Cuando Kyuhyun recuperó la conciencia,
estaba tendido de costado, atado tan apretadamente con cuerdas que se le
incrustaban en la piel con bastante fuerza como para cortarle la circulación.
Miró alrededor, intentando averiguar dónde estaba, pero los apretados límites
del oscuro espacio no le dieron ninguna pista. Todas las ventanas estaban
cubiertas, y su prisión estaba en movimiento. Podía sentir las vibraciones bajo
él, oír el zumbido de los neumáticos en la carretera.
A su lado, estaba atado Jonghyun, su
ensangrentada cabeza dejaba un oscuro charco bajo él. Su pecho se movía cuando
respiraba, pero no mucho. No lo bastante para un hombre de su tamaño.
Un poco de luz se filtró en el pequeño
espacio, pero era la suficiente para decirle a Kyuhyun que ahí fuera era de
día. Al menos toda la sangre que habían derramado no sacaría a los Sasaengs a
jugar.
Le latía la cabeza y sus músculos
estaban tiesos de todas las convulsiones, pero además de eso, difícilmente
podía sentir ninguna cosa. Sus brazos y piernas estaban adormecidos por la
pérdida de circulación. Cuando se movió, se dio cuenta que estaba sobre una
superficie blanda, parecida a un colchón. Se incorporó y echó una mirada
alrededor lo suficiente para suponer que estaba en la parte de atrás de una
caravana, tendido en una cama. La puerta de la cabina principal tenía la
abertura de un pie, y a través de ella, podía ver varias formas borrosas
moviéndose.
¿Borrosas? Fantástico. Debían haberle
golpeado con más fuerza de la que pensaba.
El auto caravana se detuvo. Oyó pasos,
sintiendo cómo la cosa se movía cuando se añadió un nuevo peso. Entraron varias
personas, cerrando la puerta tras ellos. Empezaron a moverse nuevamente,
dirigiéndose hacia la carretera.
—¿Dónde está Kyuhyun? —Era la voz de Sungmin,
clara y exigente.
El corazón de Kyuhyun dio un salto,
aliviado ante el dulce sonido de su voz. Entonces su brumoso cerebro de dio
cuenta de lo que significaba que Sungmin estuviese allí.
Sungmin también había sido secuestrado
por esos hijos de puta.
A Kyuhyun se le congeló el aire en los
pulmones, haciéndole contener la respiración. Se estiró a por su espada, pero
ya no era sólo que su mano no se moviese; estaba seguro que le habían quitado
el arma antes de llevarlo allí.
Todavía cada protector instinto que
poseía se alzó sobre sus temblorosas piernas y aulló. Kyuhyun intentó gritar
una advertencia, pero todo lo que salió fue un ahogado sonido de derrota. Le
habían tapado la boca, amordazándole y en su aturdido estado no se había dado cuenta hasta ahora. No
era buena señal que todo fuese escaleras arriba.
Kyuhyun se esforzó por moverse,
obligando a su entumecido cuerpo a obedecerle. Tenía que llegar a Sungmin.
Protegerlo. Salvarlo.
—Está en la parte de atrás —dijo el
hombre.
—Voy a verle. —Su voz era firme, pero
vacilante por el miedo.
—Bien —dijo el hombre—. Pero que sea
rápido. Tenemos un espectáculo que representar. La gente espera.
Un segundo después, apareció la cara de Sungmin,
acercándose cada vez más hasta que ya no fue un borrón. Sus ojos marrón
chocolate brillaban con lágrimas de preocupación que no había dejado caer. Sus
dedos temblaban cuando los deslizó por su rostro. Cuando los retiró, estaban
untados con sangre.
—Podrías haberlo matado —acusó Sungmin,
volviéndose al hombre de pie detrás de él.
Él era alto, grueso tanto con grasa como
músculo. Tenía un aire de autoridad en él tan enorme que los otros hombres en
la auto caravana se mantuvieron varios pasos por detrás como si no quisieran
tener que estar bajo ese peso.
Quizás le tuviesen miedo.
—Los muchachos son resistentes —dijo el hombre—.
Tuvieron que golpearlos bien y con fuerza para someterlos. Esas pistolas
aturdidoras funcionaron igual que un hechizo. Definitivamente añadiremos esas a
nuestro arsenal.
