Donghae se cambió en el cuarto de baño y mojó unas
toallas para colocárselas en la frente.
Volvió a la habitación para refrescarlo. Le acarició el
pelo, empapado de sudor.
— Estás ardiendo.
— Lo sé. Me siento como si estuviese en un lecho de
brasas.
Siseó cuando Donghae le acercó la toalla fría.
— No me has contado qué tal te ha ido el día —le dijo sin
aliento.
Donghae jadeó al sentir que el amor y la felicidad le
invadían. Todos los días Hyukjae le hacía esa pregunta. Todos los días contaba
las horas para regresar a casa junto a él.
No sabía lo que iba a hacer cuando se marchara.
Obligándose a no pensar en eso, se concentró en cuidarlo.
— No hay mucho que contar —susurró. No quería agobiarlo
con lo que su madre le había confesado. No mientras estuviese así. Ya lo habían
herido bastante, y no sería él el que aumentara su dolor—. ¿Tienes hambre? —le
preguntó.
— No.
Donghae se sentó a su lado. Pasó toda la noche leyéndole
y refrescándolo.
Hyukjae no durmió. No pudo. Sólo era consciente de la
piel de Donghae cuando lo tocaba y de su dulce perfume. Invadía sus sentidos y
hacía que la cabeza le diera vueltas. Todas las fibras de su cuerpo le exigían
que lo poseyera.
Con los dientes apretados, tiró de las cadenas de plata
que apresaban sus muñecas y luchó contra la oscuridad que amenazaba con
devorarlo. No quería rendirse.
No quería cerrar los ojos y desaprovechar el poco tiempo
que le quedaba para estar junto a Donghae mientras aún estuviese cuerdo. Si
dejaba que la oscuridad lo consumiera no se despertaría hasta estar de vuelta
en el libro. Solo.
— No puedo perderlo —murmuró. La simple idea de perderlo
hacía pedazos lo poco que le quedaba de corazón.
El reloj de pared dio las tres. Donghae se había quedado
dormido hacía muy poco rato. Tenía la cabeza y la mano apoyadas sobre su
abdomen y su aliento le acariciaba el estómago.
Podía sentir su cabello rozándole la piel, la calidez de
su cuerpo filtrándose por sus poros hasta llegarle al alma.
Lo que daría por poder tocarlo…
Cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y se permitió
soñar por primera vez desde hacía siglos. Soñó con pasar noches enteras junto a
Donghae.
Soñó que llegaba el día en que podía amarlo como se
merecía. Un día en que él sería libre para poder entregarse a él. Soñó en tener
un hogar junto a Donghae.
Y soñó con niños de alegres ojos y dulces y traviesas
sonrisas.
Aún estaba soñando cuando la luz del amanecer comenzó a
filtrarse por las ventanas y el reloj dio las seis. Donghae se despertó.
Frotó la mejilla sobre su pecho, acariciándolo de tal
modo que para Hyukjae supuso una tortura.
— Buenos días —lo saludó sonriente.
— Buenos días.
Donghae se mordió el labio al pasear la mirada sobre su
cuerpo y arrugó la frente por la preocupación.
— ¿Estás seguro que tenemos que hacer esto? ¿No te puedo
liberar un ratito?
— ¡No! —exclamó con énfasis.
Donghae cogió el teléfono y marcó el número de la
consulta.
— No iré en un par de días, ¿puedes hacerte cargo de
algunos de mis pacientes?
Hyukjae frunció el ceño al escucharlo.
— ¿Es que no vas a ir a trabajar? —le preguntó en cuanto
colgó. Donghae no podía creer que le hiciese esa pregunta.
— ¿Y dejarte aquí tal y como estás?
— Estaré bien.
Donghae lo miró como si se hubiese vuelto completamente
loco.
— ¿Y si pasara algo?
— ¿Cómo qué?
— Puede haber un incendio o alguien puede entrar y
hacerte cualquier cosas mientras estás ahí indefenso.
Hyukjae no discutió. Le entusiasmó el hecho de verlo tan
dispuesto a quedarse junto a él.
