A Wonwoo le
costó muchísimo salir de la casa y conducir rodeado de preguntas a gritos y
cámaras apuntando hacia él y disparando sus flashes. Cuando llegó, allí no le
esperaba ningún periodista, pero una muchedumbre empezó a formarse a su
alrededor antes de que pudiese subir las escaleras para dirigirse a su oficina.
Cuando salió
de su despacho a mediodía, tuvo que abrirse camino hasta el coche, que estaba
rodeado de fotógrafos pidiéndole la oportunidad de hacerle una foto en
condiciones. Para cuando logró alejarse de allí, las manos le temblaban sobre
el volante y tenía la frente sudorosa.
El alma se le
cayó a los pies cuando, al girar hacia la granja, vio que había más paparazis
esperando allí que aquella mañana. Se sintió agradecido al ver que el equipo de
seguridad de Kim había despejado el sendero que llevaba hasta la casa.
Seungkwan
seguía sentado en la penumbra, con las cortinas echadas. Meanie estaba dentro
de la casa pero en un estado lamentable, temblando y negándose a salir de
debajo de la mesa. Hyuk yacía hecho un ovillo con el perro. Wonwoo lo tomó en
sus brazos y lo abrazó.
—Estoy un poco
extrañado —señaló Seungkwan—, por que les preparé un café a los guardaespaldas
y, ¿qué crees que averigüé?
—Uno de ellos
dejó caer que tenían instrucciones de venir a trabajar aquí desde ayer.
Wonwoo escuchaba
con atención a su amigo.
—Pero eso no
es posible.
—Alguien debía
saber por adelantado que esta historia iba a salir a la luz. Los hombres de
Mingyu estaban preparados y esperando que estallara el asunto.
Wonwoo se
quedó callado. Era como si los circuitos de su cerebro se estuviesen conectando
para mostrarle algo inesperado. Dentro de su cabeza empezaron a saltar todas
las alarmas.
Había
demasiadas cosas que no casaban en los sucesos recientes, y se vio obligado a
reconsiderarlos uno por uno. Mingyu se había mostrado muy afable ante la
invasión de paparazis, y tremendamente diplomático y modesto al sugerir que
debería pensar en mudarse a su mansión.
La afabilidad,
el tacto y la humildad no eran características propias de los Kim. Además, la
información privada que sobre él aparecía en el artículo resultaba
asombrosamente correcta y estaba escrita con una benevolencia inusual.
La sospecha de
que Mingyu lo sabía todo de antemano e incluso se había permitido acabar con su
anonimato le pareció atroz, pero le provocó una furiosa indignación y una
necesidad imperiosa por conocer la verdad y despejar toda duda al respecto.
—Seungkwan ¿te
importaría quedarte aquí solo con Hyuk hasta la tarde? — preguntó Wonwoo
tensa—. Necesito ver a Mingyu.
Wonwoo se
encontraba en el ascensor privado que llevaba a la oficina de Mingyu en el
edificio Kim cuando sonó su teléfono móvil. Era Lee Soyul, y su tía estaba
fuera de sí.
—¿Es cierto
eso de que Kim Mingyu es el padre de tu hijo? — preguntó Soyul con voz furiosa
y descreída.
Wonwoo se
estremeció; siempre había temido que iba a molestarse mucho al enterarse.
—Mucho me temo
que sí.
—¡Eres un brujo
ladino e intrigante! —lo acusó su tía con voz estridente—. Es imposible que él
te deseara. ¡No le llegas ni a la suela del zapato a Jenny ni en aspecto ni en
personalidad!
Aquellos
insultos de su pariente más cercana dejaron a Wonwoo deshecho.
—Lo sé
—respondió con brusquedad—, siento el daño que todo esto pueda causarte.
—¡No me hagas
vomitar! ¿Por qué habrías de sentirlo? ¡Ese niño debe valer una fortuna! Has
sido un chico muy, muy listo.
