—No creo que cinco años saliendo con
supermodelos, actores y celebridades haya sido mucha pena para ti, Sang.
Sang se volvió del color de la ceniza.
Quería que lo mirara, pero Jian no lo haría. Había en él un distanciamiento que
nunca había visto antes. No sabía qué decirle. No podía negar lo de los
supermodelos o actores, pero ninguno le había hecho feliz. Ninguno había sido
él.
—No te había olvidado. Nunca he podido
olvidarte —dijo casi sin aliento.
Jian no estaba impresionado.
—Sólo por el insulto a tu orgullo. Eso
te dolió.
—Querías venganza.
—Quería que volvieras…
—Querías venganza. Como si no hubiera sido
suficiente que me abandonaras sin una palabra. Como si no hubiera sido
suficiente que tuviera que verte besando a otro. ¡Como si no hubiera sido
suficiente que dejaras a mi appa cargado de deudas!
—Lo que dices es cierto. No puedo
defenderme.
—¿Pero sabes cuál es tu peor pecado? ¡Que
yo no te importaba lo bastante como para dudar de ese informe! —afirmó furioso
Jian haciendo que el resentimiento superara a la amargura—. Antepusiste tu
orgullo a todo.
—Ahora no lo haría —murmuró Sang casi
para sí.
—Oh, sí, lo harías. Anoche, en lugar de
concentrarte en mí, fuiste a darte una maldita ducha y después fuiste a ver a
tu padre. ¡Querías echarle la culpa a alguien! No podías anteponerme a mí o a
mis sentimientos —acusó.
—No fue así —dijo Sang después de un
profundo suspiro—. Estaba tan enfadado por lo que había perdido…
—¡No me perdiste, me abandonaste!
—Ya sé que he cometido muchos errores
contigo, pero no voy a dejar de intentarlo. Me niego a aceptar que el pasado
acabe con nuestro matrimonio.
—Pero ese matrimonio es menos de lo que yo
merezco y no pienso aceptarlo —protestó Jian con vehemencia—. Tu padre está
manifiestamente en contra de que yo forme parte de su familia, aunque es
demasiado educado para revelar sus reservas.
—Mi padre no está en tu contra —afirmó
Sang con seguridad—, ¿No te he dicho cuánto se arrepiente de sus dudas de
cuando te conocí? Parece como si siempre hubiera estado angustiado por ser el culpable del final
de nuestra relación. Está muy satisfecho de que nos hayamos casado y más que
impresionado por lo bien que has asumido tu función pública.
Jian sacudió la cabeza.
—Pero soy tu esposo sólo porque tu
venganza se volvió contra ti. Cuando vi el informe, me puse enfermo de ira
porque hubieras sido capaz de creerte esa basura… Nunca podré perdonarte eso.
—Pero aún eres mi esposo e iría en contra
de mi naturaleza dejar que te fueras —dijo Sang con tranquilidad—. Haré todo lo
que esté a mi alcance para conservarte. Mi falta de criterio es el causante de
esto. Creo que puedo lograr que nuestro matrimonio sea como tú te mereces.
Las lágrimas que había conseguido contener,
estaban empezando a ahogarle. Le dolía la garganta y apenas podía tragar. Sang
se estaba echando las culpas de todo y, al contrario de lo que esperaba, eso no
le estaba gustando. Era consciente de lo duro que él trabajaba en todos los
aspectos de su vida. Cargaba con una gran responsabilidad. No parecía justo que
también tuviera que trabajar para sacar adelante su matrimonio.
Había sido la debilidad de su padre y el
no haber sido sincero con su hijo lo que había provocado aquella situación.
Sang había caído en una trampa por enamorarse lo mismo que él y era un
luchador, así que había respondido con su agresividad natural.
Se sintió mal por estar intentando
justificarlo. Se sintió como alguien que dudaba indeciso ante el último bote
salvavidas de un barco que se hundía. Ese barco era lo que se imaginaba que
sería vivir en un matrimonio sin amor. En una unión semejante, jamás se
sentiría realmente necesario o especial para él y se vería siempre obligado a
mantener los sentimientos bajo llave para, que él no se sintiera incómodo.
