Jung Heecheol, hacía dibujitos sobre una libreta de notas sin prestar
atención a la conversación que se mantenía a su alrededor. Su padre, gerente de
la compañía Secret, había insistido en que asistiese a aquella reunión puesto
que había heredado la participación que su tía Sunghee tenía en ésta y había
pasado a convertirse en uno de los principales socios accionistas.
Lo cierto era que él no entendía para nada de fluctuaciones del mercado
ni de Bolsa, y que ya le costaba bastante ocuparse de la parte financiera de su
floristería de Gangnam, como Minwoo, su mejor amigo y socio, podría confirmar.
—Heecheol —oyó decir a su padre, interrumpiendo su ensoñación—. ¿Estás
de acuerdo?
Al levantar la cabeza, se dio cuenta de que una docena de personas lo
miraba fijamente. Sus ojos se encontraron con los marrones del hombre que se
sentaba frente a él, el señor Im, coreano, que su padre le había presentado
poco antes. Al parecer aquel hombre mayor había conocido a su tía Sunghee en la
isla de Hansan, donde ella tenía una casita. Heecheol había pasado allí el
verano anterior, pero no tenía un recuerdo grato de aquellas vacaciones, entre
otras cosas, porque su tía había muerto poco después.
El hombre le sonrió y él dedujo que su expresión aterrada le había
indicado que no tenía ni idea de qué responder a la pregunta. Con una leve
inclinación de cabeza y un guiño, le dio la respuesta.
—Sí, por supuesto —aceptó Heecheol, y así terminó la reunión.
—¿Por qué no me llamaste? —preguntó Im Siwan en coreano a su abuelo, que
estaba sentado en un sillón con un tobillo vendado y apoyado en un escabel—.
Sabes que hubiera venido enseguida. Además, ¿qué has venido a hacer a Tokio?
Después del último susto que nos dio tu corazón, creía que el médico te había
recomendado no volar.
—He venido por negocios —declaró Im Siwon escuetamente.
—Pero hace años que dejaste de ser mayorista de pescado —le recordó
Siwan.
—No me refiero a ese negocio. Lo cierto es que te llamé hace seis días,
y un joven de tu oficina en Hongkong me dijo que te habías ido unos días fuera
y que no se te podía molestar a no ser que se tratara de una emergencia —el
anciano levantó una ceja—. Como sólo te llamaba para decirte que iba a quedarme
en tu piso de Tokio unos días, no vi razón para molestarte.
Siwan hizo una mueca. No podía decir nada; era cierto que había dejado
aquellas instrucciones a su secretario, y se sentía muy culpable por ello.
Sus abuelos lo habían dado todo por él. Hacía treinta y ocho años, Xichen,
su único hijo joven, se quedó embarazado del dueño de un yate que estaba
visitando la isla. Para proteger a su hijo y a su nieto de la censura de la
pequeña comunidad en la que vivían, se trasladaron a Seúl, donde nadie los
conocía. Cuando Xichen murió en el parto, ellos pasaron a ocuparse de Siwan.
Éste no conoció a su padre biológico hasta que acabó sus estudios
universitarios de ciencias empresariales. Se negó a suceder a su abuelo en el
negocio de venta de pescado al por mayor que éste tenía y aceptó un trabajo en
un crucero. En un ataque de ira, Siwon lo había comparado con su padre, un
francés que se hacía llamar por un título nobiliario y que se pasaba la vida de
puerto en puerto seduciendo jovencitos.
Siwan no tardó un segundo en ir en busca de su padre, a pesar de que
nunca le habían molestado demasiado las circunstancias de su nacimiento, y lo
encontró viviendo en una gran mansión en Francia, con su esposo y sus dos
hijos, ambos mayores que él. Cuando Siwan se identificó, él hizo un gesto de
desprecio y se despidió de él diciéndole:
—He estado con decenas de jóvenes e incluso si hubiera estado soltero
cuando conocí al pueblerino coreano que era tu appa, nunca me habría casado con
él —y después, ayudado por sus igualmente despectivos hijos, echó a Siwan de su
casa.
Siwan siguió con sus planes y se embarcó en el crucero, donde hizo
amistad con un rico banquero neoyorquino que lo contrató como ayudante para realizar
sus operaciones de Bolsa. Cuando el barco llegó a Hongkong, aquel hombre le
ofreció un puesto a Siwan en su empresa, puesto que éste había destacado
especialmente en su trabajo, y cuatro años después, creó su propia empresa: Zea
Internacional.
