No estaba mal
aquel sitio que sería testigo de su venta al mejor postor. Era un lugar limpio,
elegantemente decorado. El vestíbulo adonde le habían hecho pasar en primer
lugar podría haber pertenecido a la casa familiar de cualquiera de sus amigos.
Era una residencia lujosa, situada en uno de los mejores barrios de Londres y
conocida por el eufemístico nombre de Casa de Boom. Un antro de perdición.
Park Leeteuk todavía no podía creer que
estuviera allí. Desde que había atravesado el umbral, sentía un nudo de temor y
angustia en el estómago. Sin embargo, había entrado en la casa por voluntad
propia. Nadie le había
llevado a rastras mientras chillaba y pataleaba.
Lo increíble era precisamente que no le
habían forzado a acudir; había accedido a hacerlo... o al menos había aceptado
que era la única alternativa. Su familia necesitaba dinero —y mucho— para
evitar que la pusieran de patitas en la calle.
Si al menos hubiera tenido tiempo de hacer
planes. Incluso una boda con un desconocido habría sido preferible. Pero tío Dongyup
tenía razón cuando decía que ningún caballero con la fortuna necesaria para
ayudarlos habría considerado una boda en tan poco tiempo, aun si fuera posible obtener una licencia
especial. El matrimonio era un paso
demasiado importante para aventurarse a
él sin pensárselo con detenimiento.
Pero aquello... Bueno, era bastante común
que los caballeros compraran amantes por
impulso, incluso a sabiendas de que
resultarían tanto o más caros que un
esposo. La gran diferencia era que un amante podía abandonarse con la
misma facilidad con que se había comprado, sin necesidad de afrontar los largos
trámites o el escándalo propios de un divorcio.
Leeteuk pronto sería el amante de un
hombre. No su esposo. No es que conociera a ningún hombre con quien hubiera podido casarse, y mucho menos alguien
con la solvencia necesaria para pagar las deudas de tío Dongyup.
Antes de la tragedia, en Kettering —la tierra
donde se había criado— lo habían cortejado varios jóvenes, pero el único que
tenía fortuna se había casado con un primo lejano.
Todo había ocurrido rápidamente. La noche
anterior había entrado en la cocina, como acostumbraba hacer, para calentar un
poco de leche que le ayudara a dormir. Desde que él y su hermana habían ido a
vivir con tía Sora, Leeteuk tenía dificultades para conciliar el sueño.
Su tía, la única hermana de su madre, era
una mujer maravillosa y quería a sus dos sobrinos como si fueran sus propios
hijos. Los había recibido con los brazos abiertos, brindándoles el apoyo que
tanto habían necesitado después de la tragedia.
Tía Sora le había recomendado que tomara
leche caliente varios meses antes, tras reparar en las ojeras debajo de los
ojos Leeteuk y preguntarle delicadamente por su causa. Y la leche ayudaba...
casi todas las noches. Se había convertido en un rito nocturno. La mayoría de
las noches Leeteuk no molestaba a nadie, pues a esas horas la cocina estaba
vacía. Salvo la noche anterior...
La noche anterior, tío Dongyup estaba allí,
sentado a una de las mesas. Frente a él había una botella de licor. Leeteuk nunca lo
había visto beber más que el ocasional vaso de vino que tía Sora le permitía
tomar con la cena.
Sora no veía con buenos ojos el alcohol,
así que no guardaba licores en la casa. Pero dondequiera que Dongyup hubiera
obtenido la botella, lo cierto es que ya estaba medio vacía. Y el efecto que
había producido en él era sorprendente. Su tío estaba llorando. Con la cabeza
cogida entre las manos, emitía silenciosos sollozos, sus hombros se sacudían
penosamente y las lágrimas goteaban en la mesa. Leeteuk creyó entender por qué
su tía se negaba a tener bebidas en la casa...
Pero pronto descubriría que la congoja de Dongyup
no se debía al alcohol. No; estaba sentado de espaldas a la puerta, convencido
de que nadie lo molestaría mientras pensaba en la posibilidad de quitarse la
vida.
