero
al tomarla por sorpresa, él lo empujó sobre la cama.
Heecheol se quedó sin aliento y empezó a enfurecerse: no sabía qué había
hecho para enfurecerlo tanto, pero, celoso o no, no iba a dejar que lo tratara
de ese modo. Quiso levantarse, pero Siwan se puso sobre él, inmovilizándolo.
—¡Siwan!
—Sí, di mi nombre —su sonrisa era heladora—. Quiero que sepas quién te
va a poseer en la cama de tus queridos recuerdos. No podrás volver a dormir
aquí sin acordarte de mí.
Heecheol intentó apartarlo, pero su pecho era una muralla sólida. Él le abrió
la camisa y le quitó el pantalón sin miramientos. Después empezó a tocarlo
febrilmente, mientras él le pedía que parara a la vez que la familiar sensación
de excitación le corría por las venas.
Siwan se colocó entre sus piernas y le devoró los labios y la boca, a lo
que correspondió con igual deseo. Heecheol empezó a gemir y a sacudir la
cabeza, frenético de placer. Lo buscó con las manos, su pelo y su pecho. Era
consciente de la erección que se movía contra su muslo, del calor de sus
cuerpos acercándose a la incandescencia, cuando de repente él se detuvo.
Por un momento se quedó sobre él, intentando recuperar el aliento y
mirándolo.
—¿Qué estoy haciendo?
Ebrio de pasión y excitación, Heecheol no pudo soportar verlo retirarse
y arreglarse los pantalones y el jersey.
—Y pensar que llegué a creer que podía que... —Siwan se detuvo y sacudió
la cabeza—. Menos mal que me he enterado a tiempo. No eres más que alguien que
se vende al mejor postor.
—¿Cómo puedes decir eso? —gritó, sentándose de un salto, y él no le miró
a los ojos—. ¿Qué te ocurre? —le dijo, con cierto tono de súplica en la voz.
—¿Es que no te lo imaginas? Te encuentro aquí, en la cama de tu marido
fallecido, llorando.
—No estaba llorando... —dijo, pero él no le escuchaba.
—Me has decepcionado —le espetó, y Heecheol sintió un escalofrío—.
Quiero la separación —lo miró despectivamente—. Fui un tonto al pensar que las
cosas podrían funcionar. Haré que te envíen tus cosas del piso. Mantendrás tu
pensión y puedes hacer lo que quieras con ese dinero. No quiero volverte a ver.
Heecheol lo miró y vio un profundo desagrado en sus ojos, en la fina
línea de sus labios, los mismos labios que le habían vuelto loco hacían unos
segundos... Heecheol se giró y empezó a ponerse los pantalones. Había deseado a
Siwan en ese momento con un ansia que le avergonzaba, y por fin se admitió a sí
mismo lo que sabía desde el primer día.
Kevin nunca lo había hecho sentir de ese modo. Su amor había surgido de
la amistad y el cariño, pero Siwan dominaba sus pensamientos y su cuerpo con
exclusividad. Había gastado todas sus energías en mantener una barrera entre
los dos y ahora, cuando era demasiado tarde, se daba cuenta de que amaba a Siwan.
El dolor le hirió profundamente, pero Heecheol no quiso que él viera el
daño que le había hecho. Se colocó lo que le quedaba de la camisa sobre los
hombros y se puso en pie. Le llevó toda su decisión el lograr decir:
—Como quieras —e incluso logró encogerse de hombros.
—Tu padre y la empresa seguirán teniendo mi apoyo financiero tal y cómo
acordamos —se le torció el gesto—. Y si hay alguna posibilidad de que estés
embarazado, tendremos que seguir manteniendo una relación amistosa.
—No, no estoy embarazado. Y Siwon no tiene de qué preocuparse: puede
quedarse en la casa de Hansan siempre que quiera —era irónico, pero él era el
único que no conseguía lo que quería.
—Gracias, pero te pagaré un alquiler por el tiempo que él esté allí. Él
no tiene por qué enterarse.
Heecheol lo miro, irritado de que pudiera sugerir eso, pero antes de
poder replicar, él ya se había marchado.
Heecheol volvió a sentarse en la cama, con los ojos vidriosos,
intentando comprender qué había pasado. Siwan se había marchado a Hongkong sin
dar ningún indicio de que algo iba mal, y la noche que lo había llamado...
Contuvo el aliento. Alguien había contestado al teléfono: Jingoo, y ése
era el nombre del joven con el que había estado saliendo antes de casarse con él.
