Después de evitar el nuevo intento de
ataque, Sang lo soltó tan repentinamente que Jian acabó chocando con un mueble
que había detrás cayendo al otro lado con un golpe sordo.
—¿No va siendo hora de que aprendas a
controlar tu genio? — preguntó Sang con mirada oscura mientras lo miraba caído
sobre la alfombra. Se acercó a él, se agachó y lo ayudó a levantarse—. ¿Te has
hecho daño?
—No —avergonzado por su pérdida de
control, sacudió la cabeza.
Trató de disculparse, pero las palabras se
le quedaron trabadas en la garganta. En ese momento, lo odiaba con pasión.
Aunque sólo tuvo que encontrarse con su mirada para sentir una severa oleada de
anhelo que acabó con su orgullo.
Sang observó su boca y recordó su suave y
dulce sabor. Dejó vagar su imaginación mientras pensaba que por qué no hacía
realidad la fantasía. Jian a su entera disposición. A toda velocidad tomó una
decisión. Se permitiría a sí mismo una debilidad con él. Se permitiría cumplir
todos sus deseos hasta que se aburriera de esa rabia perfección.
Consciente de la tensión que había en el
ambiente, Jian estaba temblando. Dio un paso atrás y sus caderas chocaron
contra la pared. Apoyó los hombros contra él.
—No te estaba ofreciendo sexo —dijo a la
defensiva.
—Es lo único que puedes ofrecerme.
—Es lo único que puedes ofrecerme.
El silencio era vibrante.
—¿Estás loco? —le dijo apenas capaz de dar
crédito a lo que Sang acababa de admitir sin atisbo de vergüenza—. ¡No me puedo
creer que lo digas en serio! ¿Sexo en lugar de dinero? ¿Cómo puedes insultarme
hasta ese extremo?
—La mayor parte de los jóvenes consideran
un honor que les preste atención. La elección es tuya —lo miró y le alzó la
barrilla para que lo mirara—. Toma la decisión correcta y descubrirás que puedo
cancelar la deuda y darte los más dulces placeres.
Jian estaba sorprendido de que esa voz
grave estuviera haciendo que se le secara la boca y sintiera mariposas en el
estómago. Sang inclinó la cabeza y Jian sintió que el pulso le latía como un tambor por la anticipación. Una
vocecita en su interior le dijo que se alejara, que alzara una mano para
mantenerlo a distancia, que pusiera la cabeza fuera de su alcance. Oyó la voz,
pero permaneció inmóvil. La boca de él se acercó a la suya lentamente, un
lánguido sabor que desató un torbellino de sensaciones que se había obligado a
olvidar. Fue un beso apasionado. Un estremecimiento de deseo recorrió su delgado
cuerpo hasta detenerse entre las piernas.
Jian reaccionó a todas esas sensaciones
con horror. Se apartó de él y farfulló:
—¡No, muchas gracias! ¡Gato escaldado del
agua fría huye!
Sang lo miró con satisfacción.
—Así que aún puedes besar así…
—¡Deberías avergonzarte por tratarme de
este modo! —le dijo furioso.
Sang miró su reloj y murmuró:
—Tengo otra cita ahora. Se te acaba el
tiempo.
—Oh, no te preocupes… ¡Estoy bien! —Jian
dio la vuelta sobre los talones y abrió la puerta con una mano sudorosa.
Sang le dedicó una sonrisa sardónica.
—No podías esperar de verdad que volviera
a creerme las mismas historias.
Con el rostro encendido, Jian se marchó.
Jian volvió en tren a casa. Estaba
conmocionado. Todo lo que había pasado en la reunión con Sang le había afectado.
Su apasionada respuesta física lo había
recorrido como una riada y eso lo ponía furioso. Evidentemente odiar a Sang no
era ninguna defensa contra su persuasiva sensualidad. ¿Qué decía eso de su
inteligencia y autocontrol?
En ese terreno, reconoció con amargura,
nada había cambiado en cinco años. Sang sólo tenía que tocarlo para encenderlo
de deseo. Pero nadie sabía mejor que él que esa debilidad sólo conducía al
desastre. Su historia familiar lo demostraba. Su appa, tenía sólo diecinueve
años cuando se había quedado embarazado de él y se había tenido que casar a
toda prisa.