Sólo saber que no era amado haría que
tratara constantemente de ser el esposo perfecto y lo más a que podría aspirar
en respuesta sería el aprecio y la aceptación.
Involuntariamente, guiado por fuerzas más
poderosas que su voluntad, Jian miró de soslayo a Sang y fue como si su propio
cuerpo estuviera gritando por el temor de tener que sobrevivir sin él. Por una
vez, esa respuesta no tuvo que ver con la sorprendente atracción sexual que él
ejercía. Podría perfectamente encadenarse a él, reconoció con amargura.
Había dentro de él una persistente
necesidad de estar con Sang y de aceptar lo que le ofreciera. Aunque en su
interior aún estaba furioso de indignación, dolor y rabia por el odioso
informe, sabía que aún lo amaba lo bastante por los dos.
En un esfuerzo para levantar el ánimo,
Jian recordó que había infravalorado su importancia para Sang cuando éste era
estudiante. Había asumido que lo único que él había buscado era pasarlo bien, especialmente en la cama,
mientras que la realidad era que había
estado incluso haciendo planes de boda. Animado por esa información, fijó los
brillantes ojos en él.
—¿Estabas enamorado de mí hace cinco años?
Sang se quedó helado. Parecía alguien a
quien se ponía antes un pelotón de fusilamiento sin previo aviso.
—Yo… me gustabas mucho.
Era una respuesta que le habría encantado
si los dos fueran niños.
Consciente de que no había dicho lo
adecuado, Sang dijo de pronto:
—¿Si te digo que te amaba, te quedarás
conmigo?
Y esa respuesta de Sang, quien apenas
decía una palabra sin pensarlo tres veces incluso en momentos de estrés,
iluminó a Jian sobre los motivos de su esposo. Nunca había sentido más
vergüenza de sí mismo. A menos de veinticuatro horas de la boda de estado, se
había largado.
Enfadado, herido y humillado y con la
necesidad de devolver el golpe de la única forma que sabía, había escapado. Sin
duda Sang había pensado que su conducta era muy inmadura. Había tenido que
seguirle y tratar de persuadirlo de que volviera a Bakhar con él. ¿Qué otra
elección tenía él? Si su esposo lo abandonaba, se sentiría humillado. No era
jugar limpio preguntarle si lo había amado.
—Creo que deberíamos comer algo. ¿Has
desayunado? —preguntó Jian cambiando de asunto para olvidar la estúpida
pregunta y su reveladora respuesta.
Sang alzó las cejas sorprendido. Podía
verlo luchar contra su desconcierto.
—No, no he podido.
Jian respiró hondo. Se acercó a un timbre
que había en la pared y lo apretó. El silencio se arremolinaba como un mar
tormentoso lleno de peligros. Apreció un criado y le pidió el desayuno en un
árabe lento y cuidado.
Sacudido por la pregunta que le había
planteado, Sang se había sentido capaz de decirle cualquier cosa que quisiera
oír, incluso si eso suponía mentir por primera vez en su vida. Pero sólo se
había sentido así diez segundos, las mentiras le parecían demasiado peligrosas
en el clima que se había creado. Sabía exactamente lo que sentía por Jian. Era
su esposo con todo lo que eso conllevaba y quería, algo de lo más natural,
llevárselo de nuevo a casa.
—Aprendes deprisa —dijo Sang mirándolo con
ojos brillantes.
Jian se preguntó si se referiría al idioma
o a cómo poner fin al tipo de conversación sentimental que él consideraba tan
insoportable.
—Creo que me gustaría aprovechar la
oportunidad de ir a ver a mi appa ya que estoy aquí —dijo en tono prosaico.
—Una idea excelente.
—Podríamos ir a visitarlo los dos —añadió
por si no había captado el mensaje que intentaba enviarle.
—Por supuesto.
De nuevo el silencio lo ocupó todo.