Entonces Heecheol lo vio claro. Siwan debía haber vuelto con él y todo lo que
le dijo por teléfono había sido una broma pesada. Heecheol se tomó lo de que
buscara casa como si ésta fuera para los dos, pero seguro que lo que él quería
era echarlo de su apartamento para poder estar con otro.
Cómo podía haber estado tan ciego. Siwan tenía otra persona y, para ser
sincero, lo había esperado desde el principio. Aún tenía que considerarse
afortunado de que su matrimonio hubiera durando cuatro meses, pero la verdad es
que no se alegraba en absoluto. Parpadeó con fuerza, pero fue incapaz de
contener las lágrimas.
Siwan subió a su coche y cerró la puerta de un portazo. Tenía que
alejarse de allí cuanto antes. Estaba sorprendido por su propio comportamiento;
había estado a punto de tomar a Heecheol sin pensar si él quería o no. Nunca
había sentido una rabia como aquélla en toda su vida. Él lo obsesionaba hasta
el punto de la locura.
Le había dado todo, se moría por su amor y, después de tres frustrantes
días, se había dado cuenta de que lo único que le faltaba por hacer era decirle
que lo amaba. Por eso había vuelto inmediatamente a Tokio, esperando que cayera
inmediatamente en sus brazos.
Lo supo en cuanto Jian le había dicho donde estaba, pero no quiso
creerlo. Al entrar en su cuarto y verlo llorando en la cama por su marido
muerto, había perdido los nervios. El amor lo había convertido en un idiota
enfurecido. Siempre había tenido éxito en su vida, pero con Heecheol había
fallado. Sólo le quedaba acabar con aquello, antes de que la pasión lo
destrozara.
Una semana más tarde, Heecheol comía con Minwoo pretendiendo que
disfrutaba.
—Anímate, Heecheol. Siwan volverá el sábado —le sonrió Minwoo—. Seguro
que tienes planes para después de cenar...
—No, no volverá —declaró, sin fuerzas para seguir manteniendo las
apariencias—. Se acabó.
—No, no me lo creo. Siwan te adora.
—Ya sabes lo de su reputación... lo jugador que es. Estoy seguro de que
está con otro.
—No te haría algo así. Tiene que ser un error —protestó su amigo.
—No me equivoco. Lo vi el jueves; había venido a Tokio para decirme en
persona que habíamos terminado. Está harto de mí y no quiere volver a verme.
—¡No me lo puedo creer! —y Minwoo se explayó con los playboys súper
ricos y jugadores.
—Eso mismo pienso yo —dijo Heecheol, y se levantó—. ¿Nos vamos a otro
sitio?
Heecheol temía el momento de decírselo a su padre, pero descubrió que no
iba a hacer falta. El fin de semana siguiente, cuando esperaba a una pareja
para enseñarles la casa, su padre apareció en la puerta.
—Heecheol, ¿estás bien? —para su sorpresa, él le abrazó—. Lo siento
mucho. De verdad creía que Siwan podía hacerte feliz, no dejarte de este modo.
Heecheol se retiró de sus brazos. El que Siwan le dijera a su padre que
lo había dejado había sido la humillación final.
—No te preocupes, papá. Tu posición en la empresa y el dinero de Siwan
están garantizados —dijo, con un cinismo que sólo podía ser una defensa
instintiva.
—Lo sé, Siwan me lo dijo, pero estaba preocupado por ti. Debes estar muy
disgustado...
—No, no tanto —dijo, negando que tenía partido el corazón—. Siempre supe
que Siwan era un jugador y pronto se fijaría en otro —Siwan no era el único que
podía dar una versión de los hechos—. Estuvo bien mientras duró, pero no pasa
nada más. Papá, me gustaría seguir charlando contigo, pero va a venir una
pareja a ver la casa.
—¿La vas a vender? Me parece muy bien. Puedes encontrar algo más lujoso.
Siwan podrá seguramente pagar un poco más por su libertad.
Y tras ese comentario, su padre se marchó. Heecheol no pudo evitar
echarse a reír.
Pero las semanas siguientes no estuvieron marcadas precisamente por la
risa. No podía comer, no podía dormir y era todo culpa de Im Siwan.
Había intentado evitar el dolor de amarlo, pero había ocurrido de todos
modos.
El primer día de primavera, Heecheol salió de la consulta del médico en
estado de shock. Había acudido a visitarlo porque se había desmayado en el
trabajo y Minwoo había insistido en que tenía que verlo un médico.
