—Es culpa mía
—masculló la señora Yoonji— Debería haberme dado cuenta, aunque debo admitir
que mi vista ya no es lo que era, sobre todo por la noche.
Leeteuk se frotó
los ojos soñolientos mientras escuchaba distraídamente al ama de llaves. No
respondió, pues no podía adivinar de qué hablaba la mujer. Era evidente que se
había perdido la parte más importante de
la conversación, pues nada más despertar había visto a la señora Yoonji sacando
uno de sus trajes de la maleta y alisando las arrugas con la mano.
La mujer ya había ordenado la habitación,
aunque Leeteuk no había tenido mucho tiempo de desordenarla la noche anterior. Y había una jofaina de agua
esperándolo, junto a una pila de toallas limpias y una tetera.
Bostezó y dio gracias al cielo por no
haber despertado desorientada, preguntándose dónde estaba y quién era aquella
mujer que registraba su habitación.
Cómo no iba a recordar al ama de llaves,
con sus modales desdeñosos y sus crueles miradas que la noche anterior lo
habían hecho sentir como una rata de alcantarilla. Jamás olvidaría su último
comentario antes de despedirse hasta la
mañana siguiente:
—Y no se te ocurra levantarte a robar,
pues sabremos quién ha sido.
Era difícil tolerar semejante humillación,
cuando uno no había sufrido nada similar al desprecio en toda su vida, pero Leeteuk comprendió que debería
acostumbrarse a esa clase de tratamiento. Tendría que proteger sus sentimientos
con una coraza para que en el futuro no pudieran avergonzarle ni herirle de esa
manera.
Leeteuk deseó que el ama de llaves se
diera prisa y lo dejara en paz. Pero la mujer seguía hablando sola, como si no
se hubiera percatado de que el joven estaba despierto. Sin embargo, cuando
prestó atención a los comentarios de la mujer, comprobó que en realidad se
dirigía a él.
—Todo por fiarme de la opinión de Alvin.
Pero ¿qué sabe él de estas cosas? Dijo que el señor había traído una zorra a
casa, y yo le creí. Aunque es culpa mía. Lo sé y lo admito. Debería haberle
mirado mejor. Se nota en las facciones, ¿sabe? Las facciones no engañan,y usted
las tiene.
—Le ruego me disculpe, pero no la
comprendo.
—¿Lo ve? Debería haberme rogado que le disculpara anoche, mi lord, y yo me habría percatado de inmediato que esta
habitación no era digna de usted. Fue por el traje, ¿sabe? Y, como he dicho
antes, mi vista ya no es lo que era.
Leeteuk se puso en guardia y se sentó en la
cama. La noche anterior ni siquiera había notado que fuera tan incómoda. Caray,
aquella mujer se estaba disculpando. De ahí tanta cháchara. Por algún motivo,
había llegado a la conclusión de que había cometido un error al clasificar a Leeteuk
como una rata de alcantarilla. ¿Y qué iba a hacer él al respecto? No quería que
nadie lo tomara por un joven señor.
Guardaría silencio. Dejaría que el ama de
llaves pensara lo que quisiera. Al fin y al cabo, no iba a permanecer en esa
casa, así que no tendría que verla a diario Pero cabía la posibilidad de que el
sentimiento de culpa de la señora Yoonji la indujera a disculparse también ante
el señor Kangin, y eso era lo último que deseaba Leeteuk.
De modo que esbozó una sonrisa tímida y
dijo:
—No es lo que usted cree, señora Yoonji. No
se equivoca al pensar que ese traje no es mío y le aseguro que me alegraré de
no volver a verlo. Pero tampoco soy un joven señor.
—¿Cómo explica entonces...?
Leeteuk se apresuró a interrumpirla:
—Mi madre era institutriz y no tuvimos una
vida difícil. Trabajó para la misma familia durante casi toda mi vida, y yo me crié en una casa tan bonita
como ésta. Incluso tuve el privilegio de compartir los
mismos tutores que las pupilas de mi madre, razón que le ha inducido a tomarme
por quien no soy. Créame, no es la primera vez que mi forma de hablar provoca
un malentendido.