Sungmin arrancó la orilla de la cinta de
la boca de Kyuhyun. Esa picaba, pero él le dio la bienvenida al dolor. Eso
quería decir que estaba vivo. Que todavía había una oportunidad para luchar.
—¿Estás bien? —le preguntó con voz
tensa, como si apenas pudiese contenerse a sí misma.
Tan pronto como su boca quedó libre, él
dijo:
—Sal de aquí.
Sungmin le dedicó una triste y
temblorosa sonrisa.
—No sin ti.
—Basta de reuniones —dijo el enorme
hombre—. Tenemos cosas que discutir.
Sungmin se volvió, la exasperación
vibrando a lo largo de su espalda.
—No me han lavado el cerebro, Jack.
Todos vosotros estáis cometiendo un error.
—Solo déjalo ir —dijo Kyuhyun—. Ya nos
tienes a Jonghyun y a mí. No le necesitas.
Jack empujó a Sungmin a un lado y se
cernió sobre Kyuhyun. El odio brillaba en sus ojos, haciendo que se hincharan.
—Ahí es donde te equivocas, chico. Sungmin
es parte del plan principal. Y tú… bueno, el muchacho te ha tomado cariño, lo
que te hace absolutamente útil.
Útil. O mierda. Él era la palanca de
accionamiento.
Tenía que salir de esas cuerdas, pero no
podía sentir sus dedos para que aflojaran soltando los nudos.
—Sólo vete, Sungmin —le rogó Kyuhyun.
Jack le dedicó una fría sonrisa.
—Lo hará. No te preocupes. Sólo
necesitamos que detone primero.
Una enfermiza situación de temor se
apozó en el estómago de Kyuhyun. Detonar. Eso no sonaba nada bien.
Cuando Jack cruzó el pequeño espacio a
un minúsculo armario y sacó un chaleco cubierto con alambres y bloques de
explosivos de grado militar, Kyuhyun supo cuán malo iba a ser.
El chaleco era demasiado pequeño para
que lo llevara uno de los presentes. Excepto Sungmin.
Sungmin se quedó mirando el chaleco, y
el miedo cayó sobre él igual que una avalancha, dejándole aterrado y sofocado.
Apretó las rodillas para mantenerse en pie, pero los bordes de su visión se
desvanecieron en gris.
—Eso es para mí, ¿no es así? —le
preguntó a Jack.
—Hecho a medida por mis propias manos
—dijo él—. Chicos.
Dos hombres detrás de Sungmin agarraron
sus brazos. Estaba demasiado sorprendido incluso para pensar siquiera en
pelear. Pero ahora que ellos lo tenían encerrado en sus fuertes apretones, sus
instintos de supervivencia patearon y volvió a luchar, repartiendo golpes a
diestro y siniestro con pies y puños. Había conseguido dar varios golpes, pero
los hombres que le sujetaban eran demasiado fuertes, enormes sacos humanos
acostumbrados a golpes más duros.
Ellos trabajaban para Jack, después de
todo.
—Parad sus pataleos y sujetadlo —dijo Jack
mientras empezaba a deslizar sus brazos a través de los agujeros con más que un
poco de ayuda de los hombres que le sujetaban—. Tenemos un horario que
mantener.
Kyuhyun dejó escapar un bramido de pura
rabia y se retorció hasta que golpeó el suelo. Su cuerpo estaba atado con
fuerza, enrollado con una fuerte y delgada cuerda. No había manera de que se
soltara sin ayuda.
Sungmin estaba frenético, muriéndose por
hacer algo para evitar que eso sucediera. Sabía que el poder para hacerlo
estaba allí, justo en su garganta, cerniéndose sobre la luceria, y lo alcanzó,
tirando contra la barrera que los separaba.
Los ojos de Kyuhyun se cerraron en los
suyos y su cuerpo se aquietó, igual que si sintiese su intento. Sus ojos
clavados en los de él, y le dio un simple asentimiento.
¿Había funcionado? Sungmin no sentía
ningún poder, ninguna energía fluyendo como había descrito Leeteuk. Empujó otra
vez, pero la barrera estaba todavía en el lugar, interceptándolo.
