—¿Existe
alguna otra persona que piense que es el padre de Hyuk? — preguntó Mingyu,
calculando que aquélla sería la única razón que explicaría su deseo de hacerlo
desaparecer.
La tensión en
el ceño de Wonwoo empezaba a causarle dolor. Enfrentarse a Kim Mingyu en ese estado
era como sentirse azotado por una tormenta.
—Por supuesto
que no —dijo, mostrando con un gesto su desagrado—. Esa sugerencia resulta
demasiado sórdida.
—Los jóvenes y
mujeres hacen cosas así continuamente —le dijo Mingyu con cinismo, sin
convencerse del todo de su negativa. Había visto cómo Jenny manipulaba a Wonwoo
y sabía que aunque era tremendamente listo, podía resultar muy crédulo cuando
había sentimientos de por medio
—Si no es ése
el problema, ahórrame esos discursos teatrales sobre olvidar que he venido.
¿Podrás?
—Sólo por esta
vez te pido que dejes de pensar en ti mismo. Si eso te resulta teatral, lo
siento, pero es lo que hay —con mano nerviosa, Wonwoo se apartó el pelo de la
cara.
Mingyu le
dedicó una mirada dura como el granito.
Wonwoo se
dirigió a la puerta y la abrió con mano sudorosa.
—Llamaré a la
policía. Lo digo en serio. No tengo nada que perder.
—Te dejo mi
tarjeta. Llámame cuando recuperes la cordura.
Mingyu dejó su
tarjeta sobre la mesa.
—No pienso
cambiar de idea —declaro Wonwoo, desafiante. Mingyu se detuvo frente a él.
—¿Quieres
iniciar una guerra? ¿Crees que puedes manejarme? — bramó—. No puedes hacerlo.
—Pero tengo
que hacerlo, porque no pienso aceptarte en la vida de mi hijo. ¡Haré lo
imposible por protegerle de ti! —juró Wonwoo en un ataque febril.
—¿Protegerlo
de mí? ¿Qué es lo que intentas decir? Te vuelves ofensivo sin razón —Mingyu le
lanzó un juicio severo, intentando intimidarlo con la expresión de su rostro—.
¿Por qué? Esperaba otra cosa de ti. ¿Es esto una especie de venganza, Wonwoo?
¿Estás enfadado porque he tardado dos años en buscarte?
No era la
primera vez que él le provocaba tal rabia y miedo que llegaba a perder la
noción de las cosas. Nadie podía ser más provocador que Kim Mingyu. Nadie sabía
mejor cómo asestar una puñalada metafórica que hiciese tanto daño. La gente
sensata no lo quería como enemigo. Y un joven sensato, pensó acusándose con
amargura, jamás se habría acostado con él.
—¿Por qué iba
a estar enfadado? —murmuró Wonwoo con
impotencia—. Ni siquiera me gustas.
A Mingyu no le
impresionaba prácticamente nada, ya que desde pequeño había conocido las peores
facetas de la naturaleza humana a través de su madre, pero aquella declaración
de Wonwoo le impactó.
Siempre había
considerado su apariencia de sensatez y seriedad como una barrera defensiva. Lo
consideraba un joven bondadoso y simpático, bueno por naturaleza, tristemente
condenado a que se aprovecharan de su buen corazón. Pero en media hora, Wonwoo
había dado la vuelta a todo lo que creía saber sobre él y le había insultado y
atacado de un modo impensable.
Aun así, por
lo que pudo averiguar, era el appa de su hijo. Se preguntó si la tensión lo
había vuelto histérico, si es que no podía soportar aquella situación. No creía
que ya no le gustara. Sabía que lo amaba, lo supo desde el momento en que lo
conoció, y no era un joven voluble.
Con rostro sombrío,
Mingyu se subió a la limusina. Como buen Kim y, dado lo viril y agresivo de su
personalidad, no perdía el tiempo a la hora de mover ficha. Descolgó el
teléfono, llamó al jefe ejecutivo de su equipo de abogados y le pidió una copia
del certificado de nacimiento de Jeon Hyuk. Explicó los detalles ignorando el
silencio de estupefacción al otro lado de la línea, porque Kim Mingyu nunca
daba explicaciones de sus actos a nadie ni contaba con todo detalle una
situación a menos que así lo deseara.
