Kyuhyun logró finalmente liberarse de
las cuerdas, cogió su espada de la cabina principal de la casa rodante, y corrió
hacia Sungmin cuando sintió que la barrera entre ellos se fundía.
El poder emergió de él, obligándolo a ponerse de rodillas en estado de
shock. Las piedras herían su carne, hincándose en sus articulaciones, pero
apenas lo sintió. Su cuerpo aún estaba entumecido y hormigueante por haber
estado atado tanto tiempo, y aunque casi se había arrancado la piel de sus
antebrazos al escaparse de las cuerdas, no sentía dolor.
En vez de eso, fue rodeado por un calor
calmante como si Sungmin lo sujetase entre sus brazos.
—Te quiero, Kyuhyun —susurró en su
mente.
Las palabras estaban teñidas de
resignación por su decisión. Una valiente resignación.
Kyuhyun sintió sus emociones correr a
través y sabía lo que significaban. Iba a detonar el dispositivo pronto.
Llevándose con él tantos Defensores como pudiera. Había visto su plan brillando
en sus ojos, lo había oído en su voz cuando preguntó a Jack si él estaría
dispuesto a morir por su gente.
Yo lo estaría.
Kyuhyun intentó gritar un aviso de que
había escapado y que iba en su busca, pero era demasiado tarde. La luz
relampagueó iluminando el cielo de la mañana y el trueno se extendió sobre la
tierra.
—¡No! —gritó mientras corría hacia Sungmin,
hacia el último lugar en que sintió todo ese amor fluyendo.
Una columna de humo y fuego subía hacia
arriba como si toda la energía de la explosión hubiera sido empujada dentro de
un túnel invisible.
Se extendió con su mente mientras sus
pies volaban sobre el suelo mojado de rocío. El eco de su amor que flotaba a
través de la luceria aún no se había apagado, pero era todo lo que quedaba: un
vacío eco muriendo en un morboso silencio mientras corría.
Kyuhyun trepó hasta el borde hasta que
pudo ver los hombres reunidos abajo.
La rabia y la pena lo barrieron, sin
dejar lugar para respirar. Sungmin se había ido. Su dulce Sungmin se había ido.
Sus miembros estaban pesados y torpes
cuando subía, su frenética rabia palpitando con fuerza en sus venas hasta que
vibró en sus huesos. La sangre se deslizó por su piel, haciendo las rocas
resbaladizas.
El único consuelo que tenía era que
pronto se uniría a él. Cualquier vida que tuvieran después de dejar ese mundo,
iban a pasarla justos.
Pero primero, iba a matar a todo
aquellos hijos de puta por arrebatarle a Sungmin. No estaba seguro de cuánto
tendría antes de que se le acabara el tiempo, pero iba a asegurarse de que
sería suficiente para hacer el trabajo.
Con su espada en la ensangrentada mano,
echó un vistazo por el borde, el metálico sabor de la venganza sobre su lengua.
Los Defensores estaban alrededor de Sungmin, contemplando la tierra chamuscada
y el cráter que acunaba su cuerpo.
¿Su cuerpo? Seguramente después de una
explosión como esa no habría ninguno.
La urgencia de reunir lo que quedara de Sungmin
en sus brazos ardía con fuerza en su interior, pero no tan fuerte como su
necesidad de sangre. Quería sentir la sangre de aquellos hombres salpicando su
cara, todavía caliente con la vida que les cercenaba. Quería sentirla cuando
empapara sus brazos hasta que goteara de él. Quería observar cómo se apozaba en
el suelo, mojando la tierra con su rabia y pena.
Los Defensores no habían advertido su
acercamiento. Una satisfecha sonrisa estiró sus labios y descubrió sus dientes.
—¡Kyuhyun, no! —Por un segundo, Kyuhyun
pensó que era Sungmin llamándole, y sus pasos vacilaron cuando se dio la vuelta
para encontrarlo.
Pero no era Sungmin. Era Leeteuk. Estaba
agarrándose al brazo de Kangin, arrastrando los pies con fatiga.
El y Kangin caminaban hacia los
Defensores, quienes ahora los miraban con los ojos amplios, asustados.
Kyuhyun calibró su hoja y se preparó a
sí mismo para las balas que no dudaba golpearían su piel en cualquier momento.
Pero más que disparar sus armas, los Defensores comenzaron a dispersarse como
moldes de escarcha a la luz del sol.
—¡No! —gritó Kyuhyun.
No iba a ser capaz de alcanzarlos a
todos.
Leeteuk alzó su mano y un anillo de
fuego surgió de la tierra, encerrándolos en un caliente y estrecho abrazo.
Incluso con la barrera evitando su huída, todos se las ingeniaron para
permanecer fuera del alcance de Kyuhyun.