Era un milagro... ¡estaba embarazado! No sabía ni qué pensar. El médico
le había dicho que era frecuente que una prueba casera diera negativo al inicio
del embarazo... En cualquier caso, estaba embarazado de tres meses y el momento
no podía ser mejor. Heecheol casi fue bailando hasta el coche. Había vendido su
casa y se había mudado la semana anterior a una preciosa casita de campo con un
gran jardín. Si antes había tenido alguna duda sobre su decisión de vivir fuera
de Tokio e ir a trabajar tres días a la semana, ya no le quedaba ninguna.
—¿Qué te ha dicho el médico? —le preguntó Minwoo nada más entrar en la
tienda.
—Ven a la parte de atrás y te lo contaré.
—¿Qué vas a hacer con Siwan? —le preguntó Minwoo nada más enterarse de
su estado—. Tienes que decírselo.
—¡No! —exclamó Heecheol inmediatamente, y no quiso escuchar los
argumentos de Minwoo para que hiciera lo contrario—. Vamos, Minwoo. Vi una de
tus revistas hace poco, aunque trataste de ocultármela, con la foto de Siwan y Jingoo
agarrados del brazo. No tiene ninguna gana de volver a verme; incluso me mandó
mis cosas a casa por correo.
Minwoo sacudió la cabeza.
—No lo sabía. ¡Qué idiota! Pero sigo pensando que tendrías que
decírselo; tiene derecho a saber que va a ser padre.
—Si te hace sentir mejor, se lo diré si lo veo —dijo Heecheol, y pensó «cuando
las vacas vuelen».
Pocas semanas después, Heecheol recibió una carta de Siwon. En ella le
contaba que las reparaciones de la casa de Hansan habían finalizado y que
esperaba que el que su nieto y él se hubieran separado, no rompiera su amistad.
Le respondió y le dijo que podía usar la casa cuando quisiera. Se sintió
culpable por no decirle nada, pero aún era demasiado pronto y sus emociones
estaban aún muy frescas.
A mediados de abril Heecheol tuvo una desagradable sorpresa mientras
comía con Minwoo.
—Hyungsik y yo cenamos ayer con Siwan y más gente de la empresa. Vino
solo, y tenía un aspecto lamentable.
—No me sorprende, con la vida que lleva... —dijo Heecheol secamente.
—Preguntó por ti...
—Dime que no le dijiste nada —pidió.
—No, sólo le dije que te estabas recuperando —respondió Minwoo con
sequedad.
Heecheol empezó la baja por maternidad al fin de semana siguiente
diciéndose a sí mismo que lo hacía para asegurarse de que el niño estaba bien.
Pero lo cierto era que le preocupaba encontrarse a Siwan en Tokio. Desde que se
habían separado, no había vuelto a verlo ni a tener noticias de él, y así era
como quería que siguieran las cosas. Seguía pagándole religiosamente su
pensión, y él la dejaba intacta en su cuenta. Estaba embarazado de cuatro
meses, pero todavía no se le notaba. Sólo Minwoo lo sabía, y quería que
siguiera de ese modo todo el tiempo posible.
Le encantaba su casita, su jardín y el milagro de tener una vida
creciendo en su interior. Consiguió encerrar su amor por Siwan en un rincón de
su mente, y sólo se escapaba a veces por las noches. Heecheol era un experto en
esconder sus sentimientos. Tenía mucha práctica.
Oyó el teléfono y buscó las llaves, pero para cuando abrió la puerta, ya
había dejado de sonar. Bueno, si era importante, ya volverían a llamar. Fue
directamente a la cocina y dejó una lata de pintura que acababa de comprar
sobre la mesa. Había decidido pintar el cuarto del bebé de amarillo.
Aquella mañana había estado en el médico haciéndose un examen rutinario
por los seis meses de embarazo, y después había ido a la compra. La casa estaba
a un par de kilómetros de la ciudad más cercana, con un caminito bordeado de
árboles que llevaba casi hasta la puerta. La había construido el anterior
propietario cuando se casó hacía cincuenta años. Tenía cinco habitaciones, la
habitación principal, y tres baños. Era demasiado grande para Heecheol, pero se
había enamorado perdidamente del lugar nada más verlo.
Heecheol salió a por el resto de cosas al coche; oyó el teléfono de nuevo
y tampoco esta vez llegó a tiempo, pero no le importó.
Recogió la compra, se preparó una manzanilla y salió al jardín. Observó
los preciosos parterres, la verde hierba, y no pudo contener un suspiro de
satisfacción. Se acostó en una tumbona frente a la fuente, feliz con la vida, y
cerró los ojos.