—Quiero también
para mañana por la mañana un informe completo sobre mis derechos como padre en
este país.
Terriblemente
enfadado y con ánimo combativo, Mingyu volvió a maravillarse del comportamiento
ofensivo y la actitud tan irracional de Wonwoo. Al recordar sus palabras, su
hostilidad se hizo aún más fuerte.
¡Rechazar su
deseo por ver al niño! ¡Sugerir que debía proteger al niño de él y que estaría
mejor sin su compañía! Había ofendido su sentido del honor atreviéndose a
hacerle aquellas vergonzosas acusaciones.
Todo el tiempo
le asaltaban imágenes de Wonwoo mirándole desafiante. Sus relucientes ojos
negros se endurecieron en una mirada abrasadora. ¿Cómo había podido tener al
niño sin decírselo? Pero al acordarse de la foto del pequeño se puso nervioso,
porque prefería estar enfadado con
Wonwoo en lugar de pensar en la verdad que subyacía en el fondo de aquel
asunto.
Para cuando
Wonwoo salió del estado de agitación en que se encontraba, Hyuk lloriqueaba
ruidosamente demandando atención. La limusina y su comitiva se habían marchado
hacía tiempo.
Poniendo orden
en su cabeza, subió rápidamente las escaleras y sacó a su hijo de la cuna con
tal entusiasmo que le hizo reír y gritar de alegría, porque no había nada en el
mundo que le gustase más a Hyuk que juguetear con su appa. Temblando, Wonwoo lo
sostuvo en alto y luego lo abrazó fuertemente, sabiendo que querría morir si
algo llegara a ocurrirle. Había hecho lo que debía al echar a Mingyu; sabía que
había hecho lo que debía.
Pero ¿qué
posibilidades había de que Mingyu se mantuviese al margen?
Se retiró
preocupado el cabello húmedo de la frente. ¿Mingyu?, él únicamente hacía lo que
quería y tendía a hacer aquello que se le prohibía o no resultaba adecuado. Hyuk
compartía con él aquel empecinamiento competitivo, que quizá fuera algo
típicamente masculino.
Sacó a Hyuk al
jardín con Meanie y, viendo que su hijo y el perro correteaban, Wonwoo se sentó
en el columpio y dejó que su memoria retrocediese siete años…
Jenny había
comprado una casa en Seúl y lo había convencido a él, que por entonces era
estudiante, para que se trasladase allí y cuidase del inmueble. La idea le
había parecido estupenda porque le suponía reducir gastos a cambio de dedicarse
a nimiedades domésticas que Jenny, que solía estar fuera a menudo, no se
molestaba en hacer.
Por aquellos
días, Jenny tenía veintitrés años y su carrera como modelo no había llegado a
alcanzar el éxito deslumbrante que tanto anhelaba. Siempre de fiesta en fiesta,
la indomable Jenny se topó con Kim Mingyu en un club nocturno y no tardó ni un
segundo en presentarse. Por entonces, él estudiaba en la Universidad de Seúl.
—Es tan rico
que el dinero no tiene valor para él. ¡Organizó una fiesta increíble! —Jenny
era rubia, encantadora, alta y despampanante, y aquella noche llevaba un
moderno vestido corto. Estaba tan emocionada que las palabras se le agolpaban
en la boca—. Es toda una celebridad, y tan genial… ¡me encanta! Por cierto, ¿te
he dicho ya que es estupendo?
Aquel ingenuo
fluir de confidencias le preocupó, más que impresionarlo, porque Jenny se
dejaba influir fácilmente por la gente menos adecuada y la llegada de un playboy,
que destrozaba
coches y descendía en rápel por los rascacielos por pura diversión, no era para
ella sino una mala noticia. Pero salir con el heredero de los billones Kim
aumentó las posibilidades de Jenny de hacer dinero como modelo.
De pronto se
vio tremendamente solicitada, codeándose con los ricos y famosos y volando por
todo el mundo para posar en sesiones de fotos, acudir a fiestas de fin de
semana o disfrutar de vacaciones interminables.
—Es él… tiene
que ser él. Quiero casarme con él y convertirme en la esposa inmensamente rica
de un magnate. ¡Si me deja, me muero! —jadeó Jenny pasadas dos semanas, y esa
misma noche llevó a Mingyu a casa sin previo aviso.
