Yunho encontró a Changmin en la Sala de los Caídos. Un fuego
bajo ardía en el hogar, calentando la sala, haciendo que
las pulidas espadas de los guerreros muertos brillaran en la oscuridad.
Changmin se sentaba en una silla de piel
con una espada en su regazo. La seda de su túnica gris brillaba a la luz del
fuego, abrazando su cuerpo y haciendo que se doliera por deslizar sus manos por
sus lujuriosas curvas. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que lo
había sostenido en sus brazos y le había hecho el amor — casi una semana. Changmin
había estado distante últimamente, y no importaba lo duro que lo intentara él,
parecía no poder traer de vuelta una sonrisa a sus labios.
El fracaso pesaba sobre sus nervios,
robándole su generalmente tranquila paciencia y férreo control. Si no le decía
lo que podía hacer para agradarlo, iba a encontrar su propia manera de ayudarlo
—una que estaba absolutamente seguro que él no aprobaría.
Sus delgados dedos recorrían amorosamente
la hoja. La espada de su hijo — Yunho la reconoció ahora que estaba cerca.
Conocía cada mella y rasguño sobre esa hoja, cada gastado lugar por el apretón
de su hijo.
Los ojos oscuros de Changmin
revolotearon cerrándose cuando extrajo un recuerdo de las espejas profundidades
del acero, reviviendo un momento del pasado de su valiente hijo. Una única
lágrima se deslizó por su mejilla y jadeó en un sollozo.
—Changmin —le dijo suavemente, de modo
que no lo sobresaltara.
El levantó la cabeza y la fuerza de su
belleza le golpeó con la fuerza de un martillo neumático. Cada línea de su
rostro estaba perfectamente formada. Incluso las insondables profundidades de
sus ojos negros le atraían y le hacían temblar contra la necesidad de tocarlo,
consolarlo.
El tiempo no había alterado demasiado su
apariencia a lo largo de los siglos. Había una madurez en él, aunque no tenía
una sola arruga. La sabiduría brillaba en cada movimiento suyo, aunque ni uno
de sus cabellos se hubiese vuelto gris como lo había hecho el de él. Era una
belleza intemporal y de infalible lealtad.
Yunho lo amaba muchísimo, algunas veces
estaba seguro de que su corazón se abriría resquebrajándose por el pecho.
—No deberías estar aquí —le dijo—. No es
sano para ti hurgar en estos recuerdos.
—Eso es todo lo que me queda de él. Un
recuerdo de mis errores.
Él tomó la espada de sus manos y la
colgó de regreso en su lugar de honor.
—No todos los errores de nuestra gente
son tuyos.
—Nuestros hijos han muerto y no hay allí
ninguna culpa excepto la mía —dijo Changmin.
—Sunny todavía vive. Y Jessica.
Changmin apretó la mandíbula.
—No. Jessica está muerta. Sólo es su
cuerpo el que está vivo.
Yunho no estaba de acuerdo, pero ahora
no era momento para ese viejo argumento. Ambos lo sabían demasiado bien.
—¿Y qué hay de Sunny? Ella ha vuelto a
casa con nosotros. A salvo.
—¿Por cuánto tiempo? —preguntó Changmin
mirando al fuego.
—El muro está siendo levantado tan
rápido como podemos arreglarlo.
La rabia estiró su llena boca y Yunho no
pudo recordar la última vez que lo había visto sonreír.
—El muro no la ha protegido antes. No lo
hará ahora, nadie más que tú o yo podemos hacerlo. Su abducción lo probó más
allá de toda duda.
—La esperanza no se ha perdido. ¿No lo
ves?
Changmin se levantó y se giró.
—¿Crees que sólo porque unas pocas parejas
Suju han atravesado nuestras puertas todo irá bien? ¿Realmente eres tan
estúpido?
El afilado comentario le hirió, pero
aceptó el dolor sin quejarse, perdonándolo por ello incluso cuando había dejado
su boca. Él sabía bajo cuanta presión estaba. No era él mismo —no el mismo
hombre al que había crecido amando a lo largo de los años, aunque no pudiera
amarlo menos, incluso si lo intentaba.
—Creo —dijo él cuidadosamente—, que las
cosas están cambiando para mejor. Prefiero vivir en esperanza que morir en la
desesperación —tomó una profunda respiración, acorazándose a sí mismo para la
reacción que sabía tendría ante sus próximas palabras—. Lo cual es por lo que
voy a permitir a Kevin que intente restaurar mi fertilidad. Él piensa que tiene
una cura.
