Viajaban en un
coche cómodo y elegante, que por lo visto pertenecía a Kangin. Y ahora eran
cinco. Minho había regresado al despacho de Boom del brazo de un joven rubio,
vestido con prendas tan llamativas como las de Leeteuk. Leeteuk advirtió de
inmediato que sentía auténtica devoción por Kim Minho. No podía quitarle los
ojos ni las manos de encima, y ahora, en el interior del coche, iba
prácticamente sentado en su regazo.
Leeteuk permaneció imperturbable. El y Minho
aún no habían iniciado su relación, pero incluso si lo hubieran hecho, sabía
que no tenía derecho a exigirle fidelidad. Él correría con todos sus gastos.
Aunque su relación no hubiera sido inusual —y lo era, pues le había comprado
sin conocerle—, el joven habría esperado fidelidad absoluta de su parte. Pero
en esta clase de arreglos, el hombre no tenía obligación de ser fiel. Ni mucho
menos. Al fin y al cabo, la mayoría de los hombres que tenían amantes estaban
casados.
Mientras los caballeros continuaban
bromeando sobre dinero y deudas eternas, Leeteuk hizo todo lo posible por
permanecer indiferente. Sin embargo, tras oír la alusión de Minho a las deudas,
se preguntó cómo era posible que un hombre de su edad pudiera permitirse el
lujo de pagar un precio tan alto por él, cuando la mayoría de los hombres
menores vivían de las asignaciones de sus padres o de las rentas de fincas que
heredarían en el futuro.
Debía de tener una fortuna personal, y Leeteuk
se alegraba de ello. De no haber sido así, ahora estaría con aquel hombre
horrible, en lugar de con unos caballeros auténticos de camino hacia... No
sabía hacia dónde.
Poco después, cuando el coche se detuvo,
sólo se apearon Minho y su amigo. Nadie le dio explicaciones y Leeteuk no hizo
preguntas. Pero Minho regresó poco después, sin el empalagoso amigo, y puesto
que nadie le preguntó qué había hecho con él, Leeteuk supuso que los demás ya
lo sabían.
El coche reanudó la marcha, y pasaron
quince minutos antes de que se detuviera otra vez. Leeteuk no conocía Londres,
pues no había visitado la ciudad antes de que Dongyup lo llevara allí, el día
anterior. Sin embargo, bastaba con echar un vistazo por la ventanilla para
comprobar que estaban en un barrio elegante, con mansiones y casas imponentes,
las residencias de las clases acomodadas.
No era de extrañar, teniendo en cuenta la
fabulosa suma que habían pagado por él esa noche. Pero Leeteuk se equivocó al
pensar que ése era su destino, pues fue Kangin quien descendió del coche, y no Minho.
Supuso entonces que Kangin vivía allí y que dejarían a éste y a Changmin en sus
respectivas casas antes de continuar viaje con Minho.
Pero se equivocaba otra vez, pues Kangin regresó
al coche y le tendió la mano para ayudarlo a bajar. Leeteuk estaba lo bastante
sorprendido para coger su mano sin pensar y dejarse conducir hasta una enorme
puerta antes de atreverse a preguntar:
—¿Por qué me acompaña usted, en lugar de Minho?
Kangin lo miró, sorprendido por la
pregunta.
—No te quedarás mucho tiempo aquí. Sólo
esta noche. Mañana haremos otros arreglos.
Leeteuk asintió con un gesto y se ruborizó,
creyendo comprender la situación. El joven Minho debía de vivir aún con sus
padres, de modo que no podía llevarlo a su casa. Sin duda Kangin se había
ofrecido a alojarlo por una noche, lo que era muy amable por su parte. Con un
poco de suerte, allí no habría nadie a quien tuviera que dar explicaciones.
—¿Entonces usted vive aquí?
—Sí, cuando estoy en Londres —respondió
él—. Es la casa de mi padre, aunque él no la visita con frecuencia. Prefiere el
campo y SM.
La puerta se abrió antes de que terminara
la frase, y un mayordomo de aire solemne saludó a Kangin sin mirar a Leeteuk:
—Bienvenido a casa, señor.
—No me quedaré, Alvin —informó Kangin—.
Sólo he venido a dejar a un invitado que pasará la noche en la casa. Te
agradeceré que llames a la señora Yoonjin para que se ocupe de él.
—¿El invitado se alojará en la planta alta
o en la baja?