Wonwoo quedó
horrorizado al ver a Jenny entrar en su habitación con Mingyu a la zaga,
pillándolo con un pijama de cuadros escoceses, hecho un ovillo delante de un
estudio sobre la datación por carbono y con una taza de cacao en la mano.
—Éste es mi
primo, Wonwoo, el mejor amigo que tengo en el mundo — dijo Jenny—. Es
estudiante como tú.
Entreteniéndose
en el umbral, Mingyu le dedicó una sonrisa divertida y perezosa, y la intensa
atracción que provocó en él lo recorrió como una descarga eléctrica. No supo a
dónde mirar ni como comportarse, y lo que más le sorprendió fue ser capaz de
sentir algo así. Hasta entonces, sus citas habían sido poco entusiastas y
siempre decepcionantes.
Un chico se
mostró amistoso con él sólo para robarle un trabajo, y otro había intentado que
le hiciese los ejercicios de clase. Había muchos que esperaban sexo en la
primera cita y otros que acababan sumidos en un sopor etílico. Ninguno había
conseguido emocionarlo, ni siquiera le habían provocado un momento de
excitación; hasta la irrupción de Mingyu.
Dado su
carácter, se sintió tremendamente culpable al verse atraído por el novio de su
prima. Aquella primera noche cerró la puerta a esa certeza y se negó a volver a
dejarla salir. Durante el mes siguiente, apenas vio a Jenny, que estuvo alojada
en las casas de Mingyu en Seúl y el extranjero. Y entonces, con la misma
prontitud, aquella fugaz aventura llegó a su fin. En palabras de Kim, sólo
había sido una aventura más, pero para Jenny había significado mucho, porque le
había permitido conocer una vida llena de lujos que la había cautivado.
—Está claro
que si quieres formar parte del mundo de los Kim, tienes que compartir a Mingyu
y no mostrarte celosa —Jenny intentaba aparentar que no le importaba ver a
Mingyu con su sustituto, un joven aspirante a estrella de cine—. Con tantas
ofertas como tiene, una no puede esperar que se conforme con una sola persona.
—Aléjate de él
—le instó él atribulado—. Es un canalla frío y arrogante. No te hagas esto a ti
misma.
—¿Estás loco?
—preguntó Jenny, mostrando con voz chillona su incredulidad—. Voy a relajarme y
sentarme a esperar. Puede que en unas semanas se harte de ese estrella y vuelva
conmigo otra vez. ¡Estando con él soy alguien y no pienso renunciar a eso!
Y como era de
esperar y tal y como había vaticinado, la capacidad de Jenny para hacer reír a
Mingyu cuando estaba aburrido le aseguró una plaza fija como amiga suya, pero
quizá él fuese la única persona que se avergonzaba al ver a su prima dispuesta
a ponerse en ridículo con tal de divertir
a Mingyu.
Un día hubo un
incendio en el apartamento de Mingyu en Seúl y Jenny lo invitó a alojarse en su
casa mientras trabajaba en el extranjero.
La
animadversión que sentía por él quedó confirmada porque Mingyu resultó ser un
invitado infernal. Sin una palabra de disculpa o de previo aviso, se instaló en
la casa con sus empleados, incluyendo cocinero y asistente personal, sin
mencionar a los guardaespaldas.
Por medidas de
seguridad, él tuvo que abandonar su cómoda habitación y trasladarse a la
segunda planta. Los visitas entraban y salían de allí día y noche, los
teléfonos sonaban sin parar y siempre había chicas y jovencitos ligeros de ropa
repantigados en las habitaciones, casi siempre borrachos y discutiendo.
Después de
diez días amargado, acabó perdiendo los estribos. Hasta ese momento no estaba
seguro de si Mingyu se había dado cuenta de que él todavía vivía en aquella
casa. La mañana del undécimo día, lo encontró en el pasillo con una morena
risueña enganchada a su brazo.
—¿Podría
hablar contigo en privado?
Elevó una ceja
negra, porque a pesar de tener sólo veinticuatro años, Mingyu era ya un maestro
en el arte de la insolencia.
—¿Por qué?
—Esta casa es
tan mía como de Jenny y sé que ella te considera un tipo inofensivo, pero la
vida que llevas me parece absolutamente repugnante.
