Donghae sentía que el viejo dolor volvía, pero se negó a
demostrarlo. Jamás le daría ese gusto a Shang de nuevo.
— No me extraña que fuera detrás de Ana —siguió Shang—.
Probablemente quería probar a una pareja que no estuviese todo el rato llorando
mientras se la tira.
Hyukjae giró hacia Shang con tal rapidez que Donghae
apenas si fue capaz de percibir el movimiento. Shang se movió un poco pero
Hyukjae se agachó y le lanzó un puñetazo a las costillas que lo envió hasta la
multitud, que se agolpaba unos metros detrás de ellos. Con una maldición, se
arrojó a plena carrera hacia Hyukjae. Él se ladeó un poco, le puso la zancadilla
y lo empujó haciéndolo volar por los aires.
Shang aterrizó sobre la espalda.
Antes de que pudiera moverse, Hyukjae colocó el pie sobre
su garganta y le sonrió con tal frialdad que Donghae comenzó a temblar de la
cabeza a los pies.
Shang agarró el pie de Hyukjae con las dos manos e
intentó apartarlo. Comenzó a agitarse por el esfuerzo, pero Hyukjae no se
apartó.
— ¿Sabías…—le preguntó Hyukjae con un tono de voz tan
pragmático que era realmente atemorizante—…que sólo son necesarios poco más de
dos kilos para aplastarte el esófago por completo?
Los ojos y los brazos de Shang comenzaron a hincharse
cuando Hyukjae ejerció más presión sobre su cuello.
— Hombre, por favor —suplicó Shang mientras intentaba
quitarse el pie de Hyukjae de encima—. Por favor, no me hagas daño, ¿vale?
Donghae contuvo el aliento, aterrado, al ver que Hyukjae
le pisaba aún con más fuerza. Tan se acercó a ellos.
— Hazlo —le advirtió Hyukjae— y te saco el corazón para
que tu amigo se lo coma.
Donghae se quedó helado al ver la mirada de los ojos de
Hyukjae. Éste no era el hombre tierno que le hacía el amor por las noches. Éste
era el rostro del general que una vez había mandado al infierno a los romanos
más valientes.
No dudaba ni por un solo instante que Hyukjae podía
llevar a cabo la amenaza. Y por lo rápido que la sangre abandonó el rostro de Tan,
Donghae supo que el hombre también lo creyó.
— Por favor —volvió a implorar Shang, comenzando a
llorar—. Por favor, no me hagas daño.
Donghae tragó saliva mientras esas palabras la asaltaban;
las mismas que él pronunció llorando en la cama de Shang.
Fue entonces cuando Hyukjae lo miró a los ojos. Vio la
furia y el deseo de acabar con Shang. Por él.
— Déjalo, Hyukjae —le dijo en voz baja—. No merece la
pena. A tu lado no vale nada.
Hyukjae miró a Shang con los ojos entrecerrados.
— Los cobardes inútiles como tú son descuartizados como
entrenamiento allí de donde vengo.
Cuando Donghae pensaba que iba a matarlo, Hyukjae apartó
el pie.
— Levántate.
Frotándose el cuello, Shang se puso en pie lentamente.
La mirada gélida y letal de Hyukjae hizo que Shang se
encogiera.
— Le debes una disculpa a mi pareja.
Shang se limpió la nariz con el dorso de la mano.
— Lo siento.
— Dilo como si lo sintieras de verdad —lo amenazó Hyukjae
en voz baja.
— Lo siento, Donghae. De verdad. Lo siento muchísimo.
Antes de que él pudiese responder, Hyukjae pasó un brazo
por sus brazos en un gesto posesivo y salieron a paso tranquilo del local.
Ninguno de ellos habló hasta que llegaron al coche.
Donghae notaba que algo iba muy mal con Hyukjae. Estaba totalmente tenso, como
la cuerda de un arco.
— Ojalá me hubieses dejado matarlo —le dijo Hyukjae,
mientras él buscaba las llaves del coche en el bolsillo de los vaqueros.
— Hyukjae…
— No tienes ni idea de lo que me cuesta dejarlo marchar.
