—¿Conoces a alguien al que le guste
casarse? —dijo entre carcajadas Sang, príncipe de Bakhar, tras considerar la
pregunta de su padre. La buena educación no le permitió una respuesta más
directa—. No, me temo que no.
El rey Jidwi miró a su hijo con inquietud.
Saber que había sido bendecido por el nacimiento de Sang acrecentaba su
sentimiento de culpa. Su hijo era todo lo que un futuro rey tenía que ser. Sus
excelentes cualidades habían brillado como un faro durante los oscuros días en
que Bakhar había sufrido bajo las despóticas leyes del tío de Jidwi.
A ojos de la gente, Sang no podía
equivocarse; había soportado muchas crueldades, pero se había convertido en un
héroe tras la guerra que había devuelto el trono a la dinastía legítima.
Incluso los rumores sobre que el príncipe en el extranjero era un reconocido
mujeriego, apenas disgustaban a nadie, todo el mundo aceptaba que se había
ganado el derecho a disfrutar de su libertad.
—Llega un momento en que un hombre debe
sentar la cabeza — remarcó Jidwi— y dejar a un lado los asuntos más mundanos.
Sang sonrió y miró sin expresión los
preciosos jardines, orgullo y alegría de su padre. Podía ser que, cuando fuera
algo mayor, también él se sintiera orgulloso de un seto bien podado, pensó
sarcástico. Aunque sentía un gran afecto por su padre, no estaban muy unidos.
¿Cómo podían estarlo? Sang tenía sólo cuatro años cuando había sido arrancado
de los brazos de su appa y se le había negado la posibilidad de cualquier
contacto con sus padres.
—No quiero casarme —afirmó Sang.
Jidwi no estaba preparado para una
respuesta tan audaz, en la que ni se ofrecía una disculpa ni la posibilidad de
un acuerdo. Asumiendo que había abordado el asunto de un modo torpe, dijo:
—Creo que el matrimonio aumentará tu
felicidad.
Sang casi hizo un gesto de dolor por lo
simple del argumento. No tenía semejante expectativa. Sólo una vez le había
hecho feliz un joven, pero casi igual de rápido había descubierto que estaba
viviendo un paraíso para tontos. No había olvidado la lección. Le gustaba su
libertad y le gustaba el sexo.
Disfrutaba de los jóvenes, pero sólo había
un espacio de su mundo privado que podían ocupar: la cama. Y lo mismo que
cuando se trataba de comer, prefería una dieta variada. Así que no tenía
ninguna necesidad de tener una pareja pegada a él de modo permanente.
—Me temo que no puedo estar de acuerdo con
esa afirmación.
El anciano decidió ignorar la frialdad que
había entre los dos y reprimió un suspiro. Le gustaría haber tenido la
oportunidad de haber podido disfrutar de
una pizca de la educación superior que había tenido su hijo y poder discutir el tema en igualdad
de términos. Sobre todo deseaba tener la capacidad de tratar con su hijo,
a quien quería
con todas sus fuerzas, pero por desgracia, no era capaz.
—Hasta ahora nunca habíamos estado en
desacuerdo. Debo de haberme expresado mal. O, quizá, no te lo esperabas.
—Nada de lo que puedas decir me hará
cambiar de opinión. No quiero tener esposo.
—Sang… —su padre estaba horrorizado por su
testarudez; además su hijo no era conocido por su capacidad para cambiar de
opinión—. Eres tan popular que podrías elegir a la pareja que quisieras. A lo
mejor te preocupa el tipo de pareja que se espera que elijas para casarte. Creo
que incluso una extranjera sería aceptable.
Un velo cubrió los brillantes ojos oscuros
de Sang. Se preguntó si esa referencia a las parejas extranjeras tendría algo
que ver con la desastrosa relación que había mantenido con un coreano cinco
años antes. La sola sospecha, despertó el feroz orgullo de Sang. Su padre y él
habían enterrado ese asunto sin siquiera comentarlo.