—Piérdete
—dijo Mingyu a la morena con terrible frialdad. Observándolo con desagrado, negó
con la cabeza.
—Seguramente
estarás acostumbrado a vivir en el equivalente a un burdel en el que todo vale,
pero yo no. Dile a tus amiguitos que se dejen la ropa puesta, envíalos a casa
cuando se emborrachen y se pongan agresivos e intenta evitar que griten y
pongan la música a todo volumen a altas horas.
—¿Sabes qué es
lo que te hace falta? —sus ojos oscuros y brillantes se encendieron en una fugaz mezcla
de rabia y diversión, y poniéndole las manos en las caderas, lo atrajo hacia sí
como si fuese un muñeco—. Acostarte con un hombre como es debido.
Wonwoo lo abofeteó
tan fuertemente que se le adormeció la mano, y Mingyu se apartó de él
totalmente alucinado.
—¡No te
atrevas a volver a hablarme de ese modo y qué no se te ocurra tocarme!
—¿Eres siempre
así? —preguntó Mingyu sin poder creerlo.
—No, Mingyu.
Sólo soy así contigo. Consigues sacar lo mejor de mí —le dijo con furia—. Estoy
intentando preparar mis exámenes… ¿estamos? Bajo este techo, no se te permite
actuar como un gamberro arrogante, egoísta y maleducado.
—No te gusto
nada —dijo Mingyu sorprendido.
—¿Qué es lo
que debía gustarme?
—Te
compensaré…
—¡No! —le
interrumpió de forma inmediata, porque conocía bien el modo en que se saltaba
las reglas de los demás—. No puedes librarte de ésta con dinero. No lo quiero,
sólo quiero que acabes con esta situación. Quiero mi dormitorio y una casa
tranquila. Aquí no hay sitio suficiente para tantos empleados.
Aquella tarde
al volver a casa encontró todas sus cosas en su antigua habitación y se vio
rodeado de un gozoso silencio. En agradecimiento, preparó una comida especial y
se lo dejó con una nota sobre la mesa. Dos días después, él le preguntó cuándo
pensaba recogerle las camisas sucias del suelo. Cuando Wonwoo le explicó que su
acuerdo con Jenny no incluía hacer de criado para los invitados y que el
infierno se helaría antes de que él tocara sus camisas, Mingyu le preguntó cómo
pensaba que se las iba a arreglar sin servicio.
—¿De verdad
eres tan inútil? —le preguntó asombrado.
—¡No lo soy!
—bramó Mingyu.
Pero sí que lo
era. Era un perfecto inútil a la hora de enfrentarse a las tareas domésticas.
Pero los Kim se tomaban muy a pecho cualquier reto y Mingyu pensó que debía
demostrarse a sí mismo lo contrario. Fue entonces cuando quemó la tetera
eléctrica al ponerla sobre el fuego, hizo todas las comidas fuera e intentó
lavar las camisas en la secadora.
A Wonwoo le
venció la lástima y sugirió que regresaran sus empleados, pero que no se
quedaran a dormir. Así lograron sellar un difícil acuerdo, porque Mingyu era
capaz, si se esforzaba, de encantar a los pájaros. Le sorprendió descubrir que
era un hombre realmente inteligente.
Dos días antes
de que él se mudara a su nuevo apartamento, llegó a casa de madrugada y
completamente borracho. Wonwoo se despertó por el ruido y salió de la cama para
sermonearle sobre los perjuicios del alcohol, pero cerró la boca cuando él le
dijo que era el aniversario de la muerte de su joven hermano. Conmovido, le
escuchó aunque logró enterarse de poco, porque él no paraba de soltar frases en
griego. Finalmente, le comentó que no sabía por qué confiaba en él de ese modo.
—Porque soy
agradable y discreto —no se hacía ilusiones sobre si confiaba en él por alguna
otra razón. Sabía que era rellenito y feo, pero esa misma noche se enamoró locamente
de Kim Mingyu al darse cuenta que bajo
toda aquella pose se escondía un ser humano incapaz de hacer frente al torbellino
emocional que le provocaban los malos recuerdos.
El día que se
marchaba le besó sin previo aviso. En mitad de una conversación inofensiva,
acercó su boca a la suya con una exigencia tan ávida y apasionada que Wonwoo se
quedó rígido. Lo apartó de él asombrado y violento:
—¡No! —le dijo
con vehemencia.
