— Sabes que no voy a permitir que te haga daño.
— Te lo agradezco mucho, Hyukjae. Pero este hombre está…
— Muerto si se acerca a ti. Sabes que no te abandonaré.
— Por lo menos no hasta la próxima luna llena.
Hyukjae apartó la mirada y Donghae asimiló la verdad.
— No pasa nada —dijo con valentía—. Puedo hacerme cargo
de esto, de verdad. He estado solo durante años. Ésta no es la primera vez que
un cliente me acosa. Y dudo mucho que vaya a ser el último.
Los ojos de Hyukjae lanzaron llamaradas cuando le miró.
— ¿Cuántos de tus pacientes te han acosado?
— No es tu problema, sino el mío.
Hyukjae siguió mirándolo como si estuviese a punto de
estrangularlo.
Llegaron a casa al mismo tiempo que la policía.
El joven y musculoso agente miró con suspicacia a Hyukjae.
— ¿Quién es?
— Un amigo —le contestó Donghae. El policía alargó la
mano hacia él.
— De acuerdo, déme las llaves y déjenos echar un vistazo.
Un agente se quedará con ustedes aquí fuera hasta que lo revisemos todo.
Donghae le entregó obedientemente el juego de llaves.
Comenzó a mordisquearse las uñas mientras observaba cómo
el policía entraba a su hogar.
Por favor, que Lu Han esté dentro todavía.
Pero no estaba. El policía salió poco después meneando la
cabeza.
— ¡Joder! —exclamó Donghae en voz baja.
El agente lo acompañó hasta la casa y Hyukjae los siguió
un poco rezagado.
— Necesitamos que entre y eche un vistazo para ver si
falta algo.
— ¿Ha hecho algún estropicio? —preguntó.
— Sólo en los dormitorios.
Con el corazón en un puño, Donghae entró en su casa y
subió las escaleras para ir a su habitación.
Hyukjae lo siguió y observó cómo se mantenía rígido y
distante. Tenía el rostro pálido. Podría matar al tipo que le había hecho esto.
Nadie debería pasar tanto miedo, especialmente en su propio hogar.
Cuando llegaron al piso superior, Hyukjae vio que la
puerta de la habitación del final del pasillo estaba entreabierta. Donghae
corrió hacia allí.
— ¡No! —jadeó.
Se apresuró a seguirlo.
Hyukjae comenzó a verlo todo rojo al contemplar el
sufrimiento que reflejaba el rostro de Donghae. Podía sentir su dolor en el
corazón como si fuese el suyo propio.
Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas mientras
observaba el desorden. El colchón estaba tirado en el suelo, las sábanas desgarradas,
los cajones abiertos y su contenido esparcido, como si Céfiro hubiera pasado
por allí en mitad de un arranque de mal humor.
Hyukjae le colocó las manos sobre los hombros para
reconfortarlo.
— ¿Cómo ha podido hacerle esto a su habitación? —preguntó
Donghae.
— ¿De quién es esta habitación? —preguntó el agente
Reynolds—. Creía que vivía solo.
— Y lo hago. Ésta era la habitación de mis padres.
Murieron hace tiempo — miró a uno y otro lado, incrédulo. Una cosa era que
fuese tras él, pero ¿por qué había hecho esto?
Contempló la ropa esparcida por el suelo. Los pendientes
que su padre había regalado a su madre en su último aniversario de boda. Todo
estaba desparramado por la habitación, como si no tuviese valor alguno.
Pero para él eran objetos muy valiosos. Era lo único que
le quedaba de ellos. El dolor le desgarraba el corazón.
— ¿Cómo ha podido hacerlo? —preguntó, mientras la rabia
se abría paso en su interior.
Hyukjae lo atrajo hacia sus brazos y lo sostuvo con
fuerza.
— No pasa nada, Donghae —murmuró sobre su pelo.
Hyukjae miró al agente de policía.
— No se preocupe —dijo el hombre—, encontraremos al tipo.
— ¿Y después qué? —preguntó Hyukjae.
— Eso tendrá que decidirlo un tribunal.