Siwan reconoció el coche de Heecheol y aparcó el suyo detrás. Estaba
rojo de furia según se acercaba a la casita. Al llegar a la puerta, llamó al
timbre. Después dio unos pasos atrás y miró la casa. Los arbustos de la entrada
estaban floridos y la casa tenía un aspecto de cuento. Era muy del estilo de Heecheol,
y si no hubiera estado tan enfadado, habría sonreído.
Volvió a llamar sin respuesta. El canto de los pájaros llenaba la cálida
mañana de junio, y él, impaciente, rodeó la casa y descubrió que se componía de
dos alas con un patio intermedio con una fuente en el centro.
Estaba embarazado. Aun desde la distancia podía ver su vientre hinchado
y la rabia se incrementó. Estaba en una tumbona, pero no se movió cuando él se
acercó. Siwan se detuvo para mirarlo; estaba tan guapo que se quedó sin
respiración y sintió una fría náusea en el estómago: los síntomas de
enamoramiento que no había logrado dejar atrás.
Heecheol tenía una mano colocada a modo de protección sobre la barriga.
Estaba embarazado de él y no se lo había dicho.
—Entonces es verdad, Heecheol.
Él abrió los ojos y creyó estar soñando.
—Siwan... —murmuró soñoliento. Llevaba unos chinos y un polo y
estaba...—. ¡Siwan! —no era un sueño. El pulso se le aceleró y él siguió
mirándolo con ojos furiosos.
—¿Cómo has podido pensar que podrías ocultarme tu embarazo? — preguntó
él con dureza.
—No sé de qué me hablas. Mi embarazo no es ningún secreto —dijo,
poniéndose de pie y volviendo a sentir el dolor de su separación—. Pero puesto
que dijiste que no querías volver a ver nunca más, no es raro que no te
enteraras de mi embarazo —le espetó.
¿Es que Heecheol no tenía ni idea de lo que había pasado aquellos meses?
Enfermo de amor por él, echándolo de menos, sin poder dormir por las noches...
había trabajado incesantemente para apartarlo de su mente. Había hecho mucho
dinero en el proceso que no necesitaba, pero nada le curaba de su necesidad de Heecheol.
Por desesperación había invitado a Jingoo, sólo a cenar, una noche, pero fue un
desastre antes de empezar. Ahora Heecheol estaba frente a él, mirándolo
desafiante y él ya había sufrido bastante.
—No tientes mi paciencia —le dijo—. Sabes muy bien a qué me refiero. No
pensabas decirme que estabas embarazado. Te pregunté si había alguna
posibilidad cuando nos separamos, y me mentiste diciendo que no, pero no vas a
poder volver a decirme eso.
Heecheol sentía un terremoto en su interior. Su presencia le había sacudido
las entrañas y no pudo obviar su magnífico cuerpo junto a él, su aroma y la
intensidad de su presencia. ¡Y que había pensado que en ciertas etapas del
embarazo disminuía el deseo sexual!
—Nunca te mentí. En ese momento creía no estar embarazado. Después no
siempre las pruebas caseras funcionan al inicio del embarazo —le explicó, a
pesar de que no creía deberle ninguna explicación. ¡No le debía nada!
Heecheol dio un paso atrás y tropezó con la tumbona. Ágil de reflejos, Siwan
lo agarró por la cintura con las dos manos.
—Estoy bien —dijo, y sintió cómo el niño daba una patadita en ese
momento contra su mano.
Los rasgos de Siwan se suavizaron y la ira de sus ojos se tornó en
sorpresa al mirarlo.
—El niño acaba de dar una patada... ¿Te hace daño? —le preguntó en voz
baja.
—No, estoy bien —logró decir. Al menos había estado bien hasta la
llegada de Siwan. Ahora estaba cualquier cosa menos bien—. Ya puedes soltarme y
contarme cómo me has encontrado y por qué estás aquí.
Él lo soltó y le sonrió sarcásticamente.
—Me sorprende que Minwoo no te llamara para avisarte; él parece ser la
única persona que dejas que se acerque a ti.
—¿Minwoo te lo dijo? ¡No puedo creerlo! —en ese momento recordó las dos
llamadas que no había llegado a tiempo de responder.
—No te preocupes. Minwoo no te ha traicionado. Ha sido Hyungsik. Lo vi
en una fiesta de la empresa ayer y me dijo que como padre creía que era
importante que yo lo supiera.
