Wonwoo miró por la
ventana y se quedó paralizado al ver que una reluciente limusina le tapaba la
vista del jardín. ¿Quién podía ser sino Kim Mingyu?
Reaccionó y
corrió al salón a recoger los juguetes que había tirados por la alfombra. El
timbre sonó justo antes de que se incorporase. Se echó un vistazo en el espejo
y al ver el miedo en sus ojos y su
extrema palidez se frotó las mejillas para devolverles el color mientras el
pánico le hacía pensar a toda velocidad.
¿Qué demonios
hacía allí Mingyu? ¿Cómo había averiguado dónde vivía?
¿Y por qué
razón querría saberlo? El timbre volvió a sonar, estridente y amenazante.
Recordaba muy bien la impaciencia de los Kim.
Empujado por
un mal presentimiento, Wonwoo abrió la puerta.
—Sorpresa…
sorpresa… —Mingyu arrastró suavemente las palabras.
Desconcertado
por la suavidad de aquel saludo, Wonwoo se quedó inmóvil, reacción que él
aprovechó para atravesar el umbral. Se volvió a mirarlo mientras su mano caía
del pomo de la puerta. Sintió como un pulso diminuto comenzaba a latir a toda
velocidad en su garganta impidiéndole hablar.
Una oleada
carmesí tiñó la palidez de Wonwoo en un contraste tan fuerte como el de la
sangre sobre la nieve. Una sacudida le recorrió el cuerpo al comprobar que él
había logrado derribar el muro de contención que había construido para que no
afloraran los recuerdos de la noche del funeral de Jenny, justo dos años antes.
Resistiéndose,
apartó la mirada, avergonzado y tenso al no poder creer que él se hubiera atrevido
a asestarle aquel golpe. Pero, ¿había algo que Mingyu no se atreviese a hacer?
La última vez que se habían mirado a los ojos se habían encontrado mucho más
cerca. Él le había despertado y le había dicho en un murmullo terriblemente
frío y autoritario:
—Prepárame el
desayuno mientras me ducho.
Al acordarse,
sintió vértigo y se le revolvió estómago como si hubiese bajado demasiado
rápido en un ascensor. Habría hecho cualquier cosa con tal de olvidar la burla
cruel de aquella mañana.
Para cuando él
salió de la ducha, Minwoo se había marchado. Había enterrado su error tan
profundamente como había podido, sin confiárselo a nadie, y de hecho había
decidido llevarse aquel secreto a la tumba.
Se avergonzaba
de todo lo que había pasado aquella noche y era muy consciente de que Mingyu no
había sentido ni de lejos algo parecido a la vergüenza o la turbación. Le
consternaba descubrir que incluso después de dos años sus barreras de
protección seguían resultando irrisorias. Tanto que él todavía podía hacerle
daño pensó con abatimiento.
—Preferiría no
hablar de eso —dijo Wonwoo fríamente volviendo a la realidad.
Irritado ante
aquella respuesta tan remilgada, Mingyu abrió de golpe la puerta principal con
mano autoritaria y entró en la casa. A Wonwoo no le había cambiado el gusto: si
le hubiesen mostrado fotos del interior de aquella casa, enseguida se habría
dado cuenta de que era la de él. La habitación estaba llena de macetas, libros
apilados y telas florales desvaídas. Nada parecía pegar con nada, pero aun así
había conseguido otorgarle una sorprendente sensación de elegancia y estilo.
—¿Y de por qué
saliste hoy corriendo de la iglesia? —preguntó Mingyu en un tono suave como la
seda pero infinitamente más perturbador.
Sintiéndose
atrapado, pero dispuesto a no reaccionar de forma exagerada, Wonwoo fijó la
vista en su elegante corbata de seda gris.
—No salí
corriendo, sencillamente llevaba prisa.
—Pero no te
pega nada ignorar el ritual social de estos eventos — censuró Mingyu con
suavidad—. Y además, experimenté otra novedad. Eres el único que huye de mí.
—Quizá sea
porque te conozco mejor que los demás —Wonwoo deseó taparse la boca horrorizado
por dejar escapar aquella respuesta. Estaba furioso consigo mismo, porque con
una única y estúpida frase había traicionado el miedo, la rabia, la amargura y
el odio que habría preferido ocultarle.