¿Habría tenido el valor de hacerlo si él
hubiera optado por marcharse en silencio de la cocina? El joven se había hecho
esa pregunta muchas veces desde aquel momento. Nunca lo había visto como un
hombre valiente; sólo como un individuo sociable y habitualmente jovial. Y al
fin y al cabo, la presencia de Leeteuk le había permitido entrever una solución
a sus problemas, una solución que quizá no hubiera considerado antes, que él,
desde luego, jamás habría imaginado.
Leeteuk se había limitado a preguntar:
—¿Qué pasa, tío Dongyup?
El se había vuelto bruscamente, Leeteuk
llevando en las manos la lámpara que solía utilizar en sus incursiones
nocturnas a la planta baja. Su tío por un momento pareció sobresaltarse. Pero
luego volvió a esconder la cara entre las manos y murmuró algo ininteligible. Leeteuk
le pidió que lo repitiera.
Dongyup levantó la cabeza apenas un
instante para decir:
—Vete, Leeteuk. No quiero que me veas así.
—No te preocupes
—dijo con dulzura—. Aunque quizá debería llamar a tía Sora.
—¡No! —exclamó él con suficiente énfasis
para asustarle. Luego, más sereno aunque todavía acongojado, había añadido—: No
le gusta que beba y... no sabe nada.
—¿No sabe que bebes?
Su tío no respondió de inmediato, pero Leeteuk
dio por sentado que se trataba de eso. Toda la familia sabía que Dongyup haría
cualquier cosa para evitar un disgusto a Sora, incluso si el disgusto en
cuestión era responsabilidad suya.
Dongyup era un hombre de rasgos angulosos y
una cabellera que, ahora que se acercaba a los cincuenta, estaba prácticamente
gris. Nunca había sido apuesto, ni siquiera cuando era joven, pero a pesar de ello
Sora, la más bonita de las dos hermanas —y todavía hermosa a sus cuarenta y dos
años—, se había casado con él. Leeteuk sabía que seguía amándolo.
En sus veinticuatro años de matrimonio no
habían tenido hijos, de ahí quizá el gran afecto que Sora sentía por sus sobrinos.
En cierta ocasión su madre había comentado a su padre que no había sido porque
no lo intentaran; sencillamente, no estaba escrito.
Se suponía que Leeteuk no debía oír
comentarios semejantes, pero en aquella ocasión su madre no se había percatado
de que él estaba cerca. Así, a lo largo de los años, se había enterado de otras
cosas; por ejemplo, de que su madre no entendía por qué Sora se había casado
con Dongyup, un hombre sin aspiraciones ni fortuna, cuando habría podido elegir
entre tantos pretendientes apuestos y ricos. Dongyup era un vulgar comerciante.
Pero todo aquello era asunto de Sora, y
hasta era posible que la poca fortuna de Dongyup hubiera influido en la
decisión de su tía... o no. Su madre solía decir que no había forma de entender
los extraños designios del amor, que nunca se había regido ni se regiría por
las leyes de la lógica ni de la voluntad.
—No sabe que estamos arruinados.
Leeteuk parpadeó, sorprendido, pues había
pasado mucho tiempo desde que había hecho la pregunta, y sin duda no esperaba
esa respuesta. No podía creer lo que había oído. La afición de Dongyup a la
bebida no podía ser la causa de su ruina, sobre todo cuando tantos caballeros
—e incluso señoras y jóvenes señores— bebían de más en las reuniones sociales.
Así que decidió animar a su tío.
—Conque has provocado un pequeño escándalo,
¿eh? —bromeó Leeteuk.
—¿Un escándalo? —preguntó él, confundido—.
Bueno, sí, claro que lo será. Y Sora nunca me perdonará cuando nos echen de la
casa.
Leeteuk dio un
respingo, pero una vez más llegó a una conclusión equivocada.
—¿Has perdido la casa en el juego?
—¿Cómo iba a hacer una locura semejante?
¿Crees que quiero acabar como tu padre? Aunque quizá debí haberlo hecho. Así
habría tenido al menos alguna posbilidad de salvarme, mientras que ahora no
tengo ninguna.
En ese punto Leeteuk se sintió desconcertado,
por no mencionar su vergüenza. Los antiguos pecados de su padre, junto con el
recuerdo de la catástrofe que habían provocado, le avergonzaban.
