—¿En qué puedo ayudarte? —dijo Sang
arrastrando las sílabas.
Al instante Jian deseó colgar el teléfono
y darle una bofetada
porque supo que él sabía para qué llamaba. Se tragó su orgullo con
dificultad.
—Quiero aceptar tu oferta.
—¿Qué oferta?
—Has dicho que sólo había una cosa que
pudiera ofrecerte.
—Tu cuerpo —dijo Sang
saboreando cada sílaba—. A ti. Tendremos que reunirnos para discutir las
condiciones.
—¿Qué condiciones? —protestó él—. Sólo
quiero oír que la orden de desahucio no se va a cumplir.
—Reúnete conmigo mañana por la tarde en mi
casa de la ciudad — le dio la dirección—. Hablaremos de los detalles de nuestra
futura asociación. Vas a vivir en el extranjero. Eso te lo puedo adelantar
—cuando Jian iba a decir algo, alarmado por lo que acababa de escuchar, Sang
concluyó seco—. Será como yo diga.
Henry Lau detuvo su elegante Jaguar en una
plaza de una exclusiva zona residencial de Seúl.
—Buena suerte —dijo en tono alegre.
—Gracias —Jian abrió la puerta con una
sensación de alivio. Mentir le hacía sentirse incómodo.
Henry se había ofrecido a llevarlo cuando
su appa había comentado que tenía que ir al centro de Seúl esa tarde. Al preguntarle por
qué se tomaba una tarde libre en el trabajo, Jian le había dicho lo primero que
le había venido a la cabeza: que tenía una entrevista de trabajo. La excusa de
un nuevo trabajo era la cobertura perfecta si Sang seguía insistiendo con que
tenía que marcharse al extranjero.
—Recuerda, te daré unas referencias
excelentes. Volveré en una hora, supongo que ya habrás terminado —dijo Henry.
Jian estaba avergonzado.
—No es necesario.
Henry le dedicó una sonrisa irónica.
—Si te llevo de vuelta a casa, tendré una
excusa para ver a tu appa. No creas que no me he dado cuenta de que está bajo
de ánimo.
Salió del coche e hizo un gesto de dolor
por su capacidad de observación. Agradeció que sus hermanos no fueran tan
perspicaces. Subió los escalones hasta la impresionante puerta principal.
—¡Jian! —gritó Henry desde el coche—. Se
te ha olvidado tu bolsa.
Bajó los escalones corriendo para
recogerlo, se disculpó y le dio las gracias en un segundo. Entró al recibidor
de la casa acompañado por un sirviente que lo invitó a sentarse en una enorme
butaca. Un par de minutos después, un hombre barbudo de más edad se detuvo en
seco al verlo, una expresión de sorpresa atravesó su rostro de aspecto
inteligente. Con una amabilidad exquisita hizo una ligera reverencia, pasó a su
lado y desapareció.
Jian fue llevado a una enorme sala del
piso de arriba. Se alegró al ver que el sirviente hacía una reverencia en lugar
de arrodillarse.
—Joven Wang, su alteza real.
Sang lo miró con unos ojos tan fríos como el
hielo del Ártico. Iba vestido con una informal chaqueta gris y unos pantalones
negros. Casi parecía alguien normal. Aunque esa ropa acentuaba su belleza y la
gracia de su figura. Unos cuantos mechones indómitos se habían escapado y
ocupaban el espacio de encima de las cejas. Los recuerdos se avivaron y, con
ellos, la excitación que, rigurosamente, Sang sometió a control.
—Siéntate —dijo él en tono áspero.
Los ojos de Jian brillaban, Sang llevaba
un soberbio traje gris marengo, una camisa blanca y una corbata de seda azul
cobalto. Estaba increíblemente guapo. Y serio. Bueno, al menos eso era lo
habitual, se dijo a sí mismo para intentar recuperar un poco la confianza. Sang
con aire de reprobación no era algo nuevo para él.
Cuando había estado saliendo con él, se
había sentido en ocasiones como si le estuviera sometiendo a un meticuloso
programa de crecimiento personal. Sintió un calor incómodo, se desabrochó la
chaqueta, se la quitó y se sentó rígido en una butaca de brazos.
