Jian estaba en el Mercedes que habían
ordenado que lo llevase a casa. Jian se concentró en la historia que contaría a
su familia. Ensayó una sonrisa refrescante y una voz alegre. Su total rendición
no serviría para nada si su appa sospechaba lo más mínimo.
—Tengo grandes noticias, Sang me ha
ofrecido un trabajo impresionante —dijo a su appa en cuanto entró en casa—. Me
pagará lo bastante como para poder liquidar la deuda que tenemos con él.
Zhoumi al principio estaba atónito, pero
su palpable alivio pronto silencio sus preguntas.
—¡Por supuesto! Fuiste el mejor del curso
de contabilidad, así que Sang tendrá un empleado de primera. Me alegro tanto de
no haberme equivocado con él. Siempre he creído que era un joven decente y
digno de confianza —dijo Zhoumi lleno de felicidad—. ¿Dónde vas a trabajar?
—En Bakhar.
—Oh, Dios mío, ¡el nuevo trabajo será en
el extranjero! Debería haber pensado en esa posibilidad —exclamó su appa—. Te
vamos a echar mucho de menos. ¿Estás seguro de que te viene bien esto?
—Claro, totalmente —Jian seguía sonriendo
aunque le empezaba a doler la mandíbula.
—Supongo que trabajar en el extranjero
será un buen cambio para ti—comentó Kun, su hermano, antes de subir al piso de
arriba a estudiar.
Era excepcionalmente inteligente y, como
muchas personas intelectualmente brillantes, completamente ajeno a los aspectos
prácticos de la vida.
—Vas a poder ganar una fortuna libre de
impuestos en Oriente Medio —dijo su hermano Chenle.
—¿Tendrás que ir a trabajar en camello?
—preguntó el pequeño, Renjun, lleno de esperanza.
Su otro joven hermano, Woozi, estaba más
pensativo y menos convencido por la aparente normalidad que había en la
superficie. Cuando los jóvenes estuvieron listos para irse a la habitación que
compartían, los ojos del adolescente eran un mar de confusión.
—¿Cómo ha sido volver a ver a Sang? ¿No lo
odiabas?
—No. Lo he superado hace mucho tiempo
—dijo Jian en un susurro para no despertar a Renjun.
—Pero no has salido con nadie después de
él.
Jian giró el rostro hacia la pared y
apretó con fuerza los ojos.
—Eso no tiene nada que ver con Sang. Me
refiero a que las relaciones son como son… —murmuró—. He tenido algunas citas…
pero no han llegado a nada.
—Porque no te interesaban… los hombres
siempre son…
—No he tenido tiempo para los hombres.
—Tenías tiempo para Sang cuando andaba por
aquí.
Jian se pasó la mitad de la noche despierto
pensando cómo se organizaría su familia para hacer la cantidad de cosas que él
hacía normalmente. Era consciente también de que tenía que dejar resuelto el
tema de Calvin. Esas dos preocupaciones dejaban en un segundo plano el problema
de cómo iba a manejar a Sang.
A la mañana siguiente, dio el preaviso en
el trabajo y, al final de la jornada, se fue en autobús a casa de su padrastro.
—¿Qué quieres? —preguntó de mala manera Calvin
desde el umbral de la puerta.
—Si vuelve siquiera a intentar sacarle
dinero a mi appa otra vez, te denunciaré a la policía —dijo Jian—. Si amenazas
o haces daño a cualquier miembro de mi familia, también iré derecho a la
policía, así que ¡déjanos en paz!
La oleada de insultos y el resentimiento
con que le contestó Calvin lo convenció de que la advertencia lo había asustado
lo bastante como para mantenerlo alejado. Como la mayoría de los maltratadores,
Calvin normalmente evitaba a las personas que le plantaban cara y concentraba
sus agresiones en las personas con caracteres más blandos.
Estaba esperando otro autobús cuando sonó el móvil.
—Pensaba que tu padrastro ya era historia
—señaló la voz de Sang con cristalina claridad.
La sorpresa casi hizo a Jian dar un salto.
—¡Pensaba que estabas en Nueva York!
—Lo estoy.
—Entonces ¿cómo sabes que he estado en su
casa?
—Mi equipo de seguridad te está vigilando.
Te he dicho que no te quitaría la vista de encima —dijo Sang arrastrando las
silabas—. ¿Por qué has ido a ver a Chen?
