—¿Qué demonios te ha pasado hoy? —le
preguntó a Heechul su jefe directo. Seo Jonghoon—. El proyecto de expansión
comercial es la niña de tus ojos y, sin embargo, te has pasado la mitad del
tiempo ahí dentro como en trance.
Seo Jonghoon se lo quedó mirando con el
ceño fruncido y añadió:
—¿Qué pasa? ¿Te has enamorado?
—No. Claro que no —respondió Heechul
ruborizándose.
—Pues algo te pasa. No has hecho más que
meter la pata.
Y así era, admitió Heechul para sí. Debía
de haber sido por el calor en la sala de reuniones. Y por alguna razón que no
llegaba a comprender, su imaginación no había dejado de conjurar el rostro de
ese Siwon mirándolo con expresión de burla.
Eso era lo que lo había distraído. Cosa
totalmente absurda.
—En fin, no podemos permitirnos que nos vuelva
a pasar algo así — Jonghoon sacudió la cabeza—. Ahora nos encontramos con otros
tres meses de aplazamiento mientras preparamos otro informe. El proyecto ya no
es tan prioritario como era. Increíble.
Heechul se mordió los labios.
—Cierto. En fin, espero que la próxima vez
estés más preparado para contener el ataque y, a ser posible, darle la vuelta.
Eso no podía discutirlo, pensó Heechul
apesadumbrado. Había caído en la trama. Naturalmente, había esperado que lo
atacasen, pero no que lo acusaran de intentar dividir la empresa con el fin de
montar su propio negocio independiente de la compañía.
Él lo había negado con vehemencia, pero no
con la rapidez suficiente.
—Y no estaría mal que también hicieras
algo por acabar con esa guerra particular entre Jon y tú. No está haciendo bien
a nadie.
—¿Me culpas de ello? —preguntó Heechul
indignado.
—No se trata de culpar a nadie —respondió Jonghoon—.
Sólo señalo que, en estos momentos, él parece aglutinar más apoyo que tú. Y hoy
ha sido él quien ha parecido lleno de razón, no tú. Será mejor que lo tengas en
cuenta a la hora de preparar el informe sobre lo que ha ido mal en la reunión.
Y quiero tener ese informe en mi despacho mañana por la mañana.
Heechul contuvo las ganas de dar un
portazo cuando salió del despacho de Jonghoon de camino al suyo.
Heechul dio un paso hacia el escritorio y
se detuvo. Qué demonios, pensó mirándose el reloj. No iba a lograr hacer nada
útil el resto de la tarde cuando tenía la cabeza a punto de estallarle. Además,
llevaba en la oficina desde antes de las ocho y se iba a su casa.
Se le ocurrió que, aparte de otras cosas,
tenía hambre. Una ducha y una buena cena era lo que necesitaba antes de repasar
los acontecimientos de la reunión y anotar los aspectos positivos de ésta, que
debía de haberlos habido.
Enderezó los hombros, agarró sus cosas y
se dirigió a la puerta. Había recorrido la mitad del pasillo cuando oyó un
estallido de risas procedentes de la oficina a la que se encaminaba.
—Supongo que debería sentirme culpable por
haberle dado un mazazo en la cabeza al «niño» de Kim —estaba diciendo Jon—;
sobre todo, teniendo en cuenta que no creo que el solterón del infierno vaya a
dar a luz nada más. Ni siquiera todo el dinero de su abuelo tentaría a un
hombre en su sano juicio para que cargara con él. Creo que lo mejor que podría
hacer es trabajar en la sala de las fotocopiadoras.
—Querrás decir que eso es lo que a ti te
gustaría que hiciera — observó la secretaria de Jon.
—Por supuesto.
Quizá debiera ofrecerle un nuevo puesto,
«vicepresidente a cargo de las grapas», y a ver qué pasa. Al fin y al cabo,
esto es sólo un juego para él. El viejo Sooman lo dejó claro desde el
principio. Y, además, estoy seguro de que Jonghoon está harto de él.
Heechul se quedó donde estaba, oyendo
aquello con incredulidad. Aquello iba más allá de los apodos de mal gusto,
aquello era auténtico odio. El hombre quería verlo fuera de la empresa y, al
parecer, no era él sólo.
Así que lo que había ocurrido ese día no
era sólo un tropiezo, sino el principio de una guerra.
