Sungmin había estado planeando matarle.
El shock ni siquiera empezaba a cubrir
lo que estaba sintiendo ahora mismo. La traición venía de cerca, pero no lo
bastante cerca. Su cuerpo se sacudió con rabia y un dolor tan profundo que no
sabía que tuviera ninguna terminación nerviosa allí hasta ahora. Años de
sufrimiento no lo habían preparado para un golpe como ese.
Sungmin, el hombre con el que suponía
que pasaría su vida, amaría y defendería, había planeado matarle.
Y a todo el mundo allí, todas esas
inocentes almas que había jurado proteger.
Kyuhyun no podía concebir algo así.
Quizás nunca podría ser capaz, pero habría tiempo para que lo intentara
después; ahora mismo, tenía que encargarse de esa crisis y asegurarse que nadie
salía herido. Incluyendo a Sungmin.
Los Suju no iban a tomarse su traición
tan a la ligera.
—¿Hay algún riesgo de que esa mierda se
escape? —exigió él.
—No. Es seguro. Tengo que enganchar todo
al C-4 antes de que haya una amenaza.
—¿Estás seguro?
—No estaría por aquí si no lo
estuviera. Hay niños alrededor. Nunca me arriesgaría a hacerles daño. Me crees,
¿verdad?
No tenía más opción que creerle por
ahora, hasta que tuviese tiempo para comprobarlo por sí mismo.
—Me utilizaste —se ahogó él, incapaz de
formar las palabras.
El dolor de su traición corría profundo
y más profundo de lo que había considerado posible en su breve tiempo juntos.
—Te utilicé. No espero que me perdones,
pero no sabía qué estaba haciendo.
—¿Y ahora lo sabes? ¿Ahora sabes cuán
jodido era éste plan tuyo?
Los ojos oscuros de Sungmin se
mantuvieron inamovibles, pidiéndole que creyera en él. Que confiara en él.
—Lo siento de veras, Kyuhyun, nunca le
haría daño a la gente de aquí. Lo sabes, ¿verdad?
Quería creerle, pero las vidas de
demasiadas personas estaban en juego.
—Sólo hay una forma en la que pueda
estar seguro de eso, Sungmin.
—¿Cómo? Quiero arreglar esto. De verdad
lo quiero. Eso es por lo que estoy dejándome las tripas aquí. —Parecía sincero.
Le sostuvo la mirada y no se retorció
cuando lo fulminó al devolvérsela. Parecía que no estaba intentando mentir.
A nadie más.
Todavía, el hecho de que hubiese mentido
lo hacía sospechoso. Kyuhyun conocía una única manera de probar su inocencia.
—Vas a dejarme entrar en tu mente. Vas a
dejarme ver tus pensamientos.
—No, Kyuhyun. Eso es demasiado
escalofriante. Demasiado intrusivo.
—Demasiada mierda que lo sea. Te has
metido en éste lío mintiendo, y la única manera de aclararlo es esa. Voy a
tener que decirle a Shindong lo que has hecho. Posiblemente no pueda atestiguar
a tu favor si no me dejas hacer esto.
—Tiene que haber otra manera.
—No la hay.
Sungmin retrocedió, golpeando la pared
tras de él.
—Soy una persona reservada.
Kyuhyun lo siguió, buscando cualquier
signo de que quizás intentara huir.
—Ya no. Vamos a hacerlo, Sungmin. De una
manera o de otra. Tengo un juramento hacia esa gente que mantener.
—¿Qué hay de tu juramento hacia mí?
—He dado mi vida para protegerte,
incluso cuando estoy tan furioso como lo estoy, pero lo que voy a hacer de
ninguna manera violará eso. —E iba a hacerlo. Incluso si tenía que obligarlo.
No sería agradable, pero sería un
infierno mucho mejor que lo que Shindong quizás se viera forzado a hacer para
obtener la verdad de Sungmin. Quizás llamara a uno de los Zea, y Kyuhyun no iba
a dejar a uno de esos chupópteros hurgando en su mente.
—No quiero eso.
—No me importa. Esto va en serio.
—También yo —dijo, alzando la barbilla.
Joder. Sabía malditamente bien que si Sungmin
peleaba con él sobre eso, quizás acabara lastimado. Con todo, tenía que
hacerse. Tenía que estar seguro, sin lugar a dudas, que no había nada que Sungmin
le estuviese ocultado. Demasiadas vidas estaban en juego si estaba equivocado.
