—Un divorcio rápido no es una opción que
me guste —lo miró con los ojos brillantes de renovada energía—. No hay ninguna
razón para que no intentemos sacar lo mejor de este embrollo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó de pronto consciente
del ardiente calor que aún notaba en los labios.
Sin previo aviso, descubrió que estaba
reviviendo el placer de su boca recorriendo su pecho y el latido de la parte
más sensible de su cuerpo. Respiró con dificultad avergonzado por su
susceptibilidad.
Tenso por la excitación, Sang hizo un
valiente intento de superar la barrera de su fiero orgullo y tender un puente
que lo llevara de la coerción a la aceptación. Se acercó a Jian.
—Despierto o dormido, estás en todos mis
pensamientos. Mi deseo por ti no es mayor que el tuyo por mí. Quiero estar
contigo.
Jian tragó saliva y se odió a sí mismo por
sentirse tentado. Pero Sang sólo quería acostarse con él. Eso era lo único
que le había interesado siempre, se dijo. Pero su cuerpo aún ardía con la
respuesta sexual que sólo él
conseguía despertar. Le encendía porque sabía perfectamente de qué
estaba hablando él. Todos los días, todas las horas, todos sus pensamientos
estaban centrados en él hasta el punto de la obsesión, pero ésa era una verdad
que nunca le reconocería.
En cualquier caso, tenía cosas mucho más
importantes de qué preocuparse. En una hora, cualquier
cosa parecida a una
certeza se había desvanecido. Le pareció vergonzoso que sólo con haber estado
entre sus brazos hubiera olvidado pasado y presente debido a la pasión
¿Qué arreglaría o clarificaría compartir
la cama con él? ¿Dónde quedaban su
orgullo y su sentido común? Lo primero era que estaba en Bakhar por su familia.
Se recordó que aún tenía que ver alguna prueba de que la amenaza contra su
seguridad había desaparecido.
—Lo que necesito saber ya es que la orden
de desahucio se ha suspendido —murmuró tenso.
—Ya está hecho.
Un silencio tenso se instaló entre ambos
mientras Jian se mordía incómodo el labio inferior.
—¿Y la casa… está ya otra vez a nombre de
mi appa?
—Por supuesto.
—¿Lo del crédito pendiente se ha
arreglado?
Sang inclinó su orgullosa cabeza en un
gesto de asentimiento.
—Me gustaría verlo todo por escrito —dijo
agarrándose una mano con la otra disimulando su incomodidad e intentando
parecer una negociante fría como una vez le había dicho él.
—Si ése es tu deseo, me aseguraré de que
veas la documentación —afrontó la
falta de confianza en su palabra y no hizo más comentarios.
Se dijo a sí mismo que no era sorprendente
que los aspectos económicos fueran su primera preocupación. ¿No había sabido
siempre que para Jian el dinero era lo más importante? Pero no pudo sofocar el
aumento de su propio disgusto.
—Y me gustaría ver las pruebas que dices
que tienes de mis aventuras con otros hombres.
Sang disimuló su helada mirada. Estaba
decidido a no rendirse a esa demanda en particular. Poner frente a él pruebas
innegables de su promiscuidad en la juventud sólo conseguiría enfrentarlos en
un momento en que necesitaba su cooperación. Si Jian rechazaba comportarse como
su esposo, su padre y el resto de su familia se enfrentarían a situaciones muy
embarazosas. Además, demasiada gente inocente podía sufrir las consecuencias de
su falta de juicio.
—Me temo que eso no es posible.
Parecía estarse disculpando, pensó Jian
poco convencido. Iba a decirle algo, pero en ese momento, sonó el móvil de
Sang.
El gesto de él se endureció y apretó los
labios.
—Mis jóvenes hermanos, Jeup y Taeho,
acaban de llegar.
En una enorme sala de recepciones que
había en el piso de abajo, fue presentado a dos jóvenes vestidos a la moda que
tendrían alrededor de cuarenta años. Un poco mayores de lo que Jian había
esperado. Ambos hablaban un excelente coreano y saludaron a su hermano con
afecto mezclado con respeto.