La mentira se volvía más fácil con la
repetición, pero la señora Yoonji lo
miraba con expresión dubitativa y estudiaba la cara de Leeteuk como si la
verdad estuviera escrita en ella. De hecho, eso era precisamente lo que estaba
pensando.
—Eso no explica sus facciones, mi lord.
Tiene usted los rasgos distinguidos de las clases altas.
Leeteuk reflexionó un instante y dijo lo primero
que le vino a la cabeza: .
—Bueno, lo cierto es que nunca conocí a
mi padre. —Y no necesitó fingir el
rubor que provocó esa mentira.
—Ah, conque es ilegítimo, ¿eh? —replicó
la señora Yoonji con aire pensativo, aparentemente satisfecha con una respuesta tan lógica. Luego añadió
con tono comprensivo—: En fin, hay
muchos casos como el suyo. Incluso lord Kangin,
que Dios le bendiga, ha sido fruto de una cana al aire. Claro que su padre, el
marqués, lo reconoció y lo nombró su heredero, por eso lo aceptan en sociedad. Pero no siempre fue así.
De niño tuvo muchas peleas, se lo
aseguro, pues los niños son muy crueles.
Así hasta que hizo buenas migas con el vizconde Cho en el colegio.
La historia de Kangin, el amigo de Minho,
tomó por sorpresa a Leeteuk, que no supo qué decir. Su condición de hijo
ilegítimo no era de su incumbencia, desde luego, pero como acababa de
inventarse un pasado similar, supuso que debía fingir cierto grado de
comprensión.
—Sí. Sé muy bien de qué me habla.
—Desde luego que sí, señorito. Desde luego
que sí.
Leeteuk se tranquilizó al oír que la señora
Yoonji había reemplazado el tratamiento de “mi lord” por el de “señorito”. El
ama de llaves no se le antojaba tan amenazadora ahora que comprendía que no se
había equivocado tanto, y no le crearía problemas.
La mujer sacó rápidamente sus propias
conclusiones.
—Por lo visto ha tenido problemas y el
señor Kangin se ha ofrecido a ayudarlo.
Hubiera sido muy sencillo responder con una
escueta afirmación y dejar correr el asunto, pero el ama de llaves era
demasiado curiosa para conformarse con esa respuesta.
—¿Hace mucho tiempo que conoce al señor?
—No, en absoluto. Yo estaba... perdido,
¿sabe? No conozco la ciudad. Acababa de llegar, y aunque tuve la suerte de
encontrar un buen alojamiento, también tuve la desgracia de que el edificio
donde me alojé se incendiara la noche pasada. Por eso llevaba ese traje.
Alguien me lo dejó antes de que pudiera recuperar mi maleta. Lord Kangin pasaba
por allí, vio el humo y se detuvo a ayudar.
Leeteuk, que había improvisado la historia
a medida que la contaba, se sintió bastante orgulloso de haber inventado un
incendio que explicara al mismo tiempo su vestuario y su presencia allí. El ama
de llaves hizo un gesto de aprobación.
—Sí, el señor Kangin tiene un gran corazón.
Recuerdo que una vez…
Unos golpes en la puerta interrumpieron la
anécdota. Una joven criada asomó la cabeza y dijo:
—El coche del señor está esperando.
—¡Cielos! ¿Tan temprano? —dijo la señora Yoonji
mientras despedía a la criada con un ademán expeditivo. Luego miró a Leeteuk—.
Bien, parece que no tendré tiempo de plancharle el traje. Aunque creo que he alisado la mayor parte de las
arrugas. Lo dejaré sola para que se arregle. Tampoco tendrá tiempo para
desayunar, así que ordenaré a la cocinera que le prepare una cesta.
—No es nece... —comenzó Leeteuk, pero la
mujer ya se había marchado.
Leeteuk suspiró. Esperaba que la mentira
que acababa de contar no tuviera consecuencias. En realidad no importaba, ya
que no permanecería en esa casa. Pero no
le gustaba mentir, y tampoco lo hacía bien, pues le faltaba práctica. Tanto él como
Inyoung habían sido educados en el más escrupuloso respeto a la verdad, y
ninguno de los dos había faltado a esa norma... hasta ahora.