—Ésta es la única manera en la que puedo
protegerte, Sungmin. Si no hacemos esto, alguien más lo hará, y no serán tan
cuidadosos contigo como lo seré yo.
Sungmin se le quedó mirando durante un
momento. Sus pupilas habían descendido a helados puntos de negrura. Todo el
color se había desvanecido de sus mejillas, dejando atrás la grisácea palidez
del miedo.
Kyuhyun no podía soportar verlo así.
Tenía un trabajo que hacer, e iba a hacerlo, pero eso no quería decir que no
pudiera hacérselo tan fácil como fuese posible. Nadie más lo sabía. Todavía tenía
tiempo para tomárselo con calma. Hacerlo fácil.
Alisó su pelo, fino como el de un bebé,
apartándoselo de la frente. Todavía estaba húmedo de la ducha y se pegaba a sus
dedos, atándolos.
—Necesito que me dejes hacerlo. Si me
obligas a utilizar la fuerza, te hará daño.
Su cabeza cayó contra la pared y vio
cómo tragaba nerviosamente.
—Sí. Claro. Yo me he metido en esto. Aceptaré
mi castigo como un adulto.
—Esto no es un castigo. —Aunque quizás
eso fuera lo que le estuviera rondando todavía por la cabeza.
—Seguro que se le parece.
—Sólo cierra los ojos y relájate. Yo
haré el resto.
Sungmin hizo como le dijo Kyuhyun e
intentó no caer enfermo a sus pies.
No podía creer que fuera a dejar que
alguien jugara en el interior de su cabeza. Si hubiese sabido el costo de
pactar con los Defensores, antes habría decidido pasar hambre.
La mano de Kyuhyun se extendió sobre su
garganta, y él sintió alzar su collar hasta que éste entró en contacto con su
anillo. Las dos bandas se juntaron igual que imanes, y un lento chorro de
cálida energía se hundió en su piel, irradiando del collar.
El vello de su cuerpo se le puso de
punta, y un potente temblor le recorrió, iluminando cada terminación nerviosa.
Sungmin dejó escapar un bajo gruñido de
placer. No podía evitarlo. Lo que quiera que le estaba haciendo se sentía tan
bien, casi igual que un narcótico atravesando como un rayo su sistema.
Sus huesos se suavizaron y su cuerpo se
deslizó por la pared. El fuerte brazo de Kyuhyun alivió su caída, evitando que
cayese con fuerza. Acabó en un montón en el suelo con la camiseta subida por la
espalda, dejándolo expuesto contra la fría y dura pared.
—Eso está bien —le susurró él—. Solo
relájate.
No tenía realmente otra opción, no era
que estuviese cooperando. Si hubiese sabido que estar jodiendo la mente de
alguien se sentía tan bien, quizás le habría dejado hacerlo antes.
Sus ojos apenas estaban abiertos, sólo
lo justo para poder ver la oscura cara de Kyuhyun cerniéndose sobre él. Era tan
guapo, tan masculino. Esa boca suya era llena y suave, al contrario del resto
de su duro y delgado cuerpo, y sabía cómo utilizarla para hacerle sentir bien.
Sólo los besos ya eran mejor que todo el paquete del sexo con otros hombres. No
estaba seguro de cómo funcionaba, pero estaba seguro de que si pasaba algún
tiempo estudiándolo, lo adivinaría.
Sungmin se estiró a por él, sus brazos
yendo a rodear su cuello en un descuidado paso de sus dedos. No podía encontrar
la fuerza para sujetarlo, y sus manos se deslizaron a su regazo. Lo intentó
otra vez, pero Kyuhyun le cogió las muñecas en su mano libre y las mantuvo en
el sitio.
—Solo relájate —le dijo.
Si se relajaba aún más, iba a hundirse
en la alfombra, haciendo un charco de humedad. Quizás eso fuera lo que él
quería. Pensó que podría hacerlo si así fuera.
—Lo estás haciendo fantástico, cielo.
Cielo. No lo llamaría así si lo odiara,
¿verdad?
Sungmin se concentró en aquella idea y
la retuvo. No quería que lo odiase. Quería que lo amase.
Amor. El pensamiento le impresionó
calmándolo. ¿Por qué querría que le amase? Eso sólo complicaría las cosas. No
había decidido siquiera si la vida que él llevaba iba a funcionar o no para él.
Claro, Kyuhyun había hecho un largo camino para convencerlo de que se quedara.
Le había dado una casa, lo había hecho sentir como un rey. Haciéndolo sentir
importante. Necesitado.