—El rey nos ha pedido que te digamos que
lleves hoy a Jian para que pueda conocerlo —dijo un joven de aspecto animado, Jeup,
que luego saludó a Jian con cálidas palabras de bienvenida.
—Hay muchos preparativos que hacer —añadió
Taeho con entusiasmo—. ¡Las próximas semanas van a ser muy excitantes! Espero
que puedan venir ahora. Así no haremos esperar a nuestro padre.
Jian reparó en que Sang parecía que se
hubiera vuelto una talla de granito. Sintió que se le caía alma a los pies,
pero siguió manteniendo una sonrisa en los labios. Era consciente de la opinión
tan mala que Sang tenía de él y la sensación de que odiaba tener que
presentarlo como su prometido a su padre. Sus hermanos lo presionaron con
apenas contenida tensión hasta que accedió con un asentimiento de la cabeza.
Sang dio una palmada y un criado apreció tras una puerta. Sang dio unas
instrucciones.
—Nos iremos de inmediato —murmuró sin
ninguna expresión.
El gran palacio donde vivía la familia
real estaba situado a unos kilómetros de la próspera capital. En cuanto el
helicóptero aterrizó, Jeup y Taeho se separaron de Sang y Jian para volver a
sus casas dentro del complejo de palacio, un enorme edificio de piedra tallada
rodeado de jardines y fuentes. Jian no pudo evitar hacer un comentario de
sorpresa.
—El viejo palacio sufrió serios daños
durante la guerra. También se asoció con las dos décadas de desgobierno de mi
tío abuelo —explicó Sang—. Este nuevo palacio se construyó como símbolo de
esperanza en el futuro.
—Es colosal, impresionante —Jian lo miró
de modo extraño y súbitamente abandonó el tono forzado a favor de la
sinceridad—. ¿No hay ninguna forma en que pueda evitar conocer a tu padre?
Sang apretó la mandíbula.
—Recibiéndote tan deprisa, el rey te está
haciendo un gran honor.
Jian se puso rojo de turbación.
—Creo que me has entendido mal. Da lo mismo.
—Mi padre es un hombre agradable.
Rápidamente ha asumido que entre nosotros existe auténtico afecto.
Jian sintió dolor al escuchar el
comentario sarcástico, pero levantó la barbilla. Para añadir el insulto a la
injuria, Sang procedió a darle una serie de recomendaciones sobre cómo ser
amable y respetuoso en presencia de la familia real de Bakhar.
—No hay nada malo en mis modales —le dijo
tirante—. No voy a ser maleducado.
—No quería ofenderte —Sang estaba
simplemente preocupado por que fuera a producirse ese crucial encuentro sin
ninguna preparación.
Jian fue guiado a la sala de audiencias.
El rey Jidwi era un hombre alto de unos sesenta años, vestido con ropas
tradicionales que añadían dignidad a su aura de tranquilidad. La amable sonrisa
que iluminaba su rostro sorprendió a Jian e hizo que desapareciera gran parte
de la tensión. Le dio la bienvenida a Bakhar en
un coreano lento y correcto, abrazó a su hijo con entusiasmo e informó a Jian
de que sería muy feliz de reconocerlo como un nuevo hijo. Jian estuvo
sorprendido de que en lugar de estar desolado por la repentina boda de su hijo
con un joven coreano, el anciano estuviera encantado.
Sang se preguntaba por qué su padre estaba
tan feliz con el supuesto matrimonio. ¿Habría llegado a temer que su hijo
permaneciera soltero para siempre? ¿Era para su padre cualquier esposo mejor
que no tener ninguno? ¿Era por eso por lo que no había planteado ni una sola
pregunta difícil a ninguno de los dos?
El rey dijo que era de gran importancia
que Jian recibiera apoyo y ayuda para que pudiera sentirse en su casa en el
palacio real y en el país.
—A diferencia de tu appa, tu esposo
llevará una vida expuesta a la opinión pública —remarcó su padre gravemente—.
Es lógico que Jian tenga que prepararse para ese papel antes de la boda.
«¿Qué boda?» Casi preguntó Jian, pero
consiguió morderse la lengua en el último segundo. Temía demasiado decir algo
inapropiado. Miró de soslayo a Sang y vio que estaba tan molesto como él con el
asunto. Sospechó que le estaba racionando la información hasta los límites de
lo estrictamente necesario y sintió un ligero resentimiento.
