Mingyu
contempló la vieja granja desde su helicóptero mientras sobrevolaba el tejado
para aterrizar en el prado anexo. Hacía un día desapacible, húmedo y ventoso, y
él se encontraba de mal humor. Había pasado un mes desde su discusión con
Wonwoo en Pledis Park.
Desde
entonces, Mingyu había visitado a Hyuk dos veces por semana, pero aquello le
había supuesto muchas complicaciones a la hora de planificarse y sólo había
conseguido pasar un par de horas con él en cada visita. Las idas y venidas a la
aislada granja de Wonwoo entrañaban muchos inconvenientes e incomodidades. Sin
embargo, no se había quejado en ningún momento, mostrando una cortesía y
consideración propias de la paciencia de un santo.
Aun así,
Wonwoo lo evitaba durante las visitas, lo que había hecho imposible un mayor
entendimiento entre ambos. Al mismo tiempo, los delicados esfuerzos de sus
abogados por negociar un acceso más práctico y flexible siempre se habían
topado con negativas por su parte.
Pasado un mes,
no había cambiado nada: sólo podía ver a su hijo en la granja y no le estaba
permitido llevárselo fuera. Estaba convencido de que Wonwoo esperaba que acabara
hartándose y se marchara.
No perdió
tiempo en escucharlo, porque era evidente que Mingyu había decidido aparecer en
el último minuto y, por supuesto, ni se le había pasado por la cabeza que él
pudiese tener otros planes. Hyuk, que ya había aprendido que el sonido del helicóptero
anunciaba la llegada de su padre, daba saltos como si Papá Noel estuviera a
punto de descender por la chimenea.
Volvió a subir
disparado, sacó ropa del armario. Sólo había logrado ponerse la ropa interior cuando
sonó el timbre de la puerta. Con prisa febril, empezó a ponerse los vaqueros.
El timbre sonó dos veces más mientras tiraba de ellos hacia arriba para
abrochárselos. Corrió al descansillo y gritó:
—¡Un minuto!
Hyuk
protestaba junto a la puerta con la misma impaciencia que su padre. Se puso una
camiseta y bajó corriendo y descalzo.
—Gracias
—enfatizó Mingyu con resignación. Nervioso por aquella visita tan inoportuna,
Wonwoo cometió el grave error de permitirse mirarle directamente por primera
vez después de un mes de estricta contención. Y aquella mirada imprudente le
impresionó: él estaba guapísimo. Las gotas de lluvia brillaban sobre su pelo
negro y su tez aceitunada.
—No te
esperaba hoy, estaba en la ducha —farfulló, evitando por todos los medios
enzarzarse en una sarta de reproches a última hora.
«Déjalo,
déjalo ya», se advertía a sí mismo. «No lo mires y no le contestes».
—¿No te
avisaron mis empleados?
—Hace sólo
diez minutos que he llegado a casa. Todavía no había comprobado si tenía
mensajes.
—¿Y tu
teléfono móvil?
—Olvidé
ponerlo a cargar.
Mientras
Wonwoo se giraba para cerrar la puerta él no pudo evitar fijarse en su cuerpo,
mientras el suyo reaccionó con evidente entusiasmo. No podía quitarse de la
cabeza la idea de que, si conseguía volver a acostarse con él, todo sería
perfecto.
Wonwoo observó
a Hyuk trepando por la pernera del pantalón de Mingyu. Hyuk adoraba a su padre.
Una vez en sus brazos, lo abrazó con sus bracitos regordetes y le cubrió la
cara de besos.
Era un niño
muy cariñoso, pero Mingyu no estaba acostumbrado a aquellas muestras de afecto.
La primera vez que Hyuk lo besó, se quedó rígido, pero ahora trataba de
devolverle su afecto abrazándolo torpemente de vez en cuando.
A Wonwoo le
dolía ver aquello, porque sabía que Mingyu no tenía ni idea de cómo mostrarle
su cariño, dado que él no lo había recibido de pequeño. Si alguien podía
enseñar a Mingyu a amar a otro ser humano, aquél era sin duda su hijo, pero por
desgracia, cuantos más indicios de apego veía desarrollarse entre ambos, más
temía Wonwoo lo que Mingyu pudiese hacer en el futuro.
