Heecheol descargó la última caja de flores de la furgoneta y fue a
prepararse un café a la trastienda. Por más que le gustara ir al mercado de
flores, levantarse a las cinco de la mañana no era su ideal para comenzar el
día. Además, aquella noche no había dormido casi nada, y el sueño empezaba a vencerlo.
Una vez sentado y con la taza de café caliente en las manos, se dijo que
las cosas no parecían tan malas a la luz del día. Tenía su casa, sus amigos, su
jardín y, después de un fin de semana desastroso, su vida volvía a la
normalidad, y Siwan estaba fuera de ella.
Para cuando Minwoo llegó, a las nueve, las flores nuevas estaban
preparadas, el escaparate arreglado y la tienda lista para abrir.
—Esto tiene un aspecto excelente —declaró Minwoo, mirando a su amigo—,
pero el tuyo es deplorable.
—Mil gracias —le respondió Heecheol, intentando con la broma distraer la
atención de su amigo de todas las preguntas que vendrían a continuación.
—Sé que te dije que era hora de que empezaras a vivir la vida, pero...
debió ser una fiesta de cumpleaños de lo más loca —Minwoo echó a reír—. Vamos,
cuéntamelo todo. Cuando uno es appa, éstas son las únicas oportunidades que le
quedan de divertirse.
—No hay nada que contar. Fueron los mismos invitados de todas las
fiestas de Jongwoon y Matias, y me marché sobre las diez. Fin de la historia.
—¿Cómo que fin de la historia? Por lo menos cuéntame cómo era el novio
de Kwanghee. ¿Es uno de tantos jugadores o terminarán casándose? —preguntó
interesado Minwoo—. ¿Guapo y delgado, o viejo y gordo? Seguro que el dinero es
un factor importante, conociendo a Kwanghee.
Heecheol sabía que Minwoo no se callaría hasta conocer todos los
detalles, pero en aquella ocasión no tenía intención de contarle todo.
—Alto, pelinegro, no tiene mal aspecto, no es viejo... treinta y tantos,
supongo. En cuanto a las perspectivas de matrimonio, lo dudo mucho. Me pareció
de los que están cada día con uno, pero a Kwanghee le gustan los hombres con
dinero y él es riquísimo.
—¿Y su nombre es...?
—Siwan algo... Im, creo —no quería dar la impresión de estar muy seguro.
Minwoo era como un sabueso para detectar los secretos de los demás.
—¡Dios mío! —exclamó Minwoo—. ¿Has conocido a Im Siwan? ¿El banquero?
¿El mago de los negocios? ¡ Y dices que no tiene mal aspecto! ¿Es que estás ciego, Heecheol? Ese
hombre es más que un buen partido. Pero tienes razón en lo de jugador. Lo he
visto cientos de veces en las revistas y
cada vez tenía a un joven impresionante distinto del brazo. No creo que Kwanghee
tenga muchas opciones de llevarlo frente al altar; no es de los que se asientan
y forman una familia, pero... —le guiñó un ojo—. Kwanghee es a pesar de todo un
joven con suerte por tener un hombre así en la cama el día de su cumpleaños. No
me importaría recibir un regalo así.
—Minwoo, te recuerdo que eres un joven casado —interrumpió Heecheol, que
empezaba a sentirse mal. ¿Cómo podía ser que Minwoo supiera toda la vida de Im Siwan?
Él no lo conocía de nada y había acabado en su cama. Pero tenía que mirarlo por
el lado positivo, y era que por lo que Minwoo le había contado, seguro que
Siwan no volvía a buscarlo. Un hombre con tanto atractivo y tanto dinero,
rodeado permanentemente de compañía, no volvería a molestarse en pensar en
Heecheol de nuevo.
—¿Es que no puedo soñar un poquito? —repuso Minwoo, con los ojos
brillantes—. De acuerdo, de acuerdo... ¿Estás seguro de que estás bien?
—Sí, pero ayer fui a Jeju y con el madrugón de esta mañana... — explicó,
encogiéndose de hombros.
