A Jinyoung le quemaban los ojos por
culpa del humo de la fogata y tenía el estómago revuelto.
—Vendrá a buscarme —dijo.
—No lo he dudado nunca —repuso su
captor desde el otro lado del fuego.
—Quiero a mi hijo.
—Podéis reclamarlo todo lo que
queráis, pero no vais a volver a verlo. Pero que no os preocupe su bienestar,
lord Wrenhaven le ha buscado un ama de cría.
Apretó la mandíbula, no quería darle
la satisfacción de que lo viera llorar. Algo dentro de él le decía que a ese
malnacido le encantaría verlo asustado.
Le consoló algo saber que Osgood se
había ocupado de que Doyoung estuviera alimentado. Aunque sabía que no le daría
al niño cariño ni atención.
Sabía que quería usar al pequeño para hacerse
con el control de Goyang. Así que estaba seguro de que Osgood se encargaría de
que el niño estuviera bien.
—¿Por qué estáis haciendo esto? —le
preguntó de nuevo.
Esa vez sí que le contestó.
—Para conseguir riquezas. ¿Hay algo
más importante en la vida?
—No os darán ningún tipo de rescate
por mí.
—No es eso lo que quiero.
Tiró de las cuerdas que lo sujetaban
al tronco del árbol en el que estaba.
—No lo comprendo.
—No sois más que un cebo. Pero de
momento no tenéis que saber nada más. A quien quiero apresar es a vuestro
esposo.
—¿Qué tenéis que ver vos con Jaebum?
El hombre comprobó el estado de la
carne que estaba asando antes de contestar.
—¿Sabéis que es muy diestro con la
espada?
No lo sabía, pero no se lo dijo.
—En un buen día, podría conseguir
estar a su altura. No creo que pudiera ganarle, pero sería un buen lance.
Siguió callado, quería que siguiera
hablando. Cuánto más le dijera, más podría contarle a Jaebum cuando llegara a
rescatarlo.
—Y, como no quiero seguir probando mis
habilidades, le he ofrecido al jefe de los esclavos que volvería a llevarle a
vuestro esposo.
Perdió la batalla con su estómago. Se
desplomó en el suelo al pie del árbol y vomitó hasta perder casi el sentido.
Jaebum leyó por tercera vez el
mensaje. Un hombre cuerdo se habría enfurecido ante tal injusticia, pero nadie
creía ya que fuera un hombre cuerdo.
Lo poco de sentido común que le
quedaba lo había dejado en la cabaña de Nichkhun y Suzy.
Aryth, el jefe de los esclavos, le
ofrecía un intercambio. Su vida por la de Jinyoung. No iba a permitir que Jinyoung
estuviera prisionero, pero tampoco iba a ofrecerse él a cambio.
Se imaginó que Aryth habría enviado a
sus mejores hombres para capturarlo. No le preocupaba, todos iban a morir.
Cerró los ojos y dejó que la bruma
roja se apoderara de su mente. Respiró profundamente, desencadenado a los
demonios que se reían de él.
Tenía hambre de sangre y no se sentía
culpable. Sonrió mientras abría el arcón en su dormitorio.
Su amigo y compañero de celda Jackson
de Hong le había enviado a Goyang ese arcón. Sacó dos vainas del mismo y las
dejó en la cama. Después sacó una pesada cincha y se la sujetó a la cintura.
Tomó su espada favorita, un perfecto instrumento para asesinar. Era más corta
que un florete y algo más larga que una daga.
La empuñó y la agitó en el aire,
atacando a un enemigo imaginario.
Se sentía distinto. Esos meses en Goyang
habían hecho que se volviera algo indeciso. Y no podía cometer ningún error o
acabaría muerto.
Sacó una bolsa de piel del arca y bajó
hasta el salón. Allí lo esperaba sir Taecyeon.
—¿Ordeno a los hombres que preparen
las monturas, mi señor?
—No, voy solo.
Taecyeon lo agarró por el brazo.