—Creo que lo
que he sido es bastante estúpido —le contradijo su sobrino en voz baja y
dolida—. Yo no lo planeé. No esperaba que mi vida acabara siendo de este modo.
—¡No te atrevas
a volver a dirigir la palabra a ningún miembro de esta familia! —advirtió la
mujer, furiosa—. En lo que a nosotros respecta, de ahora en adelante estás
muerto.
Al escuchar
aquellas palabras tan duras, Wonwoo palideció. Había albergado la esperanza de
que el tiempo acabaría por suavizar la actitud de su tía hacia su hijo y ahora
comprobaba que era del todo imposible.
El ascensor se
abrió a un vestíbulo privado. Un asistente lo condujo hasta un enorme despacho
y le informó de que Mingyu se reuniría con él en cuanto terminase su reunión
vespertina.
—Wonwoo…
—delgado y espléndido, vestido con un traje gris de raya animado por una
corbata roja, Mingyu mostraba una extraña expresión preocupada. Con un
movimiento desconcertante, atravesó la habitación y la tomó de las manos—.
Debías haberme dicho que querías verme. Habría enviado el helicóptero para que
te recogiese. ¿Cómo estás?
Wonwoo reconoció
abstraídamente que él era un tipo con clase, de ésos que siempre tienen la palabra
adecuada para cada ocasión. Como de costumbre, él estaba impresionante y le
hacía despegarse de la realidad, lo dejaba sin aliento. Aun así, sólo tuvo que
pensar en su hijo para que se enfriase el corazón al devolverle la mirada.
—Te muestras
agradable porque piensas que has ganado. Crees que he venido corriendo hasta
aquí para que me ayudes, ¿no es así? —dijo Wonwoo con voz temblorosa por la
rabia que carcomía su orgullo herido.
—¿No es eso
para lo que estoy aquí? —Mingyu lo observó con tranquilidad y satisfacción,
porque no podía pensar en nada más apropiado que el hecho de que Wonwoo le
pidiese y esperase su ayuda. Le enfurecía comprobar lo independiente que podía
llegar a ser en situaciones de crisis—. Has tenido un día muy duro.
Wonwoo retiró
sus manos de golpe, en un gesto de rechazo.
—¿No es así
como lo habías planeado?
Él frunció el
ceño.
—Por supuesto
que no.
—Pero fuiste
el instigador de la historia que apareció en The Globe — le lanzó Wonwoo sin
detenerse siquiera a tomar aliento—. Ha sido cosa tuya. ¡No te atrevas a
mentirme!
Mostrando un
aplomo inquietante, Mingyu se apoyó con gracilidad en la mesa de su despacho.
—Nunca te he
mentido.
Wonwoo se
giró, alejándose de él, incapaz de pronunciar una palabra debido a su
indignación. Pero incluso dándole la espalda podía sentir su atracción. Nadie
podía estar cerca de Mingyu sin sentir el alcance de aquella fuerza y poder.
—El artículo
del periódico era demasiado minucioso. Todos los datos eran correctos y no
aparecía ninguna revelación escandalosa.
—No hay
escándalos en tu vida —indicó Mingyu con amabilidad—, aparte de mí mismo.
El enojo y la
sospecha habían llevado a Wonwoo hasta ese edificio para enfrentarse a Mingyu.
Pero en el fondo, todavía albergaba dudas y pensaba que, a veces, una serie de
coincidencias podían provocar una impresión equivocada. Pero lo había acusado y
él no había pronunciado todavía ni una sola palabra en su defensa. Ni una sola
palabra. En ese sentido, el significado de aquel silencio le producía una gran
desazón.
—Tú lo
planeaste y organizaste todo, estabas detrás de ese artículo sobre nosotros
—susurró agitadamente—. Me cuesta mucho aceptar que puedas llegar a ser tan
egoísta y destructivo.