Su cuerpo se tensó y sólo sus ojos se
movieron. Estos se entrecerraron peligrosamente, hirviendo con una emoción
demasiado fuerte como para nombrarla. Yunho extendió la mano por la conexión de
la luceria que los vinculaba, buscando sentir lo que iba más allá de aquellos
ojos, pero encontró un duro muro.
Changmin le estaba bloqueando.
Rechazándole.
Yunho encajó la sorpresa. El nunca, ni
una sola vez, le había rechazado de ese modo. Ni siquiera cuando estaba enfadado.
Claro, él había sentido el repliegue de sus emociones y filtrar las cosas que
no quería que sintiese, pero nunca se había negado a él tan completamente,
nunca ni una sola vez, le había cerrado la puerta de esta manera en su propia
cara.
La furia y la soledad se estrellaron en
él, pero se negó a rendirse.
—Sabía que mi decisión te molestaría,
pero no tenía idea de cuánto.
—¿Molestarme? —respondió en un bajo tono
de voz despectivo—. Tomaste una decisión como esa sin ni siquiera pedir mi
opinión, ¿y crees que estoy simplemente molesto?
—Furioso, entonces. Si no me dejas
entrar en tus pensamientos, no seré capaz de decirlo, ¿no crees?
Changmin ignoró su insulto y sus puños
se cerraron en su pantalón, arrugando la delicada tela.
—No daré a luz a otro niño. Ni siquiera
por ti.
—Tampoco te he preguntado. Conozco tus
sentimientos sobre ese tema.
—¿Y todavía permitirás que Kevin te
cure?
—Sí, de ese modo descubrirá cómo curar a
los otros hombres. Tú puedes no querer niños, pero ¿qué hay de las otras parejas
que tenemos con nosotros?
—Asumo que ninguno querrá ver a sus
hijos masacrados como yo tuve que ver a los míos. Les estás haciendo un favor
rechazando a Kevin —dijo Changmin.
Yunho respiró profundamente, buscando
paciencia. El profundo dolor de Changmin por la muerte de sus hijos no conocía
límites. No había sanado como era natural, como él había sanado. Su pena no se
había diluido durante décadas. De alguna manera, todo el miedo, la cólera y la
pérdida habían ulcerado el interior de Changmin, volviéndose más grande y más
oscuro con el paso del tiempo.
Debería haberse dado cuenta antes.
Debería haber procurado ayudarlo antes, pero no lo había hecho y ahora temía
que esa aflicción que sufría fuera demasiado amplia y profunda para ser curada.
Excepto, posiblemente, por el nacimiento
de otro niño. Uno que protegerían y mantendrían a salvo de daño. Uno que
salvaría a su appa de la pena.
El alma de Yunho se dolía por sostener
un bebé en sus brazos, por oír el sonido de su risa y sentir el orgullo de
verlo crecer fuerte, valiente y amable. Apreciaba a todos sus hijos, incluso a
aquellos que habían hecho pobres elecciones. Los extrañaba, y siempre había un
vacío en su corazón por no poder sostenerlos y hablarles, pero ese vacío no le
había destruido. Eso no le había arrancado su voluntad de vivir o su habilidad
para ver la alegría que les rodeaba. Esto no había deslustrado el orgullo que
tenía al trabajar para mantener a tantos humanos a salvo.
—No voy a volverle la espalda a mis
responsabilidades —dijo Yunho, refiriéndose a más que sólo sus
responsabilidades para sus hombres.
Changmin también lo necesitaba, aunque
dudaba que estuviese de acuerdo.
—No, en vez de eso, me estás volviendo
la espalda a mí.
Él se estiró hacia Changmin, pero éste le
evitó, y dejó que su mano cayera a un lado.
—Eso nunca, amor. Tú eres ahora y has
sido siempre el centro de mi mundo. Haría cualquier cosa por ti.
—¿Cualquier cosa excepto decirle que no
a Kevin? —Sus manos se aflojaron y su rostro mostró impasibilidad—. Hazlo. No
te detendré, pero entiende esto: mientras haya la más leve posibilidad de que
seas fértil, no permitiré que te vayas a la cama conmigo.