—No ha sido de muy buen gusto hacer que te
traiga tu amante — dijo Sang en tono de burla—, pero sí muy en la línea de
infantil desafío que esperaba de ti.
Jian respiró hondo para mantener el
control y centró su atención en los zapatos hechos a mano que llevaba él.
¿Infantil? Pensó en la orden de desahucio y la enorme cantidad de dinero a que
ascendía la deuda y decidió que pocos insultos podrían ofenderle. Por otro
lado, sí quería desmentir las falsas inferencias.
—Henry es lo bastante viejo como para ser
mi padre. Una vez trabajé para él. Eso es todo.
Sang le dedicó una impresionante mirada de
valoración.
—Asististe con él a una cena y es rico.
—¿Cómo sabes tú lo de esa cena? Es amigo
de la familia y necesitaba una pareja para el evento. Su saldo bancario no
tiene nada que ver —los ojos le brillaban de rabia y resentimiento—. Me doy
cuenta de que no te gusto y tienes una opinión de mí realmente mala, así que,
por favor, explícame qué hago aquí.
—Mírate al espejo —dijo Sang sin dudar.
Jian había esperado que él negara que no
le gustaba.
—¿Qué clase de tipo quiere tener una
relación con un joven que no le gusta?
—Define «relación».
Jian se ruborizó hasta la raíz del cabello
al descubrir que era extraordinariamente sensible a cada una de sus palabras y
humillaciones. Había captado el mensaje: su único interés era físico.
—Hablaste de reglas —dijo Jian cortante.
—Nada de otros hombres. Espero fidelidad
total.
Jian se sentía tan insultado por lo que
traslucían sus afirmaciones que se puso de pie de un salto.
—¿Qué demonios te crees que soy? ¡Nunca he
sido infiel a nadie!
Sang dejó escapar una carcajada de
desacuerdo.
—¡Sé que te acostabas con otros cuando
saliste conmigo hace cinco años!
Jian parpadeó y después clavó sus
incrédulos ojos en el rostro de Sang. Quedó consternado al comprobar que él
realmente creía que era cierto lo que decía.
—¡No me puedo creer que me estés acusando
de algo tan despreciable! ¿Por qué has decidido creer algo semejante sobre mí?
Por Dios, ¿por qué iba a salir contigo y ver a otros tipos al mismo tiempo?
—Yo sólo era alguien a quien sacar dinero.
Jian apretó los puños.
—¿Entonces por qué no te eché el lazo la
primera vez que pude?
—Poniéndome las cosas difíciles, me
enganchabas más.
Jian se dio cuenta de que llevaba mucho
tiempo haciendo que cualquier inconsistencia de su conducta sirviera para
apoyar lo que él pensaba. Había hecho que todo encajara.
—No me acosté con nadie más cuando salía
contigo… ¿Cuál es tu problema, Sang? ¡Estaba enamorado de ti! —le lanzó
enfadado con él y consigo mismo por sentirse herido por sus afirmaciones.
Ya le había resultado duro enfrentarse al
hecho de que él le consideraba avaricioso, pero que pensara que era un
cualquiera era como una bofetada en el rostro.
—Y quieres que me lo crea.
—¿Quiénes son esos hombres con los que se
supone que me acostaba? —exigió furioso.
—No le veo ningún sentido a hacer ahora un
recorrido por tu mala conducta del pasado —dijo con un gesto que era más que de
desdén.
Impertérrito, Jian alzó la barbilla.
—Sin embargo, a mí me encantaría hacer ese
recorrido, porque todo lo que has dicho es completamente falso.
—Esta discusión me aburre. Es una historia
del pasado —Sang descansó su mirada en su rostro preguntándose qué querría
conseguir con ese alegato de inocencia—. Naturalmente, yo he visto las pruebas
de esas acusaciones.
—Bueno, yo también quiero ver esas
pruebas.
—Eso no es posible. Tampoco quiero seguir
hablando contigo sobre este asunto.