—Vivimos en un mundo moderno, pero tú
crees que debo comportarme como lo hicieron tus antepasados y tú, y que tengo que
casarme joven para tener un hijo, un heredero —dijo Sang con frialdad y dicción
crispada—. No creo que semejante sacrificio sea necesario. Tengo tres jóvenes hermanos mayores que yo con un montón
de hijos sanos. En el futuro, uno de ellos podrá ser el heredero.
—Pero ninguno
es hijo de rey. Algún día tú serás el rey. ¿Decepcionarás
a tu pueblo? ¿Qué tienes en contra del matrimonio? — exigió el anciano
incrédulo—. Tienes mucho que ofrecer.
Todo excepto un corazón y fe en el género
humano, pensó Sang con impaciencia.
—No tengo nada en contra de la institución
del matrimonio. Para ti ha sido bueno, pero no lo será para mí.
—Al menos reflexiona sobre lo que te he
dicho —presionó Jidwi—.Volveremos a hablar de ello.
Después de haber defendido su derecho a
ser libre tan resueltamente como había luchado para defender la libertad del
pueblo bakharí, Sang salió a grandes zancadas de las habitaciones privadas de
su padre. Estaba todo abarrotado de ministros de avanzada edad y cortesanos que
hacían una reverencia a su paso. Uno tras otro, los guardias presentaron armas
y saludaron a Sang mientras recorría antiguos patios y corredores hasta su
despacho.
—Oh… Pretendía sorprenderlo, alteza real —dijo una atractiva morena con ojos marrones en forma de almendra y piel cremosa al lado de un refrigerio que le había preparado en la espaciosa oficina exterior. Hizo una profunda reverencia lo mismo que el resto del personal que se ocupaba en responder los teléfonos—. Todos sabemos que normalmente trabaja tanto que se le olvida comer.
A pesar de que Sang hubiera preferido
estar solo en ese momento, estaba acostumbrado a las consideraciones que se
tenían normalmente con un príncipe. Hyunah era una pariente lejana. Con
sonrisas de modestia y conversación intrascendente, le sirvió un té y unas
diminutas pastas. Era evidente que el deseo de su padre de que se casara se
había filtrado a los círculos de la élite de Bakhar, así que no cometió el error
de sentarse y disfrutar de la conversación. Sabía que todo estaba destinado a
impresionarlo y mostrarle lo bien que resultaría Hyunah como reina.
—No he podido evitar ver la revista de los
alumnos de la universidad, alteza real —señaló Hyunah—. Debe de sentirse muy
orgulloso de haber sido el primero de su promoción en la Universidad.
—Por supuesto —dijo sin entonación y con
un gesto evasivo—.Tienes que perdonarme, tengo un compromiso.
Recogió la revista que había llamado la
atención de Hyunah y entró en su despacho. Se preguntó a cuantos números de esa
misma revista no había siquiera prestado atención durante años. Tenía pocos
buenos recuerdos de su época de estudiante en Corea, pensó mientras hojeaba la
publicación hasta detenerse cuando la visión del rostro de un joven su atención
de repente. Era Wang Jian llegando a un acto académico con una mano apoyada en
el brazo de un distinguido señor mayor que él.
Sang abrió la revista encima de la mesa
con manos no muy firmes. Fue la rabia, no los nervios lo que lo puso de ese
modo. Jian llevaba el cabello castaño apartado de la cara y un mojigato traje marrón.
Pero la verdad era que su belleza natural no requería aditamentos.
Apretó los dientes mientras leía el pie de
foto. A él no se le nombraba, pero su acompañante era el profesor Henry Lau, el
filántropo. Un rico… ¡por supuesto! Sin duda otro ingenuo al que desplumar,
pensó Sang con amargura.