—No estoy convencido de que Jian tenga que
tener un papel público —respondió Sang.
Jian trató de ignorar la falta de
entusiasmo que mostraba Sang con que él asumiera las responsabilidades
asociadas a ser su esposo. Era normal, se dijo. No había ninguna necesidad de
que hiciera del asunto una cuestión
personal. Por desgracia esas reflexiones tan llenas de sentido común no
evitaban que se sintiera reducido y perdedor antes de empezar la carrera.
Su padre parecía encantado.
—Hijo, no puedes casarte con un joven educado
y con estudios y pretender que sea sólo para ti. ¡La oficina de la corona ya ha
organizado que sea tu esposo quien inaugure el ala de cirugía del nuevo
hospital el mes que viene! Todos estos asuntos serán más fáciles si Jian tiene
oportunidad de estudiar nuestra historia, protocolo e idioma. Así estará más
cómodo vaya a donde vaya dentro de nuestras fronteras.
Después de la reveladora reunión, Jian se
encontraba aturdido y tenso. Parecía que tenía por delante una protocolaria
boda para cumplir con las convenciones. La sola idea le hacía sentirse incómodo.
Aún más, hacerse pasar por el esposo de Sang prometía ser un difícil reto.
—Lo has hecho muy bien con mi padre.
Estaba impresionado.
—Estaba tan nervioso que apenas he dicho
ni una palabra —confesó—. No sé casi nada ni de ti ni de tu familia, y tenía
miedo de decir algo y que se me notara. Tus hermanos son mayores de lo que
esperaba. ¿Por qué nunca hablabas de tu familia cuando eras estudiante?
—Hace cinco años mi padre y mis hermanos
aún eran extraños para mí.
—¿Por qué? —preguntó desconcertado.
—Mis dos jóvenes hermanos y mi hermana son
hijos del primer esposo de mi padre, quien murió de fiebres después del
nacimiento de Yujin. Yo soy el único hijo de su segundo matrimonio. Cuando yo
tenía cuatro años mi padre se hirió en un accidente de equitación —explicó
Sang—. Su tío ocupó el cargo de regente y aprovechó la ocasión para usurpar el
trono. Mi padre estaba postrado en la cama cuando su tío me separó de mi
familia y me tomó como rehén.
—¿Durante cuánto tiempo?
—Hasta que fui adulto. Él no tenía ningún
hijo y me nombró su heredero para mantener contenta a alguna de las facciones.
Me envió a una academia militar y después ingresé en el ejército. La seguridad
de mi familia dependía de su buena voluntad.
Jian estaba horrorizado.
—Dios mío, ¿por qué nunca me has contado
nada de esto? Quiero decir, que sé lo de tu tío abuelo y la guerra, pero no
sabía que te habían separado de tu familia cuando eras un niño.
—Nunca le he visto sentido a regodearse en
las desgracias.
—Tu appa debió de sufrir muchísimo.
—Eso creo. No volví a verlo jamás. Cayó
enfermo cuando yo era adolescente, pero nunca se me permitió visitarlo.
Quizá por primera vez entendió Jian el
origen de la implacable fuerza y la autodisciplina que había en el corazón del
carácter de Sang. Había aprendido a ocultar sus emociones y hacerse idólatra de
la autosuficiencia. No sorprendía que le costase tanto confiar.
—Mi casa aquí, en palacio, es
extremadamente privada —remarcó Sang.
En un magnífico recibidor circular lo bastante
grande como meter a una orquesta, Jian se detuvo.
—El rey dijo algo sobre una boda.
Sang despidió con un gesto a los
sirvientes curiosos que se habían apostado junto a las escaleras y a quienes
Jian no había visto. Abrió una puerta y dio un paso atrás. Jian lo precedió en
una enorme sala de recepciones decorada al estilo oriental con suntuosos sofás
y una alfombra tan exquisita que parecía un pecado caminar sobre ella.
—Habrá una boda de estado a finales de
mes. No se puede evitar — murmuró Sang—. Mi pueblo espera ese espectáculo. Si
no, habrá demasiadas murmuraciones.
