—¿Nari?
Se despertó lentamente, pero cuando se
volvió y vio a Shindong sentado en el borde de la cama, sonrió. No esperaba que
regresara a SM esa noche. Tenía planeado quedarse en la casa de Londres, pues
la fiesta de boda de Taemin acabaría muy tarde. Pero el que apareciera en plena
noche y en su habitación no era motivo de alarma, pues era bastante normal en
él.
—Bienvenido a casa, amor mío.
Él era exactamente eso. Kim Shindong había
sido su amante durante más de la mitad de su vida. A Nari siempre le había
costado creer que un hombre tan importante como el marqués de Suju pudiera
enamorarse de ella. Pero ya no dudaba de sus sentimientos.
Al principio, él había coqueteado con ella
como haría cualquier joven caballero que descubre a una doncella bonita
viviendo bajo su mismo techo. Él tenía veintidós años y estaba soltero. Ella
acababa de cumplir los dieciocho y se había dejado fascinar por su belleza y su
encanto, que pocas personas conocían.
Habían sido discretos, naturalmente —de
hecho, muy sigilosos—, porque él aún vivía con sus dos hermanos menores y debía
dar ejemplo. Había intentado romper la relación una vez, cuando uno de sus
hermanos estuvo a punto de descubrirlos. Y había vuelto a intentarlo cuando
consideró que estaba obligado a casarse. Debería haberla enviado a otro sitio,
pero después de las promesas que le había hecho, no se atrevía.
Sin embargo, consiguió mantenerse apartado
de ella durante casi un año. Pero había salido a su encuentro en una ocasión,
cuando ella estaba sola, y en un instante la pasión se había encendido como si
no hubiera estado dormida durante todos aquellos meses. Y no lo había estado.
La imposibildad de tocarse cuando se necesitaban era físicamente dolorosa para
ambos. Durante estas separaciones los dos habían sufrido demasiado, de modo que
después de la última, él juró no volver a abandonarla.
Y cumplió su palabra. Ella era una esposa
para el en todos los sentidos, menos en uno: el legal. Discutía sus decisiones
y sus preocupaciones con ella. La colmaba de atenciones cuando estaban solos. Y
pasaba con ella todas las noches cuando estaba en casa, sin temor a que los
descubrieran, pues había hecho construir una puerta secreta que unía la
habitación de Nari con una pared falsa que ya existía en la suya.
Una casa tan antigua como SM tenía
numerosas salidas secretas que habían sido de utilidad en los años de revueltas
religiosas y políticas. Había un pasadizo en el sótano que pasaba por las
habitaciones de servicio y había sido muy sencillo para Shindong hacer instalar
otra puerta secreta en la habitación de Nari, que habían usado desde entonces.
Como de costumbre, Shindong había llevado
una lámpara consigo, pero de todos modos Nari tardó varios minutos antes de advertir su preocupación.
Le acarició con dulzura la mandíbula tensa.
—¿Qué pasa?
—Shinyoung quiere el divorcio.
Nari previo en el acto las complicaciones
de una decisión semejante. El divorcio era bastante común en las clases bajas,
pero prácticamente insólito entre la nobleza. Que lady Shinyoung, hija de un
conde y esposa de un marqués, osara siquiera contemplar esa posibilidad...
—¿Se ha vuelto loca?
—No. Tiene una aventura con un idiota que
conoció en Bath y quiere casarse con él.
Nari parpadeó, atónita.
—¿Shinyoung tiene un amante? ¿Tu Shinyoung?
Shindong asintió con un gruñido.
Nari no podía creerlo. Kim Shinyoung era
una mujer muy tímida. Quizá ella la
conociera mejor que su propio marido,
pues pasaban mucho tiempo juntas cada vez que Shinyoung se encontraba en SM. Nari
sabía que Shindong la asustaba.
Cualquiera de sus
rabietas, aunque no estuviera dirigida a ella, hacía que la pobre mujer se
deshiciera en lágrimas. También sabía que Shinyoung detestaba la corpulencia de
Shindong un hombre alto y fornido— porque aumentaba aún más su miedo.