Mingyu estaba
decidido a no morder el anzuelo. Esperaba no mostrarse poco razonable: Wonwoo
tenía derecho a sentirse ofendido y él estaba preparado para dejar que se
desahogara.
Sentía
curiosidad por saber cómo lo había adivinado tan rápidamente, pero al mismo
tiempo no le sorprendía en absoluto la velocidad con que lo había hecho.
—Los paparazis
ya nos estaban siguiendo la pista
—señaló.
—¡Pero si no
hay nada entre nosotros! –respondió Wonwoo enfadado.
—¿Lo dices
porque estás saliendo con otro? Y no me digas que eso no tiene nada que ver
conmigo —le instó Mingyu—. Es muy importante dada la situación.
—En este
momento no hay ninguna otra persona en mi vida —admitió Wonwoo a regañadientes.
—Te guste o
no, estamos conectados a través de nuestro hijo — afirmó Mingyu manteniendo la
misma calma—. ¿Por cuánto tiempo crees que podía seguir volando a ver a Hyuk
sin llamar la atención? Era imposible mantener al niño en secreto
indefinidamente, Wonwoo.
—No estoy de
acuerdo…
—Pero, con
todos mis respetos, no sabes de lo que hablas. No vives en mi mundo. Es como
una pecera llena de peces de colores. A pesar de mi equipo y de mis
guardaespaldas, todos mis movimientos son vigilados y recogidos por la prensa
rosa. A veces es más sensato tratar con ellos y controlar lo que publican. La
alternativa suele ser una crítica feroz, y pensé que tratándose de ti y de mi
hijo, lo más razonable era darle un giro y poner a funcionar mis relaciones
públicas —Mingyu lo contempló con inmensa calma—. Y me atengo a mi decisión.
Los ojos de
Wonwoo brillaron resentidos. No podía dar crédito a la excusa que había dado.
—¡Deja de
tergiversar las cosas y de fingir que lo hiciste para protegernos! ¡No pensabas
decirme la verdad y no parece que entiendas ni te importe el daño que has
hecho!
Ante aquella
acusación, tensó su mandíbula cincelada.
—Entiendo que
estés enfadado.
—¿Igual que entiendes
lo que me gusta que me nombres
tu «confidente»? —respondió Wonwoo con desdén.
En sus mejillas
no apareció el más mínimo indicio de enojo.
—Estás
enfadado, pero mis intenciones eran buenas. No me avergüenzo de Hyuk. Es mi
hijo y me siento orgulloso de él, y por lo tanto, me niego a ocultarlo.
Una risa fría
y agitada escapó de los labios rosados de Wonwoo. Un inmenso sentimiento de amargura
se iba apoderando de él.
—¿Y nuestras
vidas qué? Ese aspecto no te importaba, ¿verdad? Pero has destrozado mi
intimidad y no tienes derecho a hacerme algo así. Todo el mundo sabrá que
tuvimos una aventura de una noche y tú…
Mingyu avanzó,
perdiendo la calma.
—Dios, lo que
ocurrió aquella noche no fue nada de eso.
Wonwoo no le
escuchaba.
—¿No tenías
suficiente con que te permitiese ver a Hyuk? ¿Es que todo tiene que hacerse a
tu manera?
—Los quería a
los dos en mi vida de forma franca y honesta —le informó Mingyu abiertamente.
—Y como no
tienes lo que quieres, te dedicas a jugar sucio —Wonwoo empezaba a temblar de
rabia—. Lo único que has conseguido es demostrarme que tenía razón al no
confiar en ti. Hemos acabado, del todo. Te di una oportunidad y la echaste a
perder…
—Eres tú, y no
yo, quien ha convertido esto en una disputa. Yo no pienso dejar a ninguno de
los dos.