—No digas más —dijo su amigo, mirándolo con cara de circunstancias—. Eso
lo dice todo. Fuiste con los padres de Kevin a visitar su tumba —Minwoo lo
abrazó para consolarlo, cosa que hizo a Heecheol sentir como el mayor mentiroso
de la historia.
El sol de la mañana brillaba. Agosto estaba llegando a su fin y era el
cumpleaños de su padre. Estaba contento porque acababa de firmar un contrato
con unos grandes almacenes para convertirse en sus proveedores de arreglos
florales. Eso significaría que Ray tendría que dedicarse más al trabajo en la
floristería y que tendrían que contratar a otro conductor, pero eran las
mejores noticias.
El negocio iba bien y Heecheol tenía ganas de comer con su padre a
solas. Había reservado mesa en un buen restaurante como regalo de cumpleaños y había quedado en recogerlo a
mediodía. Después tendría que aparecer en la fiesta que le había organizado Matias,
pero no le preocupaba; nadie lo notaría si se marchaba pronto.
Al aparcar en casa de su padre hizo una mueca. La fiesta de cumpleaños
de Kwanghee, hacía dos meses, había sido un completo desastre para él, aunque
ya lo había superado. No había visto a Kwanghee desde entonces, pero eso no era
raro y Heecheol no era de los que mantienen el contacto con la familia por
teléfono.
Intentando olvidarse del pasado, se arregló la chaqueta color crema que
llevaba. Normalmente no se arreglaba mucho, pero en aquella ocasión, era
necesario. Estaba seguro de sí mismo porque sabía que tenía buen aspecto, y con
el bolso en la mano, subió corriendo las escaleras de la entrada.
—Buenos días, Maggie —saludó a la doncella nada más entrar—. ¿Dónde está
papá? ¿Sigue en su estudio? —preguntó, y la respuesta fue una mirada de lo más
extraña por parte de la mujer.
—No, está arriba, en el salón, esperándolo.
Heecheol miró su reloj. Eran sólo las once y media.
—No puedo creer que papá esté preparado a tiempo por una vez en su vida.
¿Será que con los sesenta ha ganado responsabilidad? —sonrió a Maggie, que no
le devolvió la sonrisa.
—No me pregunte. Yo sólo trabajo aquí —dijo, y se marchó.
Heecheol se preguntó qué le pasaría, pues Maggie normalmente era de lo
más amable, y subió las escaleras.
Su padre estaba sentado en su sillón favorito, junto a la chimenea, con
una taza de café en la mano.
—Felicidades, papá —dijo Heecheol, y fue hacia él.
—Gracias —respondió él, con una casi imperceptible sonrisa.
Heecheol se extrañó de la frialdad del recibimiento, y entonces se
detuvo con un escalofrío. Se había dado cuenta de que no estaban solos. Junto a
la ventana se recortaba la figura de un hombre al contraluz. No veía su rostro
con claridad, pero no necesitaba hacerlo: era Im Siwan. Sus ojos se abrieron
como platos por la sorpresa.
—Buenos días, Heecheol.
—Bu... buenos días —repitió él, mientras él avanzaba en su dirección.
Él llevaba un traje gris, camisa blanca y corbata azul. Tenía el pelo
más largo que la última vez que se vieron, pero seguía igual de guapo que lo
recordaba, aunque deseó no recordarlo.
—Es un placer volver a verte —le dijo, suavemente, y sonrió.
Heecheol lo miró sin devolverle la sonrisa. Su autoconfianza había
desaparecido por completo, pues sabía que Im Siwan sólo podía significar
peligro para su paz interior.
Miró nervioso a su padre, pero éste no le fue de gran ayuda. Estaba
mirando al café como si su vida dependiera de ello, o sea que algo tenía que ir
realmente mal.
No, no debía dejar que su imaginación le jugara malas pasadas. Im Siwan
no era ninguna amenaza para él; era el novio de Kwanghee y ya se había librado
de él en otras ocasiones. Heecheol recuperó la confianza en sí mismo y dijo:
—Para mí también, Siwan, pero voy a salir con mi padre a comer, así que
no vamos a poder hablar —dijo, despreocupado—. Siéntete como en tu casa. Seguro
que Kwanghee no tarda mucho —felicitándose a sí mismo por cómo había abordado
la situación, no vio la mirada que se intercambiaron los dos hombres.