Hyukjae lo miró de arriba abajo y soltó un gruñido,
asqueado. Tribunales. No entendía cómo un tribunal moderno podía permitir que
un animal así estuviese suelto.
— Sé que todo esto es duro —comentó el agente—. Pero
necesitamos que compruebe si se ha llevado algo, doctor Lee.
Él asintió.
A Hyukjae le sorprendió el coraje que demostró al
desprenderse de su abrazo y limpiarse las lágrimas. Comenzó a inspeccionar todo
aquel desastre. Él se arrodilló a su lado; quería estar cerca por si lo
necesitaba de nuevo.
Después de comprobarlo todo concienzudamente, Donghae
cruzó los brazos sobre el pecho y lanzó una rápida mirada al agente.
— No falta nada —le dijo, y salió de la habitación para
ir a la suya.
Entró en ella con mucha aprensión. Un rápido vistazo le
indicó que su dormitorio había sufrido los mismos daños que el de sus padres.
Había registrado meticulosamente tanto la ropa de Hyukjae como la suya, había
desgarrado las sábanas y el colchón estaba ladeado.
Ojalá Han hubiese encontrado la espada de Hyukjae bajo la
cama y hubiese cometido el error de tocarla. Eso sí que habría sido una justa
recompensa.
Pero no la había visto. De hecho, el escudo aún seguía
apoyado sobre la pared, junto a la cama, donde él lo dejó.
Donghae se sentía casi violado al contemplar toda su ropa
esparcida por la habitación; como si las manos de Han hubiesen tocado su
cuerpo.
En ese momento, vio la puerta del vestidor ligeramente
abierta. Estaba muerto de miedo mientras se acercaba para abrirla y mirar en el
interior. Entonces se sintió como si el tipo le hubiese arrancado el corazón y
lo hubiese aplastado.
— Mis libros —murmuró.
Hyukjae cruzó la habitación para ver lo que Donghae
estaba mirando. Se quedó sin respiración al llegar junto a él.
Todos los libros habían sido destrozados.
— Mis libros no —balbució, cayendo de rodillas.
Todo había desaparecido.
Donghae se fijó entonces en lo que quedaba de su ejemplar
de La Ilíada. Los ojos se le llenaron de lágrimas al recordar la expresión de
Hyukjae mientras pasaba sus páginas. Las horas que habían pasado juntos
mientras lo leía. Habían sido unos momentos muy especiales, mágicos; los dos
tumbados frente al sofá, perdidos en la historia, como si hubiesen estado en un
reino privado, sólo de ellos dos. Su propio paraíso.
— Los ha destrozado todos —murmuró—. ¡Dios! Ha debido
pasar horas aquí.
— Señor, sólo son…
Hyukjae agarró al agente por el brazo y lo sacó de la
habitación.
— Para él son mucho más que simples libros —le dijo entre
dientes—. No se atreva a burlarse de su dolor.
— ¡Vaya! —exclamó el hombre avergonzado—. Lo siento.
Hyukjae volvió junto a Donghae.
Sollozaba incontrolablemente mientras pasaba las manos
sobre las hojas sueltas.
— ¿Por qué lo ha hecho?
Hyukjae lo tomó y lo abrazó. Donghae no lo soltó. Se
aferraba a él con tanta fuerza que a Hyukjae le costaba trabajo respirar.
En ese momento, Hyukjae quiso matar al hombre que le
había hecho esto. Sonó el teléfono.
Donghae gritó y forcejeó para incorporarse.
— Shh —le dijo Hyukjae—. No pasa nada. Estoy aquí,
contigo.
El agente le pasó el teléfono.
— Conteste, por si es él.
Hyukjae miró con furia al hombre. ¿Cómo podía ser tan
insensible? ¿Cómo podía pedirle que hablara con ese perro rabioso?
— Hola, Judith —saludó Donghae, y volvieron las lagrimas mientras
le contaba a su amiga lo que había sucedido.
La mente de Hyukjae bullía al pensar en el hombre que
había invadido la casa de Donghae y lo había herido tan profundamente. Lo que
más le preocupaba era que el tipo sabía dónde golpear. Conocía a Donghae. Sabía
lo que era importante para él.
