—¿Cómo? ¿Que no puedes cumplir tu parte
del trato? —Kim Heechul se quedó mirando el ruborizado rostro del chico que
estaba sentado con él a la mesa—. Estaba todo arreglado y habíamos quedado a
almorzar con el fin de ultimar los detalles de la boda. Dependo de ti.
—La situación ha cambiado por completo
para mí, debes comprenderlo —dijo él con expresión obstinada— Cuando hicimos el
trato, no me importaba nada. Había perdido al joven al que amaba y, en ese
momento, me pareció una buena forma de ganarme una cantidad considerable de
dinero e irme a dar la vuelta al mundo. Pero ahora, Jan ha vuelto conmigo, nos
vamos a casar y no voy a permitir que nadie ni nada se interponga entre
nosotros.
—Pero si se lo explicaras...
—¿Explicarle qué? —el chico lanzó una
irónica carcajada—. ¿En serio quieres que le diga que mientras estábamos
separados accedí a casarme con un completo desconocido por dinero?
—Podrías explicarle que no es un
matrimonio de verdad, que sólo es un arreglo temporal que durará unos meses y
es una cuestión de negocios exclusivamente. ¿No lo comprendería?
—No, claro que no —respondió él
impaciente—. Jan jamás aceptaría que yo me viera envuelto en una cosa tan
extraña. Y aunque me creyera, pensaría que me he vuelto loco.
—Lo siento, joven Kim, pero no hay trato.
No voy a arriesgarme a que Jan me deje otra vez. Es lo único que me importa en
el mundo. Debe comprenderlo.
—Y yo tengo una herencia que es igualmente
importante para mí — contestó Heechul fríamente—. Y voy a perderla si no
consigo un marido antes de mi próximo cumpleaños. También debes comprender tú
eso.
Él se levantó para marcharse; entonces, se
detuvo y lo miró con el ceño fruncido.
—Por el amor de Dios, Joven Kim, Heechul,
usted no necesita comprarse un marido. Si se pusiera otra ropa y se peinara de
otra manera... podría resultar bastante atractivo. Así que considérelo una
suerte y concéntrese en buscarse un marido de verdad, ¿no le parece?
—Gracias por darme un consejo que no he
pedido —dijo—, pero prefiero hacer las cosas a mi manera. Y no estoy dispuesto
a perder el tiempo.
—En ese caso, no me diga que yo soy el
único que ha respondido a su anuncio porque no me lo creo. Llame a otro.
«Pero tú eres el único que mi abuelo
creería que puede ser mi marido», pensó Heechul. «Te ajustas perfectamente a su
idea de lo que un respetable y caballero debe ser. Aunque, por lo que sé,
el mismísimo Judas podría haber tenido tu aspecto».
—Espero que no te arrepientas de la
decisión que has tomado —dijo Heechul sonriendo mientras sacaba para pagar la
cuenta—. Te deseo lo mejor.
Por supuesto, no era verdad. A Heechul le
habría gustado asesinarlo. A él y a su novio.
¿Y qué demonios iba a hacer respecto al
ultimátum de su abuelo?, se preguntó a sí mismo mientras lo veía marcharse.
En fin, aquella tarde no iba a poder
solucionar nada. Tenía una reunión de trabajo difícil y debía concentrarse en
ella.
Heechul llamó al camarero, que al llegar
miró su plato de pasta casi sin tocar.
—¿No le ha gustado la comida, señor?
—Sí, estaba muy bien —le aseguró—. Es que
no tenía apetito.
«Una persona me lo ha quitado», añadió en
silencio. «Una persona bastante atractiva». ¿Y por qué se mostraba tan altivo?
Suponía que, en el aspecto físico, debía
de parecerse a su desconocido padre. Lo mejor que más le gustaba de sí era el
pelo: castaño con reflejos dorados. Los ojos los tenía cafe y con espesas
pestañas.
Impaciente, se levantó, agarró su bolsa, y
con la chaqueta de lino negro en el brazo, cruzó el restaurante y se dirigió al
mostrador para pagar, donde estaba Shindong, el propietario del
establecimiento.
Pero Shindong estaba ocupado con un joven
alto que acababa de entrar mientras él cruzaba el comedor. Y no sabía por qué
había entrado allí, pensó Heechul, resentido por tener que esperar. Y esperar
por alguien como ese individuo.
Porque los vaqueros medio rotos, playeras
viejas y usadas y las camisas gastadas no eran el atuendo acostumbrado de los
clientes de Shindong. A lo que había que añadir un cabello oscuro revuelto y un
rostro que necesitaba un buen afeitado.
