Kangin no le había dicho a qué hora
regresaría esa noche. Debería habérselo preguntado, pero no saberlo tampoco era
un problema, al menos para Sunhwa. Al fin y al cabo, los nobles estaban
acostumbrados a comer a horas insólitas, dependiendo de si asistían o no a una
fiesta, y la comida podía mantenerse caliente.
Pero Kangin regresó antes de lo que Leeteuk
esperaba, poco después de la puesta de sol. Aunque Leeteuk no lo sabía, Kangin
tenía tantos deseos de iniciar la relación de una vez por todas, que había
tenido que luchar consigo mismo para no ir antes y concederle algún tiempo a
solas. Fue una suerte que no se lo dijera, pues Leeteuk ya estaba
suficientemente nervioso. Saber que él habría preferido llevarlo arriba de
inmediato habría terminado de alterarle.
Kangin era todo un
caballero, y no permitió que su rostro o sus palabras delataran sus
intenciones. También llegó con un ramo de flores, un detalle innecesario, pero
encantador.
Kangin vestía formalmente, aunque Leeteuk supuso
que su criado personal no lo dejaría salir a la calle por la noche de ninguna
otra manera. Era demasiado apuesto y Leeteuk se sintió poco atractivo en
comparación.
No había llevado ropa elegante consigo,
sólo algunos trajes apropiados para viajar y uno que podía pasar en una reunión
informal y que llevaba puesto ahora, pero era muy poco sofisticado para una
ciudad como Londres. Sin embargo Kangin no le quitaba los ojos de encima.
Antes de cenar,
tomaron un aperitivo en el salón. Leeteuk sólo se había acordado del vino, pero
Sunhwa había hecho un inventario de lo que había en la casa antes de salir al
mercado, y por suerte había comprado varias cosas más.
Kangin continuó hablando de trivialidades
incluso después de que pasaran al comedor. Le contó que su amigo Changmin acababa
de comprar un caballo que esperaban se luciera en las carreras. Le habló de sus
días de estudiante, de su mejor amigo, Cho Kyuhyun, y de cómo se habían
conocido.
Luego mencionó a
algunos miembros de su familia, al menos a su joven primo Sungmin que se había
casado con Kyuhyun, y a su tío Siwon, a quien había ido a ver esa misma tarde
para presenciar cómo derribaba a su contrincante en Tsuruga´s Hall, lo que
quiera que fuese ese lugar.
Fue una suerte que Kangin mantuviera la
conversación animada con anécdotas personales, pues Leeteuk no podía decir gran
cosa de sí mismo sin mentir o delatarse. Todavía no tenían una historia en
común que les permitiera hablar de las cosas que habían hecho juntos... sobre
todo de cosas que no le turbaran.
A los postres, Kangin le aclaró lo ocurrido
en Bridgewater:
—La doncella que envié con tus provisiones
ha sido despedida.
—¿Por no llevarme las cosas?
—No. La habían despedido antes de que le
diera las instrucciones pertinentes y
por eso no cumplió mis órdenes ni se preocupó de que otro lo hiciera en su
lugar. Hubiera sido todo un detalle de su parte que me lo dijera en su momento,
pero no lo hizo. Estaba enfadada con el ama de llaves a causa del despido y
sencillamente empacó sus cosas y se largó.
—En tal caso te debo una disculpa.
—No, en absoluto —le aseguró él.
Leeteuk sacudió la
cabeza.
—Claro que te la debo, por pensar que eras
insensible y desconsiderado... y por arrojar al fuego la nota que me enviaste,
deseando que fueras tú.
Kangin lo miró con
incredulidad unos segundos antes de echarse a reír. Leeteuk se sonrojó. No
sabía por qué había hecho esa confesión, aunque le había resultado útil para
explicar su necesidad de disculparse.
Tampoco comprendió por qué le había causado
tanta gracia a Kangin, hasta que él dijo:
—Menudo carácter escondes bajo tu
apariencia modosa. Nadie lo diría al oírte hablar.
—Sí, supongo que tengo un carácter fuerte
—admitió—, aunque nunca sale a relucir sin una provocación previa. Es un rasgo
de mi familia, al menos de la rama de mi madre.
La verdad es que se quedaba algo corto. La mayoría
de sus conocidos dirían que su madre tenía un carácter extremadamente fuerte,
considerando que había matado al padre de Leeteuk durante una de sus rabietas.
No había sido intencional, pero aun así había sido un asesinato.