El fracaso destruyó su cuerpo,
haciéndole deslizarse del agarre de los dos hombres. Todavía no podía
alcanzarle. Kyuhyun estaba allí, complaciente y preparado para compartir con él
todo lo que necesitaba para salvarle a él, a Jonghyun y a sí mismo, pero no
podía alcanzarlo.
—Es la hora —dijo Jack—. Antes que los
Centinelas descubran que todos vosotros habéis desaparecido. —Agarró una
cazadora y se la puso encima como si él tuviese dos años.
Y al igual que alguien de dos años, Sungmin
quería luchar con él a cada paso del camino. Sólo el hecho de que llevaba un
arma sobre sí mismo le impedía hacer algo así.
—No quiero hacer esto —susurró Sungmin—.
Sea lo que sea que quieras, no lo haré.
—Sí, lo harás. Vas a dirigir tu culo
directamente de vuelta al interior de ese complejo y quedarte en el medio igual
que un buen niño hasta que apriete el detonador.
—Como el infierno que lo haré —dijo Sungmin.
—Lo harás, o empezaremos a quitar trozos
de tu amante aquí, una a una. Es tu vida o la suya.
—Márchate, Sungmin —dijo Kyuhyun—.
Puedes quitarte esa cogida cosa una vez que salgas de aquí.
Jack sonrió abiertamente
—¿Crees que no había pensado ya en eso?
—Señaló con un regordete dedo una serie de discos metálicos que se agrupaban al
frente del chaleco, atados a cables que la rodeaban por completo—. Conectores
magnéticos. Rompe el circuito y la cosa hará boom. La única manera de que
nuestro chico salga de éste chaleco es en pequeños trozos.
Oh Dios. El estómago le dio un vuelco y
tuvo que tragar para evitar vomitar todo sobre los alambres. Quién sabía si eso
lo haría también estallar.
Jack debió haber visto cómo se le ponía
verde la piel, porque subió la cremallera de la cazadora, protegiendo el
artefacto de la vista y el desastre gastrointestinal.
Kyuhyun gruñó a modo de derrota y se
volvió hacia Jack. Jack lo pateó en las costillas con fuerza con la punta de su
bota, haciendo que Kyuhyun jadeara de dolor.
Sungmin se estremeció y un grito de
angustia escapó de sus labios, traicionando sus sentimientos por Kyuhyun a Jack.
Tu vida por la suya.
No. Ambos iban a morir, y Sungmin lo
sabía. Estaban unidos. Si él moría, también lo haría Kyuhyun. E incluso si eso
no era verdad, no había forma de que Jack liberara a Kyuhyun una vez que Sungmin
hubiese hecho lo que él quería. Su odio era demasiado fuerte. Su necesidad de
vengar a su hija muerta hacía más de veinte años había arrasado con toda la
piedad en él.
—Esto no traerá a tu hija de vuelta
—dijo Sungmin—. Hay niñas humanas allí iguales a ella. ¿También quieres
matarlas?
La cara de Jack se oscureció a un
profundo y lívido morado.
—No te atrevas a hablar de ella —le advirtió—.
No eres lo bastante bueno siquiera para pronunciar su nombre. Ahora eres uno de
ellos.
—No hay nosotros y ellos. Todos somos
los mismos. Todos queremos lo mismo, destruir a los Sasaengs de modo que nunca
puedan hacernos daño de nuevo.
—No somos lo mismo. Somos mejores que
vosotros. Éste es nuestro planeta. ¡Nuestro!
Los hombres de Jack empezaron a
retroceder, sus caras palideciendo con miedo. Sungmin sabía tan bien como ellos
qué sería lo próximo que sucedería. Jack empezaría a arremeter con quien
quisiera y lo que fuera que estuviese cerca.
Sungmin permaneció en pie, manteniendo
la barbilla en alto.
—No lo hagas, Sungmin —la voz de Kyuhyun
estaba tensa, y podía sentir su temor por él golpeando esa barrera entre ellos.
Le estaba gritando que huyera, pero si
lo hacía, Jack quedaría atrás para intentarlo de nuevo.
Su única oportunidad de detenerle era
hacerlo caer allí mismo, ahora mismo. Le había dado el arma, atada fuertemente
contra su cuerpo, todo lo que tenía que hacer ahora era encontrar el valor para
utilizarla.