Lo exasperó ser consciente de que aún
reaccionaba a la visión de Jian y los recuerdos que despertaba. Había sido un desagradable
incidente en se vida y un recordatorio de que tenía defectos. Cinco años antes,
podía haber sido un luchador curtido en el campo de batalla e idealizado por
sus compatriotas como un salvador, pero su tío abuelo había conseguido
mantenerlo virtualmente prisionero en Bakhar.
Había vivido bajo constante amenaza y
vigilado. Tenía veinticinco años cuando su padre había accedido al trono y él
había aprovechado la libertad de la que hasta entonces había carecido.
Había sido el rey Jidwi quien había sugerido que completara sus estudios en Corea. Sang podía haber heredado la brillantez intelectual de su appa y la agudeza de su padre, pero en esos tiempos tenía una escasa experiencia sobre cómo eran ciertas parejas. A los pocos días de llegar al complejo universitario, se había encaprichado de una extravagante joven.
Wang Jian había sido un camarero, bailarín
exótico y cazafortunas al mismo tiempo. Pero contó a Sang historias
conmovedoras sobre un padrastro maltratador y el sufrimiento que había
infringido a su familia. Lo había juzgado bien, se burló Sang de sí mismo.
Educado en la idea de que era su
obligación ayudar a aquellos más débiles que él, había desempeñado el papel de
caballero andante. Cegado por su belleza y sus mentiras, había estado
peligrosamente cerca de pedirle que se casara con él. ¡Menudo futuro joven rey habría
sido aquel Jezabel de extracción humilde! La amarga punzada de la humillación
que había sufrido aún tenía la capacidad de afectar a su ego.
Cuadró los hombros y alzó la orgullosa
cabeza. Realmente había llegado el momento de cerrar ese sórdido episodio y
arrumbarlo en el pasado.
Los pecadores tendrían que ser llamados
para presentar cuentas por sus pecados, no podían permitirse que siguieran
disfrutando de los frutos de su falta de honestidad.
Sang volvió a mirar con detenimiento la
foto de Jian y se maravilló de lo mejor que se encontraba una vez que había
reconocido lo que era su deber hacer. Se requería acción, no una retirada
estratégica. Se puso en contacto con su contable para confirmar que no se había
hecho ni un solo pago del préstamo sin intereses que había hecho a la familia Wang.
No se sorprendió de que se cumplieran sus
peores expectativas. Dio la orden de que se llevara el asunto con diligencia.
Fortalecido por un potente sentido de la justicia, tiró la revista.
Colocándose un mechón de cabello tras la
oreja, Jian miró con detenimiento a su appa, Zhoumi, totalmente consternado
mientras pedía una segunda oportunidad.
—¿Cuánto debes?
El joven cubierto de lágrimas miró
tembloroso a su hijo.
—Lo siento. Lo siento tanto… Debería
habértelo dicho hace meses, pero no me atreví. He enterrado la cabeza con la
esperanza de que los problemas se solucionaran solos.
Jian estaba realmente conmocionado por la
cantidad de dinero que su appa le había confesado que debía. Era sencillamente
enorme. Tenía que haber algún tipo de
error, de malentendido. No se podía ni imaginar cómo había hecho para meterse
en semejante deuda.
¿Quién había prestado tanto dinero a su appa
siempre falta de él? ¿Cómo demonios podía haber alguien que hubiera creído que
su appa devolvería alguna vez semejante suma? Pensó en los intereses y empezó a
plantear cuestiones encaminadas a enterarse de cómo se había originado esa
deuda.
—¿Desde cuándo tienes el préstamo?
Zhoumi se enjugó las lágrimas, pero no
miró directamente a su hijo.
—Hace cinco años… pero no estoy seguro de
si se puede llamar préstamo.
Jian estaba asombrado de que su appa
hubiera sido capaz de mantener tanto tiempo en secreto algo así. Recordaba muy
bien la lucha que había supuesto simplemente poner un plato de comida en la
mesa. Estaba desconcertado por la falta de certeza de su appa respecto a las
condiciones del préstamo.