Leeteuk se sorprendió al ver que Kangin se
ruborizaba ante esa pregunta impertinente, aunque necesaria.
—Se alojará en la planta baja —respondió Kangin
con sequedad—. Ya he dicho que no me quedaré.
Esta vez se ruborizó Leeteuk, consciente de
las implicaciones de esa afirmación. El mayordomo, sin embargo, se limitó a
asentir con la cabeza y se marchó a buscar al ama de llaves.
Mientras se alejaba, Kangin murmuró:
—Esto pasa por conservar los mismos criados
que te han visto en pantalones cortos. Cielos, se dan esas ínfulas porque
llevan demasiado tiempo con la familia.
De no haberse sentido tan avergonzado, Leeteuk
habría reído. Pese al gran atractivo de Kangin, el malhumor le daba un aspecto
verdaderamente cómico. Sin embargo, aunque Leeteuk hubiera reunido valor para
reírse, él no habría sabido apreciar la gracia de la situación. De modo que
fijó la vista en el suelo y aguardó a que se marchara.
Preparado para hacer precisamente eso, Kangin
dijo:
—En fin, espero que duermas bien esta
noche. Mañana viajarás la mayor parte del día. Podría resultar agotador si no
has descansado lo necesario.
Y antes de que Kangin pudiera preguntar
adonde viajaría, cerró la puerta a su espalda y se marchó.
Leeteuk suspiró, embargado por una
sensación de alivio. Pasaría la noche solo y aquello que tanto le asustaba y en
lo cual se resistía a pensar se postergaría por lo menos un día más.
Curiosamente, ahora que el motivo de su miedo se posponía, era incapaz de
quitárselo de la cabeza.
El inicio de su vida como amante equivalía
a una noche de bodas, aunque sin el certificado de matrimonio y con una total
ausencia de ternura entre las dos partes. Sabía que el matrimonio entre
extraños no era un hecho insólito en la historia de la humanidad. Pero los
arreglos de esta clase eran muy raros en los tiempos que corrían. En la
actualidad, cuando los miembros de la pareja no hacían su propia elección, por
lo menos tenían tiempo de sobra para entablar una relación antes de la boda.
¿Cuánto tiempo tendría Leeteuk? Este
aplazamiento le había tomado por sorpresa. Había supuesto que no pasaría la
noche solo. Y al día siguiente se iría de viaje. ¿Significaría eso una nueva
dilación?
Ojalá. Aunque ningún aplazamiento le
serviría de nada si no tenía ocasión de conocer mejor a Minho. Si no recordaba
mal, hasta el momento no le había dirigido la palabra, y tampoco Minho a él.
¿Cómo demonios iban a entablar una relación si no hablaban?
Sin duda lo averiguaría al día siguiente.
Por el momento sólo debía preocuparse de cómo tratar al ama de llaves. ¿Con sus
modales de costumbre? ¿O de una manera más adecuada a su nueva posición?
Pero no sería él quien tomara esa decisión.
La señora Yoonjin se presentó en ese punto, y después de mirarle de arriba
abajo, hizo una mueca de disgusto y volvió a perderse en los oscuros pasillos
de la casa, dejando a elección de Leeteuk si deseaba seguirla o no. De modo que
así estaban las cosas. Tendría que acostumbrarse a esa clase de tratamiento.
Sólo esperaba que la vergüenza que le producía se hiciera más fácil de tolerar
con el tiempo.
Kangin debería haber supuesto que sus amigos
del alma no lo dejarían en paz. En cuanto regresó al coche, Minho dijo:
—No lo puedo creer. ¿Piensas ir al baile de
todos modos? Caray. Yo en tu lugar no lo haría.
—¿Por qué no? —preguntó Kangin arqueando
las cejas—. El chico no escapará, y nuestro primo Key nos rogó que asistiéramos
a la presentación en sociedad de su amigo. Puesto que ambos aceptamos la
invitación, Minho, ¿qué consideras más importante?
—A eso me refiero —respondió Minho con un
gruñido—. Yo tengo claro qué es más importante, y no creo que sea precisamente
sumarse a la multitud que asistirá al gran baile de la temporada. Habrá tanta
gente que es muy probable que Key ni siquiera repare en nuestra presencia.
—Lo haga o no, lo cierto es que dimos
nuestra palabra y estamos obligados a asistir. Changmin, ¿te importaría
explicar a este joven irresponsable cuáles son sus deberes sociales?