A Mingyu no le
hizo ninguna gracia aquella frase vengativa. Hizo saltar la ira que siempre
llevaba escondida bajo su apariencia fría y calmada. Todos los jóvenes y
mujeres hacían lo imposible por halagarle y siempre estaban pendientes de sus
palabras, pero Wonwoo parecía decantarse por la mordacidad. No había olvidado
aquella noche sorprendentemente agradable en que se había mostrado dulce en
lugar de hiriente con él. Aquello le había gustado, y habría preferido
encontrar en él la misma actitud, ya que no soportaba que lo censurasen.
Sus ojos
brillaron cautelosos bajo las tupidas pestañas.
—Es posible
—reconoció Mingyu fríamente.
Hubo una larga
pausa y Mingyu se tomó su tiempo para observarlo, recorriéndolo con la mirada
con un descaro tan natural en él como su agresividad. Se detuvo un rato en sus
inquietos ojos, descendió hasta sus labios carnosos, que destacaban sobre la
piel de melocotón, y finalmente fue bajando la vista. Para él resultaba una
novedad saber que esa vez le abofetearía si se atreviese a tocarlo. Después de
todo, no sería la primera vez, y estuvo a punto de sonreír al acordarse: fue la
primera y única vez que lo habían rechazado.
Terriblemente
consciente de aquella tasación descaradamente sexual e incapaz de soportarla
por más tiempo, Wonwoo se sonrojó y le dijo bruscamente:
—¡Ya basta!
—¿Ya basta de
qué? —gruñó Mingyu, tremendamente excitado a pesar de que su intuición le
advertía que algo no iba bien. Al volver a mirarlo a la cara, detectó su miedo
y se preguntó por qué estaría tan asustado. Él nunca se había mostrado así en
su presencia, ni le había rehuido la mirada. Se sintió un poco decepcionado,
incluso siendo consciente de que algo pasaba y preguntándose qué era.
—¡De mirarme
así! —por primera vez en dos largos años, Wonwoo era plenamente consciente de
su cuerpo y le enfurecía comprobar que él lograba afectarlo con tanta
facilidad.
Mingyu dejó
escapar una risa tosca y masculina.
—Es normal que
te mire.
—Pues no me
gusta —dijo apretando los puños para refrenarse.
—Qué tozudo
eres. ¿Y no vas a ofrecerme un té, o a pedirme que me quite el abrigo y tome
asiento? —le reprochó.
Wonwoo se
sentía como un pájaro en las garras de un gato juguetón y le respondió con voz
entrecortada:
—No.
—¿Qué ha sido
de tu cortesía? —sin que nadie se lo pidiese, se quitó el abrigo con una
lentitud y gracilidad tan atractivas que Minwoo no pudo evitar mirarle.
Wonwoo apartó
de nuevo sus ojos culpables, apretando los dientes e intentando controlarse. Él
le hacía perder la cordura. Todo con él se convertía en sexo. Le hacía pensar y
sentir cosas sin quererlo. Por mucho que se resistiese, un zumbido vergonzoso
de conciencia física recorría todo su cuerpo. Siempre le provocaba aquella
reacción, siempre. Mingyu había logrado que se sintiera culpable desde el
primer momento.
Con
resolución, Mingyu eliminó la distancia entre ambos y alzó la mano para
levantarle la barbilla, forzando el contacto visual que tanto trataba de evitar.
—¿Es por el
funeral? ¿Te ha afectado mucho?
Ahora estaba
tan cerca que Wonwoo se echó a temblar. Se sentía desconcertado por la
facilidad con que él lo había tocado. No quería recordar aquella breve
intimidad que había roto todas las barreras, ni el gusto de su boca o el olor
evocador de su piel.
—No… estuvo
bien recordarla —dijo bruscamente.
—Entonces,
¿qué problema hay? —sus ojos oscuros y atractivos asediaron los suyos, con un
magnetismo al que pocos podían resistirse.
La garganta le
dolía de tanta tensión.
—Hay uno
—respondió con dificultad—. Y es que no te esperaba aquí.
—Normalmente
soy bien recibido —murmuró Mingyu perezosamente. Su réplica no casaba con lo
penetrante de su mirada.
Wonwoo luchaba
por parecer tranquilo, pero los dientes le castañetearon durante un segundo
antes de recuperar el control.