Las desgracias de Zhoumi no habían terminado ahí. A su marido le
habían molestado sus nuevas obligaciones familiares. Era un ambicioso joven
abogado que había sido un marido negligente y un padre ausente. Cinco años
después, Zhoumi se quedó viudo y se convirtió en un objetivo fácil para las promesas de
devoción eterna de Calvin. Locamente enamorado, Zhoumi había concebido su
tercer hijo a los pocos meses de iniciada la relación y se había lanzado de
nuevo a un matrimonio de resultados mucho peores que el anterior.
Jian reprimió un suspiro. Aunque se sentía
culpable al reconocerlo, había tratado de aprender de los errores de su appa y
había decidido que ningún hombre le haría perder la cabeza. En sus primeros
años de adolescencia había mostrado escaso interés por los chicos. Un Calvin
bebedor, maltratador y playboy lo había puesto en contra de todo el género
opuesto mientras hacía todo lo que podía para apoyar a su appa y a sus hermanos
pequeños.
A los dieciocho años, en el último curso
del instituto, cuando Calvin le había dicho que le había conseguido un trabajo
de jornada parcial como camarero en un club de un amigo suyo, se había sentido
indignado porque ya tenía un trabajo de fin de semana en un supermercado.
Desgraciadamente, cada vez que Jian se
había enfrentado a Calvin, éste había desatado su ira contra el resto de la
familia. Después de una semana de continuas discusiones y de ver a su appa
completamente angustiado, Jian había cedido. Aunque reconocía que ganaría más
dinero, sabía que las horas extra y el trabajo hasta tarde por la noche apenas
le dejarían tiempo para estudiar los exámenes finales.
Desde el principio, Jian había aborrecido
la atención y las miradas que le dedicaban los clientes. El club atraía a
profesionales de alto nivel, estudiantes adinerados y jóvenes malcriados que
habían bebido demasiado y pensaban que las camarero y camareras eran fáciles. Jian
pronto se dio cuenta de que el encargado sólo contrataba aquellos que fueran
más atractivos de lo normal. Algunos se acostaban con los clientes regularmente
como recompensa de los regalos y el dinero que recibían de ellos.
Jian llevaba trabajando allí quince días
cuando conoció a Sang. Su atractivo lo había dejado cautivado nada más verlo
bajando las escaleras. Cuando había girado la cabeza y puesto esos ojos en los suyos,
había literalmente dejado de respirar. No había podido evitar seguirlo con la
mirada y ver dónde estaba en cada momento con el objetivo de robarle otra
hipnotizadora mirada. Cada vez que lo había mirado, había descubierto que él le
miraba también. Aunque le resultaba violento, había sido incapaz de resistir la
tentación.
Un tipo alto de pelo oscuro se había
acercado a él al final de la tarde.
—¿Te apetece venir esta noche a una
fiesta? —le había preguntado con acento extranjero.
—No, gracias —había dicho llanamente y se
había marchado.
—Me llamo Kim Mingyu y tengo un amigo que
quiere conocerte — dejó una tarjeta y un billete de cien libras en la bandeja
que llevaba.—. La fiesta empieza alrededor de la medianoche. Con eso podrás pagar
el taxi.
—He dicho «no, gracias» —repitió con las
mejillas encarnadas, le lanzó el billete y volvió a alejarse.
Un momento después, una camarera llamada
Chantal fue a hablar con él.
—Has hecho que Mingyu se enfade. ¿No sabes
quién es? Es nieto de un magnate griego y está forrado. Da propinas increíbles
y organiza fiestas impresionantes. ¿Qué problema tienes?
—No me interesa relacionarme con los
clientes fuera del trabajo — podría haber dicho también que tenía clase al día
siguiente, pero el encargado le había advertido que no dijera que aún iba al
instituto porque eso podría dar mal nombre al club.
Cuando salió al aparcamiento a la hora del
cierre, un número sorprendente de vehículos seguían allí. Oyó un fuerte ruido
de risas masculinas. Se le cayó el corazón a los pies cuando vio al griego
bebiendo de una botella y apoyado en un Ferrari con sus colegas. Después, vio a
Sang ir directamente hacia él. Sintió pánico y se le quedaron los pies clavados
en el suelo. Era tan increíblemente guapo que estaba hipnotizado por la belleza
de sus facciones.