—¿Estamos de luna de miel? —se oyó
preguntar Jian con la esperanza de que él comprendiera el significado de esa
menos que sutil cuestión.
Sang permaneció en silencio y después una
carismática sonrisa brilló como un destello en su hermosa boca.
—Estaba planeado. ¿Por qué crees que he
estado trabajando tanto las últimas semanas? Tenía que dejar algunas cosas
resueltas.
Esa sonrisa hizo que el corazón de Jian se
volviera del revés y se le secara la boca. Esa sonrisa tenía la fuerza bastante
para hacerle subir una montaña. Quería correr por el salón como un cachorro
juguetón. Lo pensó justo en el momento en que, afortunadamente, llevaron el
desayuno y evitaron que se comportara de ese modo.
Cuando los dos fueron a casa de su appa
ese mismo día más tarde, Jian se sintió agradecido por la distracción después de
tanto drama. Encontraron allí a Henry Lau disfrutando del té de media tarde y
los bollos caseros. Zhoumi estaba feliz por la llegada de su hijo y su yerno, y
Henry rápidamente se disculpó. Pero Sang habló un buen rato con él mientras
Jian charlaba con su appa. Se sintió muy feliz cuando Zhoumi le contó que Henry
lo había convencido de salir de casa y sentarse en su coche unos minutos el día
anterior.
—¿Y conseguiste hacerlo sin sufrir un
ataque de pánico? —Jian estaba sorprendido porque todos sus hijos habían hecho
grandes esfuerzos para convencer a su appa de que se enfrentara a su fobia en
lugar de sucumbir a ella.
—Henry me ha animado. Me ha llevado casi
dos semanas salir por la puerta, pero tengo que aprender a manejar todo esto
ahora que te has casado con Sang. Kun pronto se marchará de casa también —
señaló Zhoumi—. Necesito ser más independiente.
Zhoumi le entregó a su hijo varias cartas
que habían llegado para él. Mientras su appa hacía más té, Jian leyó su correo. La dirección
de la última carta estaba escrita con una letra que no conocía. La abrió y
sacó una hoja de papel. Era una mala
fotocopia de una fotografía de un joven bailando dentro de una
jaula. Jian sintió que el pulso se le disparaba. La miró horrorizado. Podía ser
él tanto como cualquier otro. Era imposible saberlo. Debajo de la fotografía
había un número de un móvil.
—¡He hecho más té! —dijo Zhoumi mientras
Jian se escabullía para hacer una llamada.
—Sólo serán un par de minutos —dijo Jian
cerrando la puerta tras salir.
Reconoció la voz de Calvin en cuanto
respondió al teléfono. Sintió una arcada.
—Soy Jian, ¿por qué me has mandado esa
foto?
—Tengo varias fotos de ti bailando en la
jaula.
Jian apretó los dedos en torno al
teléfono.
—No recuerdo a nadie haciendo fotos esa
noche. No te creo.
—Es cosa tuya lo que quieras creer, pero
ahora eres de la realeza, esas fotos tienen que valer una fortuna. Supongo que
Sang pagará una buena suma para tenerlas para él solo —su padrastro soltó una
risita sórdida—. Por su puesto, si no estás interesado, sólo tienes que
decirlo. Un joven príncipe medio desnudo dentro de una jaula gustará a la
prensa del corazón.
Jian se sintió mareado. Calvin le estaba
haciendo chantaje. ¿Le había hecho fotos alguien? ¿Su colega a lo mejor? No
tenía ni idea. Sería mucha más humillación para Sang y su familia que un esposo
que huye. Se encogió ante la posibilidad de que esas fotografías aparecieran en
la prensa.
—¿Cuánto quieres?
—Sabía que lo verías desde mi punto de
vista y preferirías que todo quedase en la familia. Quince de los grandes.
Aunque estaba más blanco que la pared,
Jian decidió echarse un farol.
—Entonces tendré que hablar con Sang para
pedirle el dinero, yo no tengo acceso a esa cantidad.
—Mantenlo fuera de esto —dijo a toda prisa
Calvin agitado ante la idea de que Sang se viera implicado—. ¿Te tiene
controlado el presupuesto? ¿Cuánto puedes conseguir deprisa?