Sungmin miró a Kyuhyun. Su pelo estaba
enmarañado con sangre. Más sangre se había deslizado entre sus ojos, aquellos
preciosos ojos de lobo que siempre le habían intrigado tanto, incluso cuando lo
habían aterrado. Ojos que le imploraban que huyera ahora. Que se salvara.
En ese momento, sabía la verdad. No más
preguntas sobre lavados de cerebro, no más punzadas de duda interponiéndose en
su camino. Kyuhyun no lo había engañado o coaccionado mientras Jack si lo hacía
ahora.
Kyuhyun había sido sino honesto con él
desde el principio. No le había ocultado nada, ni siquiera su necesidad por él,
ni siquiera el poder que tenía sobre él.
Un único pensamiento y la luceria caería
de su cuello. Sería libre, pero Kyuhyun moriría. Él había depositado su vida en
sus manos. Su confianza.
Sólo había una manera en que podría
devolverle el pago y esa iba a matarlos a ambos.
Sungmin deseó que hubiese descubierto
mucho antes la verdad. Deseaba haberlo conocido hacía años, que hubiesen tenido
más tiempo juntos que ahora.
Deseó que pudiera haberlo amado durante
más tiempo.
—¿Estás dispuesto a morir por tu gente?
—le preguntó Sungmin.
—Sí —dijo él sin vacilación.
—Como lo estoy yo. Éste es el único
camino.
Los ojos de Kyuhyun se ampliaron
ligeramente al entender, entonces se cerraron con pena. El final. Absoluto. Él
le dio un casi imperceptible asentimiento, permitiéndole continuar con su plan.
Alguien nuevo entró en el auto caravana,
pero Sungmin no se apartó de Kyuhyun para ver quién era.
—Están listo —oyó decir a Gildon detrás.
—Suficiente de esto —rugió Jack—. Mueve
tu culo ahí fuera. La gente está esperando.
Sungmin arrancó su mirada de Kyuhyun y
la fijó en Jack.
—Vas a darme tiempo para decirle adiós
—le dijo.
—No, no lo haré.
—¿Qué daño puede hacer eso, Pa? —Dijo Gildong—.
No hay nada que pueda hacer para detener esto. Dale un minuto con el hombre por
el que morirá para salvarlo.
Sungmin lo miró a él entonces,
sorprendido por el inesperado soporte. El ojo izquierdo de Gildong estaba
cerrado e hinchado, y una oscura contusión se estaba formando sobre su mejilla.
Así que ese fue el sonido que había oído por el teléfono. Jack lo había
golpeado cuando encontró a Gildong diciéndole que evacuara los edificios.
Jack cruzó los brazos sobre su amplio
pecho.
—Un minuto. Y no voy a marcharme. Di lo
que tengas que decir con audiencia o no lo hagas.
Sungmin asintió y se precipitó hacia
delante, arrodillándose sobre el suelo al lado de Kyuhyun. Mientras estaba ahí
abajo, sacó el cuchillo de cocina de su zapato, su movimiento oculto por los
voluminosos pliegues de la cazadora.
Se extendió a su alrededor, abrazándole
con fuerza, y deslizó el cuchillo entre sus ropas. No tenía tiempo para ser
cuidadoso y le preocupaba que quizás tuviera que cortarle, pero eso era todo lo
que podía hacer. No había mucha elección, pero al menos era algo.
Los ojos de Kyuhyun brillaron con
emoción mientras le miraba. El calor flotó en él a través de su vínculo,
consolándolo.
—Te amo —le dijo Kyuhyun—. La muerte no
cambiará eso.
Las lágrimas que había estado conteniendo
desde que los hombres le habían agarrado fuera de los muros de la SM se liberaron y se deslizaron
por su mejilla, golpeando la cazadora militar con un suave repiqueteo.
—También te amo —le dijo, queriendo
decir más de lo que era capaz de expresar en los breves segundos que les habían
dejado juntos.
Más que nada, Sungmin deseó que la
barrera entre ellos no estuviese allí, así él podría sentir su amor de la
manera en que él sentía el suyo. Quería bañarlo en él, asegurarle que sus
palabras eran genuinas.
—Puedo sacarme la luceria. Si para ti es
más fácil de esa manera. —No estaba seguro cuánto más viviría Kyuhyun después
de que se la quitara, pero quizás le diera unos pocos días más, incluso horas.
No quería robarle ninguno de ellos.