—Me llamo Sang —dijo en un suave murmullo
y le
tendió una mano con una
formalidad que lo tomó por sorpresa.
—Jian —dijo casi sin respiración, rozando
ligeramente la punta de sus dedos.
—¿Puedo llevarte a casa?
—Iré con uno de los chicos.
Sorprendentemente, Sang sonrió como si esa
explicación fuera perfectamente aceptable para él.
—Por supuesto, es muy tarde. ¿Me darías tu
número de teléfono?
La carismática sonrisa le hizo sentir que
sus defensas se desmoronaban.
—No, lo siento. No salgo con los clientes
del club.
La noche siguiente, el encargado lo
acorraló.
—Me he enterado de que anoche rechazaste a
uno de nuestros nuevos clientes más importantes, uno que es miembro de la
realeza —lo acusó.
—¿De la realeza? —repitió Jian con los
ojos abiertos de par en par.
—El príncipe Sang es el heredero del trono
de Bakhar y de un montón de pozos de petróleo —dijo Pete con mirada iracunda—.
Nuestros dos mejores clientes, Kim Mingyu y Park Hyungsik lo han traído. Esos dos también
están forrados. Se gastan miles de wons aquí y no quiero que un chiquillo
estúpido los ofenda, ¿está claro?
—Pero si no he hecho nada.
—Hazte un favor: sonríe dulcemente y dale
tu teléfono al príncipe.
Cambió la planilla de modo que en su
siguiente turno Jian atendió la mesa de los VIP. Ya que sabía quién era Sang,
se dio cuenta de que había unos guardaespaldas intentando sin éxito pasar
desapercibidos.
Incómodo por su condición de príncipe,
trataba con todas sus fuerzas de sacarlo de su cabeza, pero él dominaba todos
sus pensamientos y respuestas. Era como si un hilo invisible lo uniera a él;
notaba hasta el más pequeño de sus movimientos. Parecía ser el único del grupo
dotado de modales y buena educación. No bebía en exceso, no hacía locuras, era
siempre cortés. Además, era muy guapo, y Jian no dejó de darse cuenta de que
era el centro de las miradas de todos en el local.
La noche que tropezó y tiró una bandeja de
bebidas, todo cambió. Mientras sus alborotadores colegas se reían a carcajadas
por el espectáculo, Sang se puso en pie de un brinco y lo ayudó a levantarse
del suelo.
—¿Estás bien?
La mano de Jian temblaba rodeada por la dé
él mientras lo miraba a los oscuros ojos enmarcados por pestañas del color del
ébano.
—Cuando te has caído, se me ha parado el
corazón —dijo en un susurro grave.
Ése fue el momento en el que pasó de
sentirse simplemente atraído por su vibrante aspecto a estar completamente
enamorado de él, pero aun así se soltó de su mano de un tirón, murmuró un
«gracias» y desapareció a toda prisa.
¿Qué futuro tenía amando a un tipo que era
sólo un visitante ocasional de su país y, mucho peor, estaba destinado a ser
rey? Sus dos amigos se le acercaron más tarde esa noche y le advirtieron de que
las tímidas miradas que traicionaban su atracción por Sang no habían pasado desapercibidas.
Mingyu y Hyungsik prácticamente lo habían acusado de ser un provocador.
—¿Cuánto quieres por salir con él? —le
exigió.
Mingyu sacudiendo un fajo de billetes
delante de sus ojos.
—¡No eres lo bastante rico! —dijo
disgustado.
Esa noche se fue a casa hecho un mar de
lágrimas y allí se encontró con Calvin, bebido, reprendiendo a su appa junto al
encargado del club y quejándose de que él no mostraba una actitud amigable con
los clientes.
El siguiente fin de semana, el encargado le
dijo que tenía que sustituir a una de las bailarinas de las jaulas que estaba
enferma. Él se negó. Temeroso de perder el empleo y harto de que todo el mundo
lo criticara, aceptó diciéndose que ese vestuario no mostraba más de su cuerpo
de lo que se veía cuando iba a la piscina.