Lo miró con las pestañas entornadas.
—¿Te preocupa?
—No mucho. Casi todos los miembros de mi
familia también tienen un carácter fuerte, así que estoy acostumbrado. —Luego
sonrió—. Pero no creo que vaya a provocarte muy a menudo.
Leeteuk le devolvió la sonrisa. Qué forma
más complicada de decirle que no volvería a darle motivos de queja. Se alegró
de haberse preocupado en preparar una velada especial. Aunque ahora que lo
miraba, no podía entender por qué había anticipado que su primera noche juntos
fuera a ser sórdida.
Supuso que se debía al pecado que estaban a
punto de cometer, pero tenía que dejar de pensar en ello en esos términos.
Había hecho un trato. Y había conseguido salvar a su familia. Debería estar
agradecido de que le hubiera comprado Kim Kangin.
Sabía que muchos le considerarían
afortunado. Y quizá después de aquella noche él también se considerara así.
Pero todavía tenía que sobrevivir a aquella noche... o más bien a lo que
sucedería en la planta alta. Había llegado la hora. Habían pasado un buen rato
juntos. El vino le había achispado. Podía demorar el momento decisivo un poco
más, pero eso no iba a facilitarle las cosas. Sólo conseguiría intensificar su
nerviosismo.
De modo que, con la cara ardiente de rubor,
finalmente dijo:
—Si no te importa, subiré a ponerme algo
más fresco para la noche.
—Cielos, claro que no me importa. Adelante.
Leeteuk parpadeó, pues hasta ese momento no
había caído en la cuenta de la
impaciencia de Kangin por llevarle a la cama. Saber que estaba tan ansioso
desató una placentera ola de calidez en su interior y le hizo sonrojarse aún
más.
Se levantó para marcharse.
—Entonces te veré pronto... arriba.
Kangin le cogió la mano y se la llevó a
los labios.
—Estás nervioso, querido, pero no deberías
estarlo. Nos divertiremos juntos, te lo
prometo.
¿Divertirse? ¿Pensaba que hacer el amor
era divertido? Vaya. Pero Leeteuk sólo atinó a asentir con la cabeza. Las
palabras se negaban a salir de su garganta. Sentía deseos de llorar por lo que
estaba a punto de perder. Quería terminar con todo de una vez. Quería asesinar
a su tío Dongyup por haberlo empujado a esa casa, donde estaba a punto de vivir
su noche de bodas sin que previamente se hubiera celebrado una boda. Y, en el
fondo, quería volver a saborear los besos de Kim Kangin.
Dios santo, ya no sabía qué quería.
Leeteuk se puso la pijama con manos temblorosas.
Había sospechado que le haría sentirse incómodo, y así fue, pero de todos modos
se negó a quitárselo. Era una prenda indecente, era una prenda que no ocultaba
prácticamente nada, estaba confeccionado
en tela de malla blanca, se componía de dos piezas: la parte de arriba sin
mangas y cuello abierto hasta la mitad del pecho; la otra parte consistía en un
pantalón corto, muy justo que moldeaba la parte superior de sus muslos e
insinuaba su miembro como si este reclamara atención.
Si no hubiera sido por la bata que podía
usar encima, jamás se habría atrevido a usarlo, ésta era de seda blanca. Le
cubría hasta las rodillas y los brazos.
Cuando Kangin llamó a la puerta estaba de
pie junto al fuego, cepillándose el pelo. Quiso invitarlo a entrar, pero las
palabras se negaron a salir de su garganta, aunque quedó claro que Kangin no
las creía necesarias porque abrió la puerta y se detuvo en el umbral. Sus ojos
lo estudiaron con detenimiento, primero se dilataron un poco y luego
oscurecieron...
—Tendremos que hacer algo con esos rubores,
Leeteuk —dijo con tono divertido.
Leeteuk bajó los ojos, y el calor en sus
mejillas se le antojó más ardiente que el del fuego que flameaba su espalda.
—Lo sé.
—Estás... precioso.
Lo dijo como si ésa no fuera la palabra que
quería usar, como si estuviera embelesado. Unos segundos después estaba delante
de suyo; le quitó el cepillo de la mano, lo dejó a un lado.
—Absolutamente precioso —repitió.
