El local de modas adonde Kangin llevó a Leeteuk
no se parecía en nada a lo que él había imaginado. Era un lugar muy elegante.
El vestíbulo donde se exhibían las magníficas creaciones de la modista estaba
lleno de sillas y sillones tapizados en seda, amén de docenas de libros con
ilustraciones de los últimos diseños de moda.
Y era una tienda frecuentada por muchas damas
y jóvenes señores. Pero muy pronto Leeteuk descubrió que la señora Kwang tenía
varios probadores privados, lo que le permitía mantener a su clientela noble
separada de la menos noble. Estaba en el negocio para ganar dinero, y no para
juzgar a nadie. No rechazaba a ningún cliente sólo porque su profesión le
disgustara, aunque quizá sugiriera a algunas que usaran la puerta trasera en
lugar de la principal.
Sin embargo, puesto que el establecimiento
donde lo había llevado parecía servir a la flor y nata de la sociedad de
Londres, Leeteuk ya no estaba seguro de cómo esperaba Kangin que se vistiera.
Claro que quizá le había llevado allí porque no conocía otras modistas.
Decidió dejar el asunto en sus manos, y
así se lo hizo saber. Kangin no se lo esperaba, pero aceptó la responsabilidad
y fue a cambiar unas palabras en privado con la señora Kwang. Cuando regresó,
le dijo a Leeteuk que lo dejaba en buenas manos y que volvería a recogerlo en
unas horas.
Pero no le dio ninguna pista ni de la cantidad
ni del estilo de ropa que quería que encargara. Con un poco de suerte, la
modista tendría las respuestas, y con un poco más de suerte, Leeteuk no se
sentiría deprimido por ellas. Kangin sólo parecía un poco avergonzado por la
reunión, con las mejillas apenas sonrojadas. Claro que había huido rápidamente
para evitar futuros bochornos.
La señora Kwang volvió pronto y llevó a Leeteuk
a la trastienda para tomarle las medidas. Su expresión no dejó entrever en
ningún momento que sabía que era el amante de Kangin y que debía vestirlo de acuerdo
con su papel.
No tardaron mucho en tomarle las medidas.
Una de las dependientas desplegó la cinta métrica alrededor y a lo largo del
cuerpo de Leeteuk y tomó notas en un cuaderno, sin dejar de hablar amistosamente
durante todo el proceso. Sin embargo, la selección de telas, diseños y
accesorios podría haber llevado todo el día, pues la señora Kwang ofrecía una
amplísima gama de modelos.
Aunque Leeteuk no escogió gran cosa. La
mujer hacía sugerencias y el joven se limitaba a asentir o a negar con la
cabeza. No era tan terrible como había pensado. La modista sugería siempre
colores intensos y combinaciones que Leeteuk nunca habría elegido para sí, pero
al menos los modelos terminados no serían tan llamativos como el traje rojo.
No habían acabado aún cuando entró otro
cliente, un hermoso joven señor que rechazó la ayuda de la señora Kwang y dijo
que sólo pretendía cambiar la tela del modelo que acababa de encargar. Sin
embargo, era lo bastante cordial para presentarse a Leeteuk, que habría sido
muy descortés si no se presentaba a su vez a sí mismo, por mucho que eso
incomodara a la modista.
La mujer escogió la tela en unos minutos,
pero no se marchó de inmediato. Leeteuk no se dio cuenta de que lo miraba hasta
que volvió a hablar.
—No, no. Ese color no le favorece en
absoluto. Es demasiado... bueno, demasiado verde, ¿no le parece? Esos
platinados y azules de allí, incluso el zafiro, realzarían el color de sus
ojos.
Leeteuk sonrió. Estaba completamente de
acuerdo. Hacía rato que miraba con
cierta añoranza la variedad de telas en distintos tonos de azul. Y la señora Kwang
no pudo menos de darle la razón a al
joven que esperaba una respuesta a su consejo.
—Tiene razón, mi lord —dijo mientras iba a
buscar varios rollos de tela de la pila, incluyendo el de terciopelo color
zafiro, y un par de rollos de brocado gris y plata especialmente apropiados
para trajes de noche.
Pero el joven señor no se marchó,
esperando ver qué modelos ofrecían a Leeteuk para cada tela. Y gracias a él,
Leeteuk completó su guardarropa con algunas creaciones de las que hasta su
madre se habría enorgullecido.