—Heecheol no lo sabe, ¿Kim? —al oír su nombre, Heecheol miró a Siwan,
que miraba a su padre con expresión de desagrado—. ¿No se lo has dicho?
—¿Decirme el qué? —preguntó, confundido.
—No estoy aquí por Kwanghee —dijo él, con sus ojos de granito—. Estoy
aquí para verte a ti, entre otras cosas —explicó Siwan antes de volverse hacia
su padre—. ¿Entonces, Kim?
—No he tenido fuerzas, Siwan. Ya te lo he dicho: Heecheol no sabe nada
del negocio, y, en cualquier caso, no lo entendería.
—¿Qué es lo que no entendería? —preguntó, mirando primero a uno y
después al otro, sorprendido y dolido de que su padre despreciase su
inteligencia de ese modo delante de Siwan.
—Creo que será mejor que te sientes, Heecheol —Siwan le agarró el brazo
y él dio un respingo al sentir el contacto.
—¡No! —exclamó, y trató de zafarse, pero él apretó con fuerza, y por no
tener una escena desagradable delante de su padre, lo dejó conducirla a otro
sillón frente a la chimenea.
—Siéntate —ordenó él—. Créeme, Heecheol, vas a necesitarlo —le murmuró
muy cerca del oído, tanto que sintió su cálido aliento en la piel.
—¿Papá? ¿Qué es...?
—Haz lo que Siwan te dice y siéntate. Tengo algo que decirte —obedeció,
nervioso, y para empeorar las cosas, Siwan se sentó a su lado—. Sabes que te
quiero, Heecheol, y que nunca haría nada que te perjudicase. Pero durante estos
años he hecho un par de malas elecciones en el negocio y... bueno, la empresa
ya no da beneficios y...
Escuchó a su padre con creciente terror, y cuando acabó, lo miró
fijamente, pálido. Al parecer no sólo había hecho alguna mala elección, sino
que había tomado dinero prestado de la empresa durante años. Cuando ésta salió
a Bolsa, los accionistas se empezaron a cuestionar las cuentas y se contrató a
un auditor. El padre de Heecheol había confiado en poder devolver el dinero a
tiempo, pero se le había acabado el plazo y terminó confesando que la última
emisión de acciones no había sido para apoyar la expansión de la empresa, sino
para tapar agujeros en las cuentas.
—No puedo creerlo. ¿Cómo has podido, papá? —pero al mirar a su alrededor
supo la respuesta. Matias tenía gustos muy caros. Aquella casa, la villa...
además, su padre había financiado la agencia de modelos de Kwanghee el año
anterior. A Heecheol no le había importado, pero tampoco sabía que ese dinero
no estaba del todo limpio. Se le escapó una risa hueca.
—No hay que enfadarse, Heecheol. Siwan ha venido para decirte algo, y
puede ser la solución perfecta —intentó aplacarle su padre.
—Un segundo —saltó Heecheol, mandándole a Siwan una mirada envenenada—.
Esto no tiene nada que ver contigo. Ni siquiera deberías estar aquí.
—Por suerte para ti, estoy aquí —dijo, sarcástico, con rostro triunfal—.
A no ser que tu padre acabe en la cárcel por fraude.
—¡En la cárcel! —se volvió hacia su padre esperando que él negara el
ofensivo comentario de Siwan —. ¡Dime que no es posible!
—Lo siento —murmuró su padre, y se levantó, pálido y cariacontecido, su
aspecto lejos del de aquel hombre dinámico y alegre al que quería tanto.
Heecheol supo que Siwan decía la verdad—. Nunca imaginé que pasaría algo así.
Si no te importa, ve a cenar con Siwan. Él te explicará mejor que yo la situación,
y tal vez haya un modo de que todos salgamos de ésta. Eso espero, porque temo
el momento de contarle esto a Matias —le dio unas palmaditas en el hombro y
añadió—. Te veré esta noche en la fiesta.