—¿Yo? —Changmin rió—. Me temo que comparto
su punto de vista, amigo. No creo que tuviera el valor de abandonar a un nuevo
amante para asistir a una fiesta de sociedad que no promete ser distinta de
tantas otras. Claro que si alguno de tus tíos, o tu hermoso primo Taemin,
tuvieran intención de asistir, la cosa cambiaría. Tus tíos saben animar una
velada aburrida, y Taemin aún no se ha casado con su novio yanqui, de modo que
sigue ocupando un lugar de honor en mi lista de jovenes disponibles.
Dada la característica falta de locuacidad
de Changmin, esa larga perorata dejó sin palabras a sus dos amigos. Kangin fue
el primero en reaccionar.
—Taemin todavía no está casado, pero su
boda se celebrará la semana próxima, así que ya puedes tacharlo de tu lista, Changmin.
—Y deja de contar con que mi padre nos
entretenga —añadió Minho—. Ahora está demasiado civilizado para animar las reuniones
con sus cotillees. Y yo diría que al tío Siwon le ocurre otro tanto.
—Lamento discrepar, chico. Esos dos
miembros de la familia Kim nunca estarán lo bastante civilizados para no hacer
arquear varios pares de cejas con su comportamiento. Cielos, yo mismo tuve
ocasión de comprobarlo poco después del nacimiento de tu hermano Hyungsik. Tu
padre y tu tío llevaron al yanqui a una sala de billar, y el pobre tipo salió
casi a rastras.
—Acababan de descubrir que Lee estaba
interesado en Taemin, y no aprobaban sus intenciones. Fue una reacción
previsible. Pero ya te lo explicamos antes, Changmin, cuando tú mismo querías
cortejar a Taemin. Esa actitud se remonta a la época en que tuvieron que criar
a nuestro primo Minnie, después de la muerte de su madre, y como Taemin se
parece tanto a Minnie...
—Min —corrigió Kangin tal como habría hecho
su padre de haber estado allí, aunque con menos ardor—. Entiendo que tu padre
insista en cambiarle el nombre para chinchar a sus hermanos, pero tú no tienes
por qué seguir su ejemplo.
—Ah, pero me gusta su ejemplo —repuso Minho
con una sonrisa desvergonzada—. Y no lo hace para chinchar a sus hermanos...
Bueno, quizá en parte sí, pero no fué por eso que empezó a llamarlo Minnie.
Comenzó a hacerlo hace tiempo, antes incluso de que yo naciera. Con tres
hermanos, dos de ellos mayores que él, necesitaba destacar en todos los
aspectos.
—Pues no cabe duda de que lo consiguió
—dijo Kangin haciendo un guiño picaro.
—Por supuesto.
Los primos se referían a los tiempos de
pirata de Kim Hyukjae, cuando se había hecho acreedor al mote de Kry y la
familia lo había repudiado. Precisamente cuando desempeñaba esa deshonrosa
profesión, Hyukjae había descubierto que tenía un hijo que era casi un hombre.
No sólo le había dado su apellido, sino que también lo había llevado a vivir
consigo, razón por la cual Minho tenía una educación muy poco ortodoxa. A la
heterogénea cuadrilla de piratas de Hyukjae debía sus conocimientos sobre la
bebida, las peleas y los jóvenes.
Pero Changmin
no lo sabía ni lo averiguaría nunca. Era un buen amigo, pero también un hombre
incapaz de guardar un secreto, y la familia mantenía una reserva absoluta en lo
referente a las pasadas correrías de Kim Hyukjae.
—Además, Changmin —dijo Minho, volviendo al
tema inicial—, mi padre detesta las
fiestas y sólo asiste a alguna cuando su esposo lo lleva a rastras. Lo mismo le
ocurre al tío Siwon. Comprendo perfectamente cómo se sienten, pues yo también
me veo arrastrado a ésta.
Kangin frunció el entrecejo.
—No pretendo arrastrarte a ningún sitio,
chico. Sólo me permito señalarte tus
obligaciones. Si no querías ir, no debiste aceptar la invitación de Key.
—¿No? —replicó Minho—. Sabes que soy
incapaz de decir que no a un joven. A cualquier joven, por cierto. Me resulta imposible defraudarlos. Y
te aseguro que nunca habría defraudado al joven que acabas de abandonar.
—Teniendo en cuenta que el chico sólo
quería que lo dejaran en paz, no se puede decir que lo aya defraudado, Minho.