Y eso le hacía mucho más peligroso de lo que la policía
sospechaba.
— Siento mucho haber perdido el control —dijo,
limpiándose las lágrimas—. Ha sido un día muy largo.
— Sí, señor, lo entendemos.
Hyukjae observó cómo se recomponía; Donghae tenía una
fuerza de voluntad que muy pocos poseían. Acompañó al policía por el resto de
la casa.
— No debe haber visto este libro —dijo uno de los agentes
con el libro de Hyukjae en la mano, ofreciéndoselo.
Hyukjae lo cogió de las manos de Donghae. Al contrario
que el agente, él no estaba tan seguro. Si el bastardo había intentado
romperlo, se habría llevado una desagradable sorpresa.
No podía ser destruido. Él mismo había intentado hacerlo
en incontables ocasiones a lo largo de los siglos. Pero ni siquiera el fuego
hacía mella en él. El libro le hizo recordar las palabras de Donghae.
Se iría en unos cuantos días y Donghae se quedaría solo,
sin nadie que la protegiera. Y esa idea lo enfermaba.
Los agentes se marcharon en el mismo instante que Judith
llegaba en su coche. Salió del Jeep acompañada de un hombre alto que llevaba el
brazo en un cabestrillo. Judith prácticamente corrió hasta la puerta.
— ¿Estás bien? —le preguntó a Donghae mientras lo
abrazaba con fuerza.
— Sí —le contestó. Miró sobre su hombro y entonces saludó
al hombre —. Hola Jinhyuk.
— Hola Donghae. Hemos venido a echarte una mano.
Le presentó a Hyukjae y los cuatro entraron en la casa.
Hyukjae detuvo a Judith tan pronto como estuvieron
dentro, y la llevó aparte.
— ¿Puedes mantenerlo un rato aquí abajo?
— ¿Por qué?
— Tengo que ocuparme de algo.
Judith frunció el ceño.
— Claro, no hay problema.
Esperó hasta que Judith y su marido sentaron a Donghae en
el sofá. Entonces, fue a la cocina, cogió un par de bolsas de basura y se
encaminó al vestidor.
Tan rápido como pudo, comenzó a ordenar todo aquel
desastre para que Donghae no tuviera que verlo de nuevo. Pero con cada trozo de
papel que tocaba, su ira crecía.
Una y otra vez acudía a su mente la tierna expresión de
Donghae mientras buscaba un libro entre toda su colección. Si cerraba los ojos
podía ver su pelo sobre su pecho mientras leía.
En ese momento, quiso la sangre de este tipo.
— ¡Joder! —exclamó Jinhyuk desde la puerta—. ¿Esto lo ha
hecho él?
— Sí.
— hombre, menudo psicópata.
Hyukjae no dijo nada y continuó arrojando los papeles a
la bolsa. Su alma gritaba, clamando venganza. Lo que sentía hacia Príapo era
una leve sombra de lo que en esos momentos pasaba por su mente.
Una cosa era hacerle daño a él. Pero herir a Donghae…
Ya podían tener las Parcas compasión de ese tipo, porque
él no pensaba tener ninguna.
— ¿Llevas mucho saliendo con Donghae?
— No.
— Eso me parecía. Judith no te ha mencionado, pero
pensándolo bien, tampoco se ha mostrado tan preocupada porque Donghae se quedara
solo desde su cumpleaños. Supongo que os conocisteis entonces.
— Sí.
— Sí, no, sí. No eres muy hablador, ¿verdad?
— No.
— Bien, lo he cogido. Hasta luego.
Hyukjae se detuvo cuando encontró la cubierta de Peter
Pan. La cogió y apretó los dientes. El dolor lo asaltó de nuevo. Ese libro era
el preferido de Donghae.
Lo apretó con fuerza un instante y después lo arrojó a la
bolsa con el resto.
Donghae no fue consciente del tiempo que pasó sentado en
el sofá, sin moverse. Sólo sabía que se encontraba muy mal. El golpe de Han
había sido muy fuerte.