No soy el tipo de hombre que suele dejar de lado una situación como ésta
—confesó mientras golpeaba con fuerza el techo del coche con la palma de la
mano para después girarse rápidamente y lanzar un gruñido—. ¡Maldita sea,
Donghae! hubo una época en la que me alimentaba de las entrañas de tipos como
ése. Y he pasado de eso a…
Hyukjae dudó un instante cuando dos mil años de recuerdos
reprimidos afluyeron a su mente. Volvió a verse como el respetado líder que
fue. El héroe de Macedonia. El hombre que una vez consiguió que legiones
completas de romanos se rindieran ante la simple aparición de su estandarte.
Y después vio en lo que se había convertido. En una
cáscara vacía. En una codiciada mascota, sometida a la voluntad de aquélla que
lo invocara.
Durante dos mil años había vivido sin emociones y sin
pronunciar más que un puñado de palabras.
Había encontrado el punto exacto que le permitía
sobrevivir. Y se había dejado arrastrar.
Hasta que Donghae llegó y descubrió su faceta humana…
Él observó la miríada de emociones que cruzaron por el
rostro de Hyukjae. Ira, confusión, horror y, finalmente, una terrible agonía.
Se acercó hasta el otro lado del coche, donde él estaba, pero no dejó que lo
tocara.
— ¿Es que no lo ves? —le preguntó con un tono brusco a
causa de las intensas emociones—. Ya no sé quién soy. En Macedonia sabía quién
era; después me convertí en esto —dijo, mientras alzaba el brazo para que Donghae
pudiera ver las palabras que Príapo grabó a fuego—. Y tú lo has cambiado todo
—acabó, mirándolo fijamente.
La angustia que reflejaban sus ojos desgarraba a Donghae.
— ¿Por qué has tenido que cambiarme, Donghae? ¿Por qué no
me dejaste como estaba? Había aprendido, a fuerza de voluntad, a no sentir
nada. Simplemente venía a este mundo, hacía lo que me ordenaban y me marchaba.
No deseaba nada. Y ahora… —miró a su alrededor, como un hombre inmerso en una
pesadilla de la que no puede escapar.
Donghae alargó el brazo.
— Hyukjae…
Negando con la cabeza, él se alejó de su mano.
— ¡No! —exclamó, mesándose el cabello—. No sé a dónde
pertenezco. No lo entiendes.
— Entonces, explícamelo —le suplicó Donghae.
— ¿Cómo voy a explicarte lo que es caminar entre dos
mundos y ser despreciado por ambos? No soy humano, ni tampoco un dios; soy un
híbrido abominable. No tienes idea de cómo crecí: mi madre me entregó a mi
padre, que me entregó a su esposa, que me entregaba a cualquiera que estuviese
cerca para alejarme de su vista. Y durante los últimos veinte siglos no he sido
más que una moneda de cambio, algo que se podía comprar y vender. He pasado
toda mi vida buscando un lugar al que poder llamar hogar. Buscando a alguien
que me quisiera por lo que soy, no por mi rostro ni por mi cuerpo. —El tormento
que reflejaban sus ojos hería a Donghae como una quemadura.
— Yo te quiero, Hyukjae.
— No, no es cierto. ¿Cómo ibas a quererme?
Donghae se quedó boquiabierto ante su pregunta.
— Mejor di que cómo no iba a hacerlo. Dios mío, jamás en
mi vida he deseado estar junto a alguien como ahora deseo estar contigo.
— Es lujuria, nada más.
Eso sí consiguió enfadarlo. ¡Cómo se atrevía a despreciar
sus sentimientos como si fuesen algo trivial! Lo que sentía hacia él era mucho
más profundo que la mera lujuria, era algo que le llegaba hasta el alma.
— No me digas lo que siento o lo que no. No soy un niño.
Hyukjae meneó la cabeza, incapaz de creer sus palabras.
Se trataba de la maldición. Tenía que ser eso. Nadie podía amarlo. Nadie lo
había hecho nunca, desde el día en que nació.
Pero que Donghae lo amara… Sería un milagro. Sería…
La gloria. Y él no había nacido para saborearla.
«Sufrirás como ningún otro hombre lo ha hecho.»
Sólo se trataba de otra estratagema de los dioses. Otro
cruel engaño concebido para castigarlo.
Y ya estaba cansado. Exhausto y agotado por la lucha.