—Es normal que
me sorprenda verte aquí. Ha pasado mucho tiempo y me he mudado de casa —indicó,
esforzándose por comportarse con normalidad y decir cosas que pareciesen
normales—. ¿Mi tía te dio mi dirección?
—No, hice que
te siguieran.
Wonwoo
palideció ante aquella afirmación tan desenvuelta.
—Santo Dios,
¿y por qué hiciste algo así?
—¿Por
curiosidad? ¿Porque no me gusta fiarme de la información que recibo de terceras
personas? —Mingyu se encogió de hombros con indiferencia. Con el rabillo del
ojo detectó un leve movimiento que le hizo fijar su atención bajo la mesa. En
la esquina más alejada, un perro gris y peludo se acurrucaba hecho un ovillo
para lograr que su enorme corpachón ocupase el menor espacio posible—. Dios, no
me había dado cuenta de que había aquí un animal. ¿Qué es lo que le pasa?
Wonwoo
aprovechó entusiasmado la distracción que había provocado el extraño
comportamiento de Meanie.
—Le aterran
las visitas y esconde la cabeza porque cree que así nadie lo ve, así que no
dejes que crea lo contrario. Las tentativas amistosas le asustan.
—¿Sigues
coleccionando casos perdidos? —bromeó Mingyu. Y al apartar la vista alcanzó a
ver a través de la ventana una gallina
picoteando el arríate que había delante de la casa—. ¿Crías gallinas
aquí?
Su tono fue el
de un miembro de la jet aterrorizado ante la vida rural de su amigo. Wonwoo
apostaba a que Mingyu jamás había visto tan de cerca un ave de corral y, de no
estar tan nervioso, se habría echado a reír por la cara que había puesto.
Golpeó la ventana para alejar a la gallina de sus plantas e, incapaz de
tranquilizarse, decidió tratarlo como a cualquier otro visitante inesperado.
—Voy a
preparar café —dijo, empujando la puerta de la cocina.
—No tengo sed.
Dime qué has estado haciendo estos dos últimos años —lo invitó amablemente.
Un escalofrío
le recorrió la espalda antes de volver a mirarle. Pensó que no podía saber de
la existencia de Hyuk. ¿Cómo iba a sospecharlo siquiera? A menos que alguien
hubiera dicho algo en el funeral. Pero, ¿para qué demonios iba alguien a hablar
de él o de su hijo? Para sus parientes él no era más que un pazguata que
llevaba una vida horrorosamente aburrida.
Regañándose a
sí mismo por la paranoia que estaba a punto de apoderarse de él, Wonwoo inclinó
la cabeza.
—He estado convirtiendo
este lugar en un hogar habitable. Necesitaba
mucho trabajo y eso me ha mantenido ocupado.
Mingyu observó
cómo entrelazaba las manos nerviosamente para luego separarlas. Cruzó los
brazos y cambió de postura, revelando un estado de ansiedad que cualquier
persona un poco observadora habría detectado de inmediato.
—He oído que
tienes un hijo —dijo con toda tranquilidad, y todo el tiempo, mientras su
nerviosismo iba en aumento, se iba diciendo a sí mismo que debía estar
equivocado y que sus sospechas eran ridículas y descabelladas.
—Sí, sí, así
es. No pensaba que te interesase tanto la noticia — respondió Wonwoo intentando
recobrarse, forzando una sonrisa y preguntándose cómo demonios se había
enterado de que había sido appa—. Que yo recuerde, siempre has rechazado salir
con alguien que tuviera hijos.
Mingyu sería
el primero en admitir que aquello era cierto: nunca había tenido el menor
interés por los niños y le aburría e irritaban la adoración de los padres por
su prole. A nadie que lo conociese se le habría ocurrido presentarle a su
progenie.
—¿Quién te ha
dicho que tenía un hijo? —preguntó Wonwoo un poco tenso.
—Los Lee.
—Me sorprende
que me mencionaran —Wonwoo intentaba mantener la voz clara mientras se
preguntaba agobiado qué respondería si le preguntaba por la edad del niño.
¿Mentiría? ¿Podría mentir sobre algo así? Se encontraba en una situación que
habría intentado evitar por todos los medios. No se veía capaz de mentir sobre
algo tan serio sin que le remordiese la conciencia—. ¿Te contaron la versión del
joven abandonado? —preguntó.
Una sonrisa
divertida asomó a la boca bellamente perfilada del magnate griego:
—Sí.