Jian temblaba por el sentimiento de
vejación.
—No puedes acusarme de algo así y luego
negarme el derecho a defenderme.
Lo miró con los ojos entornados.
—Creo que puedo hacer lo que quiera. Si no
te gusta, por supuesto, eres libre de marcharte.
Jian se sentía tan herido que estaba al
borde de ponerse a llorar de rabia. El oscuro poder de Sang se le aparecía
sólido como una roca y tan implacable como su expresión. No aflojaría. Su
fuerza se había forjado con experiencias más duras de lo que él podía siquiera
imaginar.
Apretando los labios, Jian volvió a
sentarse en la butaca. Era un reconocimiento de la derrota, pero sabía que si
emprendía una batalla contra él, perdería. Y con él su familia.
Sang estaba convencido de que era un buscón
y parecía evidente que lo llevaba pensando mucho tiempo. Ya sabía por qué lo
había abandonado de un modo tan brutal, pensó con amargura. Le gustara o no, tendría
que guardar sus argumentos de defensa para un momento más propicio. Pálido como
la pared y con un esfuerzo que la autodisciplina exigía, se cruzó de brazos.
—Las reglas —dijo inexpresiva.
—Te esforzarás por complacerme.
—¿Puedes explicar eso con más detalle?
—exigió tembloroso.
—Nada de cosas a medias. Te diré lo que
quiero y te esforzarás por dármelo —explicó Sang con suavidad—. Decidiré dónde
vivirás, lo que te pondrás, cómo te comportarás, todo lo que harás.
Un esposo sumiso, pero sin anillo, pensó
Jian. Una mascota a la que poder llevar de la correa siempre. Se sintió
horrorizado ante la perspectiva de tener que entregar las riendas de su vida a
Sang, pero no le sorprendían sus expectativas: decirle a la gente lo que tenía
o no tenía que hacer era algo muy propio del futuro rey de Bakhar.
Por desgracia, para Jian todo aquello no
resultaba tan natural. Mientras que en otras áreas de su vida no había tenido
muchos problemas en aceptar la autoridad, un fuego de rebelión había prendido
dentro de él cinco años antes cuando Sang lo había abandonado.
—Creía… creía que sólo querías acostarte
conmigo —dijo Jian en un murmullo—. No creo que sea para tanto.
—Cuando el placer se aplaza, se disfruta
más —Sang se dio cuenta de que Jian arañaba compulsivamente la tela que le
cubría el regazo.
No podía ocultarlo. Aquello no se ajustaba
a la imagen que tenía de él y eso lo desasosegaba.
«No creo que sea para tanto». Estaba
sorprendido por un comentario tan poco seguro y la implicación que se deducía
de él de que el sexo para Jian no era algo tan excitante. ¿Cómo era posible que
un joven con su experiencia resultara al mismo tiempo tan ingenuo? Lo más
seguro era que estuviera intentando manipularlo para ganarse su compasión.
¿Había en él algo que fuera real? ¿Era
todo lo que decía parte de una actuación pensada para engañarlo? En su momento,
se había hecho tan bien el inocente, dando marcha atrás para asegurarse de que
él viviera atormentado por la pasión y el deseo. Ese recuerdo incrementó la rabia y la amargura que había mantenido
controladas durante cinco años. Lo había deseado como no había deseado nunca a
un joven.
—Da lo mismo —murmuró Jian, asqueado de la
fría entonación de Sang y preguntándose qué había ocurrido con su lado más
conservador. Aquello, en el pasado, le había hecho diferente de sus amigos.
Sin duda, esas civilizadas sutilezas
habrían desaparecido hacía mucho tiempo arrastradas por la ola del sexo
licencioso del que seguramente habría disfrutado desde que lo había abandonado.
¿Cómo se atrevía a acusarlo de infidelidad cuando lo había traicionado? Lo
odiaba por haber arrastrado su dignidad por el polvo. Lo odiaba por haberlo
juzgado tan mal, por su decisión de tener siempre la última palabra. Realmente
lo odiaba.