Entonces fue cuando Heecheol fue consciente de la verdadera dimensión de
la situación. Su padre podía acabar en la cárcel, y quería llegar a un acuerdo
con él para evitarlo. No tenía sentido, como tampoco el involucrarlo a él
cuando no se lo había dicho ni a su esposo. Necesitaba más respuestas de su
padre, pero éste se dirigía ya a la puerta. Cuando se fue a levantar, una
fuerte mano lo mantuvo en su sitio.
Sorprendentemente, por unos minutos se había olvidado de la presencia de
Siwan, pero aquellos dedos sobre su piel le produjeron una sensación que por fuerza
tenía que recordar.
—Tu padre es una buena pieza —dijo él, cínicamente, a la vez que se
levantaba.
—Nadie te ha
pedido tu opinión
—respondió ella, y
trató de zafarse—.¡Déjame! —pero él hizo lo contrario.
—¿Para que vayas detrás de tu padre a hacerle preguntas que no está en
condiciones físicas de responderte? —le preguntó, levantando una veja—. No
creo.
—¿Qué tiene esto que ver contigo? —le gritó. Estaba harto. Se sentía
enfadado y confuso, y cuanto antes se librara de la presencia dominadora de
Siwan, mejor.
—Como accionista de Secret, todo —le informó él, burlón.
Estaba tan preocupado por su padre que no se había parado a pensar en
los accionistas.
—¡Oh, Dios mío! Siwon debe haber perdido una fortuna.
—Él no ha perdido nada porque yo le compré sus acciones hace dos meses,
así que por quién te tienes que preocupar, es por mí. Ya has oído a tu padre:
vamos a comer y lo sabrás todo.
—Tú —dijo, abriendo mucho los ojos—. ¡Esto es todo culpa tuya!
—No, fue tu padre el que decidió empezar a robar —señaló Siwan, pero vio
miedo en aquellos preciosos ojos y sintió la necesidad de protegerlo. Heecheol
no tenía ni idea del alcance de la traición de su padre, y por un instante dudó
de qué camino tomar en aquel momento.
—Mi padre no es un ladrón. La única persona reprochable de aquí eres tú —le
espetó—. Sería mucho más lógico que te acusaran a ti de robo.
Él lo agarró con más fuerza y se acercó mucho. Pronto la fina seda de su
traje le pareció lana de la más gruesa por el calor que le daba, y empezó a tener
miedo. Intentó escaparse, pero no tuvo que esforzarse mucho, pues él la soltó
enseguida y dio un paso atrás.
Cualquier duda que Siwan pudiera haber tenido, se desvaneció con sus
insultos. Había aguantado demasiado de aquel joven, y lo miró de arriba abajo
con determinación.
—Nunca he robado nada en toda mi vida, pero olvidaré que has dicho eso
porque sé que esto ha sido una sorpresa para ti —Siwan podía sentir su
confusión—. Si quieres salvar a tu padre y a la empresa de la ruina, te sugiero
que vayamos a comer. Tengo hambre y soy mucho más generoso con el apetito
aplacado, pero te toca a ti elegir...
«Elegir». Aquella palabra resonó en la mente de Heecheol y recordó la
última vez que había visto a Siwan. En aquel momento, sintió la amenaza
implícita en la palabra, pero lo había achacado a su imaginación; ahora sabía
que no se había equivocado. Siwan lo miraba retador y a Heecheol se le cayó el
mundo a los pies. ¿Qué opciones tenía? Hasta su padre le había dicho que fuera
con Siwan.
—No tengo hambre —dijo—. Y no quiero ir a un restaurante a hablar de
asuntos privados de mi familia, pero estoy preparado a escuchar lo que quieras
decirme, y éste me parece un buen sitio —se sentó, temiendo que las piernas le
fallaran.
Siwan dio un paso adelante y le rodeó los hombros con el brazo. Heecheol
se puso rígido mientras su instinto de protección le decía que tenía que huir
de allí, pero la imagen de su padre lo detenía.