El té se había enfriado, pero aun así
apuró una taza antes de lavarse y vestirse a toda prisa. Pensó en dejar el traje
rojo, pero recordó lo que le habían dicho en casa de Boom: que siempre debía
lucir prendas provocativas para su amante. Y no tenía ninguna otra prenda que
pudiera calificarse de provocativa. Aunque a él el traje le pareciera de pésimo
gusto, era evidente que los hombres no compartían su opinión; de lo contrario,
las pujas no habrían subido tanto.
Sin embargo, si volvía a usarlo sería sólo
por la noche y en la intimidad. Por el momento, se pondría el traje de lana beige que le había preparado la
señora Yoonji y que combinaba con su chaquetilla.
Cielos, era un alivio vestir
decentemente otra vez, aun sabiendo que la decencia ya no iba a formar parte de
su futuro.
Cuando bajó las escaleras, descubrió que
en lugar de Minho era lord Kangin quien le esperaba en el vestíbulo. Impaciente,
se golpeaba un muslo con un par de guantes. A la luz del día tenía un aspecto
diferente, aunque no menos apuesto.
En efecto, la radiante luz del vestíbulo
permitía apreciar en su justa medida todo su atractivo, desde el cuerpo alto hasta la cara de rasgos finos.
Y en aquel momento le miraban con
expresión crítica, creando la impresión de que no daban crédito a su recatado atuendo. Cosa muy natural. Después
de todo, no podía prever que Leeteuk apareciera
vestido como un joven señor. Sin embargo,
no era él a quien el joven debía impresionar o seducir, de modo que restó
importancia al asunto.
Cuando la criada había anunciado que el
señor le esperaba, Leeteuk había dado por sentado que Minho había acudido a
recogerlo, pero no estaba a la vista. Claro que era probable que le aguardara
en el coche.
—Confío en que hayas dormido bien —dijo Kangin
con un tono ligeramente escéptico, como si en realidad no lo creyera posible.
—Sí, muy bien.
Leeteuk mismo se sorprendía de que se
hubiese quedado dormido nada más apoyar la cabeza en la almohada. El miedo y el
nerviosismo del día anterior habían acabado por agotarlo.
—Creo que esto es para ti.
No había reparado en la cesta que Kangin sujetaba
en una mano, parcialmente oculta tras su cuerpo. Asintió con un gesto. Esperaba
que la señora Yoonji no se la hubiera entregado en persona o que, en caso
afirmativo, no hubiera hecho ningún comentario. Pero no caería esa breva...
—Así que se me atribuye una buena acción
que yo ni siquiera recuerdo.
Leeteuk se ruborizó. La habían pillado en
una mentira.
—Lo siento, pero esta mañana su ama de
llaves me apremió con sus preguntas, y supuse que no querría que supiera la
verdad.
—Tienes razón, no es asunto suyo. ¿De
verdad has dormido bien?
Le sorprendió que volviera a preguntárselo,
y una vez más con tono de incredulidad.
—Sí. Por lo visto estaba exhausto. Ayer fue
un día agotador.
—¿De veras? —Su desconfianza era
inconfundible, pero sonrió—. Bueno,
esperemos que hoy sea mejor. ¿Nos vamos? —Señaló la puerta.
Leeteuk suspiró y asintió. Aquel hombre se
comportaba de una forma harto extraña, pero eso le tenía sin cuidado. Quizá no
hubiera motivo para extrañarse y él fuera
una persona naturalmente escéptica. Pero qué más daba, ya que probablemente no volviera a verlo en
el futuro.
Le ayudó a subir al coche, y cuando le
cogió la mano, Leeteuk volvió a sentirse turbado. Sin embargo, no fue ésa la causa de que arrugara la frente
mientras Kangin se acomodaba a su lado, sino descubrir que el coche estaba
vacío.
No pospuso la pregunta:
—¿Ahora recogeremos a su amigo Minho?
—¿Minho?
La perplejidad de Kangin molestó a Leeteuk
y se sumó a su propia perplejidad, pero repitió con calma:
—Si,
Minho. ¿Lo recogeremos esta mañana?