—¡Llevas toda
la vida huyendo de las parejas, y justo en este instante, el hijo a quien dices
querer tanto está escondido debajo de una mesa con el perro! —carcomido por la
rabia, sus ojos brillaban llenos de lágrimas acusadoras—. Hyuk no entiende por
qué estoy tan triste, por qué no se pueden abrir las cortinas, por qué está
todo a oscuras, por qué hay tanto ruido fuera o por qué no podemos salir a
jugar como antes. Está asustado y molesto. Tú eres su padre, y eso es lo que le
has hecho hoy.
El rostro
bronceado de Mingyu palideció.
—¿Y por qué lo
hiciste? —Wonwoo respiró con fiereza—. Porque eres un canalla arrogante, que
siempre ha de salir vencedor. Pues muy bien: has perdido, Mingyu. Te has metido
un gol espectacular en tu propia portería. No puedo confiar en ti. Ahora me da
miedo. Eres una amenaza para mí y para mi hijo. Si quieres volver a verle,
tendrás que casarte conmigo.
—¿De qué
demonios estás hablando?
—¡Porque es el
único modo de sentirme seguro si accedo a que vuelvas a verle! No cuento con
tus recursos ni con los contactos necesarios para enfrentarme a ti. Sólo como
esposo podría hacerlo en igualdad de condiciones. Y como ambos sabemos que eso
es algo que nunca va a ocurrir, por favor, déjanos en paz. Con un poco de
suerte, los paparazis acabarán por aburrirse y marcharse. No quiero vivir en un
escaparate.
Mingyu quedó
asombrado con su actitud.
—No puedes
apartarme de sus vidas.
—¿Por qué no?
Ya he visto lo que eres capaz de hacer con tus influencias y tu dinero. Tengo
la obligación de proteger a mi hijo y no puedo competir contigo…
—¡Hyuk no
necesita que lo protejan de mí! —Mingyu apretó las manos alrededor de sus muñecas
para evitar que se alejase otra vez.
—¿Eso crees?
¿Qué clase de influencia ejercerías sobre él?
Wonwoo casi se
echó a llorar, invadido por una mezcla de rabia y pena.
—Eres dueño de
docenas de casas, pero nunca has tenido un hogar. Ni siquiera te impusieron
normas siendo niño, hacías sencillamente lo que querías. Con diez años ya
tenías un Ferrari en miniatura y una pista de carreras sólo para ti. No puedes
ofrecer ni enseñar a Hyuk algo que nunca te enseñaron.
—Si te
trasladas a Pledis Park y dejas de ser tan terco y obstinado —dijo Mingyu
bajando la voz—, puede que aprenda. Suponiendo que tenga algo que aprender, y
no estoy convencido de que sea así.
Sus ojos
negros se hundieron en los suyos haciéndolo callar. El llanto se le agolpaba en
la garganta y una vorágine de emociones luchaba por escapar de su cuerpo en
tensión. Él nunca sería feliz amoldándose a un acuerdo de convivencia de
aquella naturaleza. Mingyu era una adicción que tenía que superar, no una
adicción ante la que rendirse. Aunque adoraba a Hyuk, pensaba que hubiera sido
más feliz si nunca hubiese conocido al padre de su hijo.
—Quiero que me
devuelvas mi vida anterior. Quiero que lo dejemos definitivamente.
—No —introdujo
los dedos en su melena para inclinarle la cabeza hacia atrás y rozó con los
labios y el filo de los dientes la suave piel de su cuello, haciendo que cada
célula de su piel cobrase vida y una punzada aguda de placentero dolor se
aposentara bajo su vientre.
Por un
instante, Wonwoo deseó a Mingyu hasta el dolor. Una explosión devastadora de
imágenes íntimas le hizo recordar el peso de su cuerpo fuerte y torneado sobre
el suyo aquella noche en casa de su prima. Una pasión cuyo coste todavía estaba
pagando. Enseguida le vinieron a la
cabeza los insultos de su tía. ¿Hasta cuándo tendría que soportar aquello? Con
lágrimas en los ojos, recuperó el control de sí mismo y se apartó. Tenía la
cara pálida y tensa.