—Entiendo tu preocupación —le dijo él, sonriendo y mirándolo fijamente a
los ojos—, pero tengo hambre y conozco un sitio donde la comida es estupenda y
la intimidad está asegurada. ¿Vamos?
Así fue como Heecheol acabó, media hora después, con una copa de vino en
la mano, en el sofá de cuero negro del piso de Siwan, con cara de
circunstancias.
Él había pedido comida cantonesa a domicilio desde el coche y entonces
fue cuando se dio cuenta de que había cometido otro error.
A Heecheol no le sorprendió nada la decoración fría y moderna, acero,
cristal, negro y blanco, con la última tecnología a su disposición, del piso de
Siwan. No parecía un hombre hogareño, y aquel lugar tenía la marca de un
soltero.
Cuando consiguió calmarse un poco y empezó a pensar en lo que había
pasado, se sintió mejor. Él había heredado de su tía la tercera parte de las
acciones de Secret y la casa de Hansan. Vivía cómodamente de los beneficios de
su floristería y el seguro de vida de Kevin, que pretendía usar para ampliar su
empresa. Nunca había pensado obtener dividendos de las acciones de la empresa
familiar, pero era normal que, al poseer una buena parte de las acciones, su
padre recurriera a él para buscar una solución con Siwan. Estaba claro que
quería recuperar el dinero de las acciones que le había comprado a Siwon, pero él
también tendría algo que decir acerca del futuro de la empresa.
—¿Más vino? —ofreció Siwan, interrumpiendo sus pensamientos, pero él
puso la mano sobre su copa. Fue el vino el que le había metido en líos con
Siwan la primera vez, y no iba repetir el mismo error dos veces.
—No, gracias. Tenemos asuntos de negocios de los que hablar, por eso
estoy aquí —dijo—. Corrígeme si me equivoco, pero si estoy aquí es porque soy
uno de las mayores accionistas de la empresa y necesitas mi aprobación para
actuar en la compañía de mi padre. Además, tampoco podrás decidir qué hacer con
él sin mi aprobación.
Siwan se relajó en el sofá y esbozó media sonrisa.
—No estás equivocado del todo —hizo una pausa—. Eres el mayor
accionista, y por eso eres el que más tiene que perder en todo esto.
Legalmente, no se puede hacer nada sin tu consentimiento.
Eso hizo que Heecheol respirara aliviado, pero la sensación duró poco,
pues Siwan siguió hablando
—Lamentablemente, los problemas de tu padre se remontan mucho más atrás
en el tiempo. Según mi información, hasta que cumpliste los dieciocho años, tu
padre se encargó de gestionar por ti el diez por ciento de las acciones que te
dejó tu appa. Después, te convertiste en socio, junto con tu tía y tu padre,
hasta que le vendiste las acciones que te había dejado tu appa, a tu padre, por
lo que fuiste responsable también de la gestión de la compañía, con los otros
miembros de tu familia. Por suerte no eras accionista en el momento de salida a
Bolsa de la empresa, cuando tu padre cometió los mayores excesos, pero
técnicamente, aunque no es probable, también podrías ser acusado de fraude
junto con tu padre.
—¿Yo? —gritó—. ¿Estás loco? Eso es imposible. Nunca he tenido nada que
ver en la empresa. Le vendí a mi padre las acciones que me dejó mi appa para
pagar la casa que compré con Kevin. Nunca había estado en una junta de
accionistas hasta este verano, por insistencia de mi padre, cuando heredé las
acciones de mi tía. Si alguien te ha dicho otra cosa, te ha mentido.
—Tu padre fue quien me lo dijo —repuso él, levantándose del sofá—. Y he
visto tu firma en documentos de hace mucho tiempo. Es cierto que eras joven,
pero seguro que cuando tu padre te enseñaba las cuentas, tú las verificabas
antes de firmarlas.
Pálido, miró a Siwan. Empezaba a comprender la enormidad de la
situación.
—Nunca las leí. Supuse que firmaba como mero testigo.