Jian recorrió con la mirada la calle de
arriba abajo. Tenía tanto tráfico como cualquier zona residencial a esa hora.
Pero no había ninguna señal ni otra cosa que atrajera su atención de un modo
particular; si la hubiera habido, estaba del humor adecuado para decirle cuatro
verdades.
—No es de tu incumbencia. No puedo ni
imaginarme por qué te tomas el trabajo de poner fisgones tras mi pista.
—Nada es demasiado cuando se trata de mi
concubino favorito.
Con una sonrisa de diversión en su hermosa
boca, Sang se recostó en el respaldo de la silla de su despacho y escuchó el
furioso clic que interrumpía la llamada. Sentía una potente descarga de
adrenalina cada vez que veía o hablaba con Jian. La verdad era que eso lo
perturbaba…
Se abrió la puerta del Mercedes. El chófer
hizo una reverencia y los guardaespaldas se colocaron en sus posiciones. Con el
corazón latiéndole a toda velocidad, Jian salió del coche y entró en el hotel
esforzándose por parecer indiferente ante todas las cabezas que se dieron la
vuelta para mirarlo. Por suerte el ascensor estaba libre. Un momento después,
lo llevaron a una opulenta suite donde le esperaba un completo cambio de ropa.
Se desvistió con cuidado. Salir de su casa
lo había trastornado y mantener la alegría había sido un reto. Era su segunda
visita a ese hotel de Seúl. La primera había sido una semana antes: durante un
par de horas le habían tomado medidas para hacerle ropa nueva.
En las dos ocasiones la excursión la había
organizado una anónima voz telefónica. Todavía no sabía cuándo volaba a Bakhar.
No había vuelto a hablar con Sang. Por mucho que no tuviera especial interés en
mantener contactos innecesarios con él, ese silencio lo único que había
conseguido era incrementar su aprensión sobre el futuro.
Se puso ropa interior de seda. Todas las
prendas le quedaban perfectas. A él le gustaba la ropa interior sencilla y
cómoda, no la pensada para presentar el cuerpo como algo provocativo. Se puso una
camisa blanca con un lindo bordado de flores pequeñas con su tallo y deslizó los pies en delicados zapatos hecho
a mano. Estaba a punto de ponerse la chaqueta a juego cuando sonó un móvil que
había encima de la cama.
Después de un momento de duda, respondió.
—¿Hola?
—Déjate el pelo al natural —murmuró Sang
con voz ronca.
—De acuerdo —dijo Jian con voz ahogada.
—El teléfono es para ti. Es muy seguro.
Estoy deseando verte en el aeropuerto —colgó.
Moviéndose con el mismo entusiasmo que un
autómata, Jian metió el móvil en la bolsa que había encima de la cama. Buscó un
peine para moldear un poco su cabello, a Sang siempre le había gustado. Un
temblor le recorrió el cuerpo. En ese instante se sintió tentado de cortarse el
pelo a trasquilones.
¿Pero cómo reaccionaría su príncipe del
desierto? ¿No se suponía que su pelo era su mayor atractivo?
A lo mejor, si se rapaba, lo rechazaba en el mismo aeropuerto. No era un
riesgo que pudiera permitirse correr.
Se puso el abrigo. Su reflejo en el espejo
le pareció artificial. En la superficie parecía un joven señor, se concedió con
amargura, pero ambos, él y, sobre todo, Sang, sabían que bajo aquella ropa iba
vestido como su concubino favorito.
Fue hasta Incheon en una enorme limusina
de cristales tintados. Caminaba por la terminal del aeropuerto cuando alguien lo
llamó por su nombre. Se detuvo sorprendido, volvió la cabeza y al instante se
convirtió en el objetivo de las cámaras y de gente que corría. Mientras le
gritaban toda clase de preguntas, el equipo de seguridad se desplegó a su
alrededor.
—¿Cómo se siente al ser el último joven del
príncipe?
—Mire hacia aquí… Déjenos hacer unas
fotos…
—¿Viaja a Bakhar a conocer a la familia
real? —gritó una mujer que trotaba a su lado apuntándola con un micrófono—. ¿Es
verdad que se conocieron cuando el príncipe estudiaba en Seúl?
Molesto por la atención y las indiscretas
preguntas, Jian casi echó a correr e inclinó hacia abajo la cabeza para evitar
que le hicieran fotos. Otros dos guardaespaldas llegaron en apoyo de sus
asediados compañeros y entre todos consiguieron sacarlo del corredor y meterlo
en una sala privada.