A media tarde, Donghae fue testigo de que la maldición
empeoraba. Cada centímetro del cuerpo de Hyukjae estaba cubierto de sudor. Los
músculos de los brazos estaban totalmente tensos y apenas hablaba; cuando lo
hacía, apretaba los dientes.
Pero seguía mirándole con una sonrisa, y sus ojos eran
cálidos y alentadores mientras sus músculos se contraían con continuos espasmos
y soportaba el sufrimiento que amenazaba con devorarlo.
Donghae siguió refrescándolo, pero tan pronto como
acercaba la toalla a su piel se calentaba tanto que apenas era capaz de tocarla
después.
Para cuando llegó la medianoche Hyukjae deliraba.
Observó impotente cómo se agitaba y maldecía como si un
ser invisible estuviese arrancándole la piel a tiras. Donghae nunca había visto
algo así. Estaba forcejeando tanto que casi temía que echara abajo la cama.
— No puedo soportar esto —susurró. Bajó corriendo las
escaleras y llamó a Judith.
Una hora después, Donghae abrió la puerta a Judith y a su
hermana Boa. Con el pelo negro y los ojos azules, Boa no se parecía en nada a Judith.
Era una de las pocas sacerdotisas blancas de vudú; regentaba una tienda de
artículos mágicos y hacía de guía turística por el cementerio los viernes por
la noche.
— No sabéis cuánto os agradezco que hayáis venido —les
dijo Donghae al cerrar la puerta, una vez pasaron al recibidor.
— No es nada —le contestó Judith.
Boa llevaba un timbal bajo el brazo e iba vestida con un
sencillo vestido marrón.
— ¿Dónde está?
Donghae las llevó al piso superior.
Boa puso un pie en la habitación y se quedó paralizada al
ver a Hyukjae sobre la cama presa de continuas convulsiones y maldiciendo a
todo el panteón griego.
El color abandonó su rostro.
— No puedo hacer nada por él.
— Boa —la increpó Judith—. Tienes que intentarlo.
Con los ojos abiertos como platos por el miedo, Boa meneó
la cabeza.
— ¿Quieres un consejo? Sella esta habitación y déjalo
hasta que regrese de donde vino. Hay algo tan maligno y poderoso observándolo
que no me atrevo a hacerle frente. —Miró a Judith—. ¿No percibes el odio?
Donghae comenzó a temblar al escuchar a Boa, y su corazón
empezó a latir cada vez más rápido.
— ¿Judith? —llamó a su amiga. Necesitaba desesperadamente
que alguien aliviara el sufrimiento de Hyukjae de algún modo. Tenía que haber
algo que ellas pudiesen hacer.
— Sabes que no puedo ayudarlo —le dijo Judith—. Mis
hechizos nunca funcionan.
¡No!, gritó su mente. No podían abandonarlo de aquel
modo.
Miró a Hyukjae mientras éste forcejeaba por liberarse de
los grilletes.
— ¿Hay alguien a quien pueda acudir en busca de ayuda?
— No —contestó Boa—. De hecho, ni siquiera puedo
permanecer aquí. No te ofendas, pero todo esto me pone los pelos de punta.
—Lanzó una mirada categórica a su hermana—. Y tú sabes muy bien a qué tipo de
atrocidades me enfrento diariamente.
— Lo siento, Donghae —se disculpó Judith, acariciándole
el brazo—. Investigaré y veré lo que puedo descubrir, ¿de acuerdo?
Con el corazón en un puño, Donghae no tuvo más remedio
que acompañarlas a la puerta.
Cuando la cerró, se dejo caer sobre ella con cansancio.
¿Qué iba a hacer?
No podía limitarse a aceptar que no había ayuda posible
para Hyukjae. Tenía que haber algo que pudiese aliviar su dolor. Algo en lo que
él aún no hubiese pensado.
Subió las escaleras y volvió junto a él.
— ¿Donghae? —Hyukjae lo llamó con un gemido tan agónico
que su corazón acabó de hacerse pedazos.