—Por otro lado, creo que no hay ninguna
razón por la que no me puedas dar un adelanto de lo que puedo esperar de ti
—dijo Sang con un timbre de seda en la voz.
Jian alzó la cabeza y lo miró consternado.
—¿Un… adelanto? —farfulló.
—Creo que me entiendes perfectamente.
Jian se quedó helado. Era una prueba,
estaba seguro. No podía creer que esperara que se acostara con él en ese
momento. Su mirada temblorosa se encontró con la de él.
Jian notaba en su rostro el calor de la
dorada mirada de él. Sintió que el corazón le latía con fuerza dentro del
pecho. Estaba en un estado de alerta tal que le costaba respirar y sentía la
boca seca. Era terriblemente consciente de la tensión de los pezones. Un calor
se extendía como un torbellino de miel por la zona de la pelvis. Se removió en
el asiento de pronto incapaz de permanecer quieto, sintiendo crecer el conocido
deseo como una maldición capaz de quebrar sus contenciones y romper todas las
barreras.
—Ven aquí… —exigió Sang con voz ronca,
agarrándolo de la mano y tirando de él para que se pusiera de pie.
Antes de que Jian pudiera siquiera
intentar resistirse a él, lo reclamó suavemente con los labios y un leve rugido
de deseo. El calor, la insistencia de su boca apoyada en la suya, le producía
una conmoción.
No le dio oportunidad de negarle a su lengua
el acceso al suave interior de la boca, lo que desató en él una violenta
reacción. Su pulso se desbocó. Todos sus sentidos se tambalearon. Su sabor era
adjetivo. Alzó las manos hasta apoyarlas en los anchos hombros, en principio
para mantener el equilibrio, pero después para estar más cerca de él.
Cada beso le hacía desear frenético el
siguiente. Sang le levantó el suéter y apoyó una mano en su pecho, rozándole un pezón. Jian
gimió de excitación. Las rodillas se le doblaron. Notaba una franja de tensión
en el vientre, una tormentosa sensación de necesidad que hacía que se apretara
contra él buscando alivio.
Sang lo agarró de las caderas para
colocarlo más cerca del creciente calor de su deseo. Estaba tan duro como el
acero. No se resistía a ninguno de los movimientos que él hacía. Experimentó
una sensación de triunfó. Recordó cómo hacía años había sido tan frío como una
estatua de mármol entre sus brazos. Se inclinó y lo levantó en brazos. Cuanto
antes satisficiera su deseo por aquel cuerpo perfecto, mejor. Jian tenía la
moral de una gata callejera. ¿Por qué iba a esperar?
Jian jadeó en busca de oxígeno. Temblando
como una hoja en medio de un huracán, abrió los ojos y los enfocó sobre el hermoso
y oscuro rostro de Sang. Lo llevaba en brazos como si pesara menos que una
muñeca.
—¿Adonde vamos? —preguntó.
Sang abrió una puerta de un puntapié.
Tenía citas, por no mencionar una reserva para volar a Nueva York. No le
importaba. Por una vez en su vida iba a hacer lo que quería hacer, no lo que
debía. Lo quería en ese momento, no quería esperar siquiera una hora. ¿No había
esperado ya cinco años? Lo dejó encima de su cama. Hundió las manos en la masa
de su cabello y después las deslizó por sus delgados hombros.
Sorprendido de encontrarse en una cama
cuando unos minutos antes estaba a salvo en un salón, Jian lo miró con los ojos
abiertos de par en par. El Sang que recordaba nunca lo había besado de ese
modo, ni lo había llevado a un dormitorio sin dudarlo. Lo había tratado con
respeto y contención. Estaba asombrado por el cambio que se había operado en
él. Aunque sólo brevemente privado de sus caricias, su cuerpo se retorcía con
una sensualidad tal que casi le dolía.
—Sang…
Sang se desabrochó el pantalón con aire
decidido. Sus abrasadores ojos dorados se clavaban en él con intensidad.
—Aquí, en mi cama, sellaremos nuestro
nuevo acuerdo.
—¿Ahora? —dijo Jian, horrorizado por
semejante declaración de intenciones.