Sólo quería escapar al sufrimiento. Buscaba un puerto donde refugiarse de
aquellos aterradores sentimientos que lo asaltaban cada vez que lo miraba.
Donghae apretó los dientes al ver la negativa en los ojos
de Hyukjae. Pero, ¿quién podía culparlo?
Lo habían herido en incontables ocasiones. Pero de algún
modo, de alguna forma, lograría probarle lo mucho que significaba para él.
Tenía que hacerlo. Porque perderlo significaría la muerte
para Donghae.
Hyukjae mantuvo la distancia entre ellos lo que quedaba
del fin de semana. Por mucho que Donghae intentaba derribar la barrera que lo
rodeaba, él lo apartaba sin dudarlo.
Ni siquiera quería que le leyera.
Totalmente descorazonado, se fue al trabajo el lunes por
la mañana, pero ni siquiera debería haberse molestado en acudir a la consulta.
No podía concentrarse en otra cosa que no fuese Hyukjae.
— ¿Lee Donghae?
Donghae alzó la mirada del escritorio y vio a una mujer
rubia, increíblemente hermosa, de poco más de veinte años que estaba parada en
el hueco de la puerta. Parecía que acababa de salir de un desfile de modas en
Europa, con aquel traje de seda roja de Armani y las medias y los zapatos a
juego.
— Lo siento —le dijo Donghae—. Mi hora de visitas ha
acabado. Si quiere volver mañana…
— ¿Tengo aspecto de necesitar a un sexólogo?
A primera vista, no. Pero claro, Donghae había aprendido
hacía ya mucho tiempo a no hacer juicios apresurados sobre los problemas de la
gente.
Sin que la invitara, la mujer entró tranquilamente a su
consulta con un andar presuntuoso y elegante que le resultaba extrañamente
familiar. Caminó hacia la pared donde estaban colgados los títulos y
certificados de Donghae.
— Impresionante —le dijo. Pero su tono expresaba todo lo
contrario.
Se volvió para observar concienzudamente a Donghae y, por
la mueca burlona en su rostro, éste supo que la mujer lo encontraba seriamente
deficiente.
— No eres lo bastante hermoso para él.
Completamente ofendido, Donghae adoptó una postura
rígida.
— ¿Cómo dice?
La mujer ignoró su pregunta.
— Dime, ¿no te molesta estar cerca de un hombre como
Hyukjae, sabiendo que si tuviese oportunidad, jamás querría estar contigo?
Tiene un cuerpo tan bien formado, es tan elegante… Tan fuerte y cruel… Sé que
nunca antes has tenido detrás de ti a un hombre como él, y jamás volverás a
tenerlo.
Atónito, Donghae no era capaz de hablar.
Y tampoco tuvo que hacerlo; la mujer siguió sin
detenerse.
— Su padre era como él. Imagínate a Hyukjae con el pelo
oscuro, un poco más bajo y de apariencia más vulgar, no tan refinado. Pero aún
así, ese hombre tenía unas manos que… Mmm… —Sonrió pensativamente, con la
mirada perdida—. Por supuesto Diocles tenía todo el cuerpo marcado por
horribles cicatrices de las batallas; tenía una espantosa que le atravesaba la
mejilla izquierda. —Entrecerró los ojos con ira—. Jamás olvidaré el día que
intentó marcar a Hyukjae con una daga, para hacerle esa misma cicatriz. En ese momento
hubiera deseado que viviese lo suficiente para arrepentirse de esa infracción,
pero me aseguré de que no lo hiciera. Hyukjae es físicamente perfecto, y jamás
permitiré que nadie estropee la belleza que yo le di. —La fría y calculadora
mirada que Afrodita dedicó a Donghae hizo que ésta se estremeciera.
» No compartiré a mi hijo contigo.
La posesividad de las palabras de la diosa despertó la
ira de Donghae. ¿Cómo se atrevía a aparecer ahora y a decir tal cosa?
— Si Hyukjae significa tanto para ti, ¿por qué lo
abandonaste?
Afrodita lo miró, furiosa.
— ¿Crees que me dejaron otra opción? Zeus se negó a darle
la ambrosía; ningún mortal puede vivir en el Olimpo. Antes de que pudiera
siquiera protestar, Hermes me lo quitó de los brazos y lo entregó a su padre.
