—Todavía no entiendo qué hacemos aquí —murmuró
lord Xang Changmin—. La casa de Tiffany es tan bonita como ésta, nos quedaba
igual de cerca, y sus chicos están acostumbrados a las perversiones normales.
Kim Kangin rió e hizo un guiño a su primo Minho
mientras seguían a su amigo hacia el vestíbulo.
—¿Existe una «perversión normal»? Parece
una contradicción en los términos, ¿no?
Changmin era capaz de decir las cosas más
descabelladas, pero junto con Cho Kyuhyun era uno de los mejores amigos de Kangin
desde los tiempos del colegio, de modo que podían disculparle alguna que otra
torpeza. Últimamente Kyu salía poco con ellos, y desde que se había encadenado
al primo de Kangin, Sungmin, no frecuentaba sitios como aquél. Aunque Kangin estaba
encantado de que Kyu pasara a formar parte de la familia, era de la firme
opinión de que el matrimonio podía esperar hasta después de los treinta, y a él
aún le faltaban cinco años para cumplirlos.
Sus tíos más jóvenes, Siwon y Hyukjae, eran
el ejemplo perfecto de la sensatez de esa opinión. En sus tiempos, habían sido
los juerguistas más célebres de Londres, se lo habían pensado mucho antes de
casarse y no habían formado una familia hasta bien entrados los treinta. El
hecho de que Hyukjae hubiera tenido a Minho dieciocho años antes no podía
considerarse como iniciar una familia prematuramente, puesto que el joven —al
igual que Kangin— había nacido fuera de los sagrados vínculos del matrimonio.
Además, tío Hyukjae no se había enterado de su existencia hasta hacía pocos
años.
—No lo sé —señaló Minho con seriedad—. Yo
puedo ser tan perverso como cualquiera, pero lo hago con absoluta normalidad.
—Ya sabéis lo que quiero decir —respondió Changmin,
mirando con recelo hacia el salón y las escaleras, como si temiera encontrarse
con el mismísimo demonio—. Todo el mundo sabe que a este sitio vienen algunos
individuos muy raros.
Kangin arqueó una ceja, y dijo con tono
burlón:
—Yo mismo he estado aquí varias veces, Changmin,
para jugar y gozar de las comodidades de una habitación de la planta alta... y
de su ocupante. Nunca noté nada extraño. Y reconocí a la mayoría de los
hombres.
—No he dicho que todos los que frecuentan
este lugar sean raros, amigo. Al fin y al cabo, nosotros estamos aquí, ¿verdad?
Minho no pudo
evitar intervenir:
—¿Quieres decir que nosotros no somos
raros? Caray, yo habría jurado...
—Calla, bribón —interrumpió Kangin haciendo
esfuerzos por contener la risa—. Nuestro amigo habla en serio.
Changmin asintió
con un gesto enfático.
—Claro que sí. Dicen que aquí puedes
encontrar las fantasías y los fetiches más extravagantes, por retorcidos que
sean tus gustos. Y después de ver el coche de lord Shangho en la puerta, estoy
dispuesto a creerlo. Temo que al entrar en una habitación, su ocupante me
entregue unas cadenas —dijo y tembló.
La mención del nombre de Shangho cambió
súbitamente el humor de Kangin y Minho. Pocos meses antes, los tres habían
tenido un altercado con ese hombre en una taberna cercana al río, tras subir a
las habitaciones de la planta alta atraídos por los gritos de terror de un
joven.
—¿Te refieres al tipo que dejé inconsciente
hace poco tiempo? —preguntó Minho.
—Lamento contradecirte, chico —respondió Changmin—.
Pero fue Kangin quien lo dejó inconsciente de un puñetazo. Estaba tan furioso
que no nos dio ocasión de intervenir. Aunque, si no recuerdo mal, tú le diste
un par de patadas después de que perdiera el sentido. Y ahora que lo pienso, yo
también.
—Me alegra saberlo —dijo Minho—. Supongo
que si no lo recuerdo es porque estaba borracho.
—Lo estabas. Los tres lo estábamos. Y es
una suerte, porque de haber estado sobrios lo habríamos matado.
—Él se lo buscó —farfulló Kangin—. Ese tipo
está loco. No hay otra explicación posible para una crueldad semejante.