—No, no podéis.
Se detuvo y lo fulminó con la mirada.
No aceptaba órdenes de nadie.
—Enviad un mensajero al rey Enrique.
Decidle que Aryth ha capturado a mi esposo y que tengo que rescatarlo.
—¿Sabrá él lo que eso significa y
dónde encontraros?
—Sí.
Sabía que el rey y Jackson habían
tenido algunos negocios con Aryth y que éste no podía estar en Inglaterra sin
que el monarca lo supiera.
—¿Y qué pasa con Doyoung?
—Wrenhaven no le haría daño. Quiere usarlo
para conseguir Goyang. Hyorin está con él, seguro que estará a salvo. Necesito
rescatar antes a Jinyoung. Después podremos recuperar a nuestro hijo.
—Mi señor, yo...
—Tengo que irme —lo interrumpió—. Ya
me diréis lo que sea cuando vuelva.
Jaebum tiró de las riendas para que su
caballo dejara de cabalgar. Había escuchado cascos tras él. Se escondió a un
lado del camino y esperó.
El viaje había sido bastante
tranquilo, aunque con demasiada gente. Estaba en una ruta comercial muy usada.
Lo único bueno de esa circunstancia era que no había apenas robos ni
asesinatos.
Pero había dejado esa carretera esa
tarde y no se había cruzado con nadie en todo ese tiempo.
El jinete que se acercaba por el
camino habría conseguido que cualquier hombre se sintiera empequeñecido.
Se sacó su daga y salió al camino.
El hombre tuvo que tirar fuertemente
de las riendas para no chocarse con él.
—¡Por todos los diablos, Goyang! ¿Qué
estáis haciendo?
—Pero, bueno, Yugyeom. ¿Es así como
saludáis a un viejo amigo?
Era Yugyeom de Namyang, otro de sus
antiguos compañeros de celda. Había sido liberado al mismo tiempo que él. Se
acercó y le dio un cariñoso puñetazo en el hombro. Pero con tanta fuerza como
para tirarlo de su montura.
—¿Os gusta más ese saludo?
Se frotó el hombro para mitigar el
dolor.
—No, la verdad es que no —repuso
mirándolo de arriba abajo—. ¿Vais a Kendal?
—Sí, ese canalla tiene a mi esposo —le
explicó Yugyeom.
—Y también al mío. ¿Qué pensáis hacer?
Yugyeom sonrió. Era un gesto que
conocía muy bien. No le hubiera gustado ser enemigo de ese hombre.
—Pienso rescatarlo y derramar algo de
sangre.
Él tenía la misma intención, así que
no le sorprendió su respuesta.
—Entonces lo haremos juntos.
Comenzaron a cabalgar de nuevo.
—¿Estabais con Jackson cuando se
encontró con Aryth?
—Sí, ¿por qué? —preguntó Yugyeom.
—¿Cuántos hombres creéis que tiene?
Tenían que planear algo y estudiar
como recuperar a sus esposos.
—Supongo que una veintena o más. Lo
cierto es que no estoy seguro, no presté demasiada atención.
—Bueno, no está mal. Tres hombres
contra veinte o treinta...
—¿Creéis que Jackson también estará
allí?
—Eso es lo que me temo. Si han
secuestrado a vuestro esposo y al mío, lo más seguro es que tengan también al
de Jackson. Por cierto, ¿cómo encontrasteis tiempo para conocer a alguien y
casaros?
—El joven y yo sólo llevamos
desposados unos días. Él no quería, pero no le di otra opción.
—No me sorprende —repuso riendo—. Pero
veo que al menos vos estáis lo bastante contento con él como para arriesgaros y
rescatarlo.
—Nunca dejaría que una pareja sufriera
a manos de Aryth —repuso Yugyeom—. Y, después de todo, es mi esposo.
Miró hacia el cielo.
—Tendremos que acampar antes de que
anochezca. Si comenzamos mañana temprano, tendremos todo el día para buscar a Jackson
antes de enfrentarnos a Aryth.