—¿Dices que quería que lo dejaran en paz?
—Te cuesta creerlo, ¿verdad?
—Los jóvenes conspiran y luchan para
meterse en tu cama, primo, no para salir de él. Lo he visto con mis propios
ojos...
—Pero algunos no quieren que se les moleste
—interrumpió Kangin—, por un motivo u otro. Y ésta me dio claramente esa
impresión. Parecía agotado. Puede que fuera sólo eso, pero como de todos modos
yo tenía otros planes... Además, Minho, no he pagado tanto dinero sólo para
meterme en la cama con el chico, así que no estoy impaciente por hacerlo. Para
empezar, ni siquiera quería un amante, aunque ahora que lo tengo, si no te
importa, me ocuparé de él cuando lo considere conveniente.
—Pues vaya si no has pagado una suma
desorbitada por algo que no querías —observó Changmin.
—Ya —dijo Minho con una risita.
Kangin se repantigó en el asiento y gruñó.
—Sabéis muy bien por qué lo hice.
—Desde luego, amigo —respondió Changmin—. Y
te felicitamos por tu hazaña. Yo habría sido incapaz de un acto tan noble, pero
al menos uno de nosotros tuvo el valor de arriesgarse.
—Sí —convino Minho—. Venciste a Shangho y
al mismo tiempo conseguiste un premio estupendo. Debo admitir que ha sido un
trabajo excelente.
Lejos de ruborizarse por los inesperados
halagos, Kangin dijo:
—Entonces, ¿queréis hacerme el favor de
dejar de chincharme por haber dejado solo al chico?
—¿Es necesario? —dijo Minho con una
sonrisa.
La mirada fulminante de Kangin hizo que Minho
girara la cabeza hacia la ventanilla y comenzara a silbar una alegre melodía.
Era un bribón incorregible. El tío Hyukjae lo tendría crudo para enderezar al
chico y enseñarle sus responsabilidades cuando llegara el momento. Desde luego,
el padre de Kangin se lamentaba de sus propias dificultades para educar a su
hijo. Sin embargo, Kangin había tenido que vérselas con el cabeza de familia de
los Kim y, en su condición de marqués de SM, Kim Shindong era el más severo de
los hermanos y el más difícil de complacer.
Kangin solía disfrutar de las fiestas,
aunque no así de aquellas a las que asistían más de trescientas personas, como
la de esa noche. Pero le gustaba bailar y por lo general participaba en un
juego amistoso de cartas o billar, e invariablemente aparecía alguna cara nueva
que despertaba su interés.
Sin embargo, no permitía que su interés se
mantuviera vivo mucho tiempo, pues la mayoría de los jóvenes que se vestían tan
espléndidamente para la ocasión y coqueteaban con aparente recato sólo tenían
un objetivo en mente: el matrimonio. Y en el preciso momento en que dejaban
entrever sus intenciones, Kangin huía despavorido, ya que el matrimonio era lo
último que deseaba para sí.
Había pocas excepciones a la regla, aunque
no se presentaban a menudo. Incluso cuando un joven no deseaba casarse de inmediato, debía soportar
las inevitables presiones de su familia. Era excepcional el joven o la mujer que
podía dedicarse a divertirse sin ceder a esa clase de presiones.
Kangin prefería a los jóvenes de mentalidad
independiente y había llegado a intimar con varios. Solían ser muchachos
inocentes, de modo que la relación nunca tomaba un cariz sexual. Ni mucho
menos. Kangin respetaba las reglas sociales y le complacía vincularse con los jóvenes en otros términos: buena conversación,
intereses comunes
y la posibilidad de bajar la guardia ante ellos.
Lo que no significaba que no fuera siempre en
pos de nuevas compañeros de cama. Simplemente, no los buscaba en el grupo de inocentes que aparecía
en Londres cada nueva temporada. No; sus conquistas sexuales solían ser jóvenes
casados o viudos: los primeros, insatisfechos con su matrimonio; los segundos,
libres para hacer su santa voluntad... aunque siempre con discreción, por
supuesto. Y rara vez se marchaba de una gran fiesta en Londres sin concertar
antes una cita amorosa para un día de esa misma semana, o incluso para esa
misma noche.
Sin embargo, en esta fiesta en particular
no había nadie que le interesara. Bailó el tiempo necesario para complacer a su
anfitrión y tuvo que esforzarse para no bostezar antes de ceder su pareja al
siguiente caballero de la lista. Jugó un par de manos a las cartas, pero fue
incapaz de concentrarse en el juego, incluso cuando las apuestas se hicieron
peligrosamente altas.