—Estoy completamente de acuerdo —dijo Changmin,
y luego añadió en un murmullo—: He oído que si no ve sangre no puede... Bueno,
ya me entendéis...
Nadie como Changmin para aligerar los
ánimos. Kangin soltó una carcajada.
—Por Dios, hombre, estamos en el burdel más
famoso de la ciudad. No hay necesidad de bajar la voz para hablar de estos
temas.
Changmin se sonrojó y gruñó:
—Bueno, todavía no sé qué hacemos aquí. Los
servicios que ofrecen en esta casa no van conmigo.
—Ni conmigo —asintió Kangin—. Pero como he
dicho, no es la única posibilidad. Aunque admitan a depravados, las mujeres y
jóvenes de la casa saben apreciar una relación agradable y normal cuando no se
les pide otra cosa. Además, hemos venido porque Minho descubrió que su pequeño
y rubio dejó la casa de Tiffany para
mudarse aquí. Le prometí que podría pasar una hora con él antes de ir a la
fiesta. Juraría que ya te lo había dicho, Changmin.
—No lo recuerdo —respondió Changmin—. No
niego que lo hayas dicho, pero no lo recuerdo.
Minho hizo una mueca de disgusto.
—Si este sitio es tan malo como decís, no
quiero que mi rubio trabaje aquí.
—Entonces llévalo de vuelta a casa de Tiffany
—sugirió Kangin con sensatez—. Seguro que el joven te lo agradece. Aunque le
hayan prometido más dinero, dudo que supiera con qué iba a encontrarse aquí.
Changmin hizo un gesto de asentimiento.
—Y date prisa, chico. Ni siquiera pienso
entretenerme jugando un par de manos mientras buscas a tu chico. Sobre todo con
Shangho en la misma estancia —Sin embargo, se acercó a la sala de juegos, echó
un vistazo al interior y añadió con entusiasmo—: Aunque ahí dentro hay un chico
con quien no me importaría pasar un rato. Qué lástima, parece que no está
disponible... O puede que sí. No, no. Demasiado caro para mi gusto.
—¿De qué demonios estás hablando, Changmin?
Changmin miró por encima del hombro y
respondió:
—Por lo visto, están celebrando una subasta.
Pero yo no necesito un amante a mi edad. Puedo conseguir lo mismo gastándome
unas cuantas monedas aquí y allá.
Kangin suspiró. Era evidente que no
conseguirían sacar una respuesta coherente a Changmin. No era ninguna novedad:
los comentarios de Changmin casi siempre eran un enigma. Pero Kangin no pensaba
perder tiempo en descifrarlo cuando le bastaba con dar unos pasos para averiguar
a qué se refería en esta ocasión.
De modo que se
situó junto a su amigo en el umbral de la puerta, y Minho lo siguió. Ambos
pudieron comprobar que el joven que estaba de pie sobre la mesa era joven y
hermoso... o por lo menos lo aparentaba. Era difícil asegurarlo con tantas
manchas de rubor en la cara. Sin embargo, tenía una bonita silueta. Muy bonita.
Por fin entendieron los comentarios de Changmin.
—Una vez más, señores —oyeron decir al
propietario del local—, les repito que esta pequeña joya será un espléndido
amante. Y puesto que nadie lo ha tocado antes, el que lo adquiera podrá
instruirlo para satisfacer sus gustos. ¿Alguien ha ofrecido veintidós mil
libras?
Kangin dejó escapar un gruñido de
incredulidad. ¿Que nadie lo había tocado? ¿Viniendo de un sitio como ése? No
era muy probable. Sin embargo, era fácil convencer de cualquier cosa a aquellos
estúpidos borrachos. Por lo visto, el precio se había disparado y rayaba en el
absurdo.
—Changmin, no creo que tengamos ocasión de
jugar mientras dure este circo —dijo Kangin—. Echa un vistazo. Nadie presta la
menor atención al juego.
—No los culpo —respondió Changmin con una
sonrisa—. Yo también prefiero mirar al chico.
Kangin suspiró.
—Minho, si no te importa darte prisa con
tus asuntos, creo que me gustaría llegar temprano al baile. Coge al chico y lo llevaremos
de vuelta a casa de Tiffany.