Él caminó majestuosamente hacia ellos,
hambriento de su sangre, y entró corriendo en una invisible pared.
La rabia surgió en su interior y cortó
el obstáculo, haciendo que eso vacilara y brillara en el aire.
—No vas a pasar —dijo Heechul.
Sus pies firmemente anclados en el
suelo, su largo y delgado cuerpo cubierto en cuero y denim.
Siwon se mantenía a su lado, sin armas,
sus ojos sobre el cuerpo de Sungmin.
—Quizás prefieras también conservar tu
fuerza.
¿De dónde había salido Heechul? Kyuhyun
no lo había visto acercarse. O a Siwon.
—Déjame pasar —ordenó con los dientes
apretados.
—No —dijo Heechul—. Eso no va a suceder.
Siwon se acercó hacia Sungmin, y Kyuhyun
sintió una chamuscante posesividad escaldando su interior. Corrió hacia él,
poco dispuesto a dejar que otro hombre lo tocara. Siwon se arrodilló al lado de
él, estirando la mano.
—¡No! —Gritó Kyuhyun cuando llegó al
lado de Siwon, empujando al otro hombre lejos—. No lo toques.
Siwon alzó las manos.
—Sólo estaba comprobando si tenía pulso.
¿Pulso? ¿Por qué debería de haber pulso?
Hubo un chirriante sonido metálico que Kyuhyun
sabía que significaba peligro, pero lo ignoró. Sungmin absorbía todo de él. Su
atención, sus emociones, sus esperanzas y sueños.
Era todo para él, y se había ido.
Debería haber encontrado una manera de
salvarlo. Su trabajo era mantenerlo a salvo, protegido. Debería haber sido el
único tendido allí en un ennegrecido cráter. Debería haber sido el único cuyo
pelo estuviese chamuscado y su carne quemada.
—Tira las armas o pierde un testículo
—dijo Heechul en un tono de advertencia.
A Kyuhyun no le preocupaba si ellos le
pagaban o no un tiro. Incluso su necesidad de venganza se había desvanecido,
perdiendo importancia a medida que el cuerpo de Sungmin se enfriaba.
La urgencia de mantenerlo caliente
mientras pudiera lo atravesó, asumiendo ese papel. Recogió su cuerpo inerte en
sus brazos y lo acunó en su regazo. Su cabeza aterrizó contra su hombro,
untando su ropa con hollín y ceniza. Sus cejas eran las que estaban más
quemadas, sus pestañas un poco derretidas. Su altiva barbilla ya no se alzaba
con desafío, sino que estaba enterrada contra su pecho.
Los dedos de Kyuhyun trazaron su rostro,
memorizando las suaves curvas y gentiles líneas. El hollín ennegrecía su mano,
haciendo que el remolinante verde jade de su anillo hiciera contraste.
¿Movimiento? Si se había ido, no habría
ningún movimiento en el color. Se habría fijado en el momento de su muerte. Sin
moverse.
Un débil aliento de esperanza se derramó
sobre su piel. Kyuhyun presionó los dedos en su cuello. Su piel estaba
caliente, un poco demasiado caliente incluso. Y bajo la blanda piel el débil
pulso de vida rasgueando a través de sus venas.
¡Sungmin estaba vivo!
La alegría lo atravesó en una vibrante ola
de luz y color. Su cabeza giró con el asombro y un grito de radiante júbilo se
elevó de su alma, haciendo eco en el aire de la mañana. Le besó los labios, y
aunque él no le respondió, la respiración le llenó los pulmones. Él la absorbió
en su interior, apreciando la prueba de vida que se expandía en él, cálida,
dulce y perfecta.
Había alguna clase de conmoción a su
alrededor, pero Kyuhyun la ignoró. Su total atención estaba sobre Sungmin,
sobre el minuto de vibración de sus rechonchas pestañas cuando intentó levantar
los párpados, en el sutil mohín de su boca como si hubiese sentido su beso, en
los pálidos surcos de piel donde sus lágrimas habían lavado el hollín que
cubría su hermosa cara.
Dios, lo amaba. Tanto que pensó que la
ferocidad de ello podría hacerle pedazos y con todo no lo hacía. De alguna
manera, lo hacía completo.
—Despierta, cariño —le lisonjeó.
Su voz apretada con emoción,
estrangulada por las lágrimas.
Le apartó el pelo de la cara, sintiendo
los gruesos trozos de mechones quemados rompiéndose en su palma, dejando sólo
suavidad tras ellos.
Changmin se arrodilló a su lado, sin
importarle que la ceniza ennegreciera su atuendo gris. Se estiró hacia Sungmin,
pero Kyuhyun lo movió, protegiéndolo con su cuerpo. Nadie podía tocarlo. Sólo
él.