Leeteuk alzó la vista, y la admiración en
los ojos de Kangin lo sofocó todavía más. Pero su proximidad le producía otras
sensaciones: un hormigueo en el vientre, una tensión en su entrepierna. Hasta
su olor punzante excitaba sus sentidos. Y se sorprendió mirándole la boca,
deseando que lo besara, recordando cuánto mejor se había sentido antes mientras
lo hacía, cuando la timidez se había desvanecido y sus pensamientos habían
volado, regalándole unos minutos de paz.
El cinturón de la bata se desató... con la
ayuda de Kangin. Leeteuk volvió a sonrojarse al sentir la fina seda cayendo a
sus pies. Escuchó la respiración contenida de Kangin, sintió sus ojos recorriendo
lentamente su cuerpo.
Su voz sonó ronca cuando dijo:
—Tendremos que comprarte más de éstos.
—Señaló —. Muchos más.
¿Es necesario? Leeteuk pensó que lo había
dicho en voz alta, pero las palabras se negaban a salir de su boca.
Estaba demasiado tenso, aguardando...
aguardando.
Las manos de Kangin le cubrieron las
mejillas con ternura.
—¿Sabes cuánto he deseado que llegara este
momento? —preguntó con ternura.
Leeteuk no supo qué responder. Pero tampoco
necesitó hacerlo, porque había empezado a besarle con pasión, a separarle los
labios, a hundir la lengua en su boca, peleando con la suya, saboreándola. Se
acercó más. Ahora sus pechos se rozaban. El joven se sintió súbitamente débil y
deseó apoyarse en él, hasta que al fin cedió a sus impulsos.
Kangin gimió al advertir que había vencido
su resistencia, lo levantó en brazos, lo llevó hasta la cama y lo tendió con
suavidad. Luego retrocedió para contemplarlo mientras se quitaba la chaqueta y
el corbatín. Los ojos de Leeteuk se encontraron con los de él y ya no pudieron
volver a apartarse. Sus labios abiertos temblaban, pero no podía desviar la
vista, pues la mirada de Kangin, intensamente sensual, lo tenía hechizado.
Leeteuk no había apagado las lámparas de la
habitación y ahora deseaba haberlo hecho, pues se sentía avergonzado. También
hubiera querido meterse bajo las mantas, pero no lo hizo. Recordó que le habían
dicho que a los hombres les gustaba mirar a su pareja desnuda, y ya era como si
lo estuviera. Pero era tan difícil permanecer allí tendido, esperando que Kangin
se reuniera con él.
No podía imaginar cuan provocativo estaba,
con el cabello negro extendido sobre la almohada, con los gruesos labios
entreabiertos parecía implorar el regreso de la boca de Kangin. Y las pestañas
negras, los turbulentos ojos cargados de temor... o quizá no. Pero por alguna
razón esos ojos hicieron que Kangin se sintiera como un sangriento espartano a
punto de violar a un doncell aldeano. Un sentimiento extraño, que no moderó en
absoluto su ardiente deseo.
Desde el mismo momento en que había
entrado en la habitación y lo había visto con ese atuendo, su miembro se había
puesto grueso y duro. Intentó pensar en otra cosa, pero no lo consiguió. Lo
deseaba demasiado; ése era el problema. Y ni siquiera sabía por qué.
Se había acostado con jóvenes más hermosos,
pero Leeteuk tenía algo especial, quizá su fingida inocencia o esos ridículos
rubores que podía controlar a voluntad, o quizá fuera el hecho de que le había
comprado... No lo sabía, pero quería arrojársele encima y saborearlo lentamente
al mismo tiempo, lo cual, naturalmente, era imposible.
Era una elección difícil, y no se hizo más
sencilla cuando se reunió en la cama con él y volvió a tocarlo. Leeteuk era
suave como la seda. Ya estaba casi desnudo, sus pezones se tensaron de
inmediato bajo su ardiente mirada. Una vez más, sintió la imperiosa necesidad
de hundirse en él de inmediato, y no se le ocurrió nada que pudiera enfriar su
ardor aparte de un baño frío, cosa que habría sido ridícula en esas
circunstancias.
Debería haber bebido más vino con la cena.
No. Leeteuk debería haber bebido más, entonces no le habría importado que lo
penetrara de inmediato. ¿Quizá le diera igual de todos modos? Demonios, a él sí
le importaba. No era un adolescente sin experiencia, impulsivo, incapaz de
controlarse. Se tomaría el tiempo necesario, aunque le costara la vida.