—Yo quiero a ése.
Kangin no tuvo necesidad de preguntar a
quién se refería, pues Minho no había apartado los ojos del joven de la mesa.
—No puedes permitírtelo —se limitó a decir.
—Podría si me hicieras un préstamo.
Changmin rió, pero Kangin no parecía
divertido. De hecho, tenía una mueca de disgusto, y su «no» sonó tan contundente
que debería haber zanjado la cuestión. Sin embargo, el bribón de Minho no se
dejaba amilanar con facilidad.
—Venga, Kangin —insistió—. Tú puedes cubrir
un préstamo semejante con facilidad. He oído hablar de la suma que te pasó tío Shindong
cuando saliste de la universidad. Incluye las rentas de varias fincas. Y
considerando que tío Zhoumi ha estado reinvirtiendo los beneficios por ti...
caray, ya debes de tener tres veces más de lo que...
—Seis veces más, pero eso no significa que
esté dispuesto a derrocharlo en caprichos obscenos, sobre todo cuando no se
trata de mis caprichos. No pienso prestarte esa suma. Además, un joven tan
hermoso como ése exigirá una vida llena de lujos. Y tú, primo, no podrías
dárselos.
Minho sonrió con descaro.
—Ah, pero lo haría feliz.
—Un amante piensa más en lo que hay dentro
de sus bolsillos que en lo que tiene entre ellos —terció servicialmente Kangin,
aunque de inmediato se ruborizó, avergonzado de su ocurrencia.
—No son tan interesados —protestó Minho.
—Lamento diferir...
—¿Cómo lo sabes? Nunca has tenido un amante.
Kangin puso los ojos en blanco y dijo:
—No tiene sentido que discutamos. La
respuesta es y seguirá siendo «no», así que ríndete, Minho. Tu padre me
cortaría la cabeza si te permitiera contraer una deuda tan importante.
—Mi padre lo entendería mejor que el tuyo.
Minho tenía algo de razón. Según se
contaba. Kim Hyukjae había hecho muchas locuras en su juventud, mientras que el
padre de Kangin, por su condición de hermano mayor y marqués de SM, había
tenido que asumir responsabilidades desde muy joven. Aunque eso no significaba
que no estallara un escándalo si Kangin accedía al pedido de su primo.
—Puede que lo comprendiera, pero tendrás
que admitir que tío Hyukjae se ha vuelto más conservador desde que se ha
casado. Además, yo tendría que responder ante mi padre. Por lo demás, ¿dónde
demonios instalarías al chico, si todavía estás estudiando y vives en casa de
tu padre?
Minho puso cara de disgusto.
—Maldita sea. No había pensado en eso.
—Y aún hay más. Un amante puede ser tan
posesivo como un esposo —señaló Kangin—. Una vez tuve uno y no fue una
situación grata. ¿Quieres sentirte atado a alguien a tu edad?
—¡Caray, claro que no! —exclamó Minho con
consternación.
—Entonces alégrate de que no te permita
gastar mi dinero en un capricho absurdo.
—¿Veintitrés mil? —dijo una voz, atrayendo
la atención de los jóvenes a la sala de juegos.
—Y ahí tienes otra razón para alegrarte, Minho
—dijo Changmin con una risita—. Parece que las ofertas no acabarán nunca.
Sin embargo, Kangin no parecía divertido.
Por el contrario, al oír la última puja había tensado todos los músculos, y no
porque el ridículo precio de venta siguiera subiendo. Demonios, ojalá no
hubiera reconocido la voz que había hecho la última oferta.
—Veintitrés mil.
Leeteuk jamás habría imaginado que pudieran
ofrecer tanto dinero por él. Sin embargo, saber que era capaz de obtener
aquella suma no halagó su vanidad. Ni siquiera se
alegraba de que la transacción fuera a solucionar el problema de sus tíos
durante mucho tiempo. No; estaba demasiado asustado para alegrarse.
Ese hombre parecía... cruel. Era la única
palabra que le venía a la cabeza, aunque no sabía por qué. ¿Acaso por la mueca
de sus labios? ¿Por el brillo gélido en sus ojos azul claro mientras lo veía
encogerse bajo su mirada? ¿Por el escalofrío que había recorrido su espalda la
primera vez que lo había visto contemplándolo?