No iba a
permitirse volver a mirar a Mingyu porque estaba totalmente dispuesto a evitar
cualquier reacción ante su presencia. Se recordó que tenía una cita, y que
tenía que marcharse en una hora. Hoshi era un chico atractivo, un buen partido,
que trabajaba como ayudante de investigación y sólo le llevaba dos años. Hasta
la llegada de Mingyu, había esperado ansioso contar con compañía adulta.
—Tengo que
hablar contigo —murmuró Mingyu, insistente—. No puedo quedarme mucho tiempo.
Tengo que subir a un avión dentro de un par de horas.
—Pues
estupendo, porque voy a salir —Wonwoo consiguió esbozar una fría sonrisa en su
dirección, terriblemente consciente del más mínimo movimiento que él hiciese.
Era tan elegante que atraía su mirada, antes incluso de notar su respiración y
el tono profundo y atractivo de su voz—. ¿De qué crees que tenemos que hablar?
Mingyu adoptó
una pose autoritaria junto a la chimenea.
—Tienes que
confiar en que no voy a intentar apartarte de Hyuk.
—¿Cómo iba a
hacer tal cosa? —consternado por su franqueza, Wonwoo se sinceró—. Jamás en tu
vida has compartido nada, nunca has tenido que hacerlo. Siempre has sido lo
único importante en todas tus relaciones. Los Kim son así.
—Sé que debo
compartir a mi hijo con su appa, no soy idiota — comentó Mingyu secamente.
—Pero yo no
pienso hacer lo que tú quieras que haga. Tarde o temprano te convencerás a ti
mismo de que tienes derecho a todo, más que a la mitad de tu hijo, y decidirás
quitarme de en medio. Y encima te convencerás de que yo mismo me he provocado
esa desgracia por no comportarme razonablemente.
—¿De dónde has
sacado la idea de que sabes lo que pienso, o lo que podría hacer? —preguntó
Mingyu con desdén.
Y, la verdad
sea dicha, se sintió desconcertado por la habilidad de Wonwoo para hacerle
reaccionar de forma agresiva. Pero estaba indignado, porque se negaba a aceptar
que con Hyuk él tenía un comportamiento que no era el suyo habitual. ¿Por qué
seguía empeñado en ignorar el esfuerzo heroico y encomiable que hacía al anteponer
los intereses de Hyuk a los suyos propios?
—De los siete
años que llevo observando de cerca y de lejos tu forma de actuar —le espetó
Wonwoo con rudeza, debatiéndose entre impulsos contradictorios, ya que al
detectar su franqueza y observar cómo se mostraba con Hyuk y cómo se reía y
sonreía, le costaba negarle nada y mucho más vigilar cada uno de sus
movimientos.
Pero dos
semanas antes, había tomado la precaución de ir a visitar a un carísimo abogado
de Londres, que le había dicho que Mingyu tenía un poder y una influencia
ilimitados y le había aconsejado que vigilase todo el tiempo a Hyuk porque la
ley podía servir de poca ayuda si se llevaba a su hijo a un país que no contase
con acuerdos jurisdiccionales con el Reino Unido.
Mingyu le miró
con sus ojos oscuros y profundos.
—Te daré mi
palabra de honor de que no intentaré apartarlo de ti.
Enmarcados por
unas frondosas pestañas, sus ojos ejercían un impacto asombroso: eran la clave
de su poderoso y enigmático atractivo. Por mucho que intentara calmarlo, su
corazón no dejaba de latir apresuradamente y su mirada quedaba atrapada en la
suya a pesar del rubor que enrojecía sus mejillas.
—No puedo
confiar en ti. Lo siento. No puedo. Él lo es todo para mí.
—Te necesita.
Es un niño todavía, y lo entiendo —dijo Mingyu, caminando ágilmente hacia él.
Wonwoo se puso
tan nervioso que empezaron a temblarle las rodillas.
—Pero no será
un niño siempre, y no puedo seguir cambiando las reglas.
—Si insistes
en marcar normas, las romperé o me las saltaré —advirtió Mingyu, y sus ojos
oscuros brillaron como el oro bajo sus pestañas—, es mi forma de ser.