—Pues ya lo sabes —dijo encogiéndose de hombros, pero por dentro estaba
como un flan. Después de casi cinco meses creía haber logrado convencerse de
que no quería a Siwan y de que no lo necesitaba. Tenía que ocuparse de su nueva
casa y de su bebé, pero ahora que lo volvía a ver, sentía la misma atracción
hacia él.
Estaba más delgado y tenía más arrugas, pero su magnetismo sexual era
tan poderoso como siempre.
—¿Qué quieres, Siwan? —preguntó lentamente. Aún era su esposo, y podía
ponerle las cosas difíciles si quería ejercer sus derechos sobre el niño.
—Eres mi esposo y llevas a mi hijo —dijo Siwan con
precisión, y lo tomó en sus brazos antes de que pudiera adivinar sus
intenciones.
—¿Estás loco? ¡Déjame en el suelo! —chilló, pero tuvo que agarrarse a él
mientras lo llevaba hacia la casa.
—No. Lo que quiero es protegerte a ti y a mi hijo —entró a la cocina y
lo dejó en el suelo. Miró a su alrededor con interés—. Es muy agradable.
—No me interesa tu opinión —le espetó Heecheol, furioso—. Y no sé a qué
juegas, pero estás perdiendo el tiempo. No te quiero aquí —y le dio la espalda
para ir por un vaso de agua.
Él lo agarró por el hombro y lo obligó a girarse.
—No tienes opción —¿dónde había oído eso él antes?, se preguntó,
resentido—. Me voy a quedar aquí todo el tiempo que haga falta. Para siempre,
si es necesario. Te quiero y no pienso volver a dejarte marchar.
Heecheol lo miró asombrado. No podía haberlo entendido bien.
—Di eso otra vez.
—Te quiero, Heecheol. Siempre te he querido —dijo él con voz profunda y
llena de emoción.
Heecheol escuchó sus palabras y por un momento lo creyó. Hasta que
sintió al bebé moverse en su interior.
—No, no te creo —¿cómo podía haber olvidado que Siwan era un maestro de
la manipulación y que siempre conseguía lo que quería? Y lo que quería era al
niño—. Me estás mintiendo para quedarte con mi bebé.
Entonces se dio cuenta de que Siwan debía haberse dado cuenta de que lo
amaba y por eso le ofrecía precisamente eso.
—No tengo motivos para mentir, Heecheol. Soy el padre de tu hijo, y él
será mío pase lo que pase entre nosotros. Es a ti a quien quiero —insistió, y
alargó la mano hacia él—. Es a ti a quien necesito en mi vida, y
desesperadamente. He tratado de vivir sin ti y era como estar en el infierno.
La emoción de su voz le llegó al corazón y empezó a ablandarse. Cielos,
deseaba tanto que lo amara...
—Tienes que creerme, porque no voy a dejarte marchar de nuevo.
Su comentario fue como una ducha fría justo cuando empezaba a creerlo.
—Tú nunca me dejaste ir, Siwan. Lo que hiciste fue dejarme a secas
declarando que no querías volver a verme. Y yo sé por qué —le espetó—. ¿Es que
crees que soy idiota? Vienes aquí y me declaras tu amor incondicional esperando
que caiga rendido a tus pies. ¿Es que crees que no sé lo de Jingoo? Sé que
salías con él antes de que nos casáramos, y fue él quien respondió al teléfono
cuando te llamé el día de tu cumpleaños, aunque tú dijiste que era tu secretario.
Pero era el mismo Jingoo con el que apareces en las fotos de una revista
reciente.
El lo soltó y se sonrojó levemente.
—No te molestes en negarlo. Seguro que a los dos les parecía muy
divertido que tú hablaras conmigo por teléfono cuando él era el objeto de tu
conversación erótica. Me pones enfermo. Y en vez de decirme que buscara una
casa porque el apartamento no era de mi estilo, me podías haber dicho que me
fuera de casa. Y pensar que yo ya había decidido dejar atrás el pasado y hacer
que nuestro matrimonio funcionase... Qué ironía de la vida —lo miró y se rió
sin ninguna alegría—. Lárgate, Siwan. Voy a descansar —y quiso marcharse de la
cocina temblando por la fuerza de su descarga emocional.
—Ni se te ocurra, Heecheol —le dijo él, atrayéndolo de nuevo a sus
brazos—. No te vas a escapar tan pronto. Estás celoso de Jingoo, y no sabes lo
feliz que me hace eso, el saber que tú has sentido una pizca de la angustia que
me tiene ahogado desde que te conozco —Heecheol abrió la boca para protestar—.