Leeteuk le daba poco más de treinta años.
Tenía el cabello negro y los rasgos aristocráticos característicos de muchos
caballeros. No era feo, ni mucho menos. Pero la crueldad
de su expresión le restaba cualquier clase de atractivo. Y Leeteuk deseó que el anciano que había hecho la
primera oferta, a pesar de sus miradas obscenas, continuara pujando.
Que el cielo le ayudara. Sólo quedaban
ellos dos. Los pocos caballeros que habían pujado un par de veces al principio
habían cejado en sus empeños al ver la fría mirada del último postor, una
mirada lo bastante fría para helar el espíritu del más valiente. El
anciano seguía pujando porque no se
había fijado en su competidor; acaso debido a su mala vista o a su escasa
cordura. En efecto, parecía borracho.
Entonces Leeteuk oyó una voz subiendo la
puja a veinticinco mil libras, seguida de una pregunta a viva voz:
—¿Para qué quiere un amante, Kim? Dicen que
los jóvenes hacen cola para meterse en su cama.
El comentario arrancó unas cuantas
carcajadas del público, que se
multiplicaron cuando el aludido respondió:
—Puede que me apetezca probar algo
diferente.
Aquellas palabras sólo podían interpretarse
como un insulto a Leeteuk... aunque tal vez no fuera la intención del
caballero. Después de todo, aquel hombre no tenía forma de saber que él había
sido un verdadero joven señor hasta el momento en que había entrado en esa
casa. Y ahora no había nada en su persona que indicara
que no era lo que
aparentaba; es decir, cualquier cosa menos un joven señor.
No pudo ver al hombre que hizo la última
puja. Adivinó que la voz procedía de la puerta, pero con tanto ruido en la sala
era difícil precisar la posición exacta del hablante. Y en aquella zona había
por lo menos una docena de hombres, sentados y de pie. No había forma de estar
seguro. Sin embargo, era evidente que el hombre que Leeteuk no quería que le
comprara sabía quién había pujado, porque dirigió una mirada fulminante hacia
la puerta. Pero, una vez más, Leeteuk no pudo determinar quién había suscitado
esa expresión asesina.
Contuvo el aliento y esperó. Una mirada al
anciano le bastó para comprobar que éste no tenía intenciones de seguir
pujando. De hecho, se había quedado dormido y nadie hacía nada para
despertarlo. No era de extrañar, pues parecía bastante borracho. Era obvio que
la bebida le había afectado. Y su salvador, quienquiera que éste fuera,
¿seguiría pujando contra el otro señor? ¿O se dejaría intimidar como los demás?
—¿He oído veinticinco mil? —exclamó Boom.
Silencio. Entonces Leeteuk cayó en la
cuenta de que todas las pujas, con excepción de la última, habían ido
ascendiendo por fracciones de quinientas libras. El tal Kim había sido el
primero en subir dos mil libras de golpe. ¿Significaba eso que iba en serio? ¿O
que era demasiado rico para preocuparse? Aunque también era posible que
estuviera tan borracho que no hubiera prestado atención al resto de la subasta.
—¿He oído veinticinco mil? —repitió Boom en
voz ligeramente más alta, para que lo oyeran desde el fondo de la sala.
Leeteuk mantuvo los ojos fijos en el
caballero de los ojos azules, deseando que se sentara y dejara de pujar. Estaba
tan enfadado que las venas del cuello parecían a punto de estallarle. Entonces,
de improviso, se marchó de la sala con paso furioso, derribando una silla en el camino y empujando a todo aquel que no era lo
bastante rápido para apartarse a tiempo.
Leeteuk miró al propietario de la casa para
estudiar su reacción, y la expresión decepcionada de Boom confirmó sus
sospechas. El hombre de los ojos azules había dejado de pujar.
—Veinticinco mil a la una, veinticinco mil
a las dos... —Boom hizo una breve pausa
antes de terminar—: Muy bien, vendido a lord Kim por veinticinco mil libras. Si
quiere pasar a mi despacho, señor, al fondo del pasillo, formalizaremos la
transacción.
Una vez más, Leeteuk intentó ver a quién se
dirigía Boom. Pero éste ya estaba bajándolo de la mesa, y no podía ver más allá de los hombres que tenía delante.