—¿Para qué? —replicó él—. No necesitamos
su compañia en el viaje a Bridgewater.
—Entonces sonrió—. Además, ésta es la ocasión perfecta para que nos conozcamos mejor. No puedo esperar un minuto
más.
Antes de que Leeteuk se diera cuenta, lo
cogió en brazos y lo sentó en su regazo.
Pero la reacción del joven no se hizo esperar. Apenas Kangin le hubo rozado los
labios con los suyos, le dio una bofetada. Él lo miró con desconcierto. Y Leeteuk
le devolvió una mirada de indignación.
Entonces, mientras le dejaba caer otra vez
sobre el asiento, Kangin dijo con
brusquedad:
—No sé si debería pedirle perdón, señorito
Park. Pero teniendo en cuenta el agujero que ayer dejó en mi bolsillo por el uso exclusivo de su
dulce personita, creo que me debe una explicación. ¿O acaso se ha creído que soy uno de los pocos y selectos
parroquianos de Boom a los que les gusta combinar sexo con violencia? Porque le aseguro que no es el
caso.
La boca de Leeteuk se abrió de asombro al
tiempo que sus mejillas se encendían de rubor. Lo había comprado Kangin, no Minho.
Y Leeteuk había empezado la relación con una bofetada.
—Puedo... puedo explicárselo -dlijo con un
nudo en el estómago.
—Eso espero, querido, porque de lo
contrario pediré que me devuelvan el dinero.
Leeteuk se sentía consternado. No sabía
cómo explicar lo que acababa de hacer. Y no lo sabía porque no podía pensar con
claridad bajo la severa mirada de Kangin. Lo único que tenía claro era que él
le había comprado. Él, el hombre que tanto le turbaba. El que menos esperaba.
Y ahora comprendía por qué no había deseado
que fuera él. Le turbaba tanto que no podía pensar.
—Estoy esperando, joven Park.
¿Esperando qué? ¿Qué? Ah. sí, que le
explicara por qué lo había abofeteado.
—Usted me sobresaltó —respondió.
—¿Lo sobresalté?
—Sí. No esperaba que me atacara de ese
modo.
—¿Atacarle?
Leeteuk se encogió ante el tono de su voz.
Estaba hecho un lío. ¿Cómo hacerle comprender
lo ocurrido sin admitir su necedad? ¿Por
qué no había preguntado quién le había comprado en un primer momento?
Debería haberlo hecho. Aunque, en honor a la
verdad, alguien tendría que habérselo dicho. No podía adivinarlo.
—He escogido mal las palabras —concedió—.
Pero no estoy acostumbrado a que un hombre me siente en su regazo y... en fin,
como ya he dicho me sobresalté y reaccioné sin pensar...
No había terminado. Él seguía mirándole
ceñudo y se había quedado sin excusas. No tenía otro remedio que confesar la
verdad.
—Muy bien, si quiere saberlo, ayer no
alcancé a ver cuál de ustedes tres había pujado por mí. Sólo oí el nombre de
lord Kim, y cuando alguien llamó de ese modo a Minho creí...
—¡Caray! ¿Creíste que te había comprado mi
primo? —No podía ocultar su sorpresa. Leeteuk volvió a sonrojarse y asintió con
un gesto—. ¿Incluso después de que te llevara a mi casa? —Quería aclarar ese
punto.
Leeteuk volvió a asentir con la cabeza.
Aunque esta vez añadió:
—Usted dijo que era un arreglo temporal.
Teniendo en cuenta la edad de Minho, supuse que todavía viviría con sus padres
y que le habría pedido que me alojara por una noche. ¿Por qué, si no, iba a
preguntar si lo recogeríamos esta mañana?
La sonrisa de él la confundió aún más.
—En realidad, querido, comenzaba a temer que
te hubieras quedado prendado de ese bribón. No sería la primera vez. Pese a su
corta edad, suele despertar ardores.
—Sí, es apuesto —concedió Leeteuk, aunque
enseguida se arrepintió de sus palabras. La sonrisa de Kangin se desvaneció.