¿Tienes idea de lo que me ha costado romper tu frialdad? ¿La de veces que,
saciado de sexo en la cama, sabía que una muralla se interponía entre los dos?
No sabes lo que me has hecho, a mí, Im Siwan, el que nunca había creído en el
amor —sacudió la cabeza—. Y me he enamorado perdidamente de un joven que está
encerrado en la memoria de un amor de su pasado.
Heecheol lo miró a los ojos y lo vio vulnerable. Nunca había visto a Siwan
como entonces, y lo miró con una incertidumbre que se parecía mucho a la
esperanza. Él quería creerlo, pero tenía miedo de volver a sufrir.
—¿Cuándo te diste cuenta? —preguntó sarcástico, para proteger sus
sentimientos.
—El día que visitamos la casa de Hansan —respondió él con una sonrisa—.
Mientras estábamos tumbados en la cama de tu tía. Después me dijiste que yo no
creía en el amor, y decidí esperar para decírtelo porque me pareció pronto —le
apretó con fuerza los brazos y lo miró fijamente—. Me mentiste cuando me
dijiste que no sabías quién era el amante de tu tía, y eso me dolió porque no
confiaste en mí.
—¿Cómo puedes saberlo?
—Cariño, eres como un libro abierto para mí, pero olvídalo. No me lo
tienes que decir ahora. Haré todo lo que esté en mi mano para hacer que confíes
en mí.
—También dijiste que te había decepcionado...
—Creo que dije demasiado —murmuró él—. ¿Cómo puedo hacer que entiendas?
En cuanto te vi, se me rompieron los esquemas sobre el amor. Eres la persona de
mis sueños, pero aquello se convirtió en una pesadilla cuando dijiste que
estabas casado. Me pasé un año intentando olvidarte, un año de abstinencia.
Desesperado, empecé a salir con Jingoo, pero juro que no lo he vuelto a tocar
desde entonces. Vino por sorpresa a mi oficina para desearme feliz cumpleaños,
pero lo eché de allí antes de hablar contigo. ¿Crees que puedo hablar así y
hacerle el amor a otro como lo hago contigo? —preguntó con dureza—. Tú eres mi
amor, mi pasión y mi vida.
Heecheol recordó esa pasión, la ternura y cómo le hacía el amor, y se le
encogió el corazón. ¿Estaría diciendo la verdad?
—Cuando te obligué a casarte conmigo, no me importaba que siguieras
enamorado de Kevin. Te deseaba. Sabía que éramos compatibles y pensé que podría
basar nuestro matrimonio en eso, pero pronto me di cuenta de mi error. Te amo y
quiero mucho más que eso de ti —le dijo, acariciándole la barbilla—. Mírame, Heecheol.
Soy un hombre muy posesivo y tenía unos celos insanos de tu marido fallecido.
—Rompiste mi colgante a propósito.
—Le habría roto el cuello si hubiera estado vivo. Así de despreciable
soy, Heecheol —respondió él inmediatamente.
Heecheol abrió mucho los ojos y miró a Siwan a la cara; parecía estar
sufriendo una tortura.
—No lo dices en serio...
—Tal vez no, pero volví de Hongkong decidido a hacerte saber lo que
sentía, porque descubrí después de nuestra conversación que estaba llegando a
algo contigo. Especialmente cuando accediste a buscar una casa.
—Creía que sería para nosotros, pero después pensé que era tu modo de
decirme que me marchara —apuntó Heecheol.
—Acertaste la primera vez —Siwan sonrió—. Pero cuando llegué y te vi
llorando en tu antigua casa, algo saltó dentro de mí —cerró los ojos angustiado
y después los abrió de nuevo—. Heecheol estuve a punto de tomarte sin tu
permiso. ¿Podrás perdonarme?
—¡No! —gritó. No podía soportar ver ese tormento en sus ojos—. No lo
hiciste. Estabas enfadado al principio, pero yo te deseaba —dijo, poniéndose
rojo y sintiendo crecer la esperanza en su corazón a cada segundo.
—Gracias, pero me he dado cuenta de que no me puedo fiar de mí mismo
cuando estás cerca. Cada vez estaba más desesperado deseando que me amaras. Soy
tan egoísta que quería ser el centro de tu universo. Hice todo lo que pude para
que me amaras, sin resultado. Ya no me quedaba esperanza y supuse que tendría
que marcharme antes de destrozar los pocos sentimientos que tenías por mí —le
retiró la mano de la barbilla—. No me sorprende que no me dijeras lo del
embarazo. Probablemente tuvieras miedo de mí.