Nari siempre se había sentido incómoda,
pues estaba obligada a tratar a Shinyoung como la señora de la casa y al mismo tiempo debía escuchar sus
confidencias, pese a ser la amante de Shindong. Por una parte, estaba
agradecida de que Shinyoung no amara a Shindong, pues de lo contrario sus
propios sentimientos de culpa no la habrían dejado vivir. Por otra parte, le
molestaba la costumbre de Shinyoung de ridiculizar o despreciar a Shindong sin
ninguna razón. Nari no le encontraba tacha alguna. Shinyoung sólo le encontraba
faltas.
—Es... bueno, sorprendente, ¿no crees?
—¿Que me pida el divorcio?
—Bueno, eso también, pero me refería al
hecho de que tenga un amante. No es propio de ella. Hasta un idiota se habría
dado cuenta de que no le gustan los hombres, o al menos ésa es la impresión que
da cuando está con ellos. Como recordarás, ya hemos hablado de este tema.
Incluso llegamos a la conclusión de que su aversión por los hombres se debía a
un temor al sexo. Pero es evidente que nos equivocábamos... o que ha superado
su miedo.
—Vaya si lo ha superado —gruñó él—. ¡Y lo
ha estado viendo a mis espaldas durante Dios sabe cuánto tiempo!
—¡Kim Shindong! No tienes derecho a
levantarte en armas porque ella tenga una aventura con otro hombre, sobre todo
cuando tú nunca la has tocado y has estado...
Shindong la interrumpió:
—Es una cuestión de principios y...
—¿Y? —replicó ella.
Shindong suspiró, relajándose un poco.
—Supongo que tienes razón. Debería
alegrarme de que Shinyoung haya conocido a otro hombre. Pero, maldita sea, no
tiene por qué casarse.
Nari sonrió.
—Doy por sentado que no piensas concederle
el divorcio a causa del escándalo que provocaría, así que ¿por qué estás tan
alterado?
—Lo sabe, Nari.
La mujer se quedó paralizada. No necesitaba
pedir explicaciones. Le bastó con mirar la expresión de Shindong para saber que
no se refería a la relación de ambos. Siempre había sospechado que Shinyoung estaba
al tanto del adulterio de Shindong y que incluso se alegraba de él, pues era
una forma de mantenerlo lejos de su cama. Pero no; esto tenía que ver con otro
secreto.
—No puede saberlo con certeza. Se lo habrá
figurado.
—Es lo mismo, Nari. Ha amenazado con
decírselo a Kangin y al resto de la familia. Y si el muchacho me lo pregunta
directamente, sabes que no podré mentirle. Creíamos que sólo Taemin conocía lo
nuestro, porque nos descubrió besándonos unas Navidades de hace muchos años.
Aquel maldito ponche que preparó Siwon me afectó tanto que no podía quitarte
las manos de encima.
—Pero hablaste con Taemin y él te prometió
que no se lo contaría a nadie.
—Y estoy seguro de que no lo hizo.
Nari comenzaba a asustarse. Había sido ella
quien había insistido en mantener el secreto, y Shindong le había hecho caso
porque la amaba. Pero desde el día en que él había decidido nombrar a Kangin su
heredero oficial, Nari había vivido aterrorizada por la posibilidad de que el
futuro marqués de Suju descubriera que su madre era una simple criada. No
quería que lo supiera. Ya era bastante
deshonroso ser hijo ilegítimo, pero al menos creía que su madre había sido una
mujer de noble cuna, aunque promiscua, y que había muerto poco después de su
nacimiento.
Al no confesarle la verdad a Kangin, había
renunciado a su derecho de ocupar el lugar de una madre. No había sido una
decisión fácil, pero al menos siempre había estado cerca para verlo crecer y
seguiría a su lado. Shindong le había prometido que nunca la enviaría a un
sitio donde no pudiera ver a Kangin.