—¿En serio?
—preguntó Mingyu haciendo patente su incredulidad.
—En serio, no
—con los labios aún hormigueantes por el ataque de los de él, se apartó
riéndose para encubrir su turbación. Creía que lo había besado porque no tenía
ni idea de cómo mantener una sencilla amistad con un joven.
Sabiendo lo
que Jenny aún sentía por él, se sintió tan culpable por aquel beso que se lo
confesó a su prima, pero Jenny se rió a mandíbula batiente.
—¡Seguro que
alguien se ha apostado con Mingyu que no era capaz de hacerlo! Porque no tienes
el tipo ni el atractivo suficiente como para cazarlo, ¿no crees?
Mientras sus
pensamientos retornaban al presente, Wonwoo reconoció que sus primeros
recuerdos de Mingyu eran agridulces. Cada vez que se volvía a encontrar con él
a través de Jenny, se defendía resguardándose en un cortante sentido del humor.
Al tiempo que firmaba acuerdos comerciales de millones de dólares, Mingyu había
seguido saliendo con una sucesión interminable de jóvenes y mujeres espectaculares
y acaparando titulares donde fuere. Sin embargo, Jenny había ido trabajando
cada vez menos, sumergiéndose más y más en un estilo de vida díscolo y
destructivo. Un año antes de su muerte, Mingyu había dejado de contestar a sus
llamadas.
Wonwoo atrapó
a Hyuk cuando pasaba corriendo directo a él tumbándose en su regazo
desternillándose de risa. Sus ojos brillaban tanto que él tuvo que resistir las
ganas de abrazarlo y lo dejó zafarse para retomar sus juegos. Era un niño muy
feliz. Dudaba que Mingyu hubiese llegado a conocer aquel tipo de felicidad o
seguridad. Hyuk dependía de él para hacer lo que era mejor para
su hijo. Se negó a admitir que tener un padre cualquiera era mejor que no
tenerlo.
Mingyu se
enfadó al ver que en el certificado de nacimiento de Jeon Hyuk él no constaba
como padre.
—Quiero que
preparen inmediatamente una prueba de ADN.
Los tres
abogados que se sentaban al otro lado de la mesa se pusieron tensos al unísono.
—Cuando una
pareja no está casada, las pruebas de ADN sólo pueden llevarse a cabo con el
consentimiento del appa en éste caso —dijo el mayor de los tres—. Puesto que su
nombre no aparece en el certificado de nacimiento, no tiene responsabilidad
parental alguna sobre el niño. ¿Puedo preguntarle si mantiene una relación
cordial con el joven Jeon?
La mirada del
magnate griego llameó por un instante.
—Es el doctor Jeon,
y no estamos aquí para hablar acerca de nuestra relación. Concéntrense en mis
derechos como padre.
—Sin
matrimonio, la jurisdicción británica favorece siempre al appa o la madre. Si
este señor accede a una prueba de ADN, a compartir las responsabilidades y
permitirle visitas al niño, no habrá problema –explicó el abogado de forma
pausada—. Pero si no hay acuerdo, la dificultad será grande. La única solución
que tendríamos sería acudir a los tribunales y, por lo general, el juez suele
considerar a al appa como el mejor árbitro para los intereses de su hijo.
Mingyu, que
siempre se mantenía frío ante la presión, sopesó aquellos hechos con expresión
distante. Aunque nadie podría haberlo adivinado, estaba muy sorprendido.
—Así que
necesito su consentimiento.
—Sería el
acceso más directo.
Mingyu sabía
que había más entresijos de lo que parecía y, para un hombre tan rico como él,
siempre había un modo de sortear las reglas. Cuando de ganar se trataba, y ésta
era normalmente la única meta posible
para Mingyu, el concepto de juego limpio no tenía peso alguno y el más ingenuo
era el que solía salir mal parado. Pero no quería utilizar esta estrategia con
Wonwoo, a quien le horrorizaban ese tipo de comportamientos. Por el momento, estaba
dispuesto a utilizar métodos de persuasión mucho más convencionales…
Wonwoo
descolgó el teléfono de la oficina y saltó sobresaltado de la silla en cuanto
oyó la voz de Mingyu.