—No —le dijo
Wonwoo rechazándolo—. No me traes más que problemas.
Jamás ningún
joven le había dicho a Mingyu algo así.
—Ya he dicho
todo lo que tenía que decir —Wonwoo caminó hacia la puerta con un nudo en el
estómago a pesar de su gélida apariencia—. Mantente alejado de nosotros. No te
debo nada. Hace tan sólo unas semanas no sabías de la existencia de Hyuk y
vivías feliz y contento. Ojalá no hubieses venido a verme. Abriste la caja de
Pandora.
Mingyu
contempló con perturbadora intensidad el espacio vacío que Wonwoo acababa de
ocupar hacía tan solo un instante. Había vuelto a dejarle. Otra vez. Una
terrible frustración se apoderó de su cuerpo.
Se había
equivocado. Por completo. Por extraño que pudiese parecer, había cometido un
error y estaba dispuesto a admitirlo. Pero, ¿por qué Wonwoo no dejaba de
juzgarle, y lo que era peor, de encontrarle defectos, marchándose, negándose a
comprometerse o tan siquiera a discutirlo con él?
¿Qué es lo que
tenía que hacer para contentarlo? Pensó, endureciendo la mirada, que si se
trataba de un anillo de bodas, lo único que iba a conseguir sería sentirse
decepcionado. ¿Qué clase de chantaje era aquél? Pero su rabia quedaba contenida
por una imagen que no conseguía sacar de su cabeza: la de su hijo buscando
refugio bajo la mesa junto a aquél patético perro. Se había metido un gol en
propia meta y eso le irritaba. Pero lo que enardecía su rabia era la certeza de
que no podría ver a Hyuk sin el consentimiento de Wonwoo.
A Wonwoo, la
semana siguiente se le hizo eterna. Se encontró rodeado y acosado por los
paparazis tanto en casa como en cualquier otro lugar al que acudiese. Pidió a
la policía que no dejase pasar a la prensa más allá de la entrada del camino,
pero aún temía sacar a Hyuk al jardín por si algún fotógrafo aparecía por detrás
del seto o de la parcela.
Se sentía
atormentado ante el temor de haber sido injusta con Mingyu, que, después de
todo, no había sido más que un niño descuidado por sus padres. Wonwoo pensaba
que su difunta madre, Kim Yoojin, desconocía lo que implicaba ser madre de un
niño. Yoojin había sido hija única, la inestable heredera de la fortuna de los
Kim, y había acumulado cuatro matrimonios e innumerables aventuras antes de
morir de un infarto en la treintena.
Los incesantes
escándalos y la adicción al alcohol y las drogas la convirtieron en una pésima
madre para su joven hijo, a quien tuvo cuando ella era todavía una adolescente,
y su hijo, nacido, tres años después.
Mingyu no
había sabido quién era su verdadero padre hasta después de su muerte. Había recibido
muy poco amor, atención o estabilidad. Con catorce años, había acudido a los
juzgados a separarse legalmente de su caprichosa madre y se había ido a vivir
con su abuelo. Pero en tan sólo tres años, tanto éste como su madre y su
hermano mayor habían fallecido, dejándolo solo. Y Wonwoo admitió que, desde
entonces, Mingyu había estado solo. Al menos, hasta el día en que conoció a Hyuk.
Ocho días
después del encuentro que habían mantenido en Londres, Mingyu entró en el
despacho de Wonwoo, en el departamento de Historia Antigua, y lo encontró
preparando un horario.
—¿Mingyu? —preguntó
totalmente desconcertado. El corazón le latía fuertemente porque había perdido
los nervios desde que los paparazi habían empezado a perseguirlo.
A pesar de la
cara seria y la mirada fría de Mingyu, su impresionante atractivo le hizo
perder el aliento.
—Si la única
vía es el matrimonio, me casaré contigo.