Siwan miró a su abuelo con una mezcla de frustración y cariño.
—Nada de lo que hagas o quieras me supondrá nunca un problema, Siwon.
Sólo tienes que decir lo que quieres y lo tendrás, ya deberías saberlo.
Siwon estaba envejeciendo. A sus setenta y siete años tenía el rostro
surcado por mil arrugas, pero sus ojos aún delataban la determinación que lo
había empujado a establecer su negocio años atrás con su amigo Hyukjae. Siwan
le debía la vida a aquel hombre que, en realidad, era su única familia.
—No intentes engatusarme, Im Siwan.
Siwan se puso tenso. Sabía que el anciano estaba enfadado o tenía algo
en mente, pues de otro modo no habría usado su nombre completo; su appabuelo
había querido llamarlo al ver sus ojos grises, que le recordaron a un lobo,
porque significaba cazador de este animal.
—Lo que quiero es verte casado y con niños; ver la continuación de la
familia, pero dada tu aparente aversión al matrimonio y las parejas que eliges,
ya casi no me quedan esperanzas —le mostró una revista a Siwan—. Échale un
vistazo a tu última elección, probablemente el joven con el que has pasado los
últimos días —señaló las páginas centrales—. Yeo Jingoo no es precisamente el
retrato de un appa y esposo.
Siwon tenía razón; Siwan había estado saliendo con Jingoo las últimas
semanas, pero no tenía ninguna intención de casarse con él. ¿Por qué tendría
que hacerlo? No le gustaba nada que Siwon metiese las narices en su vida
sexual... Y, en cuanto al matrimonio, Siwan no confiaba en las parejas a largo
plazo.
La experiencia le decía que las parejas casadas estaban tan deseosos de
meterse en su cama como las solteras, si no más, aunque él siempre había
evitado involucrarse con casados. La única excepción que había hecho a aquella
norma aún lo atormentaba por las noches.
El abuelo de Siwan seguía con su acalorado discurso en coreano:
—Pensaba que tenías mejor gusto. ¿Es que no sabías que se operó la nariz
a los diecinueve años? Eso puedo tolerarlo, pero
esto último... ¡un trasero falso! No había oído nada igual en la vida.
—¿Cómo? Déjame ver... —saltó Siwan, tomando la revista de manos de
su abuelo. Siwon tenía razón. Una de las fotos lo mostraba saliendo de un
restaurante con él, y el artículo detallaba todas las operaciones estéticas a
las que se había sometido y hablaba del nuevo hombre con el que se le había
visto últimamente.
Siwan no pudo reprimir un muy descriptivo apelativo en coreano.
—No podría estar más de acuerdo —apuntó Siwon, con una leve sonrisa
—No me di cuenta... —comento Siwan en voz baja, lo cual fue casi una
confesión para un hombre que se definía como un experto en el género. Se sentó
en el sofá junto a Siwon y sonrió—. Conocí a Jingoo porque es decorador y mi
secretario lo contrató para redecorar mi apartamento de Hongkong.
Lo que no le contó era que mientras le enseñaba el apartamento se había
dado cuenta de que hacía casi un año que no se acostaba con alguien y pensó que
ya era hora de hacer algo al respecto
—Si eso te tranquiliza, no tengo intención de casarme con él.
En un par de semanas, cuando la decoración del apartamento estuviera
acabada, también lo estaría su relación con Jingoo. Además, a pesar de que era
un joven muy bello e inteligente, y un amante experimentado, por algún extraño
motivo él se había quedado con una extraña sensación de insatisfacción.
—¡Me alegro! En ese caso, podrás hacerme un favor —dijo Siwon—. Desde la
muerte de tu abuelo he estado investigando cómo recuperar la casa que teníamos
en Hansan. Cuando nos fuimos a Seúl se la vendí al carnicero del pueblo, pero
esa casa había sido de mi familia durante generaciones; en esa playa fui
concebido, al igual que tu appa, y allí cortejé a tu abuelo. Quiero recuperarla
—declaró—. Con los años, lo único que le quedan a uno son los recuerdos, y los
más felices de mi vida ocurrieron allí —Siwon suspiró—. El carnicero murió hace
ocho años, pero antes de eso le vendió la casa a un empresario de Seúl. Las
malas lenguas dicen que se la regaló a su amante, una botánica llamada
Kim Sunghee. Yo la conocí hace años en Hansan; era una mujer adorable y me
habló de su trabajo y de la empresa de cosmética homeopática que había creado
con su hermano. Su hermano acabó casándose con el contable de la empresa, Kim Jongwoon,
que promovió la expansión de la marca por todo Japón. Cuando le pedí que me
vendiera la casa se negó en redondo. Más tardé me enteré de que su empresa
había salido a Bolsa en el mercado alternativo de valores para reunir la
financiación suficiente como para llevar la empresa a América, así que compré
acciones con la esperanza de que eso me acercara a la señorita Kim y así poder
convencerla de que me vendiera la casa.