Kangin ya era un hombre y rara vez
visitaba la casa, pero los sentimientos
de Nari no habían cambiado. No quería
que su hijo se avergonzara de su madre. Y lo
haría. Era inevitable. Si ahora descubría que su madre no había muerto,
que había sido la amante de su padre durante todos esos años...
—Le dijiste que le concederías el
divorcio.
No era una pregunta. Era evidente que ante
semejante riesgo habría accedido al divorcio.
—No —admitió él.
—¡Shindong!
—Nari, escúchame, por favor. Kangin ya es
todo un hombre y confío en que será capaz de afrontar la verdad. Yo no quería
ocultársela, pero dejé que tú me convencieras. Una vez hecho, fue demasiado
tarde para cambiar la historia, al menos cuando era un niño. Pero ya no es un
adolescente impresionable. ¿No crees que se alegraría de saber que su madre
está viva?
—No, y tú mismo lo has reconocido. Si antes
fue demasiado tarde para cambiar la historia, ahora lo es más. Es probable que
no lo conozca tan bien como tú, Shindong, pero lo conozco lo suficiente para
saber que cuando se entere de que le hemos mentido se pondrá furioso, y no sólo
conmigo, sino también contigo.
—Tonterías.
—Piénsalo, Shindong. Nunca se sintió
privado de afecto. Siempre ha tenido una gran familia, un montón de hombros
donde llorar cuando era niño. Nunca estuvo solo. Hasta tuvo un compañero de
juegos, su primo Sungmin, después de la muerte de tu hermana. Pero si descubre
la verdad, creerá que sí lo privamos de afecto, ¿no lo ves? Ésa
será la primera reacción. Luego surgirá la vergüenza y...
—¡Basta! Puede que esas tonterías tuvieran
alguna importancia hace veinticinco años, pero los tiempos han cambiado, Nari. El hombre corriente
empieza a distinguirse en el mundo: en la literatura, en el arte, incluso en la
política. Tú no tienes por qué avergonzarte de...
—Yo no me avergüenzo de lo que soy, Kim
Shindong. Pero vosotros, los nobles, veis las cosas desde una perspectiva distinta.
Siempre lo habéis hecho y siempre lo haréis. Y no queréis que vuestra sangre
aristocrática y pura se mezcle con la del hombre corriente, al menos cuando se
trata de vuestros herederos. Y tú eres el mejor ejemplo de lo que digo. ¿O
acaso no corriste a casarte con la hija de un conde, con una mujer a la que ni
siquiera soportabas, sólo para darle una madre a Kangin, cuando su propia madre
dormía en tu cama?
Se arrepintió de sus palabras en cuanto
acabó de pronunciarlas. Sabía que Shindong no podía casarse con ella. Era
impensable. Y nunca se lo había reprochado; siempre había aceptado lo que él
podía darle, el lugar que él le había dejado ocupar en su vida. Se había jurado
que Shindong nunca sabría cuánto había sufrido a causa de su boda con Shinyoung.
Y esperaba que nunca supiera tampoco que en ocasiones sentía resentimiento por
no poder ser su esposa. Pero después de esa estúpida e imprudente
declaración...
Sin darle tiempo a responder, prosiguió,
con la esperanza de distraerlo:
—Por lo visto, Shinyoung está dispuesta a
organizar un escándalo de cualquier modo, Shindong, y uno no es peor que el
otro, así que deja lo bueno en paz, por favor. Shinyoung y tú habéis vivido
separados durante la mayor parte de vuestro matrimonio. Todo el mundo lo sabe.
¿Crees que tu divorcio será una sorpresa? Estoy segura de que la mayoría de tus
amigos te dirán: “Me extraña que no lo hayas hecho antes”. Dile que has
cambiado de opinión.
—No le di una respuesta definitiva —gruñó
él—. Una cosa así requiere tiempo de reflexión.