Así que con las mejillas encendidas de
rubor, un rubor que su tío seguramente no había notado, dijo:
—No entiendo, tío Dongyup. ¿Quién va a
quedarse entonces con la casa? ¿Y por
qué?
Su tío volvió a ocultar la cara entre las
manos, incapaz de mirarle a los ojos, y le contó en murmullos lo sucedido. Para oírlo, Leeteuk tuvo que
acercarse a él y soportar el fétido
aliento a whisky. Cuando Dongyup hubo
terminado de hablar, el joven se sumió en un silencio cargado de horror.
La situación era mucho peor de lo que había
imaginado y sin duda guardaba una gran semejanza con la tragedia de sus padres,
aunque éstos la habían afrontado de manera diferente. Pero su tío no tenía la
fuerza de carácter necesaria para aceptar el fracaso y volver a empezar.
Ocho meses antes, cuando los dos hermanas
habían ido a vivir con sus tíos, Leeteuk estaba demasiado ocupado llorando la
muerte de sus padres para notar nada extraño. Ni siquiera se había preguntado
por qué tío Dongyup pasaba tanto tiempo en casa.
Ahora suponía que sus tíos no habían
considerado oportuno revelar a sus sobrinos que Dongyup había perdido su empleo
de veintidós años, y que desde entonces estaba demasiado amargado para
conservar cualquier otro. Sin embargo, habían continuado viviendo como si nada
hubiera cambiado. Hasta habían aceptado alimentar dos bocas más, cuando apenas
podían cubrir sus propias necesidades.
Leeteuk se preguntó si tía Sora estaría al
tanto de la magnitud de las deudas. Dongyup había vivido a crédito, cosa
habitual entre las clases acomodadas, aunque también era habitual pagar a los
acreedores antes de que éstos llevaran el asunto a los tribunales. Sin embargo Dongyup,
que no disponía de ingresos propios, ya había pedido demasiados préstamos a sus
amigos para mantener a raya a los acreedores. No le quedaba nadie a quien
recurrir. Y la situación era insostenible.
Pronto perdería la casa de tía Sora, que
había pertenecido a la familia de Leeteuk durante generaciones. Sora la había
heredado porque era la hermana mayor, y ahora los acreedores amenazaban con
arrebatársela en un plazo de tres días.
Por tal motivo Dongyup estaba
emborrachándose, tratando de encontrar en la botella el coraje necesario para
quitarse la vida, porque no tenía valor para afrontar lo que ocurriría en los
días siguientes. Tenía la responsabilidad de mantener a la familia —o al menos
a su esposa— y había fracasado indignamente.
Desde luego el suicidio no era una
solución. Leeteuk señaló cuánto más grave sería la situación para tía Sora si
al inevitable desalojo se sumaba el funeral de su esposo. Leeteuk e Inyoung ya
sabían lo que era un desalojo. Aunque la vez anterior habían tenido a donde ir.
Pero ahora... Leeteuk
no podía permitir que volviera a ocurrir. Su hermana era su responsabilidad. El
debía ocuparse de que Jean recibiera una buena educación, de que tuviera un
techo. Y si para ello tenía que...
No recordaba bien cómo había salido el tema
de su venta. Dongyup mencionó que había pensado en la posibilidad de casarlo
con alguien de fortuna, pero que se había demorado tanto en plantearlo que ya
era demasiado tarde. También había explicado por qué era demasiado tarde: un
asunto tan importante requería tiempo de reflexión, no podía arreglarse en cuestión
de días.
Puede que la bebida le soltara la lengua;
lo cierto es que le había contado que a un amigo suyo le había ocurrido lo
mismo años antes, cuando había perdido todos sus bienes, y que su hija había
salvado a la familia vendiéndose a un viejo depravado que valoraba la
virginidad y estaba dispuesto a pagar una fortuna por ella.
Acto seguido, Dongyup confesó que había
abordado a un caballero que conocía bastante bien para averiguar si estaba
dispuesto a casarse con su joven sobrino. El hombre le había respondido que no
deseaba casarse, pero que si el chico accedía, estaba dispuesto a pagar unas
cuantas libras por un nueva amante.
