Apareció un criado y se arrodilló delante
de Sang. Rompió en un torrente de excusas, porque Sang había dado la orden de
que no se le molestase bajo ninguna circunstancia. El hombre le tendía un
teléfono con gesto de súplica.
Sang apretó los labios y después repitió
sus instrucciones. Ciento un asuntos y ciento una personas en la corte, en el
gobierno y en el extranjero demandaban su atención todos los días... y nunca,
jamás, se tomaba un día libre. Pero ese día en particular era diferente: estaba
con Jian. Era evidente que no había sido lo bastante firme con sus órdenes.
Ignoró el teléfono.
—¿Hay algún problema? —preguntó Jian
mirando al sirviente con las manos juntas y murmurando lamentos—. Parece un
poco afligido.
—El drama es la sal de la vida de mi
gente.
Jian dirigió su brillante mirada a Sang,
alzó la barbilla y habló finalmente de algo a lo que llevaba horas dándole
vueltas en la cabeza.
—No le he dado ningún soplo a la prensa y
no me imagino por qué crees tú que he podido hacerlo.
La incendiaria respuesta hizo que Jian
enderezara la espalda y se dispusiera a darle la respuesta que merecía. Se dio
la vuelta.
—En realidad no pensaba vender mi historia
sobre lo que significa ser el concubino de un príncipe hasta que regrese a
casa.
El ambiente se espesó como aceite a punto
de hervir.
Sang se acercó en silencio intrigado por
su constante gesto de desafío.
—Quizá —murmuró él— no quieras volver a
casa. Puedo ser muy persuasivo.
Jian había querido molestarlo y el tono de
su respuesta lo pilló por sorpresa.
—Por supuesto que quiero volver a casa…
¡Cuento los días!
—Harás todo lo que haga falta para
mantener mi interés y así poder quedarte. Desde hoy empezarás a dejar de
escaparte y empezarás a aprender —le apartó un mechón de pelo en un gesto de
confianza e intimidad.
Jian se apoyó en la sólida pared con la
respiración retenida en la garganta. Sang le recorrió el borde el labio
inferior con el pulgar y suavemente abrió la boca para rozar la suave
superficie húmeda. Jian sintió que se le aflojaban las piernas y el deseo hizo
que los pezones se le pusieran tan duros que le dolían. Era una lucha contener
el lascivo impacto de fascinación que le recorría.
—Yo no huyo —dijo frenético—. ¡Jamás!
—Huyes de mí más rápidamente que una
gacela cada vez que me acerco. Soy un cazador. Disfruto con la persecución
—Sang dejó que el dedo se deslizara entre sus labios y luego volvió a
retirarlo. Lo miró y vio sus pupilas dilatadas y su blanco cuello mientras
echaba la cabeza para atrás en una instintiva invitación—. Pero siempre me has
deseado. Puedes luchar contra mí, pero estás deseando mi boca en este mismo
instante.
Las largas pestañas de Jian se agitaron.
Le supuso un gran esfuerzo volverse a concentrar. El dolor y la rabia se
mezclaban porque durante un momento había anhelado el calor de su boca en la de
él con tanta fuerza como una droga de la que depende la vida.
—No lo estoy deseando —murmuró y forzó una
risa que sonó terriblemente estrangulada.
Sang lo miró con un calor lánguido que
hizo temblar a Jian.
—No te preocupes —dijo él—. Lo tendrás.
Jian apoyó un brazo en la pared y se zafó
de él con una falta de coordinación que lo enfureció. Estaba temblando,
locamente consciente de cada movimiento de su poderoso cuerpo tan cerca del
suyo. Su mente se llenó de una imagen de Sang empujándolo contra la pared con
esa pasión propia de él, una pasión a la que sólo en contadas ocasiones daba
rienda suelta. El nudo de tensión que sentía en la pelvis se apretó. El hecho
de que su hostilidad hacia él no fuera capaz de reprimir su deseo lo tenía muy
preocupado.
Sang lo miró y le dio la mano.