Le habría gustado
volver y cambiar los modelos que había escogido con anterioridad, pero eso
hubiera sido abusar de su suerte. Después de todo, la señora Kwang había
recibido instrucciones del hombre que
pagaría la factura.
Poco antes de marcharse, Leeteuk se enteró
de que Kangin también había encargado un
conjunto ya confeccionado que pudiera llevar puesto al salir. Y sin duda había
pagado un buen pellizco por eso, pues tuvieron que sacar las prendas del pedido
de otro cliente y hacer los arreglos necesarios mientras él escogía los demás
modelos. Estaba claro que el cliente de cuyo pedido habían sacado el traje
nunca tendría que entrar por la puerta trasera de la tienda.
Kangin aún no había llegado, pero había
otros caballeros esperando en sus coches y todos le miraron con manifiesta
admiración. El joven señor que le había dado consejos también estaba allí. Se
ponía los guantes, preparándose para partir, y dedicó una sonrisa cordial.
—¿Ya ha terminado? —preguntó. El también
había notado las miradas de admiración, y quizá por eso añadió—: ¿Puedo llevarlo
a algún sitio? Mi coche está ahí fuera.
Le hubiera gustado decir que sí. Aquel
joven parecía verdaderamente cordial, y sólo Dios sabía cuánto necesitaba un
amigo en esa gran ciudad. Pero, naturalmente, no podía aceptar. Y tampoco podía
arriesgarse a trabar amistad con un miembro de la nobleza, que lo despreciaría
en cuanto descubriera quién era.
De modo que se vio obligado a decir:
—Es muy amable de su parte, pero mi
acompañante llegará pronto.
La conversación debería haber acabado allí,
pero el joven señor era demasiado curioso.
—¿Nos hemos visto antes? —preguntó—. Su
cara me resulta vagamente familiar.
Muy perspicaz. A Leeteuk le habían dicho
muchas veces cuánto se parecía a su madre, y sus padres habían viajado a
Londres con frecuencia para asistir a las fiestas de sociedad.
—Quizá sea una coincidencia —dijo Leeteuk—.
No creo que nos hayamos visto nunca. Es la primera vez que vengo a Londres.
—En tal caso debe de estar muy emocionado.
—Intimidado sería una expresión más exacta.
El joven rió.
—Sí,
es una ciudad muy grande. Y es fácil perderse en ella si uno no ha venido
varias veces. Pero tenga —sacó una tarjeta de visita que entregó a Leeteuk—, si
necesita ayuda, o simplemente le apetece conversar un poco, pase a visitarme.
Vivo cerca de aquí, al otro lado de Park Lane, y me quedaré en Londres una
semana más.
—Lo tendré en cuenta —dijo Leeteuk.
No lo haría, naturalmente, y por un
instante se sintió compungido por no poder visitarlo. Era evidente que el joven
señor hacía amistades con facilidad. Unas semanas antes, Leeteuk se habría
comportado de la misma manera, pero ya no.
Procuró sacudirse la tristeza. Era inútil
lamentarse de su nuevo destino, pues había llegado a él con los ojos bien
abiertos. Sólo tendría que aprender a aceptarlo.
—Rayos y centellas.
Leeteuk había sonreído, dando por sentado
que se trataba de un halago. Era lo único que había dicho Kangin cuando había
ido a recogerlo, y eso después de mirarlo en absoluto silencio después de unos
veinte segundos. Le hizo sentir hermoso, y Leeteuk no estaba muy acostumbrado a
esa sensación.
Sin embargo, cuando subieron al coche
continuó mirándolo fijamente, como si su aspecto le planteara un dilema.
Finalmente, su mueca de preocupación le hizo sentir lo bastante incómodo para
preguntar:
—¿Pasa algo?
—¿Te das cuenta de que pareces un joven a
punto de presentarse en sociedad?
Leeteuk se sonrojó y se encogió en el
asiento. Esperaba que Kangin no hubiera reparado en eso, pero ahora que lo
había hecho, lo más prudente era hacerle cambiar de opinión.
—¿Y qué parecía con el traje rojo de la
otra noche?
Tal como Leeteuk esperaba, el ceño de Kangin
se alisó ligeramente. Hasta sonrió con picardía, como si hubiera cogido la
indirecta... o al menos eso creyó Leeteuk. Sólo para asegurarse añadió:
—¿Lo ves? —continuó—. Es el efecto de la
ropa, no de la persona que la lleva. Por lo visto, éste era el único traje que
podían arreglar con tan poco tiempo de
aviso. Supongo que la señora Kwang consideró que querrías cualquier
modelo apropiado para la noche.