—No os llevaré la contraria en eso. Lo
cierto es que estoy harto de cabalgar —repuso Yugyeom mientras señalaba un
claro en el bosque—. Ese parece un buen sitio para acampar.
A la mañana siguiente, se levantaron
antes de que amaneciera. Jaebum no pretendía aparecer en el campamento de Aryth
con la armadura, así que se cambió de ropas. Se puso una capucha de malla
metálica, una camisa y botas de piel.
Le temblaron las manos al sacar de la
bolsa las vestimentas que lo marcaban como un esclavo, no había creído que
tuviera que volver a usarlas.
Se ajustó bien el cinto del que
colgaba su daga en la espalda. No soltaría esa arma durante todo el tiempo que
estuviera en el campamento de Aryth.
Yugyeom se vistió de igual manera.
—Lleváis demasiado tiempo en
Inglaterra —le dijo el otro hombre—. Estáis blanco como la tripa de un pescado.
—Y vos habéis engordado —replicó él.
Yugyeom se golpeó con el puño su duro
abdomen.
—¿Dónde?
Le golpeó un lado de la cabeza.
—Aquí.
—Podría aplastaros con una mano si
quisiera.
No pudo evitar reírse. Siempre había
sido así su relación. Solían bromear mucho. Eso les ayudaba a sentirse algo
mejor.
Ese día era igual. Arriesgaban
demasiado.
Respiró profundamente.
—¿Estáis listo?
Yugyeom asintió y los dos montaron sus
caballos y salieron hacia el norte.
Por la tarde llegaron a Cumbria, donde
había un valle lleno de tiendas de campaña. Siguieron un camino al borde de las
montañas y se encontraron poco después con Jackson. Él también observaba las
tiendas.
Yugyeom se le acercó por la derecha y Jaebum
por la izquierda.
—Mi señor —lo saludó Yugyeom.
—¿Qué hacéis aquí? ¿No os dije que os
fuerais a casa?
—Junbi y yo nunca llegamos.
—¿También han apresado a vuestra esposo?
—le preguntó él.
Jackson lo miró y asintió.
—Sí, iba a deciros que me alegro de
veros, pero dadas las circunstancias...
—Tampoco a mí me gusta la situación,
pero es un día tan bueno para morir como cualquier otro.
—Aryth no los liberará si perdemos,
¿verdad? —preguntó Jackson cerrando un instante los ojos.
—No —repuso con convicción.
Lo había tenido claro desde el
principio. Sólo tenían una alternativa, ganar esa batalla.
Jackson se desmontó y se quitó el
casco. Le pidió a Yugyeom que lo ayudara a desvestirse y a prepararse para el
combate. Después los miró con gesto adusto y solemne.
—¿Estáis listos?
Los dos asintieron. El demonio que
dormitaba en su interior se despertó poco a poco y llenó sus venas con el calor
de la ira y la venganza. Estaba preparado. Más que nunca.
Jinyoung estaba acurrucado en una
esquina de la tienda. Lo habían metido allí al llegar a ese campamento.
Abrazaba con fuerza sus piernas y no podía dejar de balancearse.
Estaba asustado y rezaba para que todo
fuera una pesadilla. Nada más.
Pero sabía que era real. Su hijo
también había sido secuestrado. Sabía que Jaebum iría a rescatarlo. Y, para
empeorar las cosas, si eso era posible, estaba casi seguro de que estaba de
nuevo en estado. Llevaba dos días con el estómago revuelto.
Podía ser por culpa del miedo, pero lo
dudaba. Llevaba días que se mareaba al oler la carne asada. La experiencia le
decía que llevaba al hijo de Jaebum.
Se abrió la puerta de la tienda y
apareció Wonpil, su captor, en compañía de un guardia.
—¡Levantaos!
Estaba muy aturdido y tuvo que apoyar
las manos en el suelo.
—Dadme un minuto...