—Yo te creo, pero eso no altera el hecho de que el único modo de evitar
el cierre de la empresa de tu padre y que el peso de la ley caiga sobre él, es
una enorme inyección de dinero.
—¿Cuánto? —preguntó, seguro de que mencionaría una cifra que tendría
problemas para escribir, cuando menos para reunir—. Puedo vender mi casa, y en
su momento, la casa de Corea también, supongo — apretó los párpados para
contener las lágrimas. Era demasiado pensar que su padre llevaba más de diez
años delinquiendo, pero sabía que Siwan decía la verdad. La expresión culpable
y derrotada de su padre al marcharse y dejarla en manos de Siwan, era la prueba
más concluyente.
—Eso no sería más que una gota en medio del océano —se burló él, y fue a
sentarse a su lado, poniéndole la mano bajo la barbilla para obligarlo a
mirarlo—. Pero tengo la solución. Puedo invertir todo el dinero que tu padre
necesita pasa salir de ese embrollo y hacer que la empresa vuelva a ser
rentable, pero quiero algo a cambio.
—Estoy seguro de que mi padre hará lo que sea necesario —murmuró—.
Realmente es un buen hombre, pero, bueno... tiene...
—Un esposo caro y un estilo de vida por encima de sus posibilidades —
terminó Siwan por él—. Pero no es tu padre quién me interesa, sino tú,
Heecheol. Quiero casarme contigo.
Ese hombre había perdido el sentido común, fue lo primero que pensó,
pero al ver el brillo de decisión que tenía en los ojos, ya no estuvo tan seguro.
—Podemos anunciar nuestro compromiso en la fiesta de cumpleaños de tu
padre, esta noche.
Aquello era tal barbaridad, que hizo que Heecheol saliera del estado de
desesperación que amenazaba por consumirle. Al imaginar la cara de Kwanghee,
estuvo a punto de echarse a reír.
—¿Estás loco? —exclamó—. ¡Estás saliendo con mi hermano! —y entonces vio
la solución perfecta—. Puedes pedírselo a él. Seguro que está deseándolo.
—Kwanghee no es más que un viejo conocido, nada más. Juro que no lo
conozco en el sentido bíblico de la palabra, como te conozco a ti —su mirada
sensual empezó a tener cierto efecto sobre el color de las mejillas de Heecheol
—. Así que eso no es un problema —sus dedos se deslizaron desde su barbilla
para colocarle un mechón de pelo detrás de la oreja, y Heecheol echó a
temblar—. Olvídate de Kwanghee. Si quieres salvar a tu padre, cásate conmigo.
Tú tienes la elección, y quiero saber tu decisión ahora.
Otra vez la palabra «elección», y esta vez no tuvo duda de que la
amenaza era real. Se apartó de él y se puso en pie de un salto.
—¿Por qué yo? —exclamó mirándolo. El estaba sentado cómodo y relajado
mientras que a Heecheol le temblaban las piernas, preguntándose cómo un día que
había empezado tan bien podía haberse convertido en aquella pesadilla.
—¿En serio tienes que preguntarlo? —dijo él, mirándole con lujuria—. Ya
has estado casado antes, Heecheol, no eres tan inocente.
—Exacto —saltó—. Y sé qué es lo más importante en un matrimonio. El
amor, y nosotros no nos amamos.
Ni siquiera le gustaba él; era demasiado arrogante, demasiado poderoso y
demasiado rico, pero al menos tuvo la sensatez de no decirle todo eso a la
cara.
—El amor no existe. Es sólo otra una excusa para el deseo —dijo él—. Y
no tiene nada que ver con mi proposición. Yo me haré cargo de las deudas de Secret,
compraré las acciones de los pequeños accionistas, sacaré la empresa de la
Bolsa y volveré a convertirla en una empresa familiar en las que las acciones
sólo podrán transmitirse entre miembros de la familia. Pondré a uno de mis
hombres de confianza al frente para que tu padre, aunque manteniendo su
posición, no pueda volver a robar de nuevo. Está claro que a cambio de todo ese
dinero que invertiré, necesito una seguridad, y ahí es donde entras tú. Al
casarme contigo entraré legalmente a formar parte de la familia. En caso
contrario, no hay trato.