Jian estaba rígido de incredulidad, pero
no dijo nada. Se sentía como si se lo estuvieran tragando las arenas movedizas
y sólo él fuera consciente de la situación.
Sang continuaba con su política de ignorar
amablemente las señales de tensión que emitía. Si se convertía en un ejemplo,
era posible que él, con el tiempo, imitara su actitud.
—¿Puedo encargar que nos traigan la cena?
—preguntó él—. No sé tú, pero parece que hace una eternidad que no comemos, y
yo tengo hambre.
La referencia a la comida fue la
proverbial última gota para Jian. La tensión lo superó y abrió las manos y los
brazos en un gesto de desesperación.
—No puedo hacerlo, Sang… ¡De verdad que no
puedo! ¿Cómo te las arreglas para actuar como si todo fuera normal?
—Disciplina —dijo él con tranquilidad.
—Bueno, es extraño y antinatural —le dijo—.
Tenemos que hablar de todo esto…
—¿Por qué? No puede cambiarse nada.
Estamos casados. Soy tu marido. Tú eres mi esposo. Debemos hacer lo que se
espera de nosotros.
—¡El sacrificio no sale de forma natural a
los que no hemos sido educados para ser reyes y perfectos! —afirmó Jian.
—No estoy tratando de ser perfecto.
—Tu padre y tus hermanos son encantadores.
¡Me han dado una bienvenida fantástica! —Jian sacudió la cabeza intentando
buscar las palabras adecuadas con las que expresar su incomodidad con el papel que le estaba obligando a
representar—. ¿Engañarlos haciéndoles creer que somos una pareja auténtica no
te importa?
—Por supuesto que me importa, pero es el
menor de dos males. Sólo puedo arrepentirme de las acciones que nos han llevado
a esta situación, pero también acepto que la verdad sería una vergüenza y un
disgusto, no sólo para mi familia, sino para mi pueblo. Un respetuoso
fingimiento es lo único que podemos ofrecerles.
Jian estuvo tentado de buscar algo grande
y pesado y lanzárselo con la esperanza de que así le diera una respuesta menos
lógica y desapasionada.
—Pero esto es una pesadilla.
Acostumbrado a su tendencia por la
exageración, Sang lo miró con ojos de aprecio. Incluso después de haber pasado
un día que hubiera llevado casi a cualquiera al borde de la histeria, aún
estaba asombroso.
—No es una pesadilla —dijo él con
suavidad.
—Bueno, ¡para mí lo es! —dijo permitiendo
finalmente que su enfado se le notara en el rostro ante tanta indiferencia por
sus sentimientos—. No suelo mentir a la gente. No me siento cómodo fingiendo.
No tengo ni la más remota idea de cómo actuar como esposo tuyo…
—Puedo ayudarte. Deberías haber entrado en
nuestros aposentos, saludado al servicio y aceptado las flores y las
felicitaciones. Deberías haber ordenado la cena.
Jian abrió la boca de par en par. ¿Qué
servicio? ¡No había visto ningún servicio! ¿Y por qué volvía a hablar de
comida? Después de un día pasando de una conmoción a la siguiente, ¿de verdad
era en lo que podía pensar?
—O podías haber subido al piso de arriba
derecho a la cama conmigo —señaló Sang intentando cambiar un hambre por otra
que cada ver crecía más al mirarlo—. Ahora puedo decirte que el sexo es una de
las prioridades de mi lista. Cumple mis expectativas en ese aspecto y te
consideraré el esposo perfecto.
Jian estaba mudo de asombro. Por una vez,
pudo ver que él no tenía intención de ser gracioso. Se había mostrado tal y
como era cuando le había informado de que sus prioridades eran las mismas que
las de un neandertal: sexo y comida.
—No aspiro a ser el esposo perfecto y, si
ésa es la forma en la que se supone que vas a darme ánimos e inspiración, ha
sido mucho peor — dijo Jian—. Me has pedido mi cooperación. Como parecía tener
muy poca elección, he seguido adelante con esto, ¡pero no tenía ni idea de lo
grave que era la charada que me estabas preparando!
—Nuestro matrimonio no tiene que ser una
charada —dijo él con rabia contenida.