Siwan frunció el ceño. La mayoría de las empresas de ese mercado
alternativo eran negocios arriesgados.
—Haz lo que te aconsejo: vende tus acciones cuanto antes. Y de la
casa... olvídate. ¿Es que no estás a gusto en la casa que mandé construir?
Nunca antes te habías quejado.
—No. Es una casa muy bonita, pero desde que tu abuelo murió, me siento
un poco solo. Tú nunca vienes.
—En eso tienes razón —admitió Siwan, pero lo cierto era que le molestó
el no haber sabido que Siwon pretendía comprar la casa de Hansan; eso revelaba
la poca atención que le había dedicado a su abuelo en los últimos años—.
Intentaré ir más a casa, Siwon, pero te aseguro que Hansan ya no es como cuando
tú eras joven. Ahora está lleno de turistas —Siwan lo sabía porque había ido
allí con su yate el año anterior y, aunque el lugar era precioso, sólo había
pasado una noche.
—Te equivocas —dijo el anciano con ojos chispeantes—. Por fin he
encontrado un modo de recuperar la casa de mi familia. Cuando me enteré de que Kim
Sunghee había muerto, compré más acciones —levantó una mano—. Antes de que
protestes, te digo que las compré baratas.
Si la empresa se hundía esas acciones le saldrían caras, pensó Siwan,
pero no quiso seguir discutiendo.
—La semana pasada recibí una notificación de una junta de accionistas,
pues soy uno de los mayores inversores —continuó Siwon—. Estuve en la junta y
después Kim me invitó a cenar a su casa esta noche y a la fiesta de cumpleaños
de su hijo el fin de semana.
—Muy interesante, pero eso no explica cómo te torciste el tobillo y que
si Hyukjae no me hubiera llamado a Hongkong, yo no me habría enterado de nada.
—Te iba a llamar en cuanto saliera del hospital, pero Hyukjae se me
adelantó. Me tropecé en el escalón del salón —dijo Siwon, observando la
decoración del apartamento de soltero de su nieto.
—Pues me alegro de que Hyukjae estuviera contigo...
—Claro. Hyukjae tiene tantas ganas como yo de que recupere la casa de mi
familia. Nosotros nos conocimos en Hansan y siempre se quedaba en casa con tu
abuelo y conmigo cuando su barco atracaba allí. Siempre pensé que tenía
debilidad por tu appa, pero...
—Bueno, pero ¿cómo vas a recuperar la casa? —apremió Siwan.
—No voy a hacerlo yo, sino tú —declaró Siwon con una ancha sonrisa—.
Conocí al hijo de Kim en la junta. Es un joven encantador que no sabe nada del
negocio de la familia, pero tiene uno propio. Estuvimos charlando y me contó
que había acudido a la junta porque era el heredero de su tía. Además, no sólo
había heredado sus acciones, sino también la casita de Hansan.
—Qué bien —Siwan fue hacia el mueble bar y se sirvió un vaso de whisky
con agua—. Entonces él ha accedido a vender y quieres que yo pague la casa,
¿no?
—No, le pregunté que si me vendería la casa, pero me dijo que no creía
que eso fuera posible. No necesito que me ayudes a pagar la casa, pero sí que
vayas a la cena en mi lugar esta noche. Quiero que utilices todos tus encantos
con ese joven y que lo ablandes. Después, cuando yo vaya a su fiesta de
cumpleaños el sábado, le explicaré lo mucho que significa esa casa para mí y
que quiero dejársela a mi nieto. Cuando le pida que me la venda, estará
dispuesto a acceder a todo lo que le pida.
—¿Quieres que lo seduzca? —dijo Siwan, mirando a Siwon con una ceja
levantada—. Me sorprendes, teniendo en cuenta lo mucho que me criticas por
playboy.