—Sí, le dije algo al respecto. Bueno, no
importa.
Sólo tendremos que cambiar de planes.
—¿Qué planes tenías?
—Pensé que podríamos cenar en algún sitio
apartado, pero demonios, ahora que estás tan elegante, no puedo dejar pasar la
oportunidad de lucirte.
Leeteuk se sonrojó otra vez. Los cumplidos
de Kangin eran muy agradables, y le conmovían. Pero de ningún modo quería
contrariarlo.
—Por favor —dijo con sensatez—, no cambies tus
planes porque...
—No te preocupes, querido —interrumpió él—;
de cualquier modo tenía intención de averiguar qué tal es el nuevo cocinero del
Albany. Y luego podríamos ir a visitar los jardines Vauxhall para completar la
velada.
Hasta Leeteuk había oído hablar de Vauxhall
Pleasure Gardens, pues sus padres los habían mencionado en más de una ocasión.
Durante el día, era un sitio respetable, con sus senderos flanqueados de
árboles, vendedores ambulantes y conciertos. Pero por la noche, esos caminos
estrechos con bancos eran el sitio ideal
para los amantes,
y ningún joven señor respetable permitiría que lo vieran allí después del
atardecer. Razón por la cual Leeteuk suponía que era el lugar ideal para que un
caballero llevara a su amante.
Pero Kangin tenía más planes. Como aún era
demasiado pronto para cenar, visitaron varias tiendas más, y antes de que
terminaran el coche estaba lleno de paquetes. Sombreros, zapatos y,
naturalmente, más pijamas que Kangin se empeñó en escoger personalmente, avergonzando
a Leeteuk.
Cuando por fin
llegaron al Albany, que resultó ser un hotel en Picadilly, el joven estaba
exhausto. Sin embargo, el comedor del hotel era muy bonito y comenzó a
relajarse con la primera copa de vino. El único problema era que allí todo el
mundo parecía conocer a Kangin. Aunque era evidente que él se lo esperaba, pues
cuando lo presentó a los dos caballeros que se acercaron a saludarlo lo hizo
como el joven viudo Park.
—¿Por qué viudo?
—Bueno, los viudos suelen hacer lo que les
place, ¿sabes?, mientras que los jóvenes que acaban de presentarse en sociedad,
cosa que tú pareces a primera, segunda y tercera vista, necesitan chaperón. Y
que me aspen si parezco uno. Nadie que me conozca creerá que estoy vigilándote.
Sonrió con descaro.
—¿Y no será porque tienes más fama de
seductor que de simple acompañante?
—Por supuesto —dijo él con un brillo
sensual en los ojos.
Pero entonces lo interrumpió una pareja a
la que no esperaba.
Cuando Kim Minho y Shang Changmin se
sentaron a la mesa sin que nadie los invitara, Kangin preguntó:
—¿Cómo diablos me habéis encontrado?
Changmin miró con gula los platos y
respondió:
—Este jovencito tenía que llevar una nota
de su padre a tu tío Siwon. Y puesto que estábamos a la vuelta de la esquina,
no es extraño que hayamos visto tu coche esperando fuera. A propósito, ¿qué tal
es la comida? ¿Tan buena como dicen?
Kangin parecía disgustado.
—¿Acaso no tenéis nada mejor que hacer esta
noche?
—¿Mejor que cenar? —Changmin parecía
sorprendido.
Minho rió.
—Será mejor que llames al camarero, primo.
No querrás privarnos de tan excelente compañía para cenar, cuando tú puedes
gozar de él en cualquier momento del día. Ten compasión.
—No nos has dejado verlo en toda la semana
—añadió Changmin en lo que quiso ser un susurro, pero no lo fue—. Deberías
tener la delicadeza de complacernos, amigo.
Súbitamente la mesa brincó cuando debajo de
ella alguien dio un puntapié a alguien. Dado que Changmin y Minho cambiaban una
mirada fulminante, no era difícil figurarse quién había pateado a quién.
Kangin suspiró.
—Si vais a permanecer aquí, tendréis que
comportaros.
Leeteuk tuvo que llevarse una mano a la boca
para ocultar su sonrisa. Minho estaba radiante porque se había salido con la
suya y le dedicó una sonrisa de oreja a oreja. Leeteuk casi había olvidado que
era increíblemente apuesto.