Nari suspiró aliviada. Conocía bien a su
amado. Le bastaba con oír su tono para saber que ya lo había hecho entrar en
razón. No sabía cuál de sus palabras había obrado el milagro, pero tampoco
quería saberlo. Lo único que le importaba era que su secreto continuara siendo
un secreto.
Tenía un aspecto tan frágil, allí tendido,
con el cabello empapado en sudor, la frente y las mejillas húmedas, la
respiración entrecortada. Pero Kangin sabía que Park Leeteuk no era
precisamente frágil. Vaya carácter el suyo, enfermo y todo. Imaginaba cómo
sería cuando estuviera en perfecto estado de salud.
Después de lo que debía de haber pasado, no
podía culparle por tratar de partirle la cabeza con un candelabro. Había
enviado al cochero a Bridgewater para averiguar lo sucedido y había recibido su
informe la noche anterior. Él no tenía forma de saber que la doncella a quien había enviado a llevar los víveres a la
cabaña acababa de ser despedida por el ama de llaves, y en consecuencia, no había
cumplido las órdenes ni había dado instrucciones al respecto a nadie más. Se
había limitado a recoger sus cosas y marcharse. Y Leeteuk tampoco podía
saberlo.
Kangin aún no había podido decírselo.
Apenas había recobrado la lucidez en un par de ocasiones en dos días. Los
remedios que le había recetado el médico comenzaban a hacer efecto, pero como
el propio doctor había advertido, su estado empeoraría antes de mejorar. Pero
por fin le había bajado la fiebre y dormía plácidamente.
Había sido una larga
noche, y más largos aún los últimos dos días, porque Kangin apenas se había
apartado de su lecho desde el momento en que Leeteuk se había desmayado entre
sus brazos, tres noches antes.
Era
un paciente terrible, rebelde. Se negaba a que Kangin hiciera nada por él,
quería levantarse y hacerlo todo solo. Pero él había insistido, le había
cubierto con mantas mojadas y frescas las partes del cuerpo que había accedido
a mostrarle y le había servido la comida en la cama, por poco apetitosa que
ésta fuera. Kangin era un desastre en la cocina.
Hoy debía presentarse una cocinera para una
entrevista. En cuanto el cochero había regresado de Bridgewater, Kangin lo
había enviado a la agencia de colocaciones en busca de una cocinera. Aceptaría
a quienquiera que se presentara, porque si no tenía que volver a entrar en la
cocina en toda su vida, mucho mejor. Los demás criados podían esperar hasta que
Leeteuk estuviera en condiciones de contratarlos personalmente.
La noche de pasión que había anticipado al
regresar a Londres no había salido como esperaba. Y pensar que había abandonado
pronto la fiesta de Taemin sólo para encontrarse con una furia apasionada, en
lugar de lo que tanto ansiaba. Pero ahora que Leeteuk estaba instalado en
Londres, tendrían tiempo de sobra para intimar.
La luz que se
colaba por la ventana despertó a Leeteuk. Kangin se había vuelto a olvidar de
correr las cortinas por la noche. Lo cierto es que descuidaba muchos pequeños
detalles como aquél, de los que normalmente se ocupaban los criados. No es que
eso molestara a Leeteuk, con todo lo que se había esmerado para cuidarle. Sentía
remordimientos, quizá sin motivos, pero todavía intentaba compensarlo por lo
ocurrido en la cabaña, y eso hablaba muy bien de él.
Al despertar la
segunda mañana, lo había encontrado en la habitación con él. El día anterior, Kangin
lo había despertado con una taza de té, caldo y medicinas. Y esta mañana no
sólo estaba allí, sino también dentro de su cama.
Fue una sorpresa despertar y encontrarlo a
su lado. Y un gran esfuerzo devanarse los sesos para recordar si había alguna
razón para que estuviera en su cama o si simplemente estaba demasiado cansado
para buscar otro sitio donde dormir. Pero Leeteuk no recordaba nada después de
la cena ligera que había tomado la noche anterior y que a duras penas había
conseguido mantener en el estómago, ya que ardía de fiebre.