—No necesito que llegues tan lejos, aunque no creo que fuera un gran sacrificio
para ti, porque es un chico encantador —Siwon esbozó una sonrisa picara—. Si
tuviera cuarenta años menos, me ocuparía de esto en persona.
Siwan echó a reír.
—Eres incorregible. Está bien, dile a Kim que yo iré a la cena en tu
lugar y haré lo posible por encantar a ese joven. ¿Cómo se llama?
Siwon estaba ya marcando el número de Kim en el teléfono:
—Mmmm… algo con Hee.
Siwan fue al baño para darse una ducha pensando en el lío en que se
había metido y deseando por lo menos que el tal Hee fuera presentable.
Siwan volvió después de medianoche, cansado, pero con una sonrisa de
satisfacción en la cara.
—¿Qué ha pasado? ¿Lo viste? ¿Te gustó? ¿Le gustaste tú a él? — preguntó Siwon
en cuanto él cruzó el umbral.
—Sí a todo —respondió Siwan—, pero no me tenías que haber esperado despierto.
—Eso da igual. ¡Dime qué pasó!
Siwan se dejó caer en el sofá y se aflojó la corbata.
—Kim me presentó a su hijo Hee, y por una extraña coincidencia, ya lo
conocía.
—¿Que lo conocías? ¿Estás seguro?
—Créeme, abuelo. Lo conocí en Hongkong hace años; era modelo y salimos
unas cuantas veces. No tienes nada de qué preocuparte, el asunto está en el
bote. Te lo prometo. Hee estaba encantado de verme y casi se abalanzó sobre mí
cuando me vio. Mañana iré a cenar con él y para el domingo lo tendré comiendo
de mi mano —se puso en pie y añadió—. Ahora, si no te importa, me voy a
acostar. Y te sugiero que hagas lo mismo.
—Heecheol, te llaman por teléfono —gritó Minwoo—. Es el esposo de tu padre.
Heecheol se quitó los guantes y dejó la cesta que estaba rellenando con
flores de verano para ir a responder al teléfono.
—Dime, Matias.
Heecheol escuchó las instrucciones del joven de su padre durante varios
minutos sin decir nada. Su appa había muerto cuando él sólo tenía doce años
después de una larga enfermedad. Su padre se casó a los seis meses con su
secretario, appa soltero de un joven de dieciséis años, Kwanghee, que había
dejado los estudios para ser modelo.
Entonces Heecheol estudiaba en un internado y, aunque su padre adoptó a Kwanghee
y le dio su apellido, ellos nunca se vieron como hermanos, sino como amigos
lejanos.
—¿Tienes alguna duda, Heecheol?
—No, todo está muy claro —respondió él cuando por fin pudo decir
algo—. Ya he pedido las flores que querías y estaré allí el sábado a primera
hora para que la casa esté decorada para el cumpleaños de Kwanghee —Heecheol
colgó y le preguntó a Minwoo—. ¿Estás seguro de que no quieres que cerremos la
tienda el sábado por la tarde y te vienes conmigo?
—No, gracias —replicó Minwoo—. Ya sabes que sólo soporto al bello Kwanghee
en pequeñas dosis. ¿Cuántos cumple? ¿Veintiocho por cuarto año consecutivo?
—¡No seas bruja! Aunque la verdad es que tienes toda la razón. Hey, al
parecer Kwanghee se encontró con un antiguo novio en la cena de ayer.
—¿La cena a la que no fuiste por un dolor de cabeza ficticio? —se burló Minwoo.
—Sí... al parecer él aún está soltero y es tremendamente rico. Kwanghee
quiere atraparlo, así que no se puede mencionar por ningún motivo su verdadera
edad.
—No me sorprende en absoluto.
—¡Qué malo eres! —dijo Heecheol sonriendo.
—Ojalá tú fueras un poco malo a veces —suspiró Minwoo—. Ya es hora de
que salgas a divertirte un poco de nuevo.
—Bueno, voy a ir a la fiesta del sábado —dijo—. Ya es hora de que te
vayas a comer. Jian llegará en cualquier momento, y Ray también — Jian era un
aprendiz y Ray un empleado que, aunque florista titulado, pasaba la mayor parte
del tiempo haciéndose cargo de los repartos.
—Me voy, pero, Heecheol, lo digo en serio. Kevin murió hace dos años y,
por mucho que lo quisieras, ya es hora de que vuelvas a salir con hombres, o al
menos, que vayas planteándotelo en lugar de quedarte petrificado frente a
cualquier chico guapo. Aparte de ser aburrido, el celibato no es bueno para la
salud.