Sus ojos se encontraron con los de Sang.
Aunque en sus dorados ojos encontró el habitual gesto de desinterés, Jian sintió una
descarga como si hubiera metido los dedos en un enchufe. Sang hizo un gesto con
la cabeza para que se acercara. Hubiera preferido quedarse donde estaba. Por
otro lado, no quería correr el riesgo de que le diera una orden delante de todo
su personal, que, por cierto, estaba todo agrupado en un rincón teniendo mucho
cuidado de ni hablar ni mirar en la dirección que ellos estaban.
—Me ocuparé de todo esto en cuanto
embarquemos —su tono grave tuvo el mismo efecto que el chasquido de un látigo.
La sensación de intimidación de Jian fue
borrada por una oleada de fastidio. Allí estaba, envuelto y presentado de pies
a cabeza como su alteza real había ordenado. Había hecho exactamente lo que se
le había dicho. No había cometido ni el más mínimo error. ¿Qué pasaba con él?
¿Nunca estaba satisfecho? Su vida prometía
ser un infierno el tiempo que durara su relación, pensó amargamente. Pero rápidamente
pensó en que la recompensa sería que, en menos de veinticuatro horas, la
amenaza que se cernía sobre la estabilidad de su familia estaría conjurada.
El avión privado era enorme y el interior
tan suntuoso que Jian se quedó sin respiración. Se sentó en un asiento
extremadamente cómodo y se sujetó para el despegue mientras le daba vueltas a
lo que podía haberle molestado. ¿Sería el interés que la prensa había mostrado
por él en el aeropuerto? Bueno, eso no podía considerarse culpa suya. Era un playboy
fabulosamente rico y además de la realeza. Los paparazis lo adoraban y lo
seguían por todo el mundo. Su vida social llenaba las páginas de las revistas
del corazón y, ocasionalmente, incluso llegaba a los titulares.
En cuanto el avión abandonó la pista, Sang
se desabrochó el cinturón de seguridad y se levantó del asiento.
—Ahora responderás a mis preguntas.
Jian, que sólo había volado un par de
veces en su vida, aflojó los dedos que tenía clavados en los brazos del asiento
y abrió los ojos.
—¿Cuál es el problema? —preguntó
sacudiéndose el pelo—. No he hecho nada y me siento como si estuviera en un
juicio.
—¿Por qué has filtrado a la prensa
nuestros planes de viaje?
Jian parpadeó mientras consideraba todas
las posibles ramificaciones de aquella pregunta.
—Ahora, limítate a escucharme —dijo
mientras luchaba furioso por desabrocharse el cinturón de seguridad.
Sang se agachó para estar a la misma
altura que él.
—No, escucha tú —dijo en tono de
advertencia—. Si gritas, te oirán y molestarás a mi personal. La impertinencia
y la descortesía no gustan nada en Bakhar.
Aún atado, Jian temblaba de rabia e
irritación.
—Eres la única persona que me hace sentir
así…
Sang desabrochó el cinturón de seguridad
que lo ataba con un sencillo movimiento de la mano.
—Eres autoritario. Soy la única persona
que te hace frente.
Jian se levantó y se marchó al otro extremo.
Estaba ruborizado, se dio la vuelta antes de recordar que era de mala educación
darle la espalda.
—También eres la única persona que me hace
constantemente blanco de acusaciones injustas. ¿Seguro que no es una excusa
para perder los estribos? —le dijo con vehemencia con los puños apretados—. Nunca
he tenido contacto con la prensa. No tengo ni idea de cómo se filtra algo.
Sang lo miró detenidamente.
—Eso no puedo aceptarlo. Hace cinco años
los paparazis apenas sabían de mi existencia y nadie me asoció contigo en
ningún medio. Pero hoy, incluso aunque no he aparecido en público contigo, los
paparazis te estaban esperando. Te han identificado y han hecho referencia a
nuestro pasado común. ¿Quién si no podría haberles dado todos esos detalles?
—¿Cómo quieres que lo sepa? ¡Yo no he
sido! —protestó Jian.
—Tarde o temprano, tendrás que decirme la
verdad —dijo Sang con resolución—. Las mentiras todo el tiempo, me resultan
inaceptables.
Jian apretó los dientes.