Dio gracias al
cielo porque todo había terminado, pero la incertidumbre sobre su nuevo
propietario le impedía sentir alivio. Y la mera sospecha de que se tratara de
un individuo tan desagradable como los otros dos acrecentaba su desazón.
Después de todo, el comentario de que los jóvenes hacían cola para meterse en
su cama podía haber sido sarcástico e insinuar exactamente lo contrario. Una
ironía semejante también habría suscitado las risas del público.
—Lo has hecho muy bien, querido —dijo Boom
mientras lo guiaba hacia al vestíbulo—. La verdad es que me sorprende que el
precio subiera tanto. —Luego rió para sí—. Aunque estos ricachones pueden
permitírselo. Ahora ve a buscar tus cosas, y no te entretengas. Ven a mi
despacho, allí —señaló una puerta entreabierta al fondo del pasillo—, en cuanto
estés listo. —Y le dio una palmada en el trasero, empujándolo escaleras arriba.
¿Entretenerse? ¿Cuando se moría de
impaciencia por saber quién lo había comprado? Prácticamente voló por las
escaleras. En realidad no había mucho que empacar, pues el día anterior no
había tenido necesidad de deshacer su pequeña maleta. De modo que regresó abajo
en menos de diez minutos, apenas poco más de cinco.
Pero a un paso de la puerta abierta se
detuvo en seco. Su temor superaba con creces a la curiosidad por averiguar
quién había pagado una suma exorbitante por él. El trato ya estaba hecho, y él
debía cumplir con su parte o afrontar la velada amenaza de Boom, que sin duda
había ido dirigida contra su vida.
El terror a lo
desconocido lo paralizaba. ¿Y si el individuo que lo había comprado no era
decente, sino tan cruel y depravado como parecía el otro? ¿O si era un hombre
tan feo que no podía conseguir los favores a menos que los comprara?
¿Qué haría entonces? Por desgracia, no
podía hacer nada. Sólo había tres opciones: le caería bien, lo odiaría o le
resultaría completamente indiferente. En realidad, deseaba que le fuera
indiferente. Naturalmente, no quería sentir apego por un hombre que jamás se
casaría con él, por más que tuviera que mantener relaciones íntimas con él.
—Le aseguro que ha hecho una compra
excelente, señor —decía Boom mientras se dirigía a la puerta del despacho.
Entonces vio a Leeteuk y añadió—: Ah, aquí lo tiene, así que me despido.
Leeteuk estuvo a punto de cerrar los ojos,
pues aún no se sentía preparado para enfrentarse con su futuro. Pero su vena
valiente, por pequeña que pareciera en esos momentos, se negó a esperar un
segundo más. Miró a los hombres que estaban en la habitación y experimentó una
súbita sensación de alivio. De inmenso
alivio.
Todavía no sabía
quién le había comprado, porque en el despacho de Boom no había un hombre, sino
tres. Uno de ellos era apuesto, otro muy apuesto y el tercero increíblemente
apuesto.
¿Cómo había tenido tanta suerte? No podía
creerlo. Debía de haber truco en algún sitio. Pero ¿cuál? Incluso el menos
atractivo de los hombres, que parecía el mayor, se le antojaba perfectamente
tratable. Era alto, con unos bondadosos ojos castaños y una sonrisa de
admiración. Cuando lo miró, la primera palabra que le vino a la cabeza fue
«inofensivo».
El más alto de los tres también parecía el
más joven. Tendría la edad de Leeteuk, aunque sus hombros corpulentos y su
expresión sosegada le daban un aire maduro. Era guapo, de cabello negro
azabache y ojos del más fascinante negro, exóticamente rasgados. Leeteuk tuvo
la impresión de que se llevaría de maravilla con ese joven, y deseó —rogó— que
fuera él quien le hubiese comprado. Tanto le atraía, que casi no podía quitarle
los ojos de encima.
Sin embargo, se obligó a apartar la mirada
para examinar al delgado caballero que tenía delante. Si no hubiera mirado al
otro primero, habría dicho que era el hombre más atractivo que había visto en
su vida. Tenía una espesa cabellera castaña, ligeramente despeinada y rebelde.