—He dicho que os levantéis —repitió el
hombre mientras agarraba su ropa y tiraba de él.
Intentó zafarse de él y le clavó las
uñas en los brazos.
—¡Maldito! —gritó mientras lo soltaba
de golpe.
Jinyoung cayó al suelo. Necesitaba
comer algo y tiempo para recomponerse. Pero él lo levantó de nuevo y, esa vez,
le sujetó los brazos a la espalda.
—Intentad ahora arañarme —amenazó el
hombre con tono burlón.
Consiguió girarse. Lo escupió en el
torso y le dio una patada en la espinilla. Sabía que era una mala idea, pero no
pudo contenerse. Era otra señal de que estaba en estado, no podía controlar su
genio.
Wonpil lo fulminó con la mirada,
después levantó la mano.
Él cerró los ojos y sintió una fuerte golpe
en la cara que lo tiró de nuevo al suelo.
—Levantaos.
Lo ignoró por completo. El hombre lo
levantó y le ordenó al guardia que lo sujetara. Mientras éste le colocaba una
mordaza en la boca, Wonpil acarició con un dedo su pecho.
—Aryth va a disfrutar mucho con vos.
Sacó una daga. Estaba seguro de que
iba a morir, pero el canalla rasgó con ella su ropa, dejando al descubierto
parte de su pecho.
Lo miró con descaro y acarició sus
clavículas.
—Es una pena que no pueda estar
presente para observarlo.
Sabía que debería estar aterrorizado,
pero se sentía demasiado furioso como para estarlo.
Aquel hombre se rió de él.
—Puedo sentir la ira en vuestra
mirada. Si tuvierais algo de sentido común, os daríais cuenta de que os
enfrentáis a un gran peligro. Las parejas no lo pasan demasiado bien en manos
de Aryth.
Apartó la cara, pero ese hombre agarró
su pelo para impedir que se moviera.
—Algunas han muerto por culpa de sus latigazos.
Wonpil se le acercó al oído.
—Y otras han muerto cuando él les
forzaba —le susurró—. ¿Y vos, mi señor? ¿Moriréis a latigazos o en el lecho?
Aprenderéis pronto que la única manera que tenéis de sobrevivir es abrir las
piernas cuando os lo ordene.
El guardia ató una cuerda alrededor de
su cintura y le entregó el cabo a Wonpil. Éste tiró de ella y lo llevó hacia la
puerta de la tienda.
—Venid, hay un espectáculo del que
creo que vais a disfrutar.
Jinyoung clavó en el suelo los
talones.
—Si caéis, os arrastraré.
No le quedó más remedio que seguirlo.
El sol lo cegó al salir. Pero, cuando
su mirada se ajustó a la luz, vio a Jaebum y a otros dos hombres de pie frente
a la tienda principal. Hablaban con un hombre que no podía ser sino Aryth.
Jaebum le había dicho una vez que
había conseguido su libertad con otros tres hombres. Sabía que Wonpil era uno
de ellos. Los que estaban al lado de su esposo debían ser los otros dos. Se
preguntó si los jóvenes amordazados y atados cerca de él serían los esposos de esos
hombres.
Se concentró en la conversación que
tenían. Se negaron a intercambiarse por sus esposos. No le sorprendió. Sabía
que Jaebum nunca aceptaría esas condiciones.
Pero sólo eran tres hombres y Aryth
presumía de tener catorce luchadores. No podrían con ellos. Estaba tan mareado
que apenas podía pensar. Todo le daba vueltas.
Vio cómo dos de los guardias agarraban
a otro hombre que no conocía. Lo tiraron al suelo frente a Aryth. Era flaco y
débil. No podía ser otro de los esclavos.
Aryth lo agarró por el pelo y le cortó
la garganta con una daga. Estaba horrorizado.
Se le nubló la vista y todo se
oscureció a su alrededor. Lo último que vio fue una negra oscuridad que se lo
tragaba mientras las piernas le fallaban y caía.
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