—No te estoy mintiendo. ¿Por qué iba a
llamar a la prensa? ¿Te crees que me siento orgulloso de la razón por la que me
marcho de mi país?
—¡Basta! —gritó Sang en tono de
advertencia.
Estaba maravillado por su capacidad para
permanecer allí de pie mirándolo, tan exquisitamente bello, mientras saltaba
sobre él. Pero estaba convencido de todo lo que le había dicho. No aceptaría
las mentiras. Jian era fuerte e inteligente. Estaba convencido de que, si era
severo con él, esas cualidades saldrían a la superficie.
Jian se sentó todo lo lejos de él que
pudo. El silencio y la tensión ocuparon el espacio. Empezó a sentir una rabia
impotente. Según él, todo lo que iba mal era su culpa y, encima, no podía
gritarle. ¿Dónde quedaba la justicia? ¿Cómo se atrevía a echarle la culpa por
lo de la prensa cuando había sido él quien había salido con modelos? En
comparación, él llevaba una vida de virtud. ¿Que no era perfecto?
¡Pues claro! ¿Acaso lo era él?
Con la rabia aún latiendo en su interior
le dedicó una mirada furiosa.
—¿De verdad te crees que puedo tener algún
interés en ser públicamente conocido como tu querido?
Sang tuvo que hacer un gran esfuerzo para
mantenerse en silencio ante semejante provocación. ¿Su querido? Apretó los
dientes y enlazó los dedos de las manos. En cuanto el avión aterrizó, el
personal se preparó para desembarcar y Justin, su asistente, se acercó a Sang.
Profesor de leyes y excelente administrador, el anciano hizo unas rápidas
preguntas para averiguar qué tenía que poner en el visado de entrada de Jian.
La rabia de Sang aún era intensa.
Impaciente por la burocracia y los pequeños detalles de los que la familia real
siempre había estado al margen, Sang respondió en su idioma y en un tono que
significaba que no quería más preguntas.
—Es mi pareja, no necesita visado.
Justin se quedó helado, después se retiró
e hizo una ligera inclinación de cabeza. Un silencio eléctrico lo envolvió
todo. Todo el personal se quedó quieto. Un casi imperceptible atisbo de color
apareció en lo alto de sus mejillas: Sang se dio cuenta de que por primera vez
en su vida había mostrado en público sus emociones. Rápidamente, decidió que su
franqueza podía haber sorprendido, pero no tenía por qué ser un fallo.
Cerró la mano sobre los pálidos dedos de
Jian. Seguramente no podría mantenerlo en secreto para la gente más cercana a
él. Aunque no había tenido planeado hacer ningún anuncio, al menos, razonó,
nadie podía plantear ahora nada porque el estatus de Jian en su vida no era
negociable.
—Me haces daño en la mano —dijo Jian
poniéndose de puntillas.
Sang lo soltó de inmediato, pero no dejó
que se fuera. Ya era suyo, pensó con satisfacción. Estaba en Bakhar con él. Le
acarició los dedos que le había apretado y mantuvo su mano agarrada.
Sorprendido por la respuesta a su mordaz queja, Jian lo miró. Una ligera
sonrisa se dibujó en la boca de él. Hundido por esa inesperada calidez, se
sintió mareado y falta de aire.
Desde el otro extremo de la cabina, Justin
vio el intercambio de miradas. De pronto entendió por qué se había arreglado el Palacio de
los Leones y se sintió horrorizado por haber malinterpretado sus intenciones.
¿Cómo podía haber sido tan estúpido de
pensar que el príncipe iba a desafiar las convenciones hasta el punto de
importar amantes extranjeros? En su lugar, lo que había hecho Sang era retomar
un modo tradicional de llegar al matrimonio. Y eso llenaría de alegría a su
familia y a todo el país.
Un matrimonio por declaración. ¿No era
algo típico de un príncipe heroico e independiente llevarse a casa un novio sin
todo el aparato habitual? En cuanto los empleados salieron del avión, Justin
tomó el teléfono para darle las buenas noticias al más cercano consejero del
rey, Paoh, y asegurarse así de que los rumores escandalosos no se extendieran
por palacio. Se mostró un poco decepcionado por el descubrimiento de que las
cosas no fueran del modo que había previsto.
Jian no estaba preparado para el
asfixiante calor de Bakhar a media tarde y se le olvidó que había decidido
mostrar su total desdén por Sang no dirigiéndole la palabra.
—¿Hace siempre este calor?