Una vez que bajó en el ascensor y empezó a
cruzar el vestíbulo con la dignidad que pudo, Leo lo llamó:
—El artista ése ya se ha marchado, joven Kim.
Tal y como usted quería.
—Bien. Espero que no le haya causado
ningún problema —respondió secamente.
—Ninguno, joven—Leo titubeó un instante—.
De hecho, creo que esperaba algo así. Y luego, cuando he vuelto a salir para
ver si se había ido, he encontrado esto sujeto al enrejado del jardín de la
plaza.
Leo abrió un cajón de la mesa de recepción
y, con evidente embarazo, le dio una hoja de papel de dibujo doblada en dos.
Heechul la desdobló y se quedó mirando a
lo que le pareció un enredo de sombras negras. Durante un instante, creyó que
se trataba del dibujo de un murciélago o de un ave de presa... hasta que vio un
rostro salir entre el plumaje. Una cara, malhumorada y enfadada. Una caricatura
de su propio rostro.
Un insulto firmado por Siwon.
Se quedó observando el dibujo en silencio
durante un momento; después, forzó una sonrisa.
—Una verdadera obra de arte —Heechul
consiguió emplear un tono ligero—. Sólo le falta la escoba. ¿Y estaba sujeto al
enrejado para que pudiera verlo todo el mundo?
Leo, sonrojándose, asintió.
—Eso me temo, joven, pero no creo que haya
estado ahí mucho tiempo. No creo que lo haya visto nadie de la oficina —añadió
Leo como premio de consolación.
—Nadie aparte de usted —observó Heechul
mientras se metía el papel en el bolso.
—¿No quiere que lo meta en la trituradora
de papel? —preguntó Leo en tono inseguro.
«Lo que metería en la trituradora es a ese
tal Siwon», quiso gritar Heechul. «Y a Jonghoon y al maldito Jon. Y a todos los
que se atreven a juzgarme».
Pero Heechul encogió los hombros y contuvo
el dolor y el enfado que se le habían agarrado al estómago.
—Voy a guardarlo. Quién sabe, puede que
algún día valga dinero. Además, ¿no se supone que es saludable verse a uno mismo
como lo ven los demás?
—Si usted lo dice, joven Kim.
—En cualquier caso —añadió Heechul—, si
vuelvo a encargarle que se deshaga de más vagabundos, le doy permiso para que
ignore mis órdenes.
Heechul le lanzó una amplia e insincera
sonrisa, salió a la calle y paró un taxi que pasaba por allí.
Automáticamente, le dio al taxista la
dirección de su casa y se arrinconó en el asiento trasero sintiendo un profundo
vacío. Después, apretando los labios, se sacó el teléfono móvil y pulsó unas
teclas.
—¿Shindong? Soy Heechul Kim —dijo con voz
serena—. El pintor, ¿sabe dónde vive? ¿Si tiene un estudio?
—Naturalmente. Un momento.
Shindong parecía complacido y Heechul casi
se apenó de él. Casi, pero no del todo.
Anotó la dirección en el reverso de la
tarjeta que le había dado de él y luego avisó al taxista del cambio de planes.
Se encargaría de Jon y de los demás a su
debido tiempo, pensó cambiando de postura en el asiento. Pero ese supuesto
pintor iba a darle explicaciones sobre su intento de denigrarlo.
De no haber sido por Leo, todos los de la
empresa habrían visto la caricatura, con consecuencias desastrosas para él.
Como si no tuviera suficientes problemas.
Entretanto, el taxi aminoró la velocidad.
—Aquí es, Joven. —anunció el taxista en
medio de una zona industrial.
—¿Podría quedarse aquí esperando un
momento, por favor? —Le preguntó al taxista—. No tardaré más de diez minutos.
El taxista asintió con resignación.
—Diez minutos —respondió él agarrando su
periódico—. Pero nada más.
Heechul miró a su alrededor y entonces, tras
unos momentos de vacilación, se acercó a un hombre vestido con un mono de
trabajo que estaba andando entre camiones con una tablilla en una mano y
expresión preocupada.
—¿Podría ayudarme, por favor? Estoy
buscando el numero 6A.
Sin sonreír, el hombre señaló una escalera
de hierro que había en una esquina.
—Ahí arriba. La puerta verde.
Los zapatos de Heechul repiquetearon en
los escalones de metal mientras subía. Como el ruido de una armadura de hierro
antes de la batalla, pensó, descubriendo que se sentía tentado de olvidar el
asunto, volver al taxi y regresar a su casa.