—¿Puedo ver los papeles?
Su appa se levantó apresuradamente y hurgó
en un armario de la cocina lleno de envases de plástico. Miró a su hijo con
gesto de culpabilidad.
—He tenido que esconder las cartas para
que ni tus hermanos ni tú las encontraran y me preguntaran de qué eran.
Cuando dejó encima de la mesa una pila de
cartas, Jian tragó e hizo un gruñido de incredulidad.
—¿Cuánto hace que no eres capaz de pagar?
Apartándose el cabello de la frente con un
gesto nervioso, Zhoumi miró a Jian ansioso.
—Nunca he hecho ningún pago…
—¿Nunca? —interrumpió Jian al borde
del colapso.
—Al principio no tenía dinero y pensé que
podría empezar a pagar cuando las cosas me fueran algo mejor —dijo su appa
apretando un pañuelo de papel entre las manos—. Pero las cosas nunca fueron
mejor. Siempre había alguien que necesitaba unos
zapatos nuevos o un abono para el
autobús… o llegaba la Navidad y no quería desilusionar a los pequeños. No
tenían muchas más alegrías el resto del año.
—Lo sé —Jian se inclinó sobre la pila de
cartas sin abrir y respiró hondo.
Sabía que tenía que intentar disimular lo
hundido que se encontraba, pero le resultaba realmente difícil. Su appa era un
joven propenso a los ataques de pánico. Necesitaba que su hijo le proporcionara
seguridad y apoyo.
Habían pasado cuatro años desde la última
vez que Zhoumi había conseguido salir de su casa para enfrentarse al mundo. La agorafobia,
el temor a los espacios abiertos, había hecho de la casa de Zhoumi su propia
prisión. Pero eso no le había impedido trabajar para ganarse la vida. Era
increíblemente rápido como modisto y eso le había permitido mantener una
clientela estable. Por desgracia, tampoco eso le había permitido ganar mucho.
—¿De cuánto era el préstamo exactamente?
—preguntó Jian sumido en la confusión—. No creo que nadie viniera a casa a
ofrecerte mucho dinero.
Al otro extremo de la mesa, Zhoumi se
mordió el labio inferior. En su mirada había una expresión de vergüenza.
—Ésa es la parte que no quería contarte.
De hecho, ha sido la razón por la que lo he mantenido en secreto. Me hacía
sentir culpable y no quería molestarte. Sabes… Le pedí a Sang el dinero y él me
lo dio.
El rostro de Jian se quedó sin color. Sus
ojos parecían más brillantes por contraste con la palidez de su piel.
—Sang… —repitió débilmente con un nudo en
la garganta—. ¿Le pediste que nos ayudara?
—¡No me mires así! —jadeó Zhoumi mientras
las lágrimas le llenaban los ojos—. Sang dijo una vez que nos sentía como parte
de su familia y que así era como hacían las familias en Bakhar: todo el mundo
cuida de los demás. Estaba convencido de que iba a casarse contigo. Pensé que
estaba bien aceptar su ayuda económica.
Jian estaba horrorizado por esa
explicación. Cuando Sang había visitado su casa, había parecido apreciar su
grande y bulliciosa familia. La verdad era que sólo en esas ocasiones lo había
visto realmente relajado y con la guardia baja. No era sorprendente que su appa
se hubiera convertido en un gran admirador suyo.
Jian nunca había sido capaz de contarle a Zhoumi
por qué Sang y él habían roto su relación. Se puso de pie de un salto y paseó
hasta la ventana. Una carretera con mucho tráfico pasaba por delante del jardín
de la destartalada casa, pero Jian estaba tan perdido por la ola de rabia que
estaba experimentando que ni siquiera se dio cuenta del tráfico.