Para gran vergüenza de Heecheol, él no había llevado a rajatabla ese
celibato en los últimos dos años. Había cometido un error enorme que había
jurado no repetir, pero no se atrevía a confesarlo ni a su mejor amigo.
Una vez que Minwoo se hubo marchado, Heecheol se dijo a sí mismo que ya
había conocido a su alma gemela y que le había perdido. Todo empezó cuando el appa
de Heecheol murió y él empezó a pasar más tiempo con su tía Sunghee. A ella le
encantaba la jardinería, pero su padre vendió su casita en el campo con su
impresionante jardín para comprarse un apartamento en la ciudad, al gusto de su
buen esposo. Por suerte, la tía Sunghee le dio total libertad para practicar su
afición en su jardín. Ella era profesora de botánica en el Imperial College de Tokio,
algo que siempre fascinó a Heecheol, pero el joven investigador que trabajaba
con su tía, Jung Kevin, lo fascinaba aún más. Se enamoró perdidamente de él y
éste acabó convirtiéndose en su amigo y confidente.
Cuando acabó el instituto, a los dieciocho años, Heecheol se dio cuenta
de que no tenía un cerebro académico como para ir a la universidad, pero sí
tenía cierto talento artístico. Por eso se matriculó en un curso de jardinería de
dos años. Allí fue donde conoció a Minwoo. Para entonces la relación con Kevin
se había convertido en un profundo amor, y fue él quien animó a los dos amigos
a que abrieran su tienda. Su vida era maravillosa, y fue aún mejor cuando con
veintidós años se casó con Kevin en una boda de cuento de hadas.
Su felicidad fue breve, pues Kevin murió cuatro años después en un
accidente de aviación. A los dos les gustaba el vuelo sin motor, y Heecheol
siempre se sintió culpable por no haber estado con él ese día por haberse
quedado terminando un trabajo.
Cada vez que pensaba en él, se le encogía el corazón de tristeza, pero
gracias al apoyo de Minwoo los últimos dos años, había superado la etapa de las
lágrimas y ya podía enfrentarse al mundo, por pocas ganas que tuviera de
hacerlo.
—Feliz cumpleaños, Kwanghee —saludó Siwan nada más entrar en casa de los Kim. Le había dado su regalo de cumpleaños el día anterior; una bolsa de
Prada, nada demasiado personal—. Creo que ya conoces a mi abuelo...
Él no lo dejó acabar.
—Oh, claro que lo conozco —Kwanghee le dedicó una sonrisa radiante—.
Siento que se hiciera daño en el tobillo. Lo cierto es que no puedo negar que
me encantó que Siwan viniera a la cena en su lugar —miró a Siwan—. El destino hizo
que nos volviéramos a encontrar, ¿verdad, cariño? —e inclinó la cabeza para que
él lo besara.
Siwan conocía a muchos jóvenes como él, sofisticado y consciente de sus
encantos, y no le costó besarlo levemente en los labios. Lo que le sorprendía
era que Siwon considerase atractivo a aquel modelo delgadísimo de casi un metro
ochenta de alto.
Heecheol bajó las escaleras observando complacido el centro de flores de
la mesa. Desde la muerte de Kevin había ido a muy pocas fiestas, pero no podía
excusarse de asistir a aquélla. Echó los hombros hacia atrás, y miró a su
alrededor hasta encontrarse con el chico del cumpleaños. Kwanghee estaba
inclinando la cabeza hacia atrás pidiendo un beso que no le fue denegado. De gran altura, tenía la espalda ancha y el pelo negro, y era la pareja
perfecta para Kwanghee.
En ese momento, Heecheol se fijó en el hombre mayor que estaba junto a
ellos y se apoyaba en un bastón con puño de plata. Tenía una expresión de furia
contenida y parecía sentirse tan fuera de lugar como Heecheol, pero ésta
reconoció su rostro enseguida.
—Señor Im —dijo, acercándose a él—. Encantado de volver a verlo — y
levantó la mano para estrechársela.
—El placer es mío —dijo él, tomándole la mano para besarle el
dorso—. Por favor, llámame Siwon.
—Claro, Siwon —rió Heecheol.