Pero eso era de cobardes. Y ese
sinvergüenza arrogante no iba a salir ileso de lo que había tratado de hacerle
a él.
Al llegar a la pequeña plataforma que
culminaba la escalera, la puerta se abrió de repente y se encontró delante de
un bonito jovencito que salía apresuradamente con unos pantalones cortos y una
camiseta blanca, llevaba una bolsa grande de lona y se sobresaltó al ver a
Heechul.
—Dios mío, qué susto me ha dado —los ojos
del joven se clavaron en él—. ¿Quería algo?
A Heechul no se le había ocurrido la
posibilidad de que ese Siwon estuviera casado.
—¿Puedo ayudarle en algo? —insistió el
jovencito al ver que Heechul no reaccionaba.
Al notar que había perdido la facultad del
habla momentáneamente, Heechul le dio la tarjeta de Siwon que sostenía en la
mano.
—Ah, ya.
El jovencito volvió la cabeza y gritó
hacia el interior de la casa:
—Cariño, tienes visita.
Luego, le dedicó a Heechul una sonrisa
amistosa e igualmente interrogante y bajó las escaleras.
«Cariño...».
Heechul respiró profundamente, sacó del
bolso la caricatura y entró.
Debido al emplazamiento, había esperado
que aquel lugar fuera oscuro y quizá tenebroso. Sin embargo, se encontró en un
amplio ático bañado de una luz que entraba por el enorme ventanal que ocupaba
casi toda una pared; además, había claraboyas en el techo.
Olía a pintura y de las paredes colgaban
lienzos mostrando vivos colores.
Pero no pudo distraerse con los lienzos
porque él estaba allí: alto, pelo oscuro, piel blanca y con las manos en las
caderas en medio de toda aquella luminosidad.
—¿Qué está haciendo aquí? ¿Qué es lo que
quiere? —preguntó él sin sonreír.
Su voz era baja y fría, con un ligero
acento extranjero.
Tenía los pies descalzos y la cinturilla del
pantalón vaquero desabrochada, quedándole bajo.
«Típico», pensó Heechul. «Al menos, podía
tener la decencia de subirse un poco los pantalones».
Y aunque no le sobraba ni un gramo de
grasa, no era un esmirriado, pensó tragando saliva. Los hombros y los brazos
parecían esculpidos, en su abdomen se vislumbra un ligero camino de vello
oscuro que bajaba estrechándose por el estómago hasta esconderse bajo los
gastados vaqueros que le cubrían las piernas.
Quizá no tuviera un céntimo aquel pintor,
pero daba aspecto de hombre duro y decidido. Y, de repente, a Heechul se le
ocurrió que quizá habría sido mejor que el jovencito no se hubiera marchado.
«O que yo no hubiera venido...».
—Le he preguntado por qué ha venido y
estoy esperando su respuesta.
Heechul alzó la barbilla.
—¿No lo adivina?
Heechul le tiró el arrugado papel. No dio
en el blanco, cayó al suelo y él no se molestó ni en mirarlo.
—¿Tanto le ha impresionado el parecido que
ha venido a hacerme un encargo? —dijo él en tono suave—. En ese caso, me temo que
no va a poder ser. Dudo poder sufrir otro ataque de inspiración por segunda
vez.
—No se preocupe, no tengo intención de
volver a ser el sujeto de su arte. He venido a que me dé una disculpa.
Él arqueó las cejas.
—¿Disculpa por qué?
—Por eso —señaló el papel en el suelo—.
Eso que me ha dejado como regalo. ¿Tiene idea de la cantidad de gente que
trabaja en ese edificio y que entra por esa puerta? Y ha tenido la desvergüenza
de dejarlo ahí para que todo el mundo lo vea, para convertirme en el hazmerreír
de mis compañeros. Y lo ha hecho a propósito, no lo niegue.
Él se encogió de hombros.
—¿Por qué iba a hacerlo?
—Y no finja que todo ha sido una broma.
Además, de haber sido así, ha demostrado tener muy poco gusto.
—No ha sido una broma —dijo él en un tono
de voz que le hizo sentir como si le hubieran desgarrado la piel con un
látigo—. Como tampoco lo ha sido por su parte pedirles a los guardas de
seguridad que me echaran de allí como si hubiera cometido un delito. Y también
delante de todo el mundo.