—¡Y yo no tengo que ser un concubino con
un estúpido matrimonio fingido si no quiero! —afirmó Jian y se cruzó de brazos.
Estaba dispuesto a cooperar en lo relativo
a la ceremonia, pero eso era suficiente. Todo lo que fuera más allá de la
cooperación, tendría que ganárselo. Y sus indirectas sobre el sexo y la comida,
no iban en la buena dirección.
—Jian…
—Atrévete a decir sólo una palabra más
sobre lo mejor que puedo hacer para cubrir tus expectativas y te juro que
gritaré hasta que me amordaces —amenazó con la voz una octava por encima de lo
normal—. No me estás persuadiendo. Estás tan mal criado, tan acostumbrado a que
hagan lo que tu quieres…
—¿En qué me estoy equivocando contigo? A
lo mejor en hablar demasiado cuando sería preferible pasar a la acción —caminó
hacia él amenazándolo con una mirada de fiereza y, sin dudarlo, lo abrazó.
Jian estaba tan desconcertado por ese
movimiento en medio de la discusión que perdió unos segundos preciosos que le
hubieran permitido retirarse. Entre tanto, Sang alcanzó su boca y desencadenó
una estremecedora reacción en cadena en todo su cuerpo. Le devolvió el beso con
una salvaje urgencia. Lo deseaba, lo deseaba, lo deseaba… ¿sólo como concubino?
¿Un concubino favorito?
Esas palabras y el recuerdo de cómo lo
había amenazado con enseñarle a rogar sus atenciones sexuales, volvieron a
rondarle. En un brusco movimiento se soltó de él y se alejó unos pasos con unas
piernas que apenas le sostenían.
Sang estaba temblando, su cuerpo gritaba
por liberarse. «No me estás persuadiendo», había dicho. Se sintió ofendido
cuando comprendió el significado de esas palabras. ¿Qué le parecía persuasivo a
Jian? Cuando la respuesta se le hizo evidente, cerró los puños y lo odió tanto
como lo deseaba. La fuerza de ese torbellino interior amenazaba con hacerlo
pedazos.
—¿Cuánto? —preguntó en tono iracundo—.
¿Cuánta persuasión económica quieres para meterte en la cama conmigo?
Conmocionado por la pregunta, Jian se
quedó pálido. ¿Aún pensaba así de él? Por supuesto que sí. ¿No había accedido a
acostarse con él como pago de una cuantiosa deuda? Su rabia empezaba a
apagarse, pero se sentía horrorizado por la creencia que tenía él de que haría
cualquier cosa por dinero.
—No quiero tu dinero —susurró apretando
los dientes para que no se le notara el temblor de los labios—. Por favor, no
vuelvas a hacerme una oferta como ésa jamás.
Sang estaba ansioso por creer que había
malinterpretado su conducta.
—¿Entonces por qué nos niegas lo que los
dos deseamos?
Con la respiración entrecortada, Jian se
giró en redondo y le dio la espalda.
—El sexo no es tan sencillo para mí como
para ti. Puede que haya aceptado proteger a mi familia al precio de mi orgullo,
pero ya no estoy en venta. Lo siento si piensas que eso no es honrado —murmuró a la defensiva—, pero
creo que es un trato justo que haya aceptado actuar como tu esposo para agradar
a todo el mundo. Mantendré la actuación todo el tiempo que me pidas. Será un
reto increíble, ya que no puedo pensar en mí mismo como tu esposo.
Luchando para controlar su hambre, Sang lo
contempló con pasión.
—¿He malinterpretado lo que querías decir
con persuasión? Jian dejó escapar una risa ahogada.
—Sí, pero no te preocupes por eso. Todo lo
que te pido son habitaciones separadas.
—¿Es eso lo que quieres? —preguntó con el
ceño fruncido. Sang apenas podía dar crédito a lo que estaba diciendo.
—Es todo lo que quiero, créeme —no lo miró
porque no tenía ninguna fe en lo que estaba diciendo, aunque pensaba que era lo
que debía decir.