Sus ojos eran de color café y su mirada le turbaba, aunque no habría podido
precisar por qué. Era algo más bajo que los otros dos, pero aun así quince
centímetros más alto que él.
El muchacho sonrió y, por primera vez en su
vida, Leeteuk sintió un hormigueo en el vientre ¡Qué sensación tan extraña! De
repente la habitación se le antojó demasiado caldeada. Pese a estar en
invierno, hubiera deseado tener un abanico.
—Puedes dejar eso un momento... —dijo
mirando su maleta—. Tú date prisa, Minho, y resuelve el asunto que te ha traído
aquí.
—Vaya, había olvidado que hemos venido a
buscar a un chico —dijo el mayor de los tres—. Sí, date prisa, Kim. Ha sido una
velada muy interesante, pero aún no ha terminado.
—Caray, me había olvidado de mi rubio
—admitió Minho con una sonrisa culpable—. Pero no tardaré mucho en recogerlo...
si es que lo encuentro.
Leeteuk vio salir del despacho al más joven
de los tres. Al parecer, su deseo se había cumplido. El otro joven acababa de
llamarlo Kim, y el caballero que había pagado una suma exorbitante por un
amante era un tal lord Kim. Entonces, ¿por qué no se sentía aliviado?
—Park Leeteuk —dijo, cayendo por fin en la
cuenta, después de un buen rato, de que el castaño que había sugerido que dejara
la maleta también le había preguntado su nombre.
Sin embargo, ahora
la presentación sonó precipitada y Leeteuk se ruborizó. Aún no había dejado la
maleta en el suelo. Ni siquiera se percató de que seguía sujetándola hasta que
el hombre dio un paso al frente y se la quitó de la mano.
—Me llamo Kangin, y el placer es mío, Leeteuk,
puedes estar seguro —dijo—. Pero tendremos que esperar un momento hasta que
nuestro joven amigo solucione el asunto que nos ha traído aquí. ¿Quieres
sentarte mientras tanto? —Señaló una silla junto al escritorio de Boom.
No sólo era apuesto, sino también amable.
Sin embargo, le turbaba. Cuando se había acercado para coger la maleta, le
había rozado los dedos, y el corazón de Leeteuk había dado un vuelco. No sabía
qué tenía ese hombre para provocarle esas extrañas reacciones, pero de repente
se alegró de no tener que irse con él.
Bastante difícil le resultaría ya tener que
convertirse en el amante de un hombre esa misma noche. Si no hubiera
arrinconado la idea en el fondo de su mente, no habría sobrevivido hasta ese
momento. No necesitaba más preocupaciones. Y suponía que el único problema que
tendría con Minho sería evitar mirarlo todo el tiempo como un idiota. Aunque,
sin duda, aquel joven de aspecto fascinante estaría acostumbrado a esa clase de miradas.
—Hace tiempo conocí a un conde en
Kettering apellidado Park —dijo el otro
hombre—. Un tipo agradable. Aunque he
oído que terminó mal. Aunque no será
pariente tuyo, desde luego.
Gracias a Dios, fue una afirmación y no una
pregunta, de modo que Leeteuk no se vio obligado a mentir.
Sin embargo, oír el nombre de su padre fue un
mal trago. ¿En qué demonios estaba pensando al dar su verdadero nombre? En
nada, naturalmente, y ahora era demasiado tarde para corregirse.
—¿Por qué mencionarlo, Changmin, si está
claro que no es pariente suyo? —dijo Kangin
con frialdad.
Changmin se encogió de hombros.
—Es una historia interesante, y el
apellido me la recordó. Eso es todo. A propósito ¿te fijaste en la cara de
Shangho cuando pasó a nuestro lado?
—Era imposible no fijarse, amigo.
—¿Crees que podría causarnos problemas?
—Ese tipo es un canalla y un cobarde.
Ojalá me causara problemas, porque entonces me daría un pretexto para volverle
a pegar. Pero los hombres como él solo atacan a los incapaces de defenderse.
Leeteuk se estremeció al notar la furia
del hombre que respondía al nombre de Kangin. Aunque no estaba seguro, tenía la
impresión de que hablaban del hombre de
los ojos azules que había pujado por él y que finalmente se había
retirado hecho una furia. En tal caso
era evidente que esos caballeros se habían cruzado en su camino con anterioridad.