Él le miró con dureza.
—Tampoco a mí me gusta que me humillen
—añadió—. Aunque le aseguro que le salió mal el plan, porque a nadie le hizo
gracia. A todos les pareció mal que me echaran, incluido su guarda de
seguridad. Y algunas personas salieron en mi defensa.
El pintor hizo una pausa y continuó
mordazmente:
—Es interesante comprobar que usted no
esperaba un apoyo similar por parte de sus compañeros de trabajo. No obstante,
no me sorprende, si su ética en el trabajo es la misma que la que ha empleado
conmigo. Quizá hubieran reconocido el parecido de mi caricatura con usted.
Heechul se sintió como si le hubieran dado
un puñetazo en el estómago y, por un momento, se limitó a mirarlo en silencio.
Luego, se vio obligado a atacar.
—No tenía derecho a estar ahí, delante de
nuestras oficinas.
—He estado allí toda la semana. Y nadie se
ha quejado.
—En ese caso, es porque yo no lo había
visto antes.
—En ese caso, no sabe cuánto me alegro de
eso.
Heechul se mordió el labio.
—De todos modos, los pedigüeños se merecen
que los retiren de donde están. Usted estaba causando obstrucción.
—Yo no estaba pidiendo —dijo él fríamente—
Estaba ganándome la vida honestamente y dando placer con mis bosquejos. Pero
supongo que la palabra «placer» no cabe en su vocabulario, joven Kim Heechul.
Heechul jadeó.
—¿Cómo sabe mi nombre?
Él se encogió de hombros.
—De la misma forma como usted se ha
enterado de dónde vivo. Me lo ha dicho Shin Shindong . Me ha llamado por
teléfono para decirme que iba a venir a verme —la boca de él se curvo—. Shindong
ha llegado a creer que su visita iba a ser ventajosa para mí y yo no he querido
desilusionarlo.
Él hizo una pausa.
—Y ahora, si no quiere nada más, será
mejor que se vaya.
A Heechul le resultaba difícil respirar.
—¿Es eso todo lo que tiene que decir?
—¿Hay algo más que decir? —Preguntó él con
desdén—. Vuelva a su fortaleza, joven Kim, y siga dando órdenes ridículas. Ya
que no parece lograr gustar a la gente, al menos puede hacerse la importante.
Él le dio una patada al papel en su
dirección.
—Y llévese esto como recuerdo de algo que
no debe volver a hacer. Esta vez se ha escapado, pero la próxima podría
encontrarse siendo el hazmerreír de la oficina.
—¿Qué me he escapado? ¿Qué me he escapado?
—preguntó alzando la voz.
Heechul casi siempre controlaba la ira. Sin
embargo, llevaba todo el día al borde de
un ataque y lo sabía. Y en ese momento, era como si las palabras de ese hombre
le hubieran abierto una herida muy profunda. Y toda la angustia y las
desilusiones de las últimas semanas salieron a la superficie con una violencia
que le resultó imposible controlar.
Con una voz que apenas reconocía ser suya,
Heechul gritó:
—Bastardo...
Y se tiró a él salvajemente y le arañó el
rostro. Quería hacerle el mismo daño que sentía.
Lo oyó lanzar una maldición; después, las
manos de él le sujetaron las muñecas, apartándolo y sujetándolo mientras lo
miraba con ojos negros carentes de misericordia.
—No se le ocurra volver a pegarme,
¿entendido? —dijo él con voz dura y la respiración entrecortada— De lo
contrario, se va a arrepentir.
Mientras intentaba zafarse de él, Heechul
vio sangre en su mejilla y, de repente, el mundo se le vino encima al darse
cuenta de lo que acababa de hacer.
Trató de hablar, pero lo único que escapó
de su garganta fue un ahogado sollozo. Al momento, se echó a llorar como nunca.
—Vaya, el típico truco, recurrir al llanto
para salir de cualquier problema —dijo él con voz gélida—. Me decepciona usted.
Él lo condujo al desvencijado sofá que
había en un rincón de la estancia, lo sentó de un empujón y le dio un pañuelo.
Entre los sollozos, Heechul lo oyó moverse
por ahí; luego, el sonido de una botella contra un vaso; después, él estaba
sentándose a su lado y dejándole una copa en una mano.
—Beba esto.
Heechul intentó obedecer, pero la mano le
temblaba demasiado.