—Pero tal y
como comprobé aquella vez que te alojaste conmigo en la casa de Jenny cuando
éramos estudiantes —susurró Wonwoo agitadamente, como un ciervo asediado por un
león —eres perfectamente capaz de atenerte a las normas cuando te conviene.
—Puede que
entonces tuviese miedo de que volvieras a abofetearme —la provocación de su
sonrisa era una obra de arte erótico.
A Wonwoo se le
secó la boca. Se estaba excitando, y ello tensaba cada uno de sus músculos.
Entonces se acordó de Hoshi y volvió en sí, avergonzado y enfadado por su
debilidad.
—Tengo que
arreglarme. Tengo una cita.
El rostro de
Mingyu se tensó, y frunció el ceño.
—¿Tienes una
cita?
Todavía en
retirada, Wonwoo asintió con la cabeza.
—Así que, si
no te importa, volveré arriba y te dejaré aquí con Hyuk.
La atmósfera
se volvió pesada, extremadamente tranquila.
—¿Te parece
bien? —insistió Wonwoo, intranquilo.
La piel
bronceada de Mingyu se tornó pálida, y fijó su atención en un punto distante
más allá de la ventana. Lo había pillado por sorpresa.
Pero lo que le sorprendió aún más fue la
oleada de indignación
que lo inundaba.
—¿Quién es el
tipo?
—Creo que eso
a ti no te importa —dijo Wonwoo en un
susurro.
Mingyu pensó
en varias respuestas nada razonables. Volvió a sentirse insultado, como cuando
lo rechazó. ¿Le había ocurrido eso antes? Sus facciones se oscurecieron y
tensaron. Se había sentido tentado de tirar Wonwoo, atrayéndolo hacia él.
Se recordó a
sí mismo que él nunca se mostraba celoso, pero al mismo tiempo pensó que Wonwoo era
distinto. ¿Era comprensible que encontrara totalmente inaceptable la idea de
que el appa de su hijo intimara con otro hombre? Hyuk le tiró del impermeable
para llamar su atención. Mingyu tuvo que hacer un gran esfuerzo por poner
interés en el tren de juguete que le mostraba. Pensó que el novio pasaría el
tiempo con su hijo, y aquello le dio una razón irrefutable para detestar la
idea de que tal relación se produjese.
El silencio
con que respondió a aquella respuesta tan desafiante dejó helado a Wonwoo, pero
no quiso entretenerse en discusiones ni disculpas y salió corriendo a vestirse.
En su afán por evitar a Mingyu se pintó incluso las uñas para entretenerse más
tiempo. Hasta que no oyó cómo el coche de Seungkwan aparcaba fuera no se
apresuró a bajar las escaleras para abrir la puerta.
En cuanto
reapareció Wonwoo, Mingyu miró hacia arriba y, en sólo diez segundos, catalogó
minuciosamente cuánto se había esforzado en prepararse para la cita. Decidió
que había puesto más cuidado en arreglarse que con él, y su hostilidad hizo
crecer la rabia que todavía bullía bajo su despreocupada apariencia.
—Te presento a
Boo Seungkwan, mi amigo y vecino, que cuidará de Hyuk mientras estoy fuera. Seungkwan,
éste es Kim Mingyu.
Al hablar
Wonwoo fue cuando Mingyu se dio cuenta de la presencia de aquel joven, y
entonces se levantó en silencio. El joven que estaba junto a Wonwoo lo miraba
como si no diera crédito a lo que veían sus ojos.
Wonwoo observó
cómo Mingyu ponía en marcha su encanto y cortesía naturales y se preguntó
ansioso por qué antes se había quedado tan callado. Cuando estaba disgustado,
aquel silencio no era normal en él.
Seungkwan se
había quedado boquiabierto, y se puso a parlotear sin poder ocultar su estado.
Mingyu enseguida supo que Wonwoo iba a una boda y que volvería tarde a casa, de
modo que Seungkwan se quedaría a pasar la noche. Aquella información no mejoró
su humor, ni el entusiasmo con que Wonwoo se apresuró a salir antes de que su
acompañante pudiese abrir la puerta del coche y dejarse ver.