—Pues no fue
así —dijo Wonwoo, intentando no mirarle, porque cuando sonreía se desvanecía la
frialdad de su rostro y la enigmática y adusta cautela que mantenía en guardia
a los demás.
De pronto, a Mingyu
no le gustó la idea de que se hubiese acostado con otro y aquello dejó de
parecerle divertido, sorprendiéndose al mismo tiempo de aquel ataque de celos
tan contrario a su forma de ser. Sus aventuras siempre habían sido ocasionales,
exentas de sentimentalismo, pero ellos ya hacía tiempo que se conocían cuando
él se convirtió en su primer amante. Pensó que quizá fuese algo inevitable.
—¿Qué pasó?
—se oyó preguntar. Él no solía hacer nunca ese tipo de preguntas, pero estaba
decidido a satisfacer su curiosidad.
A Wonwoo le
desconcertó aquella pregunta y agitó las manos, nervioso. Cada vez se sentía
más tenso.
—No fue algo
tan complicado. Supe que estaba embarazado y decidí tener el niño.
Mingyu se
preguntó por qué no mencionaba al padre. ¿Sería otra aventura de una noche?
¿Había decidido que aquello le gustaba después de la que ambos habían
compartido? ¿Lo conocía en realidad?
Él habría
jurado que Jeon Wonwoo era uno de los pocos que quedaban que nunca se
inclinarían por la promiscuidad ni por la paternidad siendo soltero. Era una
persona conservadora: trabajaba de voluntario haciendo obras de caridad, era
discreto en el vestir.
Frunciendo el
ceño, apenas entrevió la cocina a través de la puerta, pero el recorrido de su
mirada se detuvo abruptamente y volvió atrás para fijarse en unas letras
magnéticas de colores que adornaban la puerta de la nevera formando un nombre
que le resultaba familiar. No podía dar crédito a lo que veían sus ojos.
—¿Cómo se
llama tu hijo? —murmuró Mingyu con voz pastosa. Wonwoo se puso rígido.
—¿A qué viene
esa pregunta?
—¿Y por qué
evitas responderme?
Un frío nudo
le retorció el estómago. No era algo que Wonwoo
pudiese ocultar ni algo sobre lo que pudiese mentir, porque todo el
mundo sabía el nombre de su hijo.
—Hyuk —dijo
casi en un susurro, quedándose sin voz en el peor momento posible.
Era el nombre
del abuelo de Mingyu. Quedó tan impactado que fue incapaz de pronunciar
palabra. No podía aceptar que lo que sólo había sido una inocente y estúpida
sospecha pudiese convertirse en algo cierto.
—Siempre me
gustó ese nombre —le dijo Wonwoo en un intento desesperado por encubrir la
verdad.
—Hyuk es un
nombre Kim. Mi abuelo llevaba ese nombre —sus ojos oscuros se posaron en él con
frialdad—. ¿Por qué lo escogiste?
Wonwoo sintió
como si una mano de hielo le apretara las
cuerdas vocales y el pecho
impidiéndole respirar.
—Porque me
gustaba —volvió a repetir, porque no se le ocurría otra respuesta.
Mingyu se
apartó de él y apretó frustrado los puños. No tenía tiempo para juegos ni
misterios no concebidos por él. Su accidentada vida le había enseñado muchas
cosas, pero había obviado la paciencia.
Se negó a
creer lo que su cabeza intentaba decirle. No practicaba el sexo sin protección.
A pesar de correr muchos riesgos en los negocios, el deporte o en muchos otros
aspectos, en éste era especialmente precavido. No deseaba tener hijos, nunca
los quiso, y por supuesto no se arriesgaría a ofrecer la oportunidad de que le chantajearan.
¿Por qué si no
tendría alguien un hijo de un hombre tan rico como él? Era una responsabilidad
y una complicación que no necesitaba y siempre pensó que era demasiado listo
como para cometer tal error, pero era consciente de que la noche del funeral de
Jenny se había sentido extraño y había abandonado la prudencia. Más de una vez.
Wonwoo
contempló a Mingyu con renuente perspicacia. La tensión se había apoderado de
su cuerpo. Estaba estupefacto y horrorizado, y él lo entendía perfectamente. No
lo culpaba por no ser precavido y dejarlo embarazado y, aunque no pensaba igual
cuando descubrió que estaba en estado, el paso del tiempo había cambiado su
forma de ver las cosas. Después de todo, Hyuk había enriquecido su vida hasta
extremos indescriptibles y era incapaz de arrepentirse de su concepción.