Comenzó a besarlo otra vez, despacio,
concentrándose en sus movimientos. Pero no pudo evitar que sus manos se
pasearan por el cuerpo del joven. No pasó mucho tiempo hasta que su boca se
dirigiera a su pecho y el gemido de placer de Leeteuk fue como música celestial
a sus oídos.
Le acariciaba todo el cuerpo. Leeteuk tuvo
que recordarse que tenía derecho a hacerlo. Y las sensaciones que desataba su
boca... Temió que volviera a subirle la fiebre.
La mano de Kangin trató de separarle los
muslos, pero él los mantuvo apretados. Kangin
rió y volvió a besarlo con tanta pasión que relajó los muslos y él deslizó una
mano entre ellos llegando a su miembro. Leeteuk arqueó la espalda. Nunca había
imaginado nada tan sobrecogedor ni tan excitante como lo que él hacía con sus
dedos.
Los pensamientos dejaron paso a las
sensaciones, tan placenteras que no notó el anhelo que crecía en su interior,
Kangin introducía sus dedos en su entrada, hasta que se apoderó de él. Dejó
escapar un gemido desde lo más hondo de su garganta. Se arqueó hacia él. Tiró
de él. No entendía lo que le pasaba.
Y en ese momento Kangin perdió el control.
Se movió entre las piernas de Leeteuk, las levantó, y un segundo después estaba
dentro de él. La penetración fue tan rápida que no tuvo tiempo de reparar en nada.
Aunque notó vagamente cierta reticencia por parte de Leeteuk, pero no acabó de
tomar conciencia de ello, no cuando estaba rodeado de tanta estrechez, tan
agradable calor, tan instintivo placer. Era una sensación tan maravillosa que
estuvo a punto de acabar con la primera embestida, aunque lo hizo en la
segunda.
Cuando su mente nublada por el placer cedió
nuevamente el paso a una semblanza de lucidez, Kangin suspiró. Creía haber
dejado atrás sus primeras experiencias patéticas y desesperadas de adolescente,
en las que sólo le preocupaba su propio placer y no era dueño de sus acciones.
Se regañó para sus adentros. Bonita demostración de autocontrol acababa de
hacer.
Tan sumido estaba en sus propias
sensaciones, que ni siquiera sabía si el querido joven había alcanzado su propio
placer, pero no era prudente preguntar. Naturalmente, si no lo había hecho,
estaba más que dispuesto a rectificar. La sola idea volvió a endurecer su
miembro. Sorprendente. Claro que Leeteuk lo envolvía con una vaina
increíblemente estrecha...
—¿Puedes apartarte, por favor?
Su peso. Vaya tonto, tendido allí
saboreando su placer mientras aplastaba al pobre chico. Se incorporó para
disculparse, apartándose del pecho del joven, aunque no del resto de su cuerpo.
Pero se quedó sin habla cuando descubrió con horror sus lágrimas, su rostro compungido,
y la certeza de que realmente había sentido que la entrada de su amante lo
rechazaba al principio.
—¡Por todos los santos, era tu primera vez!
—exclamó Kangin.
—Si no me equivoco, lo anunciaron en la
subasta —respondió Leeteuk sonrojándose.
Kangin lo miró con incredulidad.
—Mi querido niño, nadie lo creyó. Al fin y
al cabo, los proveedores de sexo son célebres por sus embustes. Además, te
vendieron en un prostíbulo. ¿Qué demonios iba hacer un joven virgen en un
prostíbulo?
—Ponerse a la venta, como es obvio —dijo él
con aspereza—. Y lamento que Boom no se ocupara de ello antes de la venta. No
sabía que pudiera ser una molestia.
—No seas ridiculo —gruñó él—. Es sólo una
sorpresa... un pequeño detalle que habrá que solucionar.
¿Un pequeño detalle? Todos aquellos rubores
habían sido auténticos, no fingidos. Las miradas inocentes eran perfectamente
lógicas.
Un joven virgen, el primero de Kangin si no
contaba aquel doncel de SM que había obsequiado con sus favores a todos los
criados de la casa. No era de extrañar que Shangho lo deseara tanto y que se enfureciera
al no poder comprarlo... Un poco más de sangre para añadir a sus enfermizos
placeres.
Un joven virgen.
El significado de esa circunstancia desató en él un sentimiento de posesividad
que no había experimentado antes. Era su primer amante, el único hombre que lo
había tocado; más aún, su dueño. Leeteuk le pertenecía.
Le dedicó una sonrisa radiante.