Durante algunos instantes lo miró
embelesado hasta que él le preguntó:
—Dime, bonito, ¿qué tal te trata este
zoquete?
Leeteuk se sonrojó, y no sólo porque el
joven conseguía hechizarlo, sino también porque había tocado un tema demasiado
personal.
Pero respondió con tono neutral:
—Hoy mismo ha gastado muchísimo dinero en
renovarme, es decir, en comprarme un vestuario nuevo.
Minho restó importancia a ese detalle con
un ademán desdeñoso.
—No podía ser de otro modo, pero ¿cómo te
trata? ¿Necesitas que te rescaten? —añadió esperanzado—. Yo estaría encantado
de poder hacerlo, ¿sabes?
La mesa se movió otra vez, y en esta
ocasión Leeteuk no pudo contener la risa, pues era evidente que Kangin le había
dado una patada a su primo. Y Minho no era tan circunspecto como Changmin.
Gritó, atrayendo la atención de docenas de ojos.
También masculló:
—Caray, me habría bastado con un simple no.
Changmin rió.
—Venga, Minho, ¿aún no has aprendido que si
quieres robarle la compañía a un caballero no debes hacerlo delante de sus
propias narices?
—Yo nunca le robaría nada a mi primo —gruñó
Minho—. Él sabe que bromeaba, ¿verdad, Kangin? —Al ver la expresión pétrea de Kangin
el joven añadió— ¡No lo puedo creer! ¿Kangin celoso? Pero si tú nunca te pones celoso.
—Será mejor que te cubras la otra rodilla,
chico —advirtió Changmin con una sonrisa.
Minho retiró la silla bruscamente y estuvo
a punto de volcarla. Luego, con expresión malhumorada, dijo:
—Ya está bien. Cogí el mensaje la primera
vez y el cardenal me durará toda la semana. No necesitas hacerlo por segunda
vez.
Kangin cabeceó y murmuró:
—Bribón incorregible.
Minho lo oyó y sonrió.
—Desde luego. De lo contrario no sería
divertido.
Leeteuk no recordaba haberse reído ni
divertido tanto en su vida como aquella noche que pasó con Kangin y sus amigos.
Las bromas y provocaciones se habían prolongado durante horas. Kangin tenía
razón al decir que Minho era un bribón incorregible, pero era obvio que le
tenía mucho afecto y que el sentimiento era recíproco.
Era bueno que la familia se mantuviera
unida. Leeteuk compartía esa idea y por eso estaba allí ahora. Su hermana Inyoung
era responsabilidad suya y la quería con toda su alma. También quería a la tía Sora.
En cuanto al tío Dongyup... bueno, le había perdido el respeto, pero aplazaría
su juicio hasta que le demostrara que podía volver a ser responsable. Y si no
resultaba así, después del sacrificio
que había hecho él, quizá decidiera seguir el ejemplo de su madre y hacerse con
una pistola.
Las risas no terminaron con la cena. Leeteuk
había mencionado de pasada que después irían a Vauxhall y tanto Minho como Changmin
juraron que tenían exactamente los mismos planes. Era mentira, por supuesto, pero
Kangin finalmente se dio por vencido y se resignó a su compañía. .
Quizá los dos jóvenes se arrepintieran de
su obstinación por seguirlos cuando comenzaron a temblar de frío... aunque sus
esfuerzos por conservar el calor resultaban muy cómicos. Kangin y él llevaba abrigos,
que, sumado al calor del brazo de Kangin sobre sus hombros, bastaba para
mantenerle abrigado. Pero Minho y Changmin vestían prendas ligeras, apropiadas
para pasar del calor del coche al calor del interior, pero no para hacer una
excursión al aire libre en pleno invierno.
Había sido un día largo y agradable... pero
aún no había terminado. Cuando Kangin lo llevó a casa, lo besó con ternura en
el vestíbulo mientras el cochero bajaba los paquetes. Le tendió la mano para
subir las escaleras. En la mesa que había junto a la cama la señora Han les
había dejado fruta, queso y vino antes de marcharse a su casa.
—Todo un detalle —observó Kangin al ver los
alimentos.
—Sí, la señora Han es muy competente
—asintió Leeteuk. Sunhwa también había encendido el fuego, de modo que la
habitación estaba caldeada.
—¿Quieres decir que se quedará?
—Sí, desde luego. Ya has probado una de sus
cenas. Y te aseguro que se supera en el desayuno, como tuve ocasión de
comprobar esta mañana.