Esta mañana se sentía mucho mejor; un tanto
débil y con los miembros entumecidos después de dos días en cama, pero el calor
constante que le había atormentado en las últimas jornadas había desaparecido.
De hecho, por primera vez en varios días sentía un poco de frío. Notó que el
fuego se había consumido hasta quedar reducido a unas cuantas brasas y que su pijama
estaba empapado de sudor.
El cuerpo tendido a su lado era una
tentadora fuente de calor, pero no tuvo el valor de acurrucarse junto a Kangin,
aunque estuviera dormido. Le había atendido durante esos días y pronto se
convertiría en su amante oficial, pero apenas lo conocía... Y ojalá no hubiera
recordado que pronto sería su amante.
La sola idea le
hacía sentirse incómodo con su proximidad. Bueno, no tanto incómodo como
físicamente alterado. De repente tomó conciencia de que era un hombre
atractivo, y ahora que estaba dormido
tenía la oportunidad de estudiarlo con atención.
Estaba tendido de espaldas sobre las
mantas, con un brazo sobre la cabeza y el otro a un lado del cuerpo. La camisa
blanca estaba arremangada hasta los codos. Los
músculos de sus antebrazos eran abultados; sus muñecas, anchas; sus manos,
grandes.
Al tener una mano levantada, la camisa también estaba tensa, dejando
entrever un pecho grande y un vientre duro y plano. Y sus piernas eran tan
largas que sus pies, descalzos aunque enfundados en calcetines, llegaban al
borde de la cama.
Dormía con la boca entreabierta, los labios
firmes apenas separados. No roncaba, pero Leeteuk se preguntó si alguna vez lo
haría. Sin duda tendría ocasión de descubrirlo.
Vio unas pestañas largas en las que no
había reparado antes porque aquellos volubles ojos cafés acaparaban toda su
atención. Arrugaba las cejas, al parecer disgustado con sus sueños. Leeteuk sintió
la imperiosa tentación de alisarle la frente con los dedos, pero se contuvo.
No quería estar a su lado cuando él
despertara. De ninguna manera. Su posición en esos momentos era demasiado
íntima y vaya a saber qué idea podía ocurrírsele... aunque quizá no. Después de
todo, él debía de tener un aspecto horrible, tras dos días de la mínima higiene
en la cama, y el pelo sin lavar después de varias noches de intensos sudores.
No cabía duda; parecería un esperpento.
De hecho, en ese mismo momento un baño se
le antojaba un paraíso; un agradable y
caliente remojón aliviaría sus músculos
entumecidos y le quitaría el picor de la cabeza. Y quizá pudiera dárselo antes
de que Kangin despertara, así podría tener un aspecto algo más decente cuando
le agradeciera su tierna, aunque dominante, atención.
Le sorprendía que se hubiera quedado
cuidándole cuando no tenía por qué hacerlo. Podría haber contratado a una
enfermera. Pero suponía que los remordimientos lo habían inducido a permanecer
a su lado.
Cualquiera que
fuera la razón, se alegraba de que se hubiera quedado, de que le hubiera
demostrado una vez más que no era el hombre cruel e insensible que había
imaginado.
Se levantó de la cama con cuidado de no
despertarlo y cogió algunas prendas. Antes de cerrar la puerta del baño,
comprobó que Kangin seguía durmiendo a pierna suelta... o al menos no había
notado sus ojos entornados, espiándolo. Incluso se tomó el tiempo necesario
para secarse el pelo antes de vestirse.
Había tardado tanto que Kangin ya no estaba
allí. El fuego recién encendido en la chimenea comenzaba a vencer al frío de la
habitación. Aunque lo cierto es que apenas había reparado en el frío al
levantarse, después de pasar tanto tiempo contemplando a Kangin. Sonrió al
notar que había hecho la cama, y deseó haber podido presenciar cómo se las
había apañado para hacerla solo.