Por muy leal que fuera a su appa, se
sentía completamente humillado por lo que acababa de saber. Estaba destrozado
por haberse enterado después de cinco años de que su relación con Sang había
tenido una vertiente económica que desconocía. ¿Habría tenido eso algún efecto
negativo en la visión que de él tenía Sang? Se habría muerto de vergüenza si en
aquel momento hubiera sabido lo del dinero.
Sang era increíblemente rico y muy
generoso. ¿Le habría dado pena Zhoumi? ¿O había tenido una motivación más
oscura? ¿Habría pensado que el dinero haría que él estuviera menos nervioso a la hora de entregarle su
cuerpo? ¿Había intentado comprar así su virginidad? Sintió que su orgullo se
retorcía sólo ante la posibilidad. ¿Había sido injusto con él? Pensó que los
actos muchas veces gritaban más que las palabras. No se había acostado con Sang
y él lo había dejado en la cuneta sin ninguna clase de compasión.
—Estaba desesperado —admitió Zhoumi entre
dientes—. Sabía que no estaba bien, pero tu padrastro se había metido en
semejante lío con los pagos de la hipoteca… Estaba aterrorizado, pensaba que
podíamos quedarnos en la calle.
Con un gran esfuerzo, Jian cerró
mentalmente una puerta y con ella la poderosa imagen de Park Lee Sang, por
desgracia, se había enamorado con dieciocho años. La referencia que su appa
había hecho a su segundo marido ayudó bastante. Calvin Chen se había casado con
Zhoumi cuando era un joven viudo con dos hijos. En la superficie era un hombre
guapo, cálido y sencillo, pero había sido un maltratador espantoso que había
robado sistemáticamente a la familia. El nacimiento de tres hijos más y el
enfrentamiento con un marido infiel y mentiroso había provocado a Zhoumi
ataques de pánico y finalmente la agorafobia.
—Cuando le pedí ayuda a Sang, dijo que
compraría la casa y la pondría a su nombre para que Calvin no pudiera hacerse
con ella…
Jian se giró sorprendido por aquella
información que la había llevado de vuelta al terrible presente. Cada nueva
información era peor que la anterior.
—¿Me estás diciendo que Sang también es el
dueño de esta casa? —dijo horrorizado.
—Sí. ¡Al principio eso me hizo sentir
seguro! —gimió.
—¿Por qué no haces un poco de té mientras
echo un vistazo a todas estas cartas? —sugirió Jian con la esperanza de que la
rutina devolviera la tranquilidad a su appa.
Aunque su propio autocontrol se estaba
viendo sometido a una prueba casi insuperable a raíz de lo que iba
descubriendo. Por mucho que estuviera decidido a no dejarse llevar por el
pánico, no podía dejar de escuchar el nombre de Sang como un eco en el fondo de
su mente.
Ansioso por ocultar que estaba frenética
por la preocupación, empezó a colocar las cartas abiertas en montones según
fechas, pero recuerdos como destellos asaltaban su cabeza desde todos los
lados: Sang, guapo hasta quitar el aliento y a quien no había sido capaz de
quitar la mirada de encima la primera vez que lo había visto. Consiguió
quitarse su imagen de la cabeza y se concentró en las cartas. Se quedó en
silencio mientras leía a toda prisa.
Sang, o más probablemente sus
representantes legales, habían encargado a una firma de abogados de Seúl que se
aseguraran de que su appa recibía sus notificaciones. El precio de compra de la
casa había sido razonable. Se había adelantado otra importante cantidad de
dinero para cancelar unas cuantas deudas previas. Jian se iba poniendo más
tenso según leía.
Su appa había subestimado la cuantía de la
deuda. Zhoumi había firmado un contrato que lo reconocía todo y le habían dado
un plazo de un año para poner todos sus asuntos en orden: comprar la casa,
suscribir una hipoteca o bien pagar una renta. Jian leyó una copia del contrato
que su appa había firmado.