—Deja que te enseñe el harén.
—No puedo esperar —dijo sarcástico y con
las mejillas cubiertas por el rubor.
Jian alzó la cabeza. Recordaba
perfectamente el oscuro sentido del humor de Sang. Una punzada de
arrepentimiento le atenazó por ese tiempo perdido y tuvo el efecto de endurecer
su resolución.
—No le di el soplo a la prensa —volvió a
decir de nuevo.
—Si tú lo dices… —su indiferencia le
indignó.
—Y hace cinco años no me acosté con ningún
otro.
Sang exhaló una gran cantidad de aire.
¿Por qué seguía recordándole su infidelidad? No quería que se la recordase.
¿Por qué no se daba cuenta de que cada negación sólo servía para provocar la
aparición de recuerdos desagradables?
Subieron por una inmensa escalera de
piedra y, decidido a ignorar el silencio con que había respondido a sus
intervenciones, Jian siguió diciendo:
—Me gustaría ver esas pruebas que dices
que tienes de mi así llamada mala conducta.
—Algún día te dejaré verlas —dijo
mirándolo con impaciencia.
Como Jian no tenía ni idea de lo
concluyentes que eran sus pruebas, seguramente mantenía la esperanza de poder
cuestionar la prueba de su engaño. Por desgracia para él, tenía una fe absoluta
en la fuente de la que había recibido la información.
—¿Por qué no ahora?
—Ya te he oído suficientes mentiras.
Prefiero el silencio —en su hermoso rostro había resolución—. En su momento,
espero que aceptes la futilidad de seguir mintiéndome.
Jian tiró de la mano para soltarse de él.
—Intentas que me resulte imposible
defenderme. Mal si hablo y mal si me callo. Pero ¿para qué quiere un hombre a
un buscón mentiroso?
Sang no respondió. No picó. Estaba
empezando a darse cuenta de que, cuando quería mantenerlo a distancia, empezaba
a discutir con él.
Ofendido por su falta de respuesta, Jian
murmuró con voz melodiosa:
—A lo mejor es que sólo te gustan los
jovencitos malos.
Después de esa frase, Sang lo miró con
ojos de depredador. A lo mejor tenía razón. Cuando lo miraba, cuando pensaba en
él, siempre se olvidaba de sus pecados. Su deseo era demasiado fuerte como para
que pudiera negarlo. Jian brillaba de belleza y energía.
Lo que sentía en sus genitales era algo
cercano al dolor. Nunca había experimentado una necesidad tan poderosa de
poseer a alguien. De pronto toda su paciencia se desvaneció. Dio un paso hacia él,
lo tomó en brazos y se dirigió a su dormitorio.
—¿Qué demonios haces? —dijo Jian perplejo.
—Ya hemos esperado suficiente para estar
juntos —Sang abrió una puerta con el hombro y, después de haber cruzado el
umbral, la cerró de un puntapié.
Jian miró con ojos de pánico la habitación
que le pareció que tenía poco más que una recargada cama con dosel.
—Creía que me ibas a enseñar el harén.
—Otro día, cuando tenga la fuerza necesaria
para resistirme a ti —Inclinó su arrogante y oscura cabeza y saboreó su boca.
Cada vez que lo tocaba era como si quitase
un ladrillo de su muralla defensiva, dejándolo más a su merced e incapaz de
enfrentarse a él al siguiente ataque. Su insistente beso hizo que una descarga
eléctrica le recorriera la espalda y deseara más. Su corazón corría y su cuerpo
se retorcía contra su dura y masculina promesa. Separó los labios ante el
erótico empuje de su lengua. No podía reprimir su necesidad de tocarlo. Deslizó
las manos bajo la chaqueta para recorrer el cálido y duro contorno de su
poderoso pecho.
Sang alzó la cabeza. Le soltó la camisa y
la dejó resbalar hasta el suelo. Jian quedó muy sorprendido porque ni siquiera
se había dado cuenta de que se la había desabrochado. De pronto, sintiéndose
expuesto, Jian trató de cubrirse.