Se tomó unos minutos más para peinarse de
la forma habitual y luego bajó a ver si Kangin se había marchado de la casa. No
era así. Lo encontró en la cocina, preparando el té, con una bandeja de pastas
a su lado. Todavía no se había cambiado de ropa. Claro que era muy probable que
aún no tuviera otra muda en la casa.
Leeteuk sonrió cuando él alzó la vista y le
vio en el umbral de la puerta.
—No puedo creer que hayas tenido tiempo
para hacer eso —dijo señalando la bandeja con pastas.
—Soy incapaz de cocinar y nunca volveré a
intentarlo —gruñó él—. Oí pasar a un vendedor ambulante y fui a averiguar qué
vendía. Sólo pastas, pero no vienen mal a esta hora de la mañana y todavía
están calientes.
El nunca volveré a intentarlo quedó claro
para Leeteuk cuando vio el caótico estado de la cocina. Kangin reparó en su
expresión y dijo:
—Hoy vendrá una cocinera... ¿Qué pasa?
—añadió al ver que parecía aún más preocupado.
—En cuanto asome la cabeza en la cocina se
marchará corriendo —predijo.
Kangin frunció el entrecejo.
—Tonterías —dijo, pero enseguida añadió—:
¿Te parece? Muy bien, la compensaré por quedarse. Pero si no te gusta esta
cocinera, por favor no la despidas hasta que consigamos otra... a menos que
sepas cocinar. Los demás criados vendrán a entrevistarse contigo la semana
próxima.
—¿Así que me quedaré en esta casa?
—¿No te gusta?
Parecía tan decepcionado que Leeteuk se
apresuró a tranquilizarlo:
—Claro que me gusta, pero no estaba seguro
de que fueras a alojarme aquí.
—Cielos, ¿no te lo había dicho? Bien, he
firmado un contrato de seis meses que puede prorrogarse con facilidad. Así que
si hay algo que no te guste, algún mueble o lo que sea, podemos cambiarlo. Ésta
será tu casa, Leeteuk, y quiero que te sientas cómodo en ella.
Leeteuk se ruborizó. Kangin estaba
insinuando que esperaba que la relación durara, aunque todavía no había
empezado.
—Es
muy amable de tu parte. Estoy seguro de que me encontraré cómodo.
—Estupendo. Y ahora, ¿te parece que
compartamos este magro festín en el comedor, que no está tan desordenado?
Leeteuk sonrió y salió de la cocina. El
comedor se veía muy alegre a esa hora, bañado por la luz del sol que,
milagrosamente para la época del año, todavía no había desaparecido detrás de
un banco de nubes.
—¿Cuántos criados debo contratar? —preguntó
mientras se sentaba frente a él y comenzaba a servir el té.
—Todos los que necesites.
—¿Les pagarás tú el sueldo, o prefieres que
yo me ocupe de eso?
—Mmm. No había pensado en eso. Supongo que
lo más sensato será darte una suma para la casa y para ti. A propósito, en
cuanto te sientas mejor iremos de compras. No debes de tener mucha ropa en esa
maleta tan pequeña.
Leeteuk supuso que podría ahorrarle dinero
si enviaba a buscar el resto de su ropa. Pero ¿cómo se lo explicaría a tía Sora,
cuando en teoría sólo había ido a pasar una breve temporada con su amigo de
Kettering? Ya era bastante desagradable tener que inventar excusas para
prolongar su estancia. Además, no creía que Kangin tuviera intención de
comprarle ropa del estilo de la suya, aunque esperaba no tener que volver a
llevar nada parecido a aquel horrible traje rojo.
—Como quieras —dijo.
—¿Te encuentras mejor esta mañana?
—preguntó él con voz titubeante—. ¿Ya no tienes fiebre?
—Creo que por fin estoy curado.
La sonrisa de Kangin se volvió sensual.
—Excelente. Entonces te dejaré solo durante
el día, pero regresaré para pasar la noche contigo.
Leeteuk se enfadó consigo mismo por no
haber comprendido a qué se debía el interés de Kangin por su salud. Era
evidente a qué se refería cuando había dicho que iba a pasar la noche con él.