Yunho casi se rió ante la absurda
declaración hasta que vio el destello de letal hostilidad brillando en sus
ojos. La risa que burbujeaba en su interior murió y apretó los labios para
callar otro desastrado sonido.
—Eso es lo que dices. Hemos hecho el
amor durante más días que siglos, sin permitir que nada se interponga entre
nosotros. ¿Cómo puedes siquiera decir eso?
—No traeré otro niño a este mundo.
—¿Ni siquiera si es lo que yo quiero?
Changmin le dedicó una llana mirada.
—Te amo. He intentado darte todo lo que
quieres, pero esto no puede negociarse. No te amo lo bastante para ver morir a
otro de mis hijos.
—No seremos capaces de resistirnos el
uno al otro —le dijo Yunho con completa confianza.
—Para evitar la muerte de otro niño, lo
haré. Créeme.
Yunho no dudaba de su sinceridad, pero
ya no podía dar marcha atrás. Tenía que encontrar una manera de curarlos a
todos ellos, traer los niños de vuelta a sus vidas.
—Tengo que hacerlo, Changmin. Los
hombres me necesitan. Pero si insistes, podemos utilizar los métodos humanos de
anticoncepción.
—No —la palabra fue llana, final y
sucia—. Si haces eso, no me tocarás.
Una pesada sensación de derrota cayó
sobre Yunho, haciéndolo sentirse viejo y cansado. Él y Changmin había
atravesado mucho y siempre habían salido al otro lado más fuertes y más
cercanos que antes. Esta vez, por primera vez, Yunho se cuestionaba esa
posibilidad.
Le había cerrado sus pensamientos. Nunca
antes había hecho eso. Nunca le había vuelto la espalda.
Yunho no podía quedarse allí y mirarle
de esa manera, incapaz de encontrar una manera de ayudarle y poco dispuesto a
darle lo que Changmin pensaba que quería. Tenía que actuar con su conciencia y
rogar que, finalmente, viese que era lo correcto. Era lo único que podía hacer.
Se volvió, dejando la Sala de los Caídos y a Changmin
tras él.
Cuando el sordo ruido de sus botas hizo
eco a lo largo del corredor, Yunho sufrió en silenciosa frustración. Tenía que
hacerlo. Tenía que dar a su gente esperanza de algún tipo de futuro. Si los
cálculos de Kevin eran erróneos y las posibilidades de cura no eran buenas, Yunho
sería el único que sufriría.
Y si esto tenía éxito, esas paredes
resonarían otra vez con el sonido de felicidad de los niños. Niños Suju.
Yunho se llenó con un renovado sentido
de propósito. Iba a ayudar a sus hombres.
Si alguna vez tenía otro niño, se juró
que haría lo que fuera necesario para ver que sus hombres también los tuvieran.
Reconstruirían sus filas y la esperanza se restauraría. No permitiría ningún
resultado menor.
Changmin estaba herido ahora mismo.
Débil por sus esfuerzos de restaurar la pared. Por supuesto, reaccionaría mal a
una petición tan sensible. Difícilmente era culpa suya que sufriera así, y lo
perdonaría. Infiernos, ya lo había hecho. Pero eso no quería decir que fuera a
dejar que continuara destruyéndose a sí mismo.
Todavía no lo habían hecho. No por un
largo disparo. Changmin lo había callado, pero Yunho se negaba a quedarse de
brazos cruzados. Su esposo estaba demasiado herido para que él lo hiciera. Se
diera cuenta o no, le necesitaba y si eso significaba que tendría que engañarlo,
entonces eso es lo que haría. Su pareja era obstinado, y algunas veces, la
única manera de conseguir entrar en esa dura cabeza suya era a fuerza de
voluntad — del tipo de fuerza de la que un hombre como Yunho estaba más que
equipado.
Lo seduciría. No sería capaz de
resistirse a él. Nunca lo había hecho.
Y una vez su hijo creciera dentro de su
cuerpo, encontraría de nuevo la felicidad. Se ablandaría y vería que sólo
quería lo mejor para él —lo mejor para todos ellos.
Changmin observó salir a Yunho,
manteniendo las rodillas cerradas hasta que estuvo
finalmente fuera de la vista. Cuando la
puerta de madera tallada se cerró de golpe, se dejó caer al suelo. Su cuerpo
estaba débil y e inútil, pero se aseguró que la barrera que había puesto entre
ellos estaba todavía a salvo en su lugar.