De hecho, Heechul había imaginado que Shindong
haría salir a aquel individuo por la puerta que había entrado inmediatamente.
Sin embargo, Shindong se estaba
deshaciendo en sonrisas y, para colmo, estaba sacando su talonario de cheques.
¿Iba a darle dinero para que se marchara?,
se preguntó Heechul sin comprender nada.
Mientras aquel tipo aceptaba el cheque, notó
que lo guardaba en una vieja billetera que se había sacado del bolsillo
trasero de los vaqueros.
Un intercambio de palabras, un
estrechamiento de manos y el tipo se volvió para marcharse. Durante un momento,
Heechul se encontró de cara a él y no pudo evitar fijarse en que, a pesar de
parecer que acababa de levantarse de la cama, su rostro era frío y contenido,
la nariz recta, la boca firme y la mandíbula cuadrada. Quizá no fuera guapo en
el sentido estricto de la palabra, pero sí increíblemente atractivo, con unas
anchas espaldas y un cuerpo esbelto y de buena musculatura.
También se fijó en sus ojos, tan negros
como la noche, que lo miraron brevemente con indiferencia mientras salía del
restaurante.
Shindong estaba de buen humor y se negó a
cobrarle.
—No ha comido nada, Joven Kim, y sólo ha
bebido agua. Su amigo tampoco ha tomado gran cosa. Espero que tenga mejor
apetito en la próxima visita que nos haga.
«Cuando llegue ese momento, quizá ya haya
perdido toda mi herencia», pensó Heechul con amargura mientras forzaba una
sonrisa.
Al darse la vuelta para marcharse, Shindong
bajó la voz y añadió en tono confidencial:
—Ese hombre que acaba de salir... lo ha
visto, ¿verdad?, y creo que le ha extrañado...
Heechul, con disgusto, notó que acababa de
enrojecer.
—No es asunto mío...
—No, no, espere, seguro que esto le
interesa, porque me parece que es usted la primera persona que se fijó en el
cuadro y me dijo que le gustaba mucho —Shindong indicó el lienzo amarillo
pálido detrás del mostrador—. Debería habérselo dicho a él.
—¿Decirle qué? ¿Quiere decir que ese
hombre era... el pintor?
—Sí —Shindong asintió—. Y su aspecto es el
típico de un artista tratando de sobrevivir, ¿verdad? Pero tiene mucho talento,
como usted mismo comentó, joven.
Heechul volvió a mirar el cuadro. Sí, era
verdad, le había gustado desde el primer momento de verlo, a pesar de no ser la
clase de pintura que le gustaba.
A simple vista, era una composición
bastante sencilla: una escena claramente mediterránea con un cielo azul, una
playa y el mar; unas rocas y, encima de las rocas, una mesa con una botella de
vino y dos copas, una de ellas caída que había dejado una mancha en la
superficie blanca de la mesa. Justo bajo
una piedra, medio escondida en la arena, una sandalia de tacón de mujer. Nada
más.
Era un lienzo que invitaba a la
especulación; sin embargo, no era eso lo que le había atraído del cuadro, sino
la luz dorada que le había hecho tener la impresión de estar mirando la esencia
del calor, de sentirlo en su piel.
Cuando lo vio por primera vez y le
preguntó a Shindong sobre el cuadro, el dueño del restaurante le había
contestado que se trataba de un experimento para ver la reacción de los
clientes.
Ahora, contemplándolo otra vez, dijo en
tono medido:
—Sí, creo que es muy bueno. Me gusta
mucho... si eso le sirve de algo.
Al mismo tiempo, la pintura le producía
cierto desasosiego. Era como si la ira contenida en ella le agrediera.
—¿Está a la venta? —preguntó Heechul
impulsivamente.
—Siento decirle que ya lo han comprado —respondió
Shindong con pesar— Pero el pintor tiene más cuadros y yo ya le he enviado a
gente interesada en ellos. También acepta encargos.
Shindong hizo una pausa y añadió:
—Lo que él necesita es un mecenas, joven,
alguien con contactos en el mundo del arte. Necesita una galería que quiere
exponer su obra y que lo dé a conocer.
Shindong sacó de debajo del mostrador una
tarjeta de impresión barata.
La tarjeta sólo tenía la palabra Siwon y
un número de teléfono móvil.
—Los comienzos, en cualquier carrera, no son
fáciles.
—No, supongo que no —Heechul se metió la
tarjeta en el bolso con la intención de tirarla cuando llegara a su casa.
Además, tenía otras cosas en que pensar,
reflexionó al salir a la calle londinense iluminada por el sol.