Entonces comenzaron a hablar del papel de
un amante en oposición al de un esposo. Dongyup le explicó que muchos hombres
de fortuna pagarían bien por un amante joven que pudieran lucir ante sus
amigos, sobre todo si el chico en cuestión no había pasado antes por las manos
de esos amigos, y que el precio se elevaría aún más tratándose de una persona
virgen.
Había
plantado bien la semilla, insinuando la solución sin pedir directamente a Leeteuk
se sacrificara por ellos. El joven estaba escandalizado por el giro que había
tomado la conversación, y desolado por los acontecimientos, pero por encima de
todo le preocupaba su hermana Inyoung y la repercusión que podría tener todo
aquello en sus posibilidades de casarse decentemente algún día.
Leeteuk podía buscar un empleo, pero
difícilmente encontraría uno que les permitiera vivir con dignidad, sobre todo
si debía asumir la responsabilidad de mantener a toda la familia. No imaginaba
a tía Sora trabajando y Dongyup... bueno, ya había demostrado que era incapaz
de conservar un empleo mucho tiempo.
Fue la visión de su hermana mendigando por
las calles la que le indujo a hacer la siguiente pregunta, aunque con un
murmullo cargado de angustia.
—¿Conoces a algún hombre dispuesto a...
bueno, a pagar lo suficiente, si yo accediera a ser su amante?
Dongyup no pudo disimular su esperanza, su
inmenso alivio, cuando respondió:
—No, no conozco a ninguno. Pero sé de un
sitio en Londres, frecuentado por hombres de fortuna, un lugar donde
seguramente harían una excelente oferta por ti.
Leeteuk guardó silencio durante largo rato,
atormentado por las dudas ante una decisión tan importante. La sospecha de que
aquélla era la única solución posible le provocaba náuseas. Dongyup aguardó,
sudando de nervios, hasta que el joven hizo un gesto afirmativo.
Luego trató de consolarlo, como si eso
fuera posible.
—No
será tan terrible, Leeteuk, de veras. Una persona lista puede ganar mucho
dinero de este modo, el suficiente para independizarse e incluso casarse más
adelante si lo desea.
No había un ápice de verdad en aquellas
palabras, y ambos lo sabían. Sus posibilidades de casarse se esfumarían para
siempre. El estigma de aquella acción le acompañaría el resto de su vida. Jamás
volverían a aceptarle en sociedad. Pero tendría que llevar esa cruz para que su
hermana tuviera el futuro que merecía.
Aún angustiado por la decisión que acababa
de tomar, Leeteuk sugirió:
—Dejaré que tú se lo cuentes a tía Sora.
—¡No! No debe saberlo. No lo consentiría.
Pero estoy seguro de que se te ocurrirá alguna excusa para justificar tu
ausencia.
¿También tenía que ocuparse de eso? ¿Cuando
se sentía incapaz de pensar en nada más que en el terrible paso que había
aceptado dar?
Cuando por fin se marchó su tío, Leeteuk estuvo
a un tris de beberse el licor que quedaba en la botella. Pero entonces se le
ocurrió una débil excusa. Diría a tía Sora que uno de sus amigos de Kettering,
le había escrito para comunicarle que estaba gravemente enfermo y que los
médicos no le daban muchas esperanzas. Como era natural, Leeteuk debía visitarlo
para ayudarlo en la medida de sus posibilidades. Y tío Dongyup se había
ofrecido a acompañarlo.
Sora no había sospechado nada extraño,
atribuyendo la palidez de Leeteuk a su preocupación por el estado de Kwanghee. E Inyoung, bendita fuera, no lo había atormentado con las interminables preguntas de
rigor, sencillamente porque no conocía a
ese amigo. Por otra parte, Inyoung había madurado mucho durante el último año. La
tragedia familiar había segado su infancia, quizá para siempre. Leeteuk hubiera
preferido que su hermana de doce años pusiera a prueba su paciencia con sus
acostumbradas preguntas. Pero era evidente que Inyoung seguía sumida en su propio
dolor.
¿Qué pasaría cuando Leeteuk no regresara de
su supuesta visita a Kettering? Bueno, tendría que dejar esa preocupación para
más adelante. ¿Volvería a ver a su hermana y su tía? ¿Se atrevería a mirarlas a
la cara cuando descubrieran la verdad? No lo sabía. Lo único que sabía en ese
momento era que su vida jamás volvería a ser la misma.