Prefirió no pensar en cómo su entusiasta
respuesta a la pasión de él podía haberlo animado a creer que estaba dispuesto
a disfrutar de un aperitivo sexual de media mañana.
—Quiero decir, ¿aquí y ahora?
Sang lo observó con una fuerza imponente.
—Es mi deseo —dijo.
Estaba peligrosamente acostumbrado a que
se cumplieran sus deseos de inmediato, pensó Jian aturdido. Estaba aún luchando
consigo mismo para aceptar convertirse en el entretenimiento de Sang, en su
posesión, su juguetito, y se encontraba con aquello. De pronto el peso de todas
esas expectativas fue demasiado como para hacerle frente en ese momento.
—¡No puedo! —dijo ahogado—. Ahora no, aquí
no.
Apretó una mano en un gesto de frustración
y después lo volvió a soltar. La punzada de la excitación sexual era tan
afilada que casi producía dolor.
—Entonces, tendremos que esperar hasta que
llegues a Bakhar.
Lo último que había dicho él se asentó en
su cabeza. Lo miró a los ojos.
—¿Piensas llevarme contigo a Bakhar?
—Tengo un palacio en el desierto. El harén
está hecho a tu medida.
Sang estaba pensando con una satisfacción
salvaje en Jian en el Palacio de los Leones, aislado, alejado de las
tentaciones del resto del mundo y obligado a depender sólo de él para
tener compañía y
diversión. Pronto lo descubriría. Sería su proyecto más personal. No
habría más mentiras, más engaños ni
fingimientos.
Ofendido y convencido de que le estaba
gastando una broma pesada, Jian se escabulló de la cama y huyó tratando de no
mirarlo. Se detuvo al llegar a la puerta.
—Ya sé que me estás tomando el pelo. Me
contaste una vez que en Bakhar ya no había harenes.
Sang lo miró con gesto sardónico
disfrutando de su incredulidad y de la punzada de pánico que Jian no era capaz
de ocultar. Era una pequeña recompensa en comparación con la decepción sexual
que acababa de sufrir. Otra vez. No tenía sentido que lo animara tanto para
dejarlo siempre sin culminar. ¿Pero no era eso algo típico de Jian? Dejarlo
atisbar el provocativo sabor de su exquisito cuerpo para atormentarlo.
—Me refiero a que sé que eres demasiado
civilizado para tratarme como a un concubino… o algo así —dijo Jian con una voz
tensa apenas audible.
—Mi abuelo tenía cientos. No hablamos de
eso. No es políticamente correcto en estos tiempos. Pero en la casa real
siempre ha habido. La mayor parte eran regalos de sus familias. Se consideraba un honor entrar al harén
real y una buena forma de ganarse el favor de la familia reinante —confesó Sang en tono
perezoso, mirándolo abrir desmesuradamente los bellos ojos y la boca—. Yo
tendré que conformarme sólo contigo, pero piensa en todas las atenciones con
que contarás. Al menos no tendrás que compartirme ni que competir con otros.
—No voy a ser el concubino de nadie, y
menos el tuyo —gritó Jian, abriendo la puerta de un empujón y saliendo al
pasillo.
Sang, que nunca había pensado en sí mismo
como un hombre imaginativo, se imaginó a Jian vestido con algo casi
transparente reclinado en una de las camas del Palacio de los Leones, contando
las horas que faltaban para que él fuera a visitarle. Encontró esa imagen
mental tan atractiva que tuvo que hacer un gran esfuerzo para abandonarlo y
considerar los aspectos prácticos.
¿Cuándo había vivido alguien por última
vez en el viejo palacio? Tendría que mandar un ejército de criados al antiguo
edificio y reformarlo desde la cubierta hasta los cimientos para poderlo
ocupar. Sería un trabajo enorme. Su personal estaría extremadamente ocupado.
—¿Cuánto tiempo piensas que me quede en
Bakhar?
—Mientras yo siga queriendo acostarme
contigo —dijo Sang abriendo la puerta del salón.
—Si accedo… —dijo Jian tragando.
—Ya has accedido.