—A lo mejor cinco mil —musitó avergonzado
sabiendo que no estaba haciendo lo correcto.
Todo el mundo sabía que era una estupidez
sucumbir al chantaje. Él también lo sabía, pero la sola idea de Sang volviendo
a ver una fotografía de él le hacía ponerse enfermo. No se había gastado nada
de la asignación que le habían puesto en una cuenta a su nombre. Se dijo que
gastarse ese dinero en recuperar las fotos era menos malo que avergonzarlo con
la prueba gráfica de sus errores de juventud.
Calvin regateó locuaz y finalmente dijo
que aceptaba si eso era lo más que podía ofrecerle.
La puerta se abrió y Jian dio un respingo.
Sang estaba en el umbral. Le hizo un gesto de interrogación con la ceja al
notar su tensión.
—Te mandaré un cheque —dijo a Calvin y
cortó la comunicación.
—¿Hay algún problema? —preguntó Sang.
—No, nada… sólo una estúpida factura que
se me olvidó pagar. Un poco vergonzoso —murmuró con los dientes a punto de
castañetearle sólo de pensar en que descubriera lo que iba a hacer.
—Mi gente se ocupará. Dame los detalles
—dijo Sang.
—No, me ocuparé yo. ¿Cuándo volvemos a
Bakhar?
—Cuando tú quieras.
Jian estudió la corbata de seda. No se
atrevía a mirarlo a los ojos porque era demasiado observador e inteligente.
Después de su desagradable charla con Calvin, Bakhar parecía brillar como un
puerto seguro en el distante horizonte.
—¿Podemos irnos esta noche?
Cuando Sang habló, su sorpresa era
evidente.
—Creía que preferirías algo más
cosmopolita para la luna de miel… París, Río…
—El Palacio de los Leones. Nunca me
enseñaste el harén —le recordó Jian pensando que ese lugar remoto en el desierto
estaría a salvo de Calvin y de sus maquinaciones.
—¡Dios mío… tu abuelo y tú podrían ser
gemelos! —Jian miraba fascinado la fotografía del abuelo de Sang con su atuendo
ceremonial. Ahí podía verse de dónde había heredado la estructura clásica de su
figura.
Sang extendió una mano sobre el vientre de
de Jian para inclinarlo y apoyarlo en su cuerpo.
—Mi padre dice que los genes de su padre
saltaron una generación y llegaron a mí. Aunque me gustaría creer que el
parecido es sólo de semejanza, yo, definitivamente, no he heredado el buen
carácter de mi padre.
—¿Has raptado a alguna pareja? —bromeó
Jian sintiendo un deseo inmediato en cuanto su cuerpo entró en contacto con el
de él.
—No, pero si tú no hubieras accedido a
darle otra oportunidad a nuestro matrimonio, te habría raptado a ti.
—¿Lo dices en serio? —lo miró incrédulo.
Por encima de la cabeza de su cabeza, Sang
estaba intentando no sonreír. Nada lo hubiera convencido de que le dejara ir.
Inclinó la cabeza y lo besó en un sensible punto debajo de la oreja. Jian se
estremeció indefenso sintiendo una ola de calor en el vientre.
—¿Eh? —volvió a preguntar.
—Te he dicho que no te habría dejado en Seúl.
El aire frío del acondicionador le
acarició el pecho cuando él le desató la bata y se la bajó por los brazos.
Permaneció de pie desnudo entre sus brazos. Él exploró los sensibles pezones
con una destreza que le dejó vibrando en respuesta.
—Nos hemos levantado hace sólo una hora
—susurró Jian.
—Ser mi concubino favorito es un trabajo
duro —dijo Sang con voz espesa.
—¿Sí? —preguntó dando un respingo al notar
que unos dedos bajaban por su vientre hasta llegar a su entrepierna.
—Y cuando firmaste la larga condena de ser
un esposo, las condiciones de trabajo se hicieron mucho más duras. Espero que
sepas cómo luchar por tus derechos porque yo pretendo aprovecharme de tenerte a
mi disposición veinticuatro horas al día.