—No voy a lastimarlo —dijo El Caballero
Gris, su voz tranquila y calma—. Simplemente quiero ofrecer mi ayuda, ya que
los Zea no pueden ayudarlo aquí, bajo el sol.
—Mío —era todo lo que Kyuhyun podía
lograr pasar por su apretada garganta.
—Por supuesto que lo es —lo calmó Changmin—.
¿Puedo tocarlo?
Una pequeña y pálida mano se estiró
hacia Sungmin. Ninguna amenaza. Sólo Changmin.
Kyuhyun relajó su agarre y le dio a Changmin
un ligero asentimiento.
Yunho dio un paso hacia él, una espada
en sus manos. Los instintos protectores de Kyuhyun se alzaron y un profundo
gruñido de advertencia llenó su pecho.
—Mantente atrás, Yunho —dijo Changmin.
—Estás débil —replicó él, su tono
afilado.
—Ahora mismo no te necesito —dijo.
El cuerpo de Yunho se tensó como si
hubiese encajado un golpe físico, pero se apartó, permitiendo a Kyuhyun tomar
una profunda bocanada de aire.
Changmin puso su mano sobre la cabeza de
Sungmin y una pálida y acuosa luz blanca se derramó de su palma. Los ojos de Sungmin
se abrieron y se estiró como si quisiera quitar la mano de Changmin.
—Es suficiente —dijo Kyuhyun—. ¡Detente!
Su orden fue áspera y completamente
fuera de lugar. Oyó que los sonidos a su alrededor murieron como si su arrebato
hubiese captado su atención.
Changmin apartó su mano y se hundió de
nuevo en el débil zumbido de actividad alrededor de Kyuhyun y Sungmin. Kyuhyun
no se molestó en ver lo que ellos estaban haciendo. No le importaba. Nada fuera
del tesoro que sostenía en sus brazos significaba nada para él. El resto del
mundo podía desaparecer y Kyuhyun no lo extrañaría.
Tenía a Sungmin y no necesitaba nada
más.
A Sungminle tomó un par de días
recuperar sus fuerzas. Flotaba entrando y saliendo de la inconsciencia, luchando en la
ciénaga gris que tiraba de él, succionándolo, alejándolo de la realidad para
introducirlo en un mundo de caóticos sueños y alucinaciones. Durante ese
tiempo, hubo un único constante, una única cosa que sabía que era real y
sólida.
Kyuhyun.
No le había dejado ni una sola vez. Ni
siquiera cuando el calor de la explosión se había apiñado a su alrededor,
sorbiendo el oxígeno de sus pulmones. Él estaba allí, sólido y fuerte,
sosteniéndolo dentro de la seguridad de su vasto poder, protegiendo su cuerpo.
Todavía estaba a su lado, su fuerte
cuerpo estirado a su lado, su brazo pasado a través de su pecho con la palma
abierta sobre su corazón como si estuviese comprobando su pulso.
Sungmin se incorporó de la cama,
golpeando su grueso brazo hacia su regazo. Kyuhyun se despertó
instantáneamente, sus ojos inyectados en sangre explorando su cuerpo,
recorriéndolo como había hecho otras veces en las que había salido a la
superficie en los pasados días. Su pecho estaba desnudo, y cientos de pálidas y
brillantes hojas habían brotado de las ramas de su marca de vida.
—¿Estás bien? —preguntó él, su voz era
un crudo sonido fragmentado.
El asintió, no confiaba en sí mismo para
que el habla pasara por la árida estrechez de su garganta.
Kyuhyun se estiró hacia la mesita de
noche y agarró una taza con agua. Le sostuvo la pajita en los labios y él
bebió, sintiendo el frío del agua bajar todo el camino. Se sentía bien, pero ni
de cerca tan bien como lo era el ver a Kyuhyun entero y a salvo a su lado.
—¿Tienes hambre? —preguntó él—.
¿Necesitas ir al baño?
—No —respondió—. Sólo quiero mirarte.
Examinó su rostro, tan hermoso.
Especialmente sus ojos. Brillaban con amor. Por él.
—Te amo, Kyuhyun.
Su enorme cuerpo se estremeció de placer
y él envolvió sus brazos alrededor de su cuerpo, rodeándole con su calor.
Sungmin suspiró de placer, recordando la
sensación de su protector abrazo cuando eso le protegió de aquella explosión.
—Gracias —le dijo contra su hombro.
—¿Por qué? —preguntó.
—Por salvarme.
Kyuhyun se echó atrás, observándolo con
una angustiada expresión de auto aborrecimiento.