— Estoy a tu lado, cariño —le dijo, acariciándole la
frente.
Hyukjae dejó escapar un gruñido salvaje, como el de un
animal atrapado en un cepo, y se lanzó sobre él.
Aterrorizado, Donghae se alejó de la cama.
Se dirigió al vestidor, con las piernas temblorosas, y
cogió el ejemplar de La Odisea.
Acercó la mecedora a la cama y comenzó a leer.
Pareció relajarlo. Al menos no se revolvía con tanta
fuerza.
Con el paso de los días, la esperanza de Donghae se
marchitaba. Hyukjae estaba en lo cierto al afirmar que no había modo alguno de
romper la maldición si no lograba superar la locura.
No podía soportar verlo sufrir, horas tras hora, sin
ningún momento de alivio. No era de extrañar que odiara a su madre. ¿Cómo podía
Afrodita dejarlo pasar por esto sin mover un solo dedo para ayudarlo?
Y había sufrido de aquel modo durante siglos… Donghae
estaba totalmente fuera de sí.
— ¡Cómo podéis permitirlo! —gritó enfadado, mirando al
techo.
— ¡Eros! —le llamó—. ¿Me oyes? ¿Atenea? ¿Hay alguien?
¿Cómo permitís que sufra así? Si lo amáis un poco, por favor, ayudadlo.
Tal y como esperaba, nadie contestó.
Dejó descansar la cabeza sobre la mano e intentó pensar
en algo que pudiera ayudarlo. Seguramente habría algo que…
Una luz cegadora atravesó la habitación.
Perplejo, alzó la vista y se encontró con Afrodita que
acababa de materializarse junto a la cama. Si se hubiese encontrado con un
burro en la cocina no se hubiese sorprendido tanto.
La diosa perdió el color del rostro al contemplar cómo su
hijo se revolvía, agitado por los espasmos, sufriendo una horrible agonía.
Alargó una mano hacia él y la retiró con brusquedad, dejándola caer mientras
apretaba el puño.
En ese momento miró a Donghae.
— Le quiero —dijo en voz baja.
— Yo también.
Afrodita clavó la mirada en el suelo, pero Donghae fue
testigo de su lucha interior.
— Si lo libero, lo apartarás de mí para siempre. Si no lo
hago, los dos lo perderemos. —Afrodita lo miró a los ojos—. He estado pensando
acerca de lo que me dijiste y creo que tienes razón. Lo hice fuerte y jamás
debí castigarlo por eso. Lo único que deseaba es que me llamara madre. —Miró a
su hijo.
» Sólo quería que me quisieras, Hyukjae. Un poquito nada
más.
Donghae tragó saliva al ver el dolor en el rostro de
Afrodita cuando acarició la mano de Hyukjae.
Él siseó, como si el roce le hubiese quemado la piel.
Afrodita retiró la mano.
— Prométeme que lo cuidarás mucho, Donghae.
— Tanto como él me lo permita; lo prometo.
Afrodita asintió y colocó la mano sobre la frente de
Hyukjae. Él echó la cabeza hacia atrás, como si acabara de ser alcanzado por un
rayo. La diosa inclinó la cabeza y lo besó con ternura en los labios.
Al instante, Hyukjae se relajó y su cuerpo se quedó
inmóvil.
Los grilletes se abrieron y aún así no se movió. El
corazón de Donghae dejó de latir al darse cuenta de que Hyukjae no respiraba.
Aterrorizado, alargó una temblorosa mano para tocarlo.
Él inspiró con brusquedad.
Mientras Afrodita tendía la mano hacia Hyukjae, Donghae
percibió en sus ojos la necesidad de sentir el amor de un hijo que ni siquiera
sabía que estaba allí. Era la misma mirada anhelante que a menudo captaba en
los ojos de Hyukjae cuando él no era consciente de que lo estaba observando.
¿Cómo era posible que dos personas que se necesitaban tan
desesperadamente no fuesen capaces de arreglar las cosas?
Afrodita desapareció en el mismo instante que Hyukjae
abrió los ojos.