Las lágrimas mojaban sus mejillas, pero
las ignoró. Estaba demasiado débil para contenerlas, demasiado cansado para que
le importara que alguien las viese o no.
Físicamente, la tensión de usar tanta
magia día tras día le estaba pasando factura. Su cuerpo temblaba, apenas capaz
de mantener el esfuerzo de moverse como si nada ocurriera. Mentalmente, estaba
hecho pedazos. Bloquear a Yunho le había tomado hasta la última de sus
reservas, y sólo podía esperar que esa barrera se mantuviese a salvo en el
lugar hasta que la pared estuviese restaurada y tuviera una oportunidad para
descansar.
Pero no tenía elección. Esa barrera
había sido necesaria.
Changmin no podía dejar que Yunho
descubriera la verdad. No eran los Sasaengs quienes habían robado a Yunho su
habilidad de tener hijos. Había sido Changmin. El había esterilizado a todos
los hombres Suju en un arrebato de rabia y pena la noche en que su hijo más
joven murió.
De pie sobre el sangriento parche de
hierba que había sido la única cosa que quedó de su hijo, supo que nunca podría
ver morir a otro niño. Y la única manera de asegurarse era que nunca tuviese
otro niño.
No había querido utilizar su magia más
allá de Yunho. No había querido hacerlo cuando puso tanto poder en el hechizo,
causando que este se extendiera y esterilizara a todos los hombres,
asegurándose que él no pudiera concebir por ninguno de ellos. No había querido
permitir que su pena se vinculara con ese poder, dándole bastante fuerza para
hacerlo irreversible. Al menos para él.
Quizás Kevin había encontrado una manera
donde él no había podido.
Pero había privado a los hombres de algo
tan fundamental que no se había parado a pensar en si importaba o no.
Si Yunho alguna vez averiguaba lo que él
había hecho —si alguno de los hombres lo hacía— estaba seguro de que lo
odiarían y lo rechazarían. O peor. Lo desterrarían. Enviándolo a los Cazadores
igual que un hombre cuya marca de vida había muerto, dejando que esas bestias
hicieran con él lo que quisieran.
La muerte vendría, pero no rápidamente. Changmin
había oído las historias de que los Cazadores tenían parejas prisioneras.
No podía dejar que eso le sucediera. Más
importante, no podía dejar que eso le sucediera a Yunho.
Sus destinos estaban unidos juntos. Si él
moría, Yunho moriría con él, y Changmin le amaba demasiado para dejarle ser
testigo de su violación y asesinato. Sería más amable terminando con su propia
vida o matándole incluso a él primero, antes de tener que vivir a través de
eso, indefenso para evitarlo.
Changmin se cubrió la cara con las manos,
deseando haber hecho cosas diferentes.
Desearlo no cambiaba nada. Por supuesto,
ninguno tenía décadas de invertir toda su fuerza para encontrar una manera de
revertir la magia que había creado. Nada de lo que había hecho había ayudado.
Cuanto más tiempo permanecían estériles los hombres, más fuerte parecía hacerse
la magia. Había intentado todo lo que sabía, salvo el contarle a alguien lo que
había hecho.
Quizás era tiempo de confesar, o al
menos decirle a Kevin que lo había hecho. Tanto había protegido su secreto,
constantemente preocupado de que uno de los Zea lo hubiese descubierto. Se
había negado a dejar que nadie excepto Hyungsik se alimentara de él, y sólo
cuando era vital. Yunho, con más probabilidad, le daría su propia sangre que
permitir que le tocaran, y Changmin había aceptado su protección, sabiendo que
inadvertidamente ocultaba su secreto con su bondad.
Yunho era un hombre demasiado bueno para
él. Changmin lo sabía, pero eso no cambiaba nada. No iba a dejarle ir, incluso
si había cientos de parejas compatibles esperando en fila.
Y no iba a dejarle morir con él. La
posibilidad de que Kevin pudiera encontrar una manera de revertir su magia era
demasiado arriesgada.
Perder a Jessica casi lo había matado.
El que Sunny se negara a hablarle era igual que morir un poco cada día. El
tiempo no había borrado el dolor que el rechazo de su última hija viva le
causaba.
Pero Changmin se merecía lo que tenía.