—No me desconciertes actuando como si
fueses tímido —se burló Sang mientras lo agarraba de las muñecas para que
descruzara los brazos—.Odio lo falso. La falsa modestia me deja frío. ¿Por qué
iba yo a querer que fueses virgen?
Jian se apartó de él en un gesto
defensivo. Su última pregunta hizo que se ruborizara. Sang molesto, lo agarró
dispuesto a hacer ceder esa resistencia.
—¿Crees que lo que quiero es que finjas?
—dijo Sang en tono áspero—. No era mi intención hacerte sufrir, pero esta vez
sólo quiero de ti lo que es real.
Jian estaba sacudido por que él hubiera
notado que lo había herido, había pensado que era mejor ocultando sus
sentimientos. Le agarró el rostro con las dos manos y lo besó con encantadora
dulzura y cautivadora sensualidad. Jian dejó de pensar y se dejó llevar por su respuesta.
Movió su cuerpo para acercarlo al de él. Sang lo levantó y lo llevó a la cama, después se quedó en
pie para quitarse la corbata y desabrocharse la camisa.
Jian sentía pesados sus miembros mientras
yacía en la seda carmesí. No podía apartar los ojos del torso que había revelado
Sang al quitarse la camisa, se le quedó la boca seca.
Sang lo miró con ardiente apreciación
mientras el colchón cedía bajo su peso. Jian rodó lejos de él. Sang soltó una
carcajada y lo volvió a acercar a él sin dificultad.
—Eres tan hermoso… —le dijo con voz ronca
antes de volver a saborear su boca—. Tú también me deseas.
Jian cerró los ojos por temor a que él
pudiera leer lo que había en ellos. Los escasos momentos en que no lo tocaba
eran casi un tormento. Como un muñeco, era incapaz de realizar acciones independientes y era la
misma fuerza de su deseo lo que lo mantenía atrapado. Sang recorrió con la boca
su cuello, lo atrajo contra él. Un rugido de satisfacción escapó de la garganta
al ver sus turgentes pezones, acarició las hinchadas y rosadas puntas con
hábiles dedos antes de inclinarse y recurrir a la boca para jugar con ellas.
Cada agridulce sensación salía disparada derecha como una flecha a su pulsante entrepierna
e incrementaba su anhelo.
—Sang… oh, por favor.
Sang lo miró con ojos pesados. En algún
lugar en el exterior se oyeron disparos de rifles.
—¿Qué es eso? —preguntó Jian sin
respiración enterrando los dedos en el negro pelo.
—Seguramente alguien que se ha casado y
los guardias muestran su reconocimiento —aunque esa era la explicación más
lógica, Sang se puso tenso como sólo un antiguo soldado podía hacerlo en esas
circunstancias. Después oyó el zumbido de un avión. Mientras saltaba de la cama
y agarraba la camisa, un reactor pasó sobre el palacio. Apenas veinte segundos
después, oyó el pesado ruido de más de un helicóptero acercándose.
—¿Sang? ¿Qué pasa? —preguntó Jian con
aprensión.
—Vístete.
Llamaron a la puerta con urgencia. El
sonido casi fue ahogado por el ruido de otro reactor.
Sang abrió la puerta.
—Por favor, perdone la intromisión su
alteza real —dijo un sirviente entrado en años con tono de ansiedad—, pero me
han pedido que le informe de que el primer ministro está a punto de llegar.
Solicita humildemente ser recibido en audiencia.
La más mínima muestra de color desapareció
del rostro de Sang. Se volvió del tono de las cenizas porque sólo podía pensar
en que le hubiera sucedido algo a su padre. Por qué otra razón iría a verlo el
primer ministro sin haber concertado previamente la entrevista.
—¿Sang? —repitió Jian preocupado.
Sang lo miró como si de pronto se hubiera
vuelto invisible. A toda velocidad se puso la corbata y la chaqueta.