Donghae vio el horror en el rostro de Afrodita al
recordar aquel momento.
— Mi dolor por su pérdida iba más allá de los límites
humanos. Inconsolable, me encerré para alejarme de todo. Cuando fui capaz de
enfrentarme a todos ellos de nuevo, habían pasado catorce años en la tierra.
Apenas si reconocí al bebé que yo había amamantado. Y él me odiaba. —Sus ojos
brillaron como si estuviese luchando por contener las lágrimas.
» No tienes idea de lo que es ser madre, y que ese hijo
que has llevado en tu vientre maldiga hasta tu propio nombre.
Donghae comprendía su dolor, pero era a Hyukjae a quien
amaba; y su sufrimiento era lo que más le preocupaba.
— ¿Alguna vez intentaste decirle cómo te sentías?
— Por supuesto que lo hice —espetó la diosa—. Le envié a
Eros con mis regalos. Me los devolvió, con un mensaje que un hijo no debería
decirle a su madre jamás.
— Estaba herido.
— Y yo también —gritó Afrodita. Todo su cuerpo temblaba
de furia.
Desconfiado y bastante asustado por lo que una diosa
enfadada pudiera hacer con él, Donghae observó cómo Afrodita cerraba los ojos y
respiraba hondo para calmarse.
Cuando volvió a hablar, lo hizo con voz dura y el cuerpo
tenso.
— Aún así, envié de nuevo a Eros con más regalos para Hyukjae.
Los rechazó todos. Me vi obligada a presenciar cómo juraba lealtad y servicio a
Atenea en venganza. —Masculló el nombre de la diosa como si la despreciara.
Fue en su nombre que conquistó ciudades con los dones que
yo le otorgué cuando nació: la fuerza de Ares, la templanza de Apolo y las
bendiciones de las Musas y las Gracias. Incluso lo sumergí en el río Estigio
para asegurarme de que ningún arma humana pudiera matarlo o dejarlo marcado y,
a diferencia de lo que hizo Tetis con Aquiles, sumergí también sus tobillos
para que no tuviese ni un solo punto vulnerable. —Meneó la cabeza como si aún
no pudiese creer lo que Hyukjae hizo.
Hice todo lo que estuvo en mis manos por ese chico, y él
no me demostró la más mínima gratitud. Ni el respeto que merecía. Finalmente,
dejé de intentarlo. Puesto que rechazaba mi amor, me aseguré de que nadie lo
amara jamás.
El corazón de Donghae se detuvo al escuchar el egoísmo de
la diosa.
— ¿Que hiciste qué?
Afrodita alzó la barbilla, altanera, como una reina
orgullosa de sus frías y sangrientas hazañas.
— Le maldije del mismo modo que él lo hizo conmigo. Me
aseguré de que ninguna pareja humana pudiese mirarlo sin desear su cuerpo, y de
que todo hombre que estuviese a su alrededor lo envidiara profundamente.
Donghae no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo podía
una madre ser tan cruel?
Y tan pronto como ese pensamiento se alejó de su mente,
le asaltó otro aún más horrible:
— Tú fuiste la culpable de que Junsu muriera, ¿verdad?
— No, eso fue obra de Hyukjae. Por supuesto que yo estaba
enfurecida cuando Eros me contó lo que había hecho por su hermano, y también
porque Hyukjae había acudido a él y no a mí. Puesto que no podía deshacer lo
que la flecha de Eros había conseguido, decidí mermar sus efectos. Lo que
Hyukjae tuvo con Junsu fue algo insípido, y él lo sabe. —Afrodita se acercó
hasta la ventana y contempló la ciudad.
Si Hyukjae hubiese acudido a mí alguna vez, habría dejado
que Junsu lo amara. Pero no lo hizo. Lo observé acercarse a él, noche tras
noche, tomándolo una y otra vez, y percibí su malestar, su angustia porque
sabía que su esposo no lo amaba. Y todavía seguía rechazándome y maldiciéndome.
Fueron las lágrimas que derramé por él a lo largo de los
años lo que puso a Príapo en su contra. Siempre ha sido el más leal de mis
hijos. Debí detenerlo tan pronto como supe que quería la sangre de Hyukjae,
pero no lo hice. Ansiaba que la ira de Príapo consiguiera que Hyukjae me
buscara e implorara mi ayuda. —Apretó los dientes.