Mingyu se
marchó cinco minutos después de la salida apresurada de Wonwoo, con el corazón
lleno de una rabia que le consumía los pensamientos a cada segundo. Cuando se
dirigía de vuelta al helicóptero, S.Coup lo llamó a su teléfono móvil. Sus
guardaespaldas, que habían estado vigilando la granja mientras él estaba
dentro, se colocaron a su alrededor.
—Me han dado
un soplo —le dijo su jefe de seguridad—, un periódico sensacionalista ha sabido
sobre el doctor Jeon y el niño. Todavía está a tiempo de utilizar su influencia
para zanjar este asunto.
Los ojos de
Mingyu centellearon astutos. Imaginó la granja asediada por los paparazis. La prensa se
volvería loca: ¿Secreto heredero de la fortuna Kim? No habría lugar en el que esconderse
de la tromba de publicidad y especulaciones y Wonwoo tendría que acudir a él y
pedirle ayuda. También iba a necesitar un lugar en el que alojarse ya que en su
casa ya no estaría seguro.
Antes de darse
cuenta, ya estaría echando raíces en Pledis Park, junto con Hyuk y Meanie. La
satisfacción que le produjo aquella perspectiva eliminó la sombra que oscurecía
su rostro.
—No quiero que
se desmienta nada.
—¿Que no
quiere? —S.Coup se quedó atónito, ya que estaba muy familiarizado con la
aversión de su jefe por el acoso
incesante que la
prensa ejercía sobre su vida
privada.
—Utilizaremos
la misma fuente para decir ciertas cosas, pero les demandaré si encuentro el
menor indicio de sordidez en lo que se publique. El doctor Jeon y mi hijo
necesitarán además vigilancia y protección de ahora en adelante.
Después de
referirse por primera vez a Hyuk como «su hijo», Mingyu volvió a deslizar el
teléfono en su bolsillo. Sabía que aquello era una canallada, pero Wonwoo nunca
lo sabría y no podía dolerle algo que ignoraba. Aquí lo que contaba era el
resultado.
A altas horas
de la noche, Wonwoo liberó sus doloridos pies de los zapatos, cerró la puerta
con llave y subió sigilosamente la escalera.
Cansado y
descorazonado, reconoció que había fingido cada una de las sonrisas que le
había dedicado a Hoshi. Desde el momento en que Mingyu había aparecido
robándole su atención, sus posibilidades de pasarlo bien con Hoshi se habían
venido abajo, y se odiaba por ello. Pero la implacable atracción que le
provocaba Mingyu había vuelto a desarmarlo.
Mientras se
metía en la cama, pensó que Jenny tampoco había logrado superar su relación con
él y que perder el acceso a su selecto mundo había acabado con ella. Hasta las
últimas semanas de vida de su prima, no supo que fue Mingyu quien la convenció
para que ingresara en rehabilitación y que no sólo había pagado el tratamiento,
sino también todas sus deudas. Y Mingyu había dejado de llamarla, pero sólo
cuando Jenny hubo abandonado dos veces el programa de rehabilitación.
La adusta
reserva que había mostrado el día del entierro de Jenny fue para él el indicio
de que Mingyu sentía que lo estaban juzgando. Fue el mismo día en que se dio
cuenta de que le resultaba muy fácil comprender a Mingyu, persona a la que
otros encontraban absolutamente insondable.
Su tía le
había pedido que fuese a vaciar y ordenar la casa de Jenny. Por entonces, él ya
tenía su propio
apartamento. Tras el funeral, se había sentido desolado y, al entrar en la
casa, se la había encontrado totalmente desordenada: las hermanas de Jenny ya
habían saqueado su armario y revuelto todas sus cosas, llevándose lo que se les
antojaba y dejando que él ordenase y dispusiese de lo que quedaba.
Había
recorrido aquella casa silenciosa y, al encontrarse con unas fotos, se había
echado a llorar recordando buenos tiempos.
La llegada de
Mingyu había sido un acontecimiento totalmente inesperado.
—Sabía que
estarías aquí. Eres la única persona a quien Jenny le importaba de verdad
—sobrio y espléndido con su traje y su abrigo negros, Mingyu había rozado
suavemente con los nudillos el rostro empapado en lágrimas de Wonwoo y le hizo
un gesto de reprobación—. Estás helado.
—Dejé mi
abrigo en casa de mi tía y esta casa está muy fría.