Heecheol no podía soportar oír a su orgulloso e indómito Siwan hablar
tan humildemente.
—Miedo de ti... nunca —dijo con una sonrisa.
—Espero que lo digas en serio, Heecheol —le dijo él—, porque voy a estar
mucho tiempo contigo y con el niño.
No le había durado mucho tiempo la humildad, se dijo Heecheol. Le pasó
las manos por el pecho y después le rodeó el cuello. Se acercó a él tanto como
la barriga le permitía y dijo:
—Me parece bien. Me gusta que el hombre al que amo esté cerca de mí y de
nuestro hijo —Heecheol vio la sorpresa en sus ojos, y entonces lo besó con
ansia y a la vez ternura.
—Dime que esto es real —pidió él, acariciándole el pelo—. Dime otra vez
que me quieres.
Él se apartó ligeramente.
—Te quiero, Siwan —sus labios se abrieron en una sonrisa de enorme
satisfacción.
Siwan lo besó con un deseo ardiente de llegarle al alma. Sus manos se
deslizaron desde la nuca para acariciarle el pecho, y después el vientre.
—No deberíamos estar haciendo esto —gruñó él—. Estás embarazado.
—Claro que debemos —dijo, sintiendo cómo sus pechos se hinchaban bajo la
fina tela de la camisa—. Pero no aquí, sino arriba —murmuró, y él lo tomó en
sus brazos para llevarlo donde le indicó.
Una vez allí, lo dejó en el suelo y lo miró como si fuera la primera vez
que lo veía, haciendo que Heecheol se pusiera nervioso.
—¿Te gusta mi cuarto? —preguntó.
—Tú llenas mis ojos, mi corazón, llenas mi mente y no dejas lugar para
nada más —le abrió la camisa—. ¡Dios mío! — exclamó al ver su figura—. Antes
pensaba que eras perfecto, pero ahora, eres como una fruta madura, eres...
exquisito.
—Siwan... —dijo con emoción.
—Heecheol, no te merezco —dijo, ocultando la cara en su hombro—, pero te
quiero locamente y siempre lo haré.
Heecheol sintió que se le hinchaba el corazón en el pecho. Todas sus
dudas y temores se habían desvanecido al ver el amor que brillaba en sus ojos
negros.
—Siwan —repitió, tembloroso, mientras él le besaba la frente.
Lo tumbó sobre la cama como si fuera del más fin cristal, se quitó la
ropa y se echó a su lado.
Le acarició los pezones hasta que gritó suavemente de placer. Se inclinó
y volvió a besarlo mientras recorría todo su cuerpo con la mano. Heecheol lo
buscó al sentir la pasión incendiarse en su interior.
—Heecheol, mi amor —murmuró él contra su piel, acariciándolo cada vez
con más urgencia.
Le clavó las uñas en la piel y él gruñó de placer al poseerlo por fin. No
tuvo nada que ver con lo que habían conocido hasta entonces; fue una unión
total, de cuerpo y alma, que les hizo conocer el placer y la gloria de ser uno
en realidad.
Más tarde, Siwan le besaba el pelo mientras le acariciaba el vientre.
—Bueno, Siwon estará por fin contento; su bisnieto se quedará con su
casa.
—¿Cómo? ¿Tú no estás contento?
—Contento no es suficiente para describir la profundidad de mi amor por
ti. Te amo más de lo que pueda decir con
palabras.
—Entonces, muéstramelo de nuevo —sonrió, y él obedeció.
Era Septiembre y el sol aún brillaba con fuerza. Heecheol se asomó al
balcón de su cuarto y vio a Siwon, Hyukjae y a su hijo Sicheng jugando en la
piscina.
En todos los meses que había pasado solo, nunca imaginó una felicidad
tan completa.
—Heecheol, son más de las nueve y tu maleta está lista —dijo Siwan,
llegando tras él y abrazándolo por la cintura—. Es nuestro segundo aniversario
y tenemos que empezar a celebrarlo...
—Creo que ya lo empezamos a celebrar a medianoche —sonrió, travieso.
—Pues tenemos que seguir haciéndolo —prometió él—, pero el helicóptero
está esperando y quiero que lleguemos antes de medianoche. Tengo una sorpresa
para ti.
—¿Estás seguro de que Sicheng estará bien solo?
—¿Solo? —rió él—. Solo no va a estar ni un segundo. Tiene a todo el
servicio, a Siwon y a Hyukjae a sus pies.