Heechul caminó a paso ligero camino a su
oficina. Quería mucho a su abuelo y le debía mucho también, pero tampoco se
hacía ilusiones respecto a él.
Kim Sooman era un dinosaurio carnívoro.
Era un Thyrannosaurus Rex, vivito y coleando. Y por ridículas que fueran sus
exigencias, no era buena política ignorarlas y esperar que su abuelo acabara
olvidándose de ellas, tal y como estaba descubriendo con pesar.
No quería ni pensar en la escena que debió
de desarrollarse cuando su madre a los dieciocho años y soltera le dijo a su
padre que estaba embarazada, que no podía casarse con el padre de la criatura y
que no estaba dispuesta a abortar. Y, por supuesto, tampoco quería dar a la
criatura en adopción.
Al final, a Kim Dambi se la echó del hogar
paterno y no volvió a entrar en contacto con la familia hasta pasados seis
años.
—Tu abuelo quiere conocerte, cariño —le
había anunciado un día su madre—. Lo que significa que la hija pródiga quizá
sea perdonada. Qué cosas más extrañas ocurren en la vida.
El compañero sentimental de su madre por
aquella época, un guitarrista en paro, lo miró y le dijo:
—No lo estropees, princesa. No nos vendría
mal algo de pasta.
Al día siguiente, fueron a StarM, y cuando
el taxi que los llevó desde la estación de ferrocarril se detuvo delante de la
casa, Heechul contuvo la respiración de puro éxtasis. Porque no le parecía
posible que, después de los pisos baratos en los que habían vivido hasta ese
momento, él tuviera nada que ver con un lugar así.
Con el tiempo, llegó a darse cuenta de que
StarM no era realmente bonito, que su antepasado Kim, el rico comerciante
Victoriano que había comprado una casa georgiana y la había adornado con una
fachada gótica y unas torres imitaciones de las de la casa de vacaciones que la
familia real tenía en Balmoral, había sido en sus tiempos una especie de
vándalo.
El reencuentro entre Kim Sooman y su hija
errante tuvo lugar en privado. A Heechul lo llevó a la cocina una mujer entrada
en carnes, que había sido la niñera de Dambi, y le dio leche y unas galletas en
forma de rostro sonriente que el ama de llaves y cocinera, había preparado
especialmente para él.
Su madre también sonreía cuando se reunió
con él, a pesar de que tenía los ojos enrojecidos.
—Qué bonito esto, ¿verdad, cariño? Vas a
quedarte aquí con el abuelo y lo vas a pasar de maravilla. Te va a mimar mucho,
¿no te parece, Nanny? —le preguntó a su antigua niñera.
—¿No vas a quedarte tú también? —preguntó
Heechul a su madre con pánico.
Pero Dambi sacudió la cabeza.
—Yo me voy con Bryn, querido. Va a hacer
una gira por América con un famoso cantante. Vamos a pasar mucho tiempo fuera,
así que será mejor que tú te quedes aquí. Es un sitio estupendo para que te
críes en él —dijo su madre con algo parecido a pesar.
Y así había sido, pensó Heechul. Después
de ese momento, nunca había vivido con su madre, sólo se veían de vez en cuando
y cada vez con menos frecuencia.
La casa se convirtió en una constante en
su vida, se convirtió en su hogar. Seguía produciéndole asombro, a pesar de los
años transcurridos. Era el lugar al que pertenecía.
StarM había sido para él un sitio mágico
para jugar y explorar. Y la niñera y la ama de llaves habían hecho todo lo que
estaba en sus manos por proporcionarle comodidad y seguridad en la vida.
Establecer una relación con su abuelo le
había costado más. A veces, le había sorprendido mirándole con expresión
especulativa, como si hubiera algo que él no comprendía.
Entonces, un día, su abuelo lo encontró en
su estudio absorta en la lectura de Belleza Negra y, a partir de ese momento,
todo cambió entre ellos.
Su abuelo lo miró con una sonrisa tierna y
le dijo:
—Ése era el libro preferido de tu madre.
Luego, se sentó en un sillón orejero que
había delante de la chimenea y comenzó a hablarle. Ahora, al mirar atrás,
Heechul incluso podía decir que había tenido una buena infancia, a pesar de la
continua y prolongada ausencia de su madre. Al principio, recibía postales de
ella de Estados Unidos, Luego, tras su ruptura con su novio y muchas otras, de
diversas ciudades europeas.
Con el transcurso de los años, la
correspondencia se hizo más infrecuente. En la última carta que Heechul había
recibido, una tarjeta de felicitación por su vigésimo primer cumpleaños, Dambi
decía estar en Argentina viviendo con un jugador de polo. Pero en el sobre no
había remite y, desde entonces, no había vuelto a dar señales de vida.