Cuando Sang llegó, le llevaron una tarta
de cumpleaños. Jian aún recordaba el momento en que se había dado cuenta de que
era él quien bailaba en la jaula: la conmoción, la consternación, el disgusto
que no había sido capaz de disimular. En ese mismo instante, bailar en una
jaula había pasado de ser lo que Jian se había dicho a sí mismo a ser
equivalente a bailar desnudo en medio de la calle. Cuando Sang se dio cuenta de
que lo estaba mirando, salió corriendo de la jaula y se negó a volverse a
meter. Una compañera, más tarde, le dijo que había sido una trampa.
—Es el veinticinco cumpleaños del
príncipe. Hyungsik y Mingyu pensaron que sería divertido que bailaras en la
jaula. Pagaron al encargado para que te obligara.
Jian nunca se lo había contado a Sang.
Contarle historias sobre sus mejores amigos no lo hubiera llevado muy lejos. En
lugar de eso, se echó la culpa a sí mismo por no haber tenido valor y haber
dicho que no. Con los ojos enrojecidos por las lágrimas continuó con su labor
habitual. Ya tenía una promesa de un trabajo a jornada completa durante el
verano en la empresa de Henry Lau, con lo que se consolaba con la idea de que
no le quedaba mucho tiempo de trabajar sirviendo copas. Por desgracia, el nuevo
trabajo supondría que no volvería a ver a Sang.
Cuando acabó su turno, salió del trabajo y
se encontró con que el tiempo era húmedo y frío y que el chico que normalmente
lo llevaba se había ido a una fiesta sin decírselo. Temblando mientras llamaba
a un taxi con el móvil, se quedó de una pieza cuado un Aston Martin plateado se
detuvo delante de él con un rugido. Sang salió del coche y lo miró
detenidamente en silencio y Jian supo que no le iba a decir nada porque hasta
entonces siempre le había dicho que no. Era demasiado orgulloso como para
volver a preguntar. Las lágrimas hacían que le escocieran los ojos; aún se sentía
completamente humillado por haber accedido a bailar en la jaula.
Cuando Sang rodeó el coche y se dispuso a
abrir la puerta del acompañante, uno de sus guardaespaldas se acercó corriendo
y lo hizo por él para evitar que realizara una tarea tan mundana.
—Gracias —dijo él con voz ronca y se metió
en el coche.
En ese momento, no era consciente de que
había tomado una decisión. Simplemente no había sido capaz de reunir el coraje
necesario para volverle a decir que no. Se dijo a sí mismo que, si mantenía las
cosas en un tono ligero como si fuera un romance de vacaciones, no sufriría.
—Tendrás que decirme dónde vives —murmuró Sang
tan tranquilo como si lo llevara acercando a su casa meses.
—Feliz cumpleaños —le dijo con voz temblorosa.
En los semáforos, Sang lo agarraba de la
mano y casi le hacía daño de lo fuerte que lo hacía.
—En mi país, dejamos de meter a la gente
en jaulas cuando se abolió la esclavitud hace cien años.
—No debería haber accedido a hacerlo.
—¿No querías?
—Claro que no… Además de por muchas otras
razones, no soy bailarín.
—No vuelvas a hacerlo —le dijo Sang con
una autoridad innata y al instante Jian deseó volverlo a hacer para demostrarle
su independencia.
Tuvo que morderse el labio para no
responderle con el tono desafiante que estaba acostumbrado a emplear con su
padrastro.
Y así empezó una relación que atrajo una
buena cantidad de comentarios desagradables por parte de los demás. Mingyu le
dejó claro que él lo consideraba igual que a los jóvenes de las secciones de
contactos. Hyungsik, el italiano delgado y sofisticado que completaba el trío,
parecía pensar igualmente que Jian no merecía ser tratado con respeto, pero no
era tan evidente su forma de demostrarlo. Si hubiera estado menos verde en lo
que respecta a los vínculos que existen entre los hombres, se habría dado
cuenta de que con enemigos tan poderosos como ésos, su relación con Sang estaba
destinada a terminar en llanto. Como el odioso Mingyu decía:
—¿Por qué no lo planteas en términos más
sencillos? —le oyó preguntar una noche a Sang— Los chicos conocen a las parejas,
los chicos se tiran a las parejas, los chicos dejan a las parejas. ¡No tengas
un romance con un camarero!