Siwan sintió cómo Siwon le tiraba de la chaqueta y en ese preciso
instante reconoció aquella voz. Se giró lentamente y lo vio... todos y cada uno
de los músculos de su cuerpo se tensaron al instante. Conocía a aquel joven de
la forma más íntima posible; él había envenenado sus sueños durante todo el
último año y, a pesar de que lo despreciaba por su falta de moral, su cuerpo
aún sufría de pasión por él. Antes de pronunciar un saludo apropiado, Kwanghee
lo agarró por el brazo y le habló al joven.
—Heecheol, cariño, te presento a Siwan, el hombre tan maravilloso del
que te había hablado.
Siwan oyó la voz de Kwanghee, pero sólo se quedó con el nombre: ¿Heecheol?
¿Qué había pasado con Chelie? Seguro que era el pseudónimo que usaba cuando
engañaba a su marido. Pero, a pesar de ser un joven infiel, tenía un aspecto
aún más fantástico de lo que recordaba.
La primera y única vez que lo había visto hasta entonces había sido
cuando hizo un crucero en su yate con varios amigos por algunas islas del
continente, como hacía todos los veranos. Era el cumpleaños de uno de sus
acompañantes y habían bajado a comer a la isla de Hansan.
Cuando él había salido del restaurante para tomar un poco de aire
fresco, lo vio. Él estaba solo, sentado en la terraza de un bar del puerto,
bebiendo a sorbitos una copa de vino. No llevaba ni una gota de maquillaje,
pero estaba precioso, como recién salido de un cuadro de Rossetti. Tenía un
rostro fino y bien dibujado, unos labios jugosos y rosados y pelo castaño.
Mientras lo miraba, una pareja que salía del bar chocó con su mesa y la
jarra y su copa de vino cayeron sobre él. Él se levantó de un salto y Siwan
corrió en su auxilio.
Él había aceptado sin dudarlo su ofrecimiento de ir al yate para
limpiarse las manchas de la camisa y shorts blancos que llevaba. El encuentro
sexual que tuvieron después de eso fue el mejor de su vida, y cierta parte de
su anatomía despertó al recordarlo, pero enseguida recordó con rabia lo que
había pasado después. Sin mirarlo a los ojos, se levantó de la cama, recogió su
ropa y su bolso, y se metió en el baño.
Cuando había regresado, completamente vestido, se estaba colocando una alianza
en el dedo. Siwan se levantó de la cama, sin querer comprender lo evidente.
—Estás prometido —dijo.
—No... casado —respondió él—. Y esto ha sido un gran error.
Siwan había salido con montones de jóvenes, y se había acostado con buen
número de ellos, pero nunca con uno casado. Tan furioso consigo mismo como con él,
le dijo:
—Para mí no, cariño. Ha estado bien, pero será mejor que te vayas. Mis
invitados volverán en cualquier momento y preferiría que no te vieran,
especialmente un invitado en particular.
Él lo miró horrorizado, dándose cuenta de lo que quería decir. Después
se dio la vuelta y se marchó sin decir más, dejándolo allí desnudo, furioso y
asqueado con los dos. No había tenido una aventura de una sola noche desde que
era adolescente y su norma era salir al menos tres veces antes de acostarse con
él, pero aquella vez había roto todas sus reglas... y con un joven casado.
Al mirarlo en aquel momento lo vio tan sereno, tan elegante, que le
costó recordar al apasionado joven que había compartido su cama. Llevaba un
sencillo pantalón negro y camisa negra con cuello abierto revelando la
perfección de su cuello y un asomo de su pecho. Su cabello negro. Era la
perfección absoluta de pies a cabeza, y no podía olvidar la imagen de su cuerpo
desnudo bajo aquella ropa. Siwan contuvo el aliento. Por primera vez tenía
celos de su abuelo por tener toda la atención de aquel joven, su bella
sonrisa...
¡No! ¡Estaba casado!
O____O
ResponderEliminarMe hice bolas!!!
Pero me encanta el rumbo de la historia!!! Quiero mas!!!!
Me encanta. Ya quiero saber de que viene el cuento del matrimonio de Hee.
ResponderEliminarYa se hicieron bolas...las confuciones a la orden del día
ResponderEliminarEl Hee del cual su abuelo le habló,no es el Hee en el cual debería de estar "trabajando" para obtener la casa.
Luego resulta que al Hee que debe tratar ya lo conoce...y muy bien...fisicamente claro.
Y Heecheol aún no lo ve...se le va a ir el color de la cara.