Todo ello. Era su culpa que ninguno de los hombres pudiera tener hijos, como lo
era el que su niña nunca se convirtiera en una mujer.
Changmin se quedó mirando el fuego
mientras esperaba que las lágrimas dejaran de caer, mientras esperaba que el
temblor en sus miembros cesase lo suficiente para permitirle ponerse en pie.
Ahora estaba solo. Sus errores habían
matado a todos aquellos a los que amaba y había ahuyentado al resto. Todo lo
que quedaba de él era pena y desconsuelo, y ninguna de ellas iba a ayudarlo a
ponerse en pie. Estaba solo en esto. Era hora de endurecerse.
Sungmin dejó la gigante ducha antes de
que Kyuhyun pudiera distraerl con su delicioso cuerpo. Una mirada a su erección
rebotando contra su musculoso abdomen y todo lo que quería hacer era
arrodillarse y succionarlo en la boca, sintiéndolo explotar contra su lengua.
Lamentablemente, eso no iba a conseguir
acercarlo a confesar sobre la bomba que había en su camioneta, así que mantuvo
los ojos en su barbilla, consiguiendo lavarse y secarse tan rápidamente como
pudo.
Apenas acababa de vestirse cuando él
entró en la habitación, llevando sólo una húmeda toalla alrededor de sus
estrechas caderas. Su erección había disminuido y se encontró preguntándose si
se habría encargado de sí mismo sin él antes de salir de la ducha.
La extraña sensación de resentimiento
enderezó su columna y dejó que la sensación resbalase. Si él iba a correrse,
quería ser el único que se lo provocara.
—Si no dejas de mirarme fijamente, no
voy a caber en mis vaqueros —le dijo él.
Sungmin mantuvo los ojos cerrados y
volvió corriendo al baño a por su cepillo para el pelo. Cuando salió, Kyuhyun estaba
vestido, sentado sobre la orilla de la cama, poniéndose las pesadas botas.
—Pensé que podríamos salir e intentar
algunas cosas para ver cómo manejas mí poder —dijo él.
—Hay algo que tengo que decirte primero.
—Su voz tembló con aprensión y los ojos de Kyuhyun ascendieron de golpe a su
rostro, entrecerrándose en preocupación.
—Puedes decirme lo que quieras, cariño.
No hay necesidad de tener miedo. — Palmeó la cama junto a él, pero Sungmin sabía
que si se acercaba, perdería los nervios.
Sungmin empezó a pasearse, manteniéndose
al alcance de un brazo.
—Ya sabes que fui criado para no confiar
en vosotros, ¿verdad?
—Sí.
—Y que realmente creía que erais los
tipos malos.
—Lo cual es por lo que has seguido
huyendo.
—Correcto —dijo.
—Lo entiendo, cariño. No voy a utilizar
eso contra ti. Puedes relajarte.
Quizás no utilizara su educación contra él,
pero ¿cómo se iba a tomar su plan para hacerle volar por los aires?
—No soy yo solo, Kyuhyun. Un montón de
gente piensa que vosotros sois los tipos malos.
—Te refieres a los Defensores.
El asintió.
—Mi mamá era muy cercana a ellos.
Kyuhyun se encogió de hombros, atrayendo
sus ojos por la impresionante anchura de sus hombros. El impulso de pasarle los
dedos por su lisa piel y los músculos que había debajo le hacían agua la boca,
pero lo resistió. Tenía que pasar por eso.
—Tampoco diría exactamente que soy
cercano a ellos. Aunque pensé que eran decentes, agradables de un modo
sentimental, pero hacia el final, antes de que me encontraras…
Kyuhyun se puso en pie y dio un paso
hacia ellos. Sungmin alzó las manos, diciéndole que se mantuviese atrás.
Sus ojos se entrecerraron.
—¿Hacia el final, qué, Sungmin?
Sungmin, no cariño. Eso no era buen
augurio.
—Estaba desesperado. No tenía dinero. No
podía encontrar trabajo. Conseguir un número de la seguridad social falso se ha
hecho mucho más difícil recientemente, y no tenía ninguna clase de efectivo
para granjearme una nueva identidad.
—Deberías haberme llamado —dijo Kyuhyun—.
Odio la idea de que hayas sufrido de ese modo.
Sungmin le dedicó una avergonzada
sonrisa.
—Sí, bueno, tú eras precisamente la
razón por la que necesitaba una nueva identidad en primer lugar. Estaba
bastante seguro de que serías capaz de rastrearme.