Aquella
descarga pilló a Wonwoo por sorpresa, ya que no esperaba que los
acontecimientos se desarrollasen así.
—Pero si no
hablaba en serio… Sólo intentaba hacerte entrar en razón.
Mingyu se
mostraba más adusto que nunca, impertérrito ante aquella alegación.
—Hyuk es un
tremendo aliciente. Por supuesto, estoy sugiriendo que negociemos un acuerdo.
—Por supuesto
—repitió, no muy seguro de lo que decía, o de cómo se sentía, más allá de
aquella sensación de irrealidad—. ¿Cómo puede ser un matrimonio un acuerdo
negociado?
—¿Qué otra
cosa podría ser si no? Quiero estar con mi hijo y quiero que lleve mi nombre.
Quiero verlo crecer y no lo compartirás conmigo si no me caso contigo. Sé
reconocer un trato cuando se me ofrece.
—Pero no es
eso lo que yo pretendía. Sólo quiero lo mejor para Hyuk.
Mingyu enarcó
las cejas.
—¿Sí o no? No
pienso pedírtelo dos veces.
Wonwoo pensó a
toda prisa. Si se casaba con él, le otorgaría derechos legales sobre Hyuk, pero siempre
estaría cerca para poner freno a cualquier exceso por su parte y podría vigilar
a su hijo. Si la relación no funcionaba, al menos podría permitirse los
servicios de un buen abogado.
Todas esas
consideraciones eran de tipo práctico, pero ¿qué pasaba con la cuestión
personal? El acuerdo sólo podía implicar una relación platónica entre ambos.
Aquellos que
conociesen la legendaria frialdad y control de los Kim se habrían sorprendido
al ver que, en aquel preciso instante, Mingyu estaba a punto de perder los
nervios. Había hecho lo que siempre había dicho que no haría: comprometerse en
matrimonio.
Un
cazafortunas habría aceptado la oferta antes de que acabase de pronunciarla.
Pensó que una persona que de verdad lo quisiera le habría ofrecido una
respuesta cálida y generosa. Pero ¿que hacía Wonwoo en su lugar? ¡Pensarse la
respuesta con el ceño fruncido!
Wonwoo razonó
arrepentido que casarse con un hombre que no lo amaba y que seguramente lo
despreciaría por la forma en que se había casado con él no era precisamente un
pasaporte para la felicidad.
Iba a ser un
camino pedregoso lleno de decepciones y sufrimiento. Pero, ¿qué tenía eso de
nuevo? Por otra parte, si estaba destinado a no volver a amar a nadie nunca
más, daba lo mismo si estaba con él o si no lo estaba. Cualquier matrimonio
sería aquello en que lo convirtiese, ¿no?
Era absurdo
esperar que Mingyu hiciese alguna aportación constructiva al matrimonio. Sería
como sacar a un león de su jaula y esperar que se comportase como un gato
doméstico. Mingyu no tenía ningún modelo o referente positivo del matrimonio.
No sólo no tenía ni idea de lo que era, sino que además él, Wonwoo, tendría que
enfrentarse a la cruda realidad de que Mingyu no tenía intención alguna de
cambiar.
—Sí —dijo
Wonwoo con gravedad—. Me casaré contigo.
—¿Con
reservas? —se burló él dulcemente.
—Con muchas
—admitió sin dudar—. Soy una persona realista y tú una persona impredecible.
Mingyu lo miró
intensamente.
—Quiero que la
boda se celebre dentro de tres semanas.
Wonwoo
parpadeó:
—¿En tres
semanas? Por lo que más quieras, Mingyu…
—Quiero
quitármelo de encima cuanto antes. Mis empleados se encargarán de organizado
todo.
Wonwoo mordió
preocupado su labio inferior. «Quiero quitármelo de encima cuanto antes». Sabía
todo lo que hacía falta saber sobre lo que Mingyu pensaba del matrimonio, así
que aquello no afectó a su autoestima.