—Bajo ningún concepto salgas de esta
habitación ni hables con nadie hasta que yo vuelva.
Sang no había llegado a la pista de
aterrizaje cuando recordó que había apagado el móvil. Volvió a encenderlo.
Maldijo la egoísta imprudencia que le había llevado a ignorar la llamada apenas media hora antes. Casi de
inmediato, sonó el aparato y respondió a la llamada. Le informaron de que su
padre esperaba para hablar con él.
—Hijo —la voz de su padre resonó como si
se estuviera dirigiendo a un auditorio atestado—. ¡Estoy encantado!
—¿Estás bien de salud, padre? —preguntó
Sang, perplejo.
—Por supuesto.
Sang seguía aún afectado por el miedo que
había pasado.
—Entonces, ¿por qué ha volado el primer
ministro hasta el desierto para hablar conmigo?
—Tu matrimonio es algo de gran importancia
para todos. Sang se detuvo en seco en el inicio de la escalera.
—¿Mi… matrimonio?
—Nuestro pueblo no quiere que le priven de
una boda de estado.
—¿Quién dice que me he casado o que vaya a
casarme? —consiguió preguntar Sang en un tono de voz aceptable.
—Un periodista contactó con tu hermana Yujin
en Seúl y le mostró una foto tomada en el aeropuerto. Yujin se puso en contacto
conmigo y me ha mandado por correo electrónico una foto de Jian para que lo
viésemos. Es muy guapo además de una magnífica sorpresa. Debería haber cerrado
la boca y tenido más sentido el día que oí que habías pedido que arreglaran el
viejo palacio.
Sang pensaba deprisa y era consciente de
que demasiadas cosas habían saltado a la luz pública y que, si no hacía nada,
las cosas se desmandarían. Se había sentido realmente sorprendido por la
presencia de los paparazis en el aeropuerto: los rumores sobre su relación con
Jian debían de haber volado antes de que su avión despegase de Seúl. Estaba
incluso más sorprendido por el entusiasmo de su padre al enterarse de que su
hijo se había casado con un joven al que no conocía.
—Cuando has proclamado que Jian era tu pareja
y no le hacía falta visado, al viejo Justin casi le ha dado un infarto, hasta
que ha caído en la cuenta de que ya debías de haberte casado con él para hacer
semejante anuncio. E, incluso aunque no lo hayas hecho —dijo el rey en tono de
broma y del mejor humor posible—, según las leyes de nuestra casa real, una vez
que has declarado delante de testigos que Jian es tuyo, es un matrimonio por
declaración. La ley que salvó el pellejo a tu abuelo nunca ha sido revocada.
Sang tuvo que apoyarse en la pared. Un
matrimonio por declaración: una ley aprobada a toda prisa para tapar el escándalo después
de que su licencioso abuelo se hubiera escapado con su abuela con la única
intención de acostarse con ella. ¿Seguía siendo legal? Sintió como si las
barras de una jaula fueran cayendo alrededor de él.
—Padre… —respiró hondo.
—¡Como si pudieras traer a un joven a
Bakhar para otra cosa que convertirlo en tu esposo! —le provocó su padre—.
Ningún hombre de honor mancharía el buen nombre de un respetable jovencito.
Sólo he tenido que oír el nombre de Jian y ya he sabido que era tu prometido y
que teníamos que preparar una bonita celebración. ¿No fue el joven que te robó
el corazón hace cinco años?
Mientras el rey hacía un panegírico sobre
el amor verdadero y la felicidad de la vida matrimonial, Sang se ponía cada vez
más serio.
¿Qué clase de locura lo había poseído
cuando había decidido llevarse a Jian a Bakhar? Había sido una completa
imprudencia y, mirando hacia atrás, no era capaz de averiguar la causa real de
semejante locura.
Pasó una hora hasta que pudo volver con
Jian. Sufría aún la humillación y la incredulidad de un hombre que no había
dado un paso en falso en su vida, pero que había cometido un error fatal. No
tenía ninguna duda de que Jian estaría extasiado ante la perspectiva de no ser
un concubino sino un esposo, y de que como mínimo tendrían que permanecer
casados un año.