Judith le trajo una taza de chocolate caliente.
Intentó beber, pero le temblaban tanto las manos que tuvo
miedo de derramarlo y lo dejó a un lado.
— Supongo que necesito limpiarlo todo.
— Ya lo está haciendo Hyukjae —le dijo Jinhyuk, que
estaba sentado en el sillón haciendo zapping.
Donghae frunció el ceño.
— ¿Qué?, ¿desde cuando?
— Hace poco estaba arriba, recogiéndolo todo en el
vestidor.
Boquiabierto por la sorpresa, Donghae subió en su
búsqueda.
Hyukjae estaba en la habitación de sus padres. Desde la
puerta, observó cómo acaba de poner orden y se enderezaba. Dobló los pantalones
de su padre de un modo que haría que Martha Stewart hiciese una mueca de dolor,
los colocó en el cajón y lo cerró.
La ternura lo invadió ante la imagen del que fuera un
legendario general ordenando su casa para evitar que sufriera. Su delicadeza le
llegó al corazón.
Hyukjae alzó los ojos y descubrió a Donghae. La honda
preocupación que reflejaban sus ojos le reconfortó.
— Gracias —dijo.
Él se encogió de hombros.
— No tenía otra cosa que hacer. —Aunque lo dijo con un
tono despreocupado, algo en su actitud traicionaba su pretendida indiferencia.
— Aún así, te lo agradezco.
— Es duro dejar que los seres amados se vayan.
Donghae sabía que Hyukjae hablaba desde el fondo de su
corazón. El corazón de un padre que añoraba a sus hijos.
Aunque la pesadilla ya no le persiguiese por las noches, le
oía susurrar.
— Sí —le contestó en voz baja—, pero tú lo sabes mejor
que yo, ¿no es cierto?
Hyukjae no contestó.
Donghae dejó que su mirada vagara por la habitación.
— Supongo que ya va siendo hora de seguir adelante, pero
te juro que aún puedo escucharlos, sentirlos.
— Es su amor lo que percibes. Aún está dentro de ti.
— ¿Sabes? creo que tienes razón.
— ¡Eh! —gritó Judith desde la puerta, interrumpiéndolos—.
Jinhyuk está encargando una pizza, ¿os apetece comer algo?
— Sí —contestó Donghae.
— ¿Y tú? —le preguntó Judith a Hyukjae.
Hyukjae sonrió a Donghae.
— Me encantaría comer pizza.
Donghae soltó una carcajada al recordar cómo Hyukjae le
había pedido pizza la noche que lo invocaron.
— Vale —dijo Judith—, pizza para todos.
Hyukjae le dio a Donghae los anillos de su madre.
— Los encontré en el suelo.
Se acercó a la cómoda para guardarlos, pero se detuvo. En
lugar de eso, se los colocó en la mano derecha y, por primera vez después de
unos cuantos años, se sintió reconfortado al verlos.
Al salir de la habitación, Hyukjae cerró la puerta.
— No —le dijo Donghae—, déjala abierta.
— ¿Estás seguro?
Él asintió.
Cuando entraron en su dormitorio, vio que Hyukjae también
lo había ordenado. Pero al contemplar las estanterías que habían guardado sus
libros, ahora vacías, se le rompió de nuevo el corazón.
En esta ocasión no protestó cuando Hyukjae cerró la
puerta.
Horas más tarde y después de haber comido, Donghae pudo
convencer a Judith y a Jinhyuk de que se fueran.
— Estoy bien, de verdad —les aseguró por enésima vez en
la puerta. Agradecido por la presencia de Hyukjae, colocó la mano sobre su
brazo—. Además, tengo a Hyukjae.
Judith lo miró con severidad.
— Si necesitas algo, me llamas.
— Lo haré.
Sin sentirse seguro del todo, Donghae cerró la puerta
principal y subió a la habitación. Hyukjae lo siguió.
Se tumbaron en la cama, uno junto al otro.
— Me siento tan vulnerable… —susurró. Él le acarició el
pelo.