—No. No quiero que estés solo. Estaré
allí contigo hasta el mismísimo final.
Cuando muriera. No lo había dicho, pero
ambos sabían que eso era lo que había querido decir.
Incluso aunque no podía sentirle a
través de la cosa, Sungmin podía sentirle a él. Podía sentir su amor, su
consuelo.
—No quiero estar solo, nunca más.
—Estamos destinados a estar juntos
—susurró en tono ferviente—. Todavía lo creo. Te encontraré. De alguna manera,
te encontraré.
Sungmin le creía. Era un hombre
demasiado poderoso para dejar que algo tan ínfimo como la muerte se
interpusiera en su camino.
—Te esperaré —le dijo; entonces lo besó.
Su boca era cálida y suave, tan gentil
contra la suya que se preguntó cómo alguna vez podía haber pensado que quería
hacerle daño. Deslizó cada trozo de amor por él en ese beso, diciéndole lo que
las palabras no podían.
—Suficiente —dijo Héctor—. Es hora de irse.
Jack guió a Sungmin hacia el centro de
la caravana, la mayoría de las camionetas llevaban matrícula de Texas. El tamaño
de la reunión le había dejado atónito. Nunca había visto tantos de ellos juntos
en un solo sitio.
—Están todos aquí para el espectáculo
—dijo Jack mientras lo guiaba por el brazo hacia el grupo de gente esperando—.
Vamos a ser capaces de ver los fuegos artificiales desde la cima de allí. Va a
ser todo un espectáculo.
—Estás equivocado con ésta gente, Jack.
No te desean ningún daño. —Sin embargo Sungmin seguro que lo hacía. Enviaría su
culo al infierno—. Te vas a arrepentir de ser demasiado estúpido para escuchar
a la razón.
—Es el lavado de cerebro el que habla.
No te preocupes. No tendrás que soportarlo mucho más.
No. No tendría. Aunque todavía tenía
algunos momentos para ayudarle a ver la verdad. A menos que un montón de
caballeros blancos entrasen, eso era lo único que tendría la oportunidad de
salvarla.
—Hay niños humanos ahí dentro. ¿Te lo
dijo Gildong?
—Lo hiciste. No importa. Todos están
bajo el embrujo de los Centinelas. No puedo hacer nada por ellos excepto
sacarles de su miseria.
—Creía que intentabas ayudar a escapar a
ésta gente de su influencia. Eso era lo que ibas a hacer con Leeteuk.
Jack se encogió de hombros.
—Te conté lo que querías oír para
conseguir que hicieras las cosas correctas. ¿Crees que si te hubiera contado
que tu amigo era una causa perdida habrías cooperado?
—Así que has estado utilizándome desde
el principio.
Él dejó escapar un horrible ladrido de
risa.
—Demonios, chico. Empecé a utilizarte
desde antes de que nacieras. Tu madre era de naturaleza sugestionable. Creía
todo lo que le contaba. Incluso lo escribió.
Así que de ahí habían venido todas las
entradas del diario de mamá. No le extrañaba que sonaran tan locas. Jack estaba
loco. Cualquier noble meta que hubiera tenido, asumiendo que hubiera habido
alguna, se había perdido a lo largo del camino.
—Mamá confiaba en ti —dijo.
La ira y el resentimiento ardían
brillantes en su interior, pero lo mantuvo oculto.
—Siempre lo hacen. Qué pena que Gildong
no tenga el talento de hacer que la gente confíe en él de la forma que lo hago
yo. ¿No es cierto, Gildong?
Detrás de él, Gildong no dijo nada.
Mantuvo su maltratada cara hacia abajo, mirando fijamente el suelo. Su cuerpo
estaba tenso y Sungmin podía sentir su ira hirviendo bajo la superficie.
—Al menos él escucha —dijo Sungmin.
—Solamente está convencido, como su
madre. Mi chico es una pura desilusión — le dijo Héctor mientras su hijo estaba
cerca.
Jack ni siquiera gastó una mirada en él.
¿Qué clase de padre dañaría a su hijo de esa forma y no le importaría?
Sungmin se dio cuenta de que estaba
malgastando su aliento intentando hacerle ver la verdad. Incluso si viviera
cien años, no habría tiempo suficiente para hacer que Hong Jack cambiase de
idea.