—Lo intenté. No fuiste fácil de
encontrar.
Ellos le habían borrado las pistas.
—De todas formas, estaba desesperado,
así que fui a buscar a esos tíos con los que solía quedarse mi madre cuando las
cosas iban mal.
—Los Defensores —sugirió Kyuhyun.
—Sí. Me acogieron como si fuera una de
los suyos. Su líder, Hong Jack, incluso me recordaba de cuando era niño. —Y él
también le recordaba.
—Me alegro de que tuvieras un lugar a
donde ir.
—No vas a alegrarte cuando oigas el
resto.
Kyuhyun dio otro paso hacia él, esa vez
ignorando su deseo de ayudarlo en la distancia. Cubrió sus hombros con las
manos, y resbaló sus manos por los brazos. El toque de su piel en la de él
hacía que le diera vueltas la cabeza, y lo envolvía en un capullo de comodidad.
Tío, iba a extrañar eso. No había forma
de que fuera a tocarlo de esa forma cuando oyera la verdad.
—Mientras que hayas estado a salvo,
estaré bien. Acaba tu historia.
—No es una historia. Es una explicación.
Quiero que entiendas por qué hice lo que hice.
—¿Y qué hiciste?
—Todavía no. Déjame acabar.
Kyuhyun asintió y Sungmin tomó una
respiración para ganar fuerza.
—Los Defensores me dieron un trabajo en
ese bar. Me dieron un lugar para dormir. Me alimentaron. Me prometieron que no
dejarían que me encontraras.
Su mandíbula se endureció entonces, y un
brillo de rabia iluminó sus ojos.
—Ninguno de ellos me habría detenido. Lo
sabes, ¿verdad?
Sungmin tragó un repentino nudo de
nerviosismo.
—Me alegro que no llegásemos a eso, para
ser honestos. Esos hombres no eran malos tipos.
—No hubiese sido diferente si fueran
santos si intentaban evitar que te encontrara.
—Bueno, no tuvieron oportunidad. En vez
de eso, nosotros… elaboramos un plan.
Los dedos de Kyuhyun se apretaron
ligeramente alrededor de sus brazos y su voz se endureció.
—¿Qué tipo de plan?
Sungmin no podía mirarle a los ojos.
Estaba tan avergonzado de lo que había hecho.
—No es agradable, Kyuhyun.
—Sólo. Dímelo.
Era hora de afrontarlo.
Sungmin alzó la barbilla, enderezó los
hombros y lo miró directamente a los ojos.
—Los Defensores habían intentado
encontrar vuestra casa durante mucho tiempo. Cuando supieron que me estabas
buscando, me dijeron que yo haría de gran cebo. Estuve de acuerdo.
—Así que querías que te encontrara. Ya
lo sé —dijo Kyuhyun.
—Sí. Eso es por lo que llamé a Leeteuk.
Estaba seguro que le habían lavado el cerebro. Sabía que él te diría dónde
estaba yo.
—Así que, ¿esa noche tu llamada y el que
sonaras tan asustado…?
—Era un truco. Sabía que vendrías si
pensabas que estaba en problemas, aunque, al mismo tiempo, pensé que era por
que querías tener el placer de matarme tú mismo.
Su mandíbula se apretó con rabia; su
garganta trabajó como si estuviese intentando tragarse sus palabras. Una vena
palpitaba en su sien.
Sungmin se estaba quedando sin tiempo
para acabar su confesión. Tenía que conseguir soltarlo todo antes de que Kyuhyun
pudiese ser bueno y estar cabreado todo al mismo tiempo. No estaba seguro de
tener las agallas para enfrentarlo de esa manera otra vez.
—Así que te llamé. Viniste, justo como
planeamos. Se suponía que te llevaría en mi coche y nos dirigiríamos aquí, pero
mi coche se averió.
Una mirada de mortal sospecha cruzó su
cara. Sungmin estaba seguro de que esa era la mirada que vio el Sasaeng justo
antes de que lo partiera a la mitad.
—¿Por qué tu coche?
—Porque era donde estaban los
explosivos. Tengo una camioneta de C-4 y los Defensores me enseñaron cómo
utilizarlos. —Se negó a estremecerse—. Fui enviado aquí para volar éste lugar,
junto con todo lo que hubiera en él.
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