Ahora, con las mejillas encendidas de rubor, no tuvo más remedio que asentir
con la cabeza.
La cocinera llegó por la mañana, poco
después de que Kangin se marchara, y tras pasar unos minutos con ella Leeteuk intuyó
que se llevarían de maravilla. Han Sunhwa no se daba ínfulas y aseguraba que
nunca se metía donde no la llamaban.
Después de que Leeteuk
le explicara con cierta vergüenza que recibiría las visitas de un caballero
por las noches, la única forma elegante de expresarlo, Sunhwa le reiteró que
las visitas de Leeteuk no eran de su incumbencia.
Su situación podía plantear problemas.
Sabía que muchos criados se negarían a trabajar para él, imaginando que los
demás los medirían con la misma vara.
Algunos sirvientes necesitaban sentirse
orgullosos de sus amos, y trabajar para el amante de un caballero no era motivo
de orgullo. Pero había otros que no daban importancia a esas cosas, que
simplemente necesitaban trabajo. Leeteuk tendría que escoger a sus criados
entre estos últimos.
A mediodía apareció un carruaje. El
cochero, que no era el de Kangin, le informó que a partir de ese momento
estaría a su servicio. Le indicó dónde dejaría el coche y los caballos, pues la
casa no tenía sus propias cuadras, y dónde podía localizarlo cuando lo
necesitara. Entonces Leeteuk cayó en la cuenta de que, a pesar de sus planes de
arreglárselas con un servicio mínimo, necesitaría al menos un lacayo.
Usó el coche por primera vez esa misma
tarde. Después de pensárselo un poco y de recordar el dulce beso con que se
había despedido Kangin, decidió organizar una velada romántica para evitar que
su primera noche juntos se convirtiera en una experiencia sórdida. De modo que
encargó a Sunhwa que preparara una buena cena con vino y le dio dinero de sobra
para las compras.
Por fortuna, Kangin le había dejado con
algo más que un beso. El fajo de billetes que le había entregado sumaba más de
cien libras, y sólo había dicho: Esto te alcanzará para una temporada. Vaya que
sí. Algunas casas grandes requerían menos dinero, y la suya era pequeña.
Aunque había dejado a Sunhwa a cargo de las
compras, hizo algunas por su cuenta. Tardó bastante tiempo en encontrar lo que
buscaba porque aún no conocía Londres y tuvo que recurrir a la ayuda del
cochero. Por fin Leeteuk —o más bien el cochero— encontró una tienda donde
vendían lencería fina. Y aunque nunca había usado nada semejante —sus pijamas
eran todos abrigados y prácticos— la mujer que le atendió, le aseguró que todas
las novias y novios modernos compraban esa clase de prendas para su noche de
bodas.
Leeteuk ignoraba si eso era cierto o si la
dependienta había advertido sus titubeos y sólo pretendía concretar la venta,
pero le daba igual. Lo que tenía en la bolsa era exactamente como lo había imaginado
y estaba muy satisfecho con su compra. Otra cosa sería que se atreviera a
ponérselo cuando llegara el momento...
Kangin no le había dicho a qué hora
regresaría esa noche. Debería habérselo preguntado, pero no saberlo tampoco era
un problema, al menos para Sunhwa. Al fin y al cabo, los nobles estaban
acostumbrados a comer a horas insólitas, dependiendo de si asistían o no a una
fiesta, y la comida podía mantenerse caliente.
Pero Kangin regresó antes de lo que Leeteuk
esperaba, poco después de la puesta de sol. Aunque Leeteuk no lo sabía, Kangin
tenía tantos deseos de iniciar la relación de una vez por todas, que había
tenido que luchar consigo mismo para no ir antes y concederle algún tiempo a
solas. Fue una suerte que no se lo dijera, pues Leeteuk ya estaba
suficientemente nervioso. Saber que él habría preferido llevarlo arriba de
inmediato habría terminado de alterarle.
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