—No te salvé, cariño, aunque desearía
como el infierno haberlo hecho. Lo hiciste todo tú solo.
—No —dijo—. Te sentí rodeándome con tus
brazos, protegiéndome.
Kyuhyun le ahuecó la mejilla y él se
inclinó en su toque.
—No estaba allí. Apenas acababa de
librarme de tres de las cuerdas, y corrí hacia ti cuando la bomba estalló.
—Tragó con fuerza, entonces en un angustiado tono dijo—. No estuve allí para
ti.
—Estabas allí. Tu poder lo estaba. Se
deslizó sobre mi piel y evitó el aplastante peso y el calor.
—Tú eres el único que puede usar mi
poder.
El sacudió la cabeza.
—Estás equivocado en eso. No tengo idea
de cómo usarlo. E incluso si lo hubiese hecho, tú eres el único que me provee
el poder, el único que me mostró qué hacer. Te vi en mi cabeza, sosteniéndome
cerca y a salvo. Tanto como a mí concierne, eso te hace mi héroe.
—No estoy seguro de estar de acuerdo,
pero ahora mismo estás demasiado débil para una buena discusión.
Tenía razón. Estaba débil, pero sentía
que su fuerza aumentaba por minutos.
—¿Qué le sucedió al hombre que estaba
contigo?
—Jonghyun se está recobrando, aunque el
ataque le costó caro. Necesitará encontrar su pareja pronto o se quedará sin
tiempo. La energía de esa maldita pistola se añadió al creciente poder en su
interior de una manera que nunca habíamos considerado.
—Lo siento, Kyuhyun. Siento haber dejado
caer todo esto sobre ti.
—No te culpa más de lo que lo hago yo.
Ni siquiera los otros. No podías controlar las acciones de los Defensores.
—¿Qué les sucedió a ellos? —preguntó, no
muy seguro de querer saberlo.
—Varios de nuestros hombres han tenido
una encantadora y larga charla con ellos. No creo que nos molesten más. Sé que Jack
no lo hará. Shindong lo tomó en custodia para responder por los crímenes de
aquellos que dirigía.
—¿Qué le harán?
—Uno de los Zea pondrá una atadura de
paz sobre él. Entonces lo dejarán ir. —Kyuhyun no sonaba feliz en esa parte.
—¿Una atadura de paz?
—Es una manera de impedir que alguien
decida hacernos daño. En el momento en que intente hacernos daño a nosotros, se
hará daño a sí mismo. Por lo general no es letal, sí efectivo y mucho más de lo
que se merece. Debería ser ejecutado por lo que te hizo.
Sungmin se encogió de hombros.
—Déjalo ir. No vale nuestro tiempo. Excepto,
quizás sólo lo suficiente para ver cómo reacciona a esa cosa de la atadura de
paz. Me gustaría ver eso.
Kyuhyun sonrió con fiereza.
—Me aseguraré de que lo consigas,
cariño.
Sungmin sofocó un bostezo.
—Con Jack fuera del mapa, los Defensores
necesitarán un nuevo líder, alguien que quiera ayudarnos a luchar contra los Sasaengs.
Tal vez podríamos convencer a Gildong de aceptar el trabajo.
—¿Por qué él?
—No es en absoluto como su padre. Es
razonable y amable. Me gustaría hablar con él, traerle aquí, dejarle ver lo que
yo he visto.
La boca de Kyuhyun se estiró.
—No estoy seguro de que sea una buena
idea.
—Quizás seamos capaces de hacer de él y
el resto de los Defensores un aliado. Ellos ya están ahí fuera. Saben sobre los
monstruos. Quizás también utilicen sus ojos y oídos. Además, la mayoría de
ellos son hombres orgullosos. Permitirles ayudarnos quizás sea sólo la única
oportunidad que tengamos de protegerlos.
—Hablaremos de esto con Shindong cuando
estés mejor para ver si lo permite.
—He sido yo solo mucho tiempo. No voy a
empezar a pedir permiso para dirigirme a la gente. Demonios que hablaré a quien
yo quiera, cuando quiera.
Kyuhyun le dedicó una perezosa sonrisa.
—Vuelve a alzar la barbilla.
—¿Qué? —preguntó.
Él le dio un toque a su barbilla con el
dedo índice.
—Siempre que hagas algo obstinado como
eso, realmente hunde tus talones y alza la barbilla.
Sungmin la alzó aún más, haciéndolo
reír. El alegre sonido flotó sobre él, aliviando los dolores de su cuerpo,
reparando las contusiones en su espíritu causadas por sufrir todo aquel miedo.
Iba a llevarle bastante tiempo sobrepasar un miedo así, pero sabía que Kyuhyun
estaría con él, ayudándole a atravesarlo.
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