Incluso ese ligero atisbo de crítica por
Bakhar hizo que Sang cuadrara los hombros.
—Hace un gran día. Aquí no hay cielos
grises al principio del verano.
Una limusina con aire acondicionado los
llevó rápidamente hasta la terminal del aeropuerto. De allí pasaron a un
helicóptero blanco y dorado. Una vez a bordo, Jian se sentó y trató de no mirar
todo lo que le rodeaba con la boca abierta.
La vista pronto atrajo su atención. El
helicóptero seguía una escarpada cordillera montañosa y atravesó unos verdes y
fértiles valles antes de internarse en el desierto. Su primera visión de los
ocres campos de dunas lo dejó cautivado. Vio una caravana de camellos
atravesando el enorme vacío y un par de campamentos. Los niños corrían tras la
sombra del helicóptero y agitaban frenéticos los brazos. El desierto se
extendía delante de ellos como un vasto océano dorado.
—¿Cuánto queda? —no pudo evitar preguntar
finalmente.
—Otros diez minutos o así —Sang había dado
instrucciones a los pilotos de que hicieran un recorrido panorámico y el vuelo
había sido más largo de lo necesario.
Aunque normalmente encontraba refrescante
ver los paisajes de la tierra que amaba, apenas había apartado la vista de
Jian. Su ansia de poseerlo era tan punzante como un cuchillo.
Lo había mirado mientras se reía de
rodillas en el asiento y saludaba a los niños beduinos con juvenil entusiasmo.
Joie de vivre, lo llamaban los franceses y esa chispeante clase de alegría había tenido una vez un enorme atractivo
para un varón que había pasado de ser un niño serio a un joven muy grave. La
emoción que Jian mostraba con tanta libertad había sido una poderosa fuerza de
atracción. La exasperación le hizo apartar esos recuerdos. El presente, se dijo
a sí mismo sombrío, era más importante. Sí, Jian era muy deseable, pero ¿no lo
había comprado para acostarse con él?
Al darse cuenta de cómo lo miraba, Jian se
ruborizó y se sentó de un modo más circunspecto.
—¿Podré gritarte cuando lleguemos a donde
quiera que vayamos?
—No. Ya te he dicho lo que quiero y tienes
que esforzarte en dármelo —le recordó Sang con inmensa frialdad.
Un pequeño estremecimiento de tensión
nerviosa recorrió a Jian por el brillo que vio en su mirada.
—¿Qué pasa si te decepciono?
—No lo harás.
Jian respiró hondo.
—Creo que aprenderás deprisa —murmuró
Sang.
El rostro de Jian ardía. Giró la cabeza y
justo enfrente vio un inmenso edificio colgado de las rocas de una colina. El
helicóptero descendió cerca de los muros exteriores y aterrizó. Jian salió al
aire fresco mirando con ojos de fascinación los desgastados muros de las
antiguas torres.
—Bienvenido al Palacio de los Leones
—proclamó Sang mientras la vibración del móvil atraía su atención.
Se metió la mano en el bolsillo para
apagarlo. Siempre se había tomado muy en serio sus obligaciones, y fue un acto
que le supuso una pelea con su conciencia, pero estaba decidido a no distraerse
de Jian. Durante unas preciosas horas, se olvidaría de sus reales deberes.
Más allá de las torres había una entrada
aún más impresionante dominada por unas altísimas puertas talladas.
—Es un edificio antiguo increíble —señaló
Jian, intentando no parecer intimidado—. ¿Vives aquí?
—Me pertenece pero sólo vengo
ocasionalmente. Uno de mis antecesores construyó el palacio. Cuando nuestra
gente era nómada, éste era el lugar donde residía el poder en Bakhar. Mi abuelo
murió, nuestra ciudad principal creció y este edificio fue cayendo en desuso.
—Dios mío —no pudo evitar exclamar—. Es
como un viaje en el túnel del tiempo.
Sang se puso tenso. En un reducido plazo
de tiempo, su personal había hecho todo lo posible, pero se habían concentrado
en materias como la fontanería, la electricidad, el aire acondicionado que no
había…
—Totalmente fascinante —confesó Jian,
inclinando el cuello para ver un antiguo cuadro que había en la pared en el que
aparecía un hombre a caballo blandiendo una espada en medio del fragor de una
batalla.
OMG
ResponderEliminarYa llegaron!!!
Ahora empieza lo bueno!!!!
Ujuuuu