Completamente vestido, Jian paseaba por el
dormitorio. Las esporádicas salvas de disparos y el tráfico aéreo le habían
llevado a preguntarse si el palacio estaría siendo atacado. Cuando había caído
el silencio, había sucumbido al temor de que Sang no volviera porque hubiera sido
hecho prisionero, herido o muerto.
Su respuesta ante esa posibilidad fue
mucho más emocional de lo que le hubiera gustado reconocer, y le había
informado de que su odio por él era sólo superficial. La imagen de un Sang
herido en el suelo le hizo sentirse mareado y deseoso de salir corriendo a
atenderlo. Estuvo a punto de desobedecer las órdenes y salir de la habitación.
—¿Dónde demonios has estado todo este
tiempo? —preguntó furioso en cuanto Sang apareció, demostrando que sus temores
habían sido totalmente infundados—. ¡Estaba frenético de preocupación!
—¿Por qué? —preguntó Sang.
—Los disparos… tus instrucciones… todos
esos aviones y helicópteros dando vueltas por ahí —se lanzó a él tembloroso.
—No hay ninguna razón para alarmarse. La
precaución ha sido lo que me ha hecho pedirte que te quedaras aquí, pero todo
es fruto del entusiasmo y de la celebración del resultado de un malentendido
—se encogió de hombros con menos frialdad de lo habitual—. El malentendido es
completamente responsabilidad mía. Todo el país cree que te he traído a Bakhar
como mi esposo.
Jian se quedó tan sorprendido por la
información que se limitó a mirarlo fijamente, notando que su rostro estaba
inusualmente pálido y tenso.
—Por Dios, ¿cómo puede pensar alguien algo
así?
—Las circunstancias han conspirado para
hacer de ésa la única interpretación aceptable de los hechos —dijo Sang con
mucho cuidado—. Reconozco que he hecho mal trayéndote aquí. Ningún joven había
venido antes a Bakhar conmigo. La intervención de la prensa en Seúl y que
supieran de nuestra relación previa sólo añade fuerza al rumor de que tú eres,
como mínimo, mi futuro esposo.
—¿Y ahora qué? —preguntó Jian parpadeando.
—Según mi padre —explicó con el ceño
fruncido—, ya estamos casados a los ojos
de la ley porque yo me he referido a ti como mi pareja delante de testigos.
Perplejo por la primera parte de la
explicación, Jian se quedó con la segunda y lo miró con infinito desdén.
—¿Me has llamado así? ¿Cuándo?
—Antes de que bajáramos del avión. Pero
puedo ponerme la mano en el corazón y jurar por mi honor que no pretendía
insultarte.
—Por supuesto que lo hiciste: me
describiste como si fuera una posesión. ¡Es medieval!
—Quieres hacer que parezca que quería
decir que me perteneces cuando yo a lo que me refería era a que eres parte de
mi vida —rugió Sang—. Ahora tienes razón en parte.
—A efectos legales… ¿ya estamos casados? —dijo
Jian de pronto conmocionado como si de pronto lo hubiera entendido todo—. ¿Cómo
puede ser eso?
—Hace muchos años, mi abuelo raptó a mi
abuela y provocó un gran escándalo. Siempre actuaba primero y pensaba después.
Para suavizar las cosas, se consideró necesario aprobar una ley que le permitía
reclamar que era su esposa desde el momento que él lo había dicho delante de
testigos. Esa ley afecta sólo a la familia real y luego nunca se derogó.
—Pero esas conductas y esas leyes son
completamente medievales. Con relaciones así, me parece impresionante que te
atrevas a criticar a mi familia —Jian sacudió la cabeza intentando razonar con claridad—. Bueno,
la solución obvia a todo este embrollo es que digas la verdad. Te gusta mucho
repetirme que las mentiras son siempre inaceptables para ti.