—¿Qué quieres?
—preguntó, demasiado agitado como para intentar mantener la mínima conversación
de cortesía.
—Quiero hablar
contigo.
—Ya hablamos
ayer, ahora estoy trabajando —protestó Wonwoo casi en un susurro, porque el
pánico le impedía hablar con normalidad.
—Tienes una
hora libre antes de la próxima tutoría —le informó Mingyu—. Te veo en cinco
minutos.
De repente,
Wonwoo deseó ser de ese tipo de joven que se acicala a diario y no sólo en días
especiales o festivos, buscó frenéticamente en su bolsa para arreglarse. Un
segundo después, se enfadó consigo mismo por la reacción instintiva que había
tenido ante aquella llamada. En lugar de controlarse y concentrarse en lo
importante, había perdido unos minutos preciosos preocupándose por su aspecto.
Se dijo exasperado que había perdido el tiempo, mirando su camisa verde arrugada,
sus pantalones y sus cómodos zapatos. Solamente el hada de Cenicienta podía
hacer un milagro con aquella indumentaria práctica.
Mingyu entró
caminando lentamente. Lo miró con ojos aparentemente indolentes y suspiró.
—No soy el
enemigo, Wonwoo.
Él levantó la
cabeza y evitó encontrarse de frente con su penetrante mirada, pero aquel
sencillo vistazo a sus facciones fuertes y enjutas se le quedó flotando en el
fondo de la cabeza. Siempre le había resultado placentero contemplar a Mingyu.
Negarse esa necesidad de mirar y disfrutar le dolía hasta extremos casi
físicos. Desesperado por recuperar la compostura, aspiró profundamente.
—Es una
indiscreción que vengas a verme aquí —le dijo fríamente—. Este es un edificio
público y mi lugar de trabajo. Muchos podrían reconocerte, llamas mucho la
atención.
—No puedo
evitar llevar este apellido —se encogió de hombros lo que, de algún modo, logró
implicar lo terriblemente irracional que Minwoo estaba siendo—. Deberías haber
sabido que tendríamos que volver a hablar. Seguramente pensé que aquí sería
menos probable que amenazaras con llamar a la policía.
—Oh, por Dios
¡sabes de sobra que no iba a llamar a la policía para deshacerme de ti! —la
paciencia de Wonwoo se quebró ante semejante golpe—. ¿Y desde cuándo has tenido
tú miedo a algo? Puedo ver los titulares mientras hablamos: «Intento de arresto
de un magnate griego», ¡porque sabes
perfectamente que tus guardaespaldas no iban a permitir que te arrestaran! ¿De
verdad crees que me arriesgaría a atraer ese tipo de publicidad?
—¿No? —Mingyu
había olvidado que Minwoo tenía un miedo acérrimo a aparecer en los medios.
Considerando las muchas parejas que habían aireado en la prensa una relación
íntima con él, se preguntó si aquella actitud debía resultarle ofensiva. Siempre
había sido tan distinto a lo que él estaba acostumbrado que nunca estaba seguro
de lo que Minwoo iba a decir o de cómo iba a reaccionar.
—Pues claro
que no. Y no creo que tú la quieras tampoco. De hecho, estoy seguro de que has
estado reflexionando seriamente desde ayer.
—Obviamente
—Mingyu se apoyó en el borde de la mesa y estiró sus piernas largas y fuertes,
maniobra que acabó literalmente atrapando a Wonwoo en la esquina próxima a la
ventana. Él lo contempló con calculadora frialdad. El cansancio no lograba
debilitar la claridad cristalina de sus ojos. En cuanto a la indumentaria,
parecía sosa a primera vista, pero la blusa y los pantalones se ajustaban al
pecho y las caderas realzando su figura. Era lo suficientemente sexy como para
convertir a muchos otros en algo plano e insulso, pensó asediado por un
recuerdo tremendamente erótico de Wonwoo cálido y seductor al amanecer. La
tensión inmediata que provocó en su entrepierna casi le hizo sonreír, porque
hacía tiempo que no reaccionaba con tanto entusiasmo ante una persona del sexo
opuesto.
O____O
ResponderEliminarAsi que llegaron a vivir juntos!!!
Wau~
Tienen historia!!!
Y que paso con el hermano menor de minguy!???