Sin embargo, no quiso hacer preguntas. Se
dirigió hacia la silla que le habían
ofrecido, con la esperanza de que no se
fijaran en él. Pero se equivocó, pues los dos
hombres lo siguieron con la mirada. Leeteuk se encogió aunque estaba harto del nerviosismo y el
miedo que le habían mantenido en vilo
todo el día.
Sintió un súbito arrebato de ira que le indujo
a decir:
—No permitan que mi presencia los
distraiga, caballeros. Les ruego que prosigan con su conversación.
Changmin parpadeó
y Kangin entornó los ojos. De inmediato, Leeteuk comprendió que había vuelto a
equivocarse. Puede que con aquel llamativo vestido rojo no pareciera un joven
señor, pero acababa de hablar como si lo fuera. Sin embargo, no podía evitarlo.
No se le daba bien fingir. Incluso si procuraba parecer menos educado y lo
conseguía, en un momento u otro se traicionaría y tendría que dar
explicaciones.
De modo que
decidió armarse de valor y mentir. Lógicamente, no podía confesar la verdad.
Miró a los dos caballeros con expresión
inocente y preguntó:
—¿He dicho algo fuera de lugar?
—No es lo que has dicho, querido, sino la
forma en que lo has dicho —respondió Kangin.
—¿La forma en que lo he dicho? Ah, sí. De
vez en cuando sorprendo a la gente. Verán, mi madre era institutriz y yo tuve
ocasión de beneficiarme de la misma educación que daba a sus pupilos. Fue una
experiencia muy educativa, valga la redundancia.
Sonrió ante su propia broma, y la hubieran
comprendido o no, notó que Changmin le creía y se relajaba. Sin embargo, Kangin
seguía mirándolo con ojos entornados.
Y no tardó mucho en responder:
—Resulta difícil de creer, pues la mayoría
de los caballeros pertenecen a la vieja escuela y creen que las clases bajas
deben permanecer en su sitio; es decir, que hay que impedirles acceder a una
educación superior.
—Ya, pero en este caso no había caballero
alguno que diera las órdenes. Sólo una viuda a quien le tenía sin cuidado lo
que hicieran los hijos de los criados. De hecho, ella misma dio su conformidad.
Mi madre era incapaz de tomarse esas libertades sin permiso. Y yo siempre
estaré agradecido a aquella dama, por no dar
importancia a
nuestra posición.
Changmin tosió y soltó una risita tonta:
—Déjalo ya, amigo. Sabes que lo que estabas
pensando es imposible.
—Como si tú no hubieras pensado lo mismo
—gruñó Kangin.
—Sólo por un brevísimo instante.
—¿Puedo preguntar a qué se refieren? —dijo Leeteuk,
sin dejar de fingir inocencia.
—No tiene importancia —respondió Kangin en
voz baja. Se metió las manos en los bolsillos, se dirigió a la puerta y se
apoyó contra el marco, de espaldas a los demás.
Leeteuk miró a Changmin con aire
inquisitivo, pero éste esbozó una sonrisa tímida, se encogió de hombros y
también se metió las manos en los bolsillos, balanceando el peso del cuerpo sobre
los pies. Leeteuk tuvo que esforzarse para contener la risa. Los jóvenes se
negaban a admitir en voz alta que, por un breve instante, ambos le habían
tomado por un joven señor. Los caballeros de su posición no podían concebir
siquiera una idea semejante. Y era una suerte. Su familia ya había sufrido un
escándalo, y si Leeteuk podía evitarlo, no se convetiría en la causa de otro.
—¿Estás seguro de que no quieres que quede
en deuda contigo para siempre, Kangin?
—Se te ha despertado la gula, ¿no? Hubiera
jurado que ese asunto había quedado zanjado.
—Bueno, eso fue antes de que tú resolvieras
quedarte con la presa —dijo Minho con una sonrisa encantadora.
Leeteuk no sabía de qué hablaban, y tampoco
le importaba. Ahora que se dirigían a su nueva casa —o eso suponía—, los
nervios volvían a importunarle. Muy pronto se convertiría en el amante oficial
de un hombre y... Tembló, incapaz de pensar en lo que le esperaba.
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