— Lo sé. Cierra los ojos y duerme tranquilo. Estoy aquí.
Yo te mantendré a salvo.
Lo rodeó con sus brazos y él suspiró, reconfortado. Nadie
lo había consolado nunca como él lo hacía.
Tardó horas en dormirse. Cuando lo hizo, estaba rendido.
Se despertó con un silencioso grito.
— Estoy aquí, Donghae.
Escuchó la voz de Hyukjae a su lado y se calmó al
instante.
— Gracias a Dios que eres tú —murmuró—. Tenía una
pesadilla.
Hyukjae depositó un ligero beso en su hombro.
— Lo sé.
El le dio un apretón en la mano antes de salir de la cama
y prepararse para ir al trabajo.
Cuando intentó vestirse, le temblaban tanto las manos que
no fue capaz de abotonarse la camisa.
— Déjame a mí —se ofreció Hyukjae, apartándole las manos
para poder hacerlo él—. No tienes por qué estar asustado, Donghae. No dejaré
que ese tipo te haga nada.
— Lo sé. Sé que la policía lo atrapará y, entonces, todo
habrá acabado.
Él no contestó, y siguió ayudándole a colocarse la ropa.
Una vez estuvieron preparados, Donghae condujo hasta la
consulta, situada en el centro de la ciudad. Tenía un nudo tan grande en el
estómago que le costaba respirar. Pero no podía encerrarse. No iba a dejar que Han
controlara su vida. Él era la que llevaba las riendas y nadie iba a cambiar
eso. No sin luchar.
No obstante, estaba muy agradecido por la presencia de
Hyukjae. Lo reconfortaba de tal modo que no quería pensar demasiado a fondo en
el porqué.
— ¿Cómo se llama esto? —preguntó Hyukjae cuando entraron
al antiguo ascensor del edificio de finales de siglo.
Donghae le enseñó cómo tirar para cerrar la puerta y, de
inmediato, percibió la incomodidad de Hyukjae al quedarse encerrados.
— Es un ascensor —le explicó Donghae—. Aprietas estos
botones y subes a la planta que quieres. Yo trabajo en el último piso, que es
el octavo. —Y apretó el botón de diseño antiguo.
Hyukjae se puso aún más nervioso cuando comenzaron a
ascender.
— ¿Es seguro?
Donghae alzó una ceja y lo miró con curiosidad.
— No me puedo creer que el hombre que se enfrentaba sin
miedo a los ejércitos romanos esté ahora asustado de un simple ascensor.
Hyukjae le dedicó una mirada irritada.
— Sé lo que son los romanos, pero esto me resulta
desconocido.
—No es muy complicado. —Señaló a la trampilla del techo—.
Sobre esa puertecilla hay unos cables que suben y bajan la cabina, y también
hay un teléfono —dijo, señalando el intercomunicador situado bajo los botones—.
Si el ascensor se queda atascado, lo único que hay que hacer es apretar el
botón del teléfono y, el equipo de emergencia acudirá de inmediato.
Los ojos de Hyukjae se oscurecieron.
Ese Han es un maldito loco mira que hacerle todo ese daño a Hae a sabiendas de lo que esas cosas significaban para él. Pobre Hae debió haberse sentido horrible al menos HyukJae estaba ahí para apoyarlo, consolarlo, no solo con su presencia sino también con sus actos, fue un gran detalle que ordenará ambas habitaciones. Lo peor e todo es que ese Han de seguro va a volcer está tan desquiciado que de seguro piensa que debe vengarse o algo así.
ResponderEliminarGracias por el capítulo.
Cuídate ^^
Aaaaaaaahhhhh que tipo tan LOCO,así con mayusculas,esta pirado,es un psicopata,porque seguro sabe lo que esas cosas significaban para hae y por eso mismo lo hizo...deeeeeeesgraciado
ResponderEliminarO sea,es como si llegara a casa y encontrara mis álbumes de SJ destrozados,ay no que feo,ojala lo agarren y lo metan a la carcel y nada de juicios mentales.
Hyuk ahora menos debe dejar a Hae...me opongo rotundamente