Una risita ahogada fue la única respuesta
fue capaz de dar. Lo desagradable del episodio con Calvin lo había hecho
cambiar repentinamente de planes, pero había enviado el cheque. Seguramente,
una vez que había conseguido lo que quería, algunas fotos habrían sido enviadas
a la dirección de su appa. De todos modos, sólo pasaría una semana en el
Palacio de los Leones con Sang, pero estaba feliz.
Nunca habían disfrutado del lujo de pasar
tanto tiempo juntos, y cuanto más estaban el uno con el otro, menos querían
separarse. Jian podía ver el reflejo de los dos en el espejo de un antiguo
armario. Pensó que parecía un desvergonzado.
Desvergonzado y satisfecho. Con una
indolente mirada de sus oscuros ojos y una forma particular de arrastrar las vocales, era
capaz de hacerle literalmente temblar de deseo. Su corazón se disparaba y las
piernas se le aflojaban. Dejó reposar su peso sobre él para disfrutar de sus
caricias.
Con un rugido de satisfacción, Sang
exploró la dureza de su miembro. Le dio la vuelta y lo sujetó de las caderas y
lo fue llevando hasta apoyarlo en una mesa. Jian abrió los ojos y se encontró
con su oscura e intensa mirada.
—Te gustará —dijo persuasivo Sang.
Antes de que pudiera reaccionar, le
invadió con su boca de una forma que alternativamente lo dejaba quejándose o
sin aliento, apenas capaz de controlar la creciente hambre que le iba
poseyendo. Sólo cuando le había llevado hasta el torturante límite de la
necesidad, lo inclinó hacia atrás y se deslizó dentro de él. La sensación le
invadió como una ola de cegador placer a la que siguió otra y luego otras hasta
que terminó gimiendo de deliciosa locura.
Tardo un tiempo en recuperar la razón y
ser capaz de hablar. Estaba acostado en una cama a donde le había llevado él.
Creía que había gritado al llegar a la cima del éxtasis. Le ardía el rostro y
tenía los ojos cerrados porque no estaba seguro de ser capaz de mirarlo. Cinco
años antes, había sido la intensidad de lo que era capaz de sentir por él lo
que le había puesto en guardia. Dejar caer esas defensas le había proporcionado
una maravillosa sensación de libertad.
Un dedo perezoso le recorrió la columna
vertebral.
—Te ha gustado mucho —dijo Sang besándolo
hasta que abrió los ojos—. A mí me ha gustado aún más. Eres tan apasionado como
yo y no tengo que reprimirme contigo.
Jian enfocó la mirada en su hermoso rostro
y le acarició la línea de la boca con la yema de un dedo. Era salvaje en la
cama y estaba descubriendo que le encantaba esa falta de inhibición.
—Sé me ha olvidado ponerme un preservativo
—dijo él haciendo un repentino
movimiento.
—Oh… bueno —dijo Jian encogiéndose de
hombros e imaginando un Sang en miniatura con los ojos serios o una diminuta
versión de Jeup hablando continuamente.
Aunque quedarse embarazado tan pronto no
era algo que tuviera planeado, era consciente de que anticiparlo le producía
una cierta felicidad. Sang lo miró detenidamente.
—Podría haberte dejado embarazado —añadió
como si no hubiera entendido las consecuencias de lo que le había dicho antes.
—Bueno, tampoco sería el fin del mundo,
¿no?
—¿No te importaría?
—No, si tiene que ser, será. Me gustan los
niños.
El rostro de Sang se relajó. Lo abrazó.
—Eres sorprendente —dijo él—. Llevamos
aquí una semana. ¿Te gustaría ir a Cannes unos días? Tengo una casa allí.
Con una sonrisa soñolienta, Jian apoyó la cabeza en le hombro de
—Si quieres.
—¿Te gustaría?
—Umm
—susurró cerrando los
ojos porque había
decidido que le gustaría cualquier sitio si era con él.
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