Iba a morir ignorante, y no había nada
que Sungmin pudiera hacer la cambiar eso.
Por lo tanto, más que gastar sus últimos
segundos de su vida intentándolo, Sungmin se calló la boca y se enfocó en Kyuhyun.
Podía sentir su presencia, rondando dentro suyo, sujetándolo cerca, incluso
aunque estuviera a kilómetros de distancia. También podía sentir su
determinación por liberarse. No estaba seguro de si había encontrado el
cuchillo que le había dejado atrás, o si incluso había sido capaz de
utilizarlo, pero aún no se había rendido.
Quizá si se liberaba a tiempo… No. Había
demasiados de ellos, todos armados. Incluso Kyuhyun sería incapaz de encargarse
de cientos de armados tejanos.
El peso de los explosivos atados a su
pecho parecía ir acercándose a él. La realidad le había dejado entumecido, con
aceptación. No estaba luchando contra su destino de la forma en que Kyuhyun lo
hacía. La única manera de detener a Jack y sus hombres de intentar herir a la
gente de la SM era
matarle.
Sungmin arrastró un brazo dentro del
enorme cortavientos. Todo lo que tenía que hacer era abrir de golpe uno de esos
imanes y todo terminaría. No más amenaza. No más Defensores.
Al menos Leeteuk estaría a salvo. La SM estaría a salvo.
Sungmin calculó que era lo último que
podía hacer después de su intención de volar todo el lugar.
Jack lo empujó para detenerlo dentro del
círculo de vehículos aparcados en un claro. Elevó su voz para hacerse oír por
la multitud. SUngmin no escuchaba sus palabras. Estaba demasiado ocupado
contando, llevando la cuenta del número de vidas con la que iba terminar hoy.
Ciento doce.
Se preguntó si esos hombres serían tan
crueles como Jack. Si vivieran, ¿se harían cargo desde donde él lo dejara?
De repente Sungmin sintió el peso de su
decisión oprimiéndole. Una cosa era pensar en hacer volar a esos hombres. Y
otra mirarles a los ojos y hacerlo. Esos hombres tenían esposas, hijos. Gente
que les amaba. ¿Cómo podría terminar con sus vidas sin saber nada de ellos
excepto que habían caído bajo la influencia de Jack de la misma forma que lo
había hecho su madre?
Estoy aquí. Era Kyuhyun, reconfortándolo.
¿Había sentido su indecisión? ¿Su
culpabilidad?
Sungmin se extendió hacia él, queriendo
sostenerlo en su mente como hacía él. Reconfortarle. La barrera se onduló
contra su toque, pero no se rompió. Empujó más fuerte, pero parecía
fortalecerse más cuanto más empujaba.
No te dejaré, amor.
Había amor en sus palabras. Tanto que
hizo que las lágrimas picaran en sus ojos.
Sungmin cerró los ojos y dejó que su
amor se hinchara en su interior, llenándolo de calor y luz. Kyuhyun estaba con él
y no se preocuparía más. Sabía exactamente lo que tenía que hacer.
Te quiero, le dijo, y esa vez, sintió su
mensaje atravesar la barrera.
¡Lo había hecho! Sintió la sorpresa de Kyuhyun,
su euforia por haber sido capaz de alcanzarle.
Los hombres que le rodeaban vitorearon
como si supieran qué había pasado. Jack elevó su puño como signo de victoria.
—¡Hoy, nuestros enemigos caerán! —gritó.
Más ovaciones brotaron.
—Es la hora —le dijo Jack—. Uno de los
hombres te llevará de vuelta al muro y te enganchará a una cámara así sabré
cuando apretar el botón. Y sabré que no estás intentando nada gracioso. Vete
como un buen chico y dejaré vivir a tu hombre.
Era mentira, pero Sungmin lo dejó pasar.
Tenía mayores preocupaciones que esas últimas mentiras.
Estoy llegando, cariño. Espera.
¡No! Intentó decirle, pero no estaba
seguro de que su mensaje hubiera pasado. Era demasiado peligroso. Esos hombres
le abatirían a tiros.
Jack sacó un dispositivo de su bolsillo.
Un control remoto que detonaría la bomba. El plástico negro relucía bajo la luz
del sol de la mañana. Un diodo verde parpadeaba alegremente, indicando que todo
iba bien.