Con ademán
elegante y ceremonial, Mingyu se quitó el abrigo y se lo echó por los hombros.
Hizo una seña a uno de los hombres que esperaba junto a la limusina y le dijo
algo en griego.
—Deberías
tomarte un coñac.
—Hace mucho
que vaciaron el bar de la casa.
Mingyu dio
otra orden. En diez minutos, Minwoo estaba bebiendo a sorbos un coñac y
calentándose por dentro y por fuera. Se sintió aún más desconcertado cuando él
empezó a hablar del día que Jenny les había presentado. Parecía ser la única
persona que entendía el profundo cariño que sentía por su prima.
—¿Por qué has
venido? —preguntó finalmente Wonwoo.
—No lo sé.
Y vio entonces
que él no era capaz de reconocer o entender el dolor o la pena que le habían
llevado a presentarse en la casa de Jenny para hablar del pasado. Aquel día, se
sintió conmovido al descubrir que Mingyu no comprendía sus propios
sentimientos.
—Fue un impulso
—añadió finalmente—. Te vi muy afectado en el funeral.
Más tarde, Wonwoo
se dijo que el coñac que había bebido se le había subido directamente a la
cabeza. Por supuesto, también había influido la alegría que le provocaba contar
con toda la atención de Mingyu y el placer sumirse casi por completo en la
sensualidad de sus besos.
Lo que no
recordaba era cómo llegaron a la habitación de invitados, la que en otro tiempo
había sido la suya. Nada pareció importar excepto el presente. Durante unas
horas fugaces había descubierto la felicidad más intensa que había
experimentado jamás. Pero a la mañana siguiente se
sintió terriblemente asustado y demasiado susceptible. Aquella petición burlona
de que le preparase el desayuno, como si tan sólo hubiesen compartido una
aventura casual, le dolió como la sal en una herida. ¿Pero había escarmentado
entonces?
No, había
salido corriendo a comprar comida, ya que en la casa no había absolutamente
nada que comer. Pero era una mañana de niebla y, antes de llegar al supermercado,
un coche chocó con él por detrás.
Estuvo varias
horas inconsciente, hasta que despertó en la cama de un hospital.
Dos días más
tarde, el timbre de la puerta despertó a Wonwoo. Creyendo que sería el cartero
con algún envío especial, suspiró y salió de la cama. Mientras abría la puerta,
el teléfono empezó a sonar. Quedó impactado al ver a un montón de personas que
no había visto nunca antes atravesar el césped hacia él gritando y agitando sus
cámaras. Cerró la puerta de un portazo tan rápidamente que rompió un micrófono
que le habían puesto delante.
Aturdido por la
impresión, descolgó el teléfono.
—Soy Seungkwan.
Me ha llamado mi hermano. ¡Hyuk y tú aparecen en la portada de The Globe!
—¡Oh, no!
—Wonwoo contempló horrorizado cómo un hombre se asomaba por la ventana del
salón y se apresuró a correr las cortinas—. Tengo a una muchedumbre en el
jardín. Deben de ser periodistas.
—Pasaré por
allí. No creo que puedas traerme a Hyuk a casa esta mañana.
Alguien
llamaba por la puerta de atrás. En cada ventana parecía asomarse una cara.
Recorrió la casa cerrando frenéticamente cortinas y persianas. El teléfono
volvió a sonar. Era una periodista muy conocida que quería saber si Wonwoo
deseaba vender su historia por una cantidad sustanciosa.
—Es que, según
veo —comentó la periodista descaradamente—, Kim Mingyu no te está ofreciendo
los lujos que mereces.
Esa llamada
fue seguida de otra de la misma clase, de modo que desconectó el teléfono.
Una mano
golpeaba la estrecha ventana que había junto a la puerta principal y Wonwoo la
ignoró, pero los nervios le hacían sentir náuseas. El alboroto formado a las
puertas de aquella casa tan tranquila le aterrorizó. Seguramente Meanie
sufriría un ataque de pánico en su caseta al ver a tanto extraño.
Se vistió a
toda velocidad y se asomó por un lado de la cortina de su dormitorio. Se
sorprendió al ver a tres
hombres grandes y fornidos con trajes elegantes controlando a la muchedumbre y
obligando a los fotógrafos a apartarse de la casa y quedarse en la carretera.