Pero no lo hizo.
Donghae comprendía su dolor, pero eso no cambiaba lo que
le había hecho a su hijo.
— ¿Cómo es que Hyukjae acabó siendo maldecido?
La diosa tragó saliva.
— Todo comenzó la noche que Atenea le contó a Príapo que
no existía otro hombre más valiente y fuerte que Hyukjae. Ella lo retó a
enfrentar a su mejor general con Hyukjae. Dos días más tarde, contemplé cómo
Hyukjae cabalgaba hacia la batalla y supe que no perdería. Cuando venció al
ejército romano, Príapo se enfureció.
Eros se fue de la lengua y le contó lo que había hecho.
Al instante, Príapo fue en busca de Yoochun y Junsu. Yo no sabía las
repercusiones que iba a tener. —Se envolvió la cintura con los brazos—. Nunca
tuve intención de que los niños murieran. No te imaginas las veces que me
pregunto al cabo del día por qué dejé que ocurriera aquello.
— ¿No hubo ningún modo de evitarlo?
Afrodita negó tristemente con la cabeza.
— Incluso mis poderes están limitados por las Parcas.
Cuando Hyukjae se dirigió a mi templo, tras verlos a todos muertos, contuve el
aliento pensando que por fin acudía en busca de mi ayuda. Y entonces vio a esa
puerca con la túnica de Príapo que se arrojó a sus brazos y le pidió que tomara
su virginidad antes de que tuviese lugar la ceremonia en la que sería reclamada
por mi otro hijo. Si Hyukjae hubiese pensado con claridad, sé que la habría
rechazado. —El rostro de la diosa se ensombreció por la furia.
» Si no hubiese sido por Alexandria, ese día mi hijo
hubiese venido a mí. Sé que me habría pedido ayuda. Pero era demasiado tarde.
Todo acabó en el mismo momento en que se derramó en ella.
— ¿Y aún así te negaste a ayudarlo?
— ¿Cómo podía elegir entre dos de mis hijos?
Donghae se horrorizó ante la pregunta.
— ¿Y no fue eso lo que hiciste cuando permitiste que
encerraran a Hyukjae en un pergamino?
Los ojos de Afrodita brillaron con tal malicia que
Donghae dio un paso atrás.
— Hyukjae fue quien me rechazó. Todo lo que tenía que
hacer era pedirme ayuda y yo se la habría dado.
Donghae no podía creer lo que estaba oyendo. Para ser una
diosa, Afrodita era bastante egoísta y corta de entendederas.
— Toda esta tragedia porque ninguno de los dos ha querido
rebajarse a suplicar al otro. No puedo creer que concedieras a Hyukjae la
fuerza de Ares y luego lo maldijeras por esa fuerza que tú misma le otorgaste.
En lugar de esperarlo o de enviar a otros en tu nombre, ¿no se te ocurrió nunca
ir en persona?
Afrodita lo miró furiosa e indignada.
— Yo soy la Diosa del Amor, ¿cómo quieres que me
arrastre? ¿Tienes la más ligera idea de lo embarazoso que es para mí que mi
propio hijo me odie?
— ¿Embarazoso? Tienes al resto del mundo para amarte.
Hyukjae no tiene a nadie.
Afrodita se acercó a él, furiosa.
— Aléjate de él. Te lo advierto.
— ¿Por qué? ¿Por qué me amenazas cuando no lo hiciste con
Junsu?
— Porque Hyukjae no lo amaba.
Donghae se quedó paralizado.
— ¿Estás diciéndome…?
La diosa se esfumó.
— ¡Venga ya! —gritó Donghae mirando al techo—. ¡No puedes
esfumarte en mitad de una conversación!
—¿Donghae?
La voz de su colega hizo que diera un respingo. Girándose
de inmediato, lo vio asomándose por la puerta.
— ¿Con quién estás hablando?.
Donghae hizo un gesto abarcando la consulta y después
pensó que no sería muy inteligente decir la verdad.
— Conmigo mismo.
— ¿Tienes la costumbre de gritarte a ti mismo?