Heecheol tragó saliva para deshacer el nudo de miedo que empezaba a
formársele en la garganta.
—Pero eso es chantaje... —susurró. Sacudió la cabeza y lo miró a los
ojos buscando algún signo de que aquello era sólo una terrible broma.
Pero los rasgos austeros de Siwan no reflejaban ninguna expresión, como
si estuviera en medio de una junta de accionistas. Y algo así debía ser aquello
para él, excepto que esta vez estaba comprando un matrimonio, y para un hombre
acostumbrado a comprar todo lo que quería, aquello no sería nada distinto,
pensó amargamente.
—Sigo sin ver qué sacas tú de esto, a parte de una pareja infeliz —dijo—.
Además, podría acceder y dentro de seis meses pedir el divorcio; eso me haría
mucho más rico y a ti más arruinado.
—Buena idea, Heecheol —dijo él, levantándose para ponerle las manos,
posesivo, sobre los hombros—. Siento disgustarte, pero no es tan simple.
Hay una
condición: quiero que
seas appa de
un hijo mío,
y para asegurarme de que tú
pones de tu parte, iré aportando el dinero a la compañía a lo largo de los tres
próximos años.
«Appa de un hijo mío»: esas palabras tuvieron un efecto muy especial
sobre Heecheol. En los recuerdos más felices de su infancia siempre estaba
presente su appa, y en su carácter estaba el apreciar la continuación de la
vida en todas sus formas. Por un momento, el pensar en tener un hijo de Siwan
removió un instinto que permanecía dormido en su interior. Desde el día que se
casó, Heecheol había querido tener un niño, pero Kevin quiso esperar, y después
fue demasiado tarde.
—¿Entonces, Heecheol? ¿Sí o no? —preguntó Siwan, y le puso la mano en la
nuca para que lo mirara—. Sabes que nos acoplamos bien —bajó la cabeza... iba a
besarlo.
—No. No... —él lo apartó de sí y se alejó. Por un momento se sintió
seducido por su proposición, y por la vergonzosa necesidad de volver a saborear
sus labios, pero Siwan intentaba obligarlo a casarse... ¿Estaba loco?
—Una pena —dijo él, encogiéndose de hombros—. Dos hombres van a quedar
muy decepcionados, y casi más tu padre que Siwon, me temo.
Heecheol lo vio todo muy claro en ese momento.
—¡Dios mío! ¡Ahora lo comprendo! —gritó—. Yo pensaba que tu abuelo era
un hombre adorable, pero entre los dos han tramado arruinar a mi padre
simplemente para conseguir la casa de Hansan. O al menos, para asegurarse que
la conseguía con un hijo tuyo. No me extraña de ti, pero nunca hubiera
imaginado algo así de Siwon —acusó amargamente—. ¿Por qué son así los Im? ¿Es
que su misión en vida es destrozarme?
—No —dijo él—. Siwon no tiene nada que ver con esto, no tiene por qué
enterarse de que esta conversación ha tenido lugar. Después de la fiesta de Kwanghee,
me dijo que había hablado contigo y que había abandonado la idea de recuperar
la casa, pues alguien tan encantador como tú no seguiría soltero y sin hijos
mucho tiempo. Así que no dejes que esto estropee tu opinión de Siwon.
—De verdad te importa —murmuró él, sorprendido; no había creído que Im Siwan
fuera capaz de preocuparse por nadie.
—Por supuesto que sí. Sí que tengo sentimientos humanos, a pesar de lo
que tú puedas pensar. Pero es cierto que nunca antes me había planteado
casarme. Si lo hago ahora es porque le dijiste a Siwon que tus hijos serían los
herederos de la casa, y si puedo darle a Siwon la tranquilidad de que un nieto
suyo heredará la casa, eso vale todo el dinero que sea necesario para mí.
Por primera vez desde que lo conoció, Heecheol empezaba a ver al
verdadero hombre que había en Im Siwan, y sintió una pizca de respeto por él.