Al mismo tiempo, la vida con su abuelo,
aunque muy afectuosa, empezaba a ser más complicada.
Kim Sooman estaba decidido a que su nieto
joven no siguiera el ejemplo de su madre si él podía evitarlo. Y así Heechul se
encontró sometido a un despotismo benevolente, con la libertad restringida y su
sentido común puesto siempre en tela de juicio.
Y el hecho de que fuera comprensible no
evitaba que fuera molesto.
El principal enfrentamiento entre su
abuelo y él había ocurrido cuando Heechul tenía dieciocho años, acababa de
terminar el bachiller y su abuelo le anunció que había encontrado una escuela
para jovencitos y señoritas en Suiza donde perfeccionaría sus idiomas y
emprendería un curso de cocina.
Heechul se le había quedado mirando
boquiabierto.
—¿Quieres decir que se ha acabado todo
para mí? Abuelo, no es posible que hables en serio. Cualquiera pensaría que
vivimos con un siglo de retraso.
Las cejas de su abuelo se juntaron.
—¿Se te ocurre una idea mejor?
—Claro que sí —Heechul se esforzó por
dedicarle la mejor de sus sonrisas—. He decidido meterme en el negocio
familiar.
—¿Que quieres... trabajar en SM? —Su
abuelo lanzó una carcajada—. ¿Y de dónde has sacado esa ridícula idea?
—Me ha parecido lo natural.
—Pues para mí no lo es. ¿Qué sabes tú de
la administración de propiedades a la escala que operamos nosotros? ¿Qué sabes
tú de inquilinos, contratos, mantenimiento... en fin, de los cientos de asuntos
con los que nos enfrentamos día a día? ¿Tú, un adolescente que acaba de salir
del colegio?
—Sé tanto como tú y Youngmin sabían cuando
empezaron a trabajar en los años cincuenta —Heechul había levantado la barbilla
sin pestañear—. Y, desde luego, sé tanto como el hijo de Youngmin con su título
de Bellas Artes. No obstante, todo el mundo lo ha recibido con los brazos
abiertos, incluido tú. Si se me diera la oportunidad, le daría cien vueltas.
Heechul había hecho una pausa para tomar
aliento antes de continuar:
—Y no soy un simple joven adolescente,
sino parte de la familia y quiero que se me dé una oportunidad para demostrar
mi valía —entonces, endulzó algo el tono de voz— Creía que... te iba a
complacer.
—Pues piénsalo mejor y rápido —respondió
su abuelo en tono cortante— Tengo otros planes para ti, querido nieto.
—Sí, lo sé. Quieres que me dedique a
perfeccionar el francés en los Alpes durante la temporada de esquí —Heechul
sacudió la cabeza— Abuelo, cariño, eso no es para mí, me aburriría soberanamente.
Lo que quiero es empezar a ganarme la vida como el resto de la gente que
conozco.
Se hizo un silencio. Por fin, su abuelo
dijo:
—Bueno, no es necesario apresurarse para
decidir tu futuro. ¿Por qué no te tomas un año de descanso y lo pasas en casa
mientras tomas una decisión? Y si necesitas entretenerte con algo, siempre
puedes hacer algún trabajo voluntario.
—Abuelo, ya he tomado una decisión
—Heechul respiró profundamente—. El lunes, me va a entrevistar para un puesto
de trabajo de ayudante en el departamento de revisión de rentas.
—Y nadie se ha tomado la molestia de
decírmelo —declaró su abuelo en tono de pocos amigos—. Y, al menos en nombre,
soy el presidente de la junta directiva.
—Sí, con cosas más importantes a las que
dedicarte que la contratación de personal auxiliar—Heechul se encogió de
hombros—. Además, qué más da, me van a rechazar.
—Lo dudo mucho —su abuelo guardó silencio
unos momentos—. Supongo que, si tan decidido estás, no puedo impedírtelo. Y da
igual que trabajes en la empresa o en otra cualquiera... hasta que estés listo
para sentar la cabeza.
Y él lanzó una carcajada y dijo:
—Por supuesto.
Se había alegrado tanto con su triunfo que
no se había parado a pensar en las implicaciones de las palabras de su abuelo.
Ahora, seis años después de duro trabajo, ocupaba un puesto directivo, con un
buen salario y buenas bonificaciones, y la posibilidad de que se aceptara su
plan de ampliar el ámbito de operaciones de la empresa fuera del país.
Bueno, eso si la reunión de aquella tarde
salía como esperaba, pensó Heechul volviendo al presente.