Por un momento, quedó atrapado por la
luz parpadeante, deseando que su trabajo ya estuviera hecho. Todo su cuerpo
temblaba con ansiedad, sobre todo sus dedos, agarrados firmemente a un par de
discos magnéticos.
—¿Puedo hablar? —le preguntó—. Si voy a
morir, tengo permitido unas últimas palabras, ¿no?
Jack estrechó sus ojos, entonces una
calculadora sonrisa curvó sus carnosos labios.
—Adelante. Di lo que quieras. Todos
estos hombres saben que eres el peón de los Centinelas. Sólo vas a probar mi
causa.
Él sostuvo en alto su puño y los hombres
que la rodeaban se callaron.
—El chico tiene algo que decir.
Los hombres se rieron como si hubiera
contado un chiste. Después otra vez, quizá su charla en ese punto era
divertida. Ridícula.
—Sé que todos pensáis que tengo el
cerebro lavado, pero no es así. —Se rieron más alto, pero los ignoró—. He
estado dentro de esos muros y sé qué clase de gente son los Centinelas. Son la
clase de gente que acoge a niños huérfanos. La clase de gente que coloca en
peligro sus vidas cada noche para que todos vosotros podáis dormir más a salvo
en vuestras camas. —La risa de los hombres murió—. E incluso aunque cada uno de
vosotros aquí los mataría antes de hablarles y conocer la verdad, si uno de
vuestros hijos estuviera en peligro, uno de vuestros hijos huérfanos, ellos los
tomarían y los mantendría a salvo. Sin resentimientos. Sin rencores.
Los hombres empezaron a mirarse unos a
otros con nerviosismo, cambiando su peso de un pie a otro. Sungmin bajó su voz
y miró cómo esos hombres se movían hacia él, esforzándose por escuchar lo que
tenía que decir en sus últimos momentos.
—Tenemos enemigos. Necesitamos luchar,
pero estáis luchando en la guerra equivocada. El Sasaeng es nuestro enemigo
real. Ellos son los que quieren nuestra sangre. La sangre de nuestros niños.
Estaban los suficientemente cerca ahora.
Sus dedos aferraron los fríos discos de
metal que forraban el frente de su chaleco. Empujó una uña entre dos de ellos,
notando el tirador magnético que los mantenía trabados juntos estrechamente.
Todo lo que tenía que hacer era girar su uña y empujar, y todo habría
terminado. Se habría llevado a todos esos hombres con él, liberando a los
Centinelas y a aquellos que protegían de la amenaza que los Defensores
planteaban.
Te quiero, Kyuhyun. Tenía que decírselo
una vez más. Asegurarse de que lo sabía.
Sus palabras pasaron fácilmente a través
de la barrera esa vez, fundiéndose. El poder rugió en su cuerpo como una ola
gigantesca, haciéndolo balancearse sobre sus pies. Su cuerpo parecía preparado
para hacerlo, deseándolo ardientemente. Sus células lo absorbieron, haciéndolo
sentir más fuerte con el transcurso de cada latido.
No había sitio dentro de él para el miedo
o la indecisión. Sabía exactamente lo que necesitaba hacer, y gracias al amor
de Kyuhyun, tenía el poder para hacerlo.
Sintió el amor de Kyuhyun envolviéndose
a su alrededor, calentándolo, deslizándose sobre su piel como una caricia. El
hormigueante calor caló dentro de él y estaba seguro de que si miraba, estaría
brillando.
Su voz se elevó, alta y fuerte,
resonando con la energía que pulsaba en su interior. Aspiró un profundo
aliento, rezando para poder canalizar ese poder y controlarlo.
—Cada uno de los Centinelas sacrificaría
su vida para salvar a uno de ustedes. —Escudriñó la multitud, mirando a cada
hombre a los ojos—. Y yo soy uno de ellos. Recuerden esto cuando le cuenten a sus hijos lo que vieron aquí hoy. Recuerden que un Centinela tuvo una
vez el poder sobre su vida o muerte. Y los dejó vivir.
Con eso, utilizó su recién adquirido
poder para crear una pared lo suficientemente fuerte para contener la fuerza de
la explosión, para canalizarla hacia el cielo. Entonces separó los imanes,
detonando la bomba atada a su pecho.
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