Donghae se acercó a él. Temblaba tanto que le
castañeteaban los dientes. La fiebre había desaparecido y su piel estaba tan
fría como el hielo.
Recogió el edredón del suelo y lo cubrió con él.
— ¿Qué ha pasado? —preguntó Hyukjae con voz insegura.
— Tu madre te liberó.
Hyukjae pareció enmudecer por la sorpresa.
— ¿Mi madre? ¿Ha estado aquí?
Donghae asintió con la cabeza.
— Estaba preocupada por ti.
Hyukjae no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Sería
cierto?
Pero, ¿por qué iba a ayudarlo su madre ahora si siempre
le había vuelto la espalda cuando más la había necesitado? No tenía sentido.
Con el ceño fruncido, intentó bajarse de la cama.
— No, ni hablar —le dijo Donghae con brusquedad—. Acabo
de hacer que te pongas bien y no voy a…
— Necesito ir al baño urgentemente —la interrumpió él.
— ¡Ah!
Donghae lo ayudó a bajar de la cama. Estaba tan débil que
no se aguantaba en pie, lo sostuvo hasta atravesar el pasillo. Hyukjae cerró
los ojos e inhaló el dulce aroma de Donghae. Temeroso de hacerle daño, intentó
no apoyarse demasiado en él.
Su corazón se enterneció al ver la forma en que lo
cuidaba, al percibir la sensación de sus brazos envolviéndole la cintura
mientras lo ayudaba a caminar.
Su Donghae. ¿Cómo iba a soportar separarse de él?
Una vez atendió sus necesidades, le preparó un baño
caliente y lo ayudó a meterse en la bañera.
Hyukjae lo contempló mientras lo lavaba. Le parecía
imposible que hubiese permanecido a su lado todo aquel tiempo. No recordaba
casi nada de los últimos días, pero se acordaba del sonido de su voz
atravesando la oscuridad para reconfortarlo.
Lo había oído pronunciar su nombre a gritos y, en
ocasiones, estaba seguro de haber sentido su mano sobre la piel, anclándolo a
la cordura.
Sus caricias habían sido su salvación.
Cerrando los ojos, disfrutó de la sensación de las manos
de Donghae deslizándose sobre su piel mientras lo lavaba. Le recorrían el pecho,
los brazos y el abdomen. Y cuando rozaron accidentalmente su erección, no pudo
evitar dar un respingo ante la intensidad con la que percibió la caricia.
Cómo lo deseaba…
— Bésame —balbució Hyukjae.
— ¿No será peligroso?
Él le sonrió.
— Si pudiese moverme ya estarías conmigo en la bañera. Te
aseguro que en este momento estoy tan indefenso como un bebé.
Vacilante, Donghae se humedeció los labios y le acarició
una mano; su roce fue suave y tierno. Lo miró fijamente a los labios como si
pudiera devorarlo, y Hyukjae sintió que el frío desaparecía al contemplar sus
ojos.
Donghae se inclinó y lo besó con ansia. Él gimió al
sentir sus labios; anhelaba mucho más. Necesitaba sus caricias.
Para su sorpresa, obtuvo lo que deseaba.
Donghae se apartó un instante de sus labios, lo
suficiente para quitarse la ropa y quedarse desnudo ante él. Lentamente y con
movimientos seductores, se metió en la bañera y se sentó a horcajadas sobre su
cintura.
Hyukjae volvió a gemir al sentir su miembro sobre el
estómago. Donghae lo besó de nuevo, tan ardientemente que él creyó que se
abrasaba.
¡Maldición, ni siquiera podía abrazarlo! No podía mover
los brazos. Y necesitaba con desesperación rodearlo con fuerza.
Donghae debió percibir su frustración porque se incorporó
con una sonrisa.
— Ahora me toca mimarte —susurró antes de enterrar los
labios en su cuello.
Cerró los ojos mientras Donghae dejaba un rastro de besos
sobre su pecho. Cuando llegó al pezón todo comenzó a darle vueltas al sentir la
lengua de Donghae jugueteando y succionándolo. Nada había conseguido
estremecerlo del modo que lo hacían sus caricias. No recordaba ninguna ocasión
en la que alguien le hubiese hecho el amor a él.