—Tienes que cancelar el crédito y poner la
casa a nombre de mi appa.
Sus coloristas ensoñaciones sucumbieron a
la evidencia del agudo sentido financiero de Jian. Lo miró con ojos duros.
—¿Crees que vales tanto?
Jian se prometió a sí mismo que algún día,
de algún modo, se vengaría de lo que le estaba haciendo. Pálido como un muerto,
se agarró las dos manos y se cubrió la mirada de rabia.
—Eso tú lo sabrás —dijo llanamente—, pero
si quieres que me entregue en cuerpo y alma y renuncie a toda mi vida sólo Dios
sabe cuánto tiempo, necesito saber que mi familia va a estar perfectamente
mientras yo estoy lejos.
—Habló el mártir —murmuró Sang con
desprecio.
Jian se contuvo y no reaccionó a un
comentario tan incendiario.
—¿Cuándo detendrás el proceso de
desahucio?
—El día que llegues a Bakhar. Eso te dará
unos diez días para que te organices.
—¡No puedes hacerlo así! —lo miró con
gesto reprobatorio.
—No confío en ti, así que mantendré la
presión. No habrá ninguna oportunidad
de renegociar buscando
condiciones más favorables
o lucrativas, ni tendrás oportunidad de romper el acuerdo —miró por la
ventana y vio el lujoso Jaguar que lo esperaba. Se volvió hacia él y lo miró
con fría intensidad—. Mientras tanto, tendrás que ser cuidadoso y comportarte
lo mejor posible.
—¿Comportarme lo mejor posible? —frunció
el entrecejo—. ¿De qué estás hablando?
—Tu amante ha vuelto a buscarte, pero no
puedes volver a subir a su coche, ni quedarte a solas con él ni con ningún otro
hombre. Soy un tipo muy desconfiado y te tendré vigilado desde el momento que
salgas de esta casa hasta que llegues a Bakhar. Si hay el más mínimo atisbo de
un flirteo o de una conducta reprobable, romperé el acuerdo y el desahucio
seguirá adelante.
Jian lo miró con muda incredulidad.
—Me estás asustando.
—Te estoy advirtiendo de que, si me
engañas, sufrirás las consecuencias. Líbrate ahora de tu anciano chófer. El
reloj ya está en marcha —murmuró Sang con una frialdad letal.
Jian rebuscó en el bolso, sacó el móvil y
llamó a Henry a toda prisa. Le dijo que le faltaba aún bastante tiempo para
salir y que no tenía ningún sentido que la esperase.
—Excelente. Siempre he estado convencido
de que con la dirección adecuada te parecería muy fácil seguir las
instrucciones —dijo Sang arrastrando las palabras.
Jian se estremeció de rabia y frustración.
Se sintió como en medio de un tornado y luchando por encontrar la salida. Pero
no se atrevía a explotar; no se atrevía a ofenderlo u oponerse a él porque
tenía el poder de hundir a su familia. Deseaba decirle cuánto lo odiaba, pero
en su lugar, el odio hervía a borbotones en su interior y tenía que aguantarse.
Alguien llamó a la puerta, entró y se
dirigió a Sang en su lengua.
—Tengo que irme al aeropuerto —dijo Sang—.
Haré que te lleven a casa. Estaremos en contacto para posteriores
instrucciones.
Jian alzó la cabeza y lo miró con sus ardiente
ojos negros.
—Sí, su alteza real. ¿Algo más?
—Me aseguraré de hacértelo saber —desde su
postura de poder y autoridad, sin siquiera notar su silenciosa hostilidad, Sang
le dedicó una mirada de fría satisfacción.
O____O
ResponderEliminarSang se va a arrepentir...
Jian~ bebé, hazlo sufrir cuando llegue el momento!!!
Concuerdo plenamente en que Sang se va arrepentir y mucho.
ResponderEliminarCuales seran esas pruebas que tiene Sang para realmente pensar que Jian lo traicionó?? pero cuando realmente se descubra la verdad Sang se va a arrepentir mucho ojala Jian no lo perdone tan facilmente y lo haga sufrir aunque sea un poquito.
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