—¿Por qué firmaste un contrato de
arrendamiento? —preguntó Jian con la boca seca.
—Vino a verme el abogado y tuve que
decidir hacer algo.
—Pero no has pagado nada de renta,
¿verdad? —preguntó, que ya había visto una carta en la que se le reclamaban las
mensualidades.
—No, no podía —dijo mirándole temeroso.
—¿Ni siquiera un pago?
Jian pensó que al menos habría tenido
dinero para pagar el alquiler, pero de inmediato se avergonzó por no haber
estado más pendiente de la economía familiar.
—No, ni uno —esquivó la mirada de su hijo
y Jian se preguntó si no le estaría ocultando algo.
—Appá… ¿hay algún otro problema? —presionó
Jian.
Con la sensación de que había algo más que
le ocultaba, Jian sabía que no podía decirle lo que pensaba de las cartas. Su appa
era cariñoso y cuidaba de todo el mundo, sus cinco hijos lo adoraban. Era
también muy amable y trabajador, pero en lo referente al dinero o a los maridos
problemáticos era completamente inútil.
Ignorando las cartas había actuado de la
peor manera posible. Las de fecha más reciente eran frías y daban miedo. Se enfrentaban
a un desahucio. Jian sentía que el aire no le entraba en los pulmones: darle
semejante noticia a su appa estaba más allá de sus posibilidades. A Zhoumi le
daba miedo caminar hasta la cancela del jardín, así que ¿cómo se enfrentaría a
la posibilidad de verse literalmente en la calle? Y si no podía enfrentarse a
la situación, ¿cómo lo harían los cuatro hermanos pequeños de Jian?
—Jian… —Zhoumi miró a su hijo con el
corazón en un puño—. Lo siento de verdad. No te lo he dicho antes, pero me
siento tan culpable por haberme casado con Calvin. Todo nos ha ido mal desde
que cometí ese error.
—No puedes culparte por casarte con él. No
se mostró realmente como era hasta después de la boda y ya está fuera de
nuestras vidas, así que no volvamos sobre eso —urgió Jian en un tono
deliberadamente optimista—. Deja de preocuparte. Echaré un vistazo a todo y
veré qué se me ocurre.
El zumbido del timbre de la puerta sonó
extraordinariamente alto en medio del espeso silencio.
—Será un cliente —dijo Zhoumi recomponiendo
el gesto y mirando el reloj—. Será mejor que me eche un poco de agua fría en la
cara.
—Adelante. Yo abriré la puerta —Jian se
sintió agradecido por la interrupción, así no tenía que darle a su appa vanas
esperanzas de que todo se arreglaría.
Incluso atenazado por la conmoción como
estaba, podía ver pocas perspectivas de un final feliz para los apuros de su
familia. Después de todo, sólo la cancelación de la deuda podía resolver la
situación y eran pobres como ratas.
Jian se encontró con su último patrón, Henry
Lau, en el umbral de la puerta. Una vez más tenía los brazos alrededor de un
grueso rollo de tela de cortina. La visión hubiera provocado una sonrisa a Jian
un día normal, porque para decirlo en un lenguaje pasado de moda, y Henry era
un hombre pasado de moda, Henry pretendía a su appa.
Después de un encuentro ocasional con Zhoumi
un día que había acompañado al trabajo a su hijo, el hombre se había convertido
en un visitante habitual. Desde hacía unos meses, había cambiado de ropa y
otras cosas del hogar para tener la oportunidad de pedir a Zhoumi consejos
sobre colores, telas, estilos…
Jian acompañó a Henry a la sala de trabajo
de su appa en la parte trasera de la casa. El amable caballero había sido quien
lo había animado al principio a dejar su trabajo e ir a la universidad. El
erudito Henry, que había heredado una próspera empresa familiar, le había
asegurado que allí siempre tendría trabajo en los periodos de vacaciones.