_.Lo ves? Ya está solucionado. —Tenía una
nueva erección y estaba ansioso por volver a poseerlo, pero se apartó
lentamente—. Lo he hecho muy mal para ser tu primera vez. Te deseaba tanto, que
me comporté como un jovenzuelo sin experiencia, y sin duda eso te lo habrá
puesto más difícil. Cuando te recuperes, me encargaré de darte el mismo placer
que tú me has dado a mí. Pero ahora mismo nos encargaremos de darte un baño.
Sin darle tiempo a protestar, lo levantó
en brazos y lo llevó al cuarto de baño. Lo dejó allí, envuelto en una toalla,
mientras abría el grifo para llenar la bañera, añadiendo sales y perfumes al
agua. Leeteuk evitaba mirarlo, pues Kangin había olvidado cubrirse y seguía
completamente desnudo sin que eso pareciera turbarlo.
Cuando se inclinó para meterlo en el agua, Leeteuk
lo atajó con una mano.
—Ya puedo hacerlo solo.
_Tonterías. —Le quitó la toalla, volvió a
levantarlo en brazos y lo sumergió con cuidado en el agua humeante—. Ya me he
acostumbrado a bañarte, y te aseguro que es un hábito muy agradable.
Arrodillado a un lado de la bañera, lo
lavó por todas partes. La piel de Leeteuk permaneció rosada todo el tiempo, y no por el calor del agua. Luego
volvió a levantarlo en brazos, lo secó y lo llevó de vuelta a la cama, aunque esta vez lo metió debajo de las mantas.
Se acostó a su lado y lo abrazó con fuerza.
Por fin Leeteuk podía relajarse, sabiendo
que aquella noche ya no volvería a sentir dolor... ni placer. La desnudez de
ambos ya no le turbaba, sencillamente aumentaba el calor que inducía el sueño.
Estaba casi dormido cuando oyó:
—Gracias, Park Leeteuk, por obsequiarme tu primera
vez.
Leeteuk no le recordó que no había tenido
elección. Pero no había sido tan desagradable como podría haberlo sido con
otro. Incluso había sentido placer... antes del dolor.
Así que con el mismo tono solemne, aunque
en medio de un bostezo, respondió:
—De nada, Kim Kangin.
No lo vio sonreír, aunque sintió que lo
estrechaba con más fuerza. Su mano ascendió hasta detenerse en el pecho de Kangin,
primero titubeante, luego más relajado. Ahora podía tocarlo cuando quisiera.
Después de esa noche, tenía el mismo derecho de acariciarlo que Kangin de
acariciarle y, sorprendentemente, se alegraba de que así fuera.
Quién lo iba a imaginar.
Cuando se despertó a la mañana siguiente,
estaba solo. Kangin se había marchado en algún momento durante la noche. Era
todo un detalle de su parte ahorrarle la vergüenza de encontrarlo en la cama,
todavía desnudo. Se preguntó si siempre sería igual. Era posible que lo hubiera
hecho por discreción. A fin de cuentas, lo había instalado en un barrio
elegante. Y parecía preocupado por guardar las apariencias.
Debía de estar casado, sin duda, de ahí la
necesidad de mantener el secreto. Qué idea tan espantosa. Pero era muy posible,
incluso le habían advertido que sería así. Tendría que preguntárselo. Aunque no
le gustara, prefería saberlo a especular constantemente al respecto.
Encontró una nota de Kangin sobre la
almohada. Su olor también seguía allí, y por alguna razón le hizo sonreír. La
nota decía que lo recogería por la tarde para ir de compras y a cenar. Leeteuk volvió
a sonreír. Era una perspectiva divertida.
Siempre le había
gustado salir de compras, aunque esperaba que Kangin no quisiera comprarle ropa
llamativa, propia de un amante. Suspiró. Sin duda ésa era su intención. Bien,
si debía ponerse esa ropa, lo haría, qué remedio.
Se sorprendió del alivio que sentía por
haber dejado de ser virgen. Aunque algún día se arrepintiera, ya era
irreversible. Era un auténtico amante. Se había acabado la angustia, el temor a
lo desconocido. El dolor había desaparecido. No había sido una experiencia
agradable, pero adivinaba que en el futuro sentiría placer. Ya había recibido
un anticipo y vislumbrado la promesa de mucho más. Y Kangin no era sólo
apuesto, sino también muy considerado. ¿Qué más podía pedir en esas
circunstancias?
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