—Dejémoslo
estar —murmuro Wonwoo suavemente.
Esta
sugerencia indignó a Mingyu. ¿Cómo alguien tan listo podía decir semejante
tontería? ¿Sería posible que hubiera dado a luz a su hijo sin decirle siquiera
que se había quedado embarazado? ¿Era aquello posible? Su lógica le impedía
aceptar que él pudiese hacer algo así, porque era un joven muy tradicional.
Pero entonces, ¿por qué otra razón le pondría al niño Hyuk? ¿Y por qué estaba
tan nervioso? ¿Por qué intentaba evitar hablar siquiera del tema?
—¿El niño es
mío? —preguntó Mingyu con aspereza.
El color huyó
de su rostro, y con él la fuerza de su
voz.
—Es mío. Y no
tengo nada más que añadir.
—No seas
estúpido. Te he hecho una pregunta muy clara y quiero una respuesta muy clara.
¿Cuántos años tiene?
—No estoy
preparado para hablar contigo sobre Hyuk —con la boca seca y el corazón tan
acelerado que sentía náuseas, Wonwoo enderezó la espalda—. No tenemos nada que
hablar. Lo siento, pero preferiría que te marcharas.
Mingyu no daba
crédito a sus palabras. Nadie le había hablado de ese modo jamás.
—¿Te has
vuelto loco? —le dijo en voz baja y cortante—. ¿Crees que puedes soltarme esta
bomba y decir que me marche sin más?
—Yo no te he
soltado nada. Tú has llegado a tus propias conclusiones sin mi ayuda. No quiero
discutir contigo —en sus ojos se veía una extraña mezcla de desafío y súplica.
—Pero si mis
conclusiones no hubiesen sido acertadas, me habrías corregido —razonó Mingyu
con mordacidad—, y como no lo has hecho, lo único que puedo asumir es que crees
que Hyuk es hijo mío.
—Es mío
—Wonwoo se agarró con fuerza las manos para evitar que temblaran—. Supongo que
no me aceptarás un consejo, pero te lo voy a dar de todas formas: por favor,
utiliza ante todo la calma y la lógica.
—¿Calma?
¿Lógica? —gruñó Mingyu, ofendido por la elección de aquellas palabras.
—Hyuk es un
niño sano, feliz y seguro. Nada le falta. No hay razón por la que debas
preocuparte o involucrarte en nuestras vidas —le dijo Wonwoo con firmeza,
pretendiendo que comprendiese y aceptase la situación.
Mingyu empezó
a sentir una rabia ciega que no había experimentado desde la muerte de su joven
hermano. ¿Cómo se atrevía a excluirle de la vida de su hijo? Hyuk era sin duda
hijo suyo.
Si no fuera
así, Wonwoo lo habría dicho. Pero el desconcierto le hizo retener la respuesta
agresiva que estaba dispuesto a pronunciar. ¿Por qué intentaba librarse de él
si Hyuk era su hijo? ¿Qué sentido tenía aquello?
—¿Diste por
hecho que yo no querría saber nada? ¿Es ésa la razón de este sinsentido?
—Mingyu lo miró desafiante y lleno de ira—. ¿Crees saber cómo me sentiría si
tuviese un hijo? No lo sabes. ¡Ni siquiera lo sé yo después del modo en que me
he enterado de esta noticia!
La atmósfera
se tornó tensa.
—¿Cuándo
nació? —pregunto Mingyu.
A Wonwoo le
dolían el cuello y los hombros por la rigidez de su postura. La legendaria
fuerza de voluntad de los Kim arremetía contra él a través de la dureza con que
Mingyu lo miraba. Wonwoo nunca había sido más consciente de la vehemencia de su
carácter y se le ocurrió que decirle unos datos inofensivos podría calmarle. Le
dio la fecha.
El silencio se
hizo eterno. En aquellas circunstancias y con aquella fecha, Mingyu supo de
inmediato que era imposible que el hijo fuese de otro.
—Quiero verlo.
Wonwoo palideció
y sacudió la cabeza negando drásticamente
mientras su cabello castaño se agitaba.
—No. No lo voy
a permitir.