—¿Es Siwon tu única familia?
—Sí, y puesto que tú has rechazado mi proposición, parece que
así seguirán las cosas, aunque no
sé por cuánto tiempo —dijo él—. Es un
hombre mayor después de todo.
Aunque no le gustaba tener nada en común con Siwan, lo cierto era que
Heecheol sabía cómo se sentía. Su padre era el único pariente que le quedaba.
—Si no me caso contigo, ¿qué le pasará a mi padre? —Heecheol eligió
cuidadosamente sus palabras. Siempre había deseado un hijo, y tras la muerte de
Kevin, pensó que ya no tendría oportunidad de hacer su sueño realidad.
—Cuando esto salga a la luz —dijo él—, y eso pasará sin que yo diga
nada, porque el resto de los accionistas se acabarán enterando, lo peor que
puede pasar es que acabe en la cárcel. En el mejor de los casos, quedará
completamente arruinado.
—¿Y si accedo, pero con algunas condiciones...? —Heecheol sabía que no
volvería a enamorarse, y aunque había considerado la inseminación artificial
para tener un hijo, la idea no le hacía enteramente feliz. Ahora tenía otra
oportunidad; no era la oportunidad perfecta, pero tal vez funcionase.
—No estás en posición de poner condiciones, pero te escucho.
¿Quería hacer aquello de verdad? No estaba seguro del todo. Estudió su
rostro por un momento, pero en su cara no había expresión alguna. Sabiendo que
podía tener a cualquier joven que quisiese, no lograba entender por qué lo
había elegido a él, hasta que supo lo de la casa de Hansan. Pero ahora creía
ver otros motivos: un hombre con el ego de Siwan no podía soportar el rechazo,
y él lo había rechazado dos veces, primero en el yate y después en su casa,
hacía dos meses. De algún modo, eso le hacía más fácil seguir adelante, puesto
que se encapricharía de otro y él podría continuar con su vida y con un hijito
al que amar.
—Sé que viajas mucho por tu trabajo. Eso no va conmigo en absoluto.
Quiero una garantía de que podré seguir con mi trabajo y con mi vida en Tokio.
Siwan lo miró con ojos
enigmáticos.
—Si aceptas casarte conmigo, yo aceptaré tus condiciones—se preguntó si
Heecheol se daría cuenta de que le ofrecía la mejor opción: seguir con su vida,
y tener un esposo y un hijo que lo esperaran en casa—, pero viviremos en mi
piso y tú venderás tu casa. No habrá más hombres en tu vida, eso está claro, y
espero que vengas conmigo a Corea cuando vaya a visitar a Siwon. Por el resto,
como dices, mi trabajo me lleva por todo el mundo, y no espero que vengas
conmigo a todas partes, y mucho menos cuando tengas a nuestro hijo.
A Heecheol las palabras «nuestro hijo» le resultaban muy seductoras. Si
se casaba con Siwan, no traicionaría el amor que sentía por Kevin, se dijo a sí
mismo, porque la suya no sería una relación amorosa, sino un trato para salvar
a su padre y tener el hijo que tanto ansiaba.
—Heecheol, ¿eso es un sí o un no? ¿Trato hecho? —dijo él, levantándole
la barbilla con un dedo—. Sabes que es razonable. Cásate conmigo y sé el appa
de mi hijo.
OMG
ResponderEliminarPor que habrá padres tan irreparables!!! Y todo por darle lujos a su "esposo" e hijastro!!!!
Ahhhhhh
Heecheol!!!!!!
Ahhhhh
Sabía que Siwan haría algo par conseguir de nuevo a Heecheol,que algo iba a planear para encontrarse de nuevo...pero esto?
ResponderEliminarEsta bien que está cuidando sus intereses y todo eso,pero claramente esto lo planeo muy bien para su convenencia.
Seguro que al padre de Heecheol lo atraparian en sus fraudes en poco tiempo,pero que ya Siwan haya acomodado la sistuación a su favor y la única opción que le de a Heecheol para salvar a su padre sea esa...y bueno,aparte de casarse con él quiere un hijo
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