—Supongo que te sentirás decepcionado ahora
que sabes que debes quedarte conmigo, ¿no?
Fue una pregunta desafortunada. La verdad
estaba escrita en la cara de Leeteuk, aunque mintiera para tranquilizarlo:
—No, claro que no.
La expresión de Kangin proclamaba que no le
creía, pero Leeteuk no quiso complicar las cosas con explicaciones. Minho le había
impresionado, pero éste caballero le despertaba sensaciones que no alcanzaba a
comprender. Había supuesto que con Minho todo sería bastante simple. Y estaba
convencido de que nada sería simple con este hombre. Era natural entonces que
prefiriera quedarse con Minho pues daba por sentado que la relación con él no
seria tan complicada.
Cuando Kangin no respondió y siguió
mirándolo con expresión dubitativa, Leeteuk
se defendió diciendo.
-Lord Kim puedo asegurarle que lo
encuentro infinitamente superior a los
otros dos caballeros que pujaron por mí.
Sin embargo, nunca sospeche que mis preferencias tuvieran alguna relevancia en
una transacción de esta naturaleza. Nadie me pregunto si usted me gustaba. Eso
no entraba en los términos del contrato.
- Acaso hubiera querido que fuera así?
Kangin sonrió al ver volverse las tornas,
aunque la sonrisa no llegó a sus ojos. Y
su tono fue ciertamente seco cuando respondió:
-Buena respuesta, querido. Quizás debiéramos
volver a empezar. Acércate; procuraré hacerte olvidar que no es Minho quien
está sentado aquí. Y tu procurarás hacerme creer que lo has olvidado.
Leeteuk miró la mano tendida. No podía
rechazarla. Pero su estómago volvía a
contraerse con extrañas sensaciones, y cuando por fin cogió la mano, la
corriente ascendió con tal intensidad por su cuerpo que casi dio un respingo.
-Mucho mejor -dijo Kangin mientras volvía
a sentarlo en su regazo.
Leeteuk esperó el beso con las mejillas
ardientes.
Pero él no le besó. Lo movió ligeramente
hacia un lado luego hacia el otro, y cuando sus brazos lo rodearon por fin, lo
oyó suspirar.
-Tranquilízate, querido -dijo con leve
sarcasmo—. Apoya la cabeza donde quieras. Creo que me limitaré a abrazarte
durante un rato para que te acostumbres.
Leeteuk se sorprendió, pero parte de la
tensión se desvaneció al oírlo.
—¿No peso demasiado?
—En absoluto —respondió él con una risita.
El coche continuó traqueteando por las
calles de la ciudad. Cuando llegaron a las afueras, Leeteuk estaba ya lo
bastante tranquilo para apoyar la cabeza en el pecho de él. Entonces Kangin le
acarició la cabeza, rozándole la cara con el pulgar, cosa que no disgustó en
absoluto al joven. Despedía una fragancia agradable, fresca y especiada, que
también le gustó.
—¿Cuánto tardaremos en llegar a Bridgewater?
—preguntó tras una pausa.
—Como nos detendremos a comer por el
camino, es muy probable que el viaje dure todo el día.
—¿Y qué hay en Bridgewater?
—Tengo una finca cerca de allí. Pensaba ir
en estos días. En las proximidades hay una cabaña deshabitada en estos momentos
y donde espero te encuentres cómoda durante un par de semanas, mientras busco
un sitio apropiado para ti en Londres.
—Estoy seguro de que estaré a gusto.
Guardaron silencio durante la hora
siguiente. Leeteuk estaba cómodo, abrigado y a punto de quedarse dormido cuando
oyó:
—¿Leeteuk?
—¿Mmmm?
—¿Por qué permitiste que te vendieran?
—Era la única manera de... —comenzó, pero
se detuvo súbitamente. Tan tranquilo y seguro se sentía que había estado a
punto de confesar la verdad. Pero se apresuró a corregir su error—. Si no le
importa, preteriría no hablar de ese tema.
Él le levantó la barbilla y le miró a los
ojos. Definitivamente, los de él eran verdes, llenos de curiosidad y de algo
más que no atinaba a precisar.