Dos de sus antiguos amantes quisieron
arrancarle una cita, pero en lugar de seguir su costumbre de aplazar el
encuentro para más adelante, se limitó a responder que en ese momento tenía
otro compromiso. Sin embargo, no era así. El joven que había dejado en su casa
no podía considerarse como tal... al menos por el momento. Por otra parte, un
amante no era nunca un compromiso. Un amante era sencillamente una conveniencia
agradable... y costosa.
Y todavía no podía creer que tuviera un
amante. Su única experiencia anterior en mantener a un joven a cambio de sus
favores había resultado un desastre.
Se llamaba Seo Jaehyung y era un joven viudo
de buena familia, que no tenía dinero suficiente para mantener el lujoso estilo
de vida a que estaba acostumbrado. Kangin había pagado sus deudas —en su
mayoría contraídas por su difunto esposo—, restaurado su casa y sucumbido a su
capricho de poseer joyas caras.
Hasta había accedido a acompañarlo a las
reuniones sociales, pese a su resistencia a desempeñar tal papel. Naturalmente,
se conducían con absoluta discreción y respetabilidad. Incluso cuando lo dejaba
en su casa, debía esperar horas antes de entrar a recibir los favores que le correspondían... y que la mitad de las
veces le negaba excusándose en el cansancio. Y durante los seis meses que había
durado la relación, pese a saber perfectamente que él no tenía intenciones de
casarse, el joven había empezado a conspirar para llevarlo al altar.
Aunque Jaehyung le hubiera atraído lo
suficiente para entablar una relación permanente —y no era el caso—, Kangin nunca
habría tolerado juegos sucios y mentiras, y Jae era un especialista en ambas artes.
Le dijo que estaba embarazado cuando no lo estaba. Hizo pública su relación,
asegurando que Kangin había prometido casarse con él. Ésa fue la última gota. Y
hasta tuvo la osadía de hablar directamente con el padre del muchacho.
Naturalmente, Jaehyung había subestimado a
la familia Kim, con la que era imposible congraciarse con mentiras. El padre de
Kangin conocía a su hijo lo suficiente
para saber que nunca habría hecho una promesa semejante.
En realidad, la noticia de una boda
inminente habría agradado sobremanera a Kim Shindong, pero sabía que su hijo no estaba preparado para sentar
la cabeza y, gracias al cielo, nunca lo
había presionado. Kangin sabía que
llegaría un día en que lo haría. Tarde o temprano le recordaría sus
responsabilidades, la necesidad de continuar la estirpe y de hacerse acreedor
al título nobiliario que le correspondía
heredar.
En cuanto a Jaehyung...
Bien, Shindong también detestaba las mentiras. Era un hombre de principios, y
tras tantos años al frente de la familia —exactamente desde que contaba
dieciséis—, en que había tenido que lidiar con las travesuras de sus hermanos y
ocuparse de la educación de Kangin y Sungmin, conocía su papel al dedillo.
Tenía además un carácter fuerte, y sólo los
inocentes podían superar la prueba de sus furiosos sermones. Los culpables se
acobardaban rápidamente o, en el caso de los jovenes, se deshacían en lágrimas,
pues, como solía decir tío Siwon, era duro ver cómo el techo se derrumbaba
sobre tu cabeza.
Tras la entrevista con Shindong, Jaehyung
se había marchado avergonzado y lloroso, y no había vuelto a importunar a Kangin.
Habida cuenta de que el joven se había embolsado mucho dinero durante la breve
relación, Kangin no se sintió culpable de que todo acabara en catástrofe.
Además, había aprendido su lección... o al menos eso creía.
El joven que había comprado esa noche no
plantearía —o no debería plantear— los mismos problemas que Jaehyung. Park
Leeteuk no pertenecía a la nobleza, aunque su forma de hablar sugiriera lo
contrario. No estaba acostumbrado a los privilegios, de modo que estaría
agradecido por cualquier cosa que él le diera, mientras que Jaehyung se creía
con derecho a exigir.
Por otra parte, Kangin lo había comprado.
Así lo demostraba la factura que tenía en el bolsillo. Aún no sabía qué pensar
de esa transacción, pero Leeteuk había accedido a la subasta. No era como si le
hubieran vendido sin su permiso y... mejor no pensar en lo que eso significaba.