Superviviente de un amargo y costoso divorcio, saldría huyendo en cuanto se
enterara de la situación económica de su appa, pensó con amargura. Pero bueno,
se dijo Jian, lo más probable era que entre su appa y Henry sólo hubiera una
buena amistad. ¿Desde cuándo había creído él en los cuentos de hadas?
A su adicto al trabajo padre, a quien
apenas recordaba, lo había matado un conductor ebrio cuando él tenía cinco
años. El segundo matrimonio de su appa,
había sido un
desastre. Maltratado e intimidado
por Calvin, Zhoumi no había sido capaz de proteger a sus hijos. El último año
de instituto de Jian, su padre lo había obligado a trabajar por las noches en
un sórdido club que pertenecía a uno de sus amigotes.
Jian volvió a pensar en el presente. Lo
que se necesitaba era acción, no perder el tiempo arrepintiéndose por cosas que
ya no se podían cambiar. Se acercó al teléfono y llamó a la firma de abogados
que aparecía en el membrete de las cartas para pedir una cita.
Después de explicar la extrema urgencia de
la situación, consiguió que la atendieran el día siguiente al final de la
mañana. Después llamó a su banco y preguntó cuánto dinero podrían prestarle. Sus peores temores se
cumplieron cuando le dijeron que no tenía patrimonio y aún estaba en período de
prueba en el trabajo. Nunca se había rendido fácilmente, así que llamó a otras
tres instituciones financieras.
Al día siguiente, se puso un traje
pantalón negro y se subió al tren de Seúl. Llegó puntual a las impresionantes
oficinas de abogados en la zona financiera. Lo acompañaron hasta el despacho de
un abogado. Se notaba tenso y, al cabo de unos minutos, tenía la sensación de
que cada palabra que conseguía articular simplemente rebotaba contra un muro de
piedra.
—No puedo hablar con usted de asuntos
privados de su appa, joven Wang —una explicación de la agorafobia de Zhoumi no
había servido de nada—. A menos, por supuesto, que usted tenga un poder
notarial que le permita hablar y actuar en nombre de la señor Chen.
—No… pero en su momento fui muy amigo del
príncipe Sang —se oyó decir Jian desesperado por probar su credibilidad de
alguna manera.
—No tengo constancia de que su alteza real
esté implicado en este asunto.
Jian se puso aún más tensa.
—Sé que el crédito fue adelantado por una
empresa llamada Star E…
—No puedo comentar asuntos confidenciales
con una tercera parte.
—Entonces —apretó los labios—, déjeme
hablar directamente con Sang. Por favor, dígame cómo puedo ponerme en contacto
con él.
—Me temo que eso no es posible.
Antes de que pudiera decir nada, el hombre
se puso en pie para indicar que la reunión se había terminado.
Menos de dos minutos más tarde, Jian
estaba de nuevo en la calle. Se sentía mortificado por el recibimiento que
había tenido. Se subió al autobús con destino a la opulenta embajada de Bakhar
donde su petición de un número de teléfono a través del cual poder hablar con Sang
fue recibido con una sonrisa cortés que no le hizo avanzar ni un milímetro en
su proceso de acercamiento. Su única opción era dejar su número de teléfono
para que se lo pasaran a su personal.
Durante su insatisfactoria visita no fue
consciente de la presencia de un hombre mayor de pelo plateado que había salido
de su despacho en cuanto había visto su nombre aparecer en la pantalla de su
ordenador. Con el ceño fruncido lo observó marcharse.
Decidido a no abandonar, fue a la
biblioteca más cercana para conectarse a Internet. Se enfadó considerablemente
al descubrir que Sang estaba en Seúl en ese momento y que nadie se lo había
dicho, pero cuando vio que la fecha de una gala benéfica a la que iba a asistir
era ese mismo día, se animó.
O____O
ResponderEliminarInsisto, la falta de comunicación, nos va a matar algún día!!!