—Me reservo mi opinión al respecto hasta
mañana —dijo con voz ronca mientras se volvía a mirarlo.
La voz de Leeteuk también sonó más grave
cuando preguntó:
—Entonces... ¿te quedarás toda la noche?
—Claro que sí.
La respuesta de Kangin estaba mucho más
cargada de intención que la pregunta de Leeteuk. El joven se puso nervioso,
aunque no tanto como la noche anterior. En realidad, estaba deseando volver a
hacer el amor con Kangin para experimentar el placer que él le había prometido.
Cuando Kangin le
había rodeado los hombros con un brazo, en el parque, había sentido un
hormigueo en su interior. ¿Qué le habían dicho? Que advertiría cuándo deseaba a
un hombre y que podía dar las gracias al cielo si aquél era el que lo mantenía.
¿Era el deseo, entonces, lo que le hacía sentir como si se derritiera cada vez
que Kangin lo miraba con una media sonrisa en los labios? ¿O cuando su pulso se
aceleraba al más leve roce de su mano?
Su corazón latía desbocado, anticipando el
placer que le aguardaba, pero Kangin no se le acercó de inmediato. Descorchó la
botella de vino y sirvió una pequeña cantidad en cada copa. Cogió un racimo de
uvas, se llevó una a la boca, y volvió a
mirar a Leeteuk mientras masticaba.
Con qué rapidez comenzaba a sentirse
acalorado. A él debía de pasarle otro
tanto, porque se quitó el abrigo y dijo:
—Ven aquí, deja que te quite el abrigo.
Leeteuk se aproximó con paso vacilante.
Los cálidos dedos de Kangin le rozaron
el cuello. Luego sus manos se deslizaron sobre su nuca, no para atraerlo hacia él,
sino para masajearle los músculos. Era una sensación deliciosa, y así se lo
hizo saber el suspiro del joven.
Cuando sintió que Kangin le ponía la copa
en la mano, bajó la vista y vio el vino. Lo apuró de un trago y Kangin sonrió. Leetuk comenzaba a ponerse
nervioso otra vez.
—Me he divertido mucho esta noche...
bueno, todo el día —dijo—. Gracias.
—No tienes nada que agradecer, cariño
—respondió él—. Yo también me divertí.
Por extraño que pareciera, era la pura
verdad. Kangin aún estaba ansioso por hacerle el amor, lo había deseado durante
todo el día, y sin embargo también disfrutaba de la compañía de Leeteuk. Cosa
poco habitual en él. Por lo general pasaba poco tiempo con los jóvenes fuera del
dormitorio, a menos que ellos fueran miembros de su gran familia.
También le sorprendía cuánto le había
molestado la intrusión de sus amigos en el Albany y cuánta razón había tenido Minho
al decir que estaba celoso. Se había puesto furioso al ver que Leeteuk miraba a
Minho con embeleso. Pero había dejado de mirarlo así enseguida, y era a él a
quien sonreía, no a Minho. Este último detalle había hecho que los celos se
disiparan.
—Tus amigos son muy graciosos —observó.
—Más bien odiosos.
Leeteuk sonrió.
—Tú también reiste mucho —le recordó.
—Supongo que sí —respondió Kangin encogiéndose
de hombros.
Volvió a coger el racimo de uvas, arrancó
otra y se la ofreció a Leeteuk con la boca. Éste la cogió, sonrojándose. Era
dulce y cálida, como el vino.
—¿Un poco de queso? —preguntó Kangin.
—Preferiría que me besaras.
Su rubor se extendió como un fuego
incontrolado. No sabía de dónde habían salido esas palabras ni la audacia que le
había empujado a decirlas. Pero a juzgar por su expresión, Kangin estaba encantado.
Dejó las copas y las uvas sobre la mesa.
—Esto me pasa por querer saborear el
momento —dijo—. De todos modos, la impaciencia me estaba matando.
¿Qué quería decir? Leeteuk dejó de
especular en cuanto los labios de Kangin tocaron los suyos. Se derretía por dentro. Le
flaquearon las rodillas, pero no las necesitaba para sostenerse porque él le
estrechaba con fuerza. De todas maneras le rodeó el cuello con los brazos
simplemente porque le gustaba abrazarlo.
Comenzaba a acostumbrarse a los besos.
Claro que Kangin era un excelente maestro. Cuando reunió valor para mover la
lengua, como hacía él, Kangin emitió un gemido de placer que acrecentó aún más
su audacia.
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