—Mañana me
marcho a Nueva York —anunció Mingyu—. No volveré a Corea hasta pasadas al
menos dos semanas, porque tengo que ocuparme de unos asuntos. Si Hyuk y tú vienen
a Seúl hoy mismo, podré pasar algún tiempo con él antes de mi partida.
—Sí… de
acuerdo —no dudó en dar su consentimiento porque nunca se había sentido cómodo
ante la idea de mantener separados a padre e hijo.
—Y pasarás la
noche conmigo.
Wonwoo abrió
la boca para decir algo, pero se quedó en blanco y no le se ocurrió nada que
objetar, así que volvió a cerrarla. Durante un segundo, pensó en que aquello
quería decir sencillamente que pasarían la noche bajo el mismo techo, pero
había una luz en sus oíos que le advertía de que no iba a ser así, y esa
conciencia hizo que se sonrojara.
—¿Así sin más?
—No pienso
esperar a la noche de bodas —dijo Mingyu con desdén.
Pero Wonwoo se
encontraba bastante confuso, ya que había entendido que él le proponía un
matrimonio de conveniencia.
—¿Es que
nuestro acuerdo negociado incluye… esto… compartir la cama?
—Considéralo
una comisión —dijo Mingyu con enorme suavidad—. Sé que una vez que te hayas
acostado conmigo, no volverás a dejarme.
Wonwoo ocultó
su mirada para evitar que viese grabada en ella su desconcierto. ¿Un matrimonio
consistente en un acuerdo negociado… del tipo más íntimo? ¿Y por qué iba él a
echarse atrás? No acostumbraba a cambiar de idea en el último minuto.
Seguramente por primera vez, cayó en la cuenta de que Mingyu tampoco confiaba
en él, y le sorprendió descubrir lo doloroso de aquel sentimiento.
Mingyu le
levantó la barbilla.
—¿Estamos de
acuerdo?
Wonwoo asintió
con la cabeza. Mingyu le levantó la mano y él contempló atónito cómo deslizaba
en su dedo un impresionante anillo.
—Si es esto lo
que tengo que hacer, respetaré las convenciones — afirmó cortante—. Esto, como
la boda, es pura formalidad.
Su afirmación
acabó con cualquier emoción que Wonwoo hubiese podido sentir al recibir el
anillo. Ni siquiera parecía un regalo personal, sino más bien algo que se le
permitía llevar con el fin de guardar las apariencias.
—Me sorprende que
te importen las convenciones.
—A ti sí te
importan, y cuando me comprometo a hacer algo, lo hago como debe hacerse y
cumplo mi parte del trato —fustigó con mirada aguda y curiosamente severa su
rostro tenso y atribulado—. Espero que tú seas igual de concienzudo a la hora
de cumplir como esposo.
Sus ojos
centellearon ante aquel desafío, y reprimiendo su recelo murmuró:
—No dudo que
no tardarás en avisarme si no lo hago.
Sin previo
aviso, su boca esbozó una sonrisa de agradecimiento, eliminando por un instante
su aspecto frío e inaccesible. Inclinó su cabeza y durante un segundo pensó que
estaba a punto de besarlo. Pero en lugar de eso, frunció el ceño y miró su
reloj.
—El
helicóptero irá a recogerte a tu casa a las dos.
Wonwoo asintió
lentamente. Estaba tan asombrado ante la idea de casarse con él que se quedó
totalmente aturdido.
—Todavía no
puedo creer que esto sea real.
Mingyu
respondió con mordacidad:
—Lo será muy
pronto, pero te advierto que voy a ser un marido pésimo.
Ante su
actitud, Wonwoo pensó que aquello era más que probable y se preguntó si aceptar
había sido una idea descabellada. Después de todo, él sólo estaba dispuesto a
comprometerse por el bien de su hijo.
OMG
ResponderEliminarBueno, al menos logro algo de lo qje se propuso...casarse con el y estar cerca del niño(?)