Como decía su repugnante padrastro:
—Bueno, deberías agradecerme haberte
conseguido ese trabajo que te va a permitir hacer fortuna. Dile que prefieres
dinero a diamantes.
Le surgió la posibilidad de alquilar una habitación durante el verano en una residencia de estudiantes y la aprovechó para escapar de Calvin y dejar el trabajo del club. Al mismo tiempo empezó su contrato temporal en el departamento de contabilidad de Lau Plastics.
Las semanas siguientes fueron las más
felices pero también las más tormentosas de su vida, porque Sang pretendía
marcar las normas como si fuera un comandante en jefe y no aceptaba bien los
desacuerdos.
Para Jian era un auténtico reto conseguir
que mantuviera las manos quietas, siempre que se sentía a punto de ser dominado
por la pasión, la prudencia le hacía recuperar el control. Era virgen y bien
consciente de que descendía de una familia de parejas realmente fértiles.
Estaba totalmente aterrorizado con la idea de quedarse embarazado. También
pensaba que no teniendo relaciones sexuales completas sufriría menos cuando Sang
volviera a Bakhar.
Hasta que el tren no se detuvo en la
estación, Jian no consiguió librarse de todos esos recuerdos. Mientras esperaba
el autobús, empezó a intentar ordenar lo que había sabido recientemente e hizo
un gesto de dolor cuando las cosas empezaron a encajar.
La cuestión económica lo contaminaba todo:
no sólo por el vergonzoso endeudamiento de su familia, sino también por lo que
parecía una descarada negativa a pagar la deuda.
Sexo… «Es lo único que puedes ofrecerme».
Aún ofendido por la frase, Jian no podía encontrar ninguna excusa para
semejante afirmación. Era evidente que eso era todo lo que había querido de él
siempre y el modo brutal en que lo había abandonado apoyaba también esa idea…
Se sentía orgulloso de no haberse acostado
con él cinco años antes, pero rápidamente el falso coraje por el orgullo herido
y la rabia empezaron a atenuarse al tener que afrontar la realidad.
Empezó a bajar la calle en la que vivía
aminorando el paso según se acercaba a su casa. Después de todo, ¿qué había
conseguido? No había logrado nada con Sang. Era triste que la fuerza, la
inteligencia y la tenacidad que había admirado una vez en él también hicieran
de Sang un enemigo de una efectividad letal.
Jian salió de sus pensamientos al ver a su
padrastro entrando en su baqueteado coche aparcado justo frente a su casa. Jian
se sorprendió porque nunca había demostrado el más mínimo interés por ver a sus
tres hijos.
—¿Qué haces aquí? —preguntó consternado.
—¡Métete en tus malditos asuntos! —dijo Calvin
con tono y gesto agresivo.
Muy preocupado, Jian lo miró salir
disparado en su coche. ¿Por qué había ido a su casa? Había ido a una hora a la
que sabía que su appa estaba solo. Fue directamente al taller de su appa. Lo
más elocuente de todo era que el bolso de su appa estaba abierto encima de la
tabla de planchar y había unas pocas monedas esparcidas alrededor.
—Me he encontrado con Calvin en la calle.
¿Ha venido a quitarte dinero otra vez? —preguntó Jian desesperado.
Zhoumi se vino abajo y le contó con todo
detalle toda la historia. Cuando Calvin había descubierto unos años antes que Sang
era el propietario de la casa, había acusado a Zhoumi de estafarlo con su parte
de la propiedad. Casi desde ese mismo instante su appa había vivido atemorizado
por sus amenazas y continuas exigencias de dinero. La rabia de Jian se iba
incrementando en la medida en que comprendía por qué su appa no había sido
capaz de pagar la renta. Entre bastidores, Calvin había seguido sangrando a su
familia.
—Calvin se llevó la parte que le tocaba
cuando se divorciaron. No tiene derecho a nada más. Te ha estado contando
mentiras. Voy a llamar a la policía, Appá…
—No, no puedes hacer eso —lo miró
horrorizado—. Woozi y Chenle se morirían de vergüenza si detienen a su padre…
—No, se morirán de vergüenza por lo que ha
estado pasando aquí, ¡por lo que has
estado aguantando por ellos! El silencio protege a los maltratadores como Calvin.
No te preocupes… Yo me encargaré —juró furioso consigo mismo por no haber
sospechado lo que estaba pasando.