Y ninguna pareja se había entregado de aquel modo. Ni le
había dado tanto.
Contuvo la respiración en el momento que Donghae introdujo
la mano entre sus cuerpos.
— Ojalá pudiese hacerte el amor —susurró Hyukjae. Él alzó
la cabeza para mirarlo a los ojos.
— Lo haces cada vez que me tocas.
Sin saber cómo, consiguió abrazarlo, aunque los brazos no
dejaban de temblarle, y le atrajo hacia su pecho para reclamar sus labios.
Lo escuchó quitar el tapón con el pie mientras
profundizaba el beso aún más y atormentaba con leves caricias su miembro
hinchado.
Hyukjae sintió vértigo al notar su mano sobre su verga.
Ansiaba sus caricias; las anhelaba de un modo que no era capaz de definir.
Una vez la bañera se vació de agua, Donghae abandonó sus
labios para abrasarle la piel con diminutos besos, descendiendo por el pecho.
Hyukjae echó la cabeza hacia atrás y la apoyó en el borde mientras él le pasaba
la lengua por el estómago y la cadera.
Y entonces, para su sorpresa, se llevó su miembro a la
boca. Él gruñó y le sujetó la cabeza con ambas manos, deleitándose en las
sensaciones que provocaban la lengua y la boca de Donghae, lamiendo y rodeando
su miembro.
Ninguna otra pareja había hecho eso antes. Se habían
limitado a tomar lo que podían de él, sin ofrecerle jamás nada a cambio.
Hasta que Donghae llegó.
Su boca arrasó con los resquicios de su sentido común y
venció lo poco que quedaba de su resistencia. Le temblaba todo el cuerpo por la
ternura que él estaba demostrando.
— Lo siento —se disculpó Donghae, alejándose de él—. Otra
vez estás temblando de frío.
— No es por el frío —le contestó con voz ronca—. Es por
ti.
La sonrisa de Donghae le atravesó el corazón. Volvió a
inclinarse y prosiguió con su implacable asalto.
Cuando terminó, Hyukjae creyó haber sufrido una intensa
sesión de tortura. No podría sentirse más satisfecho aunque hubiese llegado al
clímax.
Donghae lo ayudó a salir de la bañera. Aún le temblaban
las piernas y tuvo que apoyarse en él para llegar a la habitación.
Donghae lo sostuvo hasta que estuvo acostado y, después,
lo tapó con todas las mantas que encontró. Depositó un beso tierno sobre su
frente y acomodó la ropa de la cama.
— ¿Tienes hambre?
Hyukjae sólo fue capaz de asentir con la cabeza.
Donghae se apartó de su lado el tiempo justo para
calentar un tazón de sopa. Cuando regresó, él estaba profundamente dormido.
Dejó el tazón en la mesita de noche y se acostó junto a él.
Lo abrazó y se quedó dormido.
esto es definitivo? hyuk ya no sufrirá? porque siento que no es asi,y que hyuk pasara por ese dolor de nuevo?
ResponderEliminaral menos su madre ya dejo salir sus sentimiento y aliviar el dolor de su hijo,eso ya es de ayuda,pero deberia de ayudarlo mas....se lo debe por todos esos años y siglos
Estos dos se aman mucho, lástima que los dos tontos no lo dicen en voz alta. Me encanta que Hae a pesar de su carácter sea capaz de todo por ayudar a Hyuk, leyéndole, quedándose en casa para cuidarlo, pidiendo ayuda a Judith y a su hermana y finalmente logrando algo que hasta yo pensé que era imposible, que la misma afrodita ayude de una vez por todas a su hijo.
ResponderEliminarAdemás me sorprendió lo osado que estaba Hae en la bañera, creo que eso se debe a que Hyuk le enseño a confiar de nuevo, pero sobre todo al amor que le tiene.
La escena de ambos durmiendo se me hace adorable ^^
Gracias por actualizar :D