—Vamos, querido, ha llegado la hora.
Leeteuk miró al hombre alto y delgado que
estaba en el umbral de la puerta. Le había dicho que lo llamara Boom, el único
nombre con que se lo habían presentado el día anterior. Era el propietario de
la casa, la persona que se ocuparía de venderlo al mejor postor.
Nada en su persona sugería que era un
proveedor de vicio y pecado. Vestía como un señor, tenía un aspecto formal y
hablaba con educación... o al menos en presencia de tío Dongyup. En cuanto éste
se hubo marchado, olvidó parte de su refinamiento, dejando entrever su
verdadero origen. Sin embargo, continuó tratándole con amabilidad.
Le había explicado con cuidado que, puesto
que iba a pagarse una suma tan importante por su persona, no tendría derecho a
rescindir el contrato, como habría podido hacer una amante normal. Debían
garantizar al caballero que lo comprara que no había gastado su dinero en vano
y que Leeteuk estaría a su disposición durante el tiempo que él considerara
menester.
El joven se vio forzado a asentir, aunque a
sus ojos el trato lo convertía prácticamente en un esclavo. Tendría que estar
con ese hombre tanto si le gustaba como si no, tanto si lo trataba bien como si
no, hasta que se cansara de mantenerlo.
—¿Y si no lo hiciera? —preguntó.
—Bueno, querido, no creo que quieras saber
lo que te ocurriría en tal caso —respondió Boom con un tono que Leeteuk interpretó
como una amenaza a su vida. Pero luego
prosiguió con voz regañona, como si Leeteuk debiera conocer ya lo que le
explicaba—. Yo garantizo personalmente mis transacciones. No puedo permitir que
los caprichos de un jovencito que se arrepiente de un trato mancillen mi
reputación. Si así fuera, nadie querría hacer negocios conmigo, ¿verdad?
—¿Ha organizado muchas ventas semejantes?
—Ésta será la cuarta, aunque la primera de
un joven de tu procedencia. La mayoría de los caballeros acomodados que se
encuentran en dificultades consiguen solucionarlas casando a sus hijas o hijos
jóvenes con hombres ricos. Es una pena que tu tío no te haya buscado un
pretendiente apropiado. No me parece que tengas tipo de amante.
Leeteuk no sabía si sentirse halagado u
ofendido, y se limitó a responder:
—Como ya le explicó mi tío, no hubo tiempo
suficiente para arreglar una boda.
—Ya, pero sigue siendo una lástima. Ahora
te acompañaré a la habitación donde pasarás la noche. La subasta se celebrará
mañana por la noche, de ese modo tendré tiempo de avisar a los caballeros que
puedan estar interesados. Espero que una de mis chicos tenga prendas más
adecuadas para ti. Ya me entiendes, un amante debe parecer un amante, no el joven
hermano de uno. —Le miró de arriba abajo con ojo crítico—. Tu traje es muy
elegante, querido, pero sería más apropiado para una reunión social. A menos
que hayas traído algo más conveniente...
Leeteuk negó con la cabeza. Casi se sentía
avergonzado de parecer un joven señor. Boom suspiró.
—Bueno, estoy seguro de que te
encontraremos algo —dijo, y lo guió escaleras arriba, hasta la habitación donde
pasaría la noche.
Como el resto de la elegante casa, la
habitación estaba elegantemente amueblada, y Leeteuk tuvo la cortesía de
señalarlo.
—¿Esperabas una decoración llamativa y
vulgar? —Sonrió al ver que la expresión de Leeteuk lo confirmaba—. Mis clientes
son nobles, querido, y se muestran más dispuestos a desprenderse de su dinero
si se sienten como en casa. —Rió—. Las clases bajas no pueden pagar mis
precios. Ni siquiera se acercan a la puerta.
—Entiendo —dijo él. Los hombres disfrutaban
de sus placeres allí donde los encontraran, y prueba de ello era que había
casas de mala reputación desperdigadas por todo Londres. Aquélla era
sencillamente una de las más caras.