Él murmuró algo que no logró comprender y,
al instante, sintió la copa en los labios.
—No bebo alcohol —dijo Heechul cuando le
llegó el fuerte olor del líquido.
—Hoy sí.
Heechul bebió un sorbo; era como tragar
fuego líquido. Por fin, él dejó la copa en el suelo.
—Bueno, esto no se debe sólo a un dibujo.
¿Qué le ha pasado?
—No es asunto suyo —Heechul se limpió la
cara con el pañuelo evitando la mirada de ese hombre.
Sin embargo, inmediatamente fue consciente
de que él llevaba algo más de ropa que antes: se había abrochado la cinturilla
de los pantalones, se había puesto una vieja camiseta y llevaba unas
alpargatas.
—Claro que lo es —él se llevó una mano al
arañazo de la mejilla—, me ha hecho una herida.
—Lo... siento —dijo Heechul con voz seca.
Y era verdad, sentía haberse decepcionado
a sí mismo, no haberle hecho una herida. En realidad, le habría gustado darle
un puñetazo.
—Le sugiero que la próxima vez que quiera
arañarme me arañe la espalda, no la cara —dijo él con expresión burlona.
Al darse cuenta del segundo sentido de
semejante sugerencia, Heechul se ruborizó. Necesitaba marcharse de allí antes
de ponerse aún más en ridículo.
—Tengo... tengo que marcharme. Un taxi me
está esperando ahí abajo.
—Lo dudo. Pero quédese aquí, iré a ver si
todavía le está esperando.
Para entretenerse y no pensar en nada
mientras esperaba a que él regresara, Heechul se levantó del sofá y se puso a
examinar los cuadros. Eran pinturas magníficas y llenas de vitalidad.
—He despedido al taxi, pero he llamado a
una empresa de taxis locales para que venga uno a recogerlo. Está en camino.
Heechul se volvió al oír su voz.
—Ah, bien, gracias —hizo una pausa—. He
estado mirando sus cuadros... son muy buenos. De hecho, creo que son
extraordinarios.
—Vaya, me sorprende tanto elogio. ¿Ha
cambiado su opinión de mí?
—No —respondió secamente—. Reconozco que
tiene talento, pero eso no significa que me caiga bien.
—Ya veo que las lágrimas sólo han sido una
aberración momentánea. El verdadero joven Kim está vivo y coleando.
—Lo que no comprendo es por qué pierde el
tiempo haciendo bosquejos en la calle —continuó Heechul ignorando las palabras
de él—. Eso no puede proporcionarle dinero suficiente para vivir.
—No, pero me relaja —contestó él—. Me
gusta salir y conocer a gente nueva. ¿No está de acuerdo?
Heechul paseó la mirada por el estudio:
papeles en el suelo, los restos de una comida encima de una mesa, una cama sin
hacer medio oculta tras un biombo. Y dijo:
—¿Y es aquí a donde trae a sus nuevas...
amistades?
Siguiendo su mirada, él respondió en tono
lacónico:
—La sirvienta tiene hoy el día libre.
—En ese caso, quizá debería pedirle a su
novio que limpie un poco — respondió Heechul sin querer.
—Él no viene aquí para limpiar —dijo él
con voz suave—. Además, podría estropearse las manos, y prefiero que las
utilice para cosas mejores.
Era evidente lo que él había querido
decir, pensó Heechul furioso y volviendo a enrojecer.
Él volvió la cabeza cuando, en ese
momento, se oyó el claxon de un coche.
—Su taxi, joven Kim.
Heechul bajó las escaleras de hierro
agarrándose a la barandilla, consciente de que las piernas le temblaban y de
que estaba casi sin respiración.
Mientras se acercaba al taxi, volvió la cabeza
furtivamente para ver si él estaba allí. Pero la escalera estaba vacía y la
puerta cerrada.
Y durante un instante de confusión, Heechul
no supo si sentirse contenta o triste.
Hee tiene más que su herencia en la cabeza...y que no tenga las cosas controladas no le ayudan.
ResponderEliminarAparte de que hay gente que no lo quiere ahí.
Hee necesita apoyo
Y bueno...tal parece que Hee se encontro su zapato la horma.
Demasiada atencion para un dibujo de él...pero obvio que algo lo hizo buscarlo y no solo el dibujo.
Oh oh oh...las insinuaciones que le da Siwon *0*
Queria que lo viera o queria verlo antes de irse...seeee