El divorcio no había servido para
deshacerse de Calvin y trabajar para ganarse la vida nunca había sido su
estilo.
Estaba colgando el abrigo debajo de la
escalera cuando oyó al cartero. Se puso tenso al ver el conocido sobre marrón y
lo recogió del suelo. Sí, como había temido era otra carta de los abogados de Sang.
Respiró hondo y abrió el sobre. El sudor le cubrió la frente cuando se dio
cuenta de lo que era: una carta en la que se notificaba a su appa que debía
abandonar la casa antes de catorce días. Como había retrasos en el pago de la
renta, la propiedad iría al juzgado para recuperar la casa a final de mes.
Jian se llevó la carta con él al piso de
arriba. No podía afrontar entregársela a su appa en ese momento. Desde la
ventana miró a sus hermanos jóvenes, Woozi de diecisiete años y Renjun de nueve
que subían por la calle con los uniformes del colegio. Chenle arrastraba los
pies a su lado, un muchacho alto y larguirucho de catorce años que aún tenía
que crecer y cambiar la voz. Su hermano, Kun, estudiaba cuarto de Medicina y
llegaría a casa un poco más tarde.
Jian estaba muy unido a sus hermanos.
Habían pasado demasiada infelicidad cuando Calvin había convertido su vida en
un infierno, pero habían permanecido juntos. Eran buenos chicos, trabajadores y sensibles. ¿Qué
supondría para ellos perder su casa? Todo. Acabaría con la familia porque Zhoumi
con su agorafobia no podría soportarlo.
Cuando Zhoumi estallara, ¿qué
pasaría? Kun tendría que dejar la carrera y a Woozi le resultaría
imposible estudiar y seguir sacando sobresalientes.
Sólo había una salida, una forma de
proteger a su familia del horror de verse en la calle:
Sang.
Sang… y el sexo. Seguramente sería una
decepción para él, cuyas conquistas solían aparecer en las revistas del
corazón, descubrir que no tenía ninguna habilidad especial como amante. Sólo
ignorancia. Le vendría bien, pensó Jian apretando los labios. El sentido común
le decía que tendría que asegurarse primero de que cancelaba todas las deudas y
el desahucio antes de que se acostase con él y comprobara que no había valido
la pena renunciar a tanto dinero. Se vendería a cambio de dinero.
¿Sería capaz de acostarse con él sin
sentir nada? Seguramente, otros lo hacían. No tenía sentido ponerse puntilloso
con una realidad que demostraba que no tenía elección si quería evitar que su
familia acabara en la calle.
De pie junto a la ventana, llamó a Estar
Empire y pidió hablar con Sang. Varias personas trataron de hacerle desistir y
convencerlo de que se conformara con hablar con alguien de menor nivel.
Insistió recordando que había tenido ese mismo día una reunión con el príncipe
y que se sentiría muy decepcionado si no recibía esa llamada personal.
Sang estaba en una reunión cuando en su
PDA apareció un mensaje. Jian. Una sonrisa fría y lenta se dibujó en sus labios
mientras atendía la llamada en su despacho. Así que el pez había mordido el
anzuelo. Se sentía como un tiburón a punto de darse un festín. Finalmente era
suyo. Sólo para su disfrute. A su disposición donde él decidiera y por cuanto
tiempo quisiera.
Marcaría las reglas y él no lo soportaría.
Sus ojos brillaron de anticipación. Se lo imaginó recibiéndolo después de un largo
viaje por el extranjero y al instante supo dónde lo acomodaría. En algún sitio
donde su tendencia a la infidelidad no pudiera ejercitarse. Un lugar discreto
donde no tuviera otra cosa que hacer que dedicarse a ser su entretenimiento
sexual. No se le ocurría un sitio mejor que el palacio de su abuelo en el
desierto.
—¿En qué puedo ayudarte? —dijo Sang
arrastrando las sílabas.
Al instante Jian deseó colgar el teléfono
y darle una bofetada
porque supo que él sabía para qué llamaba. Se tragó su orgullo con
dificultad.
—Quiero aceptar tu oferta.
TT______TT
ResponderEliminarAhhhh
No!! Cosita mía!! No se vale! Jian~ ahhhh
Ojalá Sang se de cuenta de su error!