¿Quién no se acostumbraría a algo como
eso? Eso sólo demostraba que estaba cuerdo.
Pero el amor era un gran problema. Eso
cambiaba las cosas. Las hacía más difíciles. Más complicadas.
Mejores.
Una embotada presión detrás de sus ojos
le hizo hacer una mueca, distrayéndolo de su hilo de pensamientos.
—No luches con ello —dijo Kyuhyun.
Sungmin no quería luchar con nada, pero
su boca no estaba funcionando tan bien para decírselo.
La presión se incrementó hasta hacerse
dolorosa. Un quejido se escapó de sus labios y el dolor se alivió en algo, pero
no desapareció.
—Estás luchando conmigo, cariño. Tienes
que bajar esa guardia tuya.
—No sé cómo —se oyó decir a sí mismo.
Kyuhyun se quedó en silencio durante un
momento, y él sintió una sutil tensión traspasando su mano. Un simple pulso de
miedo se deslizó a través de él y pudo decir instantáneamente que no era suyo.
Era una sensación diferente a ello. Una forma diferente, más dentada y áspera
que la suya propia.
Era el miedo de Kyuhyun. Tenía miedo.
Por él.
Algo iba mal, pero Sungmin no podía
entenderlo.
—Está bien. Lo intentaremos de nuevo.
Ésta vez, quiero que te imagines un muro de ladrillo en tu cabeza. ¿Puedes
hacerlo?
Sungmin dio un pequeño asentimiento y el
muro cobró vida en el interior de su mente.
—Bien. Ahora echa esa pared abajo,
ladrillo a ladrillo. Ya no lo necesitas. Estás a salvo conmigo.
A salvo. Eso era agradable.
Sungmin hizo como le decía, derribando
la pared, sólo que nunca alcanzó el fondo. Siempre había más ladrillos, igual
que si estuviesen creciendo de los que caían a la tierra como una fluida
construcción dentro de su cabeza.
Negándose a rendirse, siguió haciendo lo
que Kyuhyun le había dicho mientras la presión tras sus ojos empezaba a
aumentar nuevamente. El calor creció dentro de su
cabeza, haciendo que temblara. La pared
seguía creciendo, evitando cada intento que hacía para derribarla.
El dolor irradió, llenando su cráneo de
forma explosiva. Un ruido apareció en algún lugar distante: un grito de agudo
dolor y el seco traqueteo de una agitada respiración. Las duras bandas se
apretaron sobre sus muñecas y un frágil punto de calor en su cuello.
Eso estaba mal. Incluso sin ningún tipo
de experiencia en ese tipo de cosas, sabía en su alma que algo iba
terriblemente mal.
La pared de ladrillo se alzó,
espesándose a medida que crecía. Más alta y amplia de lo que podía ver, la cosa
siguió creciendo e hinchándose, luchando contra la presión de su cabeza.
Un zumbido obstruyó sus oídos. Su sangre
ardió mientras se apresuraba por sus venas, chamuscándolo de dentro hacia
fuera. No había ninguna parte a la que huir para que se detuviera. Nada que
pudiera hacer.
La audición se desvanecía. La agradable
presión de la pared contra la parte baja de su espalda se convirtió en un
recuerdo. La sensación de las manos de Kyuhyun alrededor de sus muñecas
desapareció, junto con la sensación de las mismas muñecas. La conciencia de su
cuerpo se disipó como la niebla bajo el sol hasta que no quedó nada excepto la
pared de ladrillo y un incesante golpeteo tras él.
Entonces de repente el golpeteo cesó. O
tal vez no se había detenido, pero ya no podía sentirlo de ningún modo. Todo
excepto la pared se escabulló y Sungmin dejó que se fuera todo. Ya no
necesitaba nada de eso. Todo lo que necesitaba era dejarse ir.
Sungmin estaba flácido en los brazos de Kyuhyun.
El sudor le bajaba por la sien, mofándose de su punzante dolor de
cabeza. Él estaba temblando igual que si hubiese acabado tras tres días de
batalla sin agua, y requirió toda su fuerza el mantenerse erguido. Lo cual era
triste, considerando que la pared hacía prácticamente todo el trabajo.
Había fallado. Nada de lo que había
intentado parecía haber funcionado. Sungmin era demasiado fuerte, sus defensas
impenetrables.
Y no confiaba en él. Profundamente en su
interior, donde más importaba, no confiaba en él. Sabía que ese era el por qué
había fallado.