Antes de dejarle, Boom repitió una vez más:
—Supongo que has entendido bien los
términos de nuestro acuerdo y en qué difiere de un trato normal, ¿verdad?
—Sí.
—¿Y sabes que no recibirás retribución
alguna, aparte de los regalos que decida hacerte el caballero que te compre? —Leeteuk
asintió, pero Boom quería que las cosas quedaran perfectamente claras y
prosiguió—: Se fijará una cantidad mínima, la que ha solicitado tu tío, y ésta
irá a sus manos. Yo obtendré una comisión por
cada libra que
exceda de esa cantidad por haber organizado la venta. Pero tú no recibirás
dinero.
Leeteuk lo sabía, y rezaba por que se
ofreciera mucho más de lo esperado, al menos lo suficiente para mantener a su
familia hasta que tío Dongyup consiguiera un empleo duradero. De lo contrario,
su sacrificio sólo serviría para aplazar temporalmente el desastre. Pero de
camino a Londres, su tío le había jurado que consguiría un empleo y lo
conservaría aunque no estuviera a la altura de sus expectativas, que nunca
volvería a hallarse en una situación similar.
Sin embargo, conociendo la magnitud de la
deuda de Dongyup, lo que le preocupaba, y lo que finalmente preguntó a Boom,
era:
—¿Cree que habrá alguien dispuesto a pagar
tanto dinero?
—Desde luego —respondió él con absoluta
confianza—. Estos nuevos ricos no tienen nada mejor en que gastar su dinero. Sus
principales intereses son los placeres carnales, los caballos y el juego. Yo me
siento orgulloso de proveer dos de estas tres aficiones, así como cualquier
vicio que les apetezca, con la sola excepción del asesinato.
—¿Cualquier otro vicio?
Boom rió.
—Ay,
querido, te sorprendería saber las cosas que piden estos caballeros. Y algunas
damas y jóvenes señores. En un futuro próximo, estarás obligado a satisfacer
las apetencias sexuales del caballero que te compre, sean cuales sean dichas
apetencias. ¿Lo entiendes? Un hombre hace cosas con su amante que nunca haría,
con su esposo. Para eso están los amantes. Enviaré a uno de mis chicos a que te
lo explique con más detalle, pues es evidente que tu tío no ha considerado
oportuno instruirte.
Y para mayor mortificación de Leeteuk,
había cumplido su palabra. Un hermoso joven había ido a verlo por la noche,
enfundado en el llamativo traje que ahora llevaba Leeteuk, y había estado
varias horas en su habitación hablando sobre los detalles de la vida sexual. Había
tocado todos los temas, desde cómo evitar embarazos no deseados hasta todos los
métodos imaginables para complacer a un hombre; las formas de incitar la
lujuria de los hombres y de conseguir lo que Leeteuk deseaba. No estaba claro
que Boom hubiera deseado instruirle en este último punto, pero al parecer el
chico se había compadecido de él y le había ofrecido esa información por
iniciativa propia.
La conversación no había tenido nada en
común con la breve charla sobre el amor y el matrimonio que Leeteuk había
mantenido con su madre algo más de un año antes, cuando el joven había cumplido
los diecisiete. Su madre había hablado del acto sexual y de los niños con su
habitual franqueza y se había apresurado a cambiar de tema, como si los dos
estuvieran avergonzados por el anterior.
Al irse el chico de despidió con un último
consejo:
—Recuerda que el hombre que te compre
seguramente estará casado, y que la principal razón de que quiera un amante es
que no encuentra satisfacción con su esposo. Demonios, lo creas o no, muchos de
ellos ni siquiera han visto desnudos a sus esposos. Cualquiera te dirá (bueno,
cualquiera de mis conocidos) que a todo hombre le gusta contemplar a su pareja
desnuda. Limítate a darle lo que no encuentra en casa y te adorará.
Ahora que había llegado el momento, Leeteuk
casi temblaba de miedo. Tras abrir la puerta y verlo con el llamativo traje
rojo fuego, Boom pareció complacido; muy complacido, por cierto. Pero el hecho
de que él le considerara mejor vestido para la ocasión no bastaba para inspirar
valor a Leeteuk.