_Aceptaré esa respuesta por el momento,
cariño, pero no sé si podrás conformarme con ella la próxima vez —dijo con
dulzura.
Entonces inclinó la cabeza y le rozó los
labios con los suyos. No fue un gesto
amenazador ni alarmante, apenas una
suave caricia. Leeteuk suspiró, aliviado. No
había estado tan mal, y desde luego no parecía haber motivos para
asustarse.
En Kettering lo habían cortejado varios
jóvenes, pero ninguno se había atrevido
a besarlo. Como correspondía, su madre no les quitaba los ojos de encima. Pero ese beso había sido muy agradable. Ahora
no veía la razón para que los padres
privaran a sus hijos de aquel
recreo.
.
El pulgar de Kangin seguía acariciándole
la mejilla. Sin embargo, después de unos
instantes se desplazó a la comisura de
la boca y se abrió paso con suavidad entre los labios entornados. Enseguida su
lengua recorrió los labios, abriéndolos
más, luego los dientes y por fin mas allá.
Esto no era en absoluto reconfortante. De
hecho, sintió una rebelión de curiosas
sensaciones en las entrañas, pero a medida que el beso se prolongaba, Leeteuk comprendió
que esas sensaciones no eran desagradables. Ni mucho menos. Nunca había
experimentado nada igual.
Procuró recordar los consejos del chico
de Boom: “No te quedes inmóvil como una manta empapada. Acarícialo siempre que
se presente la ocasión. Hazle creer que lo deseas constantemente, tanto si es
verdad como si no”.
Leeteuk no sabía cómo hacerle creer a Kangin
que lo deseaba Pero quizá bastara con acariciarlo... siempre que pudiera olvidar sus propias sensaciones
y concentrarse en lo que debía hacer. Le tocó la mejilla y deslizo los dedos
entre su pelo, suave y fresco comparado con la calidez de su boca...
Su boca. Estaba obrando magia en la suya,
impidiéndole concentrarse en lo que hacía. Le asía el pelo casi sin darse
cuenta, mientras los dedos de la otra mano se hundían en su espalda, tirando de
él, como si fuera posible acercarlo aún
más de lo que ya estaba. Y tenia tanto
calor que temió perder el conocimiento.
Pero la boca de Kangin abandonó la suya
repentinamente. Leeteuk creyó oír un gemido, aunque no habría podido asegurar de qué boca procedía.
Entonces, antes de que acabara de despenar
de su ensueño y abriera los ojos, le oyó decir con voz crispada:
—Muy bien, creo que no ha sido una buena
idea.
No entendió el sentido de las palabras,
pero él volvió a dejarle sobre el asiento y sus manos se apartaron rápidamente de su cuerpo, así que dio por
sentado que su peso tendría algo que ver. Apenas se atrevía a mirarlo mientras
se esforzaba por recuperar la compostura y luchaba contra el rubor que le teñía
las mejillas.
Cuando por fin alzó la vista, advirtió que Kangin
tampoco parecía sereno. Se aflojaba el corbatín y se removía en el asiento,
como si sus uñas se hubieran quedado enganchadas en la tapicería de terciopelo.
Cuando sus miradas se encontraron, Kangin pareció
advertir su confusión y procuró explicarse:
—Leeteuk, cuando decida hacerte el amor, lo
haremos en una cama, como corresponde, y no dando tumbos en un coche en marcha.
—¿Estábamos a punto de hacer el amor?
—Sí, sin lugar a dudas.
—Comprendo.
Pero no lo comprendía. Estaban completamente
vestidos. Le habían explicado con tono burlón que algunos hombres hacían el
amor a sus parejas en la oscuridad y sin quitarse la ropa de noche, pero para
hacerlo con sus amantes siempre se desnudaban.
Sin
embargo, supuso que debía dar crédito a las palabras de Kangin y convenir que,
en este caso, habían estado a punto de hacer el amor. Sólo esperaba que los
consejos y advertencias que había recibido le sirvieran de algo cuando por fin
llegara el momento. Mientras tanto, todo
se le antojaba demasiado confuso.
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