— A veces.
Su colega alzó una de sus oscuras cejas.
— Me parece que necesitas una sesión —comentó mientras se
alejaba.
Haciendo caso omiso. Donghae no perdió tiempo en recoger
sus cosas. Estaba deseando llegar a casa para ver a Hyukjae.
Tan pronto como abrió la puerta supo que algo iba mal.
Hyukjae no salió a recibirlo.
— ¿Hyukjae? —lo llamó.
— Arriba.
Donghae dejó las llaves y el correo sobre la mesa, y
subió los escalones de dos en dos.
— No vas a creerte quién pasó hoy por la… —su voz se
desvaneció al llegar a la puerta de su dormitorio y ver a Hyukjae con una mano
encadenada a los barrotes de la cama, tendido en el centro del colchón, sin
camisa y con la frente cubierta de sudor.
— ¿Qué estás haciendo? —le preguntó muerto de miedo.
— No puedo luchar más, Donghae —le contestó respirando
entrecortadamente.
— Tienes que intentarlo.
Él meneó la cabeza.
— Necesito que me encadenes la otra mano. No llego.
— Hyukjae…
Él le interrumpió con una amarga y brusca carcajada.
— ¿No es irónico? Tengo que pedirte que me encadenes
cuando todos las demás lo hacían libremente a las pocas horas de presentarme
ante ellos. —Le miró directamente a los ojos— Hazlo, Donghae. No podría seguir
viviendo si te hiciese daño.
Con el corazón en un puño, cruzó la habitación hasta
llegar junto a la cama.
Cuando estuvo bastante cerca, Hyukjae alargó el brazo y
acarició su mejilla. Lo acercó hasta él y lo besó, tan profundamente que
Donghae pensó que iba a desmayarse.
Fue un beso feroz y exigente. Un beso que hablaba de
deseo. Y de promesas.
Hyukjae mordisqueó sus labios y lo alejó.
— Hazlo.
Donghae pasó el grillete de plata por los barrotes del
cabecero.
El alivio de Hyukjae fue evidente. Hasta ese momento,
Donghae no se había dado cuenta de lo tenso que había estado durante la semana
anterior. Apoyó la cabeza en la almohada y, con dificultad, respiró hondo.
Donghae se acercó y le pasó una mano por la frente.
— ¡Dios santo! —jadeó. Estaba tan caliente que casi le
hizo una quemadura —. ¿Qué puedo hacer?
— Nada, pero gracias por preguntar.
Donghae fue hacia el vestidor en busca de su ropa. Cuando
empezó a desabrocharse la camisa, Hyukjae lo detuvo.
— Por favor, no lo hagas delante de mí. Si te veo… —Echó
la cabeza hacia atrás como si alguien le hubiese aplicado un hierro candente.
Donghae fue consciente en ese momento de lo acostumbrado
que estaba a su presencia; no había pensado en desnudarse en otro lado.
— Lo siento —se disculpó.
ohh diablos mi hermoso Hyuk, esta sufriendo tanto, pobrecito Hae es el unio que puede ayudarle, que necesita tu amor y tu comprension sabiendo que su made lo ama pero tampoco lo puede ayudar del todo....hermoso
ResponderEliminarLas cosas estaban tan bien y ahora se han alejado y ambos sufren. DongHae la va a tener difícil, Hyuk ha vuelto a retraerse ante los recuerdos y el dolor que ha vivido, no sé como va hacer para convencerlo de que si lo quiere.
ResponderEliminarEn cuanto a Afrodita, de verdad quisiera golpearla y si pudiera ayudaría a Hae a hacerlo, como puede ser tan egoísta y testaruda hasta el punto de dañar a su propio hijo y no ayudarlo por orgullo.
Es triste que Hae tenga que amarrar a Hyuk, pero no queda otra. Debe ser toda una agonía para él.
Algo bueno de este cap....2 cosas
ResponderEliminar1.- Shang recibio un poco de lo que se merece,necesitaba sufrir más,pero bueno,algo es algo.
2- Le ha dicho que hyuk lo ama *0*
Hae llega todo contento y tiene que presencia a hyuk atado a la cama para no hacerle daño T^T.......ya hagan algo,hyuk sufre,ya fata menos...cierto