—¿Que no vas a
permitir qué? —dijo Mingyu sin dar crédito a lo que oía.
Wonwoo deseó
haberle dicho aquello de un modo más diplomático. Por desgracia, no había
precedentes de los que tomar ejemplo, porque nadie jamás le había dicho que no
a Kim Mingyu.
«No» era una
palabra que él no estaba acostumbrado a oír o que supiera cómo aceptar. Desde
su nacimiento tuvo todo lo que quiso o pidió a pesar de no tener cubiertas
otras necesidades mucho más importantes para un niño. Pero había sobrevivido
obviando los sentimientos, y había salido adelante sin ellos. Ahora, cuando
deseaba algo, sencillamente lo conseguía y la gente sensata no se interponía en
su camino.
Cuando alguien
lo contrariaba, podía ser tan implacable como sólo puede serlo una persona con
enorme personalidad. Sabía que él se había tomado su rechazo como algo
profundamente ofensivo y fue consciente de lo lamentable de la situación.
—No lo
permitiré —susurró excusándose, inmóvil y rígido como una estatua,
resistiéndose a toda intimidación.
Pero Mingyu ya
había pasado por su lado y había recogido una foto que descansaba en la mesa.
—¿Es él? —dijo
bajando la voz, contemplando desconcertado la imagen de aquel niño sonriente
con un camión de juguete.
Wonwoo se dijo
a sí mismo que aquello era producto de simple curiosidad, y luchó por controlar
el pánico.
—Sí —respondió
a regañadientes.
Mingyu
contempló la foto con enorme intensidad. Estudió la piel aceituna del niño, su
pelo negro y sus ojos oscuros. Aunque jamás había mostrado el más mínimo
interés por un niño y no podía compararlo con ningún otro, pensó que Hyuk era
sin duda alguna el niño más guapo que había visto en su vida. Desde las cejas
hasta la barbilla menuda y resuelta, rezumaba los genes de los Kim.
—Mingyu,
márchate, por favor —le urgió Wonwoo, violento—. No conviertas esto en una
batalla entre los dos. Hyuk es un niño feliz.
—No hay duda
de que es un Kim —dijo Mingyu perplejo.
—No, es un Jeon.
—Wonwoo… es un
Kim. No puedes llamar perro a un gato así porque sí, ¿por qué querrías hacerlo?
—Se me ocurren
muchas razones. ¿Te importaría marcharte ahora que me has obligado a satisfacer
tu curiosidad? —Wonwoo temblaba. Sentía deseos de arrebatarle de las manos
aquella preciosa foto de su hijo. Habían saltado todas las alarmas de
protección.
—No es simple
curiosidad —censuró Mingyu—. Me debes una explicación…
—Yo no te debo
nada y quiero que te vayas —tragándose el pánico, Wonwoo descolgó el teléfono—.
Si no te vas ahora mismo, llamaré a la policía.
Mingyu lo miró
desconcertado y luego se echó a reír inclinando hacia atrás la cabeza.
—¿Por qué
harías semejante locura?
—Ésta es mi
casa. Y quiero que te marches.
—¿Justo cuando
acabo de descubrir que puedes ser el appa de mi único hijo? —la prudencia y
perspicacia innatas de Mingyu le hacían contenerse. Sabía que sería muy poco
sensato reconocer a Hyuk antes de llevar a cabo una prueba de ADN, a pesar de
que estaba seguro de que era su hijo. No sabía cómo, pero tenía esa certeza, y
ya había llegado a la conclusión de que la situación podría haber sido mucho
peor. Al menos se trataba de Wonwoo y no de un arpía interesado, calculador y
exento de moral.
—Llamaré a la
policía —amenazó Wonwoo vacilante, aterrorizado ante la idea de que Hyuk
despertase y, al oír algún ruido arriba, Mingyu insistiese en subir a verlo.
Él lo miró
confuso.
—¿Qué es lo
que te pasa? ¿Estás histérico? ¿Corres el riesgo de que te roben o asalten? ¿Es
por eso por lo que dices esas estupideces acerca de llamar a la policía?
Los ojos de Minwoo
se tornaron brillantes, resaltado por su palidez y tensión.
—Quiero que
olvides que has venido y lo que crees haber averiguado. Por lo que más quieras.
TT_______TT
ResponderEliminarComo se le ocurre ponerle em nombre del abuelo...
Obvio se daria cuenta(?)