—Tienes razón —dijo, y lo besó en la mejilla—. Iré a ducharme. Solo —
informó al ver brillar sus ojos—. Tenemos prisa, ¿recuerdas?
Heecheol no había dejado de sonreír cuando salió de la ducha. Los
últimos catorce meses habían sido de pura felicidad. Habían pasado el tiempo
entre la casita de Japón, Seúl y la casa de Hansan. Sicheng había nacido en la
casita para desmayo de su padre, el día antes de su primer aniversario de boda.
Era la viva imagen de su padre.
El día anterior había sido su cumpleaños, y en medio de la fiesta, el
niño había decidido dar sus primeros pasos.
—Vamos, Heecheol... nos están esperando —Siwan estaba tan atractivo y
atento como siempre, aunque se impacientara un poco a veces.
Una hora después y tras muchos achuchones al niño, subieron al helicóptero
que había aterrizado en el jardín.
—Sólo vamos a estar una noche fuera, tampoco es para tanto — murmuraba
él, pero Heecheol sonrió porque él había pasado tanto tiempo despidiéndose de Sicheng
como Heecheol.
Heecheol quedó sorprendido cuando el helicóptero aterrizó en el tejado
del hotel de Hansan donde pasaron su noche de bodas. Miró a Siwan sin
comprender muy bien aquello... iban allí a menudo; no era una sorpresa muy
original.
—Sé lo que estás pensando —dijo él, pasándole un brazo por los hombros—,
pero esto no es la sorpresa.
—¿Entonces dónde vamos?
—Paciencia...
Pero su paciencia empezaba a agotarse cuando el taxi les dejó al pie de
las escaleras que llevaban a su casa. Siwan se detuvo al llegar al final de los
escalones.
—Ahora es cuando empieza la sorpresa: tengo que vendarte los ojos. Heecheol
lo miró con ojos brillantes. Estaba guapísimo.
Siwan le vendó los ojos y lo condujo por la cintura hasta que se detuvo.
—Ya hemos llegado —y le quitó la venda—. Esto es.
Heecheol estaba junto al jardín que había ideado para su tía, donde
estaba la tumba de la niña que no llegó a nacer, y en el acantilado, a dos
metros de altura, había un nicho de mosaico con una escultura de una virgen con
el niño. Los ojos se le llenaron de lágrimas que derramó sin vergüenza.
—Sé que a tu tía le hubiera gustado más una lápida, pero esto me pareció
un buen sustituto y que tal vez te gustara —le dijo él, abrazándolo por la
cintura—. Lo siento si me he equivocado. No llores, por favor. No soporto verte
llorar.
Heecheol levantó la cara con una gran sonrisa. Sus lágrimas eran de
alegría y un toque de tristeza por lo que aquella virgen representaba. Sabía
que Siwan lo amaba, pero la sensibilidad de ese regalo le llegó muy dentro.
—No te has equivocado, Siwan. Me encanta. Y te quiero —dijo—. A mí no se
me hubiera ocurrido, pero seguro que a la tía Sunghee le habría gustado. Es una
sorpresa preciosa.
Él lo besó tiernamente y cuando por fin levantó la cabeza, fue para
hacer otra confesión.
—He de decir que tengo otro motivo para traerte aquí.
—¿En serio? —entre sus brazos como estaba, a Heecheol no le era difícil
notar su erección, y empezó a excitarse también. Creía imaginar lo que él
estaba pensando.
Y no estaba equivocado del todo.
—Sí, es una tradición que quiero retomar —dijo, besándole el cuello y
acariciándole el pecho—. Siwon fue concebido en esta playa, y mi appa también.
Si estás de acuerdo, me gustaría que nuestro siguiente hijo siguiera la
tradición familiar...
Y nueve meses después, nació Winwin...
Fin
Sik el chismoso
ResponderEliminarPero se la vamos a dar por buena porque con notificarle lo del embarazo de Heecheol....has sacado de su miseria a los dos
Uno que no le quería decir...y el otro que no había echo nada
Pero bueno,al menos ahí se dieron cuanta de cuanto se amaban y que sus sentimientos y los del otro eran 100% reales.
La descendencia continua en esa casa
WinWin jajajajajaja
La replica de Siwan....no puede negar que sea su hijo😂😂😂😂
Me ha encantado ese final mira que al final tener celos por nada xD de buenas que los dos dejaron las tonteras atras y pudieron arreglar las cosas y ahora tienen muchos bbs :) Que hermoso *v* en verdad adoro como siwan trata a Hee y como quiere seguir con la tradicion <v< jajajaja xD
ResponderEliminarMuchas gracias~~