Lo deseaba con cada fibra de su cuerpo,
pero no se rebajaría hasta el punto de acostarse con un hombre que asumía la
posibilidad de pagarle su placer. Era el peor enemigo de sí mismo, pensó con
pena. Unas pocas palabras de ruego, incluso una referencia de pasada a la
belleza del atardecer del desierto y lo hubiera tenido por nada. Pero la
adulación y las palabras románticas nunca habían sido el estilo de Sang.
—Será como tú quieres. Tengo trabajo.
Discúlpame —respondió Sang con una amabilidad escrupulosa.
La puerta se cerró y el silencio lo
envolvió todo. Jian respiró largamente. Se pasó los dedos por los labios y algo
como un gemido se formó en sus cuerdas vocales, obligándole a apretar los
dientes en busca de autocontrol.
Cenó solo en un comedor con paredes y
suelo de mármol. Se comió todo lo que le pusieron delante aunque no le supo a
nada. ¿Qué había ido tan mal entre Sang y él como para que pudiera tener tan
mal concepto de él? ¿Por qué estaba tan convencido de que se había ido con
otros a espaldas de él? Era inteligente, racional. ¿Cuál era esa prueba de su
infidelidad que consideraba irrefutable? Sabía que, por su propia autoestima,
tenía que descubrirlo.
Allí sentado solo, recordó lo locamente
enamorado de Sang que había estado. Recordó momentos estupendos con él, dulzura
y pasión. Una vez, el tubo de escape de un coche había hecho mucho ruido en una
calle; dando por sentado que eran disparos, Sang lo había tirado al suelo y lo
había protegido con su cuerpo, cuando creía que estaba en peligro, había
antepuesto su seguridad a la suya propia.
Nadie se había ocupado antes realmente de él.
Aunque se había burlado, le había gustado porque, durante demasiado tiempo, él había
tenido que ser el fuerte de la familia y ocuparse de todos los demás. Se había
apoyado en Sang y lo había sentido como un gran apoyo, incluso aunque la fuerza
de la pasión que sentía por él le había dado miedo tanto como lo excitaba.
Decidido a no dejarse herir, había creído que controlaba por completo sus
emociones. Después, cuando menos se lo esperaba, se había deshecho de él, y sus
ilusiones se habían desvanecido más rápido que la velocidad de la luz.
Un día todo iba bien y al siguiente todo
había terminado. Sang había quedado con él para comer. Había estado sentado
esperando a que lo recogiera. Había pasado la hora, pero no había aparecido;
tampoco había llamado. Había tratado de llamarlo a su móvil, pero no había
respondido. Al día siguiente fue a su casa donde el servicio no lo había dejado
entrar.
Ninguna explicación, ninguna disculpa,
nada. Durante unos días había vivido negando su creciente pena, hasta que una
tarde, un amigo le dijo dónde podría encontrarlo. Y se fue a buscarlo.
La fiesta era en el apartamento de Mingyu.
A través de la muchedumbre, vio a Sang en un sofá con un sexy pelirrojo encima.
Sang, a quien se suponía que no le gustaban esas expresiones públicas de
intimidad, estaba besándolo.
Algo había muerto en su interior y todas
sus pretensiones de dignidad se hundieron mientras buscaba el camino de salida.
Se había marchado convencido de que lo había cambiado por alguien sexualmente
más disponible. Lo irónico había sido que sólo entonces se había dado cuenta de
lo que lo amaba.
Mientras revivía el terrible dolor de la
traición de Sang cinco años atrás, alzó la barbilla. De ninguna manera iba a
darle la oportunidad de hacerle pasar otra vez por esa agonía. Podía seguir
sintiéndose atraído por él como una polilla por la llama de una vela, pero eso
no significaba que tuviera que rendirse a su debilidad. Los acontecimientos los
habían hecho más iguales, se dijo para reforzarse.
Estaba obteniendo cooperación en lugar de
sexo como devolución de la deuda. Al menos ser su esposo le dejaba alguna
dignidad y ya había descubierto que no podía tratar a un esposo como a un
concubino.
Podía no sentirse como si estuvieran
casados, pero intentaría ser el esposo perfecto. Cuando se marchara de Bakhar,
el príncipe Sang y su familia sentirían que habían perdido a alguien que había
sido un sólido activo para él. ¡Y no se quedaría ni por un millón de wons,
aunque se lo pidiera de rodillas!
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