Reconoció a uno de ellos: era del equipo de seguridad de Mingyu. ¿Cómo se
habían presentado allí tan rápidamente? Y admitió compungido que se sentía
agradecido por su presencia. Mientras intentaba mantener a Hyuk quieto el
tiempo suficiente como para ponerle los pantalones, su teléfono móvil se puso a
sonar. Era Mingyu.
—Por lo que
sé, la prensa te está acosando —murmuró con evidente compasión.
—¡Es una
pesadilla! Pero tus hombres están ahí fuera apartándolos de puertas y ventanas,
lo que es un alivio —confesó Wonwoo rápidamente, sintiéndose en deuda con él
por primera vez en semanas—. Estoy impresionado con la rapidez con la que se
han presentado aquí tus guardaespaldas.
—Los paparazis
son muy insistentes. Te costaría mucho deshacerte de ellos. Es una noticia
bomba.
—Por suerte, Seungkwan
no tardará en llegar a recoger a Hyuk, y ahora cuento con la protección de tus
guardaespaldas. Salgo a trabajar en media hora.
A Mingyu le
sorprendió su ingenuidad. Como un trenecito sobre su única vía, Wonwoo se
empeñaba en seguir su rutina diaria.
—Te seguirán
hasta allí. Haré que te lleven. No quiero que conduzcas con todos esos tipos
pisándote los talones.
—No, gracias
por la oferta, pero tus guardaespaldas llamarían demasiado la atención —le dijo
Wonwoo amablemente.
—Creo que te
va a resultar muy difícil permanecer en tu casa. Sería buena idea que te
mudases a Pledis Park.
Wonwoo se puso
tenso.
—No soy de los
que sale corriendo ante la primera señal de peligro, Mingyu.
—No puedes
mantener a Hyuk encerrado y escondido permanentemente.
Al escucharlo,
el rostro de Wonwoo se ensombreció y colgó el teléfono aún más preocupado.
Seungkwan
llegó mientras daba de desayunar a Hyuk y puso un periódico sobre la mesa.
—Aquí está el
artículo. Decidí comprar el periódico antes de venir. Deja que acabe yo de
darle el desayuno a Hyuk. ¿De dónde han salido los gorilas?
—¿Quiénes? Ah,
son los guardaespaldas de Mingyu.
—Debería
haberlo adivinado. Son muy profesionales. Comprobaron quién era antes de dejar
que me acercase a la puerta. Pero ahí fuera se ha armado la de San Quintín. No
te envidio si pretendes ir al trabajo con los paparazis detrás de ti.
¡Un bebé
millonario!, rezaba el titular. Wonwoo estaba demasiado ocupado leyendo el
artículo como para contestar a su amigo.
Abrió los ojos
como platos al ver una antigua foto suya en una de las fiestas de Jenny. Se
preguntó cómo demonios la habían conseguido y, cuanto más leía, más confuso se
sentía.
En lugar de
encontrarse con las mentiras horrorosas, medias verdades y errores que
esperaba, comprobó que todos los datos sobre su vida eran correctos, incluso el
detalle tan poco conocido de que su
padre había sido
un científico galardonado.
A él lo
describían como un confidente leal de Kim Mingyu al que hacía tiempo que conocía
y elevó los ojos al cielo, preguntándose quién habría inventado semejante
mentira. ¿Cuándo había confiado Mingyu en alguien?
—El artículo
es correcto —comentó Seungkwan—. Es sorprendentemente educado y amable. Te
describen como una mezcla de Einstein y mejor amigo de Mingyu.
—Es un
desastre —murmuró Wonwoo cansinamente—. Jamás volverán a tomarme en serio en el
departamento de Historia Antigua.
Su amigo le
lanzó una mirada irónica.
—No subestimes
el efecto que puede llegar a tener una relación tan cercana con uno de los
hombres más ricos del mundo. Algunos de tus colegas te envidiarán
horrorosamente y otros te harán la pelota, pero de todas formas, es hora de que
te vayas a trabajar. Hyuk estará seguro aquí conmigo y con los hombres de
Mingyu.
Si que la hizo...ahora los periodistas no pararan de acosarlo...wau~
ResponderEliminar