Acababa de comprar un amante, y ni siquiera lo había hecho por iniciativa
propia, sino para evitar que ese demonio de Shangho maltratara a otra persona.
Un joven que, en este caso, debido a las condiciones del contrato, no podría
escapar de su crueldad.
Era evidente que
la paliza que había dado a Shangho no había servido para poner fin a sus
perversiones, como Kangin habría deseado. Ahora se conducía con mayor impunidad
que nunca, como había demostrado en esa absurda subasta, visitando una casa
como la de Boom, que proporcionaba personas para estos fines.
Si Kangin hubiera decidido denunciarle,
como testigo de sus perversos métodos para obtener placer, sabía que ninguna de las víctimas
testificaría en su contra. Les comprarían o les eliminarían antes del juicio.
Pero Kangin estaba tan indignado por el
comportamiento de Shangho que ahora que sabía que éste seguía en las mismas,
estaba dispuesto a hacer algo más. No
podía arrebatarle a cada persona que Shangho decidiera comprar, ni
siquiera si conseguía enterarse de todas las subastas de esta clase.
Sus reservas de
dinero no eran inagotables. Esa noche había actuado por impulso. Quizá debiera consultar a su tío Hyukjae,
que durante sus tiempos de pirata había tenido ocasión de lidiar con los aspectos más siniestros de la vida.
Si alguien sabía cómo tratar con una basura como Shangho, ése era Hyukjae. .
Pero se ocuparía de ello al día siguiente.
Por el momento, debía concentrarse en disfrutar de la fiesta, cosa que le
resultaba muy difícil. Finalmente, tras un buen rato de ver ante él unos ojos
grises en lugar de los cafés de su actual amante, comenzó a preguntarse si Minho
y Changmin no estarían en lo cierto. ¿Qué demonios hacía en la fiesta, cuando
bajo su propio techo había un hermoso joven que sin duda estaría preguntándose
por qué le había dejado solo?
Desde luego, el hecho de que se
encontrara bajo su propio techo ponía
freno a sus impulsos. Una de las razones por las que se llevaba tan bien con su
padre era porque éste no interfería en sus asuntos, siempre y cuando los
llevara con total discreción.
Y Kangin lo
hacía. Lo que significaba que nunca
alojaba a un joven en su casa de Londres ni en ninguna de las dos fincas que
había heredado. Los criados eran la peor fuente de cotilleos, pues no había
medio más rápido y seguro para cambiar información entre casa y casa que la red
de mayordomos, cocheros, doncellas y lacayos. En consecuencia, esa noche no
tendría ocasión de conocer mejor a su nuevo amante.
Por fin dejó de fingir que se divertía y
buscó a Changmin y Minho para comunicarles que se marchaba y que enviaría un
coche a recogerlos más tarde. Como es natural, los dos jóvenes respondieron con
sonrisas burlonas y guiños de complicidad, convencidos de que regresaba a casa
para pasar un buen rato. Al fin y al cabo, sus respectivos padres no se
parecían en nada a Kim Shindong.
En cualquier caso, Kangin no pudo evitar
pensar en su Joven amante durante el viaje a casa. Después de todo, Park
Leeteuk no era un criado. Y no permanecería en la residencia de Londres el
tiempo suficiente para cotillear con los sirvientes. De hecho, podía hacerle
una visita furtiva y volver a su cama antes del amanecer. El mayordomo no se
enteraría, pues nunca lo esperaba levantado.
No tardó mucho en convencerse de que debía
visitarla asi que su decepción no pudo ser mayor cuando Alvin le abrió la puerta, a pesar de lo insólito de
la hora, y desbarató sus planes de un plumazo.
Maldito cotilla. Si Alvin no se hubiera
quedado en el vestíbulo, mirándolo subir las escaleras peldaño a peldaño, Kangin
podría haberse dirigido a las dependencias de servicio a buscar al joven. Pero
estaba seguro de que el mayordomo permanecería al acecho, vigilándolo. Su padre
se enteraría de todo en menos de una semana, y lo llamaría al orden,
recordándole la necesidad de proteger su honor, de actuar con discreción y de asegurarse de que los cotilleos de los
criados se limitaran a los asuntos de otras familias, no la suya. ¿Era
necesario correr ese riesgo por un breve encuentro con un joven a quien podría
visitar a su antojo a partir de esa noche? No valía la pena.
Pero de todos modos le resultó muy
difícil conciliar el sueño.
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