Para bien o para mal, el hombre que
estuviera dispuesto a pagar más por él decidiría su futuro. No tenía importancia si a Leeteuk le gustaba o no ese hombre. Le habían dejado
claro que quizá lo detestara desde el primer momento, sobre todo si era viejo o
cruel. Sólo le quedaba esperar que no fuera así.
Boom lo condujo a la planta baja. Cuando el
joven advirtió, simplemente por el nivel de ruido, que abajo estaba atestado de
gente, Boom tuvo que tirar de su mano para animarlo a seguir. Para colmo, no lo
llevó al salón, donde podría haber conocido a los caballeros y conversar con
ellos.
Lo condujo en cambio a una amplia sala de
juego, y cuando Leeteuk se detuvo le dijo al oído:
—La mayoría de estos caballeros no están
aquí para pujar por ti, sino para jugar o satisfacer otros placeres. Sin
embargo, he descubierto que cuanto más concurrido está el lugar, más altas son
las ofertas de los interesados. Para los demás será un buen espectáculo, y eso siempre
es bueno para el negocio, ¿sabes?
Antes de que Leeteuk comprendiera lo que Boom
se proponía hacer, lo subió encima de una mesa y le advirtió en un murmullo:
—Quédate ahí y haz todo lo posible por
parecer seductor.
¿Seductor, cuando estaba paralizado por el
miedo y la angustia? Tal como había dicho Boom, la mayoría de los presentes
ignoraban qué hacía Leeteuk sobre la mesa, así que el propietario de la casa
anunció:
—Caballeros, les ruego que me concedan un
minuto de su tiempo, pues está a punto de comenzar una subasta muy especial.
La palabra «subasta» tiene la virtud de
suscitar atención inmediata, y ésta no fue una excepción. En cuestión de
segundos reinó un silencio absoluto en la sala.
—Aquellos que estén conformes con su amante
actual, pueden seguir jugando, pues la subasta no les interesará. Pero a los
que deseen algo nuevo, les ofrezco esta visión de candorosa belleza. —Se oyeron
algunas risitas burlonas, pues, en efecto, las mejillas de Leeteuk se habían
teñido del color de su traje— Y no sólo para catarlo, señores, sino para
disfrutar de él el tiempo que deseen. Un privilegio que podrán gozar por un
precio de salida de diez mil libras.
Naturalmente, esa suma provocó una
conmoción, y el volumen de las voces se elevó por encima del murmullo que había
reinado antes del sorprendente anuncio de Boom.
—Ningún joven vale tanto, ni siquiera mi
esposo —dijo un hombre arrancando carcajadas a la concurrencia.
—¿Puedes prestarme diez mil libras, Ho?
—¿Acaso el chico es de oro? —se burló otro
individuo.
—¡Quinientas libras, ni un penique más!
—gritó una voz ebria.
Ésos fueron sólo algunos de los múltiples
comentarios que Boom dejó pasar, sabiamente, antes de proseguir:
—Puesto que esta pequeña joya se convertirá
en propiedad del mejor postor, éste podrá gozar de él durante el tiempo que
considere oportuno. Un mes, un año, toda la vida... la opción es suya, señores,
no del muchacho. Así se establecerá en el contrato de venta. Así pues, ¿quién
desea ser el primer hombre en gozar de este sensual jovencito, de este bocado
de cardenal?
Los comentarios que siguieron horrorizaron
a Leeteuk. Le habían dicho que lo «presentarían» a los caballeros, induciéndole
a creer que tendría ocasión de conocerlos y hablar con ellos, y que más tarde,
aquellos dispuestos a pujar, harían sus ofertas discretamente a Boom.
En ningún momento había sospechado que se
trataría de una venta a viva voz. Cielos, ¿habría accedido a dar ese paso si
hubiera sabido que iban a subastarlo como si se tratara de un objeto, en una
sala atestada de hombres, la mitad de los cuales estaban borrachos?
Una voz lo sacó de sus angustiosos
pensamientos.
—Yo ofrezco el precio de salida.
Los ojos de Leeteuk buscaron la procedencia
de esa voz cansina y se encontraron con una cara igualmente cansina y vieja.
Tuvo la sensación de que iba a desmayarse.
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