Al escuchar la propuesta, Sang apretó la
mandíbula de modo casi imperceptible.
—La verdad ahora es que, según las leyes
de Bakhar, estamos legalmente casados.
—Si es así, no te viene mal —admitió
Jian—. Pero como no pienso permanecer casado contigo aunque me apuntes a la
cabeza con una pistola, el divorcio será rápido.
—Éste es un asunto serio.
Un punto de amargura se coló en los
pensamientos de Jian. Recordó lo locamente enamorado que había estado cinco
años antes. En aquellos días hubiera hecho cualquier sacrificio por casarse con
el príncipe del desierto.
¿Estaban realmente casados? Sin duda ese
hecho explicaba por qué él estaba tan serio como si asistiera a un funeral. Él era,
seguramente, el último joven de la tierra al que habría elegido como esposo.
—Ya me imagino que es serio, pero si estoy
casado contigo, entonces supongo que tendré algunos derechos —Jian apartó la
mirada de él para que no se diera cuenta de que estaba apenado—. ¿O tienes otra
lista de amenazas que ponerme delante para asegurarte de que hago exactamente
lo que quieres?
Esa sencilla pregunta fue para Sang como
si le hubieran echado un cubo de agua fría por encima. Hasta que Jian había
vuelto a aparecer en su vida, jamás había amenazado a un joven, ni siquiera
había soñado con hacerlo. En ese momento se encontraba con que le ponía delante
las crueles amenazas a que lo había sometido. Una vez lo había traicionado y le
había infligido una herida que nunca le perdonaría. Pero eso, reconoció con
pesadumbre, no era excusa para usar mal el poder e imponer un castigo. Su padre
había hablado de matrimonio y la foto de Jian con Lau había despertado la amargura
y la rabia de Sang y lo había animado a perseguir lo que él creía que era
justo. Pero desde el instante en que había vuelto a ver a Jian, un motivo mucho
menos aceptable y el deseo lo habían guiado. No podía sorprenderse de las
desastrosas consecuencias que le habían traído.
—No. No habrá más amenazas —lo miró con
ojos oscuros e indescifrables—. Nunca debería haber utilizado tácticas
coercitivas.
Sorprendido por ese completo cambio de
rumbo, Jian alzó la cabeza.
—¿Lo reconoces?
—No puedo hacer otra cosa después de ver
lo que he provocado. Estaba equivocado y por ello me disculpo —pronunciar esas
palabras de sincero arrepentimiento fue muy duro para su orgullo porque nunca antes había tenido
que disculparse—. Arrastraba ira del pasado y me cegó sobre lo que era lo
correcto.
Jian sólo podía pensar en su propia ira,
alimentada y mantenida viva por el dolor. Reparó en el hecho de que nunca había
dejado a ningún hombre estar cerca de él después. Pensó en cómo se había
sentido unos minutos antes cuando pensaba que podía estar herido. Sintió temor
al ser consciente de que sus sentimientos por Sang eran más profundos de lo que
era seguro o inteligente.
—No volveré a amenazarte nunca más
—prometió Sang—. A cambio, te pido tu cooperación.
—¿De verdad estamos casados? —preguntó lleno
de dudas.
—Sí —confirmó él.
—Pero supongo que harás todo lo posible
para librarnos de este matrimonio cuanto antes —remarcó Jian en un tono un poco
susceptible.
Sang miró la pared con el ceño fruncido.
El divorcio acarrearía la salida de Jian de Bakhar. Descubrió que esa
perspectiva no le apetecía de ninguna de las maneras. Seguramente, razonó, un
matrimonio rápido y un divorcio incluso más rápido sólo agravarían el error que
ya había cometido. Un matrimonio era un matrimonio, daba lo mismo cómo hubiera
empezado. Del mismo modo, un esposo era un esposo, merecedor de su apoyo y su
respeto. Tendría que tratar de lograr que al menos esa alianza fuera un éxito,
decidió. Tendría que dejar atrás todos los recuerdos del pasado.
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