Kyuhyun esperó a que la debilidad se
desvaneciera lo bastante como para poder moverse; entonces cambió la cabeza de Sungmin
de modo que descansara más cómodamente, buscando un ángulo sobre su hombro. La
luceria brillaba bajo las luces del dormitorio, mostrando un furioso remolino
de verdes y quizás algo de azul.
El azul no había estado antes ahí, y con
un enfermizo sentido de temor, Kyuhyun se dio cuenta que lo que quiera que
acabara de ocurrir había realmente invertido el proceso de enlazarlos juntos.
Mierda.
La rabiosa frustración royó sus
interiores. Quería repartir golpes a diestro y siniestro y expresar en algo su
cólera, pero no había nadie alrededor merecedor de esa clase de trato. La
fuente de la desconfianza de Sungmin eran las enseñanzas de su madre y estaba
seguro de que la mujer lo había hecho únicamente pensando que tenía que
proteger a su hijo.
Kyuhyun se negó a mantener eso en contra
de Sungmin. Lo había mantenido a salvo
durante todos esos años cuando él no había podido y le debía respeto, no
resentimiento.
Sacudió ligeramente a Sungmin.
—¿Estás bien? —le preguntó.
El no respondió. Su respiración se había
nivelado y su pulso era estable y fuerte, pero no se despertaba.
¿Y si le había hecho daño?
Un enfermizo sentido de pánico le
atravesó y sacó su teléfono móvil. No estaba seguro de si Hyungsik estaba en la SM o no, pero él era el único
de los Zea en el que Kyuhyun confiaba lo bastante para dejarle tocarlo.
—¿Estás en casa? —preguntó tan pronto Hyungsik
respondió.
—Acabo de salir. ¿Por qué?
—Te necesito. Es Sungmin.
—Iré ahora mismo.
Ahora la parte difícil. Kyuhyun marcó el
número de Shindong, el líder de los Suju. Por mucho que odiara hacerlo, Kyuhyun
tenía que hablarle a Shindong sobre los explosivos.
Shindong respondió al sexto tono; su voz
tirante. Cansada.
—Sí.
—Necesito que vengas a la habitación de Sungmin
—dijo Kyuhyun.
—Sea lo que sea, puede esperar. Estoy
ocupado —sonaba más que solamente ocupado. Su voz era tensa, como si tuviese la
garganta tan apretada que le fuera difícil incluso formar las palabras,
desgarrándolas—. Ahora no es un buen momento.
Kyuhyun bajó la mirada a la forma inerte
de Sungmin.
—Va a tener que serlo. Tenemos una…
situación.
Una sorda maldición llegó del otro lado
de la línea, y supo que Shindong le prestaba atención.
Kyuhyun no tenía idea de lo que quería
decir, pero podía suponerlo. Estaba sucediendo algo, y no era bueno.
—Dame un segundo —dijo—. Estaré ahí.
Kyuhyun hizo a un lado su debilidad y
consiguió colocar cómodamente a Sungmin en la cama. Le temblaban los brazos,
así que ayudó a levantarlo y empujó un par de mullidas almohadas detrás de su
espalda.
Sungmin se frotó las sienes y parpadeó.
Le miró, y aunque no tenía ni idea de qué estaba mirando sobre su rostro, debió
haber sido malo, basándose en la manera en que sus ojos se ensancharon y se
lanzó a por él como si estuviese a punto de caerse por un acantilado.
—¿Estás bien? —le preguntó Sungmin.
Sus ojos se cerraron sobre la luceria en
su garganta. Definitivamente había mucho más azul ahora. Había perdido terreno.
—Bien —la palabra salió dura y
entrecortada.
—Parece como si fueras a vomitar. ¿Ha
sucedido algo mientras estaba inconsciente?
—Sólo estuviste inconsciente algunos
segundos.
—¿Entonces qué pasó? —preguntó.
—Eso es lo que me gustaría saber —dijo Shindong
desde la entrada del dormitorio. Su enorme y pesado cuerpo llenando el espacio
y su rostro constituido en rígidos ángulos—. Mejor que sea malditamente
importante.
—Lo es —dijo Kyuhyun—. Tenemos un
problema.
—Fantástico. Justo lo que este lugar
necesita. Otro problema —Shindong dejó escapar un cansado suspiro y cruzó los
brazos sobre su amplio pecho—. Adelante. No tengo todo el día.
Kyuhyun sintió que Sungmin se tensaba
con cada momento que pasaba. El aire a su alrededor parecía haberse congelado y
estaba perfumado con el fuerte sabor del pánico.