No gustaba demasiado a sus compañeros de
trabajo, que lo llamaban El Tirano Heechul, pero nadie podía negar sus logros y
eso era lo único que le importaba.
Aunque no a su abuelo, que no había
cambiado de opinión respecto a su vocación, excepto sólo para endurecerlo hasta
un extremo desastroso.
—StarM es una casa para una familia, no
para un joven soltero—le había gruñido su abuelo—. Querido nieto, ya has
perdido demasiado tiempo. O te buscas un hombre decente, te casas con él y lo
traes a casa, o cambio el testamento y dejo dispuesto que se venda la casa
cuando yo ya no esté en este mundo.
Heechul se lo había quedado mirando con
estupefacción.
—Abuelo, no es posible que hables en
serio.
—Sí que lo es —le había contestado él— Te
voy a dar un plazo, Heechul. Si no estás prometido, mejor aún casado, cuando
llegue tu próximo cumpleaños, me pondré en contacto con mis abogados. Como eres
mi heredero, eres vulnerable a ser presa de cualquier desalmado, así que espero
que elijas bien. Quiero verte con un hombre fuerte al lado.
—No puedo creerlo. Esto es más bien típico
del Arca de Noé.
Su abuelo había asentido.
—Y en el Arca todos iban emparejados, tal
y como la madre naturaleza lo ha dispuesto. Y si quieres esta casa, será mejor
que te emparejes lo antes posible.
Mientras recordaba aquello, Heechul captó
un reflejo suyo en el escaparate de una tienda y, rápidamente, recompuso su
expresión. Una de sus reglas era dejar a
la puerta de la oficina sus problemas personales. Además, aquella tarde tenía
que hacer un gran esfuerzo por ganarse la voluntad de los directivos para que
aceptasen su programa de expansión.
El hijo de Youngmin estaba furioso desde
que lo ascendieron, por encima de él, y sabía que era a él a quien debía su
apodo.
«Pero él nunca ha oído lo que yo le llamo
por lo bajo», pensó Heechul.
En cualquier caso, había veces que deseaba
agarrarlo por la corbata de seda y decirle: «Escucha, estamos juntos en esto,
imbécil. Deja de ponerme obstáculos».
Pero sabía que no todo era cuestión de
trabajo. Era consciente de que había ofendido el ego del hombre al no apreciar
sus encantos, unos encantos obvios para todas las secretarias.
Al dar la vuelta a la esquina y entrar en
la plaza donde estaban las oficinas de SM, vio un grupo de personas
arremolinadas en el jardín de la plaza, justo delante del edificio de su
trabajo.
Preso de la curiosidad, Heechul se acercó
y... vio al tipo del restaurante allí pintando algo con mano rápida.
Mientras Heechul lo observaba, él arrancó
una hoja de papel del cuaderno de dibujo y se lo dio a la chica que estaba
delante de él, entre risas y aplausos de los allí congregados.
No sólo pintaba escenas mediterráneas sino
también, visto lo visto, retratos rápidos.
Aquella plaza estaba en una zona elegante
de Londres y, además, ese hombre debía necesitar un permiso especial para hacer
lo que hacía. Y él apostaba a que no tenía dicho permiso.
Entonces, como si le hubiera leído el
pensamiento a distancia, le miró y arrugó el ceño, como reconociéndolo. Aunque
esta vez no apartó los ojos de él, sino que lo sometió a un buen examen.
Algo en su mirada lo perturbó, provocando
en él unos sentimientos que no llegaba a comprender y no quería sentir.
«Estás a punto de tener que marcharte de
aquí, amigo mío», pensó Heechul. «Tanto si tienes talento como si no, no estás
en posición de retar a nadie».
Y Heechul entró en el edificio.
—Leo —le dijo al guarda de seguridad que
estaba detrás del mostrador de recepción—, sal y echa a ese tipo que está en la
plaza, por favor. Da mala imagen.
Leo le dedicó una mirada de sorpresa.
—No está haciendo daño a nadie, Joven.
—Está creando un remolino —dijo Heechul
con voz seca—. En fin, prefiero no discutir.
Heechul se acercó al ascensor, consciente
de la mirada de reproche del guarda de
seguridad.
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ResponderEliminarYa sabemos lo que Hee anda buscando...y hasta que es un poco engreído.
Aunque no se puede culpar de que quiera mantener su herencia...cualquiera lo haria...más en estos tiempos que se ve de todo.
Que malo...bien pudo haberlo dicho de otra forma.
Es cierto que tal vez mal aspecte el edificio,pero hay palabras,ni siquiera al guardia le parecio.
Lo va a correr y luego lo va a necesitar