—Todo va a ir bien —le dijo Kyuhyun a
Sungmin—. Shindong no te hará daño.
Una expresión de indignado desprecio
cruzó la cara de Shindong.
—Por supuesto que no voy a hacerle daño.
¿Qué demonios está pasando?
Kyuhyun encontró la mano de Sungmin y le
di un apretón de ánimo. Abrió la boca para hablar, pero él le golpeó con
fuerza.
—Es mi problema. Yo se lo diré —dijo.
Kyuhyun asintió, y una sensación de
orgullo se rizó a su alrededor. Sungmin quizás estuviera asustado, pero no iba
a dejar que eso lo detuviera de hacer lo correcto.
Él amaba eso de Sungmin.
Sungmin se enderezó y balanceó las
piernas sobre la orilla de la cama.
—Supongo que no debería andar con
rodeos.
—Eso sería agradable —aceptó Shindong—.
Soy un hombre ocupado.
—Originalmente, vine aquí para hacer
volar este lugar. El C—4 está en mi camioneta.
Shindong se quedó inmóvil durante un
momento; entonces se apartó lentamente del marco de la puerta, su cara
oscureciéndose más y más con cada segundo que pasaba.
Kyuhyun movió su cuerpo de modo que
estuviese entre Shindong y Sungmin, y se llevó la mano a su espada.
—Quédate dónde estás —le advirtió a Shindong.
Aquella furiosa mirada se giró hasta
caer sobre Kyuhyun.
—Lo trajiste aquí.
—Lo hice.
—Él no lo sabía —dijo Sungmin. Estaba a
su lado, intentando pasar a Kyuhyun, pero él no se movía—. No es culpa de Kyuhyun.
Las palabras de Shindong salieron igual
que losas de hielo, frías y pesadas.
—Has cometido un acto de guerra.
—No, planeaba uno. Realmente no llegó a
cometerlo.
—Pendejadas —gruñó Shindong—. El trajo
explosivos dentro de nuestra propiedad, en nuestros hogares. Hay humanos aquí.
Niños.
—Lo sé —dijo Sungmin—. Ese es el por qué
no seguí adelante. Nunca les habría hecho daño a los niños. Pensé que todos
vosotros erais monstruos. Ahora veo que estaba equivocado. Lo siento mucho.
—Sentirlo no significa una mierda, niñito.
Tu acción es castigada con la muerte.
—Por encima de mi jodido cadáver —dijo Kyuhyun.
Sacó su espada y sostuvo la desnuda hoja
con la punta apuntando al corazón de Shindong.
Kyuhyun captó un movimiento desde el
umbral de la puerta, pero no se volvió.
—Aparentemente, he llegado justo a
tiempo —Hyungsik arrastró las palabras desde el umbral—. ¿Le importaría a
alguien explicármelo?
—Kyuhyun está apenas sellando su destino
por estar al lado del enemigo —dijo Shindong.
Sungmin se escabulló desde atrás de él y
envolvió su mano alrededor del muy afilado acero. Si Kyuhyun tan sólo respirara
con fuerza, este se deslizaría a través de su delicada piel.
—Dejad ya esta mierda de macho —le
ordenó él—. Estás poniendo peor las cosas.
Rabia y un enfermizo sentido de temor
rodó por su interior, haciéndolo tensarse. No podía dejar que Shindong lo
hiriera, sin importar cuánto lo hubiese estropeado él.
Sungmin se volvió a Hyungsik,
manteniendo su mano sobre el borde afilado de la espada.
—Yo he cometido un error. Uno enorme. Shindong
saltó, lo cual es totalmente comprensible, y ahora a estos dos se les está
escapando testosterona por todas partes en mi nueva habitación.
—Quizás deberíamos empezar apartando las
armas —sugirió Hyungsik.
Shindong apretó la mandíbula, pero alzó
las manos, con las palmas hacia fuera, y dio un largo paso atrás.
—No voy a lastimarlo. Aún. Se merece una
oportunidad de hablar.
Kyuhyun reunió cada gramo de control que
pudo encontrar y tiró con fuerza. Sungmin lo miró a los ojos, sus ojos
suplicándole, aunque el qué, no estaba seguro. ¿Bajar el arma? ¿Sacarlo de este
lío? ¿Volver el tiempo atrás de modo que nunca se hubiesen conocido?
—Mierda —escupió él—. Saca la mano de mi
espada y la bajaré